CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Escribe Antonio Piñero:
 
Sigo con el tema de ayer en torno a la mentalidad de Jesús respecto a la batalla final que debía de constituir los momentos previos al Juicio y a la instauración del reino de Dios.
 
· Corroboro la idea ya expresada anteriormente: no andamos lejos de la verdad si pensamos que Jesús podría tener unas ideas muy parecidas sobre la ayuda decisiva de Dios. Escribe Hyam  Maccoby en su obra “Revolución en Judea”:
 
“Probablemente Jesús tenía en mente el ejemplo de Gedeón... La salvación tendría un aspecto ciertamente militar pero los fieles no sería meros espectadores del milagro divino. (Colaborarían con él), pero la gloria de la victoria sería principalmente de Dios (p. 158). "Jesús... era un profeta apocalíptico convencido, que consideraba que la lucha contra Roma se ganaría en gran medida por un medio milagroso. Por ello no tuvo que hacer serios preparativos militares. Solamente sería necesaria en todo caso una mínima. Jesús no tenía la mentalidad de un Judas Macabeo, es decir que pretendiera expulsar a los romanos por la fuerza de las armas, como Judas había expulsado a los griegos. Este no sería su propósito ya que tal empresa conduciría a la fundación de una dinastía real pero terrena. Lo que pretendía Jesús era que se inaugurara el reino de Dios, lo que suponía una nueva época en la historia del mundo. Pero esta posición jesuánica que suponía un desprecio del militarismo fue convertida por la iglesia paganocristiana en una suerte de doctrina pacifista (pp. 172. -73). Estoy de acuerdo con esta posición.
 
· El punto anterior lleva a la conclusión de que no es un argumento serio concluir que Jesús era totalmente pacifista porque su grupo poseía pocas armas, espadas en concreto. Argumentar así significa desconocer la mentalidad religiosa del siglo I, tanto en Judea como en el mundo grecorromano, a saber, la posibilidad real de que la divinidad interviniera continuamente en los asuntos humanos. Las ideas al respecto de Jesús eran, pues, como las de Gedeón y las de otros héroes de la historia de Israel. En el artículo, tantas veces citado de F. Bermejo, y que estamos comentando, este investigador trae a colación varios textos de los libros de los Macabeos que sirven de ilustración sobre cómo podría ser la mentalidad de Jesús:
 
“Al ver éstos el ejército que se les venía encima, dijeron a Judas: «¿Cómo podremos combatir, siendo tan pocos, con una multitud tan poderosa? Además estamos extenuados por no haber comido hoy en todo el día.» 18 Judas respondió: «Es fácil que una multitud caiga en manos de unos pocos. Al Cielo le da lo mismo salvar con muchos que con pocos; 19 que en la guerra no depende la victoria de la muchedumbre del ejército, sino de la fuerza que viene del Cielo. 20 Ellos vienen contra nosotros rebosando insolencia e impiedad con intención de destruirnos a nosotros, a nuestras mujeres y a nuestros hijos, y hacerse con nuestros despojos; 21 nosotros, en cambio, combatimos por nuestras vidas y nuestras leyes; 22 El les quebrantará ante nosotros; no les temáis»  (1 Macabeos 3,17-22)
 
 
“Entonces Judas Macabeo, al observar la presencia de las tropas, la variedad de las armas preparadas y el fiero aspecto de los elefantes, extendió las manos al cielo e invocó al Señor que hace prodigios, pues bien sabía que, no por medio de las armas, sino según su decisión, concede él la victoria a los que la merecen. 22 Decía su invocación de la siguiente forma: «Tú, Soberano, enviaste tu ángel a Ezequías, rey de Judá, que dio muerte a cerca de 185.000 hombres del ejército de Senaquerib; 23 ahora también, Señor de los cielos, envía un ángel bueno delante de nosotros para infundir el temor y el espanto. 24 ¡Que el poder de tu brazo hiera a los que han venido blasfemando a atacar a tu pueblo santo!» Así terminó sus palabras” (2 Macabeos 15,21-24).
 
Y presento un  último texto  de 1 Samuel 14,6 en donde se ve que   esta confianza absoluta en Yahvé para la victoria ante los enemigos de Israel era muy antigua en Israel. El que habla es Jonatán, hijo del rey Saúl, y amigo de David:
 
“Jonatán dijo a su escudero: «Ven, crucemos hasta la avanzadilla de esos incircuncisos. Acaso Yahveh haga algo por nosotros, porque nada impide a Yahveh dar la victoria con pocos o con muchos”.
 
Esta, creo, podría ser la mentalidad de Jesús: para Dios era igual conceder la victoria con pocos hombres o con muchos. Lo único que importa es la ayuda divina. Hagamos por nuestra parte lo que podamos, porque Dios proveerá para la victoria.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero

Universidad Complutense de Madrid
www.ciudadanojesus.com

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Por si a alguien le interesa, aquí va un enlace radiof´pnico de una entrevista que me hicieron para World Press:
 
Enigmas de Jesús y del Cristianismo primitivo, con Antonio Piñero EDLR 1x3 04/02/2017 Ecos de lo Remoto
 
Miércoles, 8 de Febrero 2017

Escribe Antonio Piñero
 
Continuando con nuestra pregunta “Qué tipo de sedicioso era Jesús”, y a tenor de lo que hemos escrito hasta el momento podemos afirmar:
 
· Jesús no era un sedicioso para los judíos piadosos, sino para los romanos, que defendían su Imperio (ley y orden) por la fuerza. Probablemente lo era también para la capa superior de los judíos que contemporizaban de algún modo con el régimen, o lo consideraban un mal menor aceptable y del que debían aprovecharse económicamente. El reino de Dios que predicaba Jesús era para estos judíos una revolución social, puesto que atacaba a los ricos, despreciaba las riquezas en sí y proclamaba que ellos, los primeros de la sociedad, serían los últimos en el reino de Dios; y los pobres, los últimos de la sociedad serían los primeros en el Reino. Este pensamiento se llama sencillamente subversión del orden social existente.
 
· A Jesús no le podía repugnar la idea de una batalla final entre el Bien (Yahvé) y el Mal (el Imperio), ya que era un pensamiento usual de los profetas. Desde Isaías y antes, los profetas se habían posicionado en pro del país propio, Israel/Judea, el cual con la ayuda de Yahvé había derrotado a todos los enemigos terrestres (incluso aniquilado con el beneplácito de Yahvé) que habían oprimido al pueblo de Dios. No podemos atribuir a ningún judío del siglo I, y consecuentemente tampoco a Jesús pensamientos humanísticos que ha desarrollado sobre todo la civilización occidental después de la Revolución Francesa. En el pensamiento del Israel de tiempos de Jesús no había piedad ninguna para quienes hollaban impunemente la viña querida de Yahvé (Is 5,1) y además se aprovechaban inicuamente de sus frutos. Si Jesús hubiese tenido otros pensamientos, y los hubiera manifestado públicamente jamás le hubiera seguido el pueblo, jamás las masas habrían ido detrás de él.
 
· No se puede probar estrictamente con la tradición evangélica recibida que a Jesús le hubiese parecido mall que el ser humano colaborara con Dios para lograr la restauración de Israel. Esta colaboración no  estaba ajena a una cierta violencia. Pero tampoco puede negarse. Que Jesús pensar, junto a otros judíos, que había que colaborar  con Dios para expulsar a los romanos de Israel (condición necesaria para el Reino) es verosímil al menos. Y más con el “ruido de sables” que ha recogido el patrón de recurrencia.
 
· Es más que probable (a tenor de Mc 14,25: “Yo os aseguro que ya no beberé del producto de la vid hasta el día en que lo beba nuevo en el Reino de Dios”) que Jesús pensara que el reino de Dios se iba a instaurar pronto y desde luego en Jerusalén y que él participaría en él. Este era un pensamiento común judío. También lo era que la marcha triunfante de Yahvé, o sus legiones de ángeles hechas visibles) sobre la capital, Jerusalén, se iniciaría en el Monte de los Olivos, conforme a Zacarías 14,1-8. El texto escribe también la batalla final y el resultado feliz en el que Israel, con su capital Jerusalén dominará sobre el mundo entero:
 
“He aquí que viene el Día de Yahvé en que serán repartidos tus despojos en medio de ti. 2 Yo reuniré a todas las naciones en batalla contra Jerusalén. Será tomada la ciudad, las casas serán saqueadas y violadas las mujeres. La mitad de la ciudad partirá al cautiverio, pero el Resto del pueblo no será extirpado de la ciudad. 3 Saldrá entonces Yahvé y combatirá contra esas naciones como el día en que él combate, el día de la batalla. 4 Se plantarán sus pies aquel día en el monte de los Olivos que está enfrente de Jerusalén, al oriente, y el monte de los Olivos se hendirá por el medio de oriente a occidente haciéndose un enorme valle: la mitad del monte se retirará al norte y la otra mitad al sur. 5 Y huiréis al valle de mis montes, porque el valle de los montes llegará hasta Yasol; huiréis como huisteis a causa del terremoto en los días de Ozías, rey de Judá. Y vendrá Yahvé mi Dios y todos los santos con él. 6 Aquel día no habrá ya luz, sino frío y hielo. 7 Un día único será - conocido sólo de Yahvé -: no habrá día y luego noche, sino que a la hora de la tarde habrá luz. 8 Sucederá aquel día que saldrán de Jerusalén aguas vivas, mitad hacia el mar oriental, mitad hacia el mar occidental: las habrá tanto en verano como en invierno”.
 
Que el pensamiento del profeta Zacarías estaba muy presente en Jesús se prueba por su uso de Zac 9,9 en la denominada entrada triunfal en Jerusalén:
 
“Yo acamparé junto a mi Casa como guardia contra quien va y quien viene; y no pasará más opresor sobre ellos, porque ahora miro yo con mis ojos. 9 ¡Exulta sin freno, hija de Sión, grita de alegría, hija de Jerusalén! He aquí que viene a ti tu rey: justo él y victorioso, humilde y montado en un asno, en un pollino, cría de asna. 10 El suprimirá los cuernos de Efraím y los caballos de Jerusalén; será suprimido el arco de combate, y él proclamará la paz a las naciones. Su dominio irá de mar a mar y desde el Río hasta los confines de la tierra.
 
· Es también probable que Jesús limitara la parte violenta de su misión solo a esos momentos finales… que no durarían mucho, ya que la acción de Dios y la de sus ángeles se suponía totalmente efectiva. Jesús se concebía a sí mismo como el profeta de Dios de esos tiempos finales. Y si Dios actuaba violentamente contra los malvados, no e s impensable que su profeta y el proclamador del Reino pudiera tener también su parte, aunque pequeña, ya que era humano y la parte mayor correspondía a Dios en esa violencia.
 
· No creo implausible que Jesús tuviera aquí una mentalidad parecida a la esenia (como por ejemplo, la tenía respecto al matrimonio y el divorcio) que pensaban que el día de la instauración de reino de Dios  sería un día de venganza divina contra los enemigos de Israel. El Rollo de la Guerra dibuja claramente a los esenios peleando físicamente contra los romanos al lado de las huestes angélicas. No sabemos si Jesús pensaba exactamente así. Probablemente sí. Y también al menos que tenía que existir una cierta colaboración humana con la acción divina. Esto basta para hacer más que verosímil lo que estamos defendiendo: que a los ojos de los romanos Jesús era un sedicioso peligroso que no rehuía la violencia al menos en los instantes previos al Reino, violencia humana que acompañaba la violencia divina.
 
Seguiremos.

Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.ciudadanojesus.com
 
 
Martes, 7 de Febrero 2017
Escribe Antonio Piñero
 
Decíamos ayer que lo decisivo en la instauración del reino de Dios, según Jesús, era la intervención divina. Pero esto no suponía que él y sus discípulos pensaran que debían permanecer absolutamente inactivos a la espera de esa acción de Dios. No parece que sea esa la “atmósfera” que se deduce de la lectura de la lectura de los Evangelios. Al igual que los esenios que dibuja el “Rollo de la Guerra” de Qumrán (los piadosos colaborarían en la batalla final contra los Kittim –los romanos– junto con los ángeles), Jesús pensaría muy probablemente que la colaboración humana era necesaria para tal intervención. Y no solo la colaboración espiritual, la penitencia, el arrepentimiento, el llevar una vida de acuerdo con la ley de Moisés, sino también acciones materiales de preparación para la venida del Reino.
 
En qué grado esta colaboración suponía el uso de las armas contra quienes estaban impidiendo con su actitud la intervención divina no podemos saberlo con seguridad. Pero lo que sí es seguro que Jesús advirtió a sus discípulos de que ciertas acciones suyas podían acabar en la cruz (“Tome su cruz…”: Mc 8,34). Por tanto, a los ojos de las autoridades romanas esas acciones serían subversivas, en nada leves.
 
Un Jesús embebido en las Escrituras sagradas tendría muy en cuenta que ciertos profetas habían hablado de una batalla final. Véase, por ejemplo, el profeta Joel (que era tenido muy en cuenta por el judeocristianismo primitivo, ciado en Hch 2,17: “Sucederá en los últimos días, dice Dios: «Derramaré mi Espíritu sobre toda carne…”):
 
“Pregonad esto entre las gentes, proclamad la guerra santa, despertad a los valientes, acérquense y suban todos a la guerra. Forjad espadas de vuestros azadones; lanzas, de vuestras hoces… Haz bajar allí, oh Yahvé a tus valientes. Que se alcen y suban las gentes al valle de Josafat porque allí me sentaré yo a juzgar a todas las gentes de en derredor. Meted la hoz que ya está madura la mies. Venid, pisad que está lleno el lagar… porque es mucha su maldad… Muchedumbre, muchedumbres en el valle del Juicio. El sol y la luna se oscurecen y las estrella pierden su brillo…” (4,9-10).
 
Este pasaje es impresionante porque está describiendo la batalla final antes del Juicio también final. Es un ambiente de guerra santa contra la maldad encarnada en los enemigos de Yahvé, una batalla promovida por la divinidad misma y en la que ella ayuda y participa. El judeocristianismo primitivo tenía también muy presente este texto ya que sus ideas se perciben claramente en el Apocalipsis:
14 Y vi, mira, una nube blanca, y sobre la nube, a uno sentado semejante a un hijo de hombre que tenía sobre su cabeza una corona de oro y en su mano, una hoz afilada. 15 Y salió otro ángel del templo, gritando con gran voz al que estaba sentado sobre la nube: «¡Mete tu hoz y siega, porque ha llegado la hora de segar, porque ha madurado la cosecha de la tierra!».  16 Y lanzó el que estaba sentado sobre la nube su hoz sobre la tierra, y la tierra quedó segada. 17 Y otro ángel salió del templo que está en el cielo, llevando también una hoz afilada. 18 Y salió del altar otro ángel, que tenía poder sobre el fuego, y gritó con gran voz al que tenía la hoz afilada diciendo: «¡Mete tu hoz afilada y vendimia los racimos de la viña de la tierra, porque han madurado sus uvas! 19 Y lanzó el ángel su hoz a la tierra y vendimió la viña de la tierra, y la arrojó en el gran lagar del furor de Dios. 20 Y el lagar fue pisado fuera de la ciudad, y salió sangre del lagar hasta las bridas de los caballos en un espacio de mil seiscientos estadios” (14,14-20).
 
Obsérvese que el que interviene en esta destrucción final de los enemigos es el Hijo del Hombre, según el autor del Apocalipsis. Jesús mismo estaría pensando en el texto de Joel cuando predice algunos fenómenos celestes que preceden al Juicio:
 
“«Mas por esos días, después de aquella tribulación, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas irán cayendo del cielo, y las fuerzas que están en los cielos serán sacudidas” (Mc 13,24-25).
 
 
Otros textos de profetas famosos, que estaban en la mente de todos los judíos piadosos del siglo I, son de los profetas Jeremías y Zacarías. Así Jr 6,3, quien declara la guerra santa contra una Jerusalén impía (para Jesús la gobernada por un sacerdocio corrupto y colaboracionista con los romanos:
 
 
“¡Declaradle la guerra santa! ¡En pie y subamos contra ella a mediodía!... ¡Ay de nosotros, que el día va cayendo, y se alargan las sombras de la tarde…«Talad sus árboles y alzad contra Jerusalén un terraplén… Aprende, Jerusalén, no sea que se despegue mi alma de ti, no sea que te convierta en desolación, en tierra despoblada”.
 
 
Es claro en este texto que también los judíos impíos serán presa de la ira divina en los tiempos finales, y que en  ella habrá una guerra.
 
 
El profeta Zacarías es también elocuente. He aquí un texto muy conocido en el que el opresor es la ciudad pagana de Tiro:
 
 
“Se ha construido Tiro una fortaleza, ha amontonado plata como polvo y oro como barro de las calles… He aquí que el Señor va a apoderarse de ello: hundirá en el mar su poderío, y ella misma será devorada por el fuego… Yo truncaré el orgullo de los filisteos; quitaré su sangre de su boca, y sus abominaciones de sus dientes…” (9,3.6-7)
 
 
Y luego viene el triunfo final de Jerusalén, la implantación del reino de Dios en la tierra de Israel el dominio de este sobre todas las naciones y luego el reino de Dios en paz sobre toda la tierra:
 
 
“¡Exulta sin freno, hija de Sión, grita de alegría, hija de Jerusalén! He aquí que viene a ti tu rey: justo él y victorioso, humilde y montado en un asno, en un pollino, cría de asna. El suprimirá los cuernos de Efraím y los caballos de Jerusalén; será suprimido el arco de combate, y él proclamará la paz a las naciones. Su dominio irá de mar a mar y desde el Río hasta los confines de la tierra (9,9-10).
 
 
Y recordemos que según este mismo profeta, el reino de Dios comienza a desarrollarse a partir de la venida de Yahvé al Monte de los Olivos:
 
 
1 He aquí que viene el Día de Yahveh en que serán repartidos tus despojos en medio de ti. 2 Yo reuniré a todas las naciones en batalla contra Jerusalén. Será tomada la ciudad…3 Saldrá entonces Yahveh y combatirá contra esas naciones como el día en que él combate, el día de la batalla. 4 Se plantarán sus pies aquel día en el monte de los Olivos que está enfrente de Jerusalén, al oriente, y el monte de los Olivos se hendirá por el medio de oriente a occidente haciéndose un enorme valle: la mitad del monte se retirará al norte y la otra mitad al sur… 7 Un día único será - conocido sólo de Yahveh -: no habrá día y luego noche, sino que a la hora de la tarde habrá luz. 8 Sucederá aquel día que saldrán de Jerusalén aguas vivas, mitad hacia el mar oriental, mitad hacia el mar occidental: las habrá tanto en verano como en invierno. 9 Y será Yahveh rey sobre toda la tierra: ¡el día aquel será único Yahveh y único su nombre!
 
 
Habrá una batalla final. Yahvé parte en defensa de Jerusalén contra las tropas invasoras… se producirá una derrota total de estas y finalmente se establecerá el reino de Dios sobre la tierra de Israel y sobre el mundo entero.
 
 
Pienso que a partir de estos textos hay que reconstruir como posible la mentalidad de Jesús respecto al fin del mundo, la batalla final y es establecimiento del reino de Dios. Él tenía estos textos a su disposición y los conocía –me parece seguro– de memoria.
 
 
Seguiremos.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
www.ciudadanojesus.com 
Lunes, 6 de Febrero 2017
Escribe Antonio Piñero
 
El patrón de recurrencia “Jesús  y la resistencia antirromana” no debe llevar a la investigación a hipótesis extremas para explicarlo. Por una razón: porque tales hipótesis no dan cuenta de la complejidad de la situación de Jesús y de su grupo, que se percibe igualmente a través de los pequeños datos dispersos que ha recogido el patrón. Una de esas hipótesis que –adelanto ya– me parece poco probable históricamente es la de que A) Jesús tenía un ejército en toda regla; y B) Jesús era, al menos, un guerrillero.
 
En mi opinión desde hace mucho tiempo –y en esto coincide conmigo la tesis de F. Bermejo en el artículo que estamos comentando–, me parece imposible que Jesús tuviera un ejército o que hubiese practicado realmente la guerrilla. Por dos razones. La primera: porque hay testimonios suficientes en los Evangelios de que era un hombre pobre en recursos (ejemplo típico: Mt 8,20: “Este hombre no tiene ni donde reclinar su cabeza…”), y no hay indicios de que mantuviera contactos con gente nacionalista y lo suficientemente adinerada como para que hubiera podido sostener una tropa por pequeña que fuese.
 
Se ha propuesto que ese presunto mecenas, que podría haber sostenido el presunto ejército jesuánico, podrá haber sido Lázaro, el rico judío de Betania, hermano de María y de Marta del que nos hablan los Evangelios (véase Lc 10,38 y Jn 11,1ss). Probablemente es cierto que Lázaro compartía con Jesús el ideario fuertemente nacionalista del “reino de Dios en la tierra de Israel”. Pero no hay ningún indicio seguro de que fuera tan rico como para sostener un ejército, o un grupo armado de al menos doscientas personas como para mantener en jaque a los romanos a modo de los guerrilleros, ni que hiciera donaciones a Jesús de ese calibre.
 
El segundo motivo en contra de la hipótesis al menos guerrillera es el tipo de vida de Jesús, itinerante, predicando por pueblos y aldeas. No se le conocen visitas a grandes ciudades, salvo Jerusalén (y de paso Jericó, donde apenas hizo nada: Mc 10,46: “entró y salió de la ciudad”). Ahora bien, los pueblos pequeños del Israel del siglo I no hubieran podido resistir las exacciones económicas que supone mantener una cuadrilla armada por muy pequeña que fuese (como he escrito de unos doscientos hombres).
 
Para que Herodes Antipas y Pilato consideraran a Jesús políticamente peligroso bastaba con una predicación inflamada en torno al reino de Dios y un pequeño grupo de discípulos que portaran algunas armas, aunque fueran para la autodefensa. Y sobre todo Jesús sería potencialmente muy peligroso  por el simple hecho de haberse acercado a las murallas de Jesús acompañado de un grupo de ruidoso galileos y por haberse proclamado directa o indirectamente el mesías de Israel. ¿Era necesario más para ser considerado un sedicioso antirromano?
 
He hablado de unos doscientos. Pero en realidad, ¿podemos hacernos una idea del número de seguidores íntimos de Jesús, que portaran armas además de los Doce? No. No tenemos datos. Ni siquiera sabemos con seguridad el número de gente que fue a prenderlo al Monte de los Olivos. Probablemente ni tan grande como una cohorte romana (600 hombres teóricamente: Jn 18,3) ni tan pocos como una simple turba armada de palos y unas pocas espadas. Más bien el peligro de Jesús para las autoridades podría ser potencial. Desde luego, Jesús no actuaba solo en Jerusalén. De lo contrario, Caifás no habría tenido miedo a una gran revuelta (Jn 11,48: “Si le dejamos que siga así, todos creerán en él y vendrán los romanos y destruirán nuestro Lugar Santo y nuestra nación”).
 
Apoyado en el posible dicho de Jesús que recoge Mt 26, 53 (“¿O piensas que no puedo yo rogar a mi Padre, que pondría al punto a mi disposición más de doce legiones de ángeles?”), siempre he pensado que la mentalidad del Nazoreo/Nazareno respecto a la batalla final contra el Mal (la invasión romana en Israel, que intrínsecamente era perversa por apoderarse de bienes ajenos, de Dios concretamente, y porque no permitía el desarrollo de ese reinado divino con un gobierno teocrático y con una “constitución” que fuera la ley de Moisés y no la del estado romano) debía de ser al estilo de Gedeón. Según la historia que Jesús sabía de memoria desde pequeñito,  Gedeón con trescientos hombres y la ayuda de Yahvé derrotó a más de treinta mil madianitas (Jueces 7,22-25).
 
Señala F. Bermejo, comentando una página de Hyam Maccoby (de su libro Revolución en Judea. Jesus and the Jewish Resistance  Ocean Books, Londres 1973,  en inglés), que “De hecho, la tesis de un Jesús involucrado en algún tipo de resistencia antirromana no implicaba que su objetivo fuera la guerra como tal o que él fuera un hombre especialmente belicoso. Sin lugar a dudas, Jesús probablemente anhelaba que el reino de Dios fuera una situación futura en la que la violencia y los conflictos humanos estarían definitivamente eliminados”.
 
Seguiremos mañana con ulteriores precisiones a esta imagen de Jesús como nacionalista judío que ponía muy probablemente casi solo en manos de Dios el desenlace final de la batalla contra el Mal. Cuando el autor del Apocalipsis señalaba que la Gran Bestia que se opone al designio de Dios sobre su creación era el Imperio Romano –apoyado por Satanás y otros colaboradores humanos (las gentes que formaban el sacerdocio imperial y que promovían el culto al Emperador… naturalmente contrario al culto al mesías Jesús– tenía en la mente un modelo muy claro: el pensamiento de Jesús, el verdadero Mesías y su oposición fáctica cuando aún estaba en la tierra al Imperio en defensa de la idea del reino de Dios en la tierra de Israel.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
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Domingo, 5 de Febrero 2017

 
Queridos amigos:



Me escribe de nuevo mi amigo Arístides Moreno, director de la productora Steadycamline Productions a propósito del estreno oficial del documental “¿Por qué los cristianos no aceptan a Jesucristo?”, en el que como les dije tengo una colaboración relativamente importante. Reproduzco su correo:

"El estreno en directo tuvo una audiencia modesta durante todo el día. Más de 1.200 personas y ya ha sido pre seleccionado en el Festival de documentales de Madrid. Pero últimamente observo que funcionan mejor los vídeos que una retransmisión en directo que está más limitada por el horario. Funciona mejor subir los vídeos y que la gente los vea cuando quieran.

El primer documental en abierto, "Los dichos ignorados de Jesucristo", ya tiene más de 100.000 reproducciones. Lo que me anima a continuar.
Finalmente le doy los enlaces definitivos de los 3 capítulos de ¿Por qué los cristianos no aceptan a Jesucristo? para todo aquel que no pudo ver el estreno, lo pueda ver en vídeo.
 
Capítulo 1: https://www.youtube.com/watch?v=f0pWnXDvyjc
Capítulo 2: https://www.youtube.com/watch?v=o2BLKoEKeNA
Capítulo 3: https://www.youtube.com/watch?v=6jHMyWb58Kg



Saludos cordiales de
Antonio Piñero

Universidad Complutense de Madrid 
Sábado, 4 de Febrero 2017
793- Interpretación extrema del patrón de recurrencia: El galileo armado. Jesús  y la resistencia antirromana (XXVI) (3-02-17)
 
Escribe Antonio Piñero
 
El último ejemplo que quiero mostrar de interpretación radical del patrón de recurrencia, “Jesús como sediciosos para el Imperio Romano” es conjunto es José Montserrat Torrents, estudioso del cristianismo antiguo, con su obra El galileo armado. Una historia laica de Jesús (EDAF, Madrid, 2007. Para el trasfondo de su pensamiento es también fundamental el conocimiento de su obra, La sinagoga cristiana, edición revisada, Trotta, Madrid, 2005).
 
La postura de Montserrat se caracteriza por una actitud extremadamente crítica y escéptica respecto a las fuentes evangélicas. Para este investigador, el análisis demuestra de inmediato que se trata fundamentalmente de leyendas que contienen de vez en cuando ciertos mitos, por ejemplo, el nacimiento virginal de Jesús por obra del Espíritu Santo.
 
Tales leyendas son típicas en la historia de las religiones, y puede decirse que conforman una suerte de “género literario”: las biografías legendarias de los fundadores de grandes grupos religiosos como Pitágoras, Buda, Mahoma y Jesús. Desde el punto de vista histórico tales “biografías” han sido producidas a menudo por sujetos desequilibrados, visionarios y crédulos, junto con otros que son auténticamente falsarios, es decir, que buscan conscientemente engañar en pro de la defensa y propaganda de un interés particular relacionado con el biografiado. En general los autores de los Evangelios y de los Hechos se conducen respecto a los posibles documentos –tradición oral o escritos preevangélicos– que utilizan con una desenvoltura y una libertad propia de falsarios.
 
Las fuentes indiscutiblemente históricas que se refieren a Jesús, aquellas a las que sólo debe atender un historiador laico, son las cartas de Pablo, las obras de Flavio Josefo, un breve pasaje de las Historias del historiador romano Tácito y quizá un corto fragmento de Suetonio. El cotejo de estas fuentes con los textos legendarios, como Evangelios y Hechos, permite extraer de estos últimos algunos datos sobre Jesús que completan la parquedad de las fuentes históricas.
 
La documentación acerca de Jesús reconocida como auténtica por la ciencia histórica es, pues, muy escasa. La noticia fundamental y casi única es que Jesús fue crucificado como rebelde por el prefecto Poncio Pilato durante el principado de Tiberio. Ahora bien, el siglo I de nuestra era es una de las épocas más bien documentadas de la antigüedad por lo que podemos situar bien a Jesús en su contexto. Además, se han ido elaborando teorías generales que interpretan la época de Jesús y que enmarcan los datos extraídos de las fuentes. Su efectividad se juzga en función de su capacidad explicativa del conjunto de los hechos. Situando el episodio de Jesús en su contexto, llegamos a la conclusión de que fue ejecutado por un delito de sedición. Efectivamente, la muerte en cruz entraba en la categoría jurídica de la "mors aggravata", que en este período se aplicaba casi exclusivamente a los hombres libres por un delito de lesa majestad. Roma no crucificaba a gentes desarmadas. De ahí deduce Montserrat su imagen de Jesús: la de un galileo piadoso y fanático del siglo I de nuestra era que practicó la lucha armada.
 
El estudio del entorno en el que vivió Jesús señala que las creencias y el imaginario de la población judía sometida al yugo romano se inspiraba en las hazañas de los Macabeos, que libraron a los judíos de la dominación griega de los monarcas seléucidas, sucesores de Alejandro Magno. En la tradición religiosa macabea revestía gran importancia el factor de la intervención divina directa en la lucha armada contra el opresor. La religiosidad de Israel en este período fue configurada también por el pensamiento apocalíptico, siempre sobre la base de la adhesión firme a la ley de Moisés. La apocalíptica proponía que la venida del reino de Dios sobre la tierra y la reivindicación de la elección del pueblo de Israel serían inminentes en conexión con el fin del mundo, que cambiaría en otro mejor concorde con la voluntad divina. De acuerdo con este contexto, las iniciativas de los activistas del entorno de Jesús se inspiraron en los modelos macabeos y apocalípticos, en particular en lo tocante a la intervención divina.
 
El análisis crítico de los Evangelios en el entorno arriba expuesto y de acuerdo con las noticias de las fuentes estrictamente históricas, genera, según Montserrat, la siguiente imagen de Jesús:
 
1. Éste era un judío de Galilea, hijo natural de María y José. No hay noticias históricas acerca de María. No se sabe cuál fue el lugar de nacimiento y residencia de Jesús. Nazaret no existía en la época. El nombre  nazoraîos, o nazarenós, viene muy probablemente del hecho de que Jesús era un nazir, es decir, un devoto que había hecho un voto religioso o político-religioso.
 
2. La historicidad de Juan Bautista está avalada por el testimonio indiscutible de Flavio Josefo. Juan practicaba un bautismo para el perdón de los pecados, y predicaba el advenimiento del reino de Dios. En contexto apocalíptico, esta doctrina revestía una gran potencialidad política, y es por esta razón por la que Juan fue ejecutado por Herodes. Jesús se hizo discípulo de Juan, y lo fue hasta su propia muerte.
 
3. La única diferencia entre Juan y Jesús era el postulado de la lucha armada para expulsar a los romanos de la tierra de Israel, no respaldada por Juan y sí asumida por Jesús y los suyos. Jesús y probablemente su hermano Santiago se limitaron a expandir la enseñanza de Juan Bautista. La historia del movimiento político-religioso en Galilea en esta época se simplifica: Juan, Jesús y Santiago están en la misma línea doctrinal.
 
4. Jesús estaba tan convencido de participar en una misión querida por Dios que pronunció el voto de nazireato sobre la liberación de Israel. Se hizo asceta, dejó de cortarse el pelo y pasó a ser conocido en Galilea como el nazir.
 
4. Su familia se inquietó. Comulgaban con los ideales político-religiosos del movimiento surgido en torno al Bautista, pero rechazaban la lucha armada. En este contexto de esperanza pacífica de la venida del reino de Dios se robusteció la figura de Santiago, en torno al cual se configuró la herencia auténtica de Juan Bautista, simpatizante con pero no practicante de la resistencia armada.
 
5. En los años de la llamada “vida pública” de Jesús, el gobernador Poncio Pilato multiplicaba sus agravios y sus escarnios contra el pueblo y contra el Templo. Hubo disturbios ahogados en sangre. En la lejana Roma, un emperador depravado demostraba que el Imperio romano era la nueva Babilonia corrompida. El cielo mostraba que eran ya inminentes los signos anunciados por Juan Bautista. La hora de los nuevos Macabeos había sonado.
 
El proyecto insurreccional se fue perfilando en torno a la ejecución de un levantamiento en Jerusalén con ocasión de la Pascua. La estrategia era la tradicional en las revueltas centradas en la Ciudad Santa. Los amotinados, poco más de un centenar, establecerían su base logística en el desierto de Judea, a poca distancia de Jerusalén. Al anochecer, ocultando sus espadas de dos filos, se irían concentrando en el Monte de los Olivos. Cuando se abrieran las puertas de la ciudad por la mañana, entrarían e irrumpirían en el patio del Templo, cerrando los portones y haciéndose fuertes allí. A partir de este momento la iniciativa correspondería a la divinidad, que acudiría, como en tiempo de los Macabeos, a auxiliar a su pueblo asegurándole la victoria contra los romanos.
 
Más exaltados que perspicaces, los conjurados no contaron con la densa red de informadores del prefecto y del rey Herodes. Ignoraron por ende la desconfianza de las autoridades judías de Jerusalén hacia toda clase de resistencia violenta. No acertaron a conjeturar que, entre unos y otros, los más ínfimos detalles de su plan estaban en conocimiento del prefecto, Pilato, el cual puso en marcha el dispositivo habitual en estos casos: refuerzo del destacamento de la Torre Antonia, vigilancia de las puertas de la ciudad y preparación de la cohorte que al amanecer debía atacar y desbaratar a los revoltosos. La consigna era matar a cuantos se pudiera y capturar a algunos para someterlos a juicio y ejecutarlos en la cruz por delito de sedición.
 
6. Al amanecer de un día de abril, cuando la partida de los insurrectos se disponía a bajar del Monte de los Olivos, atravesar el torrente Cedrón e irrumpir en la ciudad, los entrenados soldados de la tropa auxiliar romana cayeron sobre ellos. La batalla fue corta pero mortífera. Los legionarios  acuchillaron a muchos y capturaron a tres, entre ellos a uno de los que parecía encabezar a los galileos. No sabían que habían aprehendido a Jesús, el nazir. El resto de los conjurados arrojaron las armas y escaparon al desierto, desde donde regresaron a Galilea desconcertados por el abandono de su Dios.
 
Los prisioneros fueron llevados inmediatamente al pretorio. En un juicio sumarísimo, sin necesidad de testigos, pues habían sido hallados con las armas en la mano, Jesús y los dos insurrectos fueron condenados a mors aggravata en suplicio de cruz por delito de laesa maiestas populi romani. La sentencia se ejecutó inmediatamente.
 
Las autoridades judías de Jerusalén no tuvieron parte alguna ni en su condena ni en su ejecución. Esta patraña fue una invención de los cristianos judíos helenistas destinada a explicar el "escándalo de la cruz" frente a sus oyentes paganos y a desacreditar por ende a los judíos ortodoxos de Jerusalén.
 
En breve síntesis: hay suficientes indicios en los datos históricos extrabíblicos y en los Evangelios para sostener que Jesús formaba parte de una partida de galileos armados que preparaba un golpe de mano en Jerusalén. El grupo se refugiaba en el desierto galileo y estaba asistido por algunas mujeres. De la banda formaban parte algunos de los que posteriormente, en el cristianismo, fueron denominados "apóstoles".
 
Después de estos ejemplos, el próximo día continuaremos con la cuestión fundamental “¿Qué significa afirmar que Jesús era un sedicioso?”, y veremos si hay alternativas al menos a  esta última interpretación que considero extrema.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
www.ciudadanojesus.com 
Viernes, 3 de Febrero 2017
Una reconstrucción de los orígenes del cristianismo. La importante contribución de Samuel G. F. Brandon. Jesús y la resistencia antirromana (XXV)
 
Escribe Antonio Piñero
 
La importancia de S. G. Brandon en la interpretación del patrón recurrente “Jesús como sedicioso ante el Imperio Romano” es muy importante. Hemos escrito ya alguna vez sobre él. Pero ahora voy a resumir sus tesis más importantes. Su obra,  Jesús y los celotas, de 1967 (Jesus and the Zealots, Manchester University Press. Brandon había comenzado a escribir sobre esta interpretación de Jesús ya en 1951 en su obra The Fall of Jerusalem and the Christian Church (“La caída de Jerusalén y la iglesia  cristiana”) fue como un revulsivo y generó una gran polémica.
 
A partir de la noticia cierta e innegable de la ejecución de Jesús por los romanos, Brandon efectúa un análisis meticuloso de los Evangelios que le lleva a trazar la pintura siguiente:
 
I. Jesús era un judío religioso y nacionalista, totalmente enmarcado en la religión israelita, persuadido de la soberanía exclusiva de Dios sobre la tierra de Israel, cuya misión era predicar la inminente venida del reino de Dios. No puede decirse que fuera un activista directo contra el Imperio romano, un guerrillero, pero sí es cierto que atacó a la jerarquía sacerdotal por sus intereses económicos en torno al Templo  y por su colaboración con la ocupación romana. No es extraño que fuera capturado por las tropas de Pilato, sometido a un juicio sumarísimo y ejecutado como un rebelde acusado de sedición contra el Imperio.
 
II. Los seguidores más inmediatos de Jesús tras su muerte albergaban los mismos sentimientos patrióticos que su Maestro. Aunque la ideología teológico-religiosa de estos discípulos directos de Jesús no pueda reconstruirse totalmente por la casi total ausencia de fuentes directas, es posible recuperar sus orientaciones principales leyendo entre líneas las cartas auténticas de Pablo de Tarso, los evangelios canónicos y los Hechos de los apóstoles.
 
Los “nazarenos” jerusalemitas estaban convencidos de que Jesús había sido el mesías prometido, que por un misterioso plan divino había aparentemente fracasado por su muerte en cruz. Pero Dios lo había vindicado resucitándolo y lo había confirmado en su misión de mesías, de modo que pronto volvería a implantar definitivamente el reino de Dios en la tierra de Israel. Este reinado divino era el cumplimiento de las promesas de la Alianza, según habían anunciado los profetas, y consistiría en bienes materiales y espirituales al mismo tiempo. La concepción del reino de Dios de estos seguidores jerusalemitas de Jesús no difería en nada de sus connacionales judíos. La única diferencia con ellos era el anuncio de que el mesías ya había venido…, y que volvería victorioso para instaurar definitivamente el Reino divino, acá en la tierra.
 
III. No es extraño, por tanto, que a medida que se acrecentaban en Israel la temperatura mesiánica y los anhelos de liberación política en los años posteriores a la muerte de Jesús, sus seguidores inmediatos simpatizaran con los partidarios del enfrentamiento directo con Roma, pues creían que la pugna que se preveía sería el prenotando necesario para el establecimiento del Reino divino. Pero el resultado de la Gran Revuelta resultó bien distinto de lo que se esperaba: un rotundo fracaso. Con el Templo y casi toda Judea entera pereció también la Iglesia de Jerusalén en pleno. La historia, recogida por Eusebio de Cesarea (Historia Eclesiástica III 5,2-3), de que gracias a una revelación divina toda la comunidad judeocristiana había huido a la ciudad de Pella, allende el Jordán, y se había salvado de perecer, es una leyenda insostenible, meramente apologética.
 
IV. Además de los de Jerusalén, había también otros seguidores de Jesús entre los miembros del grupo judeocristiano de Jerusalén que albergaban un pensamiento sobre Jesús como mesías y una teología distinta a la de la facción principal. Éstos eran los congregados en torno a Esteban y otros judíos helenistas (Hechos de los apóstoles 6-7), que acabaron sufriendo persecución por sus ideas. Tras el lapidamiento de su jefe espiritual, Esteban, el resto huyó de Jerusalén sobre todo hacia Samaría y Antioquía. Fue allí donde los encontró Saulo, luego Pablo de Tarso.
 
Gracias a una revelación divina, Pablo se convirtió de perseguidor en propagandista de la fe en Jesús de acuerdo con las líneas maestras de la teología de los helenistas. Gracias a su impulso y a su genio religioso, la predicación sobre Jesús se extendió a los gentiles, lo que propició un cambio en la comprensión del Redentor. Fue Pablo el que transformó la imagen de Jesús, un mesías netamente judío, en un salvador universal, en un ser divino descendido a la tierra para redimir con su sacrificio en la cruz a toda la humanidad. Y lo que es también muy importante: de acuerdo con su natural divino, Jesús no pudo haberse comprometido con ninguna postura política terrenal, y menos con una radical en contra de los romanos. El culto a Jesús como salvador fue moldeado por Pablo para ser expandido entre los gentiles de acuerdo con conceptos muy similares a las religiones de salvación del mundo grecorromano (denominadas “cultos de misterios”).
 
V. Sea como fuere, lo cierto es que la otra interpretación de Jesús con una teología consistente, la de los “nazarenos” de la iglesia madre de Jerusalén desapareció de la faz de la tierra. Al quedar éstos reducidos a mínimos restos, las iglesias fundadas por Pablo y sus seguidores se encontraron prácticamente como los únicos representantes del naciente cristianismo.
 
Que las ideas de Pablo sobre Jesús no eran de recibo para los judeocristianos jerusalemitas, la “iglesia madre”, ni se correspondían a la historia verdadera de Jesús, queda demostrado por la continua oposición de los miembros de la iglesia de Jerusalén contra la doctrina paulina, tal como testimonian repetidas veces y con acritud los escritos mismos del Apóstol.
 
VI. Tras la muerte de Pablo, sus seguidores, pasado el tiempo, no sólo conservaron las cartas de su maestro, sino que en cierto modo ampliaron y fundamentaron su doctrina. Algunos de ellos sintieron también la necesidad de complementarla por medio de otros escritos: en concreto sobre la vida terrena de Jesús –de la que Pablo se había ocupado muy poco o casi nada- (= Evangelios), sobre la historia de la Iglesia (= Hechos de los apóstoles) y sobre algunos aspectos no desarrollados de su doctrina (= Epístolas deuteropaulinas).
 
Son sobre todo los Hechos de los apóstoles los que legitiman la actividad misionera paulina, contestada por la iglesia de Jerusalén, presentando a Pablo como un judío observante de la ley de Moisés que había conseguido la aprobación de su labor misionera de la iglesia madre jerusalemita, y que colaboraba con los jefes de ésta, los apóstoles.
 
Los Evangelios, al pintar la vida de Jesús, eliminaron todos los datos (o casi todos) que presentaban al Nazareno como leal a la nación judía y como luchador en pro de la libertad de la dominación romana. Los autores evangélicos transforman así su figura en la de un enviado de la divinidad, que desciende del mundo superior, que se muestra indiferente a todas las realidades sociales y políticas de su entorno, que pasa naturalmente incomprendido por el pueblo entre el que se ha encarnado, y que acaba siendo mal interpretado, entregado injustamente a los romanos y condenado a la muerte en cruz. Ninguno de los judíos advierte que esto acontece según un plan divino, profetizado en las Escrituras –que realmente no entienden- y que esa muerte es el sacrificio por el cual queda restaurada la amistad, perdida por el pecado, entre Dios y la humanidad completa, no sólo Israel.
 
VII. ¿Cómo puede explicarse este proceso de distorsión tan aparentemente anómalo en unos libros que se presentan a sí mismos como una suerte de biografía de Jesús? La razón está en su origen: los evangelios no son una mera transcripción de la tradición oral. Los que los compusieron son verdaderamente autores, es decir, escribieron sus obras reflejando en ellos nítidamente sus puntos de vista previos sobre el material que a ellos llegaba. Los evangelios están compuestos con una tendencia apologética en defensa de la religión –en concreto de su visión de Jesús- que sinceramente profesan, y se vieron condicionados por intereses sociales derivados de su fecha y lugar de composición.
 
En concreto el Evangelio de Marcos –que fue el primero en componerse y del que dependen al menos Mateo y Lucas- es un ejemplo palpable de cómo el material tradicional es moldeado por unas circunstancias sociales determinadas y una ideología previa. Se trata de una obra mucho más refinada y pensada que lo que su lenguaje sencillo da a entender a primera vista, y su orientación es eliminar la posible mala impresión que el cristianismo podría tener ante los lectores a los que dirige la obra. Inmediatamente veremos cuáles pueden ser éstos.
 
El carácter de prioridad cronológica del Evangelio de Marcos es lo que hace que este escrito suscite el mayor interés de los análisis de Brandon, ya que influye en los que le siguen. No es difícil probar por medio del análisis que la “biografía” de Jesús presentada por Marcos se halla muy determinada y condicionada por el marco sociológico y cronológico en el que fue redactado. La lectura crítica del Evangelio mismo nos muestra que fue compuesto después de la catástrofe judía del año 70, y que sus lectores potenciales son los paganos de la ciudad de Roma, que pudieran sentir cierta atracción ideológica por el monoteísmo judío. Por ello puede decirse que el escrito marcano es una “verdadera apología del cristianismo ante los romanos, compuesta después del año 70”.
 
No era fácil en aquellos momentos hacer propaganda religiosa de una secta judía, o al menos que aparecía así ante los romanos, después de lo que había ocurrido en Judea en los años inmediatamente anteriores. Cerca de siete legiones habían sido necesarias para apagar el foco de la rebelión contra el Imperio. Después de la derrota de los judíos, los romanos habían tenido ocasión de presenciar el “triunfo” de Tito por las calles de la capital, en el que habían contemplado los utensilios sagrados del templo de Jerusalén y la espléndida cortina que separaba el santo de los santos del resto del santuario. Los romanos odiaban en principio a los judíos, causantes para el Imperio de tantos males.
 
En tales circunstancias se comprende fácilmente que Marcos intentara disminuir, u ocultar en lo posible, todos los rasgos demasiado judíos de la biografía del salvador Jesús, y que manipulara cualquier tipo de anécdota o dichos de su vida que pudieran asimilarlo a los ojos de los lectores paganos con los perversos judíos o las peculiaridades de su religión. Además sentía la obligación de resaltar todos aquellos aspectos de la vida de Jesús que pudieran poner de relieve, por muy críptica y oculta que pudiera parecer, la verdadera esencia celestial y la misión trascendente que había tenido su persona. Era preciso ante todo escribir sobre su pasión, muerte y resurrección –el resto del evangelio sería más bien un complemento–, y dejar bien claro cuál era su sentido. Jesús era el enviado celeste que estaba destinado a sufrir, en un aparente fracaso que acababa en la gloria de su resurrección. Era el verdadero mesías, sin duda, pero su mesianismo nada tenía que ver con las aspiraciones de gloria y bienandanza terrenal de sus connacionales judíos. Jesús era más bien el redentor divino de la humanidad, por lo que tampoco le interesaron los temas de la política terrena y la liberación de Israel. Consecuentemente, su condena, primero por las autoridades judías y luego por el procurador romano, había sido un tremendo error y una crasa injusticia.
 
VIII. El resultado es que la imagen de Jesús es presentada por Marcos como en el fondo creía que fue: la de un Jesús totalmente pacífico, que predicó el amor incluso a los enemigos, desinteresado de los intereses materiales de su nación y que –en contra del deseo de los nacionalistas de su época- indicó veladamente que era conveniente pagar el tributo al César.
 
Por suerte para nosotros hoy, sin embargo, que vemos la narración evangélica con ojos de historiadores, Marcos y también sus colegas Mateo y Lucas, preservaron del olvido una serie de material, ofrecido por la tradición oral originada a partir de los recuerdos de los discípulos sobre Jesús, que apuntaba hacia la verdadera figura histórica de éste. Un estudioso de hoy –si aplica los métodos de la crítica histórica, sobre todo si cae en la cuenta del sesgo tendencioso e ideológico del evangelista Marcos y colegas– puede recuperar con bastante seguridad el material primitivo y su sentido.
 
De él se deduce en verdad que Jesús fue condenado por los romanos como auténtico sedicioso desde su punto de vista; que enseñó, aunque crípticamente, que no había que pagar el tributo al César y que fue detenido según las leyes del Imperio después de una provocativa entrada triunfal en Jerusalén, y sobre todo tras un asalto armado al Templo. Su muerte como un héroe nacional conquistó la buena voluntad de los jerusalemitas para con los seguidores más íntimos del Ajusticiado, que se congregaron precisamente en la capital, tras su muerte.
 
Dirigidos por Santiago, el hermano de Jesús, participaron de todas las aspiraciones nacionalistas de sus paisanos, con lo que no hacían otra cosa que seguir los pasos de su Maestro. Cuando llegó el momento crítico de alzarse contra Roma, en el año 66 d.C., se unieron al movimiento de resistencia…, y perecieron heroicamente con los demás judíos piadosos en la toma de Jerusalén por los romanos.
 
Creo que esta interpretación contiene muchos puntos que se aproximan a lo que pudo ser la verdad histórica.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
www.ciudadanojesus.com
 
Jueves, 2 de Febrero 2017

 
Escribe Antonio Piñero
 
Ayer puse un ejemplo de interpretación del patrón recurrente “Jesús como sedicioso respecto al Imperio romano”. Y voy a poner solo tres más, para no ser repetitivo. Aunque a algunos –y a pesar de la existencia ineludible del patrón– les parezca una interpretación exagerada y poco razonable debemos mencionar a algunos porque sus autores son gente seria en el ámbito de la investigación. Uno ha sido publicado en España y por autor español, el de Josep Montserrat.
 
Aquí va el primero: Archibald Robertson.
 
Su educación fue la propia de una persona nacida en una familia de recia raigambre religiosa y conservadora: su padre era el obispo anglicano de la ciudad de Exeter, en el Reino Unido. La obra que nos afecta lleva el título de Los orígenes del cristianismo y fue publicada en su primera edición en 1954 (The Origins of Christianity, International Publishers, Nueva York ,1954, 2ª ed. corregida de 1962). Su postura frente a los Evangelios es en extremo crítica, pues aunque no duda de la historicidad de Jesús, su persona ha sido mal interpretada. Para empezar hay que denominar a Jesús nazoreo, no “el nazareno”, puesto que los Evangelios y los Hechos de los apóstoles lo denominan así más veces que el nazareno o de Nazaret. Los datos son 13 veces “nazoreo”; 6 veces “nazareno”; “(natural de o criado en) Nazaret”: 3 veces.
 
De acuerdo con estos datos objetivos, Jesús muy probablemente tenía los votos de nazir, es decir, un ser humano consagrado a Yahvé totalmente, como quizás Juan Bautista y desde luego Pablo (véase Hch 18,18). El nazir muestra esa consagración a Dios por el cumplimiento de unas reglas estrictas, como abstenerse de vino, dejarse crecer la cabellera, no quedar impuro por acercarse a un cadáver, y probablemente abstención sexual. Al final del tiempo de su voto debía cumplir un rito en el Templo, con sacrificios y libaciones en honor de Yahvé.  Según Robertson, el adjetivo “nazoreo” fue confundido voluntariamente con “nazareno” –natural de Nazaret, villa que probablemente era una población mínima en tiempos de Jesús– para hacer de él una figura superior o distinta a la de un simple “nazoreo”. Robertson deriva el vocablo “nazoreo” del hebreo natzar, que significa “guardar/observar”, tanto secretos religiosos como la ley divina. Defiende también Robertson que al comenzar a escribirse los Evangelios unos 40 años después de la muerte de Jesús  se introdujeron en ellas junto con ciertos datos históricos y verdaderos mucho material legendario de tipo mítico-teológico.
 
Según Robertson, lo único absolutamente cierto que podemos saber de Jesús es su crucifixión como pretendiente mesiánico, autoproclamado “rey de los judíos”, por el procurador Poncio Pilato. Ello demuestra el verdadero talante del nazoreo Jesús. Con bastante seguridad, Jesús fue discípulo de Juan Bautista, el cual era una figura auténticamente revolucionaria desde el punto de vista no sólo religioso, sino político, aunque quizás por implicaciones. Herodes Antipas tenía razones serias para quitarlo de en medio, mucho más profundas que las meras intrigas de alcoba –Antipas había robado la mujer a su hermano-, las únicas señaladas por los Evangelistas, puesto que su predicación arrastraba a las masas y a la larga, o más bien a la corta, podría generar un motín contra su gobierno.
 
Los estratos más antiguos de los Evangelios –estimados como tales por medio de la crítica interna y el estudio comparativo entre ellos, sobre todo entre los denominados Sinópticos (Marcos y Mateo/Lucas)– señalan con seguridad que Jesús, al igual que su maestro Juan Bautista, intentó con la ayuda de Dios expulsar por la fuerza a los romanos y a los partidarios de la dinastía herodiana del suelo de Israel. Su intención era implantar el “reino de Dios” en la tierra con una auténtica inversión de valores: los más pobres, los últimos, serían los primeros; los ricos serían expulsados con las manos vacías, y los desheredados conseguirían el ciento por uno en esta vida, en casas y haciendas.
 
Sostiene Robertson que esta teología estaba muy probablemente emparentada con la de los esenios (aún no se habían publicado más que unos pocos textos de los Manuscritos del Mar Muerto), judíos por cierto que iban siempre armados, y cuyas obras –descubiertas en Qumrán, que Robertson estudia brevemente en un apéndice– muestran cuán fuertes eran sus inclinaciones antirromanas, expresadas en su concepción de una batalla final contra los paganos, en la que éstos resultarían aplastados sobre todo por la ayuda divina a Jesús y sus seguidores.
 
El intento de los nazoreos, Jesús y los suyos, de apoderarse de Jerusalén terminó en un fracaso al igual que los planes del Bautista. Jesús fue detenido y crucificado por Poncio Pilato antes del año 36 d.C.
Según Robertson, los esenios, antes de la era cristiana, creían en un mesías que, aunque hubiera sufrido la muerte, habría de resucitar. A tenor de lo que dicen los evangelios sinópticos, había personas en Israel que creían en la reencarnación: de entre los seguidores de Jesús creían que éste era el mesías como reencarnación de Juan Bautista, o bien de Elías o de alguno de los profetas. Desde la época del Libro de Daniel, las aspiraciones mesiánicas judías no eran más que la proyección de esperanzas de liberación revolucionarias, albergadas sobre todo por los más piadosos e ignorantes de los judíos. El pueblo creía que un mesías de este tipo resucitaría, aunque hubiera muerto (por ejemplo, así parece indicarlo el Apocalipsis siríaco de Baruc, redactado en el siglo I de nuestra era). No es de extrañar, por tanto, que esto mismo se creyera de Jesús.
 
Añade Robertson, para concluir, que nada tiene de asombroso, dado el ambiente de la época, que el movimiento iniciado por el Nazoreo continuara en sus seguidores después de muerto aquél, un seguimiento fundado en la creencia mítica en su resurrección.
 
A propósito de este tipo de interpretaciones de Jesús comenta F. Bermejo en el artículo citado:
 
“A pesar de la burla generalizada de estas hipótesis en el gremio de los eruditos, debo confesar que la distorsión sufrida por el material de los Evangelios es tan profunda y sensible, que no se pueden descartar fácilmente tales reconstrucciones como el mero resultado de un exceso de imaginación de mentes propensas a hacer afirmaciones fantasiosas. Hay demasiados pasajes interesantes, y demasiados rastros de manipulación en los textos evangélicos, como para poder inferir que lo que estos estudiosos atribuyen a Jesús es simplemente imposible. Simplemente basta con preguntarse: ¿por qué, por ejemplo, fue una tropa fuertemente armada necesaria para apoderarse de Jesús y su séquito, si estos hombres eran tan inofensivos?”.
 
Veremos en los dos día siguientes, Deo favente y el Diablo no lo impide, las tesis de S. Brandon y J. Montserrat.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
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Miércoles, 1 de Febrero 2017
Escribe Antonio Piñero
 
En el artículo que estamos extractando y comentando “Jesús y la resistencia antirromana Una reevaluación de los argumentos”, publicado en la revista “Journal for the Study of the Historical Jesus” 12 (2014) 1-105, aborda ahora F. Bermejo una cuestión interesante que debemos discutir y que paso a plantearles: “¿Qué significa ser sedicioso en la sociedad en la vivió Jesús?”.
 
La pregunta es pertinente ya que los evangelistas escriben a) mucho tiempo después de la muerte de Jesús; b) en un contexto vital muy diferente; c) con una mentalidad religiosa que depende, al menos en parte, de la teología de Pablo de Tarso quien había sido el principal impulsor de la fe en Jesús como mesías fuera de Israel;  d) con un deseo de hacer propaganda religiosa de la fe que profesaban, es decir, “desde la fe y para la fe”. Por tanto y a priori se puede albergar la sospecha de que sean sesgados, incluso sin pretenderlo expresamente..
 
Y la cuestión planteable es: ¿en qué grado son los evangelistas consistentemente fieles a la mentalidad de Jesús que a priori podemos suponer era ya bastante diferente a la suya? En efecto, Jesús vivía en un Israel con unas tradiciones cerradas; Jesús predicaba solo para los israelitas; ellos, los evangelistas, vivían dentro del Imperio Romano y con una mentalidad abierta a la admisión de los gentiles dentro de la fe común que ya profesaban. ¿Nos presentan a  un Jesús consistente con el patrón de recurrencia que hemos expuesto hasta el momento en esta serio, por el contrario, nos ofrecen una figura sublimada e idealizada con el paso de los años y por influencia de sus ideas teológicas previas? Esta es, pues, la cuestión.
 
O cómo había planteado Samuel Brandon, ¿sufrió el evangelio de Marcos –el que inició el género literario biográfico sobre Jesús – la presión psicológica del temor al Imperio Romano, que había acabado hacía poco con una revolución sangrante en Israel (la guerra del 66-73), y en el que las autoridades de este podían considerar muy probablemente que la fe en Jesús –al fin y al cabo un judío crucificado– que estaban propagando era un peligro real para el imperio? ¿Era el cristianismo a los ojos de los romanos una apología disfrazada de lo que hoy se denominaría terrorismo?
 
En el siglo pasado ha habido autores que pensaron que la presentación de Jesús por parte de los evangelistas estaba totalmente distorsionada. Esto les llevó a sostener que Jesús en realidad era una figura militar que había intentado llevar a cabo una suerte de asonada o golpe de estado, como llegó a afirmar Karl Kautsky  (quien en 1908 publicó una obra de gran impacto: El origen del cristianismo, versión inglesa Foundations of Christianity, Russell and Russell, New York, 1953) y en cierto modo en España, Josep Montserrat en su libro “El galileo armado” (EDAF, Madrid 2007). En esta línea, Jesús entró en Jerusalén como el rey de Israel o salvador mesiánico, intentó apoderarse del Templo. Pero escapó. Más tarde, sin embargo, los soldados de Pilato mezclaron la sangre de otros seguidores galileos de Jesús con la de los sacrificios del Templo. Jesús finalmente fue detenido y eliminado por los romanos, quienes en juicio sumarísimo por obra de Pilato, condenaron a él y a dos de sus seguidores a la muerte en cruz.
 
Uno de los casos más famosos en esta línea de interpretación es el de Robert Eissler, que en un libro muy amplio, Jesús, el rey que nunca reinó (Munich 1929-1930; el título del libro está en realidad en griego: Iesoús basileús ou basileúsas) defendió una posición muy semejante. En esta obra utilizaba Eisler además de los Evangelios fuentes judías extracristianas sobre Jesús, en especial la versión eslava antigua de la Guerra de los judíos de Flavio Josefo. En opinión de la mayoría de los expertos, es esta versión eslava una expansión medieval del texto griego del historiador judío, pero Eisler la consideraba como la fuente principal para recobrar el original perdido, arameo, de la Guerra, aunque mutilado en algunas partes por los escribas cristianos.
 
Pero, Eisler otorgaba a esta versión un extraordinario valor. Dicho de paso, hay hoy día un consenso bastante generalizado a este respecto, pues en el Josefo eslavo se perciben ecos de “noticias” sobre Jesús que pertenecen al acervo difamatorio judío sobre este personaje recogido en el Talmud –siglos V/VII: tratado Sanhedrin 43ª– y las “historias” sobre el Nazareno recopiladas en la obra conocida como “Toledoth Jesu” (literalmente “Las generaciones de Jesús”), cuya última versión es quizás de los siglos X/XI. Lo cierto es, sin embargo, que Eisler le concedió una importancia extraordinaria para descifrar qué fue realmente Jesús.
 
La imagen de Jesús de Eisler es la de un judío muy religioso dedicado al principio de su vida pública a la predicación de un mensaje, tanto para los judíos como para el resto del mundo, orientado a lograr la paz universal por medio de la implantación del reinado de Dios. Pero este proceso pacífico fracasó en la práctica, por lo que se vio impelido a utilizar la acción violenta como medio alternativo. Reunió Jesús en torno a sí a muchos discípulos, a los que exigió la renuncia provisoria a todos los bienes del mundo y la retirada al desierto. Una vez convenientemente preparados, era su intención dirigirse a Jerusalén y, desde allí, repetir la experiencia del éxodo de los judíos cuando salieron de Egipto.
 
Así pues, una vez conquistada la capital, Jesús tenía el propósito de dirigir el pueblo israelita al Jordán y volver a una suerte de estado primitivo, ideal, en el que –entre otras cosas- la función del Templo sería sustituida por la “Tienda de la reunión” de la época de los Patriarcas (la descripción idealizada de esta “tienda” puede verse en los capítulos 25-31 del libro del Éxodo. Era el lugar en el que Yahvé conversaba con Moisés, según Éxodo 33,11 y Números 12,4-10). Jesús, que se dejó llevar por sus discípulos más exaltados en la confección de estos planes y en sus ideas sobre la venida del reino de Dios, reunió a unos 150 seguidores fieles en el Monte de Olivos y una gran multitud de otros secuaces menos calificados. Tanto él como algunos de sus discípulos albergaban ciertas dudas sobre lo que había que hacer. Pedro, por ejemplo, no estaba del todo convencido de cómo debía realizarse la acción sobre Jerusalén.
 
Con todo, Jesús inició la gran aventura de la instauración del reino divino pergeñando una entrada triunfal en la capital de Israel, donde pensaba hacer una solemne proclamación mesiánica. Posteriormente pretendía apoderarse del Templo. De hecho Jesús y sus seguidores lograron ocupar una parte del santuario, pero fueron derrotados por los romanos, prevenidos e impulsados por una denuncia previa de los dirigentes judíos. Jesús fue detenido y condenado como mago, engañador del pueblo, insurgente y revolucionario, enemigo del Imperio y pretendiente real al trono de Israel, por lo que murió crucificado.
 
El fracaso de Jesús, aunque real, no fue del todo inútil. Según Eisler, su nombre y figura sirvieron de cierta inspiración para otros movimientos revolucionarios y mesiánicos posteriores contra el poder de los romanos, no sólo para la primera Gran Revuelta contra Roma -que fracasó en el año 70 d.C. con la destrucción de Jerusalén y su templo a manos de las tropas de Tito-, sino incluso para el segundo gran intento de alzamiento antirromano, el de Bar Kochba, que fracasó igualmente ante las legiones del emperador Adriano en el 135.

Seguiremos
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
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Martes, 31 de Enero 2017
Jesús y sus discípulos frente a la violencia.  Jesús y la resistencia antirromana (XXIII)
Escribe Antonio Piñero
 
Un par de notas más a propósito de cómo debemos interpretar este patrón de recurrencia. La primera se refiere a los discípulos de Jesús. A veces me he preguntado si muchos se han parado a reflexionar que los tres íntimos de Jesús eran personas de carácter un tanto violento, al menos. Y eran íntimos en verdad de Jesús porque los escogía expresamente –según cuentan los Evangelios– para estar presentes en determinadas acciones excluyendo a los demás. Por ejemplo, en la Transfiguración (sea cual fuere el trasfondo histórico de este hecho; Mc 9,2: “Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los lleva, a ellos solos, aparte, a un monte alto”.); en la resurrección de la hija de Jairo (igualmente; no sabemos si se trató de una resucitación de un estado de coma: Mc 5,37: “Y no permitió que nadie le acompañara, a no ser Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago”.; en la oración del huerto en Getsemaní, etc. (Mc 14,33: “Toma consigo a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir pavor y angustia”).
 
¿Por qué Jesús mismo denominó a esos dos discípulos predilectos “hijos del trueno”? (es decir “tronantes”, “explosivos” diríamos hoy; es sabido que la expresión “hijos de…” equivale a un adjetivo; ejemplo “administrador de la injusticia”/ “Maestro de justicia” es igual a “administrador injusto” o “Maestro justo”). Este apelativo de “explosivos” lo tenían bien merecido a la luz de dos anécdotas evangélicas conocidas. La primera: pidieron a Jesús ser los primeros en el futuro reino de los cielos y los demás discípulos se enfadaron con ellos (Mc 10,35-37: “Se acercan a él Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, y le dicen: «Maestro, queremos, nos concedas lo que te pidamos.» El les dijo: «¿Qué queréis que os conceda?»  Ellos le respondieron: «Concédenos que nos sentemos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda»”). La segunda, la también conocida petición de que el Cielo (= Dios)  arrasara con fuego a los samaritanos poco hospitalarios con su grupo (Lc 9,54: “Al verlo sus discípulos Santiago y Juan, dijeron: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?”).
 
Y otra característica del grupo de discípulos selectos de Jesús –los Doce– era que uno, al menos, era un celota (Simón el “cananeo”, es decir, probablemente no “oriundo de Caná”, sino “el  celota” Mc 3,18 como interpreta Lucas en 6,15 ). Ciertamente no un “celota” en el sentido de la Guerra contra Roma del 66-73, sino en extremo ardiente defensor de la Ley hasta llegar a una cierta imposición hacia los demás. Y reflexionemos que a este grupo de discípulos Jesús mismo les ordenó comprar espadas (Lc 22,36), les advirtió de que seguirlo podía terminar muy mal: muertos en la cruz (Mt 10,34), pero a la vez les prometió que les daría un reino («Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas; yo, por mi parte, dispongo un Reino para vosotros, como mi Padre lo dispuso para mí»”,) y que ocuparían en él los puestos más importantes, a saber los de “jueces” que están sentados en tronos (Mt 19,28).
 
A este respecto F. Bermejo protesta de que en la investigación actual se admite a veces (no hay más remedio) el carácter violento de los discípulos íntimos, los verdaderamente amigos de Jesús, pero se niega absolutamente que el Maestro participara en ese espíritu de violencia. Ciertamente paree, al menos, muy poco verosímil entre amigos de verdad; además Jesús era el elector y ellos, los elegidos.
 
Comenta al respecto F. Bermejo:
 
“Este hecho nos permite evaluar la falta de fiabilidad de la manera de proceder dentro del ámbito académico actual (la mayoría de los exegetas son profesores de teología o de estudios de Nuevo Testamento en universidades estatales de diversas confesiones o de la s universidades pontificias), que consiste en el establecimiento de diferencias cruciales en materia de violencia e insurrección entre Jesús y sus discípulos. Un dispositivo muy frecuente en efecto, consiste en trazar una línea divisoria clara entre ellos y una actitud completamente pacífica por parte de Jesús, el cual parece estar más allá de la lógica violenta y sin relación con las turbulencias externas (naturalmente contra los romanos y contra Herodes Antipas) que se vivían en el Israel del tiempo de Jesús.
 
Y cita aquí a par de investigadores tan conocidos como Oscar Cullmann y Paul Winter. En especial el último quien en su obra On the Trial of Jesus (“El juicio de Jesús”) admite claramente que Jesús era un sedicioso, pero sostiene a la vez la distancia entre Jesús y sus discípulos en cuanto a la violencia. Sostiene Winter que textos como Hch 1,6 (“Los que estaban reunidos le preguntaron: «Señor, ¿es en este momento cuando vas a restablecer el Reino de Israel?”); Mt 19,28 (“Yo os aseguro que vosotros que me habéis seguido, en la regeneración, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, os sentaréis también vosotros en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel”) y Lc 19,26-27 (“Os digo que a todo el que tiene, se le dará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. «Pero a aquellos enemigos míos, los que no quisieron que yo reinara sobre ellos, traedlos aquí y matadlos delante de mí.”) son textos que no proceden del Jesús histórico sino de la comunidad primitiva (El juicio de Jesús , p. 193)”.
 
Y al comentar que esta manera de juzgar se debe al deseo íntimo de disculpar a Jesús de todo sentimiento violento añade:
 
“Tal dispositivo, sin embargo, no sólo es insostenible e increíble a la luz de los testimonios, sino que revela su dependencia esclava del procedimiento de disculpa similar ya presente en los Evangelios (Lc 19,11 implica que sólo los discípulos – no a Jesús– estaban equivocados cuando se espera la llegada inminente del Reino de Dios )… Podría haber ciertas diferencias entre Jesús discípulos, pero crear un abismo entre él y sus discípulos es totalmente contrario a la lectura de los textos. Jesús era el líder y maestro de su grupo”.
 
“Por lo tanto, lo que los discípulos querían y hacían debió de estar de acuerdo, al menos en términos generales, con los objetivos y expectativas propias de Jesús, al menos durante su vida pública. Si los discípulos esperaron que él rescataría a Israel de manos de sus enemigos (Hch 1,6), Jesús debía de haber esperado lo mismo; y si ellos estaban armados con espadas y, finalmente, las usaban, esto significa que la violencia no era en última instancia incompatible con el punto de vista de Jesús.  El intento de disociar a Jesús de las expectativas generadas por las afirmaciones o actuaciones de sus discípulos o del derramamiento de sangre causado por estos es históricamente implausible”.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
También en Blog “Across theAtlantic”. He aquí el enlace:

http://www.pineroandhudgins.com/
Lunes, 30 de Enero 2017
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Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.







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