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Salah Jamal: Nakba. 48 relatos de vida y resistencia en Palestina. Barcelona: Icaria, 2018 (264 páginas), con ilustraciones de Miquel Ferreres.
Ningún otro acontecimiento en la historia contemporánea ha marcado tanto el destino de los hombres y mujeres de Palestina como la Nakba (catástrofe), término que hace referencia a la transformación geopolítica y demográfica de Palestina a partir de 1948, cuando se implantó y expandió el Estado de Israel a más de tres cuartas partes del territorio palestino, hasta entonces bajo dominación colonial del Mandato británico.
A diferencia de otros países de la región árabe y, en concreto, de Oriente Próximo, la colonización en Palestina no fue dejada atrás como sucedió en Líbano, Siria, Irak o Jordania, con la emergencia de nuevos Estados independientes, pese a las deficiencias que se puedan advertir en este proceso.
Por el contrario, en el caso palestino los planes coloniales se extendieron mucho más allá del periodo de entreguerras, de dominio colonial europeo (británico y francés, principalmente); y se estableció una colonia de asentamiento en Palestina en términos similares a la Sudáfrica del apartheid, pese a las obvias diferencias o peculiaridades de cada situación.
En contraste con una colonia de factoría, establecida con el propósito de explotar las riquezas del país y la mano de obra indígena, la de asentamiento se caracteriza no tanto por la explotación como por la apropiación de todo el país y, en particular, por reemplazar a su población nativa por otra foránea.
De manera que el proyecto colonial sionista de finales del siglo XIX se transformó en una realidad a mitad del XX en Palestina y, a su vez, Palestina dejó de ser una realidad a partir de entonces y se vio transformada en una tragedia, que se prolonga hasta hoy día, sin visos de resolución. Del mismo modo, la población autóctona de Palestina fue objeto de una limpieza étnica que se prolonga hasta la actualidad de una manera más sutil y a cuenta gotas, pero cobrándose las mismas consecuencias de dispersión y exilio.
El autor ilustra la paradoja de esta situación cuando regresa de visita a su tierra natal, y se ve sometido a un interrogatorio por un soldado israelí que, en perfecto español, le pregunta por su lugar de nacimiento y el de sus ancestros, la respuesta de Salah Jamal es siempre la misma: Nablus (Palestina); y así podría remontarse hasta perderse en la memoria de los tiempos. Pero cuando el autor pregunta al joven soldado israelí cómo habla tan bien español, éste responde que ha nacido en Argentina, también sus padres, aunque sus abuelos habían llegado a Buenos Aires desde Ucrania y, seguidamente, corta la conversación cuando es preguntado por sus tatarabuelos.
Rememorando 1948, Salah Jamal narra en 48 relatos, en clave individual (personal y familiar), pero también colectiva (pública y política), el impacto de la Nakba en el conjunto de la sociedad palestina. Si bien buena parte de estos relatos están centrados en la ciudad de Nablus, de la que es originario, situada en Cisjordania y ocupada posteriormente en 1967, no es menos cierto que las consecuencias de la Nakba se vieron reflejadas en el conjunto del territorio palestino e incluso en los países limítrofes con la llegada masiva de las personas forzadas al desplazamiento y refugiadas.
Entre el amplio abanico de temas que aborda el autor, además de la referida limpieza étnica, el terror psicológico que la propició y el desplazamiento forzado que provocó, cabe reseñar las estrategias familiares y colectivas de supervivencia adoptadas a partir de entonces, con cierto apoyo internacional mediante la creación de la UNRWA (Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo) en 1949.
No menos importante fue la administración de los territorios y población palestina, que todavía no se encontraban bajo la ocupación israelí, como Cisjordania y Jerusalén Este, anexionados por Transjordania en 1950 (a partir de entonces pasó a denominarse Reino Hachemita de Jordania); y la Franja de Gaza administrada por Egipto. Así mismo, recoge el autor las expectativas que suscitó el liderazgo de Naser tras la toma del poder en 1952, otorgándole una dignidad y esperanza a los pueblos árabes de las que carecían hasta entonces, gobernados por regímenes neocoloniales.
Entonces el medio de comunicación por excelencia era la radio, toda una generación fue políticamente socializada por este medio, que reunía en torno al mismo a diferentes personas del entorno familiar, vecinal, social o laboral para escuchar las noticias y los discursos de sus líderes políticos. Naser era entonces la estrella más brillante, acompañada en el espacio artístico de otra estrella similar en la voz de la cantante, también egipcia, Um Kalzum.
Como muchas otras familias palestinas, la de Salah Jamal nunca más volvió a reunirse, la tragedia de la persistente Nakba jamás permitió que las personas que la integraban se volvieran a agrupar bajo el mismo techo y calor familiar. Los hermanos y las hermanas mayores apenas llegaron a conocer y, menos aún, tratar a los menores; y viceversa. Se habían impuesto las mencionadas estrategias familiares de supervivencia.
Por lo general, los miembros mayores salían fuera de su entorno en busca de trabajo. Los ricos países del Golfo acogieron buena parte de esa amplia mano de obra, que incluía la cualificada por cuanto requerían también de profesionales liberales para acompañar su rápido crecimiento económico a raíz del boom del petróleo. A su vez, las remesas que remitían estos trabajadores permitían el sustento familiar e incluso, en no pocos casos, costeaban los estudios universitarios a los hermanos menores en otros países de la región árabe o bien más lejos, en Europa o América del norte.
En este mismo orden, narra la ocupación de 1967, el nuevo trauma que causó; así como su impacto político, social y económico en lo que a partir de esa fecha se conocerían como los territorios ocupados. La nueva limpieza étnica, realizada de manera más sigilosa, pero no menos contundente al revocar la residencia a todas aquellas personas que, siendo originarias de Palestina, se encontraban fuera de su tierra natal por las más variopintas razones: laborales, económicas, educativas, sociales o familiares.
En este mismo contexto, recoge las primeras manifestaciones contrarias a la ocupación israelí; además de la reemergencia del movimiento de resistencia palestino, después de que hubiera sido decapitado por el Imperio británico tras la rebelión anticolonial palestina de 1936 a 1939, mucho antes incluso que la producida años después en India. El nuevo movimiento reflejaba las principales tendencias políticas e ideológicas predominantes en el mundo árabe de la época, de carácter secular, nacionalista y progresista.
El género también ocupa un espacio importante en esta rememoración de Salah Jamal: en el espacio privado sus hermanas desempeñan un importante rol en las primeras etapas de su vida (infancia y adolescencia), incluso en su inicial formación política y contestación al peso de la tradición (recogida en las protestas de la hermana mayor); y en el ámbito público registra los cambios experimentados en su entorno social, donde se produce una mayor relajación y liberalización en las costumbres sociales (el hijab cae en desuso entre las más jóvenes), con mujeres activistas y con una creciente presencia en dicho espacio, público y colectivo.
Pese a la tragedia que narra en este texto entrañable, Salah Jamal no hace ninguna concesión al victimismo ni a ningún tipo de narcisismo o idealismo nacionalista. Por el contrario, su tono es sosegado y ameno, no falto de humor y de las ironías de la historia y de la vida misma. Su voz es simultáneamente individual y colectiva; además de crítica. Instalado en Barcelona desde hace cerca de cinco décadas, el autor participa de una mirada diaspórica: “No conocemos ni sentimos la patria hasta que la abandonamos o nos obligan a hacerlo”; y, al mismo tiempo, cosmopolita:
“Después de 48 años de vivir alejado de Nablus y de Palestina, jamás, ni un solo día han dejado de vivir en mí. Me pregunto el porqué, a pesar de mi desdoblamiento en otras identidades y de mi poco apego a las tradiciones, religión, terruño o cualquier otro sentimiento que podría condicionarme. Solo encuentro un irrefutable motivo: la injusticia que se cometió y se sigue cometiendo con el pueblo palestino”.
Ningún otro acontecimiento en la historia contemporánea ha marcado tanto el destino de los hombres y mujeres de Palestina como la Nakba (catástrofe), término que hace referencia a la transformación geopolítica y demográfica de Palestina a partir de 1948, cuando se implantó y expandió el Estado de Israel a más de tres cuartas partes del territorio palestino, hasta entonces bajo dominación colonial del Mandato británico.
A diferencia de otros países de la región árabe y, en concreto, de Oriente Próximo, la colonización en Palestina no fue dejada atrás como sucedió en Líbano, Siria, Irak o Jordania, con la emergencia de nuevos Estados independientes, pese a las deficiencias que se puedan advertir en este proceso.
Por el contrario, en el caso palestino los planes coloniales se extendieron mucho más allá del periodo de entreguerras, de dominio colonial europeo (británico y francés, principalmente); y se estableció una colonia de asentamiento en Palestina en términos similares a la Sudáfrica del apartheid, pese a las obvias diferencias o peculiaridades de cada situación.
En contraste con una colonia de factoría, establecida con el propósito de explotar las riquezas del país y la mano de obra indígena, la de asentamiento se caracteriza no tanto por la explotación como por la apropiación de todo el país y, en particular, por reemplazar a su población nativa por otra foránea.
De manera que el proyecto colonial sionista de finales del siglo XIX se transformó en una realidad a mitad del XX en Palestina y, a su vez, Palestina dejó de ser una realidad a partir de entonces y se vio transformada en una tragedia, que se prolonga hasta hoy día, sin visos de resolución. Del mismo modo, la población autóctona de Palestina fue objeto de una limpieza étnica que se prolonga hasta la actualidad de una manera más sutil y a cuenta gotas, pero cobrándose las mismas consecuencias de dispersión y exilio.
El autor ilustra la paradoja de esta situación cuando regresa de visita a su tierra natal, y se ve sometido a un interrogatorio por un soldado israelí que, en perfecto español, le pregunta por su lugar de nacimiento y el de sus ancestros, la respuesta de Salah Jamal es siempre la misma: Nablus (Palestina); y así podría remontarse hasta perderse en la memoria de los tiempos. Pero cuando el autor pregunta al joven soldado israelí cómo habla tan bien español, éste responde que ha nacido en Argentina, también sus padres, aunque sus abuelos habían llegado a Buenos Aires desde Ucrania y, seguidamente, corta la conversación cuando es preguntado por sus tatarabuelos.
Rememorando 1948, Salah Jamal narra en 48 relatos, en clave individual (personal y familiar), pero también colectiva (pública y política), el impacto de la Nakba en el conjunto de la sociedad palestina. Si bien buena parte de estos relatos están centrados en la ciudad de Nablus, de la que es originario, situada en Cisjordania y ocupada posteriormente en 1967, no es menos cierto que las consecuencias de la Nakba se vieron reflejadas en el conjunto del territorio palestino e incluso en los países limítrofes con la llegada masiva de las personas forzadas al desplazamiento y refugiadas.
Entre el amplio abanico de temas que aborda el autor, además de la referida limpieza étnica, el terror psicológico que la propició y el desplazamiento forzado que provocó, cabe reseñar las estrategias familiares y colectivas de supervivencia adoptadas a partir de entonces, con cierto apoyo internacional mediante la creación de la UNRWA (Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo) en 1949.
No menos importante fue la administración de los territorios y población palestina, que todavía no se encontraban bajo la ocupación israelí, como Cisjordania y Jerusalén Este, anexionados por Transjordania en 1950 (a partir de entonces pasó a denominarse Reino Hachemita de Jordania); y la Franja de Gaza administrada por Egipto. Así mismo, recoge el autor las expectativas que suscitó el liderazgo de Naser tras la toma del poder en 1952, otorgándole una dignidad y esperanza a los pueblos árabes de las que carecían hasta entonces, gobernados por regímenes neocoloniales.
Entonces el medio de comunicación por excelencia era la radio, toda una generación fue políticamente socializada por este medio, que reunía en torno al mismo a diferentes personas del entorno familiar, vecinal, social o laboral para escuchar las noticias y los discursos de sus líderes políticos. Naser era entonces la estrella más brillante, acompañada en el espacio artístico de otra estrella similar en la voz de la cantante, también egipcia, Um Kalzum.
Como muchas otras familias palestinas, la de Salah Jamal nunca más volvió a reunirse, la tragedia de la persistente Nakba jamás permitió que las personas que la integraban se volvieran a agrupar bajo el mismo techo y calor familiar. Los hermanos y las hermanas mayores apenas llegaron a conocer y, menos aún, tratar a los menores; y viceversa. Se habían impuesto las mencionadas estrategias familiares de supervivencia.
Por lo general, los miembros mayores salían fuera de su entorno en busca de trabajo. Los ricos países del Golfo acogieron buena parte de esa amplia mano de obra, que incluía la cualificada por cuanto requerían también de profesionales liberales para acompañar su rápido crecimiento económico a raíz del boom del petróleo. A su vez, las remesas que remitían estos trabajadores permitían el sustento familiar e incluso, en no pocos casos, costeaban los estudios universitarios a los hermanos menores en otros países de la región árabe o bien más lejos, en Europa o América del norte.
En este mismo orden, narra la ocupación de 1967, el nuevo trauma que causó; así como su impacto político, social y económico en lo que a partir de esa fecha se conocerían como los territorios ocupados. La nueva limpieza étnica, realizada de manera más sigilosa, pero no menos contundente al revocar la residencia a todas aquellas personas que, siendo originarias de Palestina, se encontraban fuera de su tierra natal por las más variopintas razones: laborales, económicas, educativas, sociales o familiares.
En este mismo contexto, recoge las primeras manifestaciones contrarias a la ocupación israelí; además de la reemergencia del movimiento de resistencia palestino, después de que hubiera sido decapitado por el Imperio británico tras la rebelión anticolonial palestina de 1936 a 1939, mucho antes incluso que la producida años después en India. El nuevo movimiento reflejaba las principales tendencias políticas e ideológicas predominantes en el mundo árabe de la época, de carácter secular, nacionalista y progresista.
El género también ocupa un espacio importante en esta rememoración de Salah Jamal: en el espacio privado sus hermanas desempeñan un importante rol en las primeras etapas de su vida (infancia y adolescencia), incluso en su inicial formación política y contestación al peso de la tradición (recogida en las protestas de la hermana mayor); y en el ámbito público registra los cambios experimentados en su entorno social, donde se produce una mayor relajación y liberalización en las costumbres sociales (el hijab cae en desuso entre las más jóvenes), con mujeres activistas y con una creciente presencia en dicho espacio, público y colectivo.
Pese a la tragedia que narra en este texto entrañable, Salah Jamal no hace ninguna concesión al victimismo ni a ningún tipo de narcisismo o idealismo nacionalista. Por el contrario, su tono es sosegado y ameno, no falto de humor y de las ironías de la historia y de la vida misma. Su voz es simultáneamente individual y colectiva; además de crítica. Instalado en Barcelona desde hace cerca de cinco décadas, el autor participa de una mirada diaspórica: “No conocemos ni sentimos la patria hasta que la abandonamos o nos obligan a hacerlo”; y, al mismo tiempo, cosmopolita:
“Después de 48 años de vivir alejado de Nablus y de Palestina, jamás, ni un solo día han dejado de vivir en mí. Me pregunto el porqué, a pesar de mi desdoblamiento en otras identidades y de mi poco apego a las tradiciones, religión, terruño o cualquier otro sentimiento que podría condicionarme. Solo encuentro un irrefutable motivo: la injusticia que se cometió y se sigue cometiendo con el pueblo palestino”.
Antonio Ballasote Marín, Diego Checa Hidalgo, Lucía López Arias y Jorge Ramos Tolosa: Existir es resistir. Pasado y presente de Palestina-Israel. Granada: Comares, 2017 (304 páginas).
Existe cierta correlación entre el enquistamiento de un conflicto y la producción literaria en torno al mismo. Una excepción a este comportamiento son los denominados conflictos olvidados o deliberadamente ninguneados. De hecho, no todas las controversias en la escena mundial suscitan la misma atención. Pero un mayor seguimiento tampoco implica que su resolución sea más factible o esté próxima.
La cuestión de Palestina es un buen ejemplo de esto último. La atención mediática, política y académica prestada no ha impedido que su irresolución se prolongue indefinidamente en el tiempo. Pese a los ríos de tintas vertidos sobre este dilatado conflicto colonial, no se atisba resolución alguna a corto o medio plazo. Por el contario, su alargada permanencia en la escena internacional sólo ha contribuido a un mayor enquistamiento, ramificación y complejización.
Obviamente, esto no significa que dicho conflicto no tenga solución. La conflictividad es inherente a cualquier grupo humano o sociedad. Los conflictos son construidos socialmente, en consecuencia, y de la misma forma, también se pueden resolver. En la sociedad internacional existen numerosos ejemplos que avalan esta pauta de comportamiento. Piénsese, por citar algunos casos, en las relaciones entre Francia y Alemania de ayer (hasta la Segunda Guerra Mundial) como enemigos enconados y las de hoy (desde la posguerra) como socios comunitarios; o bien en las mantenidas entre Estados Unidos y Vietnam hace unas décadas atrás y en la actualidad.
Siguiendo estas enseñanzas de la historia, cabe pensar, por tanto, que algún día reinará la paz donde hoy predomina la discordia y la violencia. Salvo que se parta de un pensamiento fatalista o determinista, arraigado en prejuicios culturalistas, que considera imposible la convivencia multicultural (en particular, entre israelíes y palestinos), la historia de las relaciones internacionales muestra esa posibilidad por muy difícil e inimaginable que parezca hoy día.
Un paso imprescindible en la resolución del cualquier controversia es la comprensión de su naturaleza o, dicho en otros términos, sus causas estructurales. Sin abordar estas causas, el conflicto está condenado a reproducirse cíclicamente, con periodos intermitentes de violencia, intercalados con otros de relativa calma o tregua que nunca equivalen a la paz. De aquí la importancia que tiene advertir la mencionada naturaleza del conflicto como, también, la voluntad política de implementar una solución justa abordando de manera definitiva las causas que lo propician.
El texto colectivo escrito por Antonio Ballasote, Diego Checa, Lucía López y Jorge Ramos, lejos de cualquier tipo de maniqueísmo o determinismo culturalista, adopta una perspectiva crítica y constructivista de este arraigado conflicto colonial. Su propósito es ofrecer al público una obra que recoja desde los orígenes hasta llegar prácticamente a la actualidad (énfasis historiográfico no ajeno a que tres de los cuatro autores son historiadores de formación). Aunque estructurado en ocho capítulos, dos por cada autor, se puede considerar que su orden temático se concentra en cuatro.
El primer tema, a cargo de Jorge Ramos Tolosa, aborda la transformación geopolítica y demográfica de Palestina. Esto es, desde los orígenes de las pretensiones coloniales del movimiento sionista en Palestina a finales del siglo XIX bajo el dominio del Imperio otomano hasta su posterior materialización, bajo el Mandato británico durante el periodo de entreguerras. Fase que culmina con la implantación de Israel y la consecuente Nakba (catástrofe o desastre), que implicó la limpieza étnica de Palestina (y de la que se ha cumplido este mes de mayo su setenta aniversario).
El segundo tema, de la mano de Antonio Ballasote Marín, se centra en la emergencia del movimiento sionista: en su configuración social e histórica en la Europa decimonónica, deudora del nacionalismo europeo de la época y las aventuras coloniales de la era de los imperios, con particular atención a su ideología colonial y segregacionista que, a su vez, explicaría la limpieza étnica de Palestina y la política de apartheid israelí. Pero, también, en un siguiente capítulo, recoge la oposición al sionismo en el seno de las comunidades judías europeas antes de 1948 y, posteriormente, las críticas y disidencias registradas por dicho movimiento en la sociedad israelí por parte de un variado elenco de actores, desde organizaciones políticas de izquierda, intelectuales, asociaciones de derechos humanos, sectores ortodoxos antisionistas, antiguos soldados y oficiales.
El tercer tema, firmado por Diego Checa Hidalgo, asume la historia del movimiento nacional palestino, dividida en dos capítulos, a partir de la Nakba (1948) y de la primera Intifada (1987). La reemergencia de dicho movimiento, la vertebración de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), la estrategia armada y liberacionista adoptada y, en particular, las resistencias no violentas a la ocupación israelí son las principales referencias. Paradójicamente, pese a que lo más visibilizado ha sido la lucha armada que, a su vez, ha ensombrecido las estrategias de no violencia, el autor pone de manifiesto la importancia que históricamente ha tenido la resistencia y desobediencia civil en la trayectoria de la sociedad palestina. Si dejar por ello de reconocer, con otros autores de referencia en esta materia, sus limitaciones debido, en particular, a la frustración de sus expectativas para atraer a “una masa crítica significativa en las sociedades palestina e israelí”; además de su todavía frágil organización y estrategia de resistencia. Sin menospreciar el creciente apoyo que recibe el movimiento del BDS (Boicot, Desinversiones y Sanciones a Israel) en la sociedad civil trasnacional o global.
Por último, el cuarto tema, escrito por Lucía López Arias, analiza el proceso de paz y la cooperación internacional con Palestina a raíz del mismo. Además de enmarcar el contexto y las deficiencias de dicho proceso, la autora resalta la perspectiva de la denominada paz liberal en la que se asentaba, en particular, la tesis de la paz democrática y más concretamente de la paz económica, de corte neoliberal, que ha acompañado a todo el denominado proceso de Oslo. En esta misma línea, en un siguiente apartado, aborda la cooperación internacional con Palestina, haciéndose eco de su trayectoria anterior a dicho proceso, así como su impacto en la despolitización de la sociedad civil palestina y la formación de nuevas elites vinculadas a esta importante ayuda. Sin olvidar el elemento más inquietante, de cómo la cooperación en una situación de permanente ocupación ha contribuido, paradójicamente, a asumir los costes de dicha ocupación, liberando a la potencia ocupante de esa enorme carga y responsabilidad.
En suma, el texto de este elenco de jóvenes investigadores, que integran una tercera generación de académicos españoles centrados en la cuestión de Palestina (como señala en el prólogo el profesor Ignacio Álvarez-Ossorio), presenta una serie de características que conviene subrayar. Primero, parte de una línea de investigación más avanzada y consolidada, con nuevas fuentes documentales y bibliográficas fundamentales como las aportadas por los denominados nuevos historiadores israelíes (sin olvidar, en esta misma línea, la propia historiografía palestina). Segundo, parte de nuevos medios de acceso a la información y comunicación hasta hace unas tres décadas atrás prácticamente inexistentes. Y, por último, pero no menos importante, parte de una aproximación, lenguaje o terminología que descoloniza la historia de este conflicto, como afirmaría Nur Masalha.
Existe cierta correlación entre el enquistamiento de un conflicto y la producción literaria en torno al mismo. Una excepción a este comportamiento son los denominados conflictos olvidados o deliberadamente ninguneados. De hecho, no todas las controversias en la escena mundial suscitan la misma atención. Pero un mayor seguimiento tampoco implica que su resolución sea más factible o esté próxima.
La cuestión de Palestina es un buen ejemplo de esto último. La atención mediática, política y académica prestada no ha impedido que su irresolución se prolongue indefinidamente en el tiempo. Pese a los ríos de tintas vertidos sobre este dilatado conflicto colonial, no se atisba resolución alguna a corto o medio plazo. Por el contario, su alargada permanencia en la escena internacional sólo ha contribuido a un mayor enquistamiento, ramificación y complejización.
Obviamente, esto no significa que dicho conflicto no tenga solución. La conflictividad es inherente a cualquier grupo humano o sociedad. Los conflictos son construidos socialmente, en consecuencia, y de la misma forma, también se pueden resolver. En la sociedad internacional existen numerosos ejemplos que avalan esta pauta de comportamiento. Piénsese, por citar algunos casos, en las relaciones entre Francia y Alemania de ayer (hasta la Segunda Guerra Mundial) como enemigos enconados y las de hoy (desde la posguerra) como socios comunitarios; o bien en las mantenidas entre Estados Unidos y Vietnam hace unas décadas atrás y en la actualidad.
Siguiendo estas enseñanzas de la historia, cabe pensar, por tanto, que algún día reinará la paz donde hoy predomina la discordia y la violencia. Salvo que se parta de un pensamiento fatalista o determinista, arraigado en prejuicios culturalistas, que considera imposible la convivencia multicultural (en particular, entre israelíes y palestinos), la historia de las relaciones internacionales muestra esa posibilidad por muy difícil e inimaginable que parezca hoy día.
Un paso imprescindible en la resolución del cualquier controversia es la comprensión de su naturaleza o, dicho en otros términos, sus causas estructurales. Sin abordar estas causas, el conflicto está condenado a reproducirse cíclicamente, con periodos intermitentes de violencia, intercalados con otros de relativa calma o tregua que nunca equivalen a la paz. De aquí la importancia que tiene advertir la mencionada naturaleza del conflicto como, también, la voluntad política de implementar una solución justa abordando de manera definitiva las causas que lo propician.
El texto colectivo escrito por Antonio Ballasote, Diego Checa, Lucía López y Jorge Ramos, lejos de cualquier tipo de maniqueísmo o determinismo culturalista, adopta una perspectiva crítica y constructivista de este arraigado conflicto colonial. Su propósito es ofrecer al público una obra que recoja desde los orígenes hasta llegar prácticamente a la actualidad (énfasis historiográfico no ajeno a que tres de los cuatro autores son historiadores de formación). Aunque estructurado en ocho capítulos, dos por cada autor, se puede considerar que su orden temático se concentra en cuatro.
El primer tema, a cargo de Jorge Ramos Tolosa, aborda la transformación geopolítica y demográfica de Palestina. Esto es, desde los orígenes de las pretensiones coloniales del movimiento sionista en Palestina a finales del siglo XIX bajo el dominio del Imperio otomano hasta su posterior materialización, bajo el Mandato británico durante el periodo de entreguerras. Fase que culmina con la implantación de Israel y la consecuente Nakba (catástrofe o desastre), que implicó la limpieza étnica de Palestina (y de la que se ha cumplido este mes de mayo su setenta aniversario).
El segundo tema, de la mano de Antonio Ballasote Marín, se centra en la emergencia del movimiento sionista: en su configuración social e histórica en la Europa decimonónica, deudora del nacionalismo europeo de la época y las aventuras coloniales de la era de los imperios, con particular atención a su ideología colonial y segregacionista que, a su vez, explicaría la limpieza étnica de Palestina y la política de apartheid israelí. Pero, también, en un siguiente capítulo, recoge la oposición al sionismo en el seno de las comunidades judías europeas antes de 1948 y, posteriormente, las críticas y disidencias registradas por dicho movimiento en la sociedad israelí por parte de un variado elenco de actores, desde organizaciones políticas de izquierda, intelectuales, asociaciones de derechos humanos, sectores ortodoxos antisionistas, antiguos soldados y oficiales.
El tercer tema, firmado por Diego Checa Hidalgo, asume la historia del movimiento nacional palestino, dividida en dos capítulos, a partir de la Nakba (1948) y de la primera Intifada (1987). La reemergencia de dicho movimiento, la vertebración de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), la estrategia armada y liberacionista adoptada y, en particular, las resistencias no violentas a la ocupación israelí son las principales referencias. Paradójicamente, pese a que lo más visibilizado ha sido la lucha armada que, a su vez, ha ensombrecido las estrategias de no violencia, el autor pone de manifiesto la importancia que históricamente ha tenido la resistencia y desobediencia civil en la trayectoria de la sociedad palestina. Si dejar por ello de reconocer, con otros autores de referencia en esta materia, sus limitaciones debido, en particular, a la frustración de sus expectativas para atraer a “una masa crítica significativa en las sociedades palestina e israelí”; además de su todavía frágil organización y estrategia de resistencia. Sin menospreciar el creciente apoyo que recibe el movimiento del BDS (Boicot, Desinversiones y Sanciones a Israel) en la sociedad civil trasnacional o global.
Por último, el cuarto tema, escrito por Lucía López Arias, analiza el proceso de paz y la cooperación internacional con Palestina a raíz del mismo. Además de enmarcar el contexto y las deficiencias de dicho proceso, la autora resalta la perspectiva de la denominada paz liberal en la que se asentaba, en particular, la tesis de la paz democrática y más concretamente de la paz económica, de corte neoliberal, que ha acompañado a todo el denominado proceso de Oslo. En esta misma línea, en un siguiente apartado, aborda la cooperación internacional con Palestina, haciéndose eco de su trayectoria anterior a dicho proceso, así como su impacto en la despolitización de la sociedad civil palestina y la formación de nuevas elites vinculadas a esta importante ayuda. Sin olvidar el elemento más inquietante, de cómo la cooperación en una situación de permanente ocupación ha contribuido, paradójicamente, a asumir los costes de dicha ocupación, liberando a la potencia ocupante de esa enorme carga y responsabilidad.
En suma, el texto de este elenco de jóvenes investigadores, que integran una tercera generación de académicos españoles centrados en la cuestión de Palestina (como señala en el prólogo el profesor Ignacio Álvarez-Ossorio), presenta una serie de características que conviene subrayar. Primero, parte de una línea de investigación más avanzada y consolidada, con nuevas fuentes documentales y bibliográficas fundamentales como las aportadas por los denominados nuevos historiadores israelíes (sin olvidar, en esta misma línea, la propia historiografía palestina). Segundo, parte de nuevos medios de acceso a la información y comunicación hasta hace unas tres décadas atrás prácticamente inexistentes. Y, por último, pero no menos importante, parte de una aproximación, lenguaje o terminología que descoloniza la historia de este conflicto, como afirmaría Nur Masalha.
Meir Margalit: Jerusalén, la ciudad imposible. Claves para comprender la ocupación israelí. Madrid: Los Libros de La Catarata, 2018 (160 páginas). IV Premio Catarata de Ensayo.
Con un importante bagaje de varias décadas en la política municipal jerosolimitana, funcionario público y activista pacifista, Meir Margalit desentraña en este texto, merecedor del IV Premio Catarata de Ensayo, los entresijos de la ocupación israelí.
Lejos de una lectura maniquea, Margalit aborda la complejidad de la ocupación, con las diferentes aristas que envuelven tanto a la población ocupada como a la de la potencia ocupante, advirtiendo al mismo tiempo que sus reflexiones rebasan los terrenos comunes (o políticamente correctos) y, en consecuencia, pueden incomodar algunas sensibilidades, incluidas las palestinas.
Si bien el texto está centrado en Jerusalén, el autor toma el conjunto de la ocupación como referencia ineludible, que lo determina prácticamente todo, sin hacer por ello ninguna concesión a un análisis determinista. Por el contrario, se adentra en toda la complejidad que reviste la política de ocupación de Jerusalén Este, sin desvincularla de la de Cisjordania y la Franja de Gaza, pero haciéndose eco igualmente de su peculiar singularidad en ese contexto.
Sobre esta perspectiva conviene recordar el modelo de análisis de doble nivel introducido por el sociólogo estadounidense Robert Putnam, que pone de manifiesto la influencia mutua ejercida por la esfera política nacional e internacional; y de donde se deriva que en el caso excepcional de una ocupación militar prevalece el medio internacional sobre el nacional.
Meir Margalit define a Jerusalén como la no-ciudad, empleando argumentos contundentes por cuanto carece de coherencia, cohesión, vínculos sociales y denominador común. De hecho, sus diferentes comunidades y subculturas (que el autor divide en judía-laica, judía-religiosa y árabe-palestina) no comparten pasado ni futuro común, tampoco el espacio urbano, pues, como señala el autor, “murallas invisibles e insondables dividen la ciudad en barrios israelíes y árabes que se evitan mutuamente”.
Inherente a las más de cinco décadas de ocupación es la denominada política del palo (disuasión) y la zanahoria (cooptación), que han empleado los sucesivos gobiernos israelíes desde 1967. Si el amplio abanico de medidas represivas ha pretendido silenciar o al menos contener las reivindicaciones políticas palestinas, las de cooptación sociales y económicas han buscado la acomodación y colaboración de algunos sectores de la población ocupada.
Esta política es ilustrada por Margalit con la trayectoria del alcalde jerosolimitano Nir Barkat que, a su vez, divide en dos fases: la primera, que denomina como “mercantilista (2008-2013); y la segunda, calificada como “securocrática” o “policicrática” (2014). No es la primera vez que la ocupación israelí de los territorios palestinos busca proyectar una imagen liberal, para enmascarar y normalizar la ocupación, que antes o después termina desvelando su cara oculta y más brutal. En suma, conciliar ocupación militar extranjera con un sistema liberal parece una contradicción en sus propios términos, del mismo modo que se repelen un proyecto colonial y otro de emancipación nacional.
Esta situación kafkiana se asienta en un sofisticado aparato de control y represión sobre la población ocupada, vertebrado en el ámbito administrativo, judicial y policial en el que incluso el propio Kafka se hubiera perdido. Su resultado no es otro que la dominación y segregación, reflejadas en el sistema de transporte público, educativo, económico, cultural y municipal más propio del apartheid.
Margalit recuerda que mientras la población israelí en Jerusalén posee los derechos de ciudadanía, la palestina es considerada meramente como residente. Esta última, pese a que ronda en torno al 40 por cierto de sus habitantes, sólo percibe el 11 por ciento del presupuesto municipal; y, es más, carece de representación en el Consejo Municipal, donde sus 31 miembros son todos judíos.
Además de esta exclusión de los círculos de poder y toma de decisiones municipales, la población palestina también es objeto de una sujeción demográfica, que busca fomentar una mayoría de población judía (en torno al 70 por ciento) y contener a la palestina (en no más del 30 por ciento restante). Sin olvidar, en consecuencia, las políticas que alientan y fuerzan el abandono de la residencia en Jerusalén Este, en sintonía con los repetidos intentos de borrar toda huella palestina (que el autor ilustra con una interesante reflexión sobre las señalizaciones urbanas).
Acompañado de importantes referencias teóricas en el campo de las ciencias sociales (estudios subalternos, urbanos y postcoloniales, entre otros) y, no menos importante, de una activa experiencia y conocimiento de primera mano sobre el terreno, el trabajo de Meir Margalit sobre Jerusalén presenta un análisis muy esclarecedor en un momento crucial, después del reconocimiento por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de dicha ciudad como la capital de Israel, que niega, así, esa misma condición a un Estado palestino.
Sobre este particular el autor se pronuncia haciendo un guiño a la opción de un Estado binacional, al sostener que Jerusalén debería ser una capital compartida entre el Estado israelí (Jerusalén Oeste) y un futuro Estado palestino (Jerusalén Este); y, en particular, al reconocer la necesidad de una separación (fin de la ocupación) para que en el futuro se pueda producir una reconciliación en esos mismos términos.
En palabras de Meir Margalit: “Este modelo novedoso y creativo convertiría a Jerusalén en una ciudad binacional, unida, abierta y capital de dos naciones, tal vez un modelo de lo que debería ser la futura solución del conflicto palestino-israelí́”.
Con un importante bagaje de varias décadas en la política municipal jerosolimitana, funcionario público y activista pacifista, Meir Margalit desentraña en este texto, merecedor del IV Premio Catarata de Ensayo, los entresijos de la ocupación israelí.
Lejos de una lectura maniquea, Margalit aborda la complejidad de la ocupación, con las diferentes aristas que envuelven tanto a la población ocupada como a la de la potencia ocupante, advirtiendo al mismo tiempo que sus reflexiones rebasan los terrenos comunes (o políticamente correctos) y, en consecuencia, pueden incomodar algunas sensibilidades, incluidas las palestinas.
Si bien el texto está centrado en Jerusalén, el autor toma el conjunto de la ocupación como referencia ineludible, que lo determina prácticamente todo, sin hacer por ello ninguna concesión a un análisis determinista. Por el contrario, se adentra en toda la complejidad que reviste la política de ocupación de Jerusalén Este, sin desvincularla de la de Cisjordania y la Franja de Gaza, pero haciéndose eco igualmente de su peculiar singularidad en ese contexto.
Sobre esta perspectiva conviene recordar el modelo de análisis de doble nivel introducido por el sociólogo estadounidense Robert Putnam, que pone de manifiesto la influencia mutua ejercida por la esfera política nacional e internacional; y de donde se deriva que en el caso excepcional de una ocupación militar prevalece el medio internacional sobre el nacional.
Meir Margalit define a Jerusalén como la no-ciudad, empleando argumentos contundentes por cuanto carece de coherencia, cohesión, vínculos sociales y denominador común. De hecho, sus diferentes comunidades y subculturas (que el autor divide en judía-laica, judía-religiosa y árabe-palestina) no comparten pasado ni futuro común, tampoco el espacio urbano, pues, como señala el autor, “murallas invisibles e insondables dividen la ciudad en barrios israelíes y árabes que se evitan mutuamente”.
Inherente a las más de cinco décadas de ocupación es la denominada política del palo (disuasión) y la zanahoria (cooptación), que han empleado los sucesivos gobiernos israelíes desde 1967. Si el amplio abanico de medidas represivas ha pretendido silenciar o al menos contener las reivindicaciones políticas palestinas, las de cooptación sociales y económicas han buscado la acomodación y colaboración de algunos sectores de la población ocupada.
Esta política es ilustrada por Margalit con la trayectoria del alcalde jerosolimitano Nir Barkat que, a su vez, divide en dos fases: la primera, que denomina como “mercantilista (2008-2013); y la segunda, calificada como “securocrática” o “policicrática” (2014). No es la primera vez que la ocupación israelí de los territorios palestinos busca proyectar una imagen liberal, para enmascarar y normalizar la ocupación, que antes o después termina desvelando su cara oculta y más brutal. En suma, conciliar ocupación militar extranjera con un sistema liberal parece una contradicción en sus propios términos, del mismo modo que se repelen un proyecto colonial y otro de emancipación nacional.
Esta situación kafkiana se asienta en un sofisticado aparato de control y represión sobre la población ocupada, vertebrado en el ámbito administrativo, judicial y policial en el que incluso el propio Kafka se hubiera perdido. Su resultado no es otro que la dominación y segregación, reflejadas en el sistema de transporte público, educativo, económico, cultural y municipal más propio del apartheid.
Margalit recuerda que mientras la población israelí en Jerusalén posee los derechos de ciudadanía, la palestina es considerada meramente como residente. Esta última, pese a que ronda en torno al 40 por cierto de sus habitantes, sólo percibe el 11 por ciento del presupuesto municipal; y, es más, carece de representación en el Consejo Municipal, donde sus 31 miembros son todos judíos.
Además de esta exclusión de los círculos de poder y toma de decisiones municipales, la población palestina también es objeto de una sujeción demográfica, que busca fomentar una mayoría de población judía (en torno al 70 por ciento) y contener a la palestina (en no más del 30 por ciento restante). Sin olvidar, en consecuencia, las políticas que alientan y fuerzan el abandono de la residencia en Jerusalén Este, en sintonía con los repetidos intentos de borrar toda huella palestina (que el autor ilustra con una interesante reflexión sobre las señalizaciones urbanas).
Acompañado de importantes referencias teóricas en el campo de las ciencias sociales (estudios subalternos, urbanos y postcoloniales, entre otros) y, no menos importante, de una activa experiencia y conocimiento de primera mano sobre el terreno, el trabajo de Meir Margalit sobre Jerusalén presenta un análisis muy esclarecedor en un momento crucial, después del reconocimiento por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de dicha ciudad como la capital de Israel, que niega, así, esa misma condición a un Estado palestino.
Sobre este particular el autor se pronuncia haciendo un guiño a la opción de un Estado binacional, al sostener que Jerusalén debería ser una capital compartida entre el Estado israelí (Jerusalén Oeste) y un futuro Estado palestino (Jerusalén Este); y, en particular, al reconocer la necesidad de una separación (fin de la ocupación) para que en el futuro se pueda producir una reconciliación en esos mismos términos.
En palabras de Meir Margalit: “Este modelo novedoso y creativo convertiría a Jerusalén en una ciudad binacional, unida, abierta y capital de dos naciones, tal vez un modelo de lo que debería ser la futura solución del conflicto palestino-israelí́”.
Editado por
José Abu-Tarbush
José Abu-Tarbush es profesor titular de Sociología en la Universidad de La Laguna, donde imparte la asignatura de Sociología de las relaciones internacionales. Desde el campo de las relaciones internacionales y la sociología política, su área de interés se ha centrado en Oriente Medio y el Norte de África, con especial seguimiento de la cuestión de Palestina.
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