CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero

Dos obras habitualmente poco leídas por quienes se interesan por los orígenes del cristianismo ofrecen novedades de consideración sobre lo que supuso la Ley, las Leyes, de Dios. Colosenses y Efesios, cartas falsamente atribuidas a Pablo, en realidad de sus seguidores, son el tema de hoy.

Hoy escribe Eugenio Gómez Segura.


094.La Ley de Dios (5): la visión de los herederos de Pablo.
"Silla de Moisés", réplica de la hallada en la sinagoga de Korazim. Fotografía del autor.

Colosenses, escrita tras la muerte de Pablo, posiblemente poco después del año 80, resulta ser una carta muy importante por varios aspectos. El que nos interesa hoy, cómo concibió la Ley de Dios, o qué Ley de Dios quiso aceptar, si la mosaica o la reducida a los mandamientos, revela sorpresas.

Podemos decir una primera idea fácil: no aparece la palabra Ley (nómos) en la carta. La Ley como concepto y nombre, por tanto, no merece ser nombrada. Es más, deja de ser un elemento cósmico, universal, de intervención divina para mejorar el mundo. Ya sólo hay un elemento de tal categoría: Jesús, que es convertido en pacificador de cielo y tierra (Col 1, 20). El autor, el grupo que lo respalda, acaba imputándole algunos de los valores que Pablo había atribuido a la Ley de Moisés.

La omisión de la Ley parece ser más que casual: podemos pensar que el autor fue completamente consciente de su olvido. La razón para esta certidumbre es que sí se alude a la Ley de Moisés, es decir, es aludida pero no mencionada. La alusión es doble, en un caso, como decíamos, con la transferencia de sus poderes hacia Jesús considerado Cristo: “gracias al cual (Cristo) habéis sido también circuncidados con una circuncisión no hecha por manos humanas con el despojo de un miembro de la carne, sino con la circuncisión de Cristo”.

El paso dado respecto a lo que las comunidades gentiles habían oído de Pablo es notorio. En Rom 3, 30 el de Tarso dijo: “pues no hay más que un solo dios. El que absolverá a los circuncisos per medio de la fe y a los incircuncisos a través de la fe”. En Rom 15, 8 escribió: “Pues afirmo que el Ungido se hizo ministro de la circuncisión por la verdad de Dios, para confirmar las promesas hechas a los padres”, sentencia que deja claro el papel subordinado de Jesús atendiendo a las promesas hechas a los padres, que obviamente eran los padres del pueblo hebreo.
En Colosenses sí hay alusión a la Ley, indirecta, a propósito de las famosas reconvenciones hechas por los integrantes del grupo de Jerusalén años antes. En Col 2, 16-17: “que nadie os condene por lo relacionado con comida y bebida o fiestas, novilunios o sábados. Estas cosas son sombra de futuro, pero el presente es el cuerpo de Cristo”. Queda eliminada la importancia de la Ley de Moisés, derogada su vigencia para la vida cotidiana. Y hay una posible alusión a una idea griega muy pesimista sobre el género humano en general, una posible alusión a una frase del poeta Píndaro, que en el siglo V a. C. escribió: “el hombre es el sueño de una sombra” (Píndaro, Pítica 8, 95). Si el futuro no existe, ¿cómo va a proyectar sombra? La irrealidad absoluta es lo que se atribuye a la Ley de Moisés.

Se puede deducir que los grupos gentiles de seguidores de Yahvé como único dios, creyentes en Jesús como desencadenante de un cambio total en el discurrir de los tiempos y el mundo, para los años 80-85 ya habían empezado a caminar por sendas intelectuales que a Pablo no le hubieran gustado demasiado. Ya se les hacía conveniente incluso no nombrar una idea vital para su maestro.

Efesios. Esta carta, normalmente asociada por la investigación moderna a Colosenses y también considerada como falsamente atribuida a Pablo, ofrece una perspectiva parcialmente distinta sobre la Ley. Si bien en muchos aspectos sigue las líneas de la primera, al hablar de la Ley de Moisés ofrece unas reflexiones que pueden estar más cerca de Pablo que de Colosenses. El núcleo que nos interesa es Ef 2, 11-21 (Traducción tomada de Los libros del Nuevo Testamento, pp. 1190-1):

11 Por ello, recordad que en otro tiempo erais gentiles según la carne, llamados prepucio por la que se llama circuncisión, hecha a mano en la carne. 12 Estabais en aquel tiempo lejos de Cristo, apartados de la ciudadanía de Israel y ajenos a las alianzas de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. 13 Pero ahora, en Cristo Jesús, los que en otro tiempo estabais lejos os habéis situado cerca por la sangre de Cristo. 14 Pues él es nuestra paz, el que ha hecho de dos pueblos uno solo y ha derribado la pared medianera que los separaba, borrando con su carne la enemistad. 15 Abolió la ley de los mandamientos con sus decretos para crear en sí mismo de los dos un solo hombre nuevo haciendo la paz, 16 y para reconciliar con Dios a los dos en un solo cuerpo por la cruz; ha matado en sí mismo la enemistad. 17 Cuando vino, os anunció la paz a los que estabais lejos y también a los que estaban cerca. 18 Porque por medio de él tenemos unos y otros el acceso al Padre en un solo Espíritu. 19 En consecuencia, ya no sois extranjeros ni forasteros, sino que sois conciudadanos de los santos y familiares de Dios, 20 edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, del que Cristo Jesús es la piedra angular. 21 Construida sobre él toda la edificación, crece hasta convertirse en un templo santo en el Señor. Sobre él también estáis edificados vosotros para ser morada de Dios en el Espíritu.

El autor de Efesios, como se puede apreciar, quería recordar una “historia común” con los judíos. Intentaba repetir los argumentos de Pablo para hacer ver que no se trataba de un olvido completo del mundo judío, de una innecesaria memoria de un pasado que no debía ofrecer sombras de futuro. El texto buscaba incidir en lo explicado en Romanos a lo largo de todo su texto: dos antiguos pueblos, con sus peculiaridades raciales, convertidos en un solo pueblo.

Pero el texto habla de la abolición de la Ley de los mandamientos (ton nómon tôn entolôn), que no es la de los simples diez mandamientos sino la de los 613 preceptos, es decir, la de Moisés. Y es de tener en cuenta que se hable de que Jesús la abolió, es decir, que no mantuvo para unos una ley y para otros otra, que dejó de ser ministro de la Ley para convertirse en quien superaba la Ley. Además, esta frase está precedida y continuada por sendas menciones a la paz, lo cual debería precisar el contexto previo de disputas con Jerusalén y la consecuente paz “alcanzada” tras la primera guerra contra Roma, la destrucción del templo de Jerusalén y la reconstrucción del judaísmo tras estos hechos. Esto permite al menos considerar que el autor pensaba en la actitud judía como superada en la historia universal por la actitud ofrecida por los gentiles que permitían el avance de la nueva noticia. La idea de un Jesús pacificador respondería también a los hechos históricos recientes.

Jesús habría sido convertido, también para el autor y la comunidad destinataria de Efesios, en la culminación de la historia, como muestran los últimos versículos, en los que se desarrolla la idea de edificio convertido en templo, un edificio convertido en templo por obra del venerado Jesús Cristo (en hô en griego con valor de causa o medio). Es Jesús el autor de la paz universal, es Jesús el autor de la unidad de los hijos de Dios.
Para resumir, estas dos cartas, escritas entre los años 80-90, ofrecen ideas sobre la Ley de Moisés que el “padre” de estas comunidades nunca hubiera mantenido. Según avanzamos hacia el año 100, estamos más cerca de ver constituido y consolidado el cristianismo.

Saludos cordiales.
 
Domingo, 19 de Febrero 2023
Escribe Antonio Piñero
 
 
Afirmé al final de la entrega anterior que hacía falta que pasara un cierto tiempo para que se formase una verdadera tradición sobre Jesús. ¿Por qué puede ser esto así? Creo que la clave está en lo que sabemos por el desarrollo de las creencias judeocristianas, de que tras la resurrección de Jesús Dios había declarado a Jesús “señor y mesías” (Hechos de Apóstoles 2,36).
 
Y lo podemos suponer porque eso de que el mesías fuera declarado por Dios juez de vivos y muertos no era una creencia solo de los judeocristianos sino también de otros judíos piadosos, como los “henóquicos”, los judíos que afirmaban que cuando viniese el mesías, se vería claramente que ese mesías no era otro que el patriarca Henoc vuelto del cielo a la tierra (Gn 5,24).
 
En la literatura henóquica del “Libro de las Parábolas de Henoc” (capítulos 37-71 del conocido apócrifo 1 Henoc) el mesías es señor y prácticamente solo juez universal de vivos y muertos… Apenas tiene cualquier otra función: solo juzgar a los malvados. Y tenemos sobradas sospechas de que el cristianismo primitivo conocía ese Libro de Las Parábolas, pues entre los cristianos y los henóquicos discutían quién era ese ser humano (un “hijo de hombre”) a quien Dios había elevado a la categoría de señor y mesías. Como acabo de escribir, los henóquicos decían ese “hijo de hombre” era el profeta Henoc (Gn 5,24), mientras que los cristianos decían que era Jesús de Nazaret.
 
Y el vocablo “mesías” significaría probablemente para Pedro, no que Dios lo nombraba mesías después de su resurrección, título que probablemente había asumido ya Jesús –además del de profeta– al final de su vida, sino que lo confirmaba en el cargo o función de “mesías” que ya tenía, es decir, guía del pueblo en el mundo por venir.
 
En lo que estoy profundamente en desacuerdo con S. Guijarro, cuyo libro sobre “Los Evangelios” comento,  es en su idea de que Jesús habría de retornar como “el Hijo del Hombre” (observen que lo escribo con mayúsculas y con dos artículos).  Y mi argumento es: esta expresión para designar al Mesías era totalmente desconocida entre los judíos del siglo I. En mi opinión, y la de muchos otros, no la utilizó Jesús más que como (este) “hijo de hombre”, totalmente correcta en arameo, su lengua materna, para designarse a sí mismo sin emplear el “yo”. Y sostengo que esa expresión solo sería tomada, o interpretada como título mesiánico por los traductores del arameo al griego de los dichos de Jesús en la colección que ahora se conoce como “La Fuente Q”, o la “Fuente de los dichos”, hacia el año 50 más o menos. En la versión al griego de los dichos de Jesús esa expresión extraña a la lengua griega, “hijo de hombre” pasó, por necesidades de la lengua griega para ser inteligible a los hablantes del griego, a “el Hijo del Hombre”, con dos artículos. Probablemente ese paso no fue un error de traducción, sino una necesidad de inteligibilidad.
 
La comunidad principal de los primeros seguidores de Jesús se había situado en Jerusalén, pues algunos –sobre todo los componentes de los Doce– habrían retornado a la capital después de la huida a Galilea tras el prendimiento. Esta vuelta a la boca del lobo, a la ciudad en donde Jesús había sido ajusticiado, es probable. Razón: porque la esperanza común entre los judíos piadosos era que el mundo nuevo o reino mesiánico comenzaría en Jerusalén, o más exactamente con una aparición triunfante de Dios en el Monte de los Olivos (Zacarías 14,4, tras el triunfo de Dios y su mesías en la batalla escatológica librada contra las fuerzas del Mal) y luego un descenso hasta la capital.
 
Esta idea suponía que un Jesús, así robustecido y confirmado por Dios, como “señor” y “mesías / juez de vivos y muertos”, volvería rápidamente a la tierra para terminar su función de mesías, abruptamente detenida con su muerte violenta e injusta. Y suponía también que una vez instaurado el reino de Dios (en el que Jesús sería “señor”), vendría rápidamente el Juicio Final, en el que ese “señor” actuaría de juez (Mateo 25,31), sentado ya en un trono de gloria.
 
Pero ocurrió que esta venida inmediatísima empezó a retrasarse, con lo cual el grupo de seguidores de Jesús tendría que remodelarse mejor como tal grupo dentro del mundo, y organizarse para una espera que nadie sabía cuándo terminaría. En ese momento, tanto de espera como de consciencia de que Jesús estaba vivo, de que vivía entre ellos, de que se podía anunciar a otros esta venida y ganarles para la causa concediéndoles la oportunidad de participar en la salvación, es cuando los recuerdos toman forma de tradición y empiezan a transmitirse a la gente que se iba a agregando al grupo primigenio y querían saber más del Maestro al que no habían conocido y cuyo retorno se anhelaba. No antes.
 
Ahí comienza la formación de la tradición sobre Jesús, no antes, insisto. Y ¿por qué “no antes”? Por la sencilla razón de que la vuelta a la tierra de Jesús como mesías pleno, que instauraría el reino de Dios sería inmediata, rapidísima, y porque la sesión del Juicio Final, se sucedería también de modo rapidísimo. Y si esto es así, ¿qué sentido tenía formar una tradición de los dichos y hechos de Jesús si todos los seguidores de él se los sabían de memoria porque su memoria estaba fresca?
 
Y de nuevo, si esto es así, se puede suponer razonablemente que la tradición verdadera de Jesús no se forma limpia y llanamente con los simples recuerdos de Jesús, sino que en su transfondo late la vivificante idea de que ese Jesús había sido ya resucitado y que estaba a la derecha de Dios…, confirmado como mesías e instituido como señor y juez del Juicio Final (Mateo 25). Según Hechos de apóstoles (Hch 7,56), ese Jesús estaba a la espera, de pie, al lado de Dios, presto para una pronta acción  como juez, o bien, se lo imaginaba sentado en un trono algo más pequeño que el de Dios, con cortesanos a su lado (Mt 20,21), si se pensaba que la venida tardaría un poquito más. La tardanza era lo que importaba / fastidiaba. Y si la espera se antojaba demasiado larga, podía imaginarse bien que en ese entretiempo, el constituido señor y mesías estaba aguardando la orden del Padre para volver no ya de pie, sino sentado a su lado en un trono más pequeño…¡naturalmente inferior!
 
Y precisamente por estas creencias en el destino de Jesús que se formaron muy rápidamente en la mente de sus seguidores un vez que creyeron que Jesús había sido resucitado por Dios, se explica ese dicho  de la denominada escuela de la “Historia de las formas” cuando afirma que “No poseemos ni una sola «sentencia», ni un solo relato sobre Jesús –aunque sean indiscutiblemente auténticos– que no contenga al mismo tiempo la confesión de fe de la comunidad creyente, o que al menos no la implique” (Günther Bornkamm, “Jesús de Nazaret”, vers. española, Sígueme, Salamanca 1982, p. 15).
 
Así que no hay tradición de Jesús que no transparente de una forma u otra la fe en un señor y mesías resucitado. Es una tradición transida por una fe. Y la fe hace ver las cosas de una manera diferente a la del que no tiene fe.
 
Seguiremos.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
https://www.trotta.es/libros/los-libros-del-nuevo-testamento/9788413640242/
Martes, 14 de Febrero 2023

Como ya se sabe, hay una interpretación propia detrás de cada evangelio y cada texto neotestamentario, sea éste reconstruido o recibido. Veamos cuál es la idea que sobre la Ley tuvieron los grupos que estuvieron detrás de estos textos.

Hoy escribe Eugenio Gómez Segura.


093. La Ley (4): las comunidades de seguidores de Jesús.
Gentiles y judíos, el problema de la Ley de Moisés. Fotografía del autor.

Un breve repaso a la cuestión de la Ley analizando qué pensaban los diferentes grupos de seguidores de Jesús podría ser el siguiente.
 
1. Jerusalén, el grupo liderado por la familia de Jesús, primero por Jacob su hermano (Santiago), después por un tío de Jesús, Clopas o Cleofás, y por un primo, Simeón. Este grupo, centrado en la capital, no pudo dejar de ser muy fiel devoto de la Ley de Moisés por los acontecimientos que se deducen de Gálatas y Hechos de los Apóstoles a propósito del llamado “Concilio de Jerusalén”. Como es bien sabido, en esa reunión se discutió la postura que sobre la Ley defendía Pablo: había una Ley de Moisés para los judíos y una Ley universal (resumida en los diez mandamientos) para muchas otras personas que, comportándose correctamente, podrían entrar en el nuevo reino de Yahvé como gentiles. Este grupo de Jerusalén defendió y actuó en favor de la tradicional Ley mosaica como demuestra el propio motivo de redacción de Gálatas: unos enviados de Jerusalén habían convencido a los gentiles gálatas (seguidores por tanto de la postura paulina de Ley universal) para circuncidarse y pasar a ser judíos de pleno derecho.

2. Pablo, judío ortodoxo de escuela farisea y totalmente entregado a su dios nacional, defendió esa Ley universal para los gentiles, de manera que así se podrían añadir al escaso número de judíos que, además de nacer judíos, cumplían plenamente la Ley de Moisés y su espíritu. Su apuesta por una rebaja de la Ley debido a que el tiempo se acababa y había que apostar por cumplir las profecías que integraban a gentiles (es decir a no circuncidados) en el nuevo reino, fue decisiva: tras la revuelta del 66 contra Roma y la pérdida casi completa de importancia del grupo de Jerusalén, sólo quedó un grupo fuerte de seguidores de un Jesús Mesías y creyentes en un solo dios, los Gentiles a los que se había dirigido el de Tarso, los futuros cristianos.
 
3. Comunidad detrás de la fuente Q. Parece que esta comunidad de Galilea pudo argumentar que había que mantener la Ley de Moisés (Mt 5, 18 y Lc 16, 17: la Ley no pasará) pero también ofrece en su colección de dichos de Jesús ciertas reservas ante la Ley de Moisés (Mt 10, 17-19 y Lc 12, 11-12: declarar en las sinagogas) y su duración (Mt 5, 18 y Lc 16, 17: la Ley hasta Juan). Esto lleva a pensar en la actualidad que la fuente Q tuvo, en este sentido, dos formas consecutivas de entender el problema: la primera, más antigua, fiel al movimiento íntegramente judío de Jesús de Nazaret; la segunda, más moderna, cercana ya a las tesis de Pablo respecto a los gentiles.

4. La comunidad tras el evangelio conocido como Marcos ya estaba distanciada de Jerusalén y su doctrina sobre la Ley de Moisés. El hecho de que en Mc se critique a la familia de Jesús (Mc 3, 31-33: “¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? El que cumple la voluntad de Dios ése es mi hermano, mi hermana, mi madre”) y que se destaquen ciertas desavenencias con los fariseos basan la idea del alejamiento entre esta comunidad y la tradición puramente judía. Así mismo, Mc 11, 17 insiste en que los gentiles deberían poder rezar en el templo, cosa que, como se sabe, corresponde a un modo aperturista (paulino) de entender la aplicación de la Ley.

5. La comunidad tras Mateo, en cambio, parece ser más institucional que la de Marcos o el último estrato de Q. El abundantísimo uso de la tradición bíblica en este evangelio refuerza la idea de que el carácter judío de la misma era la norma básica. Aunque repite ese evangelio la discrepancia con fariseos, no se duda del carácter sinagogal de la congregación, así como de la ausencia casi segura de gentiles, lo cual lleva a pensar en una posición del autor de Mateo muy particular: frente a otros judíos ortodoxos su comunidad pensaría que la Ley de Moisés, tal como la entendía Jesús (o lo que ellos consideraban que entendía Jesús) era la respuesta al problema que había planteado Pablo al proponer la Ley universal para los gentiles. Debieron pensar que la Ley se resumía en la sentencia sobre el amor (Levítico 19, 18), resumido todo en Mt 22, 34-40. Es decir, con un simple cumplimiento de la Ley sin “corazón” no valdría, postura que abunda en el profeta Isaías.

6. Lucas y su comunidad, por su parte, son en general más conciliadores con todas las tradiciones anteriores, sobre todo considerando que estimaban a Pablo como la conjunción perfecta de todo lo anterior y resumían en él cualquier divergencia anterior. Los detalles universalistas de este evangelio (siervo del centurión Lc 7, 4-5; buen samaritano Lc 10, 25-37; genealogía desde Adán Lc 3, 23-38) ya apuntan a la reforma paulina. Que las frases contra la familia de Jesús en la anécdota contada por Marcos queden suavizadas (Lc 8, 19-21) ya informa de los propósitos respecto a la iglesia de Jerusalén, en época de la redacción de Lc ya capitidisminuida. Puesto que considera el autor que la desaparición de Jerusalén es consecuencia de cómo se comportaron los judíos con Jesús (Lc 19, 44) supone un descrédito implícito hacia su intransigente postura legalista. Las citas de Q en las que se reconviene de algún modo la exactitud de la Ley de Moisés reflejan este punto que se continúa en cierta forma al  mostrar la historia dividida en dos: hasta Jesús, desde Jesús; hasta Jerusalén, desde ahí hasta Roma.
 
En resumen, partiendo de un Jesús legalista y sólo mínimamente discrepante con algunas interpretaciones que en su época se hacía de la Ley de Moisés, se llegó paulatinamente a un abandono del integrismo legalista para alcanzar soluciones más abiertas que llevarán a la aceptación única de los diez mandamientos.

Saludos cordiales.
 
Lunes, 6 de Febrero 2023

Notas

23votos
Un enlace a un debate entre Eugenio Gómez Segura y Antoni Piñero sobre la existencia o no del “Cuerpo místico de Cristo” en la teología paulina:
 
 
https://youtu.be/HvK828X7jcc
 
 
Miércoles, 1 de Febrero 2023

Blog 12.- 1277 / 01-02-2023


¿Fue Marcos discípulo de Pedro o de Pablo? (y III)
Escribe Antonio Piñero
 
 
Es esta mi última entrega / comentario al libro de Mar Pérez i Díaz, cuyo título es el de esta postal.
 
He concentrado mi comentario en la Introducción del libro de M. Pérez porque creo que, en este caso, la autora presenta muy bien el tema y el interés del tema propuesto, y porque ponerme a discutir pormenorizadamente los puntos concretos en los que la autora va desgranando el punto de vista del evangelista y lo va contrastando con el de Pablo haría de esta reseña una suerte de tratado polémico interminable. Y no es ahora el caso.
 
 
En general me he manifestado, y me ratifico en la idea de que la autora expone mejor el punto de vista del Evangelista que el de Pablo mismo, ya que –en mi opinión– la exégesis de la M. Pérez se mueve por terrenos que no tienen en cuenta el último estado de la investigación paulina que de la mano de autores protestantes y sobre todo judíos ha iluminado mucho, muchísimo, diría yo cómo hay que entender el pensamiento de fondo del llamado “apóstol de los gentiles”.
 
Y finalmente he comentado ya que –como el libro que reseñamos ha sido publicado en 2022– la autora habría tenido tiempo de sobra de enterarse de estas nuevas corrientes de interpretación, ya que yo mismo las he expuesto en castellano en mi libro “Guía para entender a Pablo de Tarso” del 2015, publicado en una editorial señera en España como es Trotta (una editorial independiente), libro que en 2019 tuvo su segunda edición. Este volumen ni siquiera aparece mencionado en la bibliografía, pero sí artículos de muy breve factura…, pero de gentes que son “de la escuela de pensamiento” de la autora.
 
Pues bien, afirmo que el libro de Mar Pérez es muy interesante, e importante, ya que el tema en sí aborda una de las cuestiones fundamentales de los orígenes del cristianismo, a saber cómo eran los primerísimos tiempos de la generación de una secta judía mesianista y cómo se va convirtiendo este en una religión nueva.
 
Afirmo, con la mayoría de los intérpretes, que el judeocristianismo era simplemente una secta judía “mesianista”, es decir, que afirmaba que el mesías era Jesús, que era el mesías verdadero a pesar del aparente fracaso de su muerte en cruz algo que chocaba frontalmente con el pensamiento general sobre el mesías en el siglo I en Israel), y que en lo demás se diferenciaba bien poco del resto de otros grupos mesianistas de su época, como los henóquicos o los esenios del Mar Muerto).Y la cuestión que se plantea en el fondo el libro de M. Pérez es  si en esos primero decenios tras la muerte de Jesús (hasta el año 70-75) había dos grupos básicos, nucleares (grupúsculos habría más), de interpretación de la muerte de Jesús o bien tres grupos.
 
 
En la investigación de hoy sobre Pablo creo que pueden discernirse –aunque con dificultades–  una cierta división de opiniones al respecto:
 
 A) Sólo había dos grupos: 1. El formado en torno a Santiago, Juan y Pedro: judeocristiano, y 2. El formado en torno a los misioneros judíos de la Diáspora en Antioquía, que hacia los años 50-65 tenía ya un personaje muy destacado por su teología que era Pablo de Tarso.
 
B) Había en realidad tres grupos: 1. El formado en torno a Santiago en Jerusalén (del que pronto desaparece Juan). 2. Un subgrupo de esta formación jerusalemita, el de Pedro, más abierto a los gentiles / paganos, y 3. El grupo “antioqueno” que a la postre fue liderado por Pablo.
 
Los que tienden a defender esta posición suelen afirmar que el grupo 2, el petrino, llegó a formar el núcleo de la “Gran Iglesia”, unificada y unificante, separada con bastante nitidez de la facción paulina, exagerada y rompedora en su teología, a la cual el grupo petrino “domestica” y “lima” en sus aristas teológicas exageradas, acabando por integrarla finalmente en la “Gran Iglesia”, netamente petrina.
 
La defensa de esta posición B) se basa fundamentalmente en que la teología de los tres evangelios sinópticos, Marcos, Mateo y Lucas, es esencialmente petrina, sobre todo la del primero, Marcos, porque representan una teología distinguible de la Pablo, una teología que sostenía “que todas las coincidencias entre Pablo y Marcos –el modelo al que siguen Mateo y Lucas–, reflejaban puntos de vista generales, compartidos por todos, del cristianismo primitivo” (p. 18) y no específicamente paulinos.
 
 
Esta posición B) es exactamente la que es cuestionada en su base por el libro de Mar Pérez: la teología del evangelista Marcos es esencialmente paulina y no petrina/santiaguesa-jerusalemita. Ahora bien, este libro que comentamos progresa en la investigación porque no es ya el estudio de unas cuantas coincidencias, dos, tres o cuatro, entre la teología de Marcos y la de Pablo, sino un trabajo de conjunto, amplio, global, que intenta abordar la búsqueda y el análisis de todas la secciones del Evangelio de Marcos “que están en consonancia con el pensamiento de Pablo”.
 
Naturalmente, la autora no defiende que todo lo que leemos en Marcos sea paulino, sino que propone “mostrar cómo el primer evangelista retoca y cambia las fuentes que recibe para que estén con consonancia con Pablo”, teniendo en cuenta que Pablo escribe cartas y que Marcos compone una suerte de historia biográfica de Jesús, lo que hace que su impostación literaria sea diferente a la de su modelo teológico, el paulino. Lo que intenta el libro de Mar Pérez no es presentar a Pablo ante los ojos del lector, sino la interpretación que el evangelista Marcos hace de Jesús, que en muchísimos puntos está de acuerdo con el pensamiento teológico de Pablo.
 
Aunque no lo diga expresamente en su Introducción, Mar Pérez i Díaz está minando con su libro la base para pensar que la Gran Iglesia Petrina estaba sustentada por una teología particular de Marcos y colegas que sería diferente a la de Pablo, con lo cual nuestra autora está diciendo de una manera indirecta algo que he defendido yo mismo desde hace muchísimo tiempo, a saber, que la presunta Gran Iglesia Petrina, unificada y unificante que acoge en su seno a un paulinismo ya depurado y suavizado no existió jamás.
 
Así pues, en síntesis, bienvenido sea al “mercado teológico” de lengua hispana ese libro de Mar Pérez, a la que solo le desearía que obtuviera las consecuencias de su trabajo para la historia ideológica del cristianismo primitivo y que profundizara más en el conocimiento de la teología de fondo de Pablo.
 
Para ello tendrá que concederse un tiempo para profundizar en las tesis cardinales del pensamiento paulino sobre la Ley, la naturaleza del Mesías, y la importancia real de la conversión de los gentiles en Pablo, pensando cayendo en la cuenta de que para él quien se salva no son “los “gentiles en sí” o los “pueblos gentiles”, sino ante todo Israel, el Israel mesiánico,  y que ese es el núcleo de una teología paulina, en la que en el fondo los gentiles desempeñan una función relativamente secundaria ante la exigencia de esa salvación ante todo del pueblo elegido, el cual como un olivo verdadero, recibe algunos injertos de un oleastro salvaje, los cuales también se salvarán.
 
Enhorabuena, pues, por ese trabajo y mi deseo que obtenga de él todas las consecuencias para el dibujo de la génesis del cristianismo.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
NOTA
 
Un enlace a un debate entre Eugenio Gómez Segura y Antoni Piñero sobre la existencia o no del “Cuerpo místico de Cristo” en la teología paulina:
 
 
https://youtu.be/HvK828X7jcc
 
 
Miércoles, 1 de Febrero 2023

Blog 12: 1276. 26-012023


“Cultos de misterios y cristianismo”. Evaluación final
Escribe Antonio Piñero
 
Termino hoy mi evaluación de la obra de José Marco Segura Jaubert, que –como ya escribí– responde a muchas preguntas que se hacen los interesados en los orígenes del cristianismo y su relación con los cultos de misterio. Escribí también que “Después de haber leído este libro el lector tiene las mejores respuestas a las ya viejas preguntas sobre si el cristianismo copia descaradamente su estructura teológica acerca de la salvación de esas religiones, o bien utiliza el lenguaje y las ideas para afirmar que compite con el enemigo teológico en su mismo campo intentando mostrar que la respuesta del cristianismo es muy superior a la de los cultos de misterio”.
 
Mi juicio final es que
 
1. El modo –que se pretende completo y a la vez con el interés puesto en lo esencial– de presentar estos fenómenos en este libro por medio de las fuentes textuales e icnográficas de la época, es acertado. Toda la información está atestiguada con su correspondiente base histórico-filológica.
 
 
2. Los resúmenes de cada culto son apropiados, e igualmente me parece adecuado el modo de comparar las similitudes y desemejanzas con los elementos análogos del cristianismo primitivo. Opino que esta sección dedicada a las comparaciones atraerá de modo especial a los lectores.
 
 
3. Me parece igualmente oportuna la ampliación de los temas suscitados por el orfismo y los cultos mistéricos por medio de una selección de textos de los Padres de la Iglesia: “El Pastor”, de Hermas, hermano del papa Pío, en Roma; con la obra de Justino Mártir, de Clemente de Alejandría, Tertuliano, Arnobio y Eusebio de Cesarea preferentemente.
 
4. El tratamiento específico y comparativo de la misteriosofía griega en Pablo de Tarso es más que oportuno. En mi opinión, si reina –en ámbito católico sobre todo– una gran ignorancia de lo que pensaba realmente Jesús de Nazaret y de lo que representaba su figura y propósitos para el Imperio Romano, más todavía impera un enorme desconocimiento sobre el pensamiento genuino de Pablo acerca del significado profundo en el pensamiento paulino de los dos ritos de entrada en el judeocristianismo o “mesianismo” –el bautismo y la eucaristía–, junto con la sorprendente idea de la participación del cristiano en los sufrimientos del Mesías. Ahora bien, esta cuestión queda en el libro presente estupendamente expuesta.
           
 
Insisto que para los inicios del cristianismo la cuestión de comprender rectamente el pensamiento del Pablo genuino como fundamento de la Gran Iglesia cristiana de finales del siglo II, absoluta y netamente paulina –no petrina, como se suele afirmar–, es enorme, porque no se aplica con consistencia la doble noción de que la teología paulina se inserta en un ámbito totalmente judío, pero a la vez profundamente helenizado.
 
Queda muy claro en el presente libro cómo el apóstol Pablo era consciente de que debía atraer nuevos conversos para su sistema de salvación –en los últimos momentos del mundo, como él sostenía– entre gentes con una mentalidad afín a su predicación, y cuya conversión era así más fácil.  El sistema teológico paulino conectaba con el ansia de salvación de una inmensa minoría dentro del Imperio, es decir, gente que deseaba a toda costa la confirmación de la inmortalidad de su alma y la superación de trabas para su realización.
 
 
El sistema de Pablo defendía, como base de su espiritualidad, la unión con el Mesías/Salvador a base de una noción estoica del cuerpo místico compuesto por el Mesías y sus creyentes, y de su idea de la eucaristía como fusión profunda, simbólica, con el Salvador. Y añadía que la participación del fiel mediante el rito del bautismo (hundimiento en el agua = muerte; salida del agua = resurrección, todo simbólicamente) en la peripecia vital de Jesús como entidad salvadora, ya divina tras su resurrección, garantizaba la salvación eterna. El bautismo por inmersión representaba ya en vida la muerte al Mal
(el Pecado)  y la resurrección a una vida perdurable y feliz.
 
 
El libro de Segura Jaubert está publicado por EUNA, Univ. Nacional de Costa Rica en el año pasado 2022. Tiene 232 pp. ISBN 978-9977-65- 639-7. El precio ronda los 19 euros en papel, y puede adquirirse entrando en la página de la Editorial EUNA:
 
 
https://www.euna.una.ac.cr/index.php/EUNA/catalog/book/333.
 
 
Enhorabuena fina al autor y desearle el éxito que todo escritor desea que su libro se conozca, difunda, se compre, se lea y se discuta.
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
www.antoniopinero.com
 
Jueves, 26 de Enero 2023

Desde el punto de vista del final de los tiempos comunes, los tiempos en que reinaba la muerte, Pablo consideró que la Ley sirvió mientras el plan divino alcanzaba su punto culminante, el punto de la restauración de Israel en un nuevo tiempo en el que no reinaría la muerte y los hijos de la divinidad vivirían felices.

Hoy escribe: Eugenio Gómez Segura


La Ley de Moisés estaba presente en el mundo desde su proclamación. Su presencia era activa, pues llevaba a actuar como la divinidad quería: “Pues cuando las naciones que no tienen ley llegan a hacer naturalmente lo propio de la Ley, éstos sin ley son Ley para ellos mismos; quienes demuestran que la obra de la Ley está escrita en sus corazones...” (Rom 2, 14-15). Es evidente que la Ley actúa, pues hay una “obra de la Ley” (érgon tou nómou en griego).

De ahí a considerar Pablo, como era obvio para la mentalidad judía, que la Ley era el canon mediante el cual sería el hebreo juzgado el día del juicio final para decidir si era absuelto o no, sólo había que continuar razonando: “Según el celo (religioso), perseguidor de la iglesia, según la absolución mediante la Ley, irreprochable” (Flp 3, 6).

Ahora bien: la Ley, simbolizada por la circuncisión, fue un problema sustancial para el de Tarso. Lo fue tanto a la hora de entender el movimiento que en las comunidades de la diáspora se desarrolló tras la muerte de Jesús como, una vez convencido de la utilidad de ese movimiento, a la hora de predicar su nueva convicción. Pablo había de hacer frente a quienes consideraban que sólo los judíos entrarían en el nuevo reino, es decir, sólo los cumplidores de la Ley íntegra.

El problema radicaba en que había que argumentar por qué quienes no cumplían la Ley podían entrar en el nuevo reino en esa condición. De hecho, Pablo se enfadó con los gentiles convencidos por él para considerarse hijos de Dios sin cumplir. Se enfadó porque algunos integristas les impelían a cumplir. A los gálatas que así procedían les escribió: “Os habéis apartado del Ungido quienes pensáis ser absueltos por medio de la Ley, habéis quedado privados de la gracia” (Gál 5, 4); “Y que ante la divinidad nadie será absuelto gracias a la Ley está claro, porque el justo se salvará a causa de su confianza” (Gál 3, 11).

Una primera pista para solucionar esta complicación puede ser el siguiente versículo: “Pues cuantos pecaron sin ley, también sin ley perecerán, y cuantos pecaron a causa de la Ley, debido a la Ley serán juzgados” (Rom 2, 12). Revisado desde el punto de vista del nuevo reino y el juicio que habría de cualificar a sus futuros súbditos el texto plantea dos grupos:
 
  1. “cuantos pecaron sin ley” serían quienes entre los gentiles actuaban sin atender a la Ley ni a su espíritu (porque no confiaban en la promesa de Yahvé ni consideraban a éste su única divinidad, siguiendo el ejemplo de Abrahán) o bien desconocieran estos extremos;
  2. “cuantos pecaron a causa de la Ley” serían quienes, integrando el pueblo judío reconocible desde Moisés por atenerse a los mandamientos, no hubieran cumplido sus preceptos adecuadamente, tal como advertía Lv 18, 5: quien la cumpla vivirá gracias a ella. Además, a éstos hay que unir quienes no cumplieran de corazón y sólo de fachada (tanto el Bautista como Jesús habían avisado de ello y exigían un bautismo sancionador).

Estos dos grupos constituían sendas ramas del nuevo pueblo elegido: judíos cumplidores de la Ley y, por lo tanto, aceptados como íntegros; gentiles que se incorporaban a ese pueblo.
Tras esta solución se esconde el problema que planteaban las profecías sobre el reino respecto a los gentiles: en unos pasajes proféticos se decía que no entrarían en el reino; en otros se decía que entrarían. Pero esta segunda opción se ofrecía porque sería la demostración de que Yahvé había triunfado sobre todos los pueblos. Es decir, la llegada de gentiles confirmaba el triunfo de Yahvé, de modo que había que pensar cómo llegaban los gentiles.

La solución de algunos grupos judíos, en los que se integró Pablo de Tarso, fue que los gentiles circuncidados ya no eran gentiles por haber sido convertidos en judíos, de manera que los gentiles debían entrar como gentiles, sin circuncidar. Eso sí, convencidos de que Yahvé era el único dios y que debían rendirle culto.

De manera que la Ley era más que válida, era imprescindible para los judíos; y era innecesaria para los gentiles. La Ley valía para unos; no valía para otros. Siempre referido el problema a la entrada de los habitantes del nuevo reino en ese reino, es decir, todo referido al final de los tiempos, pues se trataba de demostrar, mediante los gentiles, la victoria final de Yahvé.

Porque Pablo amó su Ley. Y también pensó, en mi opinión recogiendo las admoniciones sobre el cumplimiento honesto y cabal de la misma, que, sin entrega intelectual, sin voluntad, sin convencimiento en definitiva, cumplir la Ley tenía un valor relativo o escaso. También parece oportuno señalar que la fragmentaria documentación que tenemos (no hay que olvidar que las cartas en su estado actual son obra de un editor del s. II), y el hecho de que cada público receptor de las cartas requería un mensaje distinto, puede llevar a tomar como absoluta una idea que fue relativa en la mente del de Tarso. Con todo, algunos fragmentos de sus epístolas pueden ayudar a configurar la postura paulina al respecto. Para los gentiles (gálatas en este caso), razonó como sigue:
 
El Ungido nos liberó para la libertad; permaneced, pues, firmes, y no quedéis dominados otra vez por el yugo de la esclavitud. Ved que yo, Pablo, os digo que, si os circuncidáis, el Ungido no os habrá servido de nada. Puedo atestiguar de nuevo a cualquier hombre circuncidado que está obligado a cumplir la Ley. Os separáis del Ungido quienes sois juzgados mediante la ley, os apartáis de la gracia. Pues nosotros, con el espíritu de la confianza aguardamos la esperanza de justicia, pues mediante Jesús el Ungido ni circuncisión ni gentilidad tienen fuerza alguna sino la confianza producida gracias al amor. Corríais bien; ¿quién os impidió creer en la verdad? Esta creencia no os vino de quien os llamó. Un poco de levadura fermenta toda la masa. Yo os convencí, en lo que toca al señor, de que no pensarais en otra cosa; el que os altera soportará la condena, sea quien sea. Yo, hermanos, si predico la circuncisión no soy perseguido. Luego se acabó el obstáculo de la cruz. Ojalá se mutilen quienes os ponen en pie (Gál 5, 1-12).

Para los judíos de Roma que, o bien vivían como tales o bien habían visto revitalizada su religión por las palabras que de Jesús les habían llegado, y que en Roma conocerían gentiles que habrían atendido a la llamada de esta nueva religiosidad que se sumaba a las del Imperio, escribió:

Pero si tú te denominas judío y confías en la Ley y te enorgulleces de Dios y conoces (su) voluntad y examinas lo que importa instruido por la Ley y convencido de que tú mismo eres guía de ciegos, luz de los que (están) en oscuridad, maestro de ingenuos, con la apariencia de conocimiento y verdad (obtenidos) mediante la Ley, entonces, ¿enseñando a otros no te enseñas a ti mismo? ¿Proclamando no robar robas? ¿Diciendo no cometerás adulterio eres adúltero? ¿Aborreciendo los ídolos saqueas los templos? (Tú) que te vanaglorias mediante la ley, deshonras a Dios por medio de la trasgresión de la ley. Porque el nombre de Dios por vuestra causa es infamado entre las naciones, como está escrito.
La circuncisión es imprescindible si cumples la Ley; si eres trasgresor de la Ley, tu circuncisión es gentilidad. Entonces, si la gentilidad observa lo más justo de la Ley, ¿no será considerada la gentilidad como circuncisión? Y la gentilidad por naturaleza que cumple la Ley te juzgará como a quien, debido a la escritura y la circuncisión, transgrede la ley. Porque no es judío el que (lo es) a la vista, ni circuncisión (la que lo es) claramente por la carne, sino que, al contrario, lo son el judío en lo oculto y la circuncisión de corazón (realizada) mediante el espíritu, no mediante la letra, por lo cual el halago proviene no de los hombres sino de Dios (Rom. 2, 17-29).
 
La continuación de este fragmento es igualmente importante:
 
¿Cuál es entonces el (motivo de) orgullo del judío o cuál la utilidad de la circuncisión? Mucha se mire como se mire. Porque, en primer lugar, recibieron en depósito las palabras de Dios.

La Ley seguía vigente para los judíos; para los gentiles, no. Pablo no dejó de ser judío, nunca abandonó su Ley.
 
Primera clase del curso para LIMUD México.
https://www.youtube.com/watch?v=PJYKPBn_hj4
Todavía es posible matricularse:
https://limudmexico.com/cursos/los-primeros-cristianos-sus-ideas/
 
Saludos cordiales.
 
Domingo, 22 de Enero 2023

Blog 12. 1275. 18-01-23


Escribe Antonio Piñero
 

 
 
Escribo hoy mi penúltimo comentario al libro al excelente libro de José Marco Segura Jaubert, “Una mirada al pasado. Cultos mistéricos y cristianismo en el mundo griego y romano”, de la edit. EUNA, de Costa Rica, 2022, 232 pp. adquirible por un precio muy módico que no llega a 20 euros, en la siguiente dirección:
 
https://www.euna.una.ac.cr/index.php/EUNA/catalog/book/333
 
Una de las cosas que más me gustan del libro es su admirable claridad  y sencillez. Ninguna dificultad al leerlo, a la vez que se consigue una información muy rica. Además, en el caso de la religión mitraica, sobre la cual no hay prácticamente ninguna información directa por escrito, sino solo de artes plásticas, el libro contiene las ilustraciones oportunas, abundantes, para hacerse una idea de cómo los investigadores extraen un dibujo de lo que era la religión mitraica,  través de las imágenes y algún que otro pequeño dato, más la información indirecta, en plan de ataque de los escritores cristianos de los siglos II al IV, como Justino Mártir, Clemente de Alejandría, Tertuliano o Eusebio de Cesarea.
 
La comparación entre la religión / culto mitraico y el cristianismo es especialmente interesante por sus similitudes formales en los ritos, pero es igualmente importante caer en la cuenta de la diferencia profunda en su significado y en el sistema religioso general entre ambas religiones.
 
Además ha atraído la atención la desafortunada frase de Ernest Renan, según la cual el mundo hubiese sido mitraísta si el cristianismo no hubiese triunfado. En mi opinión, y en la prácticamente todos los investigadores de hoy sobra la idea de Renan: nada más lejos de la realidad.  Y la primera razón es que del mitraísmo antiguo, de Irán, el segundo mitraísmo, el que nos interesa, difundido en el Imperio Romano a partir de los siglos II y III, toma pocos elementos interesantes para los anhelos religiosos de las masas del Imperio romano, y en segundo lugar porque el mitraísmo era una religión exclusivamente masculina (¡excluía a más del 50% de la población!) expandida sobre todo dentro del ejército. Imposible triunfar con esos supuestos.
 
Tomo de Segura Jaubert, p.208, un resumen de semejanzas y desemejanzas entre mitraísmo y cristianismo:
 
 
Semejanzas:
 
-           Tanto Mitra como Cristo fueron adorados por un grupo de pastores a la hora de su nacimiento.
-           De acuerdo con algunos investigadores, la integración a ambas comunidades se daba por medio de un bautismo.
-           El cristianismo otorga una gran relevancia al acontecimiento de la Última Cena; en igual sentido los mitraicos lo hicieron con el banquete entre Mitra y el Sol.
-           Posterior al banquete final o Última Cena, Mitra y Jesús ascienden al cielo.
-           Se utiliza el agua como elemento de purificación.
-           Tanto en el banquete mitraico como en la Última Cena se utilizan el pan y el vino como elementos básicos.
-           Los mitraicos eran marcados en la frente por el mistagogo (el personaje que conducía la ceremonia de iniciación) al cumplir los rituales del tercer grado de iniciación (Miles: “Soldado”); mientras que los cristianos marcan con ceniza la frente de sus fieles en la celebración de la Cuaresma.
 
Diferencias:
 
-           Dentro del mitraísmo existían 7 grados de iniciación mientras que el clero, en el cristianismo, se encuentra basado en los tres grados del sacramento del orden, a saber: el Episcopado, el Presbiterado y el Diaconado… y eso no en los principios, sino el cristianismo desarrollado. Este último asciende desde el diácono, al presbítero, pasando por el obispo, el arzobispo, el primado, el patriarca (en casos especiales), y el cardenal, hasta el cargo superior de Papa.
-           Mitra no resucita como sí sucede con la figura de Jesús.
-           El mitraísmo no aceptaba a ninguna persona que no fuera hombre y libre.
-           No existen pruebas físicas en el cristianismo con el fin de acceder a grados superiores de iniciación, como sucedía en el mitraísmo.
-           Los cristianos no eran marcados a fuego en sus frentes, ni eran bautizados con sangre de toro, ni tenía este animal significado importante alguno en la religión cristiana.
 
E insisto: para que se caiga en la cuenta de la postura exagerada defendida por algunos que sostienen que el cristianismo copia al mitraísmo basta con indicar –contra lo que he oído repetidas veces– que no hay absolutamente ningún texto, por ninguna parte, que diga que Mitra nació el 25 de diciembre, y en una cueva. Ni un solo texto. El tenor general de la religión mitraica tiene muy poco que ver con los conceptos articulados de la teología paulina sobre la muerte en cruz y resurrección del mesías cristiano. Lo que creían los adoradores de Mitra en conjunto era muy diferente.
 
 El próximo día concluiré mi reseña con los últimos párrafos de mi epílogo a este libro (pp. 225-226)
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
www.antoniopinero.com
 
Miércoles, 18 de Enero 2023

La Ley era la “constitución” del reino de Yahvé. Como proclamador de ese reino, Jesús nada opuso al tenor general de la Ley, aunque hay que matizar algunos detalles.

Hoy escribe: Eugenio Gómez Segura


En efecto, varios factores incidieron en una continua revisión de la supuestamente intocable Ley de Moisés. Entre ellos destacan la obligación de aplicarla en cualquier detalle de la vida, las deficiencias en la transmisión escrita de los textos, los lógicos problemas derivados de la memorización y las novedades que el mundo ha vivido desde siempre. Estas variables obligaban a revisar qué se tenía que hacer en cada circunstancia de la vida para saber si era correcta la aplicación e interpretación de la Ley. De hecho, hubo vertiginosos debates tan presentes en la vida de Judea como en Galilea y las poblaciones dispersas por el Mediterráneo.

Acuciado Israel por el desastre de su situación política y pensando que se debía en parte a no entender la voluntad divina, muchos judíos piadosos se valieron de la idea de Sabiduría y buscaron comprender el mensaje de la divinidad. Así, el grupo fariseo insistió en un perfeccionamiento que llevó a crear un cuerpo de enseñanzas que podían o no derivarse hasta Moisés, los comentarios que en el siglo II de nuestra era se denominaron halakhot, mediante los cuales se interpretaba o mejoraba la comprensión y la aplicación de las normas mosaicas. El impulso inicial llevó a que algunos judíos consideraran la posibilidad de completar la Ley con nuevas instrucciones, dato a tener en cuenta puesto que conviene distinguir si los debates versaban sobre el articulado de la Ley o sobre las ampliaciones de la misma. Por otra parte, algunos grupos esenios llegaron a dotarse de preceptos incluso contrarios a la Ley mosaica, siempre con la intención de mejorar a Israel y convertirse en el “resto” bueno.

A estos problemas de interpretación hay que añadir otros derivados de la simple existencia material de los manuscritos y su edición. En concreto, es de destacar que la transmisión de textos en la Antigüedad conllevaba lo que se conoce como variantes textuales: algunos manuscritos de Qumrán ofrecen textos con palabras diferentes a las que encontramos en la versión griega de la Biblia hebrea o en el texto hebreo conocido como Masorético. Esto, por fuerza, hubo de llevar a discusiones sobre cuál de las versiones se atenía al espíritu de Yahvé y de la misma Ley mosaica.

Además de esta tendencia al debate destaca la aparición de los haberim, personas que dedicaron especial atención a la pureza en el día a día más allá incluso que la recomendada para el ritual. En definitiva, en el ambiente existía el convencimiento de que investigar la Ley para mejorar la vida común era bueno mientras no se atacara la raíz de la Ley. Es entonces natural que la gran cantidad de variantes dentro del seno del judaísmo del s I y las escuelas que dentro de las sectas surgían desembocaran en un continuo debate entre unos y otros.

Dicho esto, para presentar la opinión de Jesús sobre la Ley quizá sea preciso todavía apuntar unos datos de los seguidores de Jesús: en Hch 15, 5 se indica que, presentes en la reunión entre Jacob, el hermano de Jesús, y Pablo “se levantaron algunos de la facción de los fariseos que habían creído para decir que era preciso que se circuncidaran y exigieran observar la ley de Moisés”. Es decir, para exigir lo que siempre habían exigido. Este grupo de Jacob, afincado en Jerusalén, interpretaba la muerte y resurrección del maestro como el último paso antes de la restauración del reino, restauración, por otra parte, inminente (en Ez 37, pasaje del que se piensa los inspiró, se liga resurrección y reino restaurado). El grupo seguía una vida enteramente judía ligada al templo (Hch 2, 46), se oponía a la entrada de paganos en la comunidad (Hch 11, 3 y Gál 2, 1-5), esperaba la vuelta inmediata de Jesús y la consiguiente proclamación del reino del dios judío y por tanto sus integrantes vivían en común desprendiéndose de los bienes para sufragar los gastos en el ínterin (Hch 2, 44-45; 4, 32-37). Sus exigencias de circuncisión y leyes de pureza de alimentos (Gál 2) indican que no debieron verse como algo distinto al judaísmo tradicional.

Hay, por tanto, indicios dentro de la propia tradición cristiana de que Jesús, los fariseos y la Ley, todos estaban mucho más cerca de lo que parece. De hecho, al examinar las disputas entre Jesús y los fariseos y escribas E. P. Sanders apunta (Jesús y el judaísmo, p. 360):

Si Jesús hubiera declarado puros todos los alimentos, ¿por qué Pablo y Pedro no se ponían de acuerdo sobre la comida de los judíos con los gentiles (Gál 2, 11-16)? O, expresado más en términos de Hechos que de Gálatas, ¿por qué fue necesaria una revelación tres veces repetida para convencer a Pedro (o, más bien, para dejarlo perplejo para luego ir convenciéndole lentamente) (Hch 10, 9-17)? Y si Jesús transgredió conscientemente el sábado, permitió lo mismo a los discípulos y justificó su acción públicamente, ¿cómo pudieron los adversarios cristianos de Pablo en Galacia apremiar el cumplimiento del sábado (Gál 4, 10)?

En resumen, los datos que provienen de la propia tradición evangélica apuntan a que Jesús no debió despreciar la Ley. En lugar de oponerse a ella, hubo más bien de discutir algunos artículos de la Ley, no el concepto principal. Los evangelios y algún texto más de NT presentan, en efecto, cuatro temas concretos de discusión: divorcio, algunos detalles sobre pureza, el trabajo durante el Sabbat y los juramentos sirviéndose del nombre de la divinidad.
 

1. El divorcio.

Para empezar, no hay duda de que el Nazareno se opuso al divorcio, lo cual quiere decir que se enfrentó a algo que permitía la Ley mosaica, aunque no fue el único que trató este tema. Lo cierto es que, en época de Jesús, la discusión sobre el divorcio existía, aunque en general sobre detalles administrativos, y poco después incluso hubo una fuerte disputa entre dos ramas del fariseísmo (la de Hillel y la de Shamai), cada una más o menos aperturista.

En cuanto al Nazareno, los pasajes que tratan el tema son Mt 5, 32; Lc 16, 18; Mc 10, 11-12 y especialmente Mc 10, 2-10:

Y se le acercaron unos fariseos y le preguntaron si es conforme a la ley que un hombre repudie a una esposa, con el fin de ponerle a prueba. Y él les dijo como respuesta: "¿Qué os ordenó Moisés?" Y ellos le dijeron: "Moisés prescribió escribir un libro de divorcio y repudiar". Y Jesús les dijo: "Por vuestra dureza de corazón os prescribió Moisés este mandamiento. Pero desde el principio de la creación varón y mujer los hizo; por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y será fiel a su mujer, y los dos acabarán por ser una carne (Gn. 2, 24); de manera que ya no son dos sino una carne. Lo que Dios unió no lo separe un hombre. Y cerca de casa de nuevo los discípulos le preguntaban sobre esto. Y les dice: "Quien repudie a su mujer y se case con otra induce al adulterio a ésta; Y si ésta repudia a su marido y se casa con otro comete adulterio".

En este pasaje de Marcos, Jesús argumenta mediante una idea simétrica de principio y vuelta al principio: si el reino de Yahvé iba a aparecer de nuevo en ese mundo, lo lógico es que se volviera a un reino paradisiaco (nunca mejor dicho) en el que todo manara leche y miel, las relaciones personales no fueran problemáticas y, por supuesto, las familias fueran estables y felices. Ese criterio finalista, ese intentar restituir las cosas propias del principio ahora que se acerca el final, hacen coherente que el Nazareno, que ya veía los inicios del reino, pensara en superar ya algunos puntos de la Ley que sobrarían en el futuro inminente.
 

2. Normas de pureza.

El texto más famoso que retrata a Jesús argumentando contra estas leyes es Mc 7, 1-23, pero, como en muchas otras ocasiones, es más útil para conocer la historia de los seguidores del Nazareno que la de él mismo. Es muy relevante, por ejemplo, que la cita del profeta Isaías utilizada no pudo haber sido nunca leída u oída por Jesús, pues es la versión griega, que conlleva sutiles diferencias con las versiones en hebreo que podría haber conocido el Nazareno. Además, al leer el pasaje con ojos críticos uno no puede dejar de preguntarse cómo los fariseos y escribas protestan que los discípulos del galileo no se lavan las manos antes de comer y, contra toda lógica, no alzan la voz para condenar la supuesta negación de las leyes sobre los alimentos por parte de Jesús. Estos acontecimientos, por tanto, no son realmente de Jesús.

Esto supone que una frase tan famosa como “Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda profanarlo; por el contrario, lo que procede del hombre es lo que lo profana” (Mc 7, 15) es también propia de la generación preocupada por el problema que le producía la convivencia entre creyentes gentiles y judíos, no de Jesús.
 

3. El Sabbat

En tercer lugar, hay que mencionar que los textos principales son curaciones o disputas entre fariseos y Jesús. Pero, respecto a las curaciones, según comentan estudios modernos no hay ninguna posibilidad de que curar a alguien en sábado fuera un problema a tenor de la ausencia de este tema en la literatura anterior o contemporánea a él que conservamos. Es decir, es una recreación de la segunda o tercera generación cristiana forzada por la necesidad de distanciarse del judaísmo.

En cuanto a los debates, éstos pudieron basarse en argumentaciones reales entre judíos afines o discrepantes pero eso no quiere decir que ocurrieran tal como se narran en los evangelios ni que se dijera exactamente lo que se supone que se dijo. Se trataría de escenarios. De todos modos, la forma habitual de discusión es la típicamente rabínica: se propone escoger entre dos opciones igualmente válidas para saber, mediante la confrontación de argumentos, cuál es la más cercana al espíritu de la Ley, es decir, no se trataría de lidiar contra el enemigo sino de argumentar siguiendo las normas de la casa común, el judaísmo.
 

4. Juramentos e invocaciones.

Por último, la prohibición de jurar en vano. Una vez en los evangelios, Mt 5, 34-37, y otra en la Carta de Santiago (St 5, 12) aparece la prohibición de jurar, es decir, invocar el nombre de la divinidad como potente respaldo de lo afirmado o, incluso, como nombre cuya magia ayuda a lograr o detener algo. El texto de Mateo es el siguiente (Mt 4, 33-37):

A su vez oísteis que se dijo a los antiguos: "No jurarás en falso, sino que dedicarás tus juramentos al Señor". Pero yo os digo que no juréis en modo alguno; ni por el cielo, porque es el trono de Dios, ni por la tierra, porque es el escabel de sus pies, ni por Jerusalén porque es la ciudad del gran rey, ni por tu cabeza jures, porque ni un solo pelo puedes hacer blanco o negro. Por el contrario, que vuestra palabra sea sí, sí, no, no; el exceso de esto es propio del mal.

 

El pasaje recoge ideas realmente antiguas que refieren a conceptos como el poder de la palabra o, muy curiosamente para nosotros, a la sacralidad de la cabeza y el pelo. Además, que la palabra sea fuerza poderosa es una idea habitual del judaísmo. El valor del nombre, la idea de que el nombre representa a la divinidad, se puede observar en Dt 10, 8: «En aquella ocasión ordenó el Señor a la tribu de Leví levantar el arca del pacto del Señor para colocarla delante del Señor para hacer servicio y dar gracias a su nombre hasta este día». Además, el nombre transmite poder. La idea puede verse en Gn 12, 8: «e invocó el nombre del Señor», evidentemente para santificar el altar que se acababa de construir.

Pero la Ley anuncia dos cosas que podrían parecer contradictorias, aunque en realidad no lo son: Lv 19, 12 prohíbe jurar sirviéndose del nombre del Señor para ganar autoridad y respaldar lo prometido, es decir acudiendo al poder del nombre; Dt 6, 13 recomienda «Al Señor, tu dios, temerás, a él servirás, y a él te mantendrás unido, y mediante su nombre jurarás». Parece que, claramente, la idea debería ser que, mediante la invocación de su nombre, se reforzará el juramento. Jesús, en este tema, debió optar por no jurar.

Es momento de volver a la segunda razón que explicaría la notable preferencia de Jesús por la idea “Yahvé padre” y la expresión “reino de los cielos”. Pienso que el Nazareno rechazó el uso del nombre divino y puso en práctica su idea acudiendo a estas etiquetas, todas lógicas en el ambiente religioso que conoció.
 

Saludos cordiales

Domingo, 15 de Enero 2023
Patrocinado por el Centro de Estudios Bíblicos Limud. México

 
Profesor: Dr. Eugenio Gómez Segura. (Logroño 1966). Es Doctor en Filología Clásica por la Universidad Complutense de Madrid con la tesis “El cuerpo místico en San Pablo: un problema sintáctico”. En el campo de la Arqueología sus actividades comenzaron en el año 1990 formando parte del equipo técnico que la Universidad Complutense envió a Tel Hazor en Israel. Sus principales fuentes de estudio se realizan en el campo de la filología neotestamentaria, publicando varios libros y artículos sobre estos temas.
 
Destaca en su producción las obras siguientes “Pablo de Tarso: el segundo hijo de Dios” (Oberon 2006). Es traductor de los cuatro evangelios canónicos y los Hechos de los apóstoles para la edición que A. Piñero publicó en el volumen titulado Todos los Evangelios (EDAF 2009). Además, ha preparado junto a este autor los siguientes títulos de divulgación científica sobre estos temas: “La verdadera historia de la Pasión” (EDAF 2007), “El juicio final” (EDAF 2011), “Taumaturgia en el mundo antiguo pagano, judío y cristiano” (TRITEMIO 2016).
 
Su última publicación es “Hijos de Yahvé: una arqueología de Jesús y Pablo” (DILEMA 2021). Adicionalmente ha escrito sobre pedagogía el libro “Educar en la era mediática: una realidad virtual” (Bellaterra 2003) y sobre la relación entre la cultura clásica y la actualidad política la obra “La ceguera de Edipo: una mirada trágica a las elecciones del 14-M (Perla Ediciones 2004).
 
Desde hace veinte años es profesor en la Universidad Popular de Logroño impartiendo clases sobre el mundo antiguo del Mediterráneo y comparte su tiempo con el fascinante mundo de la arqueología.
 
Cómo se enfoca este curso:
 
Al hablar de los orígenes del cristianismo hay una pregunta que pocas ocasiones sale a la luz: ¿Cuándo podemos hablar de primeros cristianos? Lo que esconde esta sencilla cuestión es verdaderamente importante: ¿Fueron éstos los seguidores de Jesús de Nazaret cuando estaba en vida? ¿O quizá quienes continuaron viviendo según sus enseñanzas nada más ser ajusticiado el maestro?
 
 
¿Debemos pensar más bien que los primeros cristianos fueron quienes pensaron en términos cristianos? En definitiva, ¿tenemos razón al pensar que desde la muerte de Jesús sus seguidores fueron cristianos?
 
Tanto los acontecimientos como los textos a nuestra disposición sean éstos los conocidos o algunos reconstruidos tras años de investigación, han de estar a mano para alcanzar una respuesta lo más seria posible a estas cuestiones. Así pues, presentamos un repaso a los estudios más recientes sobre este tema con un programa dividido en tres fases históricas que incorporan información precisa y quizá desconocida por el gran público. Con este material intentaremos entender si hubo evolución entre las ideas que sostuvieron quienes conocieron a Jesús y las de quienes, cincuenta años más tarde, ya creían en él. Buscaremos, por tanto, quiénes fueron y qué pensaron los primeros cristianos.
 
Cómo se desarrolla este curso:
 
100% En línea, dictado desde de Logroño en España. Las lecciones son en vivo, y a la vez grabadas simultáneamente.
 
Duración: ocho semanas.
 
Frecuencia: cada martes
 
Hora: 14:00 hrs México/ 21:00 hrs España
 
Inicio: 17 de Enero de 2023.
 
Pago mensual. USD 39.00 (Treinta y nueve dólares americanos). En total el curso cuesta 78 dólares. Cada clase sale a 9,75 dólares = aprox. 9,05 euros
 
Formas de pago. Tarjeta de crédito o débito, PayPal, Western Union.
 
Reservas. Por medio del WhatsApp / Telegram +52 55 6609 4273.
 
PROGRAMA
 
I. Antes de los evangelios
 
17 de enero. Fundamentos de estudio. Contexto histórico y método de análisis. Jesús de Nazaret, persona y mensaje.
 
24 de enero. Piezas de un rompecabezas: primeros seguidores de Jesús: helenistas y Jerusalén.
 
31 de enero. Pablo y su mensaje.
 
7 de febrero. Primeros escritos (perdidos y reconstruidos) sobre el mensaje de Jesús: relatos de la pasión, Documento Q, relatos de milagros. Las comunidades detrás de estos textos.
 
II. Primeros evangelios y cartas escritas por los discípulos de Pablo
 
14 de febrero. Marcos y Mateo.
 
21 de febrero. Colosenses, Efesios Hebreos.
 
III. Otros autores, ¿otra religión?
 
21 de febrero. Clemente de Roma, Lucas.
 
28 de febrero. Juan y Revelación, Ignacio de Antioquía
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Miércoles, 11 de Enero 2023
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Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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