Notas
Seguimos con el tema del “material furtivo” de los Evangelios que dejan traslucir como Jesús era un mero ser humano. Otro ejemplo importante al respecto es el bautismo de Jesús pues en él los evangelistas caracterizan a éste como un hombre corriente.
El primer ejemplo que invita a la reflexión y a la cautela se refiere al tema del bautismo de Jesús: el primer Evangelio, el de Marcos, presenta el hecho con relativa sencillez (la acción en sí, más algún elemento maravilloso): « Por aquellos días vino Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. No bien hubo salido del agua vio que los cielos se rasgaban… (1,9-10). » El siguiente evangelista en orden cronológico probable, Mateo, cae ya en la cuenta del problema teológico que suponía el que un ser sin pecado, Jesús, hubiera recibido el bautismo para remisión de los pecados por parte de Juan. Entonces enriquece la historia con un diálogo justificativo entre Juan Bautista y Jesús: « Entonces aparece Jesús, que viene de Galilea al Jordán donde Juan para ser bautizado por él. Pero Juan trataba de impedírselo diciendo: “Soy yo el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?” Respondióle Jesús: “Déjame ahora, pues así conviene que cumplamos toda justicia”. Entonces lo dejó. Bautizado Jesús, salió luego del agua, y en esto se abrieron los cielos… (3,13-16). » Lucas, el evangelista siguiente, arregla aún más el cuadro. En primer lugar antepone cronológicamente a la escena del bautismo de Jesús la encarcelación de Juan Bautista (3,19-20), de modo que cuando llegue para Jesús el momento de ser bautizado, Juan se halle en la cárcel. Implícitamente el lector debería obtener la consecuencia de que Juan no pudo bautizarlo. Inmediatamente después del encarcelamien¬to, Lucas describe la escena del bautismo, sin nombrar a Juan: « Cuando todo el pueblo estaba bautizándose, bautizado también Jesús, y puesto en oración (añadido típico de Lucas), se abrió el cielo… (3,21). » El cuarto evangelista, Juan, omite por completo la escena del bautismo y se limita a referir el testimonio de Juan Bautista sobre Jesús: « Al día siguiente ve a Jesús venir hacia él y dice: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es por quien yo dije: Viene un hombre detrás de mí, que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo…” (1,29-30). » Este testimonio se repite varias veces, pero nunca se menciona el bautismo (1,19ss; 1,36; 3,27). Puede observarse cómo un problema teológico, el bautismo de un personaje que se piensa sin pecado, Jesús, se va arreglando por medio de una reelaboración progresiva de la historia, hasta llegar al Cuarto Evangelio, que evita el problema omitiéndolo. Su autor no sólo elude la cuestión, sino que pone en boca de Juan Bautista unas palabras sobre quién es realmente Jesús propias de su teología, es decir sólo concebibles en momentos ulteriores de la vida del grupo cristiano, a saber cuando ya era firme la creencia en la resurrección de Jesús. Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero
Domingo, 16 de Noviembre 2008
Comentarios
Notas
Cocluimos hoy la entrevista.
Pregunta: ¿Por qué cree que los evangelios de carácter más gnóstico, como el de Juan y los apócrifos, dan más importancia a María Magdalena, y en cambio los canónicos y la tradición dominante en la Iglesia la excluyen casi por completo? El rabino Jesús de Nazaret se caracterizó, ciertamente, porque en su grupo había mujeres, a diferencia de lo que ocurría en los de otros maestros, donde al menos no constan. Cómo las tratara, si eran siervas o no, es harina de otro costal. Ahora bien, en la vía mística del seguimiento de Jesús, -por ejemplo, -que aparece en el Evangelio de Juan y en ciertos evangeliso gnósticos, como el de María y el de Felipe- lo que domina es el espíritu y las revelaciones privadas, las visiones extáticas, y en esos círculos gnósticos son dominantes las mujeres. La idea de la resurrección de Jesús sale de un grupo de mujeres, los grandes visionarios de la Iglesia son casi siempre mujeres. Inmediatamente se forma una pugna entre las iglesias místicas y las más doctrinarias. Las primeras, como la que inspira el evangelio de Juan o la de Montano, prestan especial atención a la discípula que más destacaba entre las mujeres sirvientes de Jesús, María Mgdalena, incluso fingiendo historias, como la de que la primera aparición fue ante la Magdalena, que choca con toda la tradición anterior: Lucas 24, que dice que es a los discípulos de Emaús, y Pablo, que en Primera Corintios dice que la primera aparición fue a Pedro. En cambio, en la Iglesia oficial las mujeres tenían poco que decir. En el Evangelio de María Magdalena, gnóstico, se ve cómo ésta, depositaria de unas revelaciones privadas de Jesús de las que se dice que valen tanto como las públicas, es menospreciada y atacada por Pedro y Andrés, representantes de la Iglesia oficial, que la tildan de loca. El Evangelio de Tomás la trata un poco mejor pero afirma que esas revelaciones privadas deben ser moderadas por otras de varones. Claro, ¿cómo podía controlar un obispo unas revelaciones exclusivas y pretender autoridad sobre ellas? De todos modos, María Magdalena es una figura mitificada desde el Evangelio de Juan, porque fue la única mujer de la que Jesús echó siete demonios, y era una figura atractiva, con dinero e independiente y que probablemente acompañaba al grupo de seguidores varones de Jesús. A la muerte de la Magdalena, que para mí fue anterior a la composición del Evangelio de Juan, y durante todo el siglo II, los evangelios de línea gnóstica destacan a María Magdalena, sola o junto a otras mujeres como Susana, Juana y otras anónimas. Ahora bien, cuando la Iglesia dice "Aquí estoy yo", la jerarquía se compone de varones y hay necesidad de controlar la institución, se acaba la validez de las profecías de mujeres. Es curioso, pero las mujeres tienen una importancia fundamental en el mundo antiguo siempre que se dé una religión de tipo más personalista, místico e interior. Y la idea de la Resurrección, que es fundamental en el desarrollo del cristianismo, no empieza entre hombres. Ningún investigador independiente del siglo XXI cree que Jesús resucitara, pero todos admiten que esa idea fue decisiva en la configuración del cristianismo. A pesar de que la jerarquía terminara desplazando a las mujeres. Pregunta: La resurrección, el gran punto oscuro. ¿Qué pudo pasar desde que los discípulos huyen despavoridos a la muerte de Jesús hasta que se reagrupan convencidos de que su maestro ha resucitado? ¿Tiene alguna hipótesis para explicar esa transformación, aunque no haya manera de corroborarla ni refutarla? No lo sé ni lo sabe nadie. Bueno, Erich Fromm tiene un libro sobre la génesis del cristianismo donde, como muchos otros, plantea la hipótesis de la histeria y la alucinación colectivas. Yo no lo sé. Los cristianos creyentes de hoy dicen que esta hipótesis es imposible, porque los discípulos varones en principio no creían a las mujeres y luego se produjo una aparición ante 500 personas. A la verdad no lo sé. Pero también los 500 puede ser un número simbólico, o una histeria colectiva de muchos. En cualquier caso, eso no pertenece al ámbito del historiador. El historiador sólo se ocupa de cosas empíricas, contrastables, que se puedan repetir. ¿Yo cómo voy a historiar una resurrección? Sólo puedo constatar que este fenómeno no se explica si no hay un grupo que cree en la resurrección, pero no puedo explicar cómo surgió la idea. Pregunta: Centrándonos en el mensaje propio y original de Jesús de Nazaret, ¿no cabe pensar que algunas de sus novedades distintivas, como la del amor al prójimo, la idea de Dios como Padre o el perdón a los pecadores tuvieron que estar presentes de algún modo en el pensamiento original de Jesús? ¿Se habrían permitido sus seguidores una reelaboración tan profunda? ¿O es que ya hay indicios de tales postulados en el judaísmo de su tiempo? Mi opinión es que lo único novedoso en la religión de Jesús, que es plenamente judía, es la mezcla de todas esas ideas y, si acaso, la intensidad de su mensaje. Por ejemplo, la idea de Jesús de Dios como padre es una noción absolutamente común en el judaísmo, el amor al que no es precisamente mi amigo está en el espíritu todo del capítulo 19 del Levítico, y lo mismo sucede con el amor al prójimo y el perdón a los pecadores, que son temas archiexpuestos por los rabinos de tiempos de Jesús. Lo que ocurre es que, cuando se presenta a Jesús como un dios y salvador universal a los paganos, cuyos dioses, tan demasiado humanos, no contemplan ninguno de estos aspectos, parece que su mensaje judío es completamente novedoso. Otro caso: Como ha expuesto, por ejemplo, en este país repetidas veces Fernando Bermejo, la relación entre Juan el Bautista y Jesús no es la de precursor y un mesías posterior, mucho mayor en importancia y dignidad que el primero, sino la contraria. Juan es el maestro y Jesús el humilde discípulo, que luego incorpora las enseñanzas de aquél a su propia doctrina. Las semejanzas entre los dos son infinitamente mayores que las diferencias. Eso que dicen los exégetas de que el mensaje de Jesús es único e incomparable en el ámbito del judaísmo, al que supera ampliamente, es un puro mito. Jesús dice lo que decían la mayoría de los rabinos de su tiempo. Sólo que ningún otro rabino tuvo la suerte de ser tan exaltado a su muerte como lo fue Jesús por Pablo. Pregunta: En su libro "La verdadera historia de la Pasión" explica que Pablo interpretó el sacrificio de Jesús como una nueva alianza que sustituiría al Cordero Pascual judío. ¿Por eso la fecha de su muerte se identificó con la tradicional Pascua judía? A mí me da la impresión de que fue al revés. La "Pasión", tal como la entendemos históricamente, es muy posible que haya comenzado ciertmente con la entrada triunfal en Jerusalén. Pero ésta se produjo seguramente en septiembre, no una semana antes de su muerte, durante la fiesta de los Tabernáculos, en la que los habitantes de Jerusalén desfilaban con palmas y recitaban salmos como los que se mencionan en el capítulo correspondiente del Evangelio. Sin embargo, la muerte de Jesús sí que debió de ocurrir, no una semana después, sino en una fecha inmediatamente anterior a la Pascua judía. A partir de esa coincidencia temporal, es muy fácil que Pablo -a través de su interpretación de que un ser divino se encarna en Jesús y muere vicariamente por la Humanidad (esto es una idea griega, por cierto), y luego resucita y todos por la fe participamos de su muerte y resurrección- pudiera deducir que Dios lo había planeado todo desde la eternidad y que Jesús era el Cordero Pascual, cuyo sacrificio, único, vale y sustituye a todos los sacrificios del templo de Jerusalén. Toda esta teología, que es paulina, la desarrolla muy ampliamente la Epístola a los Hebreos, que, por cierto, no es propiamente de Pablo, sino de un discípulo lejano: el sacrificio de Jesús ha sustituido a todos los demás y ya no hay que ir sacrificando corderos en el Templo. El cuarto Evangelio y el Apocalipsis, aunque sean de dos autores distinos, consagran definitivamente la idea de Jesús como Cordero de Dios. Podríamos seguir con otras preguntas, pero creo que nuestro tiempo ha concluido. Muchas gracias.
Sábado, 8 de Noviembre 2008
Notas
Pregunta: ¿La guerra del año 70 entre Roma e Israel menguó tanto la comunidad judeocristiana de Jerusalén como para que los seguidores de Pablo, que ya había sido martirizado, tuvieran el camino expedito para imponer su teología?
Respuesta: Creemos que ocurrió así por los escasos restos que dejaron esa comunidades judeocristianas: seis u ocho evangelios, como le digo. Interpretamos que el pasaje de Eusebio de Cesarea, en su obra Historia de la Iglesia, compuesta al principio del siglo IV, de que el Espíritu Santo inspiró a los judeocristianos de Jerusalén para que salieran más allá del Jordán, ante la inminencia de la gran escabechina que se produjo cuando la primera Gran Revuelta contra Roma (que concluyó con la derrota de los judíos y el aniquilamiento de Jerusalén y del Templo), pudo tener parte de verdad. Pero debieron de salir unos pocos: la inmensa mayoría de los que se quedaron pereció en Jerusalén a manos de los romanos, porque de lo contrario habrían dejado muchos más escritos. También alguno puede decir que ya se encargó la Iglesia primitiva de quemar aquellos evangelios apócrifos que más le molestaban, pero es que los restos que han dejado son mínimos. Pregunta: ¿No habría tenido suficiente autoridad para desprestigiar la interpretación paulina un solo superviviente de Jerusalén, u otra comunidad evangelizada por esta corriente? Respuesta: Se luchó mucho, como indican las cartas a los Filipenses, Gálatas y a los Romanos de Pablo de Tarso, pero piense que después del año 70 tanto Jesús como los discípulos que habían tenido contacto directo con él ya habían muerto. Y fue entonces cuando se componen los cuatro evangelios luego canónicos: ¿quién puede protestar entonces que tal texto está exagerando o tal interpretación es errónea? Y, como la teología paulina es la más cómoda y potente, nadie podía poner freno a su triunfo. ¿Qué atractivo y porvenir podía tener un cristianismo que destacara los rasgos judíos de Jesús después de la guerra del 70, en la que Jerusalén quedó destruida, y sobre todo después de la del 135, cuando Adriano volvió a arrasarla e impuso la pena de muerte a cualquier judío que paseara por la comarca? No era positivo un cristianismo muy judío en esos momentos. Pregunta: ¿Qué se sabe de la relación entre Pedro y Pablo? Respuesta: Algo. Pero nos la tenemos que imaginar bastante. Creemos que la relación entre Pedro y Pablo fue mejor que entre Santiago y Pablo. En los Hechos de los Apóstoles, Pedro aparece nada menos que como el que decide organizar la misión para convertir a los paganos, y Pablo va detrás de él como un corderito. De ahí podemos deducir que el autor del texto y de uno de los evangelios, a quien llamamos Lucas, le quería presentar como un hombre no tan recalcitrante como algunos ex esenios y ex fariseos de Jerusalén, convertidos al judeocristianismo que exigían que para salvarse había que convertirse a su vez al judaísmo. Yo creo que Pedro andaba en una posición intermedia entre la posición muy judaizante de Santiago, el “hermano del Señor” y la helenizada de Pablo de Tarso, permitiendo que los judíos que creyeran en Jesús siguieran practicando el judaísmo y los paganos que lo hicieran se salvaran también. Sin embargo, en el segundo capítulo de la epístola a los Gálatas se ve que Pedro y Pablo se enfadan, porque éste le achaca que antes comía con los gentiles y ahora que han llegado algunos discípulos de Jerusalén se comporta como un judío estricto que no quiere saber nada de los paganos. Ahora bien, reconstruir la figura de Pedro es muy difícil porque por lo menos la primera epístola que se le atribuye en el Nuevo Testamento tiene mucho de teología paulina. Y la segunda tampoco fue escrita por él. La reconstrucción del pensamiento de Pedro hay que hacerlo a partir de los Hechos de los apóstoles y de los Evangelios. Lo que intuimos de él se basa también en las Homilías Pseudoclementinas. Pablo y Santiago, en cambio, debieron de mantener las distancias, aunque con respeto mutuo. Pablo aparece en sus cartas reuniendo dinero para los cristianos de Jerusalén, dirigidos por Santiago,que habían vendido sus posesiones porque esperaban el fin del mundo inminente y estaban literalmente "muertos de hambre", como dicen al principio los Hechos de los Apóstoles. Pablo se les quiso ganar así, aunque no lo consiguió; los judíos, con los romanos, lo detuvieron allí mismo, en Jerusalén, y probablemente fueran los propios cristianos de Jerusalén los que permitieron que los judíos le llevaran al procurador romano y Pablo acabara degollado en Roma. Pregunta: De lo que ha dicho Usted hasta ahora, deduzco un par de cosas. La primera, que Jesús no debió de nombrar a Pedro su sucesor, ya que la comunidad de Jerusalén queda bajo el mando de Santiago; y la segunda, que el Juan evangelista, paulino y gnóstico, no tiene nada que ver con el apóstol del mismo nombre. Respuesta: Sí, ambas cosas son verdad. El pasaje de la fundación de la Iglesia, que aparece sólo en Mateo lo cual ya da que pensar que se trata de un añadido de este autor, es sospechoso porque Santiago jamás se habría atrevido a derrocar a Pedro, obligándole a marcharse a Antioquía. Para mí que Jesús se limitó a reunir un grupo de doce apóstoles que representaran simbólicamente a las doce tribus de Israel. Siendo como era un judío piadoso, jamás deseó fundar iglesia nueva alguna, lo que implicaba una nueva religión. En el tiempo de Jesús y desde hacía siglos, del Israel antiguo ya sólo quedaban dos tribus y media (las de José, Benjamín y Judá), porque el resto habían perecido en la conquista de Samaria a manos del rey asirio Salmanasar (721 a. C). Pero los judíos piadosos de la época de Jesús pensaban que esas tribus habían escapado de Babilonia y se habían internado en Asia, y que, cuando Dios instaurara su reino en la tierra, volverían montadas en águilas. Jesús era de ese pensamiento y lo único que hace es instituir un grupo de doce que representa a esas tribus que van a ser restauradas. (Todavía en el siglo XX, Israel echó mano de judíos etíopes, los falashas, como tropas de choque, y algunos rabinos predicaban que los aviones en que les traían era el cumplimiento de la profecía. Los aviones eran las águilas por medio de las cuales Dios les llevaba a la tierra de Israel para pelear por su liberación contra los árabes). Así que la Iglesia actual no se corresponde en absoluto con lo que cuenta el trasfondo del Evangelio de Mateo en su capítulo 16. La iglesia actual se debe más a su necesidad de asentarse en el mundo una vez se vio que el fin del mundo esperado, tanto por Jesús como por Pablo, no acababa de llegar. A partir del siglo II, las iglesias paulinas ejercieron un potente control de las comunidades por medio del establecimiento de la jerarquía. El control intelectual se logró por medio de la creación del concepto del “depósito” de la recta doctrina y el filtrado de las Escrituras, la creación de una lista específica de libros cristianos que formaron el Nuevo Testamento. La exégesis de ellos, además, se reservaba para la jerarquía. Ni Jesús ni sus apóstoles establecieron nada de eso; simplemente pensaban que Dios establecería su reino en la tierra de Israel y los apóstoles serían los representantes de las doce tribus. El Jesús de la Historia tenía una mente tan judía que a Pablo, en el fondo, apenas le servía de nada. Por ello no lo cita apenas (sólo cinco veces), y su teología se baso únicamente en la interpretación de la muerte (y la resurrección) del Nazareno. Seguiremos.
Sábado, 8 de Noviembre 2008
Notas
Pregunta: ¿Cuándo puede decirse que triunfa plenamente el paulinismo?
Respuesta: A lo largo de los siglos IV y V. El Concilio de Nicea (325) y el de Calcedonia (451) ya establecen rígidamente el dogma de Jesús como ser divino, engendrado no creado y de la misma naturaleza que el Padre, siguiendo las normas paulinas. Aunque hoy haya unas 500 confesiones cristianas, no son tan distintas entre sí como lo eran los cristianismos del siglo II; son todas variedades del cristianismo paulino. Por eso se puede decir que el cristianismo tal y como lo vivimos hoy tiene como base, sí, por supuesto a Jesús de Nazaret -porque si no hubiera existido no habría dado lugar a nada- pero interpretado en su figura, misión y muerte por San Pablo. Hay mucha diversidad de cristianismos, pero todos proceden del tronco común paulino. En los primeros siglos era diferente. Hay que decir, sin embargo, también que el cristianismo tiene otros progenitores, no sólo Pablo de Tarso, a juzgar por los 27 escritos finalmente canonizados y sacralizados por la Iglesia primitiva. Ésta no quiso reconocer a Pablo como único antecedente, sino que incluyó otras líneas de pensamiento que había entre los cristianos y que, debidamente filtradas, no se oponían frontalmente a la paulina sino que la enriquecían –se pensaba-. Así, por ejemplo, la de San Mateo, bastante judía, o la del Cuarto Evangelio, que presenta en realidad un Jesús totalmente extraño al de los Evangelios sinópticos. Además, a las siete cartas de Pablo añadió las de Pedro, Juan, Santiago, Judas… Pero el cristianismo de hoy ha nacido de esas mezclas. El resultado es un cristianismo complejo, pero de neto cuño paulino. Entre lo que la investigación histórica piensa hoy que fue Jesús de Nazaret y el Cristo de la fe que predica Pablo hay una gran diferencia; tanta como entre un Jesús humano y uno divino, entre un mesías judío y un salvador universal, entre un hombre desesperado en la cruz ("Dios mío, ¿por qué me has abandonado") y un resucitado triunfante. La Iglesia lleva 20 siglos transmitiéndonos en la catequesis, las homilías y los libros al Cristo de la fe, no al Jesús de la historia. Pero lentamente, a través de publicaciones como las que intento hacer, y las de otros muchos más importantes que yo, va calando la imagen del Jesús de la historia. Creo que la teología del siglo XXI debería plantearse cómo soluciona las diferencias entre uno y otro. Creo que ya está empezando a hacerlo; yo lo observo desde fuera, como filólogo, como hombre de la Universidad y científico más bien escéptico y racionalista. Reconozco que es un gran problema no resuelto ni mucho menos. Pregunta: ¿No es mucha casualidad que los cuatro Evangelios canónicos se escribieran bajo la égida de Pablo? Respuesta: El Nuevo Testamento tal como está impreso despista mucho al lector porque, primero sitúa los Evangelios en las primera páginas y luego las cartas de Pablo. La gente piensa entonces espontáneamente que ése es el orden cronológico, pero es justamente el contrario: primero escribió Pablo, que probablemente murió en el año 60 ó 62, en la época de Nerón, y luego, a partir del año 71 y hasta más allá del 100, se redactaron los Evangelios. En mi opinión, los cuatro evangelistas, aunque muy distintos entre sí, están poderosamente influenciados por la gran síntesis paulina sobre cómo hay que interpretar a Jesús. Todos siguen la interpretación paulina de la muerte de Jesús como sacrificio vicario por toda la humanidad del Hijo de Dios conforme al plan divino de salvación desde toda la eternidad. Mateo, a la vez, propugna además que es necesario no sólo creer en esto, sin además guardar la ley de Moisés para salvarse, y Juan opina casi todo lo contrario. Pero en los cuatro Evangelios se vislumbra el mismo esquema teológico fundamental. Pregunta: ¿Y los Evangelios Apócrifos? Respuesta: No se puede hablar de los Evangelios Apócrifos grosso modo, como un sistema teológico porque tales escritos se componen en un espacio de tiempo muy amplio: desde el 130 hasta el siglo IX o X. Además muchos de ellos se han perdido o de algunos sólo quedan fragmentos. Yo he calculado que pudo haber unos 60, 70 o más evangelios apócrifos. La mayoría de estos apócrifos también son paulinos, pero hay seis u ocho muy judeocristianos, de la rama de Santiago, para quienes Pablo es el hombre más canalla y mentiroso del mundo. Uno de estos textos judeocristianos es más una novela que un evangelio apócrifo -lo que llamamos la colección de las Homilías Pseudoclementinas y los “Reconocimientos”, que no es un evangelio pero habla de predicaciones de Pedro muy antiguas, y se compone de mil páginas juntando la versión griega y latina. Y finalmente hay otros evangelios apócrifos gnósticos que difunden una teología totalmente diferente a al paulina, contraria diría, muy espiritual, muy platonizante, donde el esquema salvacional paulino, la salvación por la fe en el sacrificio de la cruz no tiene valor alguno. Sólo se salva el que recibe una revelación especial del Revelador Jesús y ésta consiste fundamentalmente en saberse, en la prte superior del ser humano, el espíritu consustancial con la divinidad y actuar de acuerdo con ello. Seguiremos.
Sábado, 8 de Noviembre 2008
NotasJesús los esenios y los evangelistas
Continúa la pregunta: ¿Puedo resumir su tesis sobre Jesús de Nazaret en que se trató de un judío estricto, fariseo heterodoxo e influido por los esenios en su convencimiento de la inminencia del fin del mundo, y que todo el resto de la doctrina cristiana es obra de San Pablo?
Respuesta: A pesar de las discusiones con otros fariseos que aparecen en los Evangelios, si a algo se parece Jesús de Nazaret, por las ideas que expone y su modo de discurrir sobre las Escrituras, es a ellos, aunque no se le pueda encasillar en ninguna corriente particular, porque se trata de un hombre alejado del centro del poder y con ideas propias. Pero, en cualquier caso sí se puede afirmar que Jesús no rompe nunca con la ley de Moisés; aunque la discute e intenta profundizar en ella para buscar su sustancia, la quiere cumplir a rajatabla, va al Templo, celebra las fiestas, y al final de su vida, se cree el mesías de Israel dentro de las coordenadas religiosas que se presuponían a esta figura en su tiempo. Una institución como la de la Eucaristía tal y como la transmite san Pablo en I Corintios, 11, 23 y ss., no encaja en absoluto con la imagen que nos podemos formar de Jesús. Este pasaje y su continuación en los Evangelios sinópticos debe interpretarse de otra manera, de modo que encaje con la figura de un judío profundamente religioso y convencido de su fe. Cuando digo que San Pablo es el fundador de la corriente que hoy desemboca en el catolicismo y las diferentes confesiones protestantes, me refiero a que los discípulos de Jesús, como ha sucedido siempre con todos los personajes carismáticos, lo reinterpretan a su modo y de distintas maneras. San Pablo es uno de ellos y reinterpreta la figura y misión de Jesús a su manera. Pregunta: ¿Cuáles son las líneas teológicas que pueden distinguirse en las primeras comunidades cristianas y en cuál de ellas se enmarcan los distintos evangelistas? Respuesta: Hay una línea que repiensa y reinterpreta a Jesús dentro del ámbito judío: es la iglesia de Jerusalén representada por su hermano Santiago y en menor medida por Pedro y Juan, algunos de cuyos miembros ni siquiera creían que Jesús fuera Dios, sino que seguían la concepción del judaísmo que predicó su Maestro, viendo en él un mesías humano aunque muy cercano a la divinidad. Y hay otra línea que lo interpreta dentro del Imperio Romano de la época. Esta última es una reinterpretación elaborada por judíos no israelitas, de lengua y cultura griegas, que tienen una mentalidad un tanto distinta a los de Jerusalén, que han aprehendido elementos de las religiones del espacio en el que viven, pagano, y a los que les preocupan intensamente temas como la salvación y la inmortalidad también de los paganos. Estos judeocristianos interpretan a Jesús despojándolo de sus rasgos judíos, y transformándolo de mesías judío en personaje divino y salvador universal, cuyo sacrificio ha rescatado a la Humanidad del pecado y le permite acceder a la resurrección si se bautiza en su nombre. El cuadro se completa con la ingestión simbólica de su cuerpo y sangre en la Eucaristía. El que inicia esa corriente es sin duda Pablo de Tarso, que es el único del que se han conservado en el Nuevo Testamento escritos auténticos, en concreto siete cartas genuinas. A medida que Pablo va fundando comunidades y éstas van incorporando a su teología elementos aceptables de la religiosidad pagana, se forman dos corrientes distintas en el judeocristianismo, que se pelean a muerte. Sabemos que se pelean, por ejemplo por la Epístola a los Gálatas, donde se ve una oposición mortal contra Pablo por parte de los delegados judeocristianos de la comunidad de Jerusalén, enviados probablemente por Santiago. Esa lucha ideológica sigue a lo largo de todo el siglo II, que asiste a una multiplicidad de cristianismos diferentes, en total unos ocho o nueve, como explico en el libro Cristianismos derrotados. Si alguien pudiera caer con una máquina del tiempo en una ciudad de Asia Menor del siglo II, se encontraría con un cristianismo muy judío, dividido en varias ramas; otro muy paulino; otro místico que otorga gran importancia a las mujeres, como el de los seguidores del Evangelio de Juan; un cristianismo profético seguidor de Montano; otro que considera que el matrimonio y el sexo son impedimentos para la salvación; otro gnóstico, que accede a Dios por una revelación especial, que interpreta al Dios judeocristiano desde categorías platónicas y cree que sólo sus miembros se van a salvar. Éste, a su vez, está dividido también en varias ramas, etc. De todas estas interpretaciones, el cristianismo que mejor dotado estaba para triunfar en el efervescente “mercado” de religiones del Imperio Romano era el paulino, porque había desjudaizado y desescatologizado a Jesús. Proclamaba que para salvarse Dios no exigía ya aceptar la antigua ley de Moisés, ni circuncidarse ni cumplir las normas alimenticias ni otros preceptos (en total 635, según la Misná); bastaba fundamentalmente con creer que Jesús era el mesías, bautizarse en su nombre y guardar su ley. Esto era bastante cómodo y mucho más barato que el requisito de someterse a las costosas iniciaciones que exigían las otras religiones de salvación, las llamadas religiones de los misterios. Así que no es de extrañar que a lo largo de los siglos III y IV todas las otras variantes de cristianismo fueran decayendo ante la pujanza de la interpretación que hace Pablo de la salvación traída por Jesús. Seguirá. Saludos cordiales.
Sábado, 8 de Noviembre 2008
Notas
Interrumpo durante unos días los prenotandos sobre el tema de la “divinización de Jesús” para hacerles llegar el contenido de una entrevista hecha a quien esto escribe por el periodista Kiko Rosique Tremiño. Apareció publicada en la revista digital “La crónica Social”, publicada por “Servimedia. Departamento digital” el día 9 de octubre de 2008.
Creo que el contenido puede servir para situar en su marco mi tarea de historiador de las ideas del cristianismo primitivo e ilustrar mi empeño en muchos de los temas que irán apareciendo en este “blog de conocimiento”. Soy consciente de que muchos de los temas abordados y mis conclusiones sobre ellos pueden parecer vidriosos y difíciles. Pero en muchas ocasiones no son iguales los resultados de la investigación histórica y lo que se ha creído durante largo tiempo, incluso durante siglos. ****** Jesús de Nazaret es, posiblemente y junto con Pitágoras, el hombre que más influencia directa o indirecta ha ejercido sobre el curso de la Historia. Pero también el personaje sobre el que la Humanidad tiene un conocimiento menos fundado en la investigación historiográfica y más en creencias y tradiciones no contrastadas. A la peliaguda y fascinante tarea de destilar lo que se puede saber del Jesús histórico y sus ideas mediante el análisis crítico de los textos cristianos es a lo que se ha dedicado toda la vida el profesor Antonio Piñero, catedrático de la Universidad Complutense, que nos detalla aquí las conclusiones más sorprendentes y necesariamente polémicas de sus dos libros, Cristianismos derrotados y La verdadera historia de la Pasión, publicados en la Editorial Edaf, Madrid en 2007 y 2008. He aquí algunos puntos clave: • "La teología del siglo XXI debería plantearse cómo soluciona las diferencias reales entre el Jesús histórico y el Cristo de la fe". • "Si a algo se parece Jesús es a un fariseo, aunque discute con ellos y no se le puede clasificar en ninguna corriente particular de rabinos". • "De los ocho o nueve cristianismos distintos que había en el siglo II, el mejor dotado para triunfar en el mercado religioso del Imperio Romano era el paulino, que desjudaizó a Jesús". • "Jesús no instauró Iglesia alguna: creía que el fin del mundo estaba muy cerca y Dios mismo establecería su reino en la tierra". • "Todas las grandes ideas de Jesús están ya en el judaísmo, pero se presentaron como novedad a los paganos, cuyos religiosidad no las contemplaba" Pregunta: ¿Puedo resumir su tesis sobre Jesús de Nazaret en que se trató de un judío estricto, fariseo heterodoxo e influido por los esenios en su convencimiento de la inminencia del fin del mundo, y que todo el resto de la doctrina cristiana es obra de San Pablo? Respuesta: Sí, aunque no es mi tesis sólo. Desde 1789, cuando Hermann Samuel Reimarus publicó su opúsculo Sobre el propósito de Jesús y el de sus discípulos, se empieza a distinguir por medio de un análisis crítico de los Evangelios entre lo que es el Jesús de la Historia y el Cristo de la Fe. Hay una diferencia entre lo que nos enseña la Iglesia y lo que nos muestra un análisis crítico de los Evangelios. Este análisis se empieza a hacer poniendo en cuatro columnas lo que nos dicen cada uno de los Evangelios y comparándolos entre sí y viendo sus diferencias. Nos depara un Jesús con rasgos humanos, que ignora cuándo va a ser el fin del mundo, que tiene una serie de contradicciones, que se irrita y no es nada manso ni modesto hacia sus enemigos. Creemos que es un análisis válido porque ha ido decantando un consenso entre los muchos observadores independientes no supeditados a su fe. De dicho análisis resulta un judío piadoso, un fariseo, rabino o maestro carismático de la ley independiente de los muchos que había por entonces (no hay que confundir el rabinato informal de la época de Jesús con el de 200 años más tarde, cuando los fariseos forman escuelas, son ordenados mediante imposición de manos y reciben una tradición oficial), procedentes de Galilea y contrapuestos a los rabinos de Jerusalén, que son mucho más obedientes y apegados al Templo. Esta gente tiene otra mentalidad y discute de la Ley con mucha más facilidad. Saludos cordiales. Seguiremos el próximo día.
Sábado, 8 de Noviembre 2008
NotasLos Evangelios mismos presentan pruebas muy notables de un Jesús meramente hombre
Hoy escribe Antonio Piñero
Seguimos con las cuestiones previas, un tanto largas, pero necesarias, al tema central de esta serie: Del estudio de los evangelios sinópticos se deduce que en ellos se traslucen dos referentes esenciales: A. Un Jesús como un rabino galileo, encardinado en las coordenadas del Israel del siglo I, perfectamente situable, enmarcable y explicable en gran parte dentro de estas coordenadas, y B. Otro referente sobrenatural y sobrehumano que es ese mismo Jesús considerado como Cristo, mesías sobrenatural muerto y resucitado, y exaltado luego a la diestra de Dios. Respecto a las noticias evangélicas sobre los dos referentes, el lector atento observará que existe mucho material evangélico que se refiere al primero de los dos –A.- y que este material entra en colisión, a veces, con el segundo referente, el Cristo sobrenatural, B. Este material -que algún historiador del cristianismo primitivo como Gonzalo Puente Ojea- ha definido como “furtivo” es extraordinariamente interesante para dibujarnos una imagen del Jesús de Nazaret evangélico como un mero hombre. Gonzalo Puente lo denomina “furtivo” porque se trata de dichos y hechos de Jesús que –provenientes de la tradición oral sobe él- se han “introducido” en el evangelio con intereses ante todo biográficos por la misma fuerza de los hechos. Era material en sí que no se podía evitar y rechazar por intereses meramente teológicos -es decir, destacar la personalidad sobrenatural de Jesús- pues dibujaban intensamente el impacto de Jesús entre las gentes de su tiempo. Inmediatamente pondremos ejemplos. Un discurso de Pedro en los Hechos de los Apóstoles El mismo Nuevo Testamento nos habla de Jesús como un ser humano que únicamente tras su muerte y resurrección por Dios ha sido exaltado al ámbito de lo divino. Un ejemplo muy claro lo tenemos en el discurso de Pedro el día de Pentecostés recogido en el capítulo 2 de los Hechos de los apóstoles. Los estudiosos están de acuerdo en que esta pieza oratoria -aunque compuesto en último término por la mano del evangelista Lucas-, expone con bastante fidelidad una “cristología” (discurso sobre Jesús como Cristo o mesías) que es muy primitiva, por lo puede bien corresponderse a los primero estratos del pensamiento teológico judeocristiano. El texto dice así: «Israelitas, escuchad estas palabras: A Jesús, el Nazoreo, hombre acreditado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por su medio entre vosotros, como vosotros mismos sabéis, a éste, que fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios, vosotros le matasteis clavándole en la cruz por mano de los impíos; a éste, pues, Dios le resucitó librándole de los dolores del Hades, pues no era posible que quedase bajo su dominio; porque dice de él David: Veía constantemente al Señor delante de mí, puesto que está a mi derecha, para que no vacile. Por eso se ha alegrado mi corazón y se ha alborozado mi lengua, y hasta mi carne reposará en la esperanza de que no abandonarás mi alma en el Hades ni permitirás que tu santo experimente la corrupción. Me has hecho conocer caminos de vida, me llenarás de gozo con tu rostro. Hermanos, permitidme que os diga con toda libertad cómo el patriarca David murió y fue sepultado y su tumba permanece entre nosotros hasta el presente. Pero como él era profeta y sabía que Dios le había asegurado con juramento que se sentaría en su trono un descendiente de su sangre, vio a lo lejos y habló de la resurrección de Cristo, que ni fue abandonado en el Hades ni su carne experimentó la corrupción. A este Jesús Dios le resucitó; de lo cual todos nosotros somos testigos. Y exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y ha derramado lo que vosotros veis y oís. Pues David no subió a los cielos y sin embargo dice: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos por escabel de tus pies. «Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado.» De este texto se deduce, con toda claridad, que los judeocristianos primitivos pensaban que Jesús de Nazaret había sido un mero hombre, un profeta bendecido por Dios con hechos y palabras extraordinarias, que sufrió una muerte injusta, que fue vindicado por Dios tras su muerte, resucitándolo y que sólo después de su muerte fue, -de algún modo, no se precisa exactamente cómo o quizá se dé por supuesto-, exaltado al ámbito de lo divino. Otros relatos evangélicos nos presentan también a un Jesús que –en contraposición a la imagen de la teología cristiana del siglo II que lo dibuja como un Dios omnisciente y omnipotente- ignora por completo cuándo va a venir el fin del mundo. Así: Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo, sino sólo el Padre: Mt 24,36 El pasaje debió de plantear un problema teológico: ¿cómo es posible que el Hijo de Dios, real y verdadero y por tanto omnisciente, ignorara algo tan importante? Y no es lícito plantear que el evangelista pensaba sólo en la faceta humana de Jesús, porque esa distinción no era procedente en el siglo I. Tal distinción teológica se elaboraría siglos después. Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero
Viernes, 7 de Noviembre 2008
Notas
Hoy escribe Antonio Piñero
Para la imagen del Jesús histórico y para cualquier tipo de consideración en este ámbito es cuestión vidriosa si se admite o no el testimonio del Cuarto Evangelio. Normalmente este escrito es mirado con una cierta prevención por parte de los historiadores de la Antigüedad, pues un análisis aun superficial y un estudio comparativo con los otros tres evangelios precedentes, Mateo, Marcos, y Lucas, deja bien a las claras que esta obra, el Evangelio de Juan constituye: • Un estadio muy avanzado de la interpretación de Jesús, pues fue compuesta al parecer unos 70 años después de su muerte, • Que algunos hechos que relata son altamente simbólicos y por tanto la posible realidad histórica subyacente está ausente o distorsionada. Dos ejemplos: A) El diálogo con la mujer samaritana del capítulo 4. Es interpretación común de los exegetas científicos que es ésta una escena “ideal”, cuyo referente histórico es tenue, si es que lo tuvo, dadas las pésimas relaciones entre judíos y samaritanos. La interpretación más plausible es que el Evangelista la compuso para transmitir la idea del paso de una fe imperfecta –la de la mujer samaritana, con cinco maridos = presa de las concupiscencias del mundo- a una fe perfecta gracias a las palabras del Revelador-mesías, Jesús. B. Otro ejemplo es la escena de la aparición de Jesús resucitado a María Magdalena en el capítulo 20 del Cuarto Evangelio. La tradición de esta aparición contradice al resto de las tradiciones de la cristiandad primitiva, Pablo de Tarso incluido, que la primera aparición de Jesús (no de un ángel o mensajero de la resurrección) fue a Pedro. En segundo lugar porque presenta –también en contra de la tradición más plausible de los otros evangelistas- a María Magdalena como obediente al Resucitado y como transmisora a los apóstoles de la aparición del Resucitado. Los demás evangelios señalan que las mujeres sintieron miedo, huyeron y no comunicaron en principio noticia alguna de que habían visto la tumba vacía. Por ello, y por otros detalles esta escena de la aparición a la Magdalena es sospechosa desde el punto de vista de la historia. Es probablemente también una escena ideal –que resalta el papel de las mujeres en la comunidad en torno al autor del Cuarto Evangelio- donde se escenifica de nuevo el paso de una fe imperfecta (la de una María que busca a Jesús, aunque él, según el Evangelio, había predicho que había resucitado; que lo confunde con un jardinero, etc.) a otra fe perfecta gracias a las palabras del Revelador Jesús. • Que las palabras que el evangelista pone en boca de Jesús son más bien expresión de su propia teología y comprensión del personaje, Jesús, que dichos auténticos que pudo éste expresar en realidad. Jacques Schlosser, sacerdote católico, en su estudio sobe el Dios de Jesús (Editorial Sígueme, Salamanca 1995, pág. 19) sostiene que: « He centrado mi trabajo en los Evangelios sinópticos y he dejado de lado el evangelio de Juan. Este último recoge cierto número de datos históricos fiables, pero en el caso de las palabras de Jesús –salvo raras excepciones- la relectura johánica me parece tan fuerte que no ofrece acceso seguro a la predicación de Jesús. » Lo afirmado por J. Schlosser respecto a las palabras de Jesús puede decirse respecto a los hechos de este mismo en el Cuarto Evangelio. En este escrito, el análisis literario e histórico es absolutamente necesario para llegar a datos fiables. Para el objeto de nuestro interés, el proceso de divinización de Jesús sí es interesante el Cuarto Evangelio como indicador del final del proceso de divinización: Jesús de Nazaret es la encarnación del Verbo Eterno, preexistente cabe Dios y él mismo Dios. Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero
Jueves, 6 de Noviembre 2008
Notas
Hoy escribe Antonio Piñero
Abordar históricamente los textos considerados sagrados no debe ser una dificultad especial para el historiador, pues éste da por supuesto que debe tratarlos igual que otros escritos legados por la antigüedad. A la hora de analizarlos debe prescindirse metodológicamente del elemento de sacralidad de estos textos. Ahora bien, prescindir no significa negar explícitamente su sacralidad. Por el contrario, algunos creyentes opinan que al ser el Nuevo Testamento un libro “inspirado”, no se le pueden aplicar las técnicas utilizadas para la interpretación de otros textos antiguos, no sagrados. El argumento que sustenta esta noción es sólo uno en verdad: tales libros sólo pueden y deben ser leídos desde la fe. En concreto sobre el Nuevo Testamento, que presenta la “oferta definitiva de salvación para la humanidad, se afirma que solamente la fe es capaz de desentrañar el contenido sustancial de ese corpus de escritos, su "misterio casi insondable". O también: sólo teólogos profesionales y creyentes pueden extraer de ellos la profunda verdad que contienen. Pienso que algunos lectores expresarían así tal concepción: ¿cómo puede pretender un autor que sólo considera el Nuevo Testamento desde un punto de vista histórico, racionalista y filológico escribir sobre la divinización de Jesús que es pura materia de fe? ¿Cómo va a enseñar a entender quien en realidad no entiende nada, pues no trae en consideración el elemento sobrenatural? A tales críticas, más que posibles, respondería: el proceso de divinización de Jesús tiene una base histórica en cuanto que es un proceso humano: pueden rastrearse en los textos llegados hasta nosotros una concepción de partida –un Jesús humano-, una de llegada –un Jesús divino- y el proceso por el que se pasa de una concepción a otra. Utilizar para el Nuevo Testamento o para cualquier materia de estudio basada en textos antiguos las categorías de “misterio casi insondable” o “verdad profunda alcanzable sólo por la fe” sería renunciar al uso de la única facultad que tenemos para conocer, nuestra razón. En principio no parece lógico que la divinidad, que ha otorgado -según hipótesis- la razón como instrumento único de conocimiento, exija luego en materia tan importante como es conocer los instrumentos de salvación, prescindir de ella. Además, estas afirmaciones arriba transcritas no nos parecen correctas, porque si intentáramos fundamentarlas estaríamos razonando en círculo. La base de semejante pretensión sólo podría ser el argumento arriba expuesto: estos libros no pueden ser examinados críticamente por ser sagrados. Ahora bien, ¿por qué son sagrados? Porque son la palabra de Dios. ¿Quién lo afirma? La Iglesia con todo su poder sobrenatural. ¿De dónde obtiene la Iglesia este poder? Naturalmente, de haber sido fundada por Jesús tal como afirman estos libros, que son sagrados. Por tanto estos libros apoyan su sacralidad en la voz y autoridad de la Iglesia, y ésta fundamenta su poder en que así lo afirman los libros sagrados y en lo ocurrido con Jesús tal como en ellos se cuenta. El razonamiento es un círculo perfecto: el carácter sacro del Libro se fundamenta en la Iglesia, y ésta obtiene su autoridad del Libro. Queda, pues, claro que desde el punto de vista de la historia no podemos admitir este tipo de razonamiento. No es sólo la teología o la fe las que tienen una voz competente para presentar ante el lector del siglo XXI la plenitud de sentido de estos textos religiosos cristianos, sino sobre todo la investigación literaria, la filología y el conocimiento de la historia de la época. Las afirmaciones teológicas entran también de lleno en el campo de la investigación de la historia antigua, en concreto de la historia de las ideas, y por ello no se escapan de las leyes científicas que rigen una indagación estrictamente histórica. Esta es la razón por la que las obras contenidas en el Nuevo Testamento –y en nuestro caso preferentemente los Evangelios- pueden y deben ser estudiadas sin necesidad de pensarlas obligatoriamente como "inspiradas" y portadoras de una revelación. Son en primer lugar documentos informativos de una época en la que los mensajes religiosos (y de otro tipo) se transmitían no con la asepsia científica de hoy día, sino de acuerdo con los maneras de aquellos momentos. ¿Qué fuentes tenemos a nuestra disposición para esta tarea? Los textos de los que disponemos son fundamentalmente los Evangelios tanto canónicos como apócrifos. Los Evangelios canónicos son cuatro: tres que van muy unidos: Marcos, Mateo y Lucas (con una precisión: también hay que considerar los llamados “Hechos de los Apóstoles porque en origen esta obra es simplemente la segunda del Evangelio llamado de Lucas) y el Evangelio de Juan, que camina por derroteros propios. Los Evangelios apócrifos son muchos más: unos 70 y se dividen grosso modo en Evangelios de tonalidad más o menos ortodoxa y evangelios claramente gnósticos. La fiabilidad de las fuentes de las que nos servimos para obtener los datos sobre el proceso de la divinización de Jesús que precisamos es muy variada. A. Los datos ofrecidos, directa o indirectamente, por los evangelios más antiguos, los llamados “sinópticos”, Mateo, Marcos y Lucas son relativamente fiables. Dijimos que son obras de propaganda religiosa, y por tanto sospechosos de sesgar los datos o de exageración, pero su talante es fundamentalmente histórico: están empeñados en ofrecer a sus lectores los datos básicos, históricos y reales, de la vida del héroe principal de la historia, Jesús de Nazaret. Con paciencia, ayudados por las herramientas y criterios de la crítica que se han ido desarrollando durante los últimos doscientos años, es posible obtener algunos datos para enmarcar la vida de Jesús. Aunque algunos, o bastantes, de tales datos sean deducciones hipotéticas, en líneas generales puede decirse que los resultados corresponden al nivel medio de lo que la investigación actual considera como razonablemente seguro. Se puede saber qué dichos y hechos de los que aparecen en ellos pueden adscribirse con rigor y exactitud al “Jesús de la historia” -un judío muy religioso y entregado a su fe, que vivió en Judea y Galilea en el primer tercio del siglo I de nuestra era- y lo que, por el contrario, debe atribuirse al que se ha llamado el “Cristo de la fe”, el ungido o mesías en el sentido anteriormente dicho, que manifiesta lo que los creyentes en él confiesan en el credo. B. La fiabilidad de los evangelios apócrifos es muy escasa y en algunos casos nula. Éstas son obras muy posteriores en años a los evangelios sinópticos, es decir, están mucho más alejadas cronológicamente a los hechos que narran (la mayoría proceden de los siglos III al X), por lo que sus autores se dejan llevar a menudo por su fantasía e imaginación. Una mera lectura comparativa entre estos apócrifos y los evangelios sinópticos basta para percibirlo. Salvo unos pocos datos de los evangelios no canónicos más antiguos, el papiro Egerton 2, el papiro de Oxirrinco 840, el Evangelio copto de Tomás, y algunos cuantos más, las noticias sobre la vida de Jesús han de considerarse con gran cuidado y someterlas al escrutinio de la crítica. ¿Son los Manuscritos del Mar Muerto fuente para estudiar a Jesús de Nazaret o los orígenes cristianos? La respuesta puede ser rotunda: no entran en consideración para nuestro estudio los textos conocidos como manuscritos del Mar Muerto por la sencilla razón de que la inmensa mayoría de estos textos son anteriores al cristianismo y por tanto no podemos utilizarlos para estudiar la figura de Jesús. Después de que se han editado ya prácticamente todos los manuscritos de interés descubiertos en el Mar Muerto con un cuidado filológico extraordinario podemos decir sin temor a equivocarnos que no existen entre esos textos de Qumrán o del Mar Muerto pasajes o fragmentos del Nuevo Testamento. Tampoco hay en ellos alusiones a Jesús, a sus discípulos ni a nada que se refiera al cristianismo. Las afirmaciones en contrario son fantasías de escritos pseudocientíficos o ganas de llamar la atención para obtener ganancias pecuniarias con noticias sensacionalistas. Los Manuscritos del Mar Muerto son pura y exclusivamente judíos, en nada cristianos, y en el caso que nos ocupa, la divinización de Jesús, ofrecen sólo una ayuda indirecta, a saber: presentar la atmósfera intelectual, religiosa y teológica sobre todo, pero también social, del judaísmo del siglo I en el que se inserta la figura de Jesús. Nos iluminan, pues, sobre el tiempo y pensamiento del judaísmo en el que se incardina Jesús –que es mucho y muy valioso- pero sólo eso. No valen para estudiar a Jesús directamente. Seguiremos. Saludos de Antonio Piñero.
Miércoles, 5 de Noviembre 2008
Notas
Queremos comenzar nuestra andadura en este blog de Tendencias21 con uno de los temas más difíciles y espinosos de los que se pueden plantear al amparo del título de nuestro blog “cristianismo e historia”: “La divinización” de Jesús. El enunciado mismo de la cuestión, que espero suscite el interés de los lectores, presupone un punto de partida doble:
1. Que a partir de un estudio de las narraciones evangélicas parece traslucirse que Jesús de Nazaret es un ser meramente humano, no un ente divino, y 2. Que tras su muerte y resurrección –todo desde el punto de vista de la historia de las religiones- su figura fue divinizada por sus seguidores. En principio este punto de partida parece un a priori porque en nuestra civilización occidental se nos ha enseñado desde siempre lo contrario –en una tradición de diecinueve siglos- a saber que Jesús es al mismo tiempo Dios y hombre (con base en los decretos de los Concilios de Nicea, 325 d.C. y Calcedonia, 451). Por tanto, el cometido, en apariencia al menos muy aventurado y azaroso de nuestro intento, sería intentar mostrar que los Evangelios mismos nos presentan un ser humano, Jesús de Nazaret, que luego en esos mismos texto se nos muestra como una persona divina. Para abordar este tema son necesarios enunciar una serie de prenotandos básicos y elementales por los que pido disculpas a aquellos que los consideren innecesarios: A. Damos por supuesto que el personaje Jesús ha existido realmente. La existencia histórica o no del personaje es objeto, hasta hoy día, de debate pero de momento vamos a dar metodológicamente por zanjado este problema. En el apartado de obras que comentaremos en su momento, abordaremos la presentación la y el análisis del libro “¿Existió Jesús realmente? El Jesús de la historia a debate”, publicado por la editorial Raíces, Madrid 2008, del que es editor literario quien esto escribe. Así pues, a falta de un debate ulterior, damos por supuesto que Jesús de Nazaret ha existido realmente, pero que es posible que la interpretación de su figura y misión haya podido ser otra cosa diversa a cómo fue él en la mera realidad histórica, si es que ésta no es accesible a través del estudio de los textos. B. ¿Cómo accedemos al estudio de un personaje de la antigüedad? La historia antigua y la filología, como método de análisis, posee diversos instrumentos para acercarse a la realidad histórica de un personaje, cuya figura se nos ha transmitido por tradición. Éstos son a) los restos arqueológicos por él dejados entre los que se incluyen monedas o inscripciones, y b) textos sobre el personaje compuestos por él mismo o por otros a su alrededor. Parece evidente que en el caso de Jesús de Nazaret sólo poseemos textos escritos acerca de su figura y que no fue un personaje lo suficientemente importante como para haber dejado tras sí restos arqueológicos. Es bien sabido que Jesús no escribió nada sino que otros escribieron sobre él. Ahora bien, un primer y somero análisis de los escritos acerca de su persona, los evangelios, ponen en evidencia que se trata de textos de propaganda religiosa. Un análisis aun superficial descubre de inmediato que son escritos que defienden la fe en su persona y misión como un salvador religioso, n realidad como el salvador universal. Pero el mismo análisis descubre rápidamente que tal propaganda religiosa está imbricada en una serie de relatos que nos presentan dichos, hechos, personajes, acciones, atmósfera y ambiente que corresponden a lo que sabemos de Israel y Palestina en el siglo I de nuestra era y, en concreto, de Galilea. Es decir, presentan a la vez hechos, personajes y acciones que son presumiblemente históricos porque encajan bien con el ambiente, la atmósfera, la realidad sociológica o religiosa de lo que conocemos del Israel del siglo I por medio de otras fuentes. Un inciso: es usual escribir sobre el país en el que Jesús de Nazaret ejerció su actividad pública utilizando la denominación de “Palestina” o bien de “Israel” . Propiamente hablando, ambas denominaciones son relativamente incorrectas. La primera, “Palestina”, porque era sólo –y no siempre- la denominación usaban los romanos sobre todo a partir del año 135 (época del emperador Adriano) después que la Segunda gran revuelta judía contra Roma acabara en una catástrofe tal de los judíos, que Jerusalén fue aniquilada, arrasada a ras de suelo, se fundó sobre ella una nueva ciudad romana, denominada Aelia Capitolina, y se prohibió a los judíos acercarse al perímetro de la ciudad bajo pena de muerte. Es estado judío fue de tal modo aniquilado que sus consecuencias duraron hasta 1947. Desde 135 los romanos, para fastidiar a los judíos, comenzaron a denominar usualmente el territorio de Israel con el nombre de uno de sus más odiados enemigos en el Antiguo Testamento: los filiteos/pilisteos. “Palastina” será la tierra no de los judíos sino de los filisteos. Israel sería también relativamente incorrecto porque en tiempos de Jesús la dominación romana, y la de Herodes Antipas (hijo de Herodes el Grande) sobre Galilea, empleaba usualmente la designación de las provincias: Galilea, Perea, Samaría, Judea, etc. En nuestro caso empleamos indistintamente las tres posibles denominaciones. Continuaremos otro día discurriendo sobre con el método que debe emplearse para analizar textos que son considerados sagrados por los creyentes.
Martes, 4 de Noviembre 2008
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Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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