CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero

Notas


Hoy escribe Antonio Piñero

Decíamos en la nota anterior que iniciaríamos hoy la aclaración de los seis argumentos con los que el apóstol Pablo defiende su interpretación de Cristo y de la “justificación” o salvación del ser humano, lo que él llama su “evangelio”.

1. El primer argumento ( Gálatas 3,6-9) está tomado de la Escritura:

« 6 Así Abrahán creyó en Dios y le fue reputado como justicia. 7 Tened, pues, entendido que los que viven de la fe, ésos son los hijos de Abrahán. 8 La Escritura, previendo que Dios justificaría a los gentiles por la fe, anunció con antelación a Abrahán esta buena nueva: En ti serán bendecidas todas las naciones. 9 Así pues, los que viven de la fe son bendecidos con Abrahán el creyente. »

Aclaración:

Pablo afirma que –según la Escritura misma- Abrahán fue salvado (“justificado”) por su fe en lo que Dios le decía. Y esto ocurrió antes de cumplir la Ley, puesto que ésta no existía aún. Dice Gn 15,6:

“Abrahán creyó en Dios y eso le valió ser considerado justo”. A los gentiles que se convierten a Jesús les ocurre lo mismo, pues son descendencia legítima de Abrahán (“En ti serán bendecidas todas las naciones”: v. 8).

2. El segundo se desarrolla en 3,10-12 (primera parte) + 13-14 (segunda):


«  A: “Porque todos los que viven de las obras de la ley incurren en maldición. Pues dice la Escritura: Maldito todo el que no se mantenga en la práctica de todos los preceptos escritos en el libro de la Ley. 11 - Y que la ley no justifica a nadie ante Dios es cosa evidente, pues el justo vivirá por la fe; 12 pero la ley no procede de la fe, sino que quien practique sus preceptos, vivirá por ellos -

B. 13 Cristo nos rescató de la maldición de la ley, haciéndose él mismo maldición por nosotros, pues dice la Escritura: Maldito todo el que está colgado de un madero, 14 a fin de que llegara a los gentiles, en Cristo Jesús, la bendición de Abrahán, y por la fe recibiéramos el Espíritu de la Promesa”. »

Aclaración:

Según Pablo, la Escritura misma, donde está contenida la Ley, dice –si se sabe leer bien- que vivir bajo la Ley no implica salvarse, sino condenarse, porque la Ley es de hecho fuente de maldición divina.

Es éste realmente un argumento audaz en boca de un judío, aunque no carece de ciertos precedentes en el Antiguo Testamento, por ejemplo, Jeremías 13, 23:

« “¿Acaso cambia un etíope su piel o un leopardo sus pintas? Del mismo modo, habituados como estáis al mal, ¿llegaréis alguna vez a hacer el bien?”.  »

Según Pablo, la Alianza con Dios tiene unas normas de imposible cumplimiento y lleva de hecho hacia un fracaso, que la misericordia de Dios sólo podía postergar. La Alianza/Ley jamás habría llevado a los israelitas a la salvación porque el hombre habría seguido siempre transgrediéndola.

Con otras palabras: es imposible para el ser humano cumplir la Ley entera; por tanto, en el fondo, al someterse a ella pero no poder observarla, la Ley es una fuente de maldición. Digan lo que digan, ningún judío cumple la Ley en su totalidad por muy buena voluntad que tenga. Ahora bien, el Deuteronomio (27,26) dice: “Maldito todo el que no observe totalmente los preceptos escritos en el libro de la Ley”. Por tanto, la misma Ley lleva a la maldición divina.

La segunda parte del argumento (vv. 13-14) tampoco carece de audacia: Cristo vivió bajo la Ley y fue crucificado. Ahora bien, la Ley declara maldito al que es “colgado del madero” (Dt 21,23). Luego la Ley es inconsecuente, pues su letra misma declara maldito a Cristo…, lo que es imposible. Luego el principio básico de que la Ley salva es falso.


3. Tercer argumento: 3,15-18:

« A. 15 Hermanos, voy a explicarme al modo humano: aun entre los hombres, nadie anula ni añade nada a un testamento hecho en regla. 16 Pues bien, las promesas fueron dirigidas a Abrahán y a su descendencia. No dice: «y a los descendientes», como si fueran muchos, sino a uno solo, a tu descendencia, es decir, a Cristo.

B. 17 Y digo yo: Un testamento ya hecho por Dios en debida forma, no puede ser anulado por la ley, que llega 430 años más tarde, de tal modo que la promesa quede anulada. 18 Pues si la herencia dependiera de la ley, ya no procedería de la promesa, y sin embargo, Dios otorgó a Abrahán su favor en forma de promesa. »

Aclaración:


El tercer argumento es doble:

A. Dios hizo a Abrahán “la promesa” de que él y su descendencia (literalmente: su “simiente”) se salvarían antes de existir la Ley. Es así que esta promesa (es decir, la salvación / justificación) es anterior a la Ley, luego la salvación es anterior a la Ley, ya que Abrahán se salvó. Por consiguiente, la Ley que es posterior no puede ser causa de salvación.

En esta argumentación Pablo está interpretando Gn 12,7:

“Yahvé se apareció a Abrahán y le dijo: «A tu descendencia he de dar esta tierra.» Entonces él edificó allí un altar a Yahvé que se le había aparecido”.

La promesa a Abrahán (que es de salvación porque dar la tierra prometida equivale a ala salvación) le fue dirigida a él y a su descendencia. Obsérvese que la Escritura dice “descendencia” en singular, no “descendientes”. Con ello la Escritura alude simbólicamente a Cristo, que es uno. Los paganos que se convierten son uno con Cristo, luego son también descendencia de Abrahán.


B. El patriarca Abrahán recibió la salvación por la “promesa”, no por una Ley que vino 430 años más tarde. La “promesa” es como un testamento válido de Dios; la Ley es como un apéndice (“un codicilo”) añadido a ese testamento. Y es claro que un apéndice no puede modificar un testamento anterior.

Realmente, la argumentación de Pablo tenía que sonar muy duro a los oídos de los judíos. Seguiremos con el cuarto argumento el próximo día.


Saludos cordiales de Antonio Piñero.

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Hoy en el “Blog de Antonio Piñero” se trata del siguiente tema:

“Pedro, príncipe de los apóstoles”

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Saludos de nuevo
Lunes, 6 de Abril 2009







Hoy escribe Gonzalo Del CERRO:

Una de las evidencias que no precisan demostración es la presencia del mal en la Historia. La grande de la humanidad y la pequeña de cada hombre. Los griegos, “cuya literatura codifica en cierto modo la experiencia humana” en opinión de A. M. Malingrey, lo expresaron en sentencias de corte lapidario.

Según Teognis de Mégara, “para los hombres terrenales lo mejor de todo es no nacer” (v. 425). El mismo Sófocles, uno de los griegos más afortunados, lo proclamaba en su Edipo en Colono: “El no nacer supera todo encarecimiento” (lógon: v. 1225). Eran en la apreciación de Hesíodo las tristes consecuencias del gesto de Pandora cuando abrió la caja prohibida: “Miles de desgracias andan vagando contra los hombres, la tierra está llena de males y lleno está también el mar” (Trabajos, 94-104). Pero ya el mismo Homero había afirmado que nada hay sobre la tierra más desdichado que el hombre (Odisea, 18, 130). Y los griegos no eran espectadores de nuestros telediarios, que no son precisamente, lo que se dice, “la alegría de la huerta”.


Parecida visión, llena de pesimismo, encontramos en la literatura bíblica. Como consecuencia de la desobediencia de Adán, traza Dios un cuadro de maldiciones, enemistades, trabajos y pesadumbres (Génesis 3, 14-18). La convivencia humana da inicio con la muerte de Abel a manos de su hermano Caín. Y el mal crece a tal ritmo que se hace necesaria la gran kátharsis ("purificación") del Diluvio (Génesis 6, 5-7).

Del pesimismo bíblico tenemos un testimonio estremecedor en las palabras del Eclesiastés o Qohéleth. El predicador, el “arcipreste” en poética calificación de León Felipe, establece como tesis reiteradamente repetida que “vanidad de vanidades; todo es vanidad” (Qohéleth 1, 2). La teoría de amarguras y tristezas de la vida tienen su resumen en un solemne y tremendo aforismo: “Es mejor el día de la muerte que el día del nacimiento” (Ibid. 7, 1). En boca del mismo Qohéleth suenan unas palabras que recuerdan la sentencia de Teognis. Es el pasaje en el que compara al abortivo, que no llegó a ver la luz ni a conocer nada, con el que tiene numerosos hijos, vive muchos años y es presuntamente afortunado. De las dos suertes es preferible la del abortivo (Ibid. 6, 3-5).

Frente a esta realidad, tanto en Plutarco como en la Biblia, se percibe la sensación de que Dios no se ha olvidado del hombre. El desconcierto del hombre ante la presencia del mal nace de la dificultad de hacer compatibles las desgracias humanas con la bondad de Dios, con la afirmación bíblica de que Dios ha hecho bien todas las cosas. Era como el estribillo que cerraba cada una de las obras de la creación: “Vio Dios todo lo que había hecho, y era todo muy bueno” (Génesis 1, 31).

La Providencia es una actitud divina que significa atención y cuidado de Dios hacia sus criaturas. Plutarco aborda el tema en varios de sus tratados Morales. El término griego profusamente utilizado por el queronense es prónoia (previsión, provisión). Va usada como cualidad de Zeus, de Afrodita, de Dike y como opuesta a týkhe (fortuna, suerte). El hebreo bíblico carece de un término equivalente a prónoia. Dos palabras podrían traducirla, y de hecho la traducen en la Vulgata: pequdáh, que la Biblia griega traduce por episkopé (visita) y etsáh que da en el griego boulé (consejo). La expresión latina del Eclesiastés (5, 5) non est Providentia en griego es ágnoiá estin (hay ignorancia). En un contexto en que Plutarco trata del destino (eimarméne), después de afirmar que el destino lo comprende todo, añade que la Providencia abarca el destino.

Es entonces cuando da una solemne definición de la prónoia: “Es –dice- el primer proyecto (nóesis) o designio (boúlesis) del Dios primero, que es bienhechor de todos” (Sobre el destino 572 f). Nada sucede al margen de la Providencia, porque el hecho es que los dioses lo presiden (prytaneúousin) todo (Consolación a Apolonio 111 e), frase que recuerda las palabras de Pablo sobre Cristo (en pâsin proteúon: Colosenses 1, 12). En el mismo diálogo Sobre el destino cita a Platón cuando decía que este mundo vino a la existencia dià tèn toû theoû prónoian (por la providencia de Dios: Timeo 30 b).

Como en Plutarco, la Providencia de Dios tiene en la Biblia un componente intelectual y una actitud de benevolencia. “Con Dios está la sabiduría y el poder, el consejo y la inteligencia” (Job 12, 13). Y ese Dios fuerte, sabio y prudente mira con atención lo que sucede en la tierra. La fórmula ofthalmoì kyríou (los ojos de Yahvéh) se usa para describir esta actitud. “Sus ojos están sobre los caminos del hombre” (Job 34, 21). Sencillamente porque Dios “cuida de todos” (pronoeî perì pánton: Sabiduría 6, 7).

Entre tantos pasajes que abundan en estas ideas, podemos quedarnos con los capítulos 38-41 de Job, que son una especie de canto a la Providencia. En Job 38, 2 se queja Dios de quien empaña su Providencia (etsáh). Y termina en 41, 26 diciendo que Dios, en efecto, lo contempla todo “desde arriba”.

En su hermoso diálogo sobre la "Tarda venganza de la divinidad" (De sera numinis uindicta), relaciona Plutarco con gran agudeza la Providencia con la inmortalidad del alma, la prónoia con la diamoné del alma. Asegura que un mismo argumento (lógos) fundamenta ambas realidades (560 f). Y aunque Plutarco distingue claramente los conceptos de lógos y mýthos, explica y desarrolla por medio de un mito el tema de la inmortalidad del alma como solución al problema del mal. Es el mito de Tespesio (563 b-568 a).

Tespesio de Soles pasó la primera parte de su vida en el desenfreno y el desorden. Se arruinó, perdió su hacienda y se hizo un malvado. Sufrió un accidente, tras el que quedó aparentemente muerto. A los dos días regresó a la vida convertido en un hombre honrado y virtuoso. A sus sorprendidos paisanos les explicó los motivos de su transformación. Desprendida su alma del cuerpo, fue a parar a un lugar en el que vio el estado de las almas en el más allá. El alma de un pariente cercano le explicó que todavía seguía anclado en su cuerpo, pero que los dioses querían instruirle sobre el estado de las almas en la otra vida. Allí contempló cómo las almas eran atormentadas en poder de cuatro vengadoras: Adrastea, Pena, Dike y Erinis. Esta última era la encargada de las almas incurables. La descripción de las penas y castigos a las almas pecadoras es la respuesta definitiva al problema fundamental del diálogo. Según los comentaristas, la inmortalidad del alma lo explica todo y justifica la tardanza de los dioses en el castigo. En un famoso aforismo griego se decía que “los molinos de los dioses muelen despacio”. Pero muelen.

Sobre el tema en la tradición bíblica conviene distinguir con Van Imschoot (Théologie de l’ Ancient Testament) tres conceptos:

1) La supervivencia de la persona después de la muerte, creencia perceptible desde la más remota antigüedad. Los difuntos siguen “viviendo” de alguna manera en el Sheol (Hades).-

2) La retribución en el más allá se va abriendo paso en los últimos libros del Antiguo Testamento.-

3) La inmortalidad del alma está contemplada ya en el libro de la Sabiduría y en el Nuevo Testamento.

Saludos cordiales de Gonzalo Del CERRO

Hoy en el “Blog de Antonio Piñero” trato del siguiente tema:

"La actividad exorcista de Jesús y el Reino de Dios"

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Domingo, 5 de Abril 2009
Hoy escribe Antonio Piñero

3,1-4,31 (reproduciremos el texto dividiéndolo en partes, según la argumentación; antes aclaramos lo siguiente):

A partir del cap. 3 el Apóstol defiende su reinterpretación de Cristo y de la doctrina de la justificación/salvación del ser humano por la fe, no por las obras de la Ley (lo que él llama “su evangelio”, su proclamación, su anuncio de la “buena nueva”) con argumentos no personales, sino de índole doctrinal, tomados de la Escritura.

Esta argumentación teórica y doctrinaria vale tanto contra los adversarios como para el propio Pablo, que halla así razones de peso (¡la Escritura!) para defender sus interpretaciones.

Es admirable que el Apóstol exponga sus argumentos deducidos del Antiguo Testamento a unos cristianos recientes que procedían del paganismo. En poco tiempo éstos debían conocer bien los textos sagrados, tanto como para que –como destinatarios de la carta— pudieran seguir los razonamientos paulinos. O bien las conocían antes de convertirse...

Hay que pensar, por un lado, que el cristianismo primitivo no tenía Escrituras propias: no había más libro sagrado que lo que hoy llamamos Antiguo Testamento, por lo que los convertidos recibirían pronto instrucción sobre su contenido y, por otro, que la catequización debía ser muy intensa y en ella no se utilizaba ni se tenía a mano todo lo que hoy conocemos por Antiguo Testamento, sino pasajes selectos (“florilegios”) que servían sobre todo para demostrar que lo relacionado con Cristo estaba predicho por las Escrituras. Además la mayoría de los convertidos serían “paganos simpatizantes”, asiduos de la sinagoga que conocían ya las Escrituras previamente.

En este momento de su carta Pablo se revela como un representante de la escuela farisea, no por las ideas, sino por el modo cómo interpreta la Escritura y argumenta a partir de ella.

En concreto aduce seis razones a favor de su tesis. Pero veamos primero el prólogo a estos argumentos:

3,1-5:

« ¡Oh insensatos gálatas! ¿Quién os fascinó a vosotros, a cuyos ojos fue presentado Jesucristo crucificado? 2 Quiero saber de vosotros una sola cosa: ¿recibisteis el Espíritu por las obras de la ley o por la fe en la predicación? 3 ¿Tan insensatos sois? Comenzando por espíritu, ¿termináis ahora en carne? 4 ¿Habéis pasado en vano por tales experiencias? ¡Pues bien en vano sería! 5 El que os otorga, pues, el Espíritu y obra milagros entre vosotros, ¿lo hace porque observáis la ley o porque tenéis fe en la predicación? »


Aclaración:


El prólogo a estos argumentos es todavía de tipo personal: comienza sacudiendo la conciencia de los gálatas por medio de un insulto: “¡Estúpidos!”. Los gálatas fueron “justificados” por Dios, salieron de su situación de pecado manifestada en su adoración de los ídolos, antes de cumplir la ley de Moisés. Por tanto no fueron “justificados” por las obras de la Ley…, ¡puesto que ni siquiera las conocían! Y resultaron ser tan perfectos cristianos que incluso recibieron los dones del Espíritu Santo, de modo que el Apóstol les puede llamar “espirituales”, no carnales (6,1).

Seguiremos en los próximos días con los seis argumentos.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.

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Hoy en el “Blog de Antonio Piñero” trato del siguiente tema:

“El Reino de Dios, los pobres y los violentos”

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Sábado, 4 de Abril 2009
Hoy escribe Antonio Piñero

Seguimos comenando el pasaje de Gálatas 2,15-21

Cuando Pablo formula esta tesis radical –y blasfema a oídos de los judíos- “Nadie se salva por guardar la ley de Moisés, sino por la fe en Cristo”, está pensando en un adulto tanto judío como pagano, y supone que por mucho que este individuo intente observar las obras prescritas por la ley de Moisés, comenzando por la circuncisión y de ahí las otras normas, Dios jamás lo declarará justo si antes no cree en el valor del sacrificio expiatorio de la muerte de Jesús en la cruz.

Por tanto, la “justificación” se consigue por la fe, no por intentar “hacer las obras” de la Ley.

Ahora bien, una vez que el hombre está “justificado”, es decir salvado, –ciertamente por gracia divina, pues llegar a esa fe supone una “llamada” graciosa de Dios—, entonces tendrá que realizar obras buenas conforme a su fe (contrástese con Sant 2,14-26).

Entonces pueden darse dos casos:

• Si es un cristiano convertido desde el judaísmo, las obras buenas de su vida podrán ser las mismas que antes: atenerse al cumplimiento de la ley mosaica (con todos sus preceptos respecto a la circuncisión, leyes sobre pureza y sobre los alimentos, etc.), es decir lo mismo que antes de bautizarse como cristiano. Pero, en teoría, si no quisiera cumplir la ley ritual de Moisés (por ejemplo, comiendo con los paganos convertidos, incircuncisos, con lo que en teoría quedaría impuro), se salvaría igualmente.

• Si el que se convierte al cristianismo procede del paganismo, no está obligado a cumplir los preceptos específicos de la ley de Moisés, sino los que le dicta la conciencia y la razón natural: la ley natural, que en lo fundamental coincide con el Decálogo. En el resto, observará lo que le recomiende la Iglesia. Y desde luego nada de circuncidarse o de observar las fiestas estrictamente judías o las normas respecto a los alimentos.

Es preciso insistir en que, según Pablo, es necesario –en la vida posterior a la justificación por la fe — seguir realizando obras buenas. Esta insistencia vale para evitar malentendidos sobre la doctrina del Apóstol, malentendidos que de hecho comenzaron a darse ya en la Iglesia primitiva (había algunos creyentes libertinos que tenían mucha fe, pero que se entregaban a la vez a los placeres ilícitos del cuerpo).

Según el Pablo de Gálatas y Romanos, el ser humano “justificado por la fe” no puede pecar a su gusto con tal de preocuparse a la vez de mantener la fe, ya que sabe que sólo la fe “justifica”.

Actuar así sería entender mal a Pablo. Si alguien proclamara “tengo mucha fe y por tanto cometo los pecados que quiero, ya que mi fe, cada vez más fuerte es la que me salva” (pecca fortiter, sed crede fortius: "peca fuerte, pero cree con más fuerza"), ofendería a Pablo y no habría entendido nada.

La verdadera teología del Apóstol se resumiría del siguiente modo:

“El hombre se salva por la fe, cierto, pero tiene que practicar las obras que le exige esa fe; tras ser salvado por la fe será juzgado por Dios al final de su vida por sus obras”.

Este tema, tan importante, será vuelto a tratar en la Carta a los romanos.

Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.

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Hoy en el “Blog de Antonio Piñero” trato del siguiente tema:

“¿Es auténtico el dicho de Jesús recogido en Mt 11,2-6?”

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Viernes, 3 de Abril 2009
Campos en la investigación sobre los HchAp
Hoy escribe Gonzalo del Cerro

El aspecto doctrinal en los HchAp

Ha sido también causa de encendidas polémicas. Ya hemos mencionado en otro lugar las posturas clásicas de R. A. Lipsius y de C. Schmidt. Para Lipsius los HchAp son obras de origen gnóstico, y ofrecen una interpretación gnóstica del cristianismo de la época. Si tienen pasajes ortodoxos, ello es debido a ulteriores reelaboraciones. Para Schmidt, Harnack y otros, la realidad sería justamente la contraria. Es decir, las obras, de origen “católico”, recibieron retoques y añadidos de manos gnósticas. Los herejes tratarían así de dar autoridad apostólica a sus teorías y garantizar su expansión.

Una cosa, sin embargo, está clara. Los testimonios de varios Padres y autores eclesiásticos dan por cierto el carácter heterodoxo de los HchAp, si exceptuamos los Hechos Apócrifos de Pablo (HchPl). En el origen de este juicio puede haber influido no sólo el contenido de estos libros, sino también el hecho de que gozaron de cierta aceptación entre los herejes. Sobre este aspecto puede verse el artículo de E. Junod, “Actes Apocryphes et hérésie: Le jugement de Photius” en la obra de F. Bovon publicada en Ginebra en 1981 sobre los Hechos Apócrifos.

Este juicio negativo es una constante entre los escritores eclesiásticos. Agustín, en su alegato contra el maniqueo Fausto, subrayaba el hecho de que “los maniqueos leen las escrituras apócrifas, compuestas bajo el nombre de los apóstoles (Migne PL 42,452). Filastrio de Brescia afirmaba que los herejes añadían e introducían muchas cosas en los apócrifos. Tales herejes, identificados como maniqueos, conocían y utilizaban los HchAnd, HchJn, HchPe y HchPl. Además los modificaban según sus particulares intereses (Libro de las diversas herejías, en CSEL, vol. 38, pp.47-48). Toribio de Astorga den su carta a Idacio y Ceponio (s. 445) sobre la obligación de no recibir como autoridad de fe las escrituras apócrifas, dice que los HchTom deben ser execrados porque, según su texto, Tomás bautizaba solamente con aceite. Luego cita los HchAnd, HchJn, HchTom “y otros semejantes”. Según Toribio, los herejes los usan para propagar sus doctrinas. Y para ello, no han tenido reparo en introducir tanto ideas como expresiones (cf. Migne, PL 54,693-695).

Las ideas de Toribio recibieron pleno respaldo en la carta que le escribió el papa León I. Según el papa, las escrituras apócrifas, que circulan bajo el nombre de los apóstoles, están plagadas de errores. Por ello, no sólo deben prohibirse, sino que se las debe eliminar y arrojar al fuego (PL 54,688). Era la reiteración de una condena hecha ya por Inocencio I en carta a Exuperio de Tolosa (PL 20,502). No es preciso insistir en que estas solemnes condenas son causa definitiva del rechazo oficial de los HchAp y de la desaparición de muchos de sus textos originales.

En el mundo griego es Eusebio quien en su Historia de la Iglesia (H. E.) hacía su famosa distinción de los libros del Nuevo Testamento en “reconocidos, rechazados y dudosos”. Entre éstos dudosos o adulterados incluye los HchPl, mientras que los HchAnd, los HchJn y los de otros apóstoles deben ser rechazados como una “invención de los herejes” (Eusebio, H. E., III 25).

De los HchAnd, los HchJn y los HchTom decía Epifanio de Salamina (†403) que son leídos y usados por los herejes (Haer. 47,1). Y ése era el título de la obra de Anfiloquio de Iconio, citada en el concilio II de Nicea (787): “Sobre los pseudepígrafos escritos por los herejes”. Y afirma que aunque lleven el epígrafe de los apóstoles, son realmente composiciones de los demonios.

Los fragmentos de los viajes apócrifos de los apóstoles recogidos por el concilio y que motivan su solemne condena, son los del cuadro (HchJn 27-28), el pasaje doceta sobre el cuerpo de Jesús con el principio del Himno de la Danza (HchJn 93-95). y el de la cruz luminosa (HchJn 97-98). Estos dos últimos fragmentos pertenecen al bloque gnóstico, ajeno en su origen al resto de los HchJn conservados.

Que los HchAp eran usados por los herejes, queda patente por el Salterio Maniqueo, descubierto en Efgipto el año 1930, cuyo texto copto fue publicado por C. R. C. Alberry en el año 1938 (A Manichean Psalm-Book, Part II, Stuttgart, 1938). De origen posiblemente siríaco, fue traducido al griego y del griego al copto. El papiro copto es del siglo IV, por lo que su composición puede muy bien situarse hacia finales del siglo III. (Continuaremos otro día).

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro









Jueves, 2 de Abril 2009
Hoy escribe Antonio Piñero

Comentamos hoy el siguiente pasaje: 2,11-14:


« Mas, cuando vino Cefas a Antioquía, me enfrenté con él cara a cara, porque era digno de reprensión. 12 Pues antes que llegaran algunos del grupo de Santiago, comía en compañía de los gentiles; pero una vez que aquéllos llegaron, se le vio recatarse y separarse por temor de los circuncisos.

13 Y los demás judíos le imitaron en su simulación, hasta el punto de que el mismo Bernabé se vio arrastrado por la simulación de ellos. 14 Pero en cuanto vi que no procedían con rectitud, según la verdad del Evangelio, dije a Cefas en presencia de todos: «Si tú, siendo judío, vives como gentil y no como judío, ¿cómo fuerzas a los gentiles a judaizar?» »


Aclaración:


Estos cuatro argumentos reciben una confirmación a modo de anécdota: la discusión entre Pedro y Pablo. El primero acostumbraba a comer con los gentiles. Ello significaba que Pedro no tenía en cuenta la Ley a este respecto (es decir, había aceptado la tesis de Pablo), pues según la interpretación común de los otros judíos convertidos los paganos convertidos al judeocristianismo seguían siendo impuros ritualmente, pues no se habían circuncidado. El que comiera con ellos se transformaba automáticamente en impuro. Si fuera a Jerusalén, la Templo, no podría entrar en él.

De repente, aparecen en escena en Antioquía judeocristianos rigoristas de Jerusalén (que exigen a los gentiles que observen toda la Ley). Pedro dejó entonces de comer con los gentiles convertidos al judeocristianismo. Es decir, simuló aceptar de nuevo que la ley de Moisés seguía siendo necesaria para salvarse.

Pablo se enfadó por este acambio de actitud. Entonces afeó a Pedro el cambio: primero le dio la razón a Pablo y luego se la quitó con su actitud. Ésta supone aceptar implícitamente que los rigoristas de Jerusalén tienen razón: los gentiles convertidos deben también cumplir la Ley en cuestiones de normas alimentarias. Y si esto es así, todo el concepto del evangelio de Pablo se viene abajo. Por eso se enfada con Pedro.


2,15-21:

« 15 Nosotros somos judíos de nacimiento y no gentiles pecadores; a pesar de todo, 16 conscientes de que el hombre no se justifica por las obras de la ley sino sólo por la fe en Jesucristo, también nosotros hemos creído en Cristo Jesús a fin de conseguir la justificación por la fe en Cristo, y no por las obras de la ley, pues por las obras de la ley nadie será justificado.

17 Ahora bien, si buscando nuestra justificación en Cristo, resulta que también nosotros somos pecadores, ¿estará Cristo al servicio del pecado? ¡De ningún modo! 18 Pues si vuelvo a edificar lo que una vez destruí, a mí mismo me declaro transgresor.

19 En efecto, yo por la ley he muerto a la ley, a fin de vivir para Dios: con Cristo estoy crucificado: 20 y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí. 21 No tengo por inútil la gracia de Dios, pues si por la ley se obtuviera la justificación, entonces hubiese muerto Cristo en vano. »


Aclaración:


Al hilo de esta anécdota el Apóstol expresa su tesis respecto a la salvación (¡que es lo único que importa!) de una manera contundente y rotunda: nadie se salva por guardar la Ley, sino por la fe en Cristo, y en concreto por el valor salvífico de su muerte en la cruz.

Esta afirmación la repetirá varias veces, en 3,6-9.11.14. Técnicamente se denomina a este aserto “doctrina de la justificación (del hombre) por la fe”.

Según el conjunto de esta epístola y la dirigida a los romanos, la “justificación por la fe” quiere decir lo siguiente:

• El ser humano está por su nacimiento y por su misma condición inmerso en el pecado, en enemistad con Dios.

• De esta situación no puede zafarse de ningún modo por sus propias fuerzas.

• Situado este hombre delante del tribunal divino, no será absuelto (“justificado”) por mucho que se haya empeñado o se empeñe en cumplir las “obras” de la ley de Moisés.

• Dios sólo lo absolverá (“lo declarará justificado o justo”) cuando haga un acto de fe en lo que significa la vida de Cristo, en lo que Dios ha hecho por medio de la muerte y resurrección de su Hijo… en que esa muerte es un sacrifico redentor por toda la humanidad, judíos y paganos, y reciba el bautismo que confirme esa fe.


Seguiremos con este tema candente que es el núcleo de la teología de Pablo.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.

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Hoy en el “Blog de Antonio Piñero” se trata del siguiente tema:

“La plegaria de las emanaciones, maniquea”

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Miércoles, 1 de Abril 2009
Hoy escribe Antonio Piñero

Para entender lo que sigue sobre el llamado “concilio de Jerusalén” téngase en cuenta el pasaje de Gálatas 2,1-10 que volvemos a transcribir:


« Luego, al cabo de catorce años, subí nuevamente a Jerusalén con Bernabé, llevando conmigo también a Tito. 2 Subí movido por una revelación y les expuse el Evangelio que proclamo entre los gentiles - tomando aparte a los notables - para saber si corría o había corrido en vano. 3 Pues bien, ni siquiera Tito que estaba conmigo, con ser griego, fue obligado a circuncidarse. 4 Pero, a causa de los intrusos, los falsos hermanos que solapadamente se infiltraron para espiar la libertad que tenemos en Cristo Jesús, con el fin de reducirnos a esclavitud, 5 a quienes ni por un instante cedimos, sometiéndonos, a fin de salvaguardar para vosotros la verdad del Evangelio... 6 Y de parte de los que eran tenidos por notables - ¡qué me importa lo que fuesen!: en Dios no hay acepción de personas - en todo caso, los notables nada nuevo me impusieron.

7 Antes al contrario, viendo que me había sido confiada la evangelización de los incircuncisos, al igual que a Pedro la de los circuncisos, 8 - pues el que actuó en Pedro para hacer de él un apóstol de los circuncisos, actuó también en mí para hacerme apóstol de los gentiles - 9 y reconociendo la gracia que me había sido concedida, Santiago, Cefas y Juan, que eran considerados como columnas, nos tendieron la mano en señal de comunión a mí y a Bernabé: nosotros nos iríamos a los gentiles y ellos a los circuncisos; 10 sólo que nosotros debíamos tener presentes a los pobres, cosa que he procurado cumplir con todo esmero. »

Aclaración:


En este "concilio" se dilucidaba, pues, nada meno si los paganso, convertidos por Pablo a la fe de Jesús, tenían que circuncidarse -es decir, hacerse judíos por completo- si deseaban salvarse, o por el contrario les bastaba simplemente con tener fe en que Jesús era el mesías y que sus sacrificio en cruz suponía la salvación para el que se convertía.

Pablo da menos detalles de este “concilio” que el relato paralelo de Hechos de los apóstoles en el capítulo 15 (al final del comentario tendremos ocasión de ver un cuadro de diferencias) y cuenta que este episodio de Jerusalén ocurrió así:

• En la ciudad se celebró una especie de reunión solemne de creyentes en Jesús (la misma que describe Hch 15, aunque con detalles divergentes). Por un lado estaban Santiago, el “hermano del Señor”, Cefas ( = Pedro) y Juan, hijo del Zebedeo, las consideradas “columnas de la Iglesia”. Por otro, los representantes de la iglesia de Antioquía ( = Pablo y Bernabé) que representaban a los paganos convertidos a la fe de Jesús.

Se llegó a un acuerdo:

• Los jefes o notables (literalmente las “columnas”: 2,9) de la Iglesia no modificaron su “evangelio” (“Nada nuevo me impusieron”: 2,6).

• Se admitió que la autoridad de Pedro y la de Pablo eran iguales; pero cada uno en su campo de trabajo (2,8).

• Las “columnas” de la Iglesia estrecharon su mano y “reconocieron la gracia a él concedida” (2,9): aprobaron que predicara a los gentiles con las condiciones de libertad por él propuestas frente a las exigencias de la ley de Moisés (2,8-10).

• El que los paganos no tuvieran obligación ninguna de circuncidarse se ejemplificó con el caso de su discípulo Tito, que era griego (2,3), que no fue obligado a someterse a la circuncisión.

• Parece ser por el contrario que en el caso de Timoteo, de madre judía, transigió el Apóstol y lo hizo circuncidar aunque de mala gana, achacando este hecho a la presión sobre él de hermanos en la fe, que en realidad eran “falsos hermanos” (2,4-5, texto oscuro que puede referirse a lo que complementa Hch 16,3 y 1 Cor 9,20).

Estos hermanos falsos eran probablemente una facción radical de Jerusalén que en el fondo no estaban de acuerdo con el pacto. Probablemente estaban liderados por el que aparentemente lo había firmado, Santiago, el “hermano del Señor”.

Luego veremos en la Carta a los Romanos cómo Pablo parece admitir sin dificultad, finalmente, la posibilidad de que los cristianos procedentes del judaísmo sigan guardando la Ley…, pero de ningún modo será ésta obligatoria para los cristianos que proceden del paganismo.

Así queda redondeado el argumento completo: el apostolado de Pablo no sólo no depende de la Iglesia de Jerusalén (hombres al fin y al cabo), sino que el consiguió allí que los jefes aceptaran su modo de entender el evangelio; éste es correcto respecto a no exigir a los gentiles convertidos ni la circuncisión ni la observancia de otras partes de la Ley.

Hoy día estamos ya muy acostumbrados a esta conclusión, pero en su momento era una radical novedad. Los gentiles la saludaron con gozo, pero para los judíos y muchos judeocristianos era una verdadera blasfemia que merecía la muerte: ¡negar la validez de la ley de Moisés...!


Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.

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Hoy en el “Blog de Antonio Piñero” trato del siguiente tema:

“La imagen de Jesús al comienzo de la vida pública”

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Saludos de nuevo

Martes, 31 de Marzo 2009
Hoy escribe Antonio Piñero

Terminamos el comentario a 1,6-10

Pablo replica con fuerza a los nuevos predicadores en Galacia: no hay ningún otro "evangelio" distinto al suyo. Los que exigían que -para ser verdaderos cristianos- además de creer en Jesús mesías, como había proclamado Pablo— tenían la obligación de cumplir la ley entera de Moisés estaban profundamente equivocados. No entendían el nuevo plan de salvación divino.

Acepta Pablo que entender a Cristo es una nueva interpretación de su misión y figura. Pero el único Cristo verdadero es el que él predicó, como siervo de él… y de nadie más. Como tal proclamó la "buena nueva", el evangelio verdadero sobre Jesús.

Pablo sostiene que depende sólo de Jesús, y no de hombre alguno al que tuviera que complacer con sus doctrinas (1,10). Y luego lanza una maldición: el anatema (maldición) caerá sobre quien predique una interpretación de Cristo distinta a la suya e introduzca nuevas obligaciones necesarias para ser cristiano, obligaciones que él nunca anunció.

Así pues, en este momento Pablo no da razones, sino que amenaza. En el v. 9 afirma: “Ahora lo repito: Si alguno os anuncia un evangelio distinto del que habéis recibido, ¡sea anatema!”. Esto significa, ni más ni menos, “¡Que Dios lo mate!”.


1,11—2,21 (el pasaje lo citaremos enseguida, dividido en secciones)

En esta sección el Apóstol comienza una defensa más pormenorizada del contenido de su “evangelio”. Pablo concibe su epístola como si estuviera sometido a un juicio sumario en el que los nuevos misioneros serán los acusadores y él, el acusado, su propio abogado defensor. La carta, por tanto, escrita con esta perspectiva, es un ejemplo de retórica judicial o “forense”.

A partir de este momento Pablo amplía con datos biográficos el argumento ya comenzado en 1,1:

· El es un verdadero apóstol,

· Elegido directamente por Dios,

· Que predica sin ninguna intención de agradar humanamente a las personas, sino de expandir la verdad y cumplir una misión divina.

Este primer desarrollo consiste en argumentos de tipo personal, y son cuatro:

Primero: 1,11-16:

« Porque os hago saber, hermanos, que el Evangelio anunciado por mí, no es de orden humano, 12 pues yo no lo recibí ni aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo. 13 Pues ya estáis enterados de mi conducta anterior en el Judaísmo, cuán encarnizadamente perseguía a la Iglesia de Dios y la devastaba, 14 y cómo sobrepasaba en el Judaísmo a muchos de mis compatriotas contemporáneos, superándoles en el celo por las tradiciones de mis padres. 15 Mas, cuando Aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien 16 revelar en mí a su Hijo, para que le anunciase entre los gentiles, al punto, sin pedir consejo ni a la carne ni a la sangre, »

Esto significa que él, Pablo, era quizás el tipo menos apropiado para ser un apóstol, pues era un perseguidor de la Iglesia. Pero Dios Padre escoge a quien menos se piensa: lo eligió precisamente a él y lo llamó para ser su mensajero. Por tanto, su evangelio, su mensaje, procede de una revelación divina, no de hombre alguno. Al ser divino, tiene fuerza absoluta: es obra del Espíritu santo.


Segundo: 1,17-20:


« Sin subir a Jerusalén donde los apóstoles anteriores a mí, me fui a Arabia, de donde nuevamente volví a Damasco. 18 Luego, de allí a tres años, subí a Jerusalén para conocer a Cefas y permanecí quince días en su compañía. 19 Y no vi a ningún otro apóstol, y sí a Santiago, el hermano del Señor. 20 Y en lo que os escribo, Dios me es testigo de que no miento.  »

La revelación recibida es tan claramente divina que Pablo no confrontó con personajes importantes de la Iglesia de Jerusalén, la comunidad madre, el contenido de esa revelación. No fue en seguida a la capital de Judea a ver a los apóstoles más destacados, Pedro y Santiago, el hermano del Señor… para recibir su aprobación…, ¡sino después de más de dos años!

Tercero: 1,21-24:

« Luego me fui a las regiones de Siria y Cilicia; 22 pero personalmente no me conocían las Iglesias de Judea que están en Cristo. 23 Solamente habían oído decir: «El que antes nos perseguía ahora anuncia la buena nueva de la fe que entonces quería destruir». 24 Y glorificaban a Dios a causa de mí. »

Este argumento es confirmación del anterior. Posteriormente pasó Pablo bastante tiempo sin contacto con la “superioridad” cristiana, misionando por su cuenta en las regiones de Siria y Cilicia. En Judea se conocían sus éxitos misioneros, pero él no aparecía por allí.


Cuarto: 2,1-10:


« Luego, al cabo de catorce años, subí nuevamente a Jerusalén con Bernabé, llevando conmigo también a Tito. 2 Subí movido por una revelación y les expuse el Evangelio que proclamo entre los gentiles - tomando aparte a los notables - para saber si corría o había corrido en vano. 3 Pues bien, ni siquiera Tito que estaba conmigo, con ser griego, fue obligado a circuncidarse.

4 Pero, a causa de los intrusos, los falsos hermanos que solapadamente se infiltraron para espiar la libertad que tenemos en Cristo Jesús, con el fin de reducirnos a esclavitud, 5 a quienes ni por un instante cedimos, sometiéndonos, a fin de salvaguardar para vosotros la verdad del Evangelio... 6 Y de parte de los que eran tenidos por notables - ¡qué me importa lo que fuesen!: en Dios no hay acepción de personas - en todo caso, los notables nada nuevo me impusieron.

7 Antes al contrario, viendo que me había sido confiada la evangelización de los incircuncisos, al igual que a Pedro la de los circuncisos, 8 - pues el que actuó en Pedro para hacer de él un apóstol de los circuncisos, actuó también en mí para hacerme apóstol de los gentiles - 9 y reconociendo la gracia que me había sido concedida, Santiago, Cefas y Juan, que eran considerados como columnas, nos tendieron la mano en señal de comunión a mí y a Bernabé: nosotros nos iríamos a los gentiles y ellos a los circuncisos; 10 sólo que nosotros debíamos tener presentes a los pobres, cosa que he procurado cumplir con todo esmero. »

Esta independencia de los jefes de la Iglesia residentes en Jerusalén -argumenta Pablo- no significa que el “evangelio” de Pablo esté contra ellos. Todo lo contrario: al cabo de casi catorce años de apostolado independiente sube a la ciudad santa, movido por una revelación (2,2), para intentar que su modo de predicar y entender el evangelio sea aprobado por la iglesia madre, la de los primeros apóstoles.

Fue a proponer un pacto: las diferencias de interpretación del Evangelio podían hablarse y llegar a aun acuerdo. De este modo, quita Pablo indirectamente la razón a sus adversarios: no tienen derecho éstos a apoyarse en una interpretación del cristianismo propia de Jerusalén, ya que los jefes de esta Iglesia han aprobado la suya justo en los puntos clave de fricción.

Éstos son:

1. La circuncisión no es ya necesaria para los convertidos desde el paganismo.

2. Los nuevos conversos que procedan del paganismo no necesitan cumplir la ley de Moisés al completo. Dicho de otro modo: Pablo afirma que la ley mosaica ha de dejado de ser el camino universal, único y obligatorio, para salvarse (2,1-10).


Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.

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Hoy en el “Blog de Antonio Piñero” se trata el siguiente tema:

“Los apóstoles, coprotagonistas del Nuevo Testamento”

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Lunes, 30 de Marzo 2009



Hoy escribe Gonzalo DEL CERRO

Muchos Padre de la Iglesia y escritores eclesiásticos se esforzaron por demostrar las coincidencias entre la doctrina cristiana y la cultura pagana. Admitido y reconocido el prestigio de la filosofía griega, los autores cristianos quieren conseguir que su filosofía participe con título de propiedad del mismo prestigio. Así se explican obras como la Preparación Evangélica de Eusebio de Cesarea (s. IV). El pensamiento filosófico pagano es considerado como una cierta preparación del cristianismo. En esa obra tan significativa aborda Eusebio la doctrina bíblica sobre la divinidad para contrastarla con la teología de Plutarco de Queronea (46-120).


Trata Eusebio de la divinidad con referencias a determinados textos bíblicos. Menciona concretamente fragmentos de Malaquías (3, 6), del Salterio (Sal 102, 28) y del Éxodo (3, 14). Para Eusebio es evidente que la doctrina de estos textos está reflejada en el pensamiento de Plutarco. Los textos de Malaquías y del Salmo tratan de conceptos un tanto abstractos, como son la eternidad y la unidad de Dios, también considerados por el queronense. El texto del Éxodo es más concreto y puntual en su coincidencia con Plutarco.

Entre la variada temática de su obra, encontramos un grupo designado con el epígrafe de “Diálogos Píticos”. Tanto el marco como el contenido señalan el santuario de Apolo en Delfos, en el que Plutarco desempeñaba funciones sacerdotales. Entre sus inquietudes intelectuales no era la menor su inquietud religiosa. Su reflexión espiritual más profunda y meditada aparece expuesta en su diálogo Sobre la E de Delfos. En esta obra vierte el autor su devoción por el dios del santuario y traza los perfiles, definitivos quizá, de su teología. Como Plutarco escribió este diálogo a la edad de setenta años, no es fácil que su actitud mental evolucionara ya demasiado.

Apolo, el dios filósofo, resuelve problemas y estimula el pensamiento filosófico de sus devotos con enigmas e interrogantes. Uno de ellos, el de la E consagrada. Los actores del diálogo hablan sentados alrededor de su maestro Ammonio. Ante sus ojos tienen ese hieròn théama (visión sagrada), la misteriosa épsilon que aparece ante las columnas del templo en las monedas de Delfos y que va a ser el objeto de la tertulia.

Para Lampras, el primero de los tertulianos, la E alude al número de sabios de Grecia, que son cinco, excluidos los tiranos Cleóbulo de Lindos y Periandro de Corinto. Un segundo interlocutor anónimo opina que la E es la segunda de las vocales, como el sol, símbolo de Apolo, es el segundo de los planetas. El tercero, Nicandro, piensa que la E es la partícula interrogativa empleada en las consultas dirigidas al dios. Teón, el cuarto, la interpreta como la conjunción condicional indispensable en la dialéctica; Apolo era el dios dialektikótatos (el más dialéctico). El ateniense Éustrofo subraya en fin la importancia del número cinco, representado por el valor numérico de la E.

Estas interpretaciones tienen apenas el carácter de anécdotas frente a la intervención estelar de Ammonio, verdadera joya del diálogo. Eusebio recoge en su cita pròs léxin (textualmente), dice, la parte nuclear de la intervención de Ammonio (391 e - 393 b). La E misteriosa no es nada de lo apuntado por sus interlocutores. En su grafía esconde la segunda persona del singular del presente de indicativo del verbo eimí (ser). Y es la respuesta del peregrino al saludo de Apolo materializado por la inscripción principal del santuario: Gnôthi seautón (conócete a ti mismo), una inscripción que Platón interpreta como sucedáneo del acostumbrado khaîre (alégrate), habitual todavía en el griego moderno. El peregrino responde al saludo con un acto de fe en la trascendencia del dios diciendo: E (EÎ: ERES, EXISTES).

Pero Ammonio no se detiene en el simple significado de la E, sino que hace una exégesis de su contenido. Detrás de ese denso monosílabo se esconden tres cualidades de la divinidad: aídion, agéneton, áftharton (392 e: eterno, ingénito, incorruptible). Otros tres epítetos definen el contenido semántico de la eternidad: akíneton, ákhronon, anénkliton (393 a: inmóvil, atemporal, inflexible). Frente a la proclamada existencia de Dios, “verdadera, exacta y exclusiva” (392 a), el ser humano, más que realidad, es pura apariencia (phásma). Uso aquí la mayúscula en Dios porque las apreciaciones de Plutarco trascienden los límites del dios de Delfos.

Podríamos rastrear estos conceptos a lo largo de los textos bíblicos. Pero para nuestra pretensión basta recordar los textos que Eusebio contrapone a las reflexiones de Plutarco. En Malaquías 3, 6 leemos: “Yo soy el Señor vuestro Dios y no he cambiado”. El salmo 102, 28 dice: “Tú eres siempre el mismo y tus años no disminuyen”. El hebreo con su inmediatez condensa todas las partículas privativas que Plutarco emplea para definir la divinidad y explicar su concepto de eternidad.

“SOY el que SOY”, proclama el Dios bíblico. “ERES”, interpela el peregrino al dios délfico. “ES” acaba cristalizado como el nombre de Yahvé. Según Ammonio, la E predica la existencia eterna (dià pantós) de Dios. El hombre “no participa en realidad de la existencia” (392 b). SOY es un nombre eterno, dice el texto del Éxodo (3, 15). Es el presente sin un “antes” ni un “después”, un “ahora” indefectible, expresión plástica de la eternidad del ser que tiene la existencia como cualidad propia y exclusiva (392 a).

En la traducción de M. García Valdés, la interpretación que Ammonio hace de la E es “una perfecta interpelación y saludo al dios, que lleva al que la pronuncia, al mismo tiempo que la dice, al conocimiento de la esencia de dios” (Plutarco. Obras Morales y de Costumbres, Madrid, Akal, 1987, p. 157).

También la exégesis de Filón concluye de este modo: “Dice Dios: Yo soy el que soy, para que aprendan la diferencia entre lo que es y lo que no es. Así sabrán que no se debe usar nombre alguno para mí, a quien es natural en exclusiva el existir”.

No es extraño, pues, que los filósofos y los teólogos escolásticos recurran al pasaje del Éxodo para explicar la naturaleza divina como “ens a se” (“ente [que susbsiste] por sí mismo), aunque este concepto metafísico sea totalmente extraño a la mentalidad hebrea de aquella época.

Saludos de Gonzalo DEL CERRO´

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Hoy en el “Blog de Antonio Piñero” trato del siguiente tema:

“La recreación de los orígenes del cristianismo”Manera de entrar, si a alguien le interesare: pinchar en el enlace que se halla en la página presente, abajo en la derecha.

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Domingo, 29 de Marzo 2009

Hoy escribe Antonio Piñero


1,1-5: Prescripto:

1 Pablo, apóstol, no de parte de los hombres ni por mediación de hombre alguno, sino por Jesucristo y Dios Padre, que le resucitó de entre los muertos, 2 y todos los hermanos que conmigo están, a las Iglesias de Galacia. 3 Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo, 4 que se entregó a sí mismo por nuestros pecados, para librarnos de este mundo perverso, según la voluntad de nuestro Dios y Padre, 5 a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.


El comienzo del escrito es duro y seco. No hay una introducción como en la epístola anterior (1 Tes), ni la acostumbrada acción de gracias por el buen estado de la comunidad, lo cual es una señal de terrible enfado.

Inmediatamente después de su simple nombre como remitente, Pablo (sin mencionar corremitente ninguno, como en otras cartas) formula ya una primera respuesta a un argumento que seguramente enarbolaban sus oponentes: “Él no era un apóstol de verdad, sino un mequetrefe; el origen de su apostolado era falso, no divino, sino humano”.

Pablo replica: soy un apóstol de verdad; mi vocación no dependió de hombre alguno, sino que me vino directamente de Dios Padre y de Jesucristo.

Nótese en esta rçeplica el tono “subordinacionista” de la expresión. El subordinacionismo, doctrina muy similar al “monarquianismo”, es aquella que insiste en la subordinación del Hijo, en esencia y poder, al Padre. Será la base de la concepción de la Trinidad en Orígenes, y más tarde en el arrianismo. Hoy dçia estça condenada por la Iglesia, pero en tiempos de Pablo no se había afinado aún la teología y todos eran en la práctica subordinacionistas.

Comentamos algunso versículos del texto arriba citado:

1,1: Es el reflejo de una teología/cristología muy primitiva: Jesús, aunque sentado a la derecha de Dios, no es propiamente el autor de su propia resurrección. El sujeto activo de ella es Dios Padre.

1,3-4: La distinción entre Padre e Hijo es clara, pero no hay formulación alguna de doctrina concreta sobre la Trinidad. ¿Cómo se entiende la relación entre Padre e Hijo? Igual que en el v. 1, con un tono claramente subordinacionista.La teología de la Trinidad está aún por hacer.

1,5: Hace alusión esta fórmula a la creencia judía de la existencia de una “liturgia celestial o angélica" paralela a la terrestre. Más bienn ésta última es como una copia de la angélica. Está muy presente, por ejemplo, esta idea en la literatura de Qumrán (“Palabras de las Luminarias o Luceros” y sobre todo los “Cantos para el sacrifico sabático” = 4Q303, col. I, 30, p. 438 edic. de F. García Martínez: “Alabad al Dios de las alturas vosotros los excelsos entre los divinos del conocimiento…, etc.”.

También entre los apócrifos del Antiguo Testamento hay constancia de la creencia de este tipo de liturgia celestial:

« Cuando los ángeles servidores dicen “Santo”, todas las columnas de los cielos y sus bases se tambalean, las puertas de los palacios del firmamento de Arabat tiemblan 3 Henoc 37. 38 »

Igualmente quedan restos de esta creencia en el apócrifo llamado la Ascensión de Isaías 9,24-41. Así cuando los hombres dicen “a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén” están repitiendo lo que los ángeles cantan en el cielo todos los días.

1,6-10:

Me maravillo de que abandonando al que os llamó por la gracia de Cristo, os paséis tan pronto a otro evangelio 7 - no que haya otro, sino que hay algunos que os perturban y quieren deformar el Evangelio de Cristo -. 8 Pero aun cuando nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciara un evangelio distinto del que os hemos anunciado, ¡sea anatema! 9 Como lo tenemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os anuncia un evangelio distinto del que habéis recibido, ¡sea anatema! 10 Porque ¿busco yo ahora el favor de los hombres o el de Dios? ¿O es que intento agradar a los hombres? Si todavía tratara de agradar a los hombres, ya no sería siervo de Cristo.

El Apóstol se desahoga aludiendo brevemente a lo ocurrido: los gálatas se han pasado a otro evangelio. El lector supone inmediatamente lo que ocurrió: habían venido otros misioneros y habían seducido a los gálatas atrayéndolos hacia una nueva interpretación de Cristo. Afirmaban que la interpretación paulina, su “evangelio”, era cuanto menos incompleta.

Más tarde caracterizaremos con mayor precisión cuál era la doctrina de estos nuevos predicadores (la carta no lo hace ahora).

Baste por el momento con saber que eran judíos, es decir judeocristianos, y que habían intentado con éxito convencer a los gálatas de algo opuesto al pensamiento paulino: para ser verdaderos cristianos además de creer en Jesús mesías y ser salvados por él –como había proclamado Pablo— tenían la obligación de cumplir la ley entera de Moisés. Así, los antiguos paganos tenían que circuncidarse, observar las normas sobre los alimentos, guardar las fiestas judías, etc.

Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.

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Hoy en el “Blog de Antonio Piñero” trato del siguiente tema:

“La reflexión sobre los orígenes del cristianismo”
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Sábado, 28 de Marzo 2009
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Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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