Hoy escribe Juan Curráis
La originalidad es un don de los dioses (Karl R. Popper)
En la Introducción general Antonio Piñero explica igualmente el desarrollo y evolución del texto griego con sus diversas ediciones históricas. Estudia la hipotética reconstrucción de la figura histórica de Jesús de Nazaret así como la formación y la división de las primeras comunidades cristianas, judeocristianas y helenísticas. La aparición de la figura clave de Pablo de Tarso a partir de su “llamada” por revelación divina supone una mutación profunda, al convertir el Evangelio judío de Jesús en un nuevo Evangelio de salvación universal, inspirado en los cultos mistéricos de las religiones grecorromanas.
En el apartado dedicado a la “pseudoepigrafía” (pág. 41-42) se clarifica la distinción entre anonimato, pseudonimia y falsificación. Ésta se refiere a los escritos que suplantan las figuras de Pablo, de Juan, de Pedro, de Jacobo o de Judas. Los cuatro evangelios y Hechos son anónimos. Hay siete cartas auténticas de Pablo y el Apocalipsis tiene como autor desconocido a un tal Juan. Lo dicho plantea el problema teológico de la inspiración divina a través de falsificadores. Sigue el análisis de los diversos escritos hasta la aparición de un canon de libros sagrados a finales del s. II, las diversas hipótesis sobre la formación de ese canon, que obedece a un acto de política eclesiástica. Finalmente se da razón del orden de los libros del N. T. antes mencionado.
En su blog de Religión Digital el teólogo y exégeta Xabier Pikaza escribió un artículo titulado Los libros del Nuevo Testamento de Piñero, una obra única. A ella voy a responder con brevedad. Pikaza reconoce y encomia la intensa carrera intelectual de Antonio Piñero y el valor del volumen enciclpédico de Trotta, elaborado con un equipo de colaboradores. Pero piensa que Piñero exagera y es demasiado pretencioso al afirmar el carácter único de esta obra en el panorama de la investigación en español. En el título hablaba de obra única, lo que luego parece negar.
Cita otras obras publicadas en editoriales confesionales, que están en la misma línea de tratamiento histórico y literario. Entre ellos, los manuales de Ph. Vielhauer y H. Köster, junto a otras dos que estarían a la misma altura que la de Piñero, con el nombre tradicional de Nuevo Testamento. Son el libro de Manuel Iglesia González en la B.A.C. y el de Senén Vidal en edit. Sal Terrae. Pikaza cita además la magnífica obra de Fernando Bermejo La invención de Jesús de Nazaret (Siglo XXI, Madrid 2018) que, “puede y debe ponerse al lado de ésta de Piñero”. Sin duda, concuerdo en el juicio positivo sobre esta excelente obra de un investigador independiente.
Me sorprende, sin embargo, que aun reconociendo que la obra de Trotta no se presenta como antirreligiosa, la postura ciertamente agnóstica de Piñero venga calificada con los extraños epítetos de “agnosticismo dogmático”, lo que suena a oxímoron, “en la línea de los racionalistas prekantianos del siglo XVII y de los neo-positivistas de principios del siglo XX”. Ahora me entero, o res mirabilis, de que el racionalismo de Piñero es dogmático y no escéptico o de que ha de ubicarse en el “Círculo de Viena”. En contraposición, Pikaza se autocalifica como “agnóstico creyente” (!!), situándose filosóficamente al lado de Wittgenstein, Gadamer e incluso de Popper.
Parece no aceptar el criterio de demarcación que propone Popper, desde su teoría de la falsabilidad, entre ciencia y pseudociencia, que tiene continuidad en la crítica a las pseudociencias realizada por Mario Bunge, donde está incluida la teología, cuyas afirmaciones no son refutables por ningún acontecimiento empírico. Es decir, Pikaza no parece distinguir entre teología y ciencia histórica, realizando un mescolanza entre el pegadizo aceite de la fe cristiana y el agua clara de la razón científica. Pikaza achaca a Piñero una cierta alergia a Jesús, por quedarse con el humo de la superficie, sin llegar al fuego del fondo. Es decir, supone que para pensar la fe es necesario sentirla. De modo análogo, un médico no puede entender un cáncer porque no siente el tumor. Tampoco acepta que todos los cristianismos del N.T. sean paulinos en mayor o menor medida, minusvalorando la aportación petrina.
En su discurso repite lugares comunes de la investigación confesional, presentando como histórico lo que es doctrina teológica: por ejemplo, la afirmación de la relación filial de Jesús con el Padre como esencia de su mensaje, así como el uso singular y único de Abbá. La no contraposición de fe e historia, la muerte de Jesús en obediencia a la voluntad de Dios, la historicidad de las noticias sobre la resurrección junto a la huella del sepulcro vacío, la suposición de que en pascua “algo sucedió” de carácter sobrenatural, que impulsó a los discípulos a continuar la obra del maestro, después de la “experiencia” vivida de la resurrección.
En definitiva, Pikaza realiza, como otros muchos exegetas confesionales, una míxis de elementos históricos con doctrina teológica, afirmando que la fe nos lleva al conocimiento y éste a la fe. Lo que recuerda el círculo medieval del credere y el intelligere: creo para entender y entiendo para creer. Utilizando la expresión de Weber, califica a Piñero de unmusikalisch, falto de oído musical para captar la vibración de la experiencia de fe. Ello remite a la falaz sentencia de Agustín: nisi credideritis, non intelligetis (si no creéis, no comprenderéis), que afirma la supremacía de la fe.
La aceptación del cambio de paradigma que hemos analizado y justificado, con el paso de la teología a la ciencia, implica en el lector un cambio de mentalidad, que equivale a una “conversión intelectual”, a la que los griegos denominaban meta-noia (=cambio mental) y que Platón explicaba alegóricamente con la difícil salida de la caverna, ascendiendo desde las sombras de la mera creencia a la luz del conocimiento. Kant relataba su “conversión intelectual” al afirmar que el escepticismo de Hume lo había despertado del sueño dogmático, en referencia al ilusorio saber metafísico. Pues bien, el cambio de paradigma en la obra editada por Trotta, requiere un despertar del largo sueño dogmático, que representa el paradigma hegemónico de la teología cristiana tradicional, fundada en la experiencia de fe.
Saludos de Juan Curráis
Catedrático jubilado de Filosofía de Enseñanza Media