Notas
Hoy escribe Gonzalo del Cerro
La Llteratura Apócrifa Venimos comentando el valor real de los libros apócrifos y su presencia en la historia de la doctrina cristiana. Después de muchos siglos de olvido e indiferencia, la investigación ha comprendido que su aportación al conocimiento del origen del cristianismo y al desarrollo de su doctrina merece una atención y una estima nada despreciables. Su valor no se reduce al campo de las leyendas piadosas, sino que abarca aspectos transcendentales para la comprensión de las verdades de la fe contenidas en el “depósito”, cuya custodia considera la Iglesia como una de sus misiones esenciales. Quiero recordar aquí dos artículos notables que se mueven en el contexto del estudio de la Prof. Annick Martin y la importancia que atribuye al valor histórico de la literatura apócrifa. En el año 1988 describía Louis Leloir un trabajo en la Revue théologique de Louvain, donde recogía una opinión manifestada en el encuentro celebrado en la Nueva Lovaina por los exégetas francófonos de Bélgica. En la dirección de los que subrayan la estrecha relación de los Apócrifos con la Biblia, trataba L. Leloir sobre la “Utilidad o inutilidad de los apócrifos”. Hablaba allí de la AELAC (Asociación para el Estudio de la Literatura Apócrifa Cristiana), surgida en 1981 y constituida por especialistas en los estudios bíblicos y patrísticos. El título un tanto peyorativo de “apócrifos” no impide reconocer que la literatura apócrifa constituye una fuente estimable a la hora de conocer y trazar los perfiles de “la situación viviente del cristianismo popular en la época de sus primeras manifestaciones” (p. 45). Los Hechos de Juan, escritos probablemente en Egipto entre los años 150 y 180, ofrecen aspectos del cristianismo alejandrino de esa época y aclaran algunos matices de los grandes teólogos alejandrinos, Clemente y Orígenes. Así lo entiende Leloir, basado en un anterior estudio de E. Junod. Intenta luego destacar tres elementos presentes en los Hechos Apócrifos, como son los datos escriturísticos, los orígenes de la vida consagrada y la pastoral de la oración. A través de ellos podemos “descubrir algunas parcelas importantes del mensaje cristiano primitivo” (p. 70). Los relatos de los apócrifos confirman y explican la continuación de sucesos cumplidos o anunciados en las páginas del Nuevo Testamento. De tal manera que, como más tarde exigirá A. Martin, forman en cierta medida parte de los escritos bíblicos. El otro artículo al que quiero referirme en este momento es un estudio serio de Eric Junod, autor junto con J.-D. Kaestli de los Hechos de Juan en la colección de los Apócrifos de Brepols. Dentro de un contexto más amplio sobre la “Crónica de la antigüedad tardía y del cristianismo antiguo y medieval”, se pregunta si “La literatura apócrifa cristiana constituye un objeto de estudio”. Huelga decir que su respuesta es decididamente afirmativa. Respuesta a una pregunta más real que retórica. Agradece a la ciencia la atención que de un tiempo a esta parte ha prestado a esta literatura. Recuerda la AELAC, la iniciación de la Series Apocryphorum en el Corpus Christianorum de Brepols (CChSA) en el año 1983 y la fundación de la revista Apocrypha en 1990. Lamenta el escaso aprecio que clérigos y hombres de ciencia han tenido hacia esta literatura, actitud que parte ya del juicio de Eusebio de Cesarea en su Historia de la Iglesia (HE 25, 6). A pesar de su importancia, “estos escritos no han entrado todavía de hecho en el repertorio de las fuentes del cristianismo de los primeros siglos” (p. 401). Sin embargo, debemos reconocer su “vecindad con los estudios bíblicos”. El detalle de que los apócrifos cristianos estén encuadrados en el contexto temático de los libros del Nuevo Testamento, indica su relación intencionada con ellos. Los escasos datos sobre los apóstoles de Jesús en los evangelios y en los Hechos canónicos quedan generosamente ampliados en los diversos Hechos Apócrifos dedicados al recuerdo y a la exaltación de sus protagonistas. Por todo esto, Junod se hace una pregunta, algo más que retórica, “si es posible a pesar de todo detectar trazas de tradiciones más antiguas referidas a los apóstoles, de testimonios de prácticas, ritos, formas de vida y de organización comunitaria en relación con el medio de producción o destino de tales obras” (p. 413). Más que pregunta, se trata de un deseo o un augurio. Louis LELOIR, “Utilité ou inutilité de l’étude des apocryphes”, Revue théologique de Louvain, 19 (1988) 38-70. Eric JUNOD, “La littérature apocryuphe chrétienne constitue-t-elle un objet d’édtudes?”, Revue des Études Anciennes, 3-4 (1991) 397-414. Saludos cordiales de Gonzalo del Cerro
Miércoles, 10 de Diciembre 2008
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Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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