CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Hoy escribe Antonio Piñero


Seguimos con la serie "¿Dijo Jesús de sí mismo que era Dios?" y en concreto con el subtema de la nota anterior, comentando los pasajes de los que puede deducirse que Jesús se sentía realmente “hijo especial de Dios”, por tanto al menos aparentemente se sentía como hijo real, no metafórico, de Dios:

El parecer de los rabinos un poco posteriores a Jesús, de época tanaítica (se denomina así a los rabinos de los años en los que se está reuniendo el material de la Misná: siglo II d.C.) sostenía lo siguiente: la persona que fuera en verdad mesías, o tuviera conciencia de serlo -como Jesús al menos al final de su vida- debía tener una conciencia especial de ser “hijo de Dios” de una manera sobresaliente, pero sin dejar por ello de ser un mero hombre.

Tal conciencia debía generarse –argumentaban los rabinos- porque estaba escrito en el Salmo 2,7-8: “Voy a anunciar el decreto de Yahvé: El me ha dicho: «Tú eres mi hijo; yo te he engendrado hoy. Pídeme, y te daré en herencia las naciones, en propiedad los confines de la tierra”. Este salmo se lo aplicaban tanto al rey –teórico en esta época- como al mesías que había de venir. Y es bien sabido que los rabinos tanaítas jamás pensaron en otro mesías que no fuera una figura simplemente humana. Eso sí, “hijo especial de Dios”, con especial asistencia divina dadas las características del cargo especial que debía cumplir.

Por tanto, pienso que la conciencia de “especial filiación respecto a Dios” del rabino Jesús encaja perfectamente en este marco judío. No se puede deducir de la personalidad de Jesús ninguna atisbo de “filiación” real o físico respecto a Dios, que es de lo que aquí tratamos. Se trataba de una “filiación divina” al fin y al cabo metafórica.

Queda también fuera de consideración en este blog, que es en verdad de filología y de historia (antigua, de las ideas, de Jesús y del cristianismo primitivo), una consideración teológica de la cristología del “hijo de Dios” o de la divinidad de Jesús que llaman “ascendente” o “descendente”. Ambas parten de un punto de vista teológico-confesional. La “descendente” supone la existencia de Dios –que aquí en este blog ni se discute ni se afirma- de la existencia desde toda la eternidad del Hijo, Logos, Pensamiento o Palabra del Padre y de su “descenso” en Jesús. La “ascendente” supone la realidad histórica de la resurrección de Jesús (sea como fuere como se entiende), y su “ascenso” cabe Dios y su constitución como Hijo (sea como fuere como se entiende). Estos son temas confesionales y no pertenecen a la historia. Dejo su discusión para los teólogos.

Hay un pasaje en Mateo (11,25-27) que parece indicar también esta conciencia de “hijo especial” que tenía Jesús. Dice así:

« En aquel tiempo, tomando Jesús la palabra, dijo: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”. »

¿Cómo interpretar este texto? En primer lugar, es un pasaje que se parece muchísimo a la teología del Cuarto Evangelio, por lo que ya a primera vista es en extremo sospechoso: tal teología es muy tardía; se conforma plenamente unos 60-70 años después de la muerte de Jesús. Por tanto es sumamente improbable que pueda adscribirse al Jesús histórico. Según el parecer de la mayoría de los intérpretes es una creación, tras la muerte del Maestro, de la comunidad primitiva la cual –por boca de un profeta cristiano que hablaba en nombre de Jesús- puso estas palabras en boca del Nazareno cuando aún vivía sobre la tierra.

El proceso cómo la comunidad primitiva adscribió a Jesús una teología de “Hijo de Dios” en sentido real es difícil de explicar en sus detalles más pequeños (y éste es el objetivo de esta serie de “notas”), aunque no es difícil trazar un cuadro general de la evolución, a saber del proceso en sus líneas generales y maestras del paso “Jesús de la historia y su sentido de la filiación –era simplemente ‘hijo’ especial sin dejar de ser un hombre- por su contacto particular con Dios ya que era el heraldo del reino de Dios y obrador de prodigios ‘por el dedo de Dios’ a Jesús resucitado hijo de Dios real’.

Expresaré el sentir general de muchos investigadores independientes con una larga cita de G. Vermes, tomada de su obra “Jesús el judío” (Muchnik Editores, Barcelona). Aunque este volumen es de 1971, poco han cambiado las perspectivas:

« Es un hecho el que a Jesús se le llama a menudo hijo de Dios en el Nuevo Testamento. Lo es también el que incluso lectores no cristianos de los Evangelios, influidos persistentemente y aun sin su voluntad por el dogma de la Iglesia, tienden a identificar con toda naturalidad el título de hijo de Dios con la idea de divinidad. Dentro y fuera del cristianismo, aceptado como artículo de fe o rechazado, se supone que cuando los evangelistas aplican esto a Jesús le están reconociendo como igual a Dios. En otras palabras, la tendencia, consciente o no, es inyectar en los primeros documentos cristianos y, más allá de ellos, en una tradición que brotó del suelo judío, la doctrina profundamente antijudía del Concilio de Nicea: «Jesús Cristo, el unigénito Hijo de Dios ... Dios de Dios ... que es de una sustancia con el Padre».

Para analizar este título cristológico, último y más influyente, deben formularse y responderse las preguntas cronológicas, históricas y exegéticas usuales. ¿Puede demostrarse por las pruebas neotestamentarias que Jesús proclamaba paternidad divina? ¿Afirmaron y aceptaron esto sus discípulos inmediatos, judíos galileos? ¿O se impuso esto entre sus seguidores de la segunda generación, en Palestina o en la cristiandad judía helenística? Por último, ¿cuál fue su significado original; experimentó algún cambio sustancial al pasar del mundo judío al helenístico gentil?

En cuanto a la primera cuestión, si se acepta la teoría de que Jesús rechazó el título de «Mesías el hijo de Dios» con ocasión de la confesión de Pedro y la pregunta del sumo sacerdote, no hay el menor indicio en los Evangelios Sinópticos de que se haya arrogado esta relación gloriosa. Autores que desean mantener que él se consideró «el hijo de Dios en un sentido preeminente» se ven obligados a basarse en lo que es claramente última fase de la evolución del título, la sustitución de «el Hijo» por hijo de Dios, y pretender que es histórica y auténtica. Pero, unos cuantos conservadores aparte, todos los intérpretes más abiertos, con independencia de sus creencias cristianas, se abstienen de una afirmación tal.

Para citar sólo unos cuantos ejemplos de opinión erudita más reciente, B. M. F. van Iersel admite que Jesús jamás se refirió a sí mismo como hijo de Dios, y C. K. Barrett declara sin vacilación que la doctrina de la filiación no jugó ningún papel en la proclamación pública de Jesús. H. Conzelmann, tras subrayar que el título nunca figura en una narración, siempre en confesiones, deduce de su atento examen que todos los ejemplos son antihistóricos y que «según los textos que tenemos, Jesús no utilizó el título».

Los especialistas en el Nuevo Testamento distinguen, siguiendo a Rudolf Bultmann, dos etapas en la evolución del concepto hijo de Dios.

La primera está adscrita a la comunidad palestina, donde se aplicaba la antigua fórmula oriental de adopción real divina, «Tú eres mi hijo», a Jesús en cuanto Rey Mesías.

La segunda etapa la representa la predicación de la Iglesia helenística gentil. Aquí, el significado judío de hijo de Dios sufrió una metamorfosis esencial hasta venir a indicar no el oficio de Jesús sino su naturaleza, concibiéndose ésta luego por analogía con el vástago, mitad divino mitad humano, de las deidades de la mitología clásica renombradas por sus proezas y actos redentores.

Para Ferdinand Hahn la fusión de elementos helenísticos y mesiánicos en la idea hijo de Dios se produjo en tres etapas:

Se utiliza primero en la comunidad palestina «postpascual» como título adecuado a un Mesías cuya vida en el mundo había terminado y que había sido ya adoptado por Dios y entronizado en el cielo.

Como siguiente paso, la judeo-cristiandad helenística, pasando de la existencia celeste de Jesús a su vida en la tierra, le vio como taumaturgo y exorcista de dotes sobrenaturales cuya concepción en el vientre de una virgen se debía a intervención directa de Dios.

Y por último, la filiación divina de Jesús se reconoció principalmente como resultado de una apoteosis, una deificación que también implicaba preexistencia y, como si dijésemos, una filiación física debida a la parte atribuida a Dios en su peculiar forma de concepción. »

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Miércoles, 10 de Diciembre 2008
Hoy escribe Antonio Piñero

Seguimos comentando los pasajes recogidos en la nota anterior (2-19) respecto a la afirmación de ciertos pasajes evangélicos en los que Jesús aparece denominado como “hijo de Dios”.

5. Respecto a las afirmaciones de otras personas sobre la filiación divina de Jesús (número 5: A. La pregunta de Caifás de Mc 14,61 y Mt 26,62-64 junto con la escena paralela en Lc 22,70. B. :Los que pasaban por allí le insultaban, meneando la cabeza y diciendo: «Tú que destruyes el Santuario y en tres días lo levantas, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz!» (Mt 27,39-40). Algo similar en Mc 15,39: “Al ver el centurión, que estaba frente a él, que había expirado de esa manera, dijo: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios.»

Respecto a que el mesías fuera “hijo de Dios” debemos afirmar lo dicho ya en la nota anterior: tal expresión no quería decir en el judaísmo del momento, y menos en boca de Caifás, el sumo sacerdote, que el mesías fuera hijo real, físico, óntico de Dios, sino que al igual que el rey de Israel, o cualquier profeta ungido Dios tenía con él una especial relación de afecto y cuidado.

Ninguno de estos textos aparece en los tratados modernos de cristología o de exégesis como palabras auténticas de Jesús expresando su divinidad.


La conciencia de filiación divina por parte de Jesús

Se argumenta continuamente que la divinidad real de Jesús –aunque no se afirme directamente en los Evangelios- sí se deja “traslucir” indirectamente que Jesús tenía respecto a Dios una conciencia tan clara y tan distinta de su filiación, que denomina a Dios Abbá, padre (Mc 14,36, ocurrencia única en todos los Evangelios, pero uso de Jesús confirmado indirectamente por Pablo de Tarso en Rom 8,15; Gál 4,6).

Con otras palabras: se afirma que Jesús distingue claramente entre "su Dios" y el "Dios de los discípulos". De ello se argumenta que debe deducirse al menos la indicación implícita de que Jesús se consideraba “hijo” de Dios de modo especial, con una conciencia tal de la diferencia de su filiación respecto a la de los demás mortales…, que es lícito ver en ello un indicio de su divinidad real.

El argumento no me parece convincente: esa conciencia especial de “filiación divina” la tenían en el judaísmo de época de Jesús los rabinos carismáticos, sanadores, exorcistas y taumaturgos, dentro de los cuales debe encuadrarse a Jesús.

Ciertamente se han conservado pocos ejemplos para el siglo I de nuestra era: el rabí Haniná ben Dosa, que vivió una generación después de Jesús en Galilea; el rabí Honí el trazador de círculos, que murió en el año 65 d.C.; el jornalero y taumaturgo Abba Hilkya). Todos ellos tenían una conciencia especialísima de ser “hijos de Dios” de un modo diferente a la gente “normal”,; todos ellos consideraban “su Padre” a Dios de un modo particular. Era muy natural que un taumaturgo se sintiera más cerca de Dios que los demás hombres, pero eso no significaba que se considerara Dios. En el judaísmo de la época es imposible.

He aquí unos textos significativos:

Se cuenta en el Talmud que una voz celestial dijo de Hanina ben Dosa:

« El mundo entero será alimentado gracias a mi hijo Hanina; (es un hombre austero) con un puñado de algarrobas tiene bastante mi hijo Hanina para una semana (Talmud Taanit 24b) »

El mismo tratado Taanit (23a) dice de Honí que, al saberse que era afecto a Dios y que había realizado otros prodigios (en concreto curaciones milagrosas, como Jesús), unos colegas fariseos le pidieron a intercediera ante la divinidad para que ésta otorgara la lluvia, muy necesaria en un tiempo de feroz sequía. Entonces Honí trazó un círculo en torno a sí y juró no salir de allí hasta que Dios no le concediera su petición, y dijo:

« Señor del mundo: tus hijos se han dirigido a mí, porque soy en tu presencia como un familiar de tu casa. Juro por tu Gran Nombre que no me moveré de aquí hasta que te apiades de tus hijos. »

A otro fariseo, Simeón ben Satá, le pareció que la postura de Honí era muy irrespetuosa y arrogante para con Dios, de modo que aunque vino milagrosamente la lluvia, reprendió a Honí:

« Si no fueses Honí, te excomulgaría. Pero ¿qué puedo yo hacer contigo? Pues tú sabes conquistar a Dios para que te conceda lo que quieres, como un hijo conquista a su padre y éste concede lo que desea su hijo. Cuando le dice: ‘Padre (abbá, como Jesús), báñame en agua caliente, o échame agua fría, dame nueces, almendras… él se lo otorga. »

Es evidente por estos pasajes de la época de Jesús que a un taumaturgo se le llamaba “hijo de Dios” con especial énfasis sin que ello significara ninguna divinización por parte de los que los llamaban, ni menos por parte de quien era así denominado. De este modo debemos entender los pasajes evangélicos. E insistimos en que debemos tener en cuenta que una cosa es la transmisión de la noticia (en este caso, que se denominaba a Jesús hijo de Dios), y otra el modo cómo la cuentan los evangelistas -de treinta a cincuenta años más tarde de la muerte de Jesús- junto con la intención implícita como la transmiten. El historiador debe rescatar la noticia llevándola hacia su contexto originario, ditstinguiéndolo del contexto posterior (el "evangelio", es decir un libro que hace propaganda explícita d una fe) dentro del cual se transmite.


Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero
Martes, 9 de Diciembre 2008
Hoy escribe Antonio Piñero

Comentamos hoy los textos reunidos en la nota anterior (2-19)

1. Respecto a los dos primeros (n. 1 = Mc 13,32 / Mt 11,27), la crítica es unánime en ver en ellos una manifestación de fe trinitaria que no se corresponde con lo que pensaba Jesús, quien –como buen judío religioso que era- no sabía nada de la Trinidad. Son, por tanto secundarios, no auténticos; pertenecen a la redacción de los evangelistas y representan o bien su pensamiento respecto a la figura y misión de Jesús una vez muerto éste, bajo el influjo de la creencia en su resurrección, o bien transparentan el pensar de la comunidad cristiana que está detrás del evangelista.


2. Respecto a las afirmaciones de los demonios de que Jesús es “Hijo de Dios” (n. 2 = ejemplos Mt 4,3-6; Mt 8,28-29: Otros textos: Mc 3,11; 5,7; Lc 4,3.9.41; 8,28; Mt ):

Todos los intérpretes están de acuerdo en que estos pasajes no pertenecen al ámbito del Jesús histórico. Se trata de narraciones de milagros que aunque pueden contener elementos sin duda auténticos (Jesús era en verdad un sanador y un exorcista, y sus sanaciones y expulsiones de espíritu impuros eran reconocidas por sus mismos adversarios:“Estaba expulsando un demonio que era mudo; sucedió que, cuando salió el demonio, rompió a hablar el mudo, y las gentes se admiraron. Pero algunos de ellos dijeron: «Por Beelzebul, Príncipe de los demonios, expulsa los demonios» = Lc 11, 14-15), representan la fe de la comunidad de Jesús sobre Jesús, cosa que ya dijimos que no discutimos. Manifestaciones sobrenaturales de demonios, etc., no entran en el ámbito de la historia.

A este respecto hay que añadir que en el judaísmo de tiempos de Jesús era idea común que los demonios estaban al tanto de todo lo que concerniera a Dios y a la relación de Éste con el ser humano en cuanto afectara a la salvación del hombre –cosa que no interesaba a los demonios y estaban atentos por ello- e incluso de que se enteraban de la “Voz celestial” (especificaremos esta idea más precisamente en una nota posterior) que Dios utilizaba para hacer algunas revelaciones a los seres humanos más queridos por Él, cuando no deseaba utilizar como mediador a un profeta. Pasajes rabínicos al respecto –es decir, que dan por sentado que los demonios se enteran de la Voz celestial, que no va para ellos, son relativamente claros. Uno de ellos es el siguiente:

« ¿Conocen (los demonios la Voz celestial)? ¿Cómo es eso? Ellos (los demonios) oyeron (la Voz celestial como) detrás de una cortina. Al igual que (la oyen) los ángeles que ofician (delasnte del Señor): Talmud de Babilonia, Hagigá 16a). »

3. Respecto al pasaje de Lc 1,35 (n. 3): la respuesta es idéntica: este texto no pertenece al Jesús histórico, sino a la teología del evangelista. Ningún exegeta serio, ni siquiera católico, sostiene que este texto represente un hecho verdadero, sino la creencia de una parte –ni siquiera de toda ella- de la comunidad cristiana primitiva.


4.
Respecto a los pasajes recogidos en el número 4 (Mc 1,1; Mt 16,16-18 y Mc 8,27-30), la respuesta es esencialmente la misma: otros dicen de Jesús que es “Hijo de Dios” –en este caso discípulos-, no Jesús mismo. Todavía se sigue opinando que quizá la escena de la Transfiguración no sea histórica: es más probable que sea una retroproyección de una historia de apariciones pascuales del Resucitado y sus diálogos con sus discípulos –por tanto algo que no pertenece al historia- hacia la vida de Jesús realizada por Marcos al igual que la historia de la Transfiguración (Mc 9,2-8): se trata de una leyenda cultual.

Respecto a la escena de la confesión de Pedro (Mc 8,27-30) hay dudas acerca de su historicidad. Pero –en nuestra opinión- puede admitirse como histórica en su núcleo básico. Sin embargo, sí surgen dudas acerca del sentido de la frase “Hijo de Dios” en boca de un judío como Pedro. Este discípulo esperaba, y no podía ser menos, de Jesús que fuese un mesías totalmente judío, es decir, la mano de Dios como el libertador/restaurador de Israel de los paganos (en este caso los romanos que serían expulsados de las tierras de Dios = Israel) y el implantador del reino de Dios sobre la tierra. Por tanto –en el pensamiento de Pedro- esta figura de “hijo de Dios” sería meramente humana: un hombre, que goza del amor del Dios de Israel de un modo especial por ser profeta o heraldo del reino de Dios. Con otras palabras: Pedro pensaba de Jesús lo que opinaría de Elías, o David, eran “hijos de Dios” en grado extremo sin dejar de ser humanos.

Vayamos ahora al pasaje difícil de la fundación de la Iglesia por parte de Jesús- según Mt 6,16-, en donde Jesús confirma la apreciación de Pedro respecto a su mesianidad. En el sentir de la mayoría de los intérpretes, incluso algunos católicos, la escena tal cual está, es en líneas generales no histórica.

Las razones para la duda son fundamentalmente dos:

- Sólo está atestiguada por Mateo. La escena parece un añadido suyo al texto de su fuente, que en este caso es el Evangelio de Marcos, el cual no trae la escena. Es impensable en absoluto que de haber existido Marcos hubiera omitido algo tan importante como la fundación de la Iglesia.

- La fundación de una “Iglesia” tal como aparece en el texto no se entiende, no encaja, dentro de la religión de Jesús, puramente judía: él escogió a los Doce apóstoles como símbolo de las Doce tribus que Dios restaurara en su plenitud (nueve tribus habían sido destruidas desde la época de la caída del Reino del Norte, de Israel, en el siglo VIII a.C. ante las tropas asirias del monarca Salmanasar) del reino de Dios.

Por tanto, parece bastante verosímil que Mateo transforma –de acuerdo con lo ocurría en su época- este significado, que se encuadra bien con lo que conocemos de Jesús, en la fundación de una comunidad bien diferente, plenamente cristiana, que se opone a la sinagoga judía de su momento cuando ambos grupos (judíos y cristianos) estaban en trance de separarse: Mateo presenta a Jesús entonces a sus oponentes judíos de su época fundando un grupo diverso a la sinagoga judía.

En consecuencia, la afirmación de Pedro de que Jesús es el mesías del Hijo de Dios vivo, o bien no es histórica de pleno sentido, o bien tiene el sentido arriba expuesto de la otra confesión mesiánica por parte del príncipe de los apóstoles: un mesías al sentido tradicional judío, un ser humano dotado de poderes especiales por parte de Dios para implantar su reino en la tierra.

Lo dicho es sólo un breve resumen de las perspectivas exegéticas actuales sobre este pasaje, que exigiría un tratamiento más detenido que se saldría del marco de esta nota.

En cualquier caso el tema del mesianismo de Jesús y la pregunta sobre si su autoconciencia como mesías incluía o no una consciencia de ser hijo de Dios en sentido real del término, exige un tratamiento más detenido, que dejamos para otro momento, para una serie especial de “notas” al respecto.

Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero



Lunes, 8 de Diciembre 2008
Hoy escribe Antonio Piñero

Los textos evangélicos que de modo directo o indirecto afirman la divinidad de Jesús son tardíos, postpascuales, reflejan la mentalidad de la comunidad primitiva, manifiestan igualmente una teología que no era la de Jesús, sino que son más bien como un espejo de las reflexiones teológicas de la Iglesia primitiva. Con ellos se puede construir una historia de cómo va avanzando y formándose una cristología que implica la divinidad de Jesús

Los pasajes de los Evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) que proclaman con más claridad la divinidad de Jesús son, en breve síntesis, los siguientes:

1. Textos que afirman que Jesús es el "Hijo del hombre" como figura divina, en especial cuando desempeña la función de juez celeste de vivos y muertos.

2. Textos que sostienen que Jesús es "Hijo de Dios" en los que el lector deduce que se trata no de una filiación metafórica sino real. Tales pasajes suelen estar unidos con la cuestión si Jesús era o no el mesías, y si lo era, en qué sentido, es decir, si su mesianismo implicaba o no un cierto estatus divino.

Por tanto las cuestiones que se plantean son en síntesis las siguientes:


A. Cuando los evangelistas presentan escenas en la que, normalmente otros, afirman que Jesús es “Hijo de Dios”, ¿debe entenderse este sintagma como afirmación de que Jesús era hijo real, físico, óntico de Dios?

B. Cuando los evangelistas afirman que Jesús es el “Hijo del Hombre”, ¿hay que entender que esta afirmación es un título mesiánico que implica a la vez que Jesús es Dios de algún modo?

C. Cuando los evangelistas nos presentan a Jesús como mesías de Israel, debemos entender que este mesianismo supone la divinidad de Jesús

Comencemos por la primera (A): el “Hijo de Dios”

Los textos más importantes que sostienen que Jesús es "Hijo de Dios", en los que el lector deduce que se trata no de una filiación metafórica sino real, son los siguientes:

1. Mt 11,27:

• "Nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar."

• “Mas de aquel día y hora (el fin del mundo y la venida del Juicio divino, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre” (Mc 13,32).



2. Casos en los que los demonios, o su jefe Satanás, afirman que Jesús es Hijo de Dios. Por ejemplo:

• “Y acercándose el tentador, le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes.» (Mt 4,3)

• Al llegar a la otra orilla, a la región de los gadarenos, vinieron a su encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros, y tan furiosos que nadie era capaz de pasar por aquel camino. Y se pusieron a gritar: «¿Qué tenemos nosotros contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí para atormentarnos antes de tiempo?» (Mt 8,28-29)



3. Caso en los que los ángeles de Dios afirman que Jesús es “Hijo de Dios”

• María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios (Lc 1,34-35)



4. Casos en los que los discípulos afirman de Jesús que es “hijo de Dios”. Por ejemplo:

• “Comienzo del Evangelio de Jesucristo hijo de Dios…” (Mc 1,1)

• Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas.» Díceles él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.» Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella (Mt 16,16-18 y Mc 8,27-30)



5. Casos en el que otras personas no discipulas dicen de Jesús que es “Hijo de Dios


• La pregunta de Caifás de Mc 14,61 y la respuesta de Jesús: "¿Eres tú el mesías, el hijo de Dios bendito?" "Sí lo soy".

• Entonces, se levantó el Sumo Sacerdote y le dijo: «¿No respondes nada? ¿Qué es lo que éstos atestiguan contra ti?» Pero Jesús seguía callado. El Sumo Sacerdote le dijo: «Yo te conjuro por Dios vivo que nos digas si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios.» Dícele Jesús: «Sí, tú lo has dicho. Y yo os declaro que a partir de ahora veréis al hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir sobre las nubes del cielo» (Mt 26,62-64) . Escena paralela en Lc 22,70.

• Los que pasaban por allí le insultaban, meneando la cabeza y diciendo: «Tú que destruyes el Santuario y en tres días lo levantas, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz!» (Mt 27,39-40). Algo similar en Mc 15,39: “Al ver el centurión, que estaba frente a él, que había expirado de esa manera, dijo: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios.»


El próximo día seguiremos con el comentario a estos textos.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Sábado, 6 de Diciembre 2008
Hoy escribe Antonio Piñero

Aparte de los pocos textos muy claros, siete en total, que reprodujimos en nuestra nota anterior, el Nuevo Testamento en su conjunto afirma de un modo bastante nítido que Jesús es Dios. ¿Cómo la hace? En general de un modo indirecto:

1. Afirmando de Jesús que ejerce funciones divinas, como creador, autor de la vida o Señor de muertos y vivos, que sana a los enfermos y resucita a los muertos, enseña con autoridad, perdona los pecados, dispensa el Espíritu y será juez en el juicio final.

2. Proclamando un status divino de Jesús: posee atributos divinos; es preexistente, es el Verbo divino igual en dignidad a Dios, y es el titular del reino de Dios al igual que el Padre.

3. Aplicando a Jesús expresamente pasajes del Antiguo Testamento reservados para Yahvé. Por ejemplo Jesús es santo como lo es Yahvé, permanece por los siglos como Yahvé, actuó en la creación como Yahvé, etc.

4. De un modo más explícito, aplicando a Jesús títulos que suponen una naturaleza divina: hijo de Dios, mesías, Señor, “Alfa y Omega” = Principio y Fin de todo.

Debe quedar claro, conforme a lo dicho, que no dudamos de la teología sobre Jesús de los primeros cristianos, que está bastante clara, sino si el Jesús que podemos reconstruir como histórico se tomó a sí mismo como Dios. Par ello tenemos que tornarnos sólo a sus palabras, no a los que sus seguidores dijeron de él.

Por ello es preciso ahora examinar si las presentaciones de Jesús por parte de los Evangelistas (escenas, narraciones, palabras puestas en su boca…, etc.) nos llevan o no necesariamente a concluir que Jesús –aunque nunca lo dijera expresamente- se consideró, sin embargo, hijo real, óntico, de Dios.

Las fuentes de las que disponemos para responder a esta pregunta se ciñen casi exclusivamente a los tres evangelios sinópticos: Marcos, Mateo y Lucas. El cuarto evangelio, el de Juan, no puede entrar en consideración ya que este evangelista reelabora y reinterpreta de tal modo la tradición sobre Jesús, y ofrece una visión de él tan personal, tan “teologizada”, que no vale como fuente histórica.

Es aceptado casi comúnmente, incluso por exegetas católicos que la inmensa mayoría de las palabras –en especial de los grandes monólogos/discurso- puesta por el autor del IV Evangelio en boca de Jesús no proceden de él, sino del evangelista que expresa así su teología sobre Jesús, es decir, cómo él y su grupo entendían la figura y misión de Jesús. Y en concreto –esa es la sensación que obtiene el lector- en algunos casos parece corregir expresamente la visión de sus antecesores, sin desmentirla expresamente, afirmando implícitamente que él ofrece la visión más profunda, correcta, certera del Salvador.

Como el cuarto evangelista no es normalmente amigo de señalar “errores” de perspectiva de sus otros colegas, es digno de mención al menos un caso en el que el autor el Cuarto Evangelio corrige expresamente la opinión anterior. En Jn 2,18-21 encontramos:

« Los judíos entonces le replicaron diciéndole: «Qué señal nos muestras para obrar así?» Jesús les respondió: «Destruid este Santuario y en tres días lo levantaré.» Los judíos le contestaron: «Cuarenta y seis años se han tardado en construir este Santuario, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?» Pero él hablaba del Santuario de su cuerpo. »

Esta sentencia es una referencia indudable a la tradición recogida en Mc 14,58; 15,29-30 par., pero reinterpretada alegóricamente por el Evangelista: nadie había caído en la cuenta hasta él que Jesús estaba ¡hablando en realidad de su propio cuerpo, como incluso superior al Templo!

Por tanto, si aceptamos que el Cuarto Evangelio es más teológico que histórico habrá que examinar una por una, cuando venga el caso, sus afirmaciones sobre Jesús para tratar de dilucidar qué valor histórico tienen. En líneas generales, sin embargo, la inmensa mayoría de los exegetas, incluso católicos lo excluyen cuando se trata de reconstruir críticamente cómo era el Jesús de la historia.

Por tanto, la casi eliminación del Cuarto Evangelio en nuestra presente tarea no es exagerada. Cito una líneas de la introducción del libro, El Dios de Jesús de Jacques Schlosser, sacerdote católico y en otro tiempo presidente de la Asociación católica bíblica francesa:

« He centrado mi trabajo (para dibujar la imagen del Dios de Jesús) sobre los evangelios sinópticos y he dejado de lado el evangelio de Juan. Este último recoge cierto número de datos históricamente fiables, pero en el caso de las palabras de Jesús (lo que aquí nos interesa) la relectura johánica -salvo raras excepciones- me parece tan fuerte que no ofrece acceso seguro a la predicación de Jesús (p. 19. Editorial Sígueme, Salamanca, 1995). »

Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.

Viernes, 5 de Diciembre 2008
Templete de San Pedro
Templete de San Pedro
Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Frente a la Biblia como colección de los libros inspirados y reconocidos como tales por el Canon de la Iglesia oficial, la literatura apócrifa constituye un género literario paralelo mejor que contrario o diferente. En muchos casos los apócrifos tratan de los mismos sucesos, de las mismas personas y hasta de las mismas doctrinas que forman el acervo de los libros canónicos. Podemos afirmar que muchos aspectos de la teología no tendrían sus perfiles definitivos si no fuera por el toque de la literatura apócrifa. La denominación de los libros apócrifos alude intencionadamente a su relación con los libros bíblicos. Recordemos que en su elenco, por lo que al Nuevo Testamento se refiere, disponemos de Evangelios, Hechos, Epístolas y Apocalipsis.

Los autores de los apócrifos componen sus obras con intención de situarlas en paralelo con sus homónimos bíblicos. Y así lo entendieron los críticos y los transmisores cuando eligieron para esos textos la etiqueta que los define. Los Hechos Apócrifos comparten su título de Hechos (Práxeis) con el de Viajes (Períodoi) y reducen su contenido a la presentación de actividades y trazado de las personalidades de los diferentes apóstoles protagonistas.

Varios investigadores recientes insisten en los valores históricos de estos Hechos. No porque respondan al requisito que Aristóteles exige para estas obras. La Historia debe limitarse a la exposición de lo sucedido (tà genómena). Pero los sucesos tienen un contexto que muchas veces son el resumen de una situación histórica. Como quería Tucídides, la historia debe explicar también la etiología de los acontecimientos, que normalmente no surgen por generación espontánea.

Hemos de reconocer que, tal como están las cosas, la unión de las palabras del epígrafe “valores históricos de los apócrifos” tiene todas las características de una escandalosa paradoja. Sin embargo, el tema es un camino emprendido por autores tan cualificados como la profesora de la Universidad de Rennes en Francia, Annick Martin. En un artículo publicado en la revista Apocrypha 13 (2002) pp. 9-27, se planteaba la cuestión con absoluta claridad. Se lamentaba amargamente del funesto influjo que tuvo en los estudios antiguos la moda del laicismo, que ella califica con ironía de actitud que se ha movido “en el nombre de la sacrosanta laicidad” (p. 11). Agradecía, en cambio, que en la década de los noventa del siglo pasado se le ofreciera la posibilidad de abordar el estudio de los orígenes del cristianismo sin menospreciar un aspecto tan importante como el de los apócrifos.

Prescindir de este campo de investigación supone renunciar a “testigos de la emergencia de la nueva religión”, lo que representa una pérdida de aspectos tan importantes como “la diversidad y la riqueza de unos textos, diferentes por sus géneros literarios y sus posiciones teológicas, cuya formación, contemporánea muchas veces de la de los escritos canónicos, puesta como ellos bajo el nombre de un apóstol, ha contribuido a la constitución de una memoria y de un cristianismo plural” (p. 12).

Queda claro, pues, para la Profesora francesa que la literatura apócrifa “es una fuente nada despreciable de información sobre las interpretaciones y sensibilidades en el interior del cristianismo antiguo” (p. 26). Su convencimiento sobre sus planteamientos es tan decidido que llega a proponer la idea de que “estos textos formen parte de la Escritura en el sentido amplio, y que deberían clasificarse dentro del fondo documental sobre los orígenes del cristianismo” (p. 13).

Los datos del artículo de referencia son los siguientes: Annick MARTIN, “L’HISTORIENNE ET LES APOCRYPHES”, Apocrypha 13 (2002) pp. 9-27.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro


Miércoles, 3 de Diciembre 2008
Hoy escribe Antonio Piñero

Teniendo en cuenta que algunos pasajes del Nuevo Testamento, aunque sean muy pocos, proclaman a las claras que Jesús es verdadero Dios, ¿podemos afirmar con certeza que el Jesús histórico se consideró a sí mismo hijo físico, real, óntico, de Dios, tal como lo enseña hoy el credo?

Son sólo 7 los textos del Nuevo Testamento que afirman clara o muy probablemente que Jesús es Dios. Son éstos:

Jn 1,1: En el principio era el Verbo, y el Verbo esaba con Dios y el Verbo era Dios;

Jn 1,18: A Dios nadie lo vio jamás, el Hijo Unigénito que está en el seno del Padre, él lo ha dado a conocer;

Jn 20,28: Entonces Tomás respondió y dijo: ¡Señor mío y Dios mío!;

Romanos 9,5 (De los judíos) de quienes son los patriarcas y de quien vino Cristo, que es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos;

Tito 2,13: Aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y salvador Jesucristo;

Hebreos 1,8: Mas del Hijo dice: “Tu trono, oh Dios, por los siglos de los siglos; cetro de equidad es el cetro de tu trono

2 Pedro 1,1: Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, a los que habéis alcanzado la justicia de nuestro Dios y salvador Jesucristo…

En estos pasajes no hay ninguno en el que Jesús hable de sí mismo y de su naturaleza. Son otros personajes los que hacen afirmaciones sobre ella. Y de esto no se discute, pues es claro que pronto los cristianos consideraron Dios a Jesús.

Por tanto me parece claro que, puesto que no conservamos ninguna palabra del Jesús histórico en la que se proclame a sí mismo hijo óntico de Dios, es muy probable que no se creyese de tal naturaleza. Dado que sus discípulos, a la hora de componer los Evangelios estaban ya convencidos de que Jesús “estaba sentado a la derecha del Padre”, que era Dios, es muy improbable que hayan dejado de transmitir alguna sentencia de Jesús que afirmase esto claramente de haber existido.

A ello se añade la consideración global de los elementos de la religión de Jesús que hemos ido desgranando en notas anteriores. La pintura que se desprende de Jesús al leer los Evangelios es totalmente la de un rabino judío, un ser humano enamorado de su religión, dentro de la cual el sentirse de algún modo Dios habría sido una blasfemia.

Para todo aquel que desee mirar con ojos críticos por un lado, y procurando evitar todo tipo de prejuicios por otro, se debe confesar como conclusión de lo expuesto que si los evangelistas pretendieron presentar a un Jesús que rompía con el judaísmo, que transgredía los límites de la religión judía hicieron bastante mal su trabajo, pues en sus obras, los Evangelios canónicos quedan mil restos que prueban hasta la saciedad que la religión de Jesús no se diferenciaba en nada de lo sustancial (sí naturalmente en muchos detalles y en el especial énfasis o hincapié en algunos aspectos de la religiosidad; de lo contrario habría pasado desapercibido) de la de un rabino, piadoso, profético, taumaturgo y de tendencias escatológico-apocalípticas del Israel del siglo I de nuestra era.

Me parece que la religión de Jesús es total y auténticamente judía, y que sus raíces se hallan en una fe de un ser humano hacia Dios que mueve montañas y en una decidida y muy judía "imitación de Dios", es decir ser buenos a carta cabal, con la justificación que Dios es bueno y hace salir el sol y la lluvia tanto para los buenos como para los malos.

La esencia de la religión de Jesús, el judío, es resumida así por G. Vermes en su libro sobre La Religión de Jesús que nos ha servido de base para esta serie:

« Poderoso sanador de los física y mentalmente enfermos, amigo de pecadores, Jesús fue un predicador magnético de lo que constituye el corazón de la ley de Moisés, incondicionalmente entregado a predicar la llegada del Reino de Dios y a preparar para ello no a comunidades, sino a personas desvalidas. Siempre tuvo conciencia de la inminencia del final de los tiempos y de la intervención inmediata de Dios en un momento sólo conocido por Él, el Padre que está en los cielos, que ha de revelarse pronto, el sobrecogedor y justo juez, Señor de todos los mundos(pp. 244-245). »

Aunque la exposición de la religión de Jesús no pueda considerarse como una prueba metafísica en estricto sentido, ¿es lógico pensar que quién se comportaba como un estricto creyente y practicante de la Ley fuera tan totalmente antijudío como para considerarse a sí mismo hijo físico, real, óntico de Dios? Como afirmamos, tal afirmación es una blasfemia dentro del judaísmo por lo que en el marco de una crítica histórica de los textos antiguos que se refieren a su persona y su religión es muy poco verosímil atribuírsela a Jesús.

En síntesis: podemos responder claramente a la primera cuestión planteada: es altamente probable que Jesús no se considerara a sí mismo hijo de Dios en pleno sentido, pues no lo afirmó nunca.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.

Miércoles, 3 de Diciembre 2008
Hoy escribe Antonio Piñero

¿Qué se puede deducir para el propósito de nuestra serie sobre la “divinización de Jesús” de la enseñanza en parábolas de éste?

El objetivo fundamental de estas parábolas era convencer al oyente, de un modo muy vivo y muy dinámico y colorista, que el reino de Dios estaba a punto de llegar y que ante él había que adoptar una actitud de apertura y recibimiento que cambiaba totalmente la vida. Y explícitamente los oyentes sabían que Jesús no era más que el anunciador humano, el heraldo del Dios de Israel que les avisaba del magno acontecimiento:

Escribe G. Vermes en su obra La religión de Jesús:

« El mensaje central de las parábolas puede reducirse a tres puntos básicos: la teshuvah o arrepentimiento/perdón (por parte de Dios), la emunah o confianza en Dios, y la forma superlativa de esta confianza, que entraña asumir altos riesgos en pro del Reino. Todas ellas reflejan la piedad escatológica profunda y sencilla de un Jesús judío (p. 143). »

La utilización de la Biblia por parte de Jesús

Jesús se muestra un piadoso judío más al utilizar los libros sagrados como instrumento y medio de su predicación. En las prédicas del Nazareno encontramos prácticamente todas las formas didácticas a base de la Escritura que practicaba el judaísmo antiguo. Éstas eran:

1) Reutilización de palabras o frases bíblicas. Por ejemplo: la parábola de la semilla que crece por sí sola (Mc 4,26-29) termina con una frase tomada de Joel 4,13: "Meted la hoz porque la mies está madura";

2) Cita de ejemplos bíblicos para justificar alguna actuación. Por ejemplo cuando el caso de la crítica de los fariseos contra los discípulos por comer espigas en sábado, Jesús recurre al ejemplo de David que comió con lo suyos de los panes de la proposición (Mc 2,23-26);

3) Deducción de un nuevo sentido de un texto bíblico por profundización o contraste. Por ejemplo el caso citado de las antítesis, en las que se discuten textos del Decálogo;

4) La interpretación de cumplimiento tipo denominado “pesher” (exégesis actualizadora de la Ley: un pasaje de la Biblia se aplica al presente por medio de una interpretación normalmente alegórica) como en los Manuscritos del Mar Muerto: Por ejemplo, un pasaje de la llamada “Fuente Q” donde Jesús identifica a Juan el Bautista como la persona predicha por el profeta Malaquías, cuyas palabras son modificadas por medio de Ex 23,20: "Qué habéis ido a ver al desierto?... ¿A ver un profeta? Sí, yo os digo que más que un profeta. Éste es de quien está escrito :'He aquí que yo envío a mi mensajero..." (Mt 11,7-10);

5) Finalmente, el modelo “midrásico” de utilización de la Biblia. Un midrás tenía varios significados: podía ser una suerte de paráfrasis de un pasaje de la Biblia para aclarar su sentido; podía ser la explicación del mismo pasaje por medio de historias o narraciones que los aclararan; o bien consistía en combinar diferentes pasajes de la Biblia en apoyo de una doctrina propuesta, como la reinterpretación de la ley del divorcio de Dt 24 a la luz de los textos combinados de Gn 1,27 y 2,24 como en Mc 10,2-9.

El pasaje es característico:

« Se acercaron unos fariseos que, para ponerle a prueba, preguntaban: «¿Puede el marido repudiar a la mujer?» El les respondió: ¿Qué os prescribió Moisés?» Ellos le dijeron: «Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla.» Jesús les dijo: «Teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón escribió para vosotros este precepto. Pero desde el comienzo de la creación, El los hizo varón y hembra. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y los dos se harán una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió, no lo separe el hombre. »

Como puede observar el lector el evangelista presenta a un Jesús que corrobora su interpretación de la voluntad divina acerca del matrimonio escrutando esa voluntad por medio de la palabra de Dios recogidas en la Escritura: el matrimonio ha de ser monogámico porque así era al principio de la creación. El pasaje no muestra a un Jesús que sustente su opinión en una autoridad propia, como si fuera Dios, sino como un ser humano modesto para quien la fuente de la revelación está en las Escrituras

Por ello, con lo dicho hasta el momento, hemos preparado suficientemente el terreno para formularnos la cuestión fundamental: ¿entraba en la religión de Jesús que él se considerase a sí mismo Hijo de Dios, en un sentido absolutamente físico y real del término? En otras palabras: ¿dijo Jesús de sí mismo que era Dios?

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Martes, 2 de Diciembre 2008
Hoy escribe Antonio Piñero

La ética de Jesús está unida indisolublemente a la moral del Reino de Dios proclamado por Jesús y es un tanto complicada: predica valores absolutos, propios del judaísmo de su momento y en plena consonancia con la Biblia, por ejemplo, el valor absoluto del Decálogo, el mandamiento del amor fundado en el texto del Levítico 19,18 (“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”), la imitación de Dios que es bueno tanto para los justos como para los perfectos (cf. Mt 5,48: “Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial”) y lo que eran los preceptos del judaísmo común de su época, etc.

Pero lo que más destaca en esta moral es una serie de normas que afectan al seguimiento de Jesús y la preparación para la venida del Reino de Dios que están pensadas para unos instantes determinados. Como veremos simplemente por su exposición estas normas son absolutamente interinas, exigentes y quizás imposibles de cumplir, válidas sólo quizás para las vísperas inmediatas de la llegada del Reino, que no podía prolongarse durante mucho tiempo.

En líneas generales puede afirmarse que la proclama del Reino de Dios pide obediencia absoluta: la exigencia del seguimiento a lo que predica Jesús es radical y total: "El que echa mano al arado y sigue con la vista atrás no vale para el Reino de Dios" (Lc 9,62; cf. 12,46). El reconocimiento de la validez de la predicación de Jesús y la respuesta adecuada a ella constituyen la moral del Reino: la base es la Ley; lo específico, la moral del seguimiento a lo proclamado para prepararse a la venida de aquél.

Son tres estas normas:

1. Desprendimiento absoluto de todos los bienes necesarios para el sustento, unido a ataques violentos contra los ricos. Es más Jesús exige a los que quieren ir tras él la venta de estos bienes: “Mat 19:21 Jesús le dijo: «Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme” = Lc 18, 25 con el añadido de “¡Cuán difícil es que entren los que tienen riquezas en el Reino de Dios”).

Las invectivas contra los ricos son variadas. Pongamos sólo un par de ejemplos: Lc 16,19-31: parábola del pobre Lázaro, que va al cielo y el rico epulón, que va al infierno o los ayes contra los adinerados como el de Lc 6,25: “Ay de vosotros, los que ahora estáis hartos!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que reís ahora!, porque tendréis aflicción y llanto”.


2. En segundo lugar, la no exaltación del valor del trabajo como creatividad necesaria en este mundo. En Lc 12,22 se lee que Jesús dijo a sus discípulos: “Por eso os digo: No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis [...] fijaos en los cuervos que ni siembran ni cose¬chan; que no tienen ni bodega ni granero, y Dios los alimenta. ¡Cuánto más valéis vosotros que las aves!".

El comunismo de consumo de bienes que practicó la comunidad primitiva jerusa¬lemita, tal como nos lo transmiten los Hechos (2,42-47; 4,32-35), tuvo su fundamento en los dichos de Jesús que basaban la perfección del discípulo en la venta de sus bienes y la entrega de éstos a los pobres (Lc 18,22; Lc 12,33; 14,33; Mc 10,17-26), esperando -sin trabajar, sólo preocupados de la oración- la venida del Juez.

3. El poco aprecio por los vínculos familiares. Esto se muestra en ciertos dichos auténticos de Jesús. En Mc 3,31-35 se lee: "Éstos son mi madre y mis hermanos: quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre". En Lc 9,60 se halla la dura sentencia de que "los muertos deben enterrar a sus muertos", lo que suponía algo insólito en el ambiente palestino del s. I.

El desligamiento de los vínculos familiares en el seguimiento de Jesús está expresado con mayor claridad aún en Lc 14,15: "Caminaba con él mucha gente y volviéndose les dijo: Si alguno viene donde mí y no odia (es decir, "se desprende", "estima en menos") a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida no puede ser discípulo mío".

Como se puede observar fácilmente, estos preceptos, o consejos -que prescinden de los bienes de la tierra, que no exhortan precisamente al trabajo, que no fomentan los lazos familiares- distan mucho de poder ser cumplidos en un mundo que dura y continúa: están evidentemente pensados para el interim, para esos momentos anteriores a la irrupción del Reino, con su cambio total de valores. Tal ética no puede elevarse a categoría de ley intemporal. Por ello Albert Schweitzer la denominó “ética interina”.

La ética de Jesús puede considerarse sin ambages como profética, encardinada en la exigente predicación de los profetas de Israel que deseaban preparar al pueblo para la "visita" divina, es decir, la llegada del reino de Dios.

A pesar de lo extrema que es, parece evidente que esta ética especial de Jesús no representa ninguna oposición a la ley de Moisés, sino todo lo contrario. De ningún modo podemos obtener de la ética de Jesús ninguna idea o impresión de que estamos ante un personaje que implícita o explícitamente esté pregonando alguna ética novedosa con la autoridad de un poder personal divino. Más bien tenemos la impresión de que Jesús predica una ética del reino divino al servicio del Dios de Israel de quien es un heraldo obediente y sumiso.

Saludos cordiales de Antonio Piñero .
Lunes, 1 de Diciembre 2008
Hoy escribe Antonio Piñero

Otro tema importante que nos sirve para mostrar (más que demostrar) que los Evangelios nos presentan –si no en la superficie, si al menos en una lectura atenta- la imagen de un Jesús meramente humano encuadrado en la religión y religiosidad judía del siglo I es la noción del Nazareno sobre el Reino de Dios. ¿Cómo concebía Jesús este Reino?

Sobre este tema he aquí una síntesis de mi pensamiento al respecto expresado en diversas publicaciones desde hace años:

El reino de Dios que Jesús predicaba es exactamente el mismo que habían proclamado los profetas de las Escrituras hebreas. Él nunca necesitó explicar qué era exactamente el Reino de Dios, porque todos sus oyentes lo sabían por las continuas lecturas en la sinagoga de la Biblia y las explicaciones que se le agregaban. Y la proclamación del Reino de Dios es la característica esencial de Jesús que lo define como un hombre en la línea total del pensamiento profético de la Biblia hebrea.

Reducido a sus términos más escuetos, este ideal del Reino significaba la actuación definitiva de Dios en el marco de la Alianza establecida desde antiguo entre Abrahán y el pueblo escogido, que al establecer con toda claridad su poderío en la tierra aspiraba a la liberación político-religiosa del pueblo judío. Tal liberación era la conidicón sin la cual no se podía cumplir plenamente en Israel la lay divina otorgada por Dios a ese pueblo elegido. Esta acción divina para instaurar su dominio sobre Israel acarrearía la perdición de los no aptos para el Reino -entiéndase los paganos y los judíos que no adecuaran su vida a las normas de la Ley, y la postrera y definitiva salvación y bendiciones divinas para quienes se hallaren preparados.

Las características del Reino de Dios predicado por Jesús son, al menos aparentemente, un tanto contradictorias:

· Es un "Reino/Reinado de Dios" que se realiza en el futuro, pero con unas ciertas características de comienzo en el presente; se ha iniciado de algún modo ya, pero de hehco su realización se aguarda para el futuro.

· Es un Reino material, de bienes de esta tierra con insistencia en elementos espirituales;

· Es un Reino con claras implicaciones en la política del momento (puesto que los gentiles que no aceptaran el Reino debían abandonar la tierra de Israel en la que les sería casi imposible vivir, ya que se trataría de una auténtica teocracia, gobernada por una "constitución" claraL la ley de Moisés ), pero su proclamador, Jesús, no pone los medios políticos para su realización, sino que los deja en manos de Dios.

La cuestión del pensamiento de Jesús acerca del Reino me parece tan importante para nuestra intención de enmarcarlo en el judaísmo del siglo I que merece la pena detenerse un poco más en él.

Precisar la noción de “Reino/reinado de Dios” según el pensamiento de Jesús es materia muy controvertida entre los hsitoriadores e incluso entre los teólogos por la razón clara que el Nazareno -como dijimos más arriba- no explica en ninguna parte, al menos en lo que tenemos recogido en los Evangelios, qué es exactamente ese reino divino. Es éste un concepto que compartía plenamente con sus oyentes, las gentes que le seguían y escuchaban y que, por tanto, no necesitaba aclarar.

Ocurriría algo similar a lo que puede pasar con un político de hoy que hablara continuamente en sus discursos sobre la democracia. Todo el mundo sabe más o menos qué es, y su definición se da por supuesta por convención en la inmensa mayoría de las proclamas políticas. Ahora bien, el político imaginado sí puede explicar de vez en cuando cómo deben ser algunos rasgos precisos de la “democracia” aquí y ahora: en qué sentido ha de ser límpida y clara, que acciones son incompatibles con ella, qué actitudes son demócratas o no, etc. El político puede estar un año entero hablando sobre la democracia a su público sin necesidad de precisar ni una sola vez qué entiende exactamente por el concepto “democracia”..., puesto que lo da por supuesto y conocido.

Igualmente pasaba con Jesús: en sus parábolas sobre el Reino no explicaba qué era el Reino en sí, sino algunas características o maneras de éste sobre las que le interesaba insistir en algún momento. Por ejemplo:

• Su pronta venida en un momento muy cercano; sus mínimos inicios, ya incoados en el presente, pero su rápido crecimiento;

• Que en él estarán juntos el trigo y la cizaña y que Dios no había ordenado eliminar rápidamente esta última;

• La obligación de cada uno de prepararse para tal llegada con el arrepentimiento y la vuelta a la ley de Moisés, bien entendida tal como él, Jesús, la explicaba;

• Que tal preparación no consistía en guardar pequeñas minucias legales según la tradición, sino en ir a lo esencial de la Ley: mantener la pureza de corazón, no apegarse a los bienes presentes…;

• Que si la familia carnal se oponía a la preparación y venida del Reino, debía ser dejada aparte, etc., con el fin de dedicarse plenamente a preparar la venida del reindado divino.

Pero, en realidad, después de aclarar todos estos extremos, Jesús no había explicado qué es en sí el Reino.


Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero
Sábado, 29 de Noviembre 2008


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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