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Reseñas

Elogio de la lucidez Juan Antonio Martínez de la Fe , 01/04/2017

Liberarse de las falsas ilusiones que nos impiden ser felices


Elogio de la lucidez
Ficha Técnica

Título: Elogio de la lucidez
Autor: Ilios Kotsou
Edita: Kairós, Barcelona, 2017
Colección: Psicología
Traducción: Miguel Portillo
Encuadernación: Tapa blanda con solapas
Número de páginas: 216
ISBN: 978-84-9988-542-1
Precio: 15 euros

Ya el título de la obra resulta lo suficientemente provocador para acercarnos e introducirnos en sus páginas. Y lo es porque nos trae a la memoria otros elogios que pueden actuar como catalizadores, centrándonos en él. ¿Acaso no nos recuerda al erasmista Elogio de la locura? O, también por contraste, el Elogio de la sombra, bien en la obra de Humichirô Tazinaki, bien en el hermoso poema de Jorge Luis Borges; y, también en forma de poema, el Elogio de la quietud, de Alfredo Buxán; o, en formato de vídeo, el Elogio de la luz, de Juan Navarro, por no olvidar el más exitoso libro Elogio de la lentitud, de Carl Honoré.

Es este un libro en el que se habla de la felicidad. Un concepto inasible y que, sin embargo, nos resulta abrumadoramente actual, pues estamos siendo continuamente bombardeados por mensajes que nos la prometen, mediante una serie de eslóganes que, a la hora de la verdad, son incapaces de saciar esa ansia innata de una vida feliz. A tener en cuenta: una enfermera, que atendía a residentes ancianos, les preguntó por las cosas que habrían hecho y que dejaron de hacer; de manera masiva, respondieron que les habría gustado dedicar más tiempo a ser felices.

¿Qué es la felicidad? Para Aristóteles era el bien supremo y sus compatriotas la consideraban algo útil para el bien de la polis; se alcanzaba a través de las enseñanzas de la sabiduría, algo reservado a unos pocos. El cristianismo cambió el escenario de la felicidad, trasladándolo de esta vida a la del más allá, donde se lograría la felicidad plena y perfecta. La declaración de independencia de los Estados Unidos la considera un derecho humano inalienable. Hasta que el capitalismo la convirtió en un negocio, pues para alcanzarla habría que recorrer el camino del consumo, creando ilusiones de felicidad.

Pero no, no es posible ser siempre feliz. Al contrario, la felicidad está para ayudarnos a hacer frente a la sucesión de problemas que constituyen la vida y a sobrevivir a pesar de ellos; su función es la de hacer vivible la vida.

¿Y de qué trata este libro? Christophe André, en el Prefacio que firma, nos lo dice claramente: “habla de un trabajo sobre un alegre y saludable desengañarse, sobre una limpieza profunda de la idea de felicidad. Al mostrarnos cómo cultivar lucidez y libertad, nos ayuda a eliminar lo ilusorio, que nos orienta hacia falsas felicidades, o hacia felicidades inquietantes e irreales. Despeja el terreno para las verdaderas felicidades. No son perfectas, pero sí lúcidas. Nos enseña a no soñar en cómo alcanzar la felicidad, sino más bien en cómo amarla y facilitarla”. Eso sí: nos exige una aceptación de esa realidad que, siendo convincente y lúcida, pues se apoya en una alianza tranquila entre ciencia y sentido común, carece sin embargo de pruebas.

Pero no nos engañemos: no se trata de un libro triste “sino, al contrario, es una obra alegre llena de frescura y repleta de una energía contagiosa que nos alegrará el corazón y movilizará el espíritu”.

Qué felicidad

Ilios Kotsou nos ofrece, tras el Prefacio, una interesante Introducción, en la que nos advierte de que la obra que tenemos entre las manos no es un recetario de soluciones precocinadas, sino que de lo que trata es de advertirnos de ciertas trampas que nos alejan de una vida llena de sentido a la vez que propone alternativas.

No intenta hacer un tratado de la felicidad, tarea excesiva para los fines de su ensayo; pero sí se remite a dos definiciones utilizadas en la investigación científica: la hedonista, que la define en términos de placer y ausencia de dolor; y la eudemónica, que hace referencia a la impresión de que nuestra vida, en su conjunto, merece la pena ser vivida.

Nos muestra la paradoja de nuestra actualidad, cuando disponemos de condiciones susceptibles de hacernos felices y, sin embargo, los problemas de salud mental aumentan. Y se cuestiona sobre el rigor de los diversos manuales que, desde sus páginas, nos brindan un bálsamo de Fierabrás capaz de eliminar los obstáculos que se interponen para alcanzar una supuesta felicidad.

Antes de introducirnos en la primera de las dos partes que componen la obra, Kotsou nos propone unas páginas dedicadas a La trampa de la idealización. Nos plantea cómo, en la actualidad, se nos vende la idea de que una vida feliz no comporta pruebas ni sufrimientos, que la felicidad sería un estado duradero de plenitud y satisfacción, un estado agradable y equilibrado de la mente y el cuerpo del que estarían ausentes el sufrimiento, el estrés, la inquietud y la angustia. Y que ese estado se obtiene mediante el consumo de productos que vengan a satisfacer necesidades reales o creadas. Es una felicidad hedonista.

Se nos impone la idea de que la felicidad es un imperativo que hay que alcanzar; y, si nos obsesionamos en su búsqueda, corremos el riesgo de dejar de evaluar nuestra existencia según lo que realmente nos sucede. Incide en cómo esta corriente despierta en nosotros unas expectativas que, al no verse cumplidas, nos llevan a la decepción por no ser felices; y traslada tales ilusiones a las relaciones de pareja, que solemos idealizar, con cuya frustración tendemos a no aceptar a la otra persona tal cual es.

Esta obsesión por perseguir idealizaciones corre el riesgo de aumentar nuestro individualismo, al considerar que es más importante mi éxito y supuesta felicidad que las relaciones con los demás, con lo que tendemos a descuidarlas e, incluso, a no relacionarnos.

Felicidad con trampas

Se trata de un capítulo que nos deja a las puertas de la primera parte del libro, Las trampas de la felicidad. En ella, dibuja algunas de las corrientes actuales que preconizan una felicidad a base de recetas, para alcanzar ese estado de carencia de sufrimientos y dificultades.

Insiste el autor en que, actualmente, es casi una imposición el tratar de encontrar ese estado de felicidad. Y uno de los medios que se utilizan más asiduamente es el evitar todas las emociones que nos puedan producir dolor o malestar, lo que conlleva una serie de consecuencias que aborda en un apartado que denomina Los peligros de la lucha contra el malestar. Se trata de lo que se denomina evitación emocional; lo que es considerado en un doble aspecto: de un lado, no aceptar vivir las emociones, las sensaciones o pensamientos desagradables; y, por otro, intentar controlar o modificar esos sentimientos y las situaciones que los generan. No hay nada malo en buscar esa evitación, un mecanismo adecuado de supervivencia; pero puede acarrear negativas consecuencias cuando se recurre a él de manera rígida y excesiva.

Hay comportamientos de evitación que funcionan muy bien a corto plazo, como el beber, fumar o usar drogas; un comportamiento que conlleva el peligro de la adicción. Por otro lado, el intentar evitar una situación o una emoción incómoda y molesta, puede llevarnos a renunciar a muchos comportamientos y a momentos útiles, felices o, incluso, importantes.

Otro efecto colateral de la evitación es que puede interferir en lo que realmente nos importa, en lo que podría contribuir a una vida rica a largo plazo. Es más: tratar de reprimir las emociones puede traer consecuencias a nivel interpersonal, rehuyendo diálogos complejos o desagradables que solo ocultan la existencia de un problema real. A lo que se añade que la evitación puede embotar nuestra sensibilidad frente a sentimientos y emociones agradables, como la alegría, el amor o la belleza. Y no cabe duda de que puede llevarnos al uso de medicamentos destinados a ayudarnos a amortiguar el efecto de esas emociones que rechazamos.

Como bien explica el autor, “la evitación de nuestras emociones, en lugar de hacer que vivamos mejor nuestra vida, reduce nuestras posibilidades, nuestras elecciones y nuestra calidad de vida. Pasamos a convertirnos en prisioneros de nuestras estrategias de control.” Y concluye acertadamente: “vivir es en ocasiones desagradable, pero no podemos evitar el malestar interior sin, en alguna parte, evitar vivir. […] Aprendamos entonces a no transformar nuestros dolores en sufrimientos.”

Todo lo puedo

Otra de las trampas de la felicidad es El mito del pensamiento positivo. Se trata de una corriente actual que propugna cambiar los pensamientos con carga negativa por otros positivos, mediante la reiteración de su enunciado, para tratar de convencernos de su realidad. “De creer a algunos gurús del pensamiento positivo, nuestra vida sería el simple reflejo de nuestros pensamientos: al controlarlos podríamos tener todo lo que deseásemos”, arguye el autor.

Los defensores del pensamiento positivo convienen en considerar que nuestras desgracias y dificultades provienen del hecho de que pensamos negativamente, por lo que la solución consistiría en controlar los pensamientos negativos, suprimirlos y solo tener pensamientos positivos, con la idea de dirigir nuestra vida hacia el éxito y la felicidad. Pero esto nos conduce a aceptar el mito del control que nos hace creer en la posibilidad, siempre buscada ciertamente, de dominar el entorno para evitar al máximo lo imprevisto y los riesgos; y, según estudios que aporta el autor, la tentativa de suprimir un pensamiento conduce a una subsecuente intensificación de él, a un efecto rebote. Parece evidente que el hecho de repetir a voluntad una frase con la idea de que condicionará nuestro inconsciente, modificándose así nuestro estado y nuestra vida, no constituye una verdad incontestable.

Pero es que, además, el fracaso de la aplicación de esta técnica puede llevar a un sentimiento de culpabilidad, al hacer recaer toda la responsabilidad de una situación sobre el individuo, en lugar de en factores sociales determinantes y en el contexto; sin caer en la cuenta de que conceder a los pensamientos un protagonismo central en nuestra vida y al presuponer que determinan directamente nuestros comportamientos, nos lleva a tomar esos pensamientos por hechos, convirtiéndonos en sus esclavos.

Ahora bien, el autor distingue claramente entre pensamiento positivo y psicología positiva; el primero es una corriente que postula un efecto mágico de los pensamientos en nuestra vida, mientras que la segunda, la psicología positiva, es una disciplina científica que estudia los medios de mejorar de manera realista el bienestar individual y colectivo, concentrando nuestra atención en los recursos, en lugar de en las dificultades. Lo que no implica, ciertamente, que Kotsou niegue que los pensamientos tengan influencia sobre nuestras vidas.

La autoestima

Otra trampa que pretende desactivar Ilios Kotsou: Los espejismos de la búsqueda de la autoestima, considerada como la opinión, positiva o negativa, que se tiene de uno mismo. Algo que, siendo natural en nosotros, algunas corrientes parecen sobrevalorar los beneficios que proporciona. Y lo hacen al considerar como base fundamental para el éxito en cualquiera de los campos de la vida de las personas el tener una autoestima alta. El autor trata de demostrar, basándose en diversos estudios académicos, que la autoestima alta es más bien el fruto del éxito, no la fuente de la que emana aquel.

Tampoco parece quedar demostrado que la debilidad de una autoestima sea el origen de una actitud de agresión personal, al intentar compensar aquella debilidad; es justamente el narcisismo el que provoca niveles de agresividad elevados. Aunque el autor deja claro que, lógicamente, la autoestima no es un tema fuera de lugar o algo superfluo y no necesario; lo que reclama es su justa medida.

Por otro lado, se puede apreciar cómo una búsqueda enardecida de la autoestima pasa a convertirse en el motor de nuestras acciones, lanzándonos a una carrera en un afán que dirige nuestras vidas. Es cierto que tal búsqueda puede proporcionar beneficios emocionales a corto plazo, pero también es cierto que, a largo plazo, no influye positivamente en los factores determinantes de nuestro bienestar que representan los lazos sociales, el aprendizaje o la autonomía. Y ello es así porque, en el fondo, esa búsqueda está motivada por factores externos, en lugar de por una motivación interior.

Cabe aquí hablar también del perfeccionismo, un comportamiento asociado a la autoestima, por el que, para tener valor, queremos corresponder absolutamente a un estándar que no alcanzamos jamás; lo que deviene, naturalmente, en una eterna insatisfacción y una mayor exigencia hacia nosotros mismos y hacia los demás. Además, se corre el peligro de, ante tanto fracaso en alcanzar ese ideal, pensar en abandonar nuestros objetivos para no salir nuevamente heridos.

Por otro lado, la búsqueda exacerbada de la autoestima interfiere también en la calidad de nuestras relaciones sociales, pues nos centramos obligatoriamente y en primer lugar en nosotros mismos, en detrimento de los sentimientos y necesidades de los demás. Como también la sociedad concede mucha importancia a valores extrínsecos como la apariencia, el poder o el estatus social, esa búsqueda de la autoestima nos hace aún más frágiles y fáciles de manipular, llevándonos, acuciados por esa búsqueda, a situaciones de ansiedad y de estrés importantes cada vez que no nos sentimos a la altura, alejándonos de lo que entendemos por felicidad.

Y concluye el autor: “Cuando la autoestima se convierte en nuestro objetivo esencial, nos obsesionamos en alcanzar esa meta a expensas de lo que realmente requiere la situación. A partir de ese momento y aunque esté basada en valores muy hermosos, la búsqueda de la autoestima corre el riesgo de volverse contra nosotros”.

Mirarse el ombligo

Un último espejismo de felicidad, que termina en inevitable fracaso, es el que aborda el autor para finalizar la primera parte de la obra: el ombliguismo, El punto muerto del ombliguismo.

Se trata de una tendencia que solemos tener en mayor o menor grado y que hace referencia al sentimiento rígido y reductor según el cual el mundo gira solo alrededor de nosotros. Y no únicamente se da cuando pensamos que todos nos deben reverencia y atención por ser los mejores; igualmente ocurre cuando resaltamos nuestros propios defectos o dificultades, pretendiendo ser el centro de todo el interés.

Piensa Ilios Kotsou que, en gran medida, esto se debe a que hemos creado una generación en la que hemos incrementado su personalidad hinchada, haciéndola sentir desproporcionadamente su valor personal. Esto se percibe claramente en las redes y en los medios de comunicación social, donde todos cuidan su imagen digital e intentan mostrarse de la mejor manera posible.

No cabe duda de que este afán autocentralizador lleva a intensificar aquellos aspectos que nos hacen diferentes de los otros: “el obliguismo conduce a sus víctimas a percibir su entorno y a los demás en función de lo que les separa y diferencia”. Indudablemente, ello conduce a que estas personalidades narcisistas sean más propicias a hacer trampas por su necesidad de ser admiradas y de mostrar su superioridad a los demás; y, al propio tiempo, son más propensas a presentar elevados niveles de la hormona del estrés, el cortisol.

Una persona de estas características se forja una imagen de sí misma a la que se aferra de manera irrenunciable, llevándola a encorsetarse en ella evitando cualquier contradicción con esa concepción; crea una narración de su imagen que le sirve para justificar sus pensamientos y comportamientos, que continuamente la confirman y refuerzan, independientemente de las informaciones objetivas del entorno. Si en algún momento, su actuar difiere de tal imagen, crea perturbaciones en las referencias tranquilizadoras de las personas que la rodean, de ahí, su resistencia al cambio. Y, por supuesto, una persona así se hace muy reactiva hacia todo aquello que presiente como una amenaza a su imagen.

Concluye el autor: “El ombliguismo nos paraliza, circunscribe nuestra identidad a algunas descripciones limitadas de nosotros mismos, nos encierra, nos separa de aprendizajes que podríamos vivir y nos priva de experiencias que entrarían en contradicción con dicha conceptualización”.

Caminando hacia la lucidez

Ya en la segunda parte de su libro, Ilios Kotsou nos acerca a Los caminos de la lucidez. Y es la primera de estas vías La tolerancia, que, en este caso, se refiere a la alternativa a los comportamientos de evitación descritos en la primera parte; se trata de la capacidad de soportar y aceptar lo que se desaprueba y se considera desagradable, referida únicamente a nuestros malestares interiores. En psicología recibe el nombre de aceptación y se la define como el consentimiento a permanecer en contacto con las propias experiencias interiores desagradables. No se trata de buscar, apreciar o cultivar tales emociones desagradables, sino, simplemente, dejarlas existir, no malgastar tanta energía en combatirlas, huyendo de ellas o reprimiéndolas. Tarea nada sencilla para la que el autor ofrece algunas guías.

Hay que tener en cuenta que no se cuestiona la evitación en sí misma, sino solo la evitación compulsiva de nuestros malestares interiores. Para lo que es necesario aprender a reconocer y observar esas emociones desagradables, identificar los propios estados de ánimo; algo que es difícil de llevar a cabo cuando se está prisionero de los mecanismos de evitación.

Tolerar significa también soportar lo que se desaprueba, lo que nos da miedo; se trata, en definitiva, de hacerse amigo de nuestras emociones, afrontar las situaciones que intentamos evitar. Aceptar nuestras emociones y sensaciones incómodas nos permite no reaccionar únicamente en función de ellas, sino también poder actuar con más libertad, sin que nuestra actitud sea determinada por ellas.

Como ventaja adicional, la tolerancia hacia nuestras propias experiencias nos permite abrirnos más a las personas a las que amamos; algo que, evidentemente, nos hace más vulnerables, pues estar abierto es exponerse a ser alcanzado, pero no significa una mayor fragilidad; esto nos enriquece la vida, haciéndola más auténtica.

Emprendido el camino hacia esta tolerancia, el final de trayecto no es inmediato. Lo que cuenta es entrenarse en identificar y renunciar a las estrategias de evitación frente a toda vivencia desagradable: tolerar es dejar existir.

Cierra este bloque un texto de Rainer María Rilke, que el autor cita por lo acertado de su expresión: “No debe, pues, azorarse cuando una tristeza se alce ante usted, tan grande como nunca la había visto antes. Ni cuando alguna inquietud pase cual reflejo de luz, o como sombra de nubes sobre sus manos y sobre todo su proceder. Ha de pensar más bien que algo acontece en usted. Que la vida no le ha olvidado. Que ella le tiene entre sus manos y no le dejará caer. ¿Por qué quiere excluir de su vida toda inquietud, toda pena, toda tristeza ignorando, como lo ignora, cuánto laboran en usted tales estados de ánimo?”

Lejos de apego

La siguiente propuesta que nos ofrece este libro en su intento de desmontar esas falsas creencias sobre la felicidad es la de El desapego, un desapego referido a nuestros pensamientos. Ya ha afirmado su autor que no niega la influencia de los pensamientos en nuestra vida; lo que propone es que cambiemos su naturaleza, liberarnos de las restricciones que nos imponen.

Partiendo de la base de que pensamos continuamente, el primer paso para liberarnos de su tiranía es comprender su naturaleza: nos ayudan, como útiles mapas, para comprender y desplazarnos por el mundo, pero no son el mundo. Bajo su dominio, corremos el riesgo de perder el contacto con la realidad sensible de la que nos informan nuestros sentidos. De ahí la necesidad de diferenciar entre el mundo real y el de nuestros pensamientos, haciéndonos conscientes del propio proceso del pensar. Nos propone que, en lugar de establecer una relación conflictiva con ellos, cultivemos una curiosidad benevolente hacia ellos; si los consideramos como simples pensamientos, nos hallamos en el camino hacia la libertad, arrancándonos de su servidumbre. No hemos de creer, por tanto, todo lo que nos cuenta la cabeza, algo nada sencillo para lo que se precisa de un entrenamiento. En palabras del autor, “practicar la observación de nuestros pensamientos también pondrá en marcha un cambio en nuestra relación con ellos, pasaremos de una esclavitud inconsciente a una relación más libre”. Eso sí: nos advierte de que ese distanciamiento no debe aplicarse en todos los sitios y en todas las circunstancias; por ejemplo, si nos despertamos con un pensamiento de que la vida es bella, no hay por qué obligarse a distanciarse de él.

Dulzura

La dulzura para con uno mismo constituye la siguiente propuesta en la búsqueda de la autenticidad de nuestras aspiraciones y va dirigida, especialmente, para combatir la excesiva autoestima que tantas consecuencias negativas arrastra, según se vio en capítulos anteriores.

Nos dice Kotsou que la mayoría de nosotros nos miramos con dureza, como consecuencia de una doble lógica de control y culpabilidad; en un contexto de permanente comparación social y de competitividad, nos cuesta aceptar que somos seres humanos, por naturaleza frágiles e imperfectos; de ahí que intentemos ignorar o enmascarar nuestras vulnerabilidades. Y lo que nos propone el autor es el descubrimiento de una relación que no implica evaluación ninguna, lo que nos permite escapar de la trampa de la búsqueda exacerbada de la autoestima. Si importante es ser empático y tolerante con los demás, no ha de serlo menos el actuar así con uno mismo.

¿De dónde nos viene esta dureza para con nosotros mismos? El autor apunta algunas sugerencias: la cultura de la competición (sin ir más lejos, es la que nuestra Lomce plantea), el narcisismo, la educación y los mensajes parentales críticos y, en definitiva, la cultura occidental en la que no está bien considerado el tratarse a sí mismo con dulzura. Y no se tiene en cuenta que esta dulzura alienta también el vínculo social y el sentimiento de pertenencia a una comunidad humana, permitiendo gestionar los conflictos y favoreciendo la apertura, el afecto y la tolerancia, no solo con la pareja, sino con el otro en general.

Esta actitud de autotolerancia nos lleva a comprender que el fracaso forma parte de la experiencia humana, comprensión que contribuye a calmar los sentimientos de derrota ante ellos y a evitar el aislamiento al que aquella induce. Evidentemente, esto no significa que hayamos de ser complacientes con nuestros defectos y errores y que podamos renunciar a cambiar y mejorar, muy al contrario nos debe incitar a corregirnos y a dar lo mejor de nosotros mismos.

Tal actitud de dulzura para con uno mismo no es innata; necesita aprendizaje para su desarrollo y a tal finalidad se han elaborado técnicas que colaboren en el aprendizaje. Y concluye el autor: “una persona con un elevado nivel de compasión hacia ella misma estará mucho menos a la defensiva: admitirá con más facilidad sus errores, se perdonará, pero también será más realista e intentará hacerlo mejor cuando la ocasión vuelva a presentarse”.

Nos liberamos

En el último capítulo de la obra, el autor nos revela algo más sobre el ombliguismo que vimos más arriba y la manera de comprenderlo para superarlo. Se trata de La liberación de uno mismo.

Ya se dijo que el ombliguismo reduce nuestra flexibilidad y limita nuestras elecciones, nos encierra en un marco referencial predefinido y nos hace correr el riesgo de perder de vista nuestros vínculos con los demás y con el mundo. “Prisioneros del ombliguismo, demasiado cargados con el equipaje de nuestra historia, acabamos por llevar maletas muy pesadas que nos impiden buscar y construir nuestro camino con total libertad”, nos dice Kotsou.

Con el ombliguismo, sobrevaloramos nuestra capacidad de libre albedrío y nuestro grado de autonomía, olvidando que todos nuestros comportamientos están influidos por numerosos elementos, tanto internos como externos; y nos hace olvidar que todos somos susceptibles de comportamientos censurables. De ahí que tomar conciencia de ello nos haga más libres y nos convierta en mejores ciudadanos.

¿Somos nuestra historia?, se pregunta el autor y recomienda distinguir entre lo que son nuestros pensamientos y lo que en realidad somos, nuestra imagen y nuestra realidad. No por tener un pasado doloroso hemos de creer que somos una mala persona, que no merecemos ser amados o todo lo contrario, imaginarnos una imagen muy positiva de nosotros basándonos en una historia más positiva. Porque estar menos enganchados al ombliguismo nos permite abordar las situaciones de la vida con más sabiduría. Y ¿qué entiende por sabiduría? Pues una cualidad definida por tres componentes: 1) la capacidad de reconocer que nuestro propio saber es limitado; 2) la conciencia de que el mundo cambia continuamente; y 3), dirigir nuestro interés hacia el bien común en lugar de a nuestros intereses particulares.

Una vez que tomamos menos en serio nuestras historias y nos despeguemos de las etiquetas con que nos vestimos, estamos en condiciones de extraer una perspectiva más fluida de nuestra propia experiencia. Para ello debemos aprender a observar nuestros pensamientos (juicios y justificaciones), nuestras emociones y sensaciones tal y como se presenten, en el momento en que surjan y a verlas evolucionar momento a momento; es la perspectiva del denominado “yo observador”. Como concluye el autor, citando a Einstein, “nuestra tarea debe ser liberarnos de esta prisión ampliando nuestro círculo de compasión para abrazar a todas las criaturas vivas y a la naturaleza entera en su belleza”.

El libro finaliza con un capítulo de Conclusión: la lucidez, al que sigue una nota del autor y un epílogo firmado por Matthieu Ricard. En la primera nos invita a dejar de cavilar sobre lo que debería ser distinto y a aceptar la realidad del momento. La lucidez es la capacidad de desilusionarnos y de percibir la realidad como es y no como nos gustaría que fuese; de comprender que la vida comportará momentos de malestar. Y tener en cuenta que lucidez no es sinónimo de apatía o resignación, sino que es una actitud que nos conduce a no tratar de controlar lo que a fin de cuentas no controlamos.

En nuestras relaciones, la lucidez nos hace constatar la otredad, el hecho de que todos funcionamos de manera diferente; también la impermanencia, que en nuestras vidas todo cambia continuamente; y que es imposible cambiar al otro cuando y como desearíamos. La lucidez nos orienta a vivir los valores que son importantes para nosotros, en lugar de pretender que el mundo, los demás, se ajusten a ellos. La lucidez nos hace percibir el éxito como un regalo y no como un deber; es clave para comprender que el resultado de nuestras acciones no depende únicamente de nosotros. Y nos abre a la gratitud, esa emoción que facilita el saborear más plenamente nuestras experiencias vitales favorables.

En este párrafo, extenso, Ilios Kotsou nos resume el contenido de su libro: “Todas las soluciones que se repasan en la primera parte de esta obra comparten la característica de no ser más que ilusiones, se trate de la obsesión por la felicidad placentera, de una vida sin malestar o de control de nuestros pensamientos, o de que nos olvidemos de nosotros mismos en la búsqueda de autoestima o en un ombliguismo reductor. Las alternativas elegidas tienen en común la desilusión, una consciencia ampliada, que participa de una dichosa lucidez: tolerar nuestros estados de ánimo, incluso cuando son incómodos; no tomarnos los pensamientos demasiado en serio; aceptar nuestra fragilidad con dulzura y ampliar nuestra concepción de nosotros mismos. Nuestra existencia pasa a ser contemplada sobre todo más como una experiencia que vivir y no como un problema que hay que resolver. Ello nos da la posibilidad de actuar y de vivir para amar mejor”.

Tras el Epílogo de Ricard, unas páginas nos ofrecen la bibliografía seleccionada.

Concluyendo

Nos encontramos ante una obra sugerente y sugestiva. Redactada en un estilo muy ameno, aderezado con ejemplos prácticos y las conclusiones de diversos estudios científicos, aportados como argumento en apoyo de sus postulados, puede parecer un libro más de autoayuda; pero no van por esa senda las intenciones de Ilios Kotsou. No nos ofrece unas recetas mágicas encaminadas a un logro inmediato. Lo que nos brinda es una serie de reflexiones muy acertadas sobre nuestra realidad que, como consecuencia, nos permitirán blindarnos ante los cantos de sirena que invitan a una felicidad que ni siquiera sabemos definir bien y que, más que una meta, es un camino, una manera de caminar. Que puede ser incómodo para quienes abogan por una teorías bien definidas en este ensayo como provocadoras de débiles ideas sobre la felicidad y la manera de lograrla, no es algo inevitable. Pero ahí están los planteamientos de Kotsou, respaldados por sus argumentos bien cimentados. Ahora corresponde al lector emitir su juicio.

Índice

Prefacio de Christophe André 
Introducción
1. La trampa de la idealización
  
Parte I: Las trampas de la felicidad
2. Los peligros de la lucha contra el malestar
3. El mito del pensamiento positivo
4. Los espejismos de la búsqueda de autoestima
5. El punto muerto del ombliguismo

Parte II. Los caminos de la lucidez
6. La tolerancia
7. El desapego
8. La dulzura para con uno mismo
9. La liberación de uno mismo
  
Conclusión: La lucidez 
Nota del autor 
Epílogo de Matthieu Ricard 
Bibliografía 
  




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01/04/2017 Comentarios

Reseñas

Inclinar la balanza. Un científico ante Dios Leandro Sequeiros , 31/03/2017
Inclinar la balanza. Un científico ante Dios

Ficha Técnica
 
Título: Inclinar la balanza. Un científico ante Dios
Autor: Jorge Felip Fernández
Edita: Atrio Llibres. Valencia
Materia: Espiritualidad y religión
Encuadernación: Rústica con solapas
Número de páginas: 512
ISBN: 978-84-941429-5-6
PVP:  20 €
 
 
Nos encontramos aquí con un libro honesto y sorprendente. Con un trasfondo autobiográfico. Jorge Felip Fernández, biólogo y profesor de universidad y de secundaria, nos narra su personal y particular búsqueda de sentido religioso para su vida. Se confiesa como cristiano y católico, aunque escribe el libro para intentar aclarar sus ideas para cuando se le oscurezca la fe. Por eso conviene leerlo con ojos críticos y comprensivos. No es fácil intentar clarificar por qué uno cree y qué opciones más racionales (hacia dónde se inclina el fiel de la balanza) entre posturas antagónicas.
 
Producto de un trabajo colectivo, estas páginas son el fruto de años de reflexión y de búsqueda de un lenguaje que permita dotar de racionalidad a las propias creencias. Ante tal desbordamiento de sinceridad solo cabe el silencio y el respeto.
 
Un biólogo en búsqueda de sentido
         
La extensa y multicolor bibliografía que se contiene al final del libro, revela que estamos ante una persona que no solo piensa, sino que intenta buscar respuestas en lo que otros han estudiado a fondo.
 
¿Qué es lo que pretende el autor? Según lo que el mismo dice en el prólogo: “Esta obra la he escrito con la intención de obligarme a aclarar mis ideas religiosas, que desde hace años me preocupan e implican. Estas ideas son fruto de más de 30 años de reflexión y estudio de una abundante bibliografía, de la que he hecho una reseña de las más significativas para mí, al final de la obra. La reflexión ha ido cuajando poco a poco las ideas, cambiando, corrigiendo, eliminando, etc., hasta asumirlas como propias. Por ello en el texto no hay ninguna cita ni referencia de los autores de los que las he tomado, las cuales en su mayoría las he modificado”.
 
Y prosigue: “El objetivo que persigo consiste en tener mis ideas religiosas ordenadas y a punto para ser consultadas cuando me falte la memoria y vuelvan a causarme dolor antiguos problemas de fe. Seguramente en adelante nuevos problemas y nuevas dudas aparecerán con el tiempo a las que tendré que hacer frente, pero al menos no serán las mismas. Sin embargo, alguno de los problemas que pienso que está resuelto aquí, no sea solución definitiva y tenga nuevamente que revisarlo o volver a aclararlo. Espero que a alguien que tenga problemas similares, le sirva de ayuda para tomar sus propias decisiones”.
 
El prólogo del autor
 
Es particularmente significativo el prólogo del autor, Jorge Felip, del que seleccionamos algunos párrafos: “Durante años me sentí cómodo y seguro con las explicaciones de la Ciencia sobre el mundo, el hombre y las sociedades humanas, en las que la idea de Dios no intervenía ni era necesario. Con el tiempo me di cuenta de que el cientificismo era también una creencia, del mismo orden que la propuesta de Dios. No existen seguridades ni Verdades Absolutas que nos disculpen de la libertad de decidir. Tampoco la opción por el nihilismo o el agnosticismo, me resultaron asumibles, porque en realidad se traduce en vivir una vida como si Dios no existiese y sin explicaciones. Sin duda, este modo de vivir también es una opción sostenida por una creencia, que para mí no es la mejor alternativa aunque sea hoy elegida por una mayoría. Si no podemos eludir la creencia pues pongamos el coraje de decidir su contenido y el esfuerzo por justificarla de modo razonable”.
 
A lo largo de esta reflexión en voz alta y clara y puesta por escrito con vigor y corazón, Jorge Felip va desgranando los resultados, siempre parciales y perfectibles, de sus convicciones, hacia dónde se inclina el fiel de la balanza de su racionalidad.
 
Prosigue: “Al observar nuestro entorno natural y humano tengo la impresión de que para su existencia y sostenibilidad, su origen y evolución, debe intervenir una Fuerza y Sabiduría de orden superior que el simple azar y necesidad para dar cuenta de este maravilloso y casi imposible Universo. Esta impresión no apunta a un mayor conocimiento del entorno que la Ciencia no sepa, pues ninguna creencia puede aportar nada al conocimiento positivo, ni tampoco que esa Fuerza derive de una necesidad lógica o metafísica, sino que se propone como posibilidad. En nada altera la constitución de la Naturaleza ni del hombre más allá de lo que la Ciencia describe, ni sostiene una suprarrealidad sobrenatural llena de espíritus, fantasmas o duendes, sucesos milagrosos o acciones mágicas. Para nada obliga a dotar a las cosas de energías espirituales, a los seres vivos de fuerza vital, ni tampoco al hombre de alma inmortal, pues de todo ello no se puede probar su existencia porque esas sustancias sutiles no pueden mostrarse”.
 
Con el mismo Jorge he debatido si el camino de sus convicciones sigue la misma ruta de otro buscador, Antony Flew. Pero el hilo de sus reflexiones va en otra dirección: “La creencia nos impone una alternativa ¿existe o no existe Dios? La respuesta más razonable es simple, no lo sé y además no puedo saberlo; pero el simple vivir nos obliga a decidir, porque no podemos situarnos en medio, pues en verdad se vive como si Dios no existiese o lo contrario. Sin Dios la vida humana es fugaz, insignificante, limitada, el tiempo se escapa en un presente efímero, cerrando el futuro a toda esperanza, no sólo para el individuo sino para toda la humanidad. Con Dios la vida se llena de valor trascendente, se carga de sentido y finalidad, abriendo el futuro hacia lo eterno. En absoluto puedo probar la existencia de Dios, pero tampoco nadie puede demostrar su imposibilidad, y por eso la elijo como alternativa porque creo que es la mejor”.
 
¿Cómo se ha escrito este libro?
 
En el prólogo del editor del libro, Antonio Duato (director de Atrio), narra la historia de la construcción de este ensayo que es fruto de un largo proceso. “Jorge Felip empezó en 2009 a comentar sus reflexiones en las páginas de ATRIO . Con preferencia por temas de pensamiento y con mente bien estructurada de científico y cristiano adulto. En octubre de 2015 presentó un manuscrito elaborado a lo largo de muchos años, no con el objetivo de publicarlo sino para sí mismo. Nos pareció que era un texto que contenía mucha información y reflexión y que se prestaba a convertirlo en la base de un curso-taller de los que ofrece ATRIO.
 
Tras un mes de colaboración transoceánica entre Jorge Felip y Oscar Varela, el primero de diciembre de 2015 se presentaba en ATRIO en formato curso-taller con la denominación “Inclinar la balanza… ciencia y fe”.. Los materiales de dicho curso interactivo son accesibles en dicho portal. Al texto definitivo fueron adjuntados resúmenes de los comentarios que sobre sus reflexiones publicadas ha recibido el autor.
 
 
Índice
 
 Prólogo 
 Primera Parte: Ciencia y religión
 
1. El Hombre
2.  Pensar lo absoluto. Propuestas de contenido de lo Absoluto
3.  ¿Existe Dios?
4.  La respuesta de Dios
5.  El problema del mal
          -   Primera parte: desde la filosofía y la tradición
          - Segunda parte: desde la experiencia humana
 
6.  Un Dios personal 
7. La fe
8. Una fábula escatológica
 
Segunda Parte: Qué dios, qué religión
1. El Islam.
2. El Judaísmo
3. Jesús de Nazaret
5. La Iglesia
6. La ética del amor
Epílogo
Conclusión
Agradecimientos
Bibliografía 
 
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31/03/2017 Comentarios

Reseñas

La dama del Nilo Redacción T21 , 16/03/2017

La historia de Hatshepsut, reina de reinas


La dama del Nilo

Ficha Técnica
 
Título: La dama del Nilo
Autora: Pauline Gedge
Edita: Pàmies. Madrid, febrero de 2017
Colección: Histórica
Encuadernación: Rústica con solapa
Número de páginas: 448
ISBN: 978-84-16331-23-0
PVP: 19,95€

 
«Así pues, yo, hija de Amón, he sido y seré siempre rey de Egipto. Y en los días venideros, los hombres lo sabrán y se maravillarán, como también yo lo he hecho al contemplar los monumentos y las formidables obras llevadas a cabo por mis antepasados. No estoy sola. Después de todo, viviré eternamente».
 
Así se expresaba la reina egipcia Hatshepsut, en la intimidad de sus aposentos, mientras hacía balance de todos los esfuerzos dedicados a su eterno y hermoso Egipto: “le he brindado mi divino ser; he transpirado y he pasado noches en vela para que mi pueblo pudiera dormir y estar a salvo. Ni siquiera los campesinos hablan en este momento de otra cosa que no sea la guerra. Guerra: no incursiones de saqueo ni escaramuzas de frontera, sino grandes batallas para la conquista de un imperio. Y yo debo quedarme cruzad de brazos, impotente. No hemos nacido para la guerra. Reímos, cantamos, hacemos el amor, construimos, comerciamos y trabajamos, pero la guerra es algo demasiado solemne para nosotros, y terminará por destruirnos”.
 
La dama del Nilo es una novela de Pauline Gedge en la que la autora nos relata la azarosa vida de la primera reina de reinas del antiguo Egipto.

Mil seiscientos años antes que Cleopatra, reinó en Egipto Hatshepsut, una mujer extraordinaria no sólo por su inteligencia y su belleza, sino también por ser la primera mujer en la historia que gobernó con plenos derechos en un mundo dominado por los hombres.

Según la tradición secular, los faraones de Egipto sólo podían gobernar si se casaban con una mujer de sangre real que, mediante el matrimonio, otorgaba al hombre la condición de soberano. Tan arraigada costumbre iba a romperse por primera vez hace treinta y cinco siglos, cuando el faraón reinante dictaminó que su hija Hatshepsut, de quince años, fuera consagrada primera emperatriz de la historia de Egipto.

Hábil en la administración, audaz en la guerra y, sobre todo, entregada a su tierra y a su pueblo, la dama del Nilo supo defenderse de los celos y la insidia de sus enemigos y mantener el poder del imperio en el apogeo de su gloria.


Datos de la autora
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16/03/2017 Comentarios

Reseñas

La exploración de la conciencia Redacción T21 , 02/03/2017

En Oriente y Occidente


La exploración de la conciencia

Ficha Técnica
 
Título: La exploración de la conciencia
Autora: María Teresa Román
Edita: Editorial Kairós . Barcelona, febrero de, 2017
Colección: Sabiduría perenne
Materia: Filosofía
Encuadernación: Rústica con solapas
Número de páginas: 456
ISBN: 978-84-9988-546-9
PVP: 18,00€
 

La exploración de la conciencia de María Teresa Román, nos invita a ir más allá de nuestros esquemas convencionales y nos sumerge en campos tan apasionantes como la conciencia chamánica, el universo de los sueños, la meditación, la propia textura de la realidad… tal y como han sido explorados y desarrollados por las tradiciones de sabiduría de Oriente, pero también por el chamanismo o la ciencia moderna.
 
El principal objetivo de este libro, apunta la autora en la Introducción, es poner en marcha una maquinaria narrativa dentro del marco de un lenguaje lo más abierto posible con el fin de reunir las piezas necesaria para obtener una idea, siquiera vaga, de ciertas formas especiales de imaginar, sentir y percibir el mundo y que tienen su cuartel general en la actividad profunda, oculta, misteriosa, esquiva, maravillosa, aventurera y mágica de la “Conciencia”.
 
Y más adelante añade, esta obra está dirigida a despejar el camino para que los lectores puedan formularse preguntas que suelen transitar por las autopistas convencionales. En algunos casos puede que provoque algún que otro sofoco e incluso  la tentación de “matar al mensajero” a base de descalificaciones u olvido. Los advierto de que no son pocos los que avisan del peligro de una condenación apresurada de las ideas nuevas y fuera del discurso oficial.
Estoy convencida, dice, de que existen patrones insospechados a nuestro alrededor que podrían llegar a manifestarse si supiéramos qué, dónde y cómo mirar
 

Sumario

Agradecimiento
Prólogo. Manuel Almendro
Introducción
 
  1. ¿Qué es la realidad?
  2. El universo de los sueños
  3. Un campo de práctica, experiencia y estudio
  4. La conciencia chamánica
  5. ¿Un viaje de ida y vuelta?
  6. Miscelánea  de lo desconocido
  7. Una nueva visión del mundo 
  Notas

Datos de la autora
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02/03/2017 Comentarios

Reseñas

El ateísmo sagrado. Hacia una espiritualidad laica Juan Antonio Martínez de la Fe , 11/02/2017
El ateísmo sagrado. Hacia una espiritualidad laica
Ficha Técnica

Título: El ateísmo sagrado. Hacia una espiritualidad laica
Autor: Feliciano Mayorga
Edita: Editorial Kairós, Barcelona, 2017
Encuadernación: Tapa blanda con solapas
Número de páginas: 250
ISBN: 978-84-9988-543-8
Precio: 15 euros

En el ánimo de encontrar una vía que dé cobijo a las diferentes posturas situadas entre los extremos del materialismo acérrimo y la espiritualidad más desbocada, se puede insertar este interesante libro que señala una senda, razonablemente argumentada, para alcanzar tan difícil meta.

La propia Introducción del texto nos aporta los datos de su objetivo y de las personas a quienes va dirigido.

¿Cuál es el objetivo de las reflexiones que nos propone Feliciano Mayorga? Pues poner “el acento en la praxis existencial, en la convicción de que prácticas como la meditación, el respeto compasivo o los rituales aún conservan intacta su capacidad para ponernos en comunicación con lo divino, agudizan nuestro oído para aquello que, en el seno mismo del mundo, confiere valor y significado a la vida”.

En efecto, en un ambiente de declive de la religiosidad e, incluso, de la espiritualidad, como consecuencia de un cientificismo arrogante y exclusivista, ha de surgir el respeto por otras formas de conocimiento y de sabiduría no sujetas a sus reglas. El autor nos propone, pues, una nueva forma de vincularse a la trascendencia, de abrirse a lo Absolutamente Otro; eso sí, mediante la relativización y depuración de los elementos místicos y dogmáticos que contienen las diferentes religiones. Su propuesta es que se abre una opción de espiritualidad laica y universal.

¿Cómo conseguirlo? Parte del supuesto de que hay tres ámbitos bien diferenciados y que, sin embargo, se confunden y entremezclan: lo sagrado, lo divino y Dios. El espacio de lo divino cuenta con tres direcciones: una hacia dentro, o vía de la interiorización, de la que pone como ejemplo a la India; una segunda vía hacia fuera, o vía de la naturalización, cuyo ejemplo sería Grecia; y una tercera vía hacia arriba, la vía de la elevación, con Israel como modelo.

Más aún: ¿qué divinidad es la que radicalmente impugnan el racionalismo y el empirismo? Pues, justamente, aquella de las representaciones, necesariamente parciales, que los hombres hacemos de lo divino; una representación que se diversifica en una multitud de credos, iglesias y confesiones. A aquella creencia incuestionable en Dios, propia de la Edad Media, le ha seguido la realidad de un teísmo que no pasa de ser una opción, no precisamente destacada, entre otras muchas, como el propio ateísmo. Algo que no es negativo en sí mismo, pues permite “el paso de una relación ingenua e inmediata con las instancias que administraban lo divino (normalmente en su provecho), a otra más problemática y reflexiva”. La Modernidad liquidadora de todos los dispositivos de sentido ha dejado al individuo abandonado a su suerte, sin otra estrategia que la distracción compulsiva para superar el horror al vacío. Una situación que exige nuevas vías para que existir no sea un sinsentido.

Y ¿para quién escribe el autor sus reflexiones? Lo deja bien claro en la Introducción: “El presente libro está dirigido a todos aquellos que siguen formulándose, en circunstancias nuevas, las viejas preguntas sobre la condición humana y el sentido de la vida y, de manera especial, a quienes opinan que existe una alternativa entre el ateísmo materialista y la religión tradicional, entre la concepción científico-técnica del mundo y una visión mística preilustrada”.

Así las cosas, Mayorga divide su obra en cuatro partes: la primera, dedicada al ocaso de la religión; la segunda, a la primera dirección de las tres que surgen del encuentro con lo sagrado; las partes tercera y cuarta acogen, respectivamente a las direcciones segunda y tercera. Y termina con unas páginas en forma de poema sobre el dios muerto y un epílogo acerca de la vida religiosa.

Es curiosa, aunque muy didáctica, la manera en que el autor nos plantea sus reflexiones: en forma de diálogo, que bien podría pasar como una serie de entrevistas realizadas por periodistas especializados. Y para ese diálogo escoge a dos contertulios; por un lado, Glaucón, sofista del siglo IV, amable y condescendiente, cuyas objeciones y preguntas ayudan al maestro a aclarar su pensamiento; y, por otro, al también sofista Luciano de Samosata, crítico y mordaz, escéptico integral y feroz antidogmático. ¿Por qué esta elección? Porque a juicio de Mayorga representan los tipos básicos de lector, el empático y el inquisitivo.

Ocaso de la religión

Es Glaucón quien abre la primera parte del libro, dedicada a El ocaso de la religión. Preguntas y respuestas se suceden para irnos exponiendo el pensamiento del autor acerca del sentido de lo espiritual tras la muerte de Dios, el vacío, el problema del mal, la constitución del universo profano o el sentido de la vida.

De todo esto, lo más destacable es, sin duda, “la implantación de un credo materialista a escala global, que excluye como carente de fundamento cualquier forma de trascendencia o espiritualidad”. Su dogma fundamental es que el universo material es la única y última realidad, por lo que carece de creador y de propósito; que el único conocimiento válido es el de las ciencias empíricas; que las religiones son meras supersticiones; que los juicios de valor de cualquier tipo son subjetivos fruto de condicionamientos biológicos o culturales; que la libertad es una ilusión; y que lo mejor que podemos hacer en esta vida es gozarla y disminuir el dolor.

La religión ha pasado a ser algo personal, alejado del sentido de comunidad y de adhesión que se acostumbraba hasta hace pocos años.

Todo esto ha dado lugar al universo profano, que se manifiesta en distintos planos. En el económico, con la entronización del capitalismo como único modelo válido; en el político, con los representantes del pueblo, a través de los mecanismos del Estado, defendiendo los intereses de las élites económicas; en el cognitivo, con la hegemonía del positivismo científico; en el ético, con el utilitarismo; en el filosófico, con el ateísmo materialista; en el medioambiental, concibiendo la Tierra como un yacimiento de recursos y depósito de desperdicios; en el psicológico, entronizando al hedonismo como paradigma de la felicidad; y, por último, en el social, con el individualismo exacerbado.

En un paso más en el desarrollo de su propuesta, aborda el autor el tema del nihilismo, de la falta de sentido. Aquí intervienen sus dos interlocutores, Glaucón, con preguntas dirigidas a conocer, y Luciano de Samosata, con un estilo más agresivo y directo, como intentando hacer caer en contradicciones al entrevistado.

Parte de la afirmación de que no se puede abordar el problema del sentido sin conceder significación espiritual a nuestro tiempo; esa carencia de sentido, tan propugnada hoy en día, es el precio que ha tenido que pagar la modernidad. Nos mantenemos en nuestra frenética actividad, bien organizada, pero nos falta responder a la pregunta del para qué, una pregunta para la que la ciencia no tiene respuesta.

Mayorga aborda en estas páginas muchas de las cuestiones que forman parte de cualquier conversación que podemos escuchar. Por ejemplo, cuando se afirma que todos los sentimientos morales o religiosos se reducen a mera actividad biológica o neuronal; a esto responde el autor con una pregunta: ¿cómo se puede determinar cuáles de nuestros contenidos mentales son verdaderos y cuáles falsos?; haría falta, dice, un observador externo. Otro planteamiento habitual es el que, pasando de un reduccionismo biológico o neurológico a otro de carácter social, por el que el valor de, por ejemplo, un ideal se agota en la aprobación de una comunidad determinada, a lo que Mayorga contrapone varias razones.

Tras analizar algunas cuestiones del posmodernismo, Mayor nos expone aquellos criterios que debe reunir cualquier propuesta de sentido. Es el primero el de compatibilidad científica, es decir, que no esté en contradicción con los conocimientos científicos; le sigue el criterio de certeza, por el que se minimiza el número de supuestos no demostrables o que exijan fe para ser admitidos; criterio de trascendencia, por el que se facilita la apertura al misterio, a lo Absolutamente Otro; criterio de alegría, es decir, que incremente la vitalidad del sujeto, su capacidad para el gozo y la felicidad; criterio de accesibilidad, lo que quiere decir que aquello que designemos como sentido o fundamento ha de estar disponible en todo momento y circunstancia; criterio de solidez, que tenga suficiente solvencia moral y afectiva para afrontar las adversidades; criterio de dignidad, que garantiza la autonomía de la persona; criterio de no complicidad con el mal: no negar, absolver o justificar la crueldad o sufrimiento innecesario; criterio de afirmación, es decir, que no se sustente en el desprecio o resentimiento contra la vida; criterio de responsabilidad, no eludir nuestra responsabilidad en la mejora de la sociedad; y, por último, criterio de universalidad, que tiene en cuenta a todos los seres sintientes y sus vicisitudes.

En esta primera parte, en que describe el panorama que percibe, no podía faltar la cuestión que tanto ha atormentado y provocado planteamientos muy diferentes: el problema del mal y, en consecuencia, de la debilidad del bien. Muchos son los autores que lo han tratado en la búsqueda de una respuesta; citar, como ejemplos recientes, las tesis de Manuel Fraijó o las de Torres Queiruga. Mayorga parte de la base de que este problema es la piedra de escándalo sobre la que se erige cualquier sistema de creencias. Responde reflexivamente a las preguntas que le plantean Glaucón y Luciano de Samosata; y aporta una respuesta que desgrana a lo largo de una serie de páginas que merecen una lectura reposada y que podemos resumir en sus propias palabras: “no afirmo que existe un Dios providente, doy por zanjada su muerte. Lo que digo es que se da lo sagrado, que es una cosa bien distinta”.Y lo hace consciente de que el teísmo, que plantea la personalidad y trascendencia de lo absoluto; o el ateísmo materialista, que lo niega; o el panteísmo, que afirma su impersonalidad e inmanencia, se muestran incapaces de dar una respuesta adecuada a este eterno problema. ¿Debemos, pues, aceptar el mal tal y como es? Si lo hiciéramos, no podríamos soslayar la acusación de complicidad y colaboración con él. Desde luego, merecen una reposada lectura estos planteamientos que, aunque pueden no ser aceptados como apodícticos, sí suponen una postura razonable y bien estructurada.

Tema fundamental también hoy es el del sentimiento de vacío, sobre el que reflexiona el autor relacionándolo con el tema de lo sagrado, lo divino y Dios. Es este un bloque fundamental para entender el contenido de la obra. Hay una tendencia íntima hacia la trascendencia que es el símbolo de un vacío; un vacío que, como sucede con Heidegger, lleva a la angustia y la desesperación o, como ocurre con Kierkegaard o Agustín de Hipona, ofrece una senda, aunque sea muy estrecha, hacia la plenitud. Y se nos plantea una disyuntiva para la que carecemos de respuesta definitiva, aun gozando ambas posibilidades de suficiente racionalidad: “¿Es el deseo de plenitud un sueño del vacío, o es el vacío la nostalgia de una plenitud que de algún modo intuimos como cierta?”

Se analiza también cómo la pérdida de sentido de lo sagrado supone una disolución del mundo, exponiendo las distintas concepciones del espacio y el tiempo, adjetivados según por las que se decante el lector, como profano o religioso. Se ve obligado el autor a definir lo sagrado como lo absolutamente Otro, siguiendo la línea de Rudolf Otto. Eso sí, con la advertencia expresa de que “en ningún caso habría que confundir lo sagrado con lo divino, que es el ámbito en el que lo sagrado se manifiesta, ni con los dioses, que son la expresión antropomórfica, eterna y diversa en que se revela la divinidad”.

A pregunta de Glaucón, que solicita una clara explicación de la diferencia entre Dios, lo divino y lo sagrado, Mayorga recurre a una analogía geométrica, en la que el punto representaría lo sagrado, ya que, en su calidad de tal punto, carece de dimensiones, es indivisible, por lo que puede producir todas las líneas y volúmenes. Pues bien, la irradiación de ese punto en tres direcciones, equivalentes a nuestras tres dimensiones, crea el espacio sagrado, que equivale a lo divino; por último, las tradiciones espirituales habrían actuado como receptores que captan la irradiación sagrada y la proyectan en un imaginario que articula una visión de la divinidad, dando lugar al nacimiento de los dioses y de Dios.

Finalmente, se detiene en la explicación del ateísmo profano y del ateísmo sagrado, que da título al libro, ya que, partiendo del hecho de que la filosofía es atea, concluye que justamente lo sagrado adviene en el seno mismo del ateísmo: “mi convicción es que ello no tiene por qué cerrar un espacio a la religión cuando es entendida como reverencia ante el misterio del ser, que supera y excede toda comprensión por conceptos”.

Llega el final de esta primera parte abordando el encuentro con lo sagrado y la propuesta de las tres direcciones divinas, cada una de las cuales será tratada en siguientes divisiones de la obra. Lo sagrado se ha manifestado en tres ámbitos; en el primero, la naturaleza y su actividad son las que representan lo sagrado, hasta que el hombre se libera de ese dominio con su conciencia, hacia dentro, o hacia la historia, hacia fuera. La cita es larga, pero refleja la esencia de la propuesta de Mayorga: “tenemos tres direcciones que el hombre recorrió en la búsqueda de sentido, en su afán de superar el trauma de la emergencia animal: hacia dentro, hacia fuera y hacia arriba. Lo que significa una triple apertura: al mundo que está en torno a mí, al que está dentro de mí y al que está sobre mí. Tres lugares para encontrarse a sí mismo: la naturaleza, la conciencia y la historia. Cada uno de los cuales se corresponde con los tres movimientos esenciales de nuestro ser: extroversión, introversión y sublimación. Que apuntan a tres vértices sagrados: la Energía, el Vacío y el Bien. De los que se espera la salvación en forma de éxtasis, serenidad y entusiasmo. Y a los que se accede con tres prácticas sagradas: los rituales, la meditación y el respeto compasivo”.

Tras exponer cómo su planteamiento no está en contradicción con lo exigido por la modernidad, a la que, por otro lado, niega su pretensión de clausurar el presente, lo real, en el seno de la inmanencia, el autor nos ofrece un somero planteamiento de las tres direcciones que desarrolla en los capítulos siguientes de manera pormenorizada.

El mandamiento del amor

Y a la primera dirección, La divina bondad: el mandamiento del amor, dedica Mayorga la segunda parte de la obra, que nos presenta en cinco subapartados. En el primero de ellos, aborda el problema del fundamento de la ética, ofreciendo ejemplos de lo escrito sobre este particular por filósofos como Kierkegaard, Horkheimer o Kant. Intenta dar respuesta, su respuesta, a la posibilidad de fundamentar una moral universal, planteando la relación entre moral y religión. Un interesante apartado finamente urgido por los planteamientos que resume Luciano de Samosata, su interrogador perspicaz.

De aquí pasa a las implicaciones que conlleva entender la conexión entre religión y moralidad para la dignidad del ser humano. El valor de un ser humano es el título que ampara esta cuestión y que reviste especial relevancia en la actualidad, cuando la persona es discriminada por circunstancias personales, como nacionalidad, religión o ideología, prescindiendo de su realidad básica, el hecho de tratarse de un ser humano. Resume así Mayorga su propuesta: “Lo que afirmo es que el valor del ser humano, lo que entendemos por dignidad, de la que deriva su estatus inviolable a nivel ético y jurídico, no puede ser concebido si no existe en él algo tan digno de estima que hasta un Dios tuviera que respetarlo, en el hipotético caso de que existiera. Ese algo es su moralidad”.

Un nuevo apartado, Punto Omega y fin de la historia, podría inducirnos a pensar que la propuesta de Mayorga se desvía hacia los postulados de Teilhard de Chardin y su Punto Omega. Aquí, el autor mantiene su línea argumental sobre un principio moral de carácter universal. Un principio que se resumiría en preservar e incrementar el autogobierno de los individuos hasta donde ello sea posible y eliminar el sufrimiento innecesario, algo que deberían de defender todas las iglesias si quieren ser acreedoras del calificativo de santas; de no hacerlo, serían blasfemas. Es un principio que se encuentra en evidente contradicción con la actual globalización, que conduce a desigualdades de todo tipo en la sociedad y frente a la que es necesario mantener una actitud crítica. Se trata, como se ve, de un planteamiento utópico, pero para el autor es la meta a alcanzar. ¿Por qué? “Una sociedad así, basada en el universal reconocimiento de todos los agentes como libres e iguales, o si se quiere, una república global cosmopolita, representaría la consumación del espíritu en el tiempo, la divinización del hombre o humanización de Dios y, en consecuencia, el fin de la historia entendida como el proceso de búsqueda de un absoluto perdido y al fin reencontrado”.

Un paso más: con rotundidad, afirma Mayorga que la moralidad y su agente, la persona, son el fin final de la creación. Dedica, así, unas páginas para ofrecernos su respuesta, muy bien razonada y argumentada, a la cuestión del propósito de la vida humana en el cosmos. Para él, la emergencia de un sujeto capaz de determinarse por un principio que el Supremo legislador del mundo prescribiría necesariamente en el supuesto de que existiera, debe ser considerada como el fin final del universo y eso, pese a excluir el concepto de propósito. Un muy interesante apartado que requiere una pausada y reflexionada lectura, al que le sigue otro dedicado a las virtudes como figuras del amor.

La meditación

Nuestra lectura alcanza, así, la tercera parte de la obra, dedicada a la Segunda dirección. La divina conciencia: la meditación. Es decir, la vía hacia el interior, que ya nos anunciara el autor desde el comienzo del libro: la búsqueda de lo sagrado en el fondo de la psique, en el divino silencio.

En este bloque se aborda el tema de la meditación como sendero hacia el interior. Nos ofrece el autor algunas reflexiones sobre la dificultad que entraña el meditar, siendo la primera la incapacidad de detener el flujo de imágenes y pensamientos que fluye de manera continua e incontrolada por nuestro cerebro. Nos enfrentamos, así, a la cuestión del ego como sujeto y como sufrido paciente de todo ese devenir, y a la de la forma de concentrar nuestra atención, bien dentro de nosotros o bien sobre ese flujo de ideas y sentimientos que nos arrastra, situándonos entre el pasado, el presente y el futuro: la memoria y los recuerdos de lo que fue y la inquietud de lo que esperamos que vendrá, confluyendo ambos en el instantáneo presente. Llega, pues, a la conciencia, que no hay que confundir con el pensamiento, y la que se alcanza tras un constante y concienzudo entrenamiento en la meditación.

Ahora bien, hay que hablar de la conciencia no dual, del nirvana. ¿Qué es el nirvana? Así lo describe Mayorga: “Es un estado de suprema lucidez y ecuanimidad, que escapa al orden de las causas y los efectos, que trasciende el placer y el dolor, y se resiste a toda descripción por conceptos. Es designado como algo no compuesto, no creado ni producido. Es por ello inmortal y anatman, no yo, por lo que no puede identificarse con un Dios, tampoco con la aniquilación del yo o la nada, pues si el yo no existe no puede aniquilarse”. Es un producto de la meditación; en ella, en la meditación, la atención, la conciencia, se puede focalizar en lo real, en los fenómenos que aparecen en el espacio-tiempo; o se puede focalizar en la esencia, el cómo de las cosas; o, finalmente, se puede focalizar en el valor de los entes, en el esplendor del ser. Y la iluminación se alcanza en el instante en que nuestra atención logra captar en el aquí y ahora, mediante un acto indivisible, la totalidad de lo que hay, el conglomerado infinito de conciencia y presencia, significado y valor del que formamos parte, con el que somos uno. A partir de aquí, el autor aborda nuevamente el problema del mal desde el enfoque budista, al que dedica varias páginas, incluyendo algunos apartados a analizar la postura de Schopenhauer ante el dolor, comparándola con la del budismo.

Cierra Mayorga esta tercera parte de su estudio con una referencia, sumamente interesante, a la percepción adánica, entendiendo por tal lo que debió de sentir Adán al contemplar por vez primera su realidad y la de su entorno. Nos invita a perpetuar esa sensación, despojando a las cosas de la falsa familiaridad con la que las observamos, intentando entrar en contacto directo con ellas y no con la representación que nos hacemos de ellas. Esto entronca con el ansia del existir tras esta vida, que el autor invita a vivir el momento presente en toda su amplitud, no solo a lo largo de una existencia, sino a lo ancho de toda su magnificencia.

Los rituales

La cuarta parte de la obra se dedica a la Tercera dirección. La divina energía: los rituales. Tal energía es la que se denomina fisis, conocida con diferentes nombres en otras culturas; se trata de una fuerza de carácter fluido que engendra y anima la naturaleza y, aun siendo indefinible, sí puede, sin embargo, ser percibida. Así, el paso de una actitud egocéntrica a otra mística, que captaría la unidad de todas las cosas, se produce al entender que cuando pienso en el universo es el universo el que a través de mí se piensa a sí mismo. Se podría sostener, pues, que la propia biosfera estaría despertando a la conciencia a través de nuestro conocimiento, generando una nueva fase de la evolución, la que Teilhard de Chardin denomina noosfera. Tal fuerza evolutiva de la naturaleza, esa fisis, se puede percibir a partir de fenómenos fundamentales de la existencia, como la muerte o el amor. Y si logramos acumular suficiente energía existencial, seremos capaces de elevarnos a la energía espiritual. Para el autor, en esto consiste el propósito de la vida humana, en lo que llama tercera dirección: incrementar la cantidad, altura y riqueza de la energía que fluye en nosotros, haciendo cuanto esté en nuestra mano para vincularnos a todo aquello que conviene a nuestra naturaleza y aumenta su potencia; y, por otro lado, evitar aquellas relaciones que debilitan o disminuyen nuestra energía.

¿Cómo se nombra la fisis? Es lo que se aborda en el texto a través de los mitos como revelación de lo divino. Siguiendo a Walter Otto, Mayorga define al mito como el modo en que lo divino se ha revelado a las diferentes especies del género humano y ha dado forma a su existencia. La función del mito, pues, es fijar modelos de todas las actividades humanas significativas: sustento, sexualidad, autoridad, etc. Estas actividades aparecen simbólicamente representadas, por ejemplo, en las divinidades del mundo clásico; pero es a través de las figuras de la divinidad como hace su aparición, en el mito, el inconmensurable e inefable Ser del mundo. Aquí es preciso notar la diferencia entre lo sagrado y lo divino, es decir, lo radicalmente Otro de lo sagrado, y el mundo mismo como plenitud de formas divinas.

Es cierto que los dioses han desaparecido, ya no están. El autor nos invita a superar la fase infantil de una relación con la divinidad considerada exclusivamente como fuente de salud y protección; y que tiene que aceptar su responsabilidad para con lo sagrado; es decir: no se trata de proponer un método que encuentre una salida para el hombre vacío y desesperado, ávido de sentido; hay que tener muy presente que un Dios ya muerto solo tiene nuestros brazos, nuestros gestos, nuestras acciones para llegar a ser. “Sin nosotros -concluye- la belleza no podría ser cantada, ni la bondad realizada, ni la claridad percibida”.

Culmina esta cuarta parte de la obra con un capítulo dedicado al rito como juego sagrado. Es un apartado complejo, en el que se reclama volver a dotar de sentido a los ritos, actualmente vaciados de contenido. No solo los rituales tradicionales, sino con la posibilidad de escoger nuevas fórmulas que estén cargadas de simbolismo real; el propio Mayorga expone el ejemplo de un rito celebrado por él y su pareja, que describe como de muy potente, pero que a quienes estén alejados de sus propuestas dejaría cuando menos perplejos. Luego, partiendo de la base de que las celebraciones sagradas forman parte del juego, dedica una seria reflexión sobre esta actividad lúdica que pone en relación algo tan grave y solemne como los ritos y algo tan liviano aparentemente como el juego, llegando a describir hasta diez características de este al considerarlo como la matriz de los rituales. Y, relacionado con este juego, se da el arte, al que concibe como una manifestación de lo sagrado, algo concebido como manifestación de la energía primordial, el cosmos vivo, representado en la belleza. Y define como singular y propio del arte, desde el punto de vista del receptor, el maravillarse, realizando un intento de explicación, partiendo de este prisma, de la situación del arte actual.

Llegados a este punto, Glaucón pregunta al autor cómo se puede llevar a la práctica cotidiana esta tercera dirección. En primer lugar, responde Mayorga, tratando de realizar el máximo de actividades autotélicas, es decir, las efectuadas por su propio valor intrínseco y no como un medio para un fin distinto; en segundo lugar, incorporando una serie de rituales a la vida diaria, con el fin de celebrar las expresiones significativas de la energía sagrada: la noche y el día, las estaciones, …; y, en tercer lugar, desarrollando la capacidad de focalizar toda la atención en la energía que irradia cada ente del universo, captando en su irrepetible presencia la profundidad infinita del mundo.

Pregunta nuevamente Glaucón si hay relación entre las tres prácticas a las que se ha referido en la obra o si pueden ejercitarse de forma independiente. He aquí la respuesta del autor: “Formalmente son distintas, se han practicado de forma autónoma a lo largo de la historia y apelan a atributos diversos de la divinidad en los que se expresa el fondo sagrado del mundo. Pero el respeto compasivo, la meditación y los rituales conforman una unidad en cierto modo indisoluble y se potencian mutuamente cuando interactúan. Me atrevería a decir que el valor espiritual de una determinada religión puede medirse por la presencia en ella de estos tres tipos de prácticas”. Para Mayorga, un número reducido de estas tres prácticas ayuda al hombre del siglo XXI a seguir encontrado dirección y sentido a su existencia. “Siempre que renuncie a su condición de dueño y señor de lo real y se convierta en canal vivo de la Bondad, la Claridad y la Belleza eternas, que siguen manando, hoy como siempre, del fondo sagrado del mundo”.

A un dios muerto. Y un epílogo

Un profundo poema dedicado al Dios muerto cierra la intervención del autor en este muy interesante estudio, junto a un epílogo dedicado a la vida religiosa. En él, define a la religión como una acción total e ininterrumpida que nos vincula al misterio del ser; ¿cómo se realiza esta vinculación? Nos ofrece tres propuestas: 1. Actuar de un modo excelente, lo divino en la voluntad; 2. Mantener atención plena, lo divino en la atención; y 3. Vivir en armonía, lo divino en el corazón. Y concluye, tras una detallada explicación de cada una de tales propuestas: “Estas formas de temporalidad bien pueden considerarse igualmente formas de experimentar la eternidad en el instante. Pues de eso se trata, de entender cada instante como un momento propicio -kairós- donde lo sagrado espera nuestra colaboración para acontecer”.

Para concluir

Nos encontramos ante un libro que no es para leer de corrido. Merece una lectura serena, reposada y reflexiva. A lo que hay que añadir que libre de prejuicios, a fin de poder llegar lo más adentro posible de las propuestas de Feliciano Mayorga. Justamente por algo que le empujó a plantearlas, la forma en que el mundo actual alejado de la reflexión o muy encerrado en los límites del cientifismo, el lector medio puede encontrar cierta dificultad en aceptarlas, pese a lo magníficamente argumentadas que se presentan. Una mente abierta es la mejor disposición para acometer su lectura. Y sirvan como invitación estas líneas que, ciertamente, no abarcan el amplio panorama del libro, sino que se ofrecen como pistas y llamadas a adentrarse en sus páginas.

La obra no discurre por un discurso continuado, con una ilación ininterrumpida de la exposición. De manera muy didáctica, Mayorga optó por desentrañarla en forma de diálogo. Esta fórmula puede, en algún momento, dificultar el acceso a una concatenación lógica de la exposición, pero tiene la ventaja de una mayor simplificación, dando, a la vez, la oportunidad de plantear los razonamientos que objetan sus propuestas, tarea muy lograda, pues el autor recoge las principales argumentaciones que se le oponen, ofreciendo su respuesta cumplida satisfacción; y ello, basándose en citas y argumentos de autores destacados sobre todo en el campo de la filosofía.

En definitiva, se trata de un libro de muy recomendable lectura para quienes busquen encontrar una reflexión sobre el vacío interior que puedan sentir y la manera de entenderlo para intentar llenarlo.

Índice

Introducción

Parte I. El ocaso de la religión
1. Modernidad, muerte de dios, desencantamiento del mundo
2. Nihilismo y sentido
3. Existencia del mal, fragilidad del bien
4. La experiencia del vacío, lo sagrado, lo divino y dios
5. El encuentro con lo sagrado, las tres direcciones divinas

Parte II. Primera dirección. La divina bondad: el mandamiento del amor
6. Religión y moralidad
7. El valor de un ser humano
8. Punto omega y fin de la historia
9. El propósito de la vida humana en el cosmos
10. Las virtudes como figuras del amor

Parte III. Segunda dirección. La divina conciencia: la meditación
11. Liberar la atención
12. El nirvana, la conciencia no dual
13. El deseo y el sufrimiento
14. La percepción adánica

Parte IV. Terecera dirección. La divina energía: los rituales
15. Naturaleza y tiempo de la fisis. El eterno retorno del serenidad
16. Nombrar la fisis, los mitos como revelación de lo divino
17. El tiempo de los dioses ausentes
18. El rito como juego sagrado

Al dios muerto
Epílogo: la vida religiosa
Notas













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11/02/2017 Comentarios

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