CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Interesante Prólogo de “Morir antes de morir”  Primera parte (8-09-2019.- 1088)
Escribe Antonio Piñero
 
 
Como prometí en mi postal anterior transcribo el excelente prólogo de los editores del libro que comenté en ella, ya que me parece muy informativo sobre lo que hay en el libro y no lo he encontrado en Internet. Así que –salvo error por mi parte– lo creo de utilidad para los lectores.
 
Lo voy a dividir en dos entregas para que no sea cansino a los lectores
 
 
PRÓLOGO DE LOS EDITORES
 
 
“Dijo el mensajero de Al·lâh [el Profeta Muhammad] a los suyos: Morid antes de morir y pedíos cuentas a vosotros mismos antes de que se os pidan" (Hadîz recogido por Al-Tirmidhî).
 
 
“Preguntaste, cíclope, cuál era mi nombre glorioso y a decírtelo voy, tú dame el regalo ofrecido: ese nombre es Nadie” (Homero, Odisea IX, 364-366).
 
 
Desde la más remota antigüedad, el hombre ha tratado de descifrar el más descomunal y misterioso enigma de la existencia; ¿qué será de mí tras la muerte? En todas las culturas y civilizaciones encontramos doctrinas que explican las vías para salir de este mundo, considerado pasajero y, por tanto, ilusorio. Se trata de una peculiar forma de fuga mundi o salida del reino de la desemejanza y la multiplicidad, que proporciona la experiencia de que hay algo de nuestro ser que sigue existiendo, y es testigo, en otro estado, de la existencia post mortem. Ese estado, que es superación de todos los estados y, por tanto, no es propiamente un estado, es descrito con toda clase de paradojas; el espacio y el tiempo humanos se han abolido, los límites de la individualidad humana quedan rebasados y la nada del ego es trascendida en una Nada supraesencial en la que hay una consciencia de todo en Todo.
 
 
“Morir antes de morir”, sobre todo morir al yo, es una indicación tradicional para aquellos que quieren emprender el camino iniciático que lleva a la contemplación del Ser o a la feliz reunión con lo Uno. El experimentador de un tal estado sin estados se encuentra con la dificultad de describir y racionalizar su viaje iniciático pues ¿cómo poner calificativos a una experiencia en que la misma mente es trascendida? ¿Cómo puede dar cuenta la mente de una situación en la que ella no estaba? Y es que la vía iniciática es un camino preñado de paradojas que avisan al buscador que aquello que constituye su más anhelado objetivo carece de parcelas ontológicas; allá donde quiere ir, no hay un tú ni un yo, ni sucesión o causalidad, sino pura unidad. Por eso, la mors mystica, en efecto, implica ante todo la experiencia de disolución del yo y de la toma de posesión de los estados superiores del Ser hasta alcanzar el último peldaño que de da, precisamente, sin pies. Ya las primeras manifestaciones artísticas de este proceso, los sellos preindoeuropeos de Mohenjo-Daro (Pakistán occidental) en los que aparece un asceta sentado en la postura del loto (padmasana), constituyen un ejemplo de las aspiraciones del buscador que, para obtener una experiencia anticipatoria de la muerte, intenta reproducir los síntomas de la muerte; permanece en absoluta inmovilidad, lentifica la respiración casi hasta detenerla, y fija su atención en un solo objeto para suprimir o “matar” el pensamiento. Como explicaba Mircea Eliade, si tales actos son tan contrarios a la vida ordinaria es porque la “muerte” que se busca es preludio de un renacimiento que confiere la experiencia de la inmortalidad y de la liberación en vida (jivanmukta).
 
 
En todo caso, la vía tiene dos momentos clave; el paso del umbral (la llamada “liturgia de la puerta”), y la experiencia de la Unidad del Ser (o “éxtasis”). Respecto al primero, la historia de la literatura y de las religiones ofrece notables ejemplos del momento culminante en el que el aspirante, después de diversas prácticas ascéticas o piadosas o de pruebas de todo tipo, es interrogado acerca de su verdadera identidad o sobre la naturaleza del guardián del umbral (“¿Quién eres?”, “¿Quién dice la gente que soy yo? Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”). Urgido ante una puerta simbólica o en una situación extrema, el iniciando ha de responder adecuadamente para demostrar que se ha desprendido de la ilusión de la separatividad y de que reconoce lo divino en uno mismo y en el otro. Las respuestas correctas en las tradiciones religiosas son también muchas (“Yo soy nadie” “Yo soy tú y tú eres yo”, “Yo soy el que soy”, “Tú eres”….) y sirven para franquear la puerta celeste. Desde la E de Delfos a los textos de los iniciados órficos, de Pitágoras a los rosacruces, de los brahmanes a Yahvé –en cuyos nombres late etimológicamente la pregunta por la identidad–, de Cristo a Mahoma, todas las tradiciones hablan de ese momento de reconocimiento de la auténtica y suprema identidad.
 
 
Si, de alguna manera, la iniciación consiste en un viaje consciente al mundo del sueño profundo, de donde nacen los arquetipos o, más propiamente, a la consciencia universal, que no hay que confundir con la consciencia colectiva (mientras la primera es la fuente homogénea y sin partes, la segunda es una creación de la psicología moderna que consiste en una suma de partes que mantienen su individualidad), ¿cabe la posibilidad de ir más allá de la consciencia?
 
 
Sobre este sutil dilema y proceso versaron sendos cursos que tuvimos el honor de dirigir los editores que suscriben en el Centro Asociado a la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) de Madrid en 2017 y 2018. El primero, precisamente bajo el título Morir antes de morir: sociedades y experiencias iniciáticas a lo largo de la Historia proponía un recorrido histórico por las sociedades y experiencias iniciáticas que, desde el mundo antiguo hasta el siglo XVIII, se han basado, como fundamento sapiencial de sus saberes ocultos, en la esta noción de procurar un conocimiento previo del paso al más allá. El segundo curso, titulado Yo soy tú: el paso al Mas Allá, la experiencia de la Nada, la extinción del "Yo" y otros viajes iniciáticos en la historia de la cultura, continuaba el anterior centrándose específicamente en la evocación de la muerte como extinción simbólica de la personalidad y en el descubrimiento de la inconsistencia del ego en el "paso al más allá". 
 
 
Ambos cursos reunieron a un nutrido grupo de especialistas de diversas disciplinas que se centraron en estos dos momentos clave de la vía desde el punto de vista de la historia de las religiones, de las sociedades fraternales e iniciáticas, desde la antigüedad, donde surge está rica y diversa tradición, hasta la edad moderna. De ahí nació la idea de elaborar un volumen conjunto que diera cuenta, de la forma más completa posible, de estos temas. Más allá de recoger algunas de esas conferencias por escrito, hemos pretendido elaborar un volumen colectivo para ofrecer un panorama con materiales para la reflexión. Veamos ahora en breve los diversos capítulos que articulan este recorrido histórico-cultural por los temas expuestos.
 
 
En primer lugar, Julia Mendoza Tuñón se centra en la antigua India, y en concreto en el más antiguo estrato de su religión, testimoniado por los textos védicos, para establecer un marco y a la vez un preámbulo general en la experiencia de la muerte y la identidad.
 
 
A continuación, José Ramón Pérez-Accino estudia el concepto de la muerte y el desarrollo de los conceptos sobre la identidad y la conciencia en la otra gran cultura fundacional de la antigüedad extraeuropea, el antiguo Egipto.
 
 
El zoroastrismo y la muerte como reunificación son estudiados por Juan Antonio Álvarez-Pedrosa, que nos proporciona a la perspectiva de la religión irania por excelencia, en un imprescindible tercer pilar de la orientalística.
 
 
A continuación, Raquel Martín Hernández retoma el tema cruzando el umbral hacia Occidente, con el caso de los misterios griegos, cuya relación con Oriente y Egipto siempre es atractiva y disputada, y se ocupa de la idea del morir como iniciación.
 
 
En el marco de los misterios griegos, pero concretamente acerca de las especificidades de los misterios llamados órficos, Miguel Herrero de Jáuregui ofrece un texto que recoge precisamente la idea de muerte como renacimiento en el marco de esta influyente secta. 
 
 
Pasando de los misterios a la filosofía griega, David Hernández de la Fuente trata la escuela pitagórica como sociedad iniciática entre la experiencia mistérica y las iniciaciones filosóficas en unas comunidades sapienciales relacionadas con el conocimiento del más allá.
 
 
Otro tanto hace David Hernández Castro con su amplio estudio sobre la figura de Empédocles en el marco de la filosofía suditálica, como expresión concreta de una religión apolínea más rigurosa y específica, y mostrando la fina línea divisoria entre misterios y filosofía, mito e historia.
 
 
 
La adivinación como iniciación se examina en el capítulo que dedica Mario Agudo Villanueva al famoso oráculo de Trofonio, con su experiencia de catábasis subterránea, que sigue el patrón inconfundible de los ritos de paso.
 
 
Saludos cordiales de Javier Alvarado Planas David Hernández de la Fuente
y subsidiariamente de Antonio Piñero
 
 
Domingo, 8 de Septiembre 2019
"Morir antes de morir"  (1-09-2019. 1087)
Escribe Antonio Piñero
 
 
El libro que comienzo a comentar hoy lleva como subtítulo “Ritos de iniciación y experiencias místicas en la historia de la cultura”; Está editado por Javier Alvarado Planas  y David Hernández de la Fuente, dos estupendos colegas míos de la Universidad. El primero es Catedrático de Historia del Derecho y de las Instituciones de la Universidad Nacional de Educación a Distancia; y el segundo es  Profesor Titular de Filología Griega de la Universidad Complutense. Editorial DYKINSON, S. L. Meléndez Valdés, 61 -28015- Madrid en 2019. ISBN: 978-84-1324-294-1. Precio 27,85€. 435 pp. 17x24 cms.
 
 
Me parece que la mejor iniciación a este volumen, que creo espléndido, es hacerles accesible un breve comentario al contenido del libro, transcribiendo el índice y el Prólogo de los editores que ilustra perfectamente sobre el interés del libro.
 
 
ÍNDICE
 
 
“Muerte e identidad en el Más Allá en la religión védica antigua” (Julia M.
Mendoza)
 
 
“Como un átomo fisionado. El ‘yo’ y la muerte en el Egipto antiguo” (José
Ramón Pérez-Accino)
 
 
“El encuentro consigo mismo: la experiencia de la muerte en el Zoroastrismo”
(Juan Antonio Álvarez-Pedrosa)
 
 
“La experiencia de la muerte como proceso iniciático. El caso de los miste-
rios griegos” (Raquel Martín Hernández)
 
 
“Acabas de morir y de nacer”: las especificidades del orfismo (Miguel
Herrero de Jáuregui)        
 
 
“La escuela pitagórica entre mito e historia” (David Hernández de la
Fuente)     
 
 
“Buscando a Empédocles. Vivir y morir como un cantor de Apolo” (David
Hernández Castro)
 
 
“El oráculo de Trofonio en Lebadea: una iniciación entre la cosmología y la
Escatología” (Mario Agudo Villanueva)
 
 
“Fraternidades, Iniciaciones y Misterios en el mundo Helenístico y Romano:
los cultos egipcios” (Manuel Salinas de Frías)
 
 
“Iniciación y Tradición en la Antigüedad Tardía” (José Antonio Antón
Pacheco)  
 
 
“Tοῦτον ἐζήτουν. Esto buscaban. Algunos ejemplos de iniciación filosófico-religiosa en los
βίοι  (Vidas) de hombres divinos de Porfirio de Tiro y Eunapio de Sarde” (Marco Alviz Fernández) 
 
 
“Ritos de paso e iniciación en el cristianismo primitivo: Bautismo y Eucaristía” (Antonio Piñero)     
 
 
“La plegaria en los Padres hesicastas y sus antecedentes” (Mercedes López Salvá)     
 
 
“Iniciación y transformación en la novela artúrica” (Victoria Cirlot)     
 
 
“La Cábala. Exégesis y experiencia espiritual” (Pere Sánchez Ferré)  
 
 
“En la matriz del universo: el nonato espiritual en el sufismo de Ibn ʿArabī de Murcia” (Pablo Beneito)       
 
“La experiencia alquímica como itinerario redentor” (Joaquín Pérez Pariente)
 
 
“Los Rosacruces y la muerte del beso” (Raimon Arola)
 
 
“El lenguaje del silencio, el rito iniciático como mediador privilegiado del es-
píritu según René Guénon” (Pedro Vela del Campo)     
 
 
“El rito de iniciación en la Masonería” (Javier Alvarado Planas)
 
 
“Las Experiencias Cercanas a la Muerte y las iniciaciones” (Jacobo Núñez
Martínez)
 
 
 
Espero que los temas, al menos algunos, les parezcan interesantes. Y espero también que muchos de los autores les sean conocidos.
 
 
Seguiremos.
 
http://adaliz-ediciones.com/home/36-el-jesus-que-yo-conozco.html
Domingo, 1 de Septiembre 2019
 Ariel Álvarez Valdés y sus  "Nuevos enigmas de la Biblia” (25-08-2019. 1086)
Escribe Antonio Piñero
 
 
En esta tercera y última entrega sobre los dos interesantes libros de Ariel Álvarez Valdés, publicados este mismo año por PPC, cuya lectura he recomendado. Voy ahora a desgranar algunas de las razones de mi recomendación analizando brevemente un capítulo del segundo libro: “¿Tenía la cruz de Jesús un cartel en tres idiomas?” (II pp. 135-149), referido naturalmente al denominado técnicamente “titulus crucis”, cuya autenticidad histórica ha sido negada por la hipercrítica, en opinión de Ariel que yo comparto, sin razón convincente por casi todo apunta a su autenticidad histórica.
 
 
En primer lugar: es interesante el capítulo porque de una manera sencilla defiende la autenticidad del pasaje  (Mc 15,26: “El rey de los judíos” / Mt 27,37: “Este es Jesús, el rey de los judíos” / Lc 23,38: “Este es el rey de los judíos” / Jn 19,19: “Jesús Nazareno, el rey de los judíos”) por medio del llamado “criterio de dificultad”, cuya utilidad parece evidente –aunque también sea discutido; todo se somete a la lupa de la crítica en temas bíblicos–: no parece ser un invento de los evangelistas el titulus crucis porque
 
a) Era una costumbre relativamente, bien probada históricamente, que los condenados a muerte a cruz como escarmiento portaran en algún sitio –no siempre el mismo– el porqué de su condena. Era un acto ejemplarizante y de propaganda, por tanto tenía que ser entendible;
 
b) Porque los cristianos, que consideraban a Jesús el príncipe de la paz no empleaban para este la denominación “rey de los judíos”, ya que era un título político y anti imperial (¿le gustaría al emperador Tiberio que alguien sin su permiso se autotitulara rey de los judíos?) y peligroso, porque hacía de Jesús un sedicioso contra las leyes en vigor del Imperio. Por tanto, si los evangelistas coinciden en afirmar que así ocurrió, es porque la tradición era tan fuerte que no se podía negar. Otra cosa diferente es la interpretación que se diera de acuerdo con las ideas de los que lo pusieron –los romanos– o la de los evangelistas, que lo transmitieron.
 
 
El que el título sea solo coincidente en lo sustancial y muestre pequeña variantes en cada evangelio  nos indica que la tradición recordaba el núcleo del título, pero no con toda exactitud su contenido. Eso es una muestra de tradición oral, pero no es una dificultad contra la autenticidad básica del título, ya que su núcleo es coincidente.
 
 
En segundo lugar: porque Ariel hace un análisis filológico detallado de las variantes de cada evangelista; podríamos decir que exprime con sencillez y rigor cada palabra del título, sitúa las frases con sus variantes dentro del contexto literario y teológico de cada evangelista, indica cómo deben entenderse y cuál es el mensaje que quiere transmitir cada autor al presentar el título en la forma que ha escogido. Pongo ejemplos:
 
 
1. Marcos, que conserva la versión más corta, parece ser la original, o la más cercana a la que pudieron escribir los romanos. Su significado es, según Ariel, que Jesús fue condenado como mártir por su pueblo, algo consecuente con su predicación sobre el reino de Dios de inminente llegada.
 
 
2. Mateo precisa que fueron otros los que redactaron el título “Pusieron sobre su cabeza escrita su acusación”… No dice expresamente quiénes la escribieron, pero hemos indicado que tuvieron que ser los romanos, ya que ellos eran los responsables de la crucifixión. Precisar “Este es Jesús” –señala Ariel– es típico de la teología de Mateo, quien escribe el nombre del mesías, Jesús, unas ciento cincuenta veces en su evangelio. Jesús Yehoshúa, en hebreo, significa “Dios salva”. La mención del nombre significa, pues, para Mateo la siguiente: “Este Jesús, con su muerte, está realizando el acto supremo de la salvación de los hombres pensada por Dios”. La designación “este”, y no otro, es importante para Mateo. Por ejemplo en la trasfiguración se oye una voz del cielo que dice “Este es mi hijo amado…” (Mt 17,5).
 
 
3. Lucas omite el nombre propio “Jesús”, y escribe “este es el rey”. Con ello señala que Jesús es en verdad “rey” (entiéndase ya al modo cristiano), e indica además que Jesús se declaró rey ante Poncio Pilato Lc 23,3), hecho que omiten los otros evangelistas. Según Ariel, “Lucas con el cartel (así redactado) pretende proclamar que finalmente Jesús ha subido al trono y ha comenzado a reinar”. Todo ello es, naturalmente, teología cristiana y puede que no se corresponda exactamente con lo que pensaba el Jesús histórico. Pero en este momento, lo que le interesa al autor moderno, una vez admitida la historicidad sustancial del hecho, es meterse en la piel del evangelista y mostrar qué significaba para él, y para sus primeros lectores, el titulus crucis, según Lucas “puesto sobre él” = Jesús (sobre su cabeza  en la cruz/ o sobre él, en su propio  cuerpo).
 
 
4. La versión de Juan es la más amplia y completa y llena de explicaciones para el lector. Es la siguiente:
 
 
“Pilato redactó también una inscripción y la puso sobre la cruz. Lo escrito era: «Jesús el Nazareno, el Rey de los judíos.» Esta inscripción la leyeron muchos judíos, porque el lugar donde había sido crucificado Jesús estaba cerca de la ciudad; y estaba escrita en hebreo, latín y griego. Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: «No escribas: “El Rey de los judíos”, sino: “Este ha dicho: Yo soy Rey de los judíos”». Pilato respondió: «Lo que he escrito, lo he escrito»”.
 
 
Aquí Ariel hace unas precisiones filológicas muy interesantes al desentrañar el simbolismo pretendido por el evangelista. Por ejemplo, no es muy verosímil que fuera el prefecto Pilato mismo, en persona, el que escribiera el título, ni tampoco el que lo pusiera en la cruz. Pero Lucas indica así, cuando se lee literalmente, la importancia del condenado… un ser tan importante como para que Pilato descuidara otras obligaciones y dejara constancia de que estaba ante un rey de verdad. Co ello se quita la razón a lo comentaban negativamente los jefes de los judíos… también presentes en el Gólgota en vísperas de la gran fiesta de la Pascua, lo cual es de nuevo inverosímil…, pero que tiene gran significado teológico.
 
 
En una palabra en muy pocas páginas, nuestro autor, Ariel, con rigor y buen método histórico-crítico sabe diferenciar entre lo que pudo ser hipotéticamente probable como realidad histórica y la interpretación teológica de ella. De este modo sitúa al lector moderno en un punto ideal de observación. Si su lector es creyente, como se supone, tendrá una fe que no es “la del carbonero”, sino refinada, una fe razonada que va a los sustancial del mensaje evangélico. Y no es creyente, le interesará el respeto por la verdad ahistórica que muestra el autor moderno.
 
El capítulo presente del segundo de los dos libros de Ariel sobre “Enigmas de la Biblia”, que he comentado brevemente, termina con una aplicación a la vida diaria del lector recordándole que el evangelio no pretende ser una biografía de Jesús en el sentido moderno (aunque sí podría serlo en el sentido que le daban los autores de la época, siglo I, que se fijaban sobre todo en las virtudes y realizaciones morales de sus biografiados) sino “una buena noticia”, de modo que en realidad el mensaje evangélico es optimista, aunque lo que sucediera fuera histórica y aparentemente una tragedia.
 
 
Enhorabuena, pues, por mi parte, al autor y a la Editorial por haber publicado estos dos libros que están, sin duda, en la línea de la crítica histórico-literaria de los textos, pero que a la vez intenta obtener de ellos cosas muy provechosas para la vida de los lectores actuales… después de casi dos mil años.
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
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Domingo, 25 de Agosto 2019
"Nuevo enigmas de la Biblia II", de Ariel Álvarez Valdés (18-08-2019. 1085)
Escribe Antonio Piñero
 
 
En mi postal anterior, de hace unos días, comentaba la aparición de dos libritos, verdaderamente interesantes, del teólogo argentino, afincado en España, que lleva un nombre muy bíblico, Ariel: “Dios (’El) es mu león”, lo cual quiere decir: “Dios es mi fortaleza; no una persona humana”. Estos libros son interesantes por varios aspectos. En primer lugar, porque el autor saca partido literario-teológico de las prisas actuales: los libros se hacen cada día más breves y con letra un poco mayor. Se pasan rápidamente los capítulos y el lector tiene la impresión de que ha leído mucho en poco tiempo. Segundo: porque la temática de cada capítulo está expuesta muy clara y ordenadamente. La dificultad o el “enigma” es más que claro. Tercero: porque el texto tiene su pizca de “suspense” al ir exponiendo Ariel dificultades del pasaje bíblico que va a comentar, o mejor  esclarecer, para luego pasar rápidamente a la solución de las dificultades. Y, finalmente, cuarto, porque la última parte de cada capitulito suele tener una aplicación del texto bíblico a la vida actual, espiritual, del lector cristiano.
 
 
Él pasaje que deseo comentar hoy brevemente es el Magníficat (Lucas 1,46-55), capítulo quinto del segundo libro. Ciertamente, el autor expone con total claridad, según he dicho, lo que la crítica bíblica ha ido desgranando como comentario al texto desde finales del siglo XIX hasta nuestros días. En el caso del Magníficat resalta Ariel con los críticos la belleza y potencia literaria del texto, pero al punto expone las dificultades que genera su lectura atenta: el Magníficat no alude a la visita que María hace a su pariente Isabel (no “prima”: el texto no lo dice; lo de “prima” es una interpretación medieval, si no me equivoco); no menciona la reciente concepción virginal, ni el embarazo de Isabel, ni la futura maternidad de María, ni el anuncio del ángel… Nada tiene que ver en el Magníficat con el motivo de la presunta visita de la madre de Jesús a su pariente.
 
Para que se entienda la cuestión el autor explica a continuación, también brevemente, el contenido del himno, y pasa rápidamente a exponer tres  posible soluciones a las cuestiones planteadas. Estas no son eludibles, sostiene; hay que encararlas y ofrecer respuestas. De lo contrario, la fe en la inerrancia absoluta del texto bíblico haría que el lector adoptase la actitud de la “fe del carbonero”. Hoy ya no es posible.
 
La primera solución es: fue María misma la que compuso el himno. El autor, junto con la casi totalidad de los estudiosos rechaza esta idea. Las razones las leerá el lector provechosamente en el libro. Pero, en síntesis: el himno es una composición tan elaborada con temas y alusiones bíblicas tan precisas y bien encadenadas que es imposible, o muy inverosímil, una composición “a bote pronto” por parte de María. Se rechaza, pues.
 
La segunda solución: el himno fue compuesto por el propio Lucas, utilizando material propio. Se trataría no de un préstamo, sino de una elaboración de primera mano utilizando motivos bíblicos. Lucas era un buen biblista. El autor, Ariel, rechaza también esta segunda solución sobre todo por las dificultades que presenta el texto para encajar en el contexto del capítulo 1 del Evangelio, donde está situada. Tiene, además, ciertas dificultades sintácticas. Lucas no pudo ser tan torpe. ¡Rechazada!
 
Y la tercera es que el autor primario no fue Lucas, sino que este utilizó un himno anterior, judeocristiano, compuesto por alguien de su comunidad, un himno judío elaborado por alguien que conocía al dedillo la Biblia hebrea. O bien que Lucas la tomó prestada esta composición del Magníficat de una comunidad judeocristiana vecina. Lucas sólo tuvo que hacer una breve labor de encaje. Así el himno fue “empotrado” por el tercer evangelista dentro de su propio material previo, el capítulo 1 de su Evangelio, aunque esta tarea de taraceado literario no le salió demasiado bien.
 
 
Opino: si el Evangelio de Lucas se compuso en Éfeso, la hipótesis de una comunidad de judeocristianos vecina es muy posible…, ya que probablemente también el Evangelio de Juan se redactó, por partes, en esa misma ciudad. Era fácil, pues el trasvase de material. Además, la hipótesis del préstamo explica que las hazañas de Dios descritas en el Magníficat vayan dirigidas  a Israel, el pueblo elegido, y que la salvación se narre en el himno en pasado, no en futuro… Es decir,  la salvación ha ocurrido ya; fue obra de Jesús (pensaría el autor judeocristiano), ya muerto y resucitado, que está en la derecha del Padre. Por tanto la salvación ya ocurrió…, aunque en el momento en el que Lucas la pone en boca de María, aún embarazada de Jesús, esa salvación será en el futuro.
 
 
Otras razones y razonamientos más completos los leerá el lector en el texto de Ariel, de muy fácil lectura y comprensión.
 
Personalmente estoy de acuerdo básicamente con esta tercera solución, aunque añade algunas precisiones de mi propio coleto, pero compartidas con la crítica:
 
1. Me parece imposible que fuera el mismo Lucas quien añadió el Magníficat. Incluso si se me apura, creo que no fue él (Lucas es un personaje desconocido) quien añadiera ni siquiera los dos capítulos primeros de su Evangelio. Este empieza con toda claridad, me parece, (como una obra de historia de aquella época del Impero Romano helenístico con precisiones temporales e históricas para situar bien en esa historia contemporánea al héroe del relato, Jesús, y de su predecesor, Juan Bautista, del que “Lucas” hablará inmediatamente:
 
“En el año quince del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea; Filipo, su hermano, tetrarca de Iturea y de Traconítida, y Lisanias tetrarca de Abilene; 2 en el pontificado de Anás y Caifás, fue dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. 3 Y se fue por toda la región del Jordán proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, 4 como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas; 5 todo barranco será rellenado, todo monte y colina será rebajado, lo tortuoso se hará recto y las asperezas serán caminos llanos. 6 Y todos verán la salvación de Dios”.
 
2. Los personajes del Evangelio propiamente tal (capítulos 3-24) no tienen la menor idea de las maravillas ocurridas con María, de la concepción virginal, del nacimiento prodigioso, del episodio de los pastores…, etc. Por supuesto, María misma no lo sabe. Todo eso se explica si fue alguien distinto a Lucas el que añadió estos dos capítulos primeros, una vez que el Evangelio estaba ya redactado al completo. Esto debió de ocurrir pronto, porque el Evangelio completo aparece en los testimonios manuscritos más antiguos.
 
3. La teología implícita del himno, militarista y gloriosa, muy judía, del futuro mesías, Jesús, nada tiene que ver con la teología del resto del Evangelio; este argumento se refuerza si se piensa en el cántico de Zacarías, padre de Juan Bautista, que sigue en este capítulo al cántico de María (1,68-79). El “Benedictus” es mucho más judío aún y más militarista; más judío. Este cántico está impregnado de las esperanza mesiánicas totalmente judías, que no serán las del cristianismo –ni mucho menos– que se desarrollarán bien pronto: la de un Jesús pacífico, no militarista, manso y humilde de corazón, presente en los evangelios de Mateo y de Lucas.
 
4. Tanto el Magníficat como el conjunto de los dos primeros capítulos del Evangelio de Lucas (al igual que los de Mateo) son muy legendarios. Están trufados del espíritu literario que se hará visible más tarde en el Evangelios apócrifos: el deseo de rellenar  a base de fantasía lo que no se sabe de la concepción, nacimiento, infancia y adolescencia del héroe, Jesús, porque cuando se compone el Evangelio respectivo, hacia la década 80-90 del siglo I d. C., nadie sabía nada de esos momentos de la vida de Jesús. En mi opinión, los evangelios apócrifos comienzan con Mt 1-2 y Lc 1-2. Por tanto dentro del Nuevo Testamento mismo.
 
 
Pero dejadas aparte estas dificultades mías, que no son muy ortodoxas, pero que están de acuerdo con la crítica común, el lector de Ariel Álvarez Valdés disfrutará muchísimo con la lectura a de este segundo libro de los “Nuevos enigmas bíblicos”. El espíritu didáctico del autor es evidente y saludable. Pero que sepa el lector que la apertura a la crítica bíblica seria, como se hace en esos libritos conduce al escepticismo.
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
http://adaliz-ediciones.com/home/36-el-jesus-que-yo-conozco.html
Domingo, 18 de Agosto 2019
"Nuevos enigmas de la Biblia", de Ariel Álvarez Valdés (14-08-2019. 1084)
Escribe Antonio Piñero
 
 
Acabo de terminar de leer dos interesantes libritos del conocido y estimado investigador / escrudiñador de la Biblia, y especialmente de los “secretos” o enigmas que presenta la Biblia, un libro tan inmenso, variado y difícil que tiene páginas cuyo último sentido no es fácil desentrañar. Paso a darles la ficha de dos nuevos libros  Nuevos enigmas de la Biblia, PPC, Madrid, 2019. ISBN: 978-84-288-3405-6 / 978-84-288-3406-3. 19x12 cms., 172 pp. cada uno. Precio 16 euros cada libro.
 
 
Ariel Álvarez Valdés nació en Santiago del Estero, Argentina, en 1957; ha sido profesor de Sagrada Escritura en su país y tiene una sólida formación científica en el estudio de la Biblia ya que su licenciatura la consiguió en la conocida Escuela Bíblica Franciscana de Jerusalén y su doctorado en la Universidad Pontifica de Salamanca. Le pregunté qué número hacían estas dos últimas entregas de sus enigmas bíblicos aclarados, y me dijo que ya antes en Argentina  habían salido nada menos que 18 tomitos de esta serie. Por tanto, no exagero cuando afirmo que Ariel es un verdadero explorador de la Biblia y desentrañador de sus secretos.
 
 
Antes de hacer un breve comentario a estos dos libros, deseo presentar su contenido muy variado e interesante; cada uno de ellos explica/aclara, diez enigmas.
 
El primero trata de:
 
1. ¿Era Lilit un demonio bíblico?
2. ¿Cómo nació el relato del éxodo? 
3. ¿Por qué la Biblia cuenta tres muertes del rey Saúl? 
4. ¿Cuál es el libro más triste del Antiguo Testamento? 
5. ¿Predicaba Jesús con parábolas o con alegorías? 
6. ¿Cuándo se escribió el episodio de la adultera? 
7. ¿Entró Jesús en Jerusalén aclamado por la multitud? 
8. ¿Estuvo la Virgen María junto a la cruz de Jesús? 
9. ¿Por qué Marcos abandonó a Pablo en su primer viaje?
10. ¿Escribió Judas un libro de la Biblia?
 
 
El segundo tiene los temas siguientes:
 
1. ¿Quién es la única profetisa que lideró una guerra?
2. ¿Era homosexual el rey David?
3. ¿Quién fue el primer falso profeta?
4. ¿Cuál es el salmo más triste de la Biblia?
5. ¿Compuso María el himno del Magníficat?
6. ¿Por qué María no acompañó a Jesús durante su vida pública?
7. ¿Por qué enseñó Jesús la parábola del sembrador?
8. ¿Qué sucedió en la transfiguración de Jesús?
9. ¿Tenía la cruz de Jesús un cartel en tres idiomas?
10. ¿Dónde está la «carta con lágrimas» que escribió san Pablo?
 
Ya ven que no exagero y que no hay tema en estos dos libros que deje de suscitar la curiosidad del lector. Comento hoy solamente la primera historia/enigma del primero de los dos libros, porque casualmente en el Seminario sobre investigación moderna acerca de Jesús que doy a mis amigos los dos primeros lunes de mes, en La Ramallosa-Baiona, donde paso la mayor parte del año, me preguntaron el lunes pasado por el “personaje” (sic) bíblico Lilit y qué sabía yo de ella. Me informaron que había sido la primera mujer de Adán. Ni idea sólida por mi parte. Como esta historia de la primera mujer del protoplasto comienza en torno al siglo X d. C. yo no sabía nada prácticamente…; evidentemente se salía de mi ámbito de trabajo. Sólo conocía directamente a Lilit por su única mención en la Biblia en Isaías 34,14 en un oráculo profético contra Edom. Indirectamente sí me había preocupado algo por Lilit por haber editado en castellano, con traducción, introducción y notas aclaratorias, el Testamento de Salomón, un apócrifo del Antiguo Testamento nacido en torno a los siglos IV  o V de nuestra era (antes de la redacción del Talmud), pero con materiales antiguos (Apócrifos del Antiguo Testamento; vol. V, Cristiandad, Madrid, 1987, pp. 325-387). En este libro no aparece Lilit, pero sí un demonio femenino parecido, Onoscelis, hermosísima de aspecto, pero con piernas de mula (que a disimulaba con habilidad para unirse carnalmente a veces con sus víctimas, a las que luego mataba). Naturalmente me informé algo sobre demonios femninos.
 
Así pues, no pude responder nada concreto a mi preguntante. En verdad prácticamente nada sobre Lilit, salvo que la conocía por la Biblia, donde hay unas veinte o treinta clases de demonios, y de sus siete u ocho jefes. Le dije que ese demonio, o lo que fuere Lilit, había desaparecido del relato  bíblico, ya que los demonios se van reuniendo en una clase “los demonios” y con un solo jefe Satán o el Diablo. Y se acabó toda mi “ciencia”.
 
Y he aquí que me encuentro con el libro Uno de estos “Enigmas” de Ariel Álvarez Valdés y el tema primero ¡es sobre Lilit! ¿Qué era exactamente?, se pregunta el autor. ¿Un demonio bíblico? Así que devoré rápidamente las páginas dedicadas a ella (pp. 7-21) y me enteré de todo…, como para poder hablar un ratillo sobre lo que había leído: cómo ya en el mundo sumerio existía una “Lilitu”, demonio femenino perverso, que pasa rápidamente al lenguaje semita acádico-babilónico; cómo aparece en la Biblia (solo una vez) y por qué; cómo se interpreta ese pasaje de Isaías; cómo va evolucionando su figura desde la Biblia al Talmud (siglos V-VII); como se incorpora luego a las leyendas judías; cómo se inventa la idea de que fue la primera mujer de Adán y por qué; como sigue evolucionando hasta convertirse en un “atractivo” y peligrosísimo demonio… hasta hoy…, pues Lilit sigue teniendo su papel en el folklore judío actual. Se lo debo al breve capítulo de Ariel. Así que me resultó muy ameno y muy instructivo.
 
Seguiremos en otro momento comentando estos dos interesantes libros.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
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Miércoles, 14 de Agosto 2019
La idea del mundo condicionó la mentalidad de Jesús y de Pablo (6-08-2019. 1083)
Escribe Antonio Piñero
 
Foto:  de nuevo, la imagen del mundo según los acadios-babilonios.
 
 
Concluíamos en nuestra postal anterior que la concepción del universo sumeria-acádica-babilónica, tan pequeña y manejable, tiene enormes consecuencias en uno de los sustentos del cristianismo paulino de hoy: la teoría de la redención (muerte en cruz del hijo de Dios) del ser humano, que como hijo del primer hombre ha estropeado el designio divino a la hora de la creación. Y añado en cuanto a Jesús de Nazaret que el sentido de familiaridad con Dios, la fuerte impronta en su teología sobre la filiación divina solo es posible en un mundo en el que el Dios alejado y trascendente, teóricamente, está a la vez al alcance de la mano. La comunicación con Dios es posible; el interés de Dios por el mundo, igualmente; por medio de la oración es posible que el profeta de Galilea esté absolutamente seguro de que conoce la voluntad de Dios que complementa la palabra de este en las Escrituras. Todo es posible en un universo pequeño.
 
 
Y si Jesús hubiese nacido en el siglo XXI, muy probablemente no habría tenido esta concepción acerca de su comunicación con Dios. Y tampoco el primer evangelista, cronológicamente, Marcos, habría llegado a imaginar que en el bautismo de Jesús, el héroe e su relato, se abren –mejor “se rasgan”, indicando la cercanía– los cielos, y una voz declara a Jesús hijo de Dios, (por adopción, naturalmente).
 
 
Y respecto a Pablo esta cosmovisión explica aspectos esenciales de su teología, como he explicado en mi obra “Guía para entender a Pablo. Una interpretación del pensamiento paulino, Trotta, Madrid, 2ª edición, 2018:
 
 
No es de extrañar que el pecado del primer ser humano, Adán –concebido como la enemistad y separación del hombre de la divinidad creadora– genere en la mente divina graves problemas, ya que el hombre es lo más preciado de lo salido de entre sus manos (Salmo 8): la enemistad y el distanciamiento humanos respecto a Dios –debidos al pecado de Adán– distorsionan el diseño creativo de aquel. Así se explica el enorme interés de la divinidad por rescatar al hombre, al precio que fuere, de las consecuencias de su lapso, pues su caída repercute además en la creación entera. Es preciso borrar esa falta de Adán. Dios, pues, hará lo que fuere necesario por restablecer los lazos rotos por el pecado, hasta lo máximo.
 
 
Según Pablo, Dios decide enviar a su Hijo al mundo para que intervenga en él y lo restaure. Y así lo decide. Para que el envío sea efectivo, este Hijo adoptará una forma como la de los hombres para que estos lo sientan más cercano. Dios hace que la idea de mesías (de Israel y del mundo, añade Pablo) que prexiste en la mente divina antes de la creación del universo se encarne en un ser humano, perfecto por su obediencia a Dios y a su Ley, un hombre escogido de la estirpe de David (Romanos 1,3-4) y que es constituido plenamente “Hijo de Dios” con poder, según el Espíritu de santidad, después de su resurrección de entre los muertos, y exaltación a los cielos a la diestra de su Padre.
 
 
Pero al actuar en el mundo, el Hijo se encuentra con dos potentes enemigos, el Pecado y la Muerte, a los que derrota. El Hijo derrota al Pecado viviendo sin pecado y siendo obediente al máximo, incluso hasta la muerte. Y gracias a la victoria de su resurrección y vuelta al ámbito celeste, derrota a la Muerte, al ser el la primicia de los que habrán de resucitar para una vida eterna sin muerte alguna. El Hijo, tan preciado por su Padre, perece en una suerte de ofrenda voluntaria de su vida. Pero este acto de obediencia perfecta calma la ira de la divinidad por el pecado de Adán y sus descendientes y logra que se restituya la amistad primigenia entre la divinidad y su criatura. La creación entera salta de gozo y comienza su restauración.
 
 
Este es el marco en el que se desarrolla el tiempo mesiánico de Pablo, momento de la solución definitiva al problema del pecado primigenio descrito en Gn 3, según proclama su evangelio y en el que él vive. El sentido sacrificial de la muerte del Hijo, el Mesías, según Pablo se comprende muy bien si situamos el sacrificio de su muerte dentro del ámbito de este universo pequeño, semita, que hemos descrito y dentro igualmente dentro de las ideas de los habitantes del Mediterráneo oriental sobre el valor de la sangre como purificadora redentora,  en el sacrificio.
 
 
En mi libro sobre Pablo pongo como ejemplo  para entender la mentalidad paulina el caso del rey Jiel de Betel, que se cuenta en la Biblia hebrea. En Josué 6,26, tras la conquista de Jericó por los israelitas, se lee: “En aquel tiempo Josué pronunció este juramento: ¡Maldito sea delante de Yahvé el hombre que se levante y reconstruya esta ciudad (Jericó)! ¡Sobre su primogénito echará su cimiento y sobre su pequeño colocará las puertas! Y en 1 Reyes 16,34 se narra cómo se cumple la profecía: “En su tiempo Jiel de Betel reedificó Jericó. Al precio de Abirón, su primogénito, puso los fundamentos, y al precio de su hijo menor Segub, puso las puertas, según la palabra que dijo Yahvé por boca de Josué, hijo de Nun”.
 
 
Este par de textos presenta las siguientes perspectivas: rey – grave problema - hijo muy querido - sacrificio de éste - solución del problema. La interpretación de la muerte del Mesías como sacrificio tiene los mismos elementos: rey (celestial) – grave problema (falta de Adán; pecado; muerte; separación/enemistad de la criatura respecto al Creador) – hijo muy querido (enviado a la tierra) – sacrificio (muerte en cruz) – solución del problema (restauración del orden: Creador y criatura vuelven a la amistad).
 
 
Las circunstancias son distintas, pero el esquema mental es muy similar. Me parece muy plausible que Pablo, como buen judío, albergara una concepción parecida; y en concreto que, como judío helenístico, tampoco le repugnara la noción sacrificial en sí, porque en su entorno el sacrificio y la sangre, incluso el sacrificio humano, vicario, de una persona para que otras no tuvieran que morir, eran considerados manera habitual de solucionar problemas entre las divinidades y los humanos. Así, desde Agamenón y su hija Ifigenia, en Áulide, o de Creonte, en la tragedia “Las Fenicias” de Eurípides, preparado para la muerte para redimir a su patria (v. 969), o de la bella Alcestis, dispuesta a morir para salvar la vida de su esposo: “Alcestis” vv. 155. 284.
 
 
La cosmovisión semítica, de un mundo muy pequeño con un Dios al alcance de la mano y que mira constantemente hacia su creación, puede iluminar también otros varios aspectos de la ideología de Pablo:
 
 
· Así, la elección de un pueblo, dentro de una tierra muy pequeña, que esté dispuesto a obedecer a Dios y a llevar adelante sus designios, a pesar de los fracasos del resto de los humanos, y que sirva como de faro a la humanidad. De este modo, al menos una parte de creación en cuanto a su parte principal, los hombres, estará con Dios en la historia y el resto tiene un ejemplo al que atenerse.
 
 
· En un diseño holístico, global, como es el de este universo tan abarcable, el vocablo “todo” significa muy probablemente el “conjunto del diseño”, no las partes. Por ello el problema del mal no es absolutamente grave ya que el que lo padece, el individuo, carece de entidad respecto al Todo. Tampoco lo es el que bastantes de los humanos se condenen, con tal de que el Todo se salve.
 
 
· Pablo puede acusar a los gentiles de ciegos y empecinados al no ver la hermosura y la perfección de lo creado y de no dar honra a la gloria divina, que así lo hizo, estando todo ello tan a su mano. Los gentiles han sustituido voluntariamente la adoración del Dios creador por la veneración de falsos dioses, entidades inanes e intramundanas.
 
 
· Si la divinidad suprema ocupa la cúspide de la Totalidad, la obligación absoluta del resto de los habitantes del universo, hombres y espíritus, es obedecerla. Ni paganos ni judíos tienen excusas para no obedecer a la escucha de la proclamación del mesías que es el último acto del diseño creativo global.
 
 
· En este universo con una divinidad tan “accesible” es fácil de comprender la posibilidad de la revelación. La divinidad se comunica constantemente con los hombres por sí misma o por intermediarios, y algunos seres humanos pueden también llegar a comunicarse directamente con la divinidad. Pablo es uno de ellos. Como receptor de revelaciones divinas, además de siervo privilegiado del Mesías, puede afirmar que su evangelio procede directamente de Dios, no de los hombres, e interpretar los oráculos divinos, la Biblia, como un profeta inspirado por la divinidad.
 
 
· El eje vertical del diseño, con su parte celestial, divina, luminosa, buena, arriba, aclara también en parte –otra explicación puede ser el platonismo vulgarizado de la época– otras concepciones paulinas como la dicotomía, u oposición, entre carne, tinieblas, maldad, abajo, y espíritu, luz, bondad, arriba. Los ejemplos podrían multiplicarse.
 
 
Una reflexión final a propósito de este marco. La cosmovisión de Pablo, propia de una sociedad acádico-babilónica-hebrea-griega (en parte) de hace más de tres mil quinientos años, no se modificó sustancialmente, al menos entre la gente sencilla, desde el siglo I hasta finales del XIX o incluso mediados del siglo XX. Y mientras la cosmovisión no se modifique, la ideología sigue siendo válida.
 
 
Por el contrario, en ambientes cultos, a partir de la Ilustración y sobre todo en el siglo XX, una nueva concepción del mundo, una cosmología radicalmente distinta, gobernada por la ciencia, se ha ido implantando en círculos sobre todo occidentales, o influidos por Occidente. El cambio de punto de vista tiene enormes repercusiones a la hora de verter el pensamiento de Pablo en moldes de nuestros días. Parte de las ideas, ligadas indisolublemente a tal cosmovisión, no son comprensibles para el hombre moderno.
 
 
Ahora bien, si Pablo, como Jesús, depende mentalmente de este tipo de concepción del mundo y de una intelección al pie de la letra de su Biblia, no parece razonable cualquier intento de sacarlo violentamente de este ámbito y trasladarlo sin las pertinentes explicaciones a las ideas modernas, pues sería forzarlo. No puede pretenderse una desmitologización absoluta de sus conceptos, pues ello supone arrancarlo de su entorno. Y no puede negarse que Pablo albergar ciertas concepciones porque estas no sean del gusto de hoy. La misión de un intérprete moderno no es acomodar el pensamiento del Apóstol a nuestros días, sino entender qué quiso decir él a los lectores de su tiempo y con las ideas de su tiempo.
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
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Martes, 6 de Agosto 2019
Antonio Piñero y Gabriel Andrade: “Sobre Pablo de Tarso. Vida y obra”. Enlaces de vídeo y audio. Serie de radio y televisión (02-8-2019. 1082)
Escribe Antonio Piñero  
 
 
El conocido periodista venezolano, Gabriel Andrade tuvo que huir de la Venezuela de Maduro, ya que sus críticas veladas (es profesor de filosofía) y sus libros críticos…, publicados en España por la Editorial Laetoli, de Pamplona, unidos a la prudencia, le aconsejaron emigrar.
 
 
Desde las Islas Caimán, donde lo ha acogido la Universidad local, ha hecho conmigo una serie sobre Pablo de Tarso, que ha ido subiendo a Internet en audio y vídeo.
 
 
Con la experiencia de más de 500 programas de radio en los últimos 25 años, considero que sus preguntas sobre la vida y la doctrina de Pablo que me ha formulado G. Andrade han sido excelentes. Muchas me han parecido básicas para aclarar algunos puntos oscuros de la biografía de Pablo y los elementos básicos de su doctrina, junto con las dificultades históricas que presenta la narración de los Hechos de los Apóstoles. Así que me ha parecido bien transmitirles los enlaces por si alguno tuviera interés.
 
He acá, pues, los enlaces de vídeo, en orden, del 1 al 11:
 
https://www.youtube.com/watch?v=LwUV6Kb7huQ  
 
https://www.youtube.com/watch?v=WVqB0ExqEIo&t=3219s
 
https://www.youtube.com/watch?v=u8Mn71QZDdE&t=1030s
 
https://www.youtube.com/watch?v=8mgJGrKwfvU
 
https://www.youtube.com/watch?v=D6lZRSfGBrU&t=1366s
 
https://www.youtube.com/watch?v=GAmwk__u2eY&t=2799s
 
https://www.youtube.com/watch?v=eZxo-ShJ_i8&t=933s
 
https://www.youtube.com/watch?v=gd-681U6yj8&t=3370s
 
https://www.youtube.com/watch?v=jIUGWC1w5mw&t=835s
 
https://www.youtube.com/watch?v=JFMZf2r6oKA&t=3472s
 
https://www.youtube.com/watch?v=eOmf6X_gKi4
 
 
 
Y aquí, los audios, en el mismo orden:
 
 
https://www.ivoox.com/biografia-pablo-tarso-antonio-pinero-audios-mp3_rf_37326292_1.html  
 
https://www.ivoox.com/biografia-pablo-tarso-antonio-pinero-audios-mp3_rf_37442136_1.html   
 
https://www.ivoox.com/biografia-pablo-tarso-antonio-pinero-audios-mp3_rf_37442136_1.html
 
 https://www.ivoox.com/biografia-pablo-tarso-antonio-pinero-audios-mp3_rf_38329341_1.html
 
https://www.ivoox.com/biografia-pablo-tarso-antonio-pinero-audios-mp3_rf_38333996_1.html  
 
https://www.ivoox.com/biografia-pablo-tarso-antonio-pinero-audios-mp3_rf_38697774_1.html
 
https://www.ivoox.com/biografia-pablo-tarso-antonio-pinero-audios-mp3_rf_38805081_1.html
 
https://www.ivoox.com/biografia-pablo-tarso-antonio-pinero-audios-mp3_rf_38805231_1.html
 
https://www.ivoox.com/biografia-pablo-tarso-antonio-pinero-audios-mp3_rf_38805349_1.html
 
https://www.ivoox.com/biografia-pablo-tarso-antonio-pinero-audios-mp3_rf_39064734_1.html
 
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
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Viernes, 2 de Agosto 2019
La cosmovisión sumeria-acádica-babilónica es la misma que la de Jesús de Nazaret y de Pablo (28-07-2019.1081)
Escribe Antonio Piñero
 
 
Dijimos en la postal anterior que la antigua concepción hebrea del mundo se basa fundamentalmente en la imagen del mundo que presentamos en el gráfico adjunto a la postal. Los hebreos añadieron a la que añadían algunas precisiones, que intentaban formar un sistema más concorde con sus ideas de un Dios único.
 
 
A partir de un caos originario e informe, que se corresponde con las aguas subterráneas de la imagen que presentamos (G: base del océano terrestre), Dios era quien había creado, u ordenado, el cielo, la tierra y los abismos: las tres entidades formaban el “todo”, el universo, concebido generalmente con las mismas tres partes: el cielo arriba; la tierra abajo, y por debajo de ella el mundo subterráneo, constituido en parte por esas aguas caóticas primordiales y por el reino de los muertos.
 
 
Obsérvese de nuevo que –como dijimos también– según Gn 1,1-2, no queda claro del todo si la creación de cielos y tierra es a partir de la nada (no lo dice el texto estrictamente), o bien a partir de un caos originario e informe, sobre el que aleteaba el espíritu divino. Y no es opinión mía, sino de gente mucho más experta que yo en la cosmogonía cananea (los israelitas eran una rama de este pueblo), como es Gregorio del Olmo Lete. Este Dios es considerado a la postre como único absoluto, porque el texto final del Génesis está redactado en torno al siglo V a. C. Anteriormente al exilio de Babilonia es muy posible que el monoteísmo absoluto no fuera la fe del pueblo hebreo en general, sino el henoteísmo.  "Yahvé no era un dios único (había otros), pero sí el más fuerte y poderoso. A él solo debía adorarse. Y los hebreos tenían la suerte que ese Dios poderoso era el suyo.
 
 
Dijimos también que los israelitas modificaron el número de esferas celestes hasta siete, número que indica la perfección. El cielo, en su esfera superior, la séptima, es la morada del Dios único y de su corte celestial, ángeles superiores, arcángeles o “ángeles de la faz”, es decir, que ven directamente el rostro de Dios. Los espíritus angélicos en general sustituyen a los dioses secundarios de los acadios y babilonios de su panteón politeísta.
 
 
Los astros entre el cielo y la tierra estaban gobernados por delegados de Dios, ángeles también o arcontes celestes. Unos astros eran buenos y otros perversos, según el gobierno de sus ángeles, que hacían variar sus órbitas en el caso de los malvados porque no quieren obedecer a Dios. Los que rigen las estrellas fijas, de órbitas inmutables, sin buenos. Los que gobiernan los planetas son ángeles rebeldes, por lo que los planetas no tienen una órbita perfecta, circular.
 
 
La tierra se concebía unas veces como un cuadrado, y otras como una especie de rodaja redonda cuyos límites coincidían con el fin de los cielos en su parte inferior. Los hebreos seguían manteniendo que  las esferas celestes estaban sustentadas por unas enormes columnas, alejadas entre sí, pensadas como montañas grandes y estilizadas; el mundo subterráneo tenía también sus columnas sustentantes proyectadas hacia abajo.
 
 
Pero con el paso del tiempo, el judaísmo helenizado, a partir sobre todo del siglo III a. C. subordinó esta cosmovisión:
 
 
A) A una fe monoteísta en un Dios único. Los dioses secundarios se transforman en ángeles y demonios, siendo los primeros los cortesanos del Rey único. Como gema preciosa de la creación este Dios único había plasmado el ser humano;  
 
 
B) A una concepción apocalíptica muy extendida en círculos de piadosos: fuera de Dios todo está sujeto a una ley divina: el tiempo inexorable es el que conforma una historia del universo y del ser humano diseñada desde siempre por la divinidad. La historia avanza en línea recta desde los orígenes (creación y el paraíso para el ser humano) hasta la consumación final con peripecias diversas. El universo era al principio bueno y perfecto, pero luego resultó tremendamente desordenado por los pecados y la mala inclinación del hombre. Finalmente Dios volverá a poner orden en su creación, y volverá a generarse un nuevo todo, un mundo futuro, similar al del principio, probablemente unos cielos nuevos, o renovados, y una tierra nueva, o renovada, en donde los seres humanos justos (israelitas o convertidos) vivirán felices por siempre jamás.
 
 
Este es el mundo en el que vivía y pensaba, sin duda, Jesús de Nazaret. Y este universo semita coincide en parte con la del otro mundo al que pertenece Pablo, nacido en Tarso en Asia Menor, el helenismo, de lengua griega. Detengámonos un momento en considerar la cosmogonía griega de la época de Jesús y de Pablo, porque en algunos rasgos es parecido, pero teniendo en cuenta que para los griegos el cielo y la tierra existen desde siempre: la materia es eterna. El primero es como la mitad de una esfera, sólida. Este “cuenco” celeste cubre una tierra que es plana. La parte del espacio entre la tierra y el cielo hasta las nubes contiene aire o éter. Bajo la tierra, y hacia abajo, hay un espacio amplio, en cuyo final hunde sus raíces el Tártaro. La tierra está circundada por un río inmenso, el Océano.
 
 
Es importante recalcar, insistir una y otra vez porque no suele decirse, que en esta imagen del universo se basa la estructura mental de Jesús de Nazaret y de Pablo de Tarso, obtenida fundamentalmente de la lectura de los libros sagrados: tanto Jesús como Pablo dependen de la Biblia hebrea, o de parte de la mentalidad griega del otro. Ambos personajes son pensadores apocalípticos, cuyas ideas básicas encajan perfectamente en ella. En el caso de Pablo, el hecho de que concebía el mundo según esta cosmovisión se confirma por 2 Cor 12,1-2: Vendré a las visiones y revelaciones del Señor. 2 Sé de un hombre en Cristo de hace catorce años, si en el cuerpo o fuera del cuerpo no lo sé, Dios lo sabe…; ese tal fue arrebatado hasta el tercer cielo…
 
 
En esta imagen del universo asumida más en concreta por Pablo, ya que de Jesús no quedan testimonios expresos, Dios, por muy alejado que se lo presente y a pesar de la distancia entre el cielo y la tierra, está relativamente cerca. En ellos parece que está ya afianzada la idea de la creación, aunque la precisión de que esta fue “desde la nada” es una determinación posterior en el tiempo. El universo así concebido es en sí muy pequeño; la divinidad es una entidad muy próxima, y se concibe además antropomórficamente. Sus rasgos básicos son como los humanos, aunque su pensamiento sea siempre muy superior. La tierra es el centro preferente de la creación divina, y hacia ella dirige siempre sus ojos el Dios único, pues en ella ha creado, a su imagen y semejanza, al ser humano.  Ángeles y demonios, además de cortesanos, tienen la función de emisarios buenos, los ángeles, ya de sus contrapartidas perversas, los demonios, cuya misión es a veces poco explicable. Pero ambas clases rellenan el hueco entre el cielo y la tierra, actuando constantemente en la esfera de los hombres y salvando así la distancia entre Dios y el hombre. Pero Dios dirige, consiente o permite todo, arriba y abajo, con designios muchas veces misteriosos.
 
 
Y esta concepción del universo, tan pequeña y manejable, tiene enormes consecuencias en uno de los sustentos del cristianismo paulino de hoy: la teoría de la redención (muerte en cruz del hijo de Dios) del ser humano, que como hijo del primer hombre ha estropeado el designio divino a la hora de la creación.
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
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Domingo, 28 de Julio 2019
Cómo se concebía el universo en Mesopotamia y la cosmología bíblica (25-07-2019. 1080)
Escribe Antonio Piñero
 
 
En extremo interesante para comprender el universo bíblico, e indirectamente la función de Dios en ese universo y el papel del ser humano en él, es el capítulo 5 (“Eclosión de los reinos amorreos. Cosmología sumerio-acadia, cosmología bíblica”) en la sección dedicada a la explicación de la constitución del mundo, en las pp. 104-108, del libro de Francesc Ramis Darder, “Mesopotamia y el Antiguo Testamento”, que ya he comentado anteriormente. El libro está publicado por la editorial Verbo Divino, en 2019, en la colección “El mundo de la Biblia”, y su ISBN es 978-84-9073-490-2.
 
 
Señala nuestro autor que cuando los amorreos (antecesores de los cananeos/hebreos) penetraron en Mesopotamia, hacia el año 2.000 a. C., quedaron deslumbrados por la tradición sumerio-acadia. Y añado por la inmediata sucesora de estas, la babilonia (no olvidemos que Hammurabi empuñó el cetro de Babilonia desde 1792 al 1750 a. C.). Más tarde, los autores de la Biblia, al fin y al cabo de estirpe semita y de la misma familia lingüística, integraron esa cultura que se transformó en el trasfondo de muchas narraciones veterotestamentarias, como ya indicamos. El origen bíblico del cosmos, su estructura, la creación del hombre, el paraíso, el diluvio, y algunos relatos más de nuestra Biblia hebrea no son más que acomodaciones a una teología monoteísta de la concepción del universo politeísta que tenían sus antecesores sumerios-acadios-babilonios.
 
 
Parafraseo la p. 104 del mencionado libro: La parte inferior del cosmos completo estaba constituida por la ‘tierra’, un disco sólido formado por montañas y valles, surcado por ríos, acotado por mares y lagos, que era el ámbito de la existencia humana. La parte superior era el ‘cielo’, que tenía una bóveda, de material duro, metálica. Ese espacio en forma de bóveda contenía una enorme masa de agua dulce (las denominadas “aguas superiores”) y tenía compuertas que los dioses abrían para dejar la benéfica lluvia caer sobre la tierra. Entre el cielo y la tierra estaba el aire. Al principio, la bóveda se pensaba como una masa indeterminada; posteriormente se imaginó que estaba dividida en tres partes, cuya superior estaba habitada por los dioses superiores.
 
 
La luna y las estrellas eran concentraciones de aire y fuego. Las estrellas fijas estaban ancladas en la bóveda celeste; y el sol, la luna y los planetas entonces conocidos circulaban por unas como estrías que poseía esa bóveda y marcaban el curso de esos astros no fijos, sino móviles. Debajo de la tierra había también mucha agua, “las aguas inferiores”, que contenía además un lugar oscuro, el depósito de los humanos difuntos. Los hombres habían aparecido sobra la tierra por voluntad de los dioses. La creación del primer hombre fue realizada por ellos amalgamando arcilla previamente amasada y la sangre de un dios inferior degollado. Así, el hombre es terrestre, pero tiene algo de divino. Los animales fueron creados a partir también de arcilla, pero sin rastro alguno de sangre divina. Eran como un ejército de seres al servicio del ser humano. Y espontáneamente habían surgido de la tierra los vegetales, también para servir a los humanos.
 
 
Ramis Darder describe (pp. 106-107) el cosmos de la Biblia hebrea como un producto de esta tradición sumeria-acádica-babilónica. Ese cosmos era en realidad muy pequeño. La tierra era plana, un disco sostenido por columnas, que –a su vez– se apoyaban de modo misterioso sobre un mar inferior, bajo la superficie terrestre (Sal 24,2). Naturalmente, esas columnas se cimbreaban un poco y provocaban los terremotos que siente la tierra de vez en cuando (Sal 75,4). Bajo la tierra hay un inmenso depósito de agua, que alimenta mares, fuentes y ríos. Y también existe un lugar lóbrego, el sheol, que es el depósito donde se guardan las “sombras”, o humo, que tienen figura reconocible, de los humanos que pasaron sobre la superficie de la tierra.
 
 
Los extremos de esa superficie terrestre tenían montañas muy altas, que eran como las columnas que sostenían el cielo (Job 26,11). Este se concebía también como una campana o bóveda que se llamaba el “firmamento”, que a su vez sostenía las aguas superiores, desinadas a las lluvias (Gn 1,7). También esa bóveda celeste tenía compuertas (Is 24,18), de la que caía la lluvia (Mal 3,10).
 
 
Y ahora cito literalmente (p. 107): “El firmamento desempeñaba una doble función. En primer lugar separaba las aguas de la superficie de la tierra (mares, lagos, ríos y fuentes) de las aguas situadas sobre ese firmamento que ocasionaban la lluvia (Gn 1,6). El susodicho firmamento sostenía también al sol, la luna y las estrellas (fijas), que no son dioses, sino que penden del firmamento para separar el día de la noche, y servir de señales para distinguir las estaciones, los años y los días. También desempeñan la tarea de alumbrar la tierra (Gn 1,15). Así el sol durante el día, y la luna por la noche, recorren la campana del firmamento. Y sobre las aguas del firmamento hay una superficie sólida que envuelve todo el cosmos (Gn 1,6). Más allá de esta segunda cubierta está la morada divina –un único dios–, el trono del Señor, inaccesible para el ser humano (Ez 1,22.26; 10,1).
 
 
“La superficie terrestre veía crecer las plantas, puesto que a la orden de Dios la tierra hacía brotar hierba verde que engendra semillas, según su especie, y árboles que dan frutos (Gn 1,12). Después el Señor determinó que bulleran las aguas de seres vivientes, que los pájaros volaran sobre la tierra; y a continuación creó los grandes cetáceos; acto seguido dio origen a los animales terrestres y finalmente al hombre (Gn 1,11-27).
 
 
Como puede verse fácilmente hay una semejanza estructural muy estrecha entre la cosmología de la Biblia hebrea y la antigua sumeria-acádica-babilónica. El próximo día extraeremos unas consecuencias de esta cosmología que creo fundamentales no solo para la comprensión del Antiguo Testamento, sino para hacernos una idea de cómo entendieron Jesús y Pablo de Tarso la actuación de la divinidad para rescatar al ser humano del lapso de Adán dentro de este universo tan pequeñito.
 
 
Seguiremos, pues.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
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Jueves, 25 de Julio 2019
El jardín del Edén. Mesopotamia, eco bíblico del paraíso terrenal (21-07-2019. 1079)
Escribe Antonio Piñero
 
 
Foto: Hammurabi, rey babilonio del siglo XVIII a. C.
 
 
Comento hoy el primer capítulo (“Geografía y descripción del paraíso”) del libro de Francesc Ramis Darder, “Mesopotamia y el Antiguo Testamento”, que ha publicado muy recientemente la editorial Verbo Divino. Mi breve comentario de hoy indicará el carácter del libro y cómo está construido. Como la historia de la región mesopotámica y sus habitantes abarca un dilatado arco temporal, el autor se ciñe a la consideración de esa zona desde que forma una entidad política perceptible: el surgimiento de los sumerios (hacia el 3.000 a. C.) hasta la época de Ciro II, el Grande, monarca persa que conquistó la zona en torno al 539 a. C. El autor se detiene ahí y no considera las etapas históricas de la región dominadas por los persas, tras el asentamiento del poderío  de Ciro II, y por los soberanos helenísticos.
 
 
El sistema del comentario por parte del autor, en general, es recorrer los hitos históricos que convienen para los pasajes bíblicos veterotestamentarios en los que se percibe el influjo de las leyendas y la historia mesopotámica y hacer una lectura de esos pasajes evocando también el pensamiento bíblico completo, es decir, aduciendo otros textos del Antiguo Testamento que ayuden a comprender bien el trasfondo de la leyenda. Se trata, por tanto, de un ejercicio de hermenéutica del texto bíblico, y una suerte de comentario del pasaje en cuestión y de otros, como en una suerte de “lectio divina”.
 
 
El capítulo primero se ocupa de la descripción del paraíso terrenal en el libro del Génesis. El texto es Gn 2,7-15, cuya redacción definitiva se presume que es bastante tardía, del siglo V a. C., aunque las leyendas forman su base procedan como mínimo del siglo XVIII a. C., época del rey babilonio Hammurabi.
 
 
Según nuestro autor, la descripción del Edén bíblico evoca el resultado completo de la historia mesopotámica, y de los inmensos esfuerzos por hacer que la riqueza natural de aquella zona, tan irrigada por el Tigris y Éufrates y multitud de afluentes, se convirtiera desde un territorio inhóspito, salvaje y más bien, tal como estaba en los inicios, en una suerte de jardín/huerto feraz. Al parecer desde tiempos muy antiguos una intensa labor de desbroce y limpieza, y una tenaz política hidráulica muy precisa (presas, acueductos, embalses y canales) hizo de la zona algo inusitadamente feraz. Considérese también que allí abundaban en estado salvaje ovejas, cabras, vacas, cerdos y camellos y que crecían espontáneamente lo cereales básicos como el trigo y la cebada.
 
 
 
La Biblia con su relato hace que ese lugar inhóspito, pero potencialmente feraz de los inicios de la civilización, se convierta por obra divina en un jardín. Fue Dios “el que plantó un jardín del Edén” (Gn 2,8); no fue obra humana. En esa frase, el vocablo “edén” significa lo “excelente” y “delicioso” (2 Samuel 1,24; Jeremías 51,34; Salmo 36,9). Y según nuestro autor este hecho no es más que el trasunto de la idea, histórica, de que la región “era una suerte de jardín protegido por los reyes, lugartenientes de los dioses, para propiciar la felicidad del hombre. Así lo certificó Hammurabi en el prólogo del código que lleva su nombre: «Los dioses Anum y Enlil me eligieron… para proclamar el derecho en este país y para que pudiera iluminar el país para asegurar el bienestar de la gente»” (p. 25).
 
 
Ramis Derder anota que el término “jardín”, plantado por mano de Dios, evoca el ámbito divino en el que la divinidad protege y defiende especialmente al ser humano, citando a Is 58,11: “Te guiará Yahveh de continuo, hartará en los sequedales tu alma, dará vigor a tus huesos, y serás como huerto regado, o como manantial cuyas aguas nunca faltan”, y a Jeremías 31,12:  el pueblo judío, liberado de sus enemigos, “acudirá al regalo de Yahvé: al grano, al mosto, y al aceite virgen, a las crías de ovejas y de vacas, y será su alma como huerto empapado, no volverán a estar ya macilentos”.
 
 
Así puede entenderse bien, a la luz de la feracidad del territorio, ayudada por mano humana, el relato que le Génesis atribuye solo a Dios, tras formar al hombre (solo varón al principio) del polvo:
 
 
“Luego plantó Yahveh Dios un jardín en Edén, al oriente, donde colocó al hombre que había formado. 9 Yahveh Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles deleitosos a la vista y buenos para comer, y en medio del jardín, el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal. 10 De Edén salía un río que regaba el jardín, y desde allí se repartía en cuatro brazos. 11 El uno se llama Pisón: es el que rodea todo el país de Javilá, donde hay oro. 12 El oro de aquel país es fino. Allí se encuentra el bedelio y el ónice. 13 El segundo río se llama Guijón: es el que rodea el país de Kus. 14 El tercer río se llama Tigris: es el que corre al oriente de Asur. Y el cuarto río es el Éufrates. 15 Tomó, pues, Yahveh Dios al hombre y le dejó en al jardín de Edén, para que lo labrase y cuidase”.
 
 
Resulta que el motivo del “árbol del bien y del mal” procede también de la teología mesopotámica, que hace de la presencia de los árboles uno de los ejes que sustentan la existencia del mundo. Escribe nuestro autor: “Así lo señala a modo de ejemplo, la epopeya de Gilgamesh, obra señera de la literatura mesopotámica, que  muestra cómo en la ciudad de Eridu, el centro del mundo, se yergue un árbol negro, el kinsanu, alegoría de la presencia de la diosa Ea, consejera del ser humano, que se paseaba en torno al árbol” (p. 27).
 
 
Como puede observar el lector, este entrecruzamiento de historia mesopotámica, relato del Génesis y aportación de sentido por medio de otros textos bíblicos convierte a este libro en interesante lectura, y agradable.
 
Seguiremos.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
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Domingo, 21 de Julio 2019
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Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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