Notas
Hoy escribe Fernando Bermejo
Los episodios principales de la crisis iconoclasta que tuvo lugar en el Imperio bizantino entre los ss. VIII y IX son lo bastante bien conocidos como para que no haya necesidad alguna de insistir en ellos. Menos manido es el fenómeno de la iconoclastia occidental en el Imperio carolingio, que –aunque no tuvo el alcance ni la repercusión que en la Iglesia Ortodoxa– se manifestó de varios modos. Dado que hemos tenido ocasión de referirnos a Pedro de Bruys y los petrobrusianos en una época posterior, el s. XII, vale la pena hoy llamar la atención de los lectores sobre un fenómeno de iconoclastia -y, más específicamente, de estauroclastia- que tuvo lugar en época carolingia, máxime teniendo en cuenta el hecho de que quienes estuvieron implicados en él fueron esta vez eclesiásticos, y de origen español. Una personalidad especialmente curiosa en este contexto es la de Claudio,un clérigo de origen español, aunque ninguna fuente fija el pueblo o la comarca de su nacimiento. Dado que sí se sabe que fue discípulo del obispo adopcionista Félix de Urgel, y en virtud de otros testimonios, no es descabellado pensar que hubiera nacido en una región que Carlomagno reconquistó entre 785 y 810, y que fue llamada, entre 821 y 850, Marca Hispánica (Marca Hispaniae o Marca Hispanica) que comprendía el territorio de la península ibérica adyacente a los Pirineos (norte de Aragón y Cataluña). Una vez ordenado presbítero, Claudio estuvo un tiempo en la corte de Ludovico Pío, el único hijo superviviente de Carlomagno, con el cargo de maestro del palacio imperial. Claudio fue nombrado obispo de Turín de 816 hasta su muerte, acaecida hacia 828-830. Su fecha de nacimiento se desconoce (prob. ca. 780). A pesar de que la iconomaquia no resume la personalidad de un hombre que se proclamaba biblista de vocación (de hecho, la mayor parte de sus escritos consiste no en textos doctrinales o polémicos, sino en comentarios del Antiguo y el Nuevo Testamento), Claudio debe sobre todo su notoriedad a su oposición activa y violenta al culto de las imágenes, una actitud relativamente excepcional en el Imperio carolingio, que hizo de él, de algún modo, un propagador, consciente o no, del iconoclasmo bizantino entre los francos. Resulta que, llegado a Turín, Claudio halló en su diócesis lo que consideró supersticiones paganas en lo relativo al culto de las imágenes. Queriendo atajarlas, él mismo –según su propia declaración en uno de sus escritos, el Apologeticum- procedió a destruirlas: “Después de que yo, contra mi voluntad, hubiera tomado sobre mí la carga de la función pastoral, y de que hubiera sido enviado por Luis, el piadoso príncipe, hijo de la santa Iglesia Católica del Señor, llegué a Italia, a la ciudad de Turín. Encontré todas las basílicas, en desprecio del orden de la verdad, llenas de exvotos e imágenes, y, dado que todos les daban culto (quia quod omnes colebant), me puse yo solo a destruirlas (ego destruere solus coepi). He aquí por qué todos abrieron sus bocas para blasfemar contra mí, y, si el Señor no me hubiera socorrido, quizás me habrían devorado vivo (forsitan vivum deglutissent me). Adviértase que el año en que tiene lugar esta acción es probablemente el de 816. En Bizancio, había llegado al trono tres años antes León V (813), que tenía convicciones iconófobas tan fuertes como las de su predecesor homónimo, León III el Isaurio, lo que hará de nuevo revivir la propaganda iconoclasta y la persecución de los iconódulos, con su triste cortejo de encarcelamientos, exilios, y pronto también de violencias y crueldades, a veces asesinas. Claudio no pudo ignorar estos acontecimientos, y aun si pudo reprobar los excesos más graves, es verosímil que encontrara en el retorno al poder de los iconoclastas griegos un impulso a su propio rechazo del culto de las imágenes. No sabemos si Claudio pudo ser auxiliado en su celo estauroclasta por algún ayudante, pero el relato del Apologeticum más bien indica el aislamiento de su posición. Dicho sea de paso, nótese que el final de la cita tiene una doble alusión bíblica (recordemos que Claudio era ante todo un exegeta), que combina Lam 2, 16 o 3, 46 y Sal 123, 3. De este modo, el obispo se asimila implícitamente a los justos perseguidos –y solitarios– del Antiguo Testamento. En todo caso, no es posible reconstruir en la acción de Claudio nada parecido a las rebeliones populares contra las imágenes como las que se darían en la época de la Reforma en la década de 1520 en Zürich o Estrasburgo. El hecho de haber escandalizado a sus feligreses y a otros colegas de episcopado ganó a Claudio la reputación de hereje. De hecho, su comportamiento y algunos de sus escritos le valieron al obispo acusaciones de tal vehemencia que se convirtió en el dignatario eclesiástico más execrado de su tiempo. Sus enemigos hicieron todo lo posible para pintarle a una luz odiosa y literalmente monstruosa (incluyendo, por supuesto, la acostumbrada inspiración diabólica). El propio papa Pascual I (817-824) le comunicó su desaprobación, lo que no llama la atención en un pontífice que intentó defender el culto de las imágenes contra los inconoclastas, como lo prueba la carta que escribió al emperador bizantino León V. Aunque la intervención de la sede romana no hizo variar las ideas de Claudio, al menos parece haberle vuelto más circunspecto, pues a pesar de todas las críticas, siguió en su sede episcopal hasta su muerte. ¿Cuáles fueron los argumentos iconoclastas de Claudio, las razones esgrimidas para un comportamiento tan contrario a la tradición y la praxis eclesial de Occidente? Lo veremos en un próximo episodio. Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Miércoles, 15 de Febrero 2012
Comentarios
Notas
Hoy escribe Gonzalo del Cerro
Hecho VI (cc. 64-86): Debate con los judíos en Nicatera El Hecho VI tiene lugar en la ciudad griega de Nicatera. El judío Ireo es también aquí el centro del relato. Como Felipe residía en la casa de Ireo, era éste el blanco de la hostilidad de los ciudadanos, movidos por los judíos de la ciudad. Se sentían ofendidos no solamente porque Ireo había creído en Cristo, sino porque además alojaba a Felipe en su casa. Llegaron, pues siete hombres, calificados por la criada de la entrada como “llenos de maldad y de injusticia”. Ireo aseguraba que nunca se separaría del apóstol. Pero se fue con ellos como le pedían. Le exigían explicaciones de su cambio, es decir, cómo es que se había dejado engañar por aquel mago. Querían además que se lo entregara. Al ver que la actitud de los jefes era de todo menos pacífica, Felipe tomó la decisión de entregarse para evitar males mayores. Ireo hizo lo posible por proteger al apóstol exigiendo que se le proporcionara un juicio justo. La gente gritaba contra el “mago” diciendo que, según su doctrina, todos debían “permanecer castos si querían vivir y ser como luceros en el cielo” (c. 71,2). Otro judío importante, de nombre Aristarco, intervino con buenas palabras, pero rechazaba las amenazas de herir a todos de ceguera, proferidas por Felipe. Afirmaba con cierta presunción que, si quería, podía hacer que Felipe fuera lapidado con sus amigos. Tuvo luego la osadía de mesar la barba del apóstol, que no aguantó más sino que dijo a Aristarco: “Tu mano quedará seca, tus oídos sordos y doloridos, y tu ojo derecho ciego”. Afloró el talante de Felipe como en otros pasajes de su historia. Se cumplió al punto la palabra de Felipe con exactitud. Aristarco pedía a gritos la compasión de Felipe y suplicaba a sus compañeros que insistieran con él en sus ruegos. Conmovido Felipe, pidió a Ireo que lo curara poniendo sobre su cabeza la mano derecha y haciendo sobre él la señal de la cruz. Ireo se acercó al enfermo y le dijo: “En el nombre de Jesucristo crucificado, recobra la salud”. Curado Aristarco de inmediato, propuso al apóstol un debate doctrinal a partir de las Escrituras sagradas. La gente apoyaba el proyecto añadiendo que si Felipe vencía, todos creerían en el Cristo que predicaba. Como ambos contendientes aceptaban la Sagrada Escritura como criterio de verdad, la disputa tenía puntos de apoyo comunes que facilitaban el entendimiento. Después de una serie de citas bíblicas aportadas por Aristarco y otra de referencias hechas por Felipe, concluía éste diciendo que “todo el coro de los profetas y todos los patriarcas habían anunciado la venida de Cristo” (c. 78,3). Los ciudadanos, testigos y jueces del debate, decantaron su veredicto a favor de Felipe, pero agradeciendo las positivas aportaciones de Aristarco. El juicio quedó interrumpido con la llegada de un féretro en el que yacía el cadáver de un joven, hijo único de sus padres. Con el féretro venían doce esclavos que iban a ser quemados junto con el difunto. Los presentes comprendieron que la posibilidad de resucitar al joven muerto introducía un aspecto nuevo y emocionante a la situación. Aristarco y Felipe tenían la oportunidad de demostrar el poder de su Dios y su doctrina. Aristarco, obligado por las circunstancias, lo intentó inútilmente. El pueblo presente se insolentó contra él. El mismo padre del difunto estaba dispuesto a combatir contra los judíos. Felipe exigió como condición indispensable para que se cumpliera el milagro, que nadie hiciera a los judíos el menor daño. En efecto, una breve oración, seguida de una orden poco menos que ritual, bastaron para que el joven volviera a la vida: “Joven, en el nombre de Jesucristo, crucificado bajo Poncio Pilato, levántate” (84,2). La reacción de los presentes ante el prodigio fue la habitual en casos similares de los apócrifos. El grito unánime proclamaba que “hay un solo Dios, el de Felipe, que resucita a los muertos”. Los siervos condenados a la hoguera como ofrenda a su amo difunto, recuperaron la libertad, el muerto la vida y sus padres adoptaron la fe y recibieron el bautismo. El caso de los esclavos era una bárbara costumbre censurada por el apócrifo, lo mismo que el sacrificio de las esposas en los funerales de los maridos que morían. El episodio termina con el relato de la actividad de Felipe, que catequizaba y bautizaba en el nombre de la Trinidad. Acompañado de Ireo y de los principales de la ciudad, iba destruyendo los templos de los ídolos a la vez que construía iglesias, elegía presbíteros y establecía reglas y cánones para la gloria de Cristo. (La Biblia de Gutenberg) Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Lunes, 13 de Febrero 2012
Notas
HECHOS DE SANTIAGO EL MAYOR
INTRODUCCIÓN 1. Identidad de Santiago el de Zebedeo según la tradición 2. Santiago en la terna de los apóstoles preferidos 3. El ministerio de Santiago 4. El martirio 5. Texto de las historias. Fecha y autor HECHOS DE SANTIAGO EL MAYOR Vocación de Santiago y sorteo de las tierras de misión Conversión de Fileto Prisión de Hermógenes Conversión de Hermógenes Discurso apologético de Santiago El martirio HECHOS DE SANTIAGO, SIMÓN Y JUDAS INTRODUCCIÓN 1. Identidad de los protagonistas según la tradición 2. Fecha, lugar y autor 3. Historia de Santiago, el hermano del Señor 4. Contenido de la historia de Simón y Judas HECHOS DE SANTIAGO, SIMÓN Y JUDAS — Santiago el Menor, hermano del Señor Relación familiar de Santiago Predicación de los apóstoles en Jerusalén Conducta de Saulo (Pablo) como perseguidor Debate de Santiago con los judíos Vida ascética de Santiago Martirio y muerte de Santiago — Historias apostólicas. Simón y Judas Los magos Zaroés y Arfaxat El general Varardach Las predicciones de Simón Intercesión de los apóstoles y desprendimiento de los bienes terrenos Hostilidad de los magos El general y los apóstoles Castigo y curación de los magos Falsa acusación contra un diácono Los tigres amansados Evangelización de Persia El martirio MILAGROS DE JUAN INTRODUCCIÓN 1. El protagonista de la tradición 2. Los Hechos de Juan y las Uirtutes Iohannis 3. El suceso de la caldera de aceite hirviente 4. El destierro y la liberación 5. Historia del joven recomendado por Juan 6. Las perlas rotas y reconstruidas 7. Las varas y la arena 8. Resurrección de un muerto 9. Destrucción del templo de Diana. Milagros del veneno 10. La muerte de Herodes Agripa I 11. Las Uirtutes Iohannis y la Passio Iohannis 12. Testimonios de contenido y forma 13. La forma literaria 14. Fecha, lugar y autor 15. Los manuscritos y su contenido MILAGROS DE JUAN Cómo fue arrojado en la cuba de bronce Destierro y regreso El joven recomendado Resurrección de Drusiana Las joyas rotas Las varas y la arena El muerto resucitado Destrucción del templo y resurrección de muertos Llamada del santo Apóstol Muerte de Herodes PASIÓN DE BARTOLOMÉ INTRODUCCIÓN 1. El protagonista según la tradición 2. Discordancias en la leyenda 3. La transmisión 4. Perfiles doctrinales PASIÓN DE BARTOLOMÉ Santuarios de Astarot y Berit Curación de una lunática Predicación de Bartolomé ante el rey Confesión del demonio. Los ídolos destruidos Martirio del apóstol Bartolomé El rey Polimio, consagrado obispo MARTIRIO DE NEREO Y AQUILES INTRODUCCIÓN 1. Circunstancias del libro 2. Contenido 3. Relación de martirios 4. El Martirio de Nereo y Aquiles y los Hechos de Pedro 5. Aspectos doctrinales 6. Fecha, lugar y autor 7. El texto MARTIRIO DE NEREO Y AQUILES Elogio de los mártires Apología de la virginidad Pesadumbres de la mujer casada Ventajas de la virginidad Conversión de Domitila a la vida de virginidad El prefecto Aureliano, pretendiente de Domitila Carta de Nereo y Aquiles a Marcelo Respuesta de Marcelo sobre Pedro y Simón Mago Petronila, la hija de Pedro Martirio de Eutiquio, Victorino y Marón Martirio de Domitila y compañeras MARTIRIO DE ANDRÉS INTRODUCCIÓN 1. Contenido 2. Carácter retórico 3. Aspectos doctrinales 4. Fecha, lugar y autor 5. Los manuscritos MARTIRIO DE ANDRÉS Reparto de las tierras de misión Conversión del procónsul Lesbio Lesbio removido de su cargo Visión de Andrés ÍNDICES DE TEXTOS Y AUTORES I. Biblia II. Literatura apócrifa III. Autores gnósticos IV. Autores antiguos cristianos V. Autores antiguos no cristianos VI. Autores modernos Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Viernes, 10 de Febrero 2012
Notas
Queridos amigos:
Sigue el índice del volumen III de los Hechos apócrifos de los apóstoles MARTIRIO DE PEDRO INTRODUCCIÓN 1. Los Hechos de Pedro, fuente del Pseudo Lino 2. Fecha, lugar y autor 3. La Pasión de Lino y la historia 4. Aspectos doctrinales relacionados con los relatos 5. Los manuscritos de la Pasión del Pseudo Lino MARTIRIO DE PEDRO Predicación de Pedro sobre la castidad Conversión de las concubinas del prefecto Agripa Temores de la comunidad cristiana Quo vadis? Arresto y condena de Pedro Pedro ante la cruz Muerte y sepultura de Pedro HECHOS DE ANDRÉS Y MATEO EN LA CIUDAD DE LOS ANTROPÓFAGOS INTRODUCCIÓN 1. El coprotagonista, Mateo o Matías 2. Contenido 3. Aspectos doctrinales 4. Notas de estilo 5. Manuscritos usados 6. Fecha, lugar y autor HECHOS DE ANDRÉS Y MATEO Mateo en la cárcel de los antropófagos Andrés es enviado para liberar a Mateo La nave preparada por Jesús Jesús, timonel del viaje El desembarco Andrés en libertad Pasión de Andrés La inundación y la conversión de los antropófagos MARTIRIO DE MATEO INTRODUCCIÓN 1. La identidad de Mateo 2. Testigos literarios del Martirio 3. Aspectos doctrinales 4. El griego de este Martirio 5. Fecha, lugar y autor MARTIRIO DE MATEO Jesús se aparece a Mateo en la montaña Mateo cura a los endemoniados La vara convertida en árbol frondoso Persecución promovida por el rey Complicidad del demonio Traición del rey Martirio del Apóstol Sepultura de Mateo Conversión del rey HECHOS DE PEDRO Y PABLO INTRODUCCIÓN 1. Los apóstoles protagonistas 2. El debate con Simón Mago 3. Contenido 4. Detalles lingüísticos 5. Fecha, lugar y autor 6. La carta de Pilato al emperador Claudio 7. Testigos documentales HECHOS DE PEDRO Y PABLO Viaje de Pablo de Malta a Roma Llegada de Pablo a Roma Problemas entre los cristianos Pedro y los jefes de los judíos Simón Mago Pedro y Pablo con Simón Mago ante Nerón Carta de Poncio Pilato a Claudio Vuelo y caída de Simón Martirio de Pedro y Pablo VIAJES Y MARTIRIO DE BERNABÉ INTRODUCCIÓN 1. El protagonista según la tradición 2. Fecha, lugar y autor 3. Fuentes documentales VIAJES Y MARTIRIO DE BERNABÉ Presentación del autor Retraso de Juan Marcos en Panfilia Disensión entre Pablo y Bernabé Muerte de Bernabé HECHOS DE TADEO INTRODUCCIÓN 1. Identidad del protagonista según la tradición 2. La leyenda de Abgaro 3. Contenido 4. Las fuentes 5. Fecha, lugar y autor HECHOS DE TADEO El protagonista Abgaro, toparca de Edesa La faz de Cristo Tadeo en Edesa Muerte de Tadeo HECHOS DE JUAN, POR PRÓCORO INTRODUCCIÓN 1. El protagonista y el autor 2. Itinerario de Juan 3. Galería de personajes 4. La lengua del documento 5. Fecha, lugar y autor 6. Textos y ediciones HECHOS DE JUAN Separación de los Apóstoles. Problemas en el mar Tempestad y naufragio Juan devuelto por el mar Juan y Prócoro, al servicio de Romana Juan y Prócoro esclavos oficiales de Romana Muerte y resurrección de Domno y Dioscórides La fiesta en honor de Ártemis En Tique. Curación de un inválido Trama del demonio disfrazado de militar Juan encarcelado por orden de Domiciano Informe sobre la prisión de Juan Juan arrojado a la caldera de aceite hirviente Juan sale ileso de la caldera Destierro de Juan. Acusaciones oficiales Rescate de joven caído al mar En Epicuro. Nuevos problemas con el judío Mareón Llegada a Patmos Mirón y Apolónidas Crisipa, la mujer del gobernador Basilio y Caris Bautismo del gobernador Lorenzo Criso y su hijo poseído del demonio Ruina del templo de Apolo Llegada a Tiquio. Curación del paralítico Cínope, el mago El judío Filón El sacerdote de Apolo El caso del hidrópico La mujer del gobernador En Mirinusa. Sacrificio humano al dios Lico Mocás, hijo del sacerdote de Zeus El endemoniado hijo de la viuda Hundimiento del templo de Dioniso Noeciano, el mago Historia de Procliana Liberación del destierro Composición del evangelio Curación de un ciego Regreso a Éfeso Sepultura de Juan
Viernes, 10 de Febrero 2012
Notas
417 Hechos apócrifos de los apóstoles. Volumen III.
Hoy escribe Antonio Piñero Esta postal es bastante larga y por dos veces el programa, que no avisa, la ha borrado de un plumazo. Por ello la divido en secciones para que pueda salir al aire. Estando yo de viaje en la pasadas semanas, escribió mi colega, amigo y coautor del vol. III esta obra, Gonzalo del Cerro, unos párrafos a modo de presentación. Después de leerlos se me ocurrió que lo mejor que podía hacer para colaborar con Gonzalo en la presentación era presentar el índice de la obra, puesto que ese contenido habla más que mil palabras. De paso también copio las líneas que a modo de perspectiva general de cómo es el libro publicó la propia editorial(Biblioteca de autores cristianos = B.A.C., Madrid, 2011) en la contracubierta del libro. Va ese texto lo primero: “Este nuevo volumen de los Hechos apócrifos de los Apóstoles contiene catorce “hechos” llamados “menores”. El calificativo alude a su carácter de dependientes de los cinco hechos primitivos, o “mayores”, pero no tienen nada que ver ni con su tamaño ni con su calidad literaria. Dos de ellos son de una longitud considerable: los Hechos de Felipe y los Hechos de Juan por Prócoro. “En su mayoría son breves historias, o novelitas del magisterio de los Apóstoles epónimos, es decir, que dan su nombre al escrito, y con frecuencia contienen páginas de altas calidades estético literarias. Todos estos hechos recogen tradiciones sobre varios apóstoles, apenas conocidos por su mención en las listas de los textos bíblicos. Son unos hechos surgidos en épocas más tardías(de los siglos III/IV al X) que reflejan una situación histórica y social de la iglesia más evolucionada que la de los cinco primeros hechos”. ÍNDICE: HECHOS APÓCRIFOS DE LOS APÓSTOLES III Hechos de Felipe - Martirio de Pedro - Hechos de Andrés y Mateo - Martirio de Mateo - Hechos de Pedro y Pablo - Viajes y martirio de Bernabé - Hechos de Tadeo - Hechos de Juan, por Prócoro - Hechos de Santiago - Hechos de Santiago, Simón y Judas - Milagros de Juan - Pasión de Bartolomé - Martirio de Nereo y Aquiles - Martirio de Andrés EDICIÓN PREPARADA POR ANTONIO PIÑERO Y GONZALO DEL CERRO BIBLIOTECA DE AUTORES CRISTIANOS MADRID - MMXI ÍNDICE GENERAL BIBLIOGRAFÍA SIGLAS Y ABREVIATURAS HECHOS DE FELIPE INTRODUCCIÓN 1. Transmisión de los Hechos de Felipe 2. Carácter compuesto de los HchFlp 3. Personalidad del protagonista 4. El itinerario de Felipe 5. El encratismo en los HchFlp 6. Los HchFlp y el gnosticismo 7. Los HchFlp, testigos de la fe del momento 8. Lengua y estilo 9. Autor y época 10. Conclusión HECHOS DE FELIPE Hecho primero. Al salir de Galilea, resucita a un muerto El resucitado describe las penas del infierno Hecho segundo. Cuando llegó a la Grecia de Atenas Felipe debate con los filósofos de Grecia Intervención del sumo sacerdote de Jerusalén Aparición de Jesús y terremoto Felipe resucita al joven ahogado Hecho tercero. El realizado por Felipe en tierra de los partos Jesús, compañero de camino La tempestad calmada Hecho cuarto. Curación de la hija de Nicoclides en Azoto Prodigios obrados por Felipe Curación de Caritina Hecho quinto. En la ciudad de Nicatera, sobre Ireo Conversión del judío Ireo Hecho sexto. En Nicatera, ciudad de Grecia La ciudad de Nicatera, contra Felipe El Apóstol es arrestado Conversión de Ireo Hecho séptimo. Nercela e Ireo en Nicatera Construcción de una iglesia Hecho octavo. Donde el cabrito y el leopardo del desierto creen Hecho noveno. Muerte de un dragón Hecho undécimo del santo apóstol Felipe Naturaleza de los demonios de la ciudad Aparición del dragón Hecho duodécimo de san Felipe. Cuando el leopardo y el cabrito pidieron la eucaristía Hecho decimotercero del santo apóstol Felipe. Sobre su llegada a Hierápolis Serpientes oraculares Hecho decimocuarto del santo apóstol Felipe. Sobre Estaquis el ciego Hecho decimoquinto del santo apóstol Felipe. Sobre Nicanora, la mujer del gobernador Enfermedad y curación de Nicanora De los viajes del apóstol Felipe. Desde el hecho decimoquinto hasta el final, incluido el martirio Arresto y tormento de los Apóstoles El martirio Llegada de Juan Sepultura de Felipe
Viernes, 10 de Febrero 2012
Notas
Hoy escribe Fernando Bermejo
El núcleo del pensamiento de Bultmann sobre Jesús es que el supuesto “espíritu de Jesús” (?), que sería el grano tras la paja (esta sería el judaísmo palestino), aporta la esencia del cristianismo. Esto significa que Jesús es des-historizado y resulta ser más una idea que un judío real. Tal estrategia hace posible que Bultmann reconozca el "pedigree" de Jesús, pero al mismo tiempo le prive de la única savia religiosa que conoció: el judaísmo. En el mundo simbólico de Bultmann, los judíos y el judaísmo (magnitudes descritas en términos de legalismo y pseudoespiritualidad) nunca tienen un lugar positivo por derecho propio; Jesús lo tiene, pero entonces es reinterpretado y desconectado de su savia judía. Una similar ambivalencia es perceptible en la cuestión de la legitimación o deslegitimación de la opresión contra los judíos en su propia época. Repitámoslo: Bultmann no era ciertamente un nazi, y se resistió a la aplicación de la legislación aria dentro de la Iglesia. Al mismo tiempo, sin embargo, admitió componendas con la política racial nacionalsocialista en el ámbito estatal: “Dejemos que el Estado decida si los judíos residentes en Alemania pertenecen al pueblo alemán en un sentido pleno o si son un pueblo huésped”. De este modo, reconoció a las autoridades alemanas (racistas) el derecho de implementar las leyes que consideren adecuadas para resolver el “problema judío”, y por tanto, dio su apoyo de facto a las políticas raciales. Que esto no fue únicamente una actitud que Bultmann adoptó bajo presión lo muestra el hecho de que en un diálogo con el rabino Leo Baeck a principios de los años 50, pidió a los judíos que se examinaran en busca de la responsabilidad que podrían haber tenido en su trágico destino bajo el Tercer Reich (téngase en cuenta, sin ir más lejos, que en el Marburgo de Bultmann la sinagoga había sido quemada en noviembre de 1938). Es llamativo –para utilizar un adjetivo suave– que alguien dotado de sensibilidad haya podido hacer tal sugerencia pocos años después de producidos los horrores del nazismo. Lo inquietante de todo esto es que la ambivalencia del antijudaísmo teológico de Bultmann es curiosamente parecida a su ambivalencia ante las políticas racistas del Estado nazi, y que cabe sospechar con fundamento que la primera le facilitó a Bultmann –teórica y psicológicamente– la segunda, con la dejación de responsabilidad moral que ello conllevó. En palabras de Anders Gerdmar, “la visión teológica predominantemente negativa que Bultmann tenía de los judíos y del judaísmo parece haber favorecido su reluctancia a manifestarse en favor de los judíos, como grupo social, en la Alemania nacionalsocialista”. Una vez más, hay que decir con toda claridad lo evidente: que, en esto, Bultmann no es ni mejor ni peor que miles de teólogos cristianos como él. Los –en el mejor de los casos– tics antijudíos que se descubren en él son el pan nuestro de cada día de todos aquellos que comparten las distorsiones contenidas en los relatos evangélicos como irrenunciable telón de fondo de su comprensión "histórica" y de su cosmovisión. Que tengamos asumido que esta mistificación es incurable y que ya no nos escandalice lo más mínimo no quiere decir que de vez en cuando no haya que recordar a quienes creen con más o menos buena conciencia estar instalados en los valores más sublimes de la sedicente “religión del amor” cuáles son algunos de los peligros que en ella les acechan –o, quizás mejor, acechan a otros, o a todos–. Posdata: Por si algún lector no tiene la inmensa fortuna de haber alcanzado la plena ataraxia al enfrentarse a espectáculos como el que nos están ofreciendo –o, mejor, no nos están ofreciendo– los amables secuaces de Bashar al-Asad, y necesita desahogarse (por ejemplo, felicitando al gobierno sirio por sus asombrosos logros en materia de justicia y derechos humanos), los teléfonos de la embajada de Siria en España son: 91 4201602 y 91 4203946. Fax: 914 202 681. Otros enlaces quizás útiles: http://www.maec.es/es/MenuPpal/Ministerio/Direccionesytelefonos/Paginas/Direcciones%20y%20Telfonos.aspx http://www.avaaz.org/es/arrest_syrias_torturers/?fp Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Miércoles, 8 de Febrero 2012
Notas
Hoy escribe Gonzalo del Cerro
Hecho IV (cc. 37-44): Felipe en Azoto de Palestina El Hecho IV (cc. 37-44) se desarrolla en Azoto, población de la costa de Palesina, y lleva como título “Curación de la hija de Nicoclides”. Los prodigios de Felipe atraían a muchos que eran curados de sus enfermedades. Pero siempre había diversidad de opiniones. Para unos era el apóstol un hombre de Dios; para otros, un mago. Algunos acusaban a Felipe de pretender separar los matrimonios y de hablar negativamente de la procreación. El caso es que Felipe se alojó en casa de un hombre notable, de nombre Nicoclides, cuya hija tenía una úlcera grave en el ojo derecho. El apóstol oró pidiendo la salud del alma y del cuerpo para todos los que creían en Cristo. Caritina, la hija de Nicoclides, oyó las palabras de Felipe y se convenció de que aquel hombre podría proporcionarle la salud que no habían podido conseguir los numerosos médicos y curanderos que lo habían intentado. Habló a su padre del médico extranjero, el único que podía curarla. Había sentido incluso gran alivio sólo con escuchar sus palabras. Nicoclides corrió a buscar al médico extranjero. Felipe le dijo que el médico era Jesús, el que cura toda clase de enfermedades, ocultas o manifiestas. Entró en casa de la enferma, que lloraba amargamente. Su dolencia era motivo de vergüenza entre sus compañeras. El apóstol la consoló diciéndole que las medicinas de Jesús le darían inmediatamente la salud. Aprovechó la ocasión para evangelizar a los presentes asegurando que si tenían fe en Cristo, quedarían curados de cualquier enfermedad. Felipe dijo a Caritina que pasara su mano derecha por su rostro diciendo: “En el nombre de Jesucristo quede curada la úlcera de mi ojo” (c. 43,2). Así lo hizo, con lo que al punto quedó curada de su dolencia. El padre y la hija creyeron y se hicieron dignos de recibir el bautismo. Como ellos, muchos siervos, criadas y jóvenes creyeron en el Señor Jesucristo. Caritina, por su parte, se puso vestiduras de varón y siguió a Felipe dando gloria a Dios. Hecho V (cc. 45-63): En Nicatera de Grecia El Hecho V (cc. 45-63) traslada nuevamente al apóstol a Grecia hasta la ciudad de Nicatera. Entre otros comentarios populares, se decía que su doctrina fundamental producía el efecto de separar a los hombres de las mujeres. Enseñaba que los que practican la castidad eran amigos de Dios. Contra Felipe hablaban también los judíos de la ciudad porque disolvía sus tradiciones. Pero uno de ellos, rico, de nombre Ireo, conoció al apóstol y lo trató con respeto y deferencia. Era partidario de escuchar a Felipe y de juzgar honestamente su doctrina. “Si te sigo, ¿qué será de mí?”, le preguntó Ireo. Felipe le prometió la salvación y, de acuerdo con la mentalidad encratita de la obra, le pidió que se separara de su mujer. El gesto produjo graves disensiones entre ambos cónyuges. Su mujer le echaba en cara que se había apartado del consejo de los sacerdotes y que hacía caso de un mago extranjero. En consecuencia no quería que el apóstol entrase en su casa. Pero el desarrollo de los acontecimientos y la intervención de Artemila, hija del matrimonio, vencieron la resistencia de Nercela, su madre, para gozo y felicidad de Ireo. Antes tuvo que enfrentarse Ireo con su recalcitrante mujer, que rechazó la idea de mostrarse sin velo a la vista del extranjero. Al fin, se despojaron madre e hija de sus vestiduras de lujo, vistieron otras humildes y salieron de su alcoba. El modo de vestir de ambas mujeres era decoroso, cuenta el texto, tanto que nada de su cuerpo, salvo los ojos, quedaba al descubierto. Cuando entraron en donde estaba el apóstol, lo vieron como una gran luz que las llenó de temor. Pero Felipe se dio cuenta y recobró su aspecto natural. Nercela le rogó que se dignara habitar en su casa y le pidió perdón por su actitud anterior. Prometía hacer lo que el apóstol le mandara con tal de conseguir la vida eterna. “Yo también quiero salvarme”, añadía su hija Artemila. Felipe pasó un mes instruyendo a todos los de la casa en la doctrina sobre el Hijo de Dios. Cuando estuvieron convenientemente preparados, los bautizó en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Todos los días acudía mucha gente para oír la palabra de Felipe. Los que tenían enfermedades eran curados y los espíritus inmundos huían expulsados por el poder de Dios. (Mujeres con Niqab). Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Lunes, 6 de Febrero 2012
Notas
Hoy escribe Antonio Piñero
Mi reflexión y valoración personal es que estoy muy de acuerdo con esta sinopsis sobre el cristianismo y la reencarnación en el cristianismo primitivo hasta el siglo IV, pues me parece muy correcta e ilustrativa. Añadiría que la crítica oriental y occidental a la idea de la reencarnación fue tan demoledora que prácticamente esta noción no ha vuelto a defenderse en libros técnicos hasta hoy día. E insisto en que creo que el volumen en general que presentamos merece convertirse en punto de referencia, por la amplitud de sus tratamiento en muy diversas religiones. Estoy menos de acuerdo con un par de párrafos de la introducción al capítulo sobre cristiansimo que paso a transcribir: ”Los primeros pensadores cristianos, cuando asumieron la concepción del hombre como compuesto de cuerpo y alma, se preguntaron, al igual que los paganos, sobre la vida del alma después de la muerte del cuerpo: si moriría con el cuerpo o le sobreviviría. En caso de sobrevivir se preguntaron por la posibilidad de una retribución post mortem para el alma de los justos o si habría alguna oportunidad para los impíos de redimir sus culpas. ”Estas reflexiones están muy unidas a las concepciones que se tengan sobre el origen y el destino del alma: si se considera que no ha sido generada, como defendía Platón, parece lógico que se piense que es inmortal, pero si se piensa que ha sido creada, como defiende la tradición veterotestamentaria, sería lógico pensar que es perecedera. Pero el cristianismo antiguo siempre cuestionó esta opción. El primer párrafo es correcto en sí pero podría parecer como si el cristianismo, como religión autónoma y separada del judaísmo, hubiera asumido por su cuenta, a partir de su contacto congénito con la tradición pagana la idea de la distinción entre alma y cuerpo como partes constitutivas del ser humano. Si alguien llegara a esta idea habría que decirle que el cristianismo, que nació como un secta apocalíptica en el seno de un judaísmo muy variado, no hubo de asumir específicamente nada a este respecto, ya que desde el siglo III a.C. el judaísmo helenizado había aceptado, asumido y divulgado en sus escritos esta concepción dual de la naturaleza humana. Como secta o grupo dentro de la gran corriente del judaísmo del siglo I, el cristianismo acepta con gozo esta dicotomía El segundo párrafo da a entender como que la tradición veterotestamentaria había ya aceptado esa misma distinción antropológica y que afirmaba que el alma había sido creada por Dios. Ciertamente el judaísmo mantenía que había sido creado el “hálito vital” como indica la “insuflación” divina en el Génesis (2,7; nada de esto dice el primer relato de 1,26, de muy distinta tradición), pero los judíos, hasta el advenimiento del helenismo incluso en su propio país no tuvieron nada claro qué era eso del “alma” como separada del cuerpo e inmortal..., aunque emplearan un vocablo, néphesh, que se traduce corrientemente por "alma". Es necesario de nuevo insistir en este cambio antropológico de la mentalidad hebrea que llevó una profunda mutación de la antropología común entre los judíos. Para una mayor aclaración puede verse la sección correspondiente del libro Biblia y Helenismo. El pensamiento griego y la formación del cristianismo (Córdoba, El Almendro, 2006, 129-164), capítulo “El cambio general de la religión judía al contacto con el helenismo” de Luis Vegas-Antonio Piñero. Para concluir cito los nombres de los distintos autores que han tratado en el volumen que comentamos el tema de la reencarnación en las distintas religiones, y en escritores antiguos de particular relevancia: • Julia Mendoza y Madayo Kahle: Vedas y Upanishads • Agustín Paniker: jainismo • Juan Arnau: budismo • Pueblos tracios en la antigüedad: Raquel Martín – J. A. Álvarez-Pedrosa • Órficos: Alberto Bernabé • Pitágoras y Platón: F. Casadesús Bordoy • Ferécides de Siro, Heráclito, parménides, Píndaro>: M. A: Santamaría Álvarez • Empédocles: C. Megino Rodríguez • Maniqueísmo: Fernando Bermejo • Plutarco: Rosa M. Aguilar • Neotestamentario platonismo pagano: Antony Bordoy • Roma: J. J. Caerols • Judaísmo: Amparo Alba • Islam: Montserrat Abumalham • Celtas: Mª H. Velasco López • Pueblos siberianos J. A. Alonso de la Fuente • Esbozo de evolución de las ideas sobre la reencarnación a lo largo del tiempo: Julia Mendoza y A. Bernabé. Saludos cordiales de Antonio Piñero. Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Viernes, 3 de Febrero 2012
Notas
Hoy escribe Fernando Bermejo
Entre las muchas historias inolvidables que el estudio de ese período de oro y hierro que fue la denominada Edad Media nos depara, una de mis favoritas es la que tiene como protagonista a Pierre de Bruys (o Bruis, o Bruix, o Bruyns, que al menos de todas estas formas es conocido). Este personaje, que la fértil imaginación de un Jorge Luis Borges habría podido inventar, fue un cristiano y sacerdote idiosincrásico, de esos que los pastores de la grey califican de heréticos. Había nacido en Bruys, una pequeña villa de la región de los Altos Alpes, allá donde Francia linda con el Piamonte. Su persona y su figura nos son conocidas a través de dos tocayos suyos, ellos mismos más conocidos iconos del Medievo: Pedro Abelardo, que lo menciona en su Introducción a la teología y sobre todo por Pedro el Venerable, que dedicó un tratado entero a refutar sus doctrinas. Bruys fue –por desgracia para él– lo bastante sensato como para percatarse del fenomenal tinglado en que consistía el cristianismo que le rodeaba, aunque –también por desgracia para él– no lo bastante como para dejar a los demás al albur de sus locuras e intentar pasar inadvertido en las tierras del Delfinado. Creyente vehemente, imbuido de un tan bienintencionado como vano espíritu de reforma, se puso a predicar a sus contemporáneos unas cuantas ideas que no eran del todo nuevas, pero sí un tanto subversivas. Y así, hacia el año del Señor de 1118, se puso a contar a quienes querían escucharle –y sin duda también a quienes no querían– cosas como que bautizar a niños carentes de raciocinio era un acto totalmente inútil, pues una conversión real requería fe y conciencia; que la eucaristía no debe ser celebrada, pues no contiene la verdadera carne y sangre de Cristo; o que los sacrificios, oraciones, limosnas y todas las otras así llamadas “buenas obras” ofrecidas como sufragios a la intención de los difuntos no son de provecho alguno para ellos. Ideas, como cualquiera puede ver, peregrinas y aberrantes donde las haya. Pero el bueno de Pierre fue algo más allá. No contento con decir cosas para épater les bourgeois –o, mejor dicho en este caso, para épater les paysans–, se dedicó a hacerlas. Imbuido por lo que, quién sabe, tal vez fuera una especial sensibilidad, predicó sin ambages que la cruz no es en absoluto digna de veneración, pues es el instrumento del suplicio de Cristo, lugar de indecible y de (en perspectiva cristiana) injusto sufrimiento. Siendo así, concluyó, la cruz debe ser deshonrada por todos los medios posibles. Y para demostrar la fuerza de la convicción, él mismo pasó de las palabras a los hechos, y –en un acto paradójico que habría hecho las delicias de no pocos maestros Zen– se dedicó a quemar públicamente cruces allí donde se le presentaba la ocasión. Resulta previsible que una personalidad como la de Pierre de Bruys –un tipo en las antípodas de aquellos a los que les gusta contemporizar a diestro y siniestro para quedar bien con todo el mundo– estuviera destinada a tener, antes o después, algún encontronazo con la realidad. Y, en efecto, en una ocasión en que, en el pueblo de Saint-Gilles, daba rienda suelta a sus proclividades estaurocáusticas, los piadosos aldeanos, horrorizados por tal sacrilegio, cogieron a nuestro Pierre y, ni cortos ni perezosos, lo pusieron a arder a fuego lento allí mismo, substituyendo las cruces de madera por la carne humana y dejando así constancia, ante sus conciencias y ante los siglos venideros, de su ardiente fe y de su incombustible caridad. No sabemos ni sabremos qué pasó por la cabeza de Pierre de Bruys mientras sus devotos correligionarios lo quemaban. Quizás maldijo el día en que había nacido. Quizás vislumbró que había ido demasiado lejos. O quizás no. Quizás perdonó a la chusma de sus asesinos. Quizás llegó a preguntarse si ser crucificado le habría causado mayor o menor sufrimiento que ser quemado vivo. Quizás sintió que esa era la hora en que, más que nunca, se identificaría con el Cristo al que amaba. Tal vez lloró de rabia y de dolor, aunque sin duda no lo bastante como para apagar la hoguera, encendida luego tan a menudo por los fieles de la “religión del amor”. Probablemente pensó que el Dios en el que creía le estaría esperando, más allá de tanta necedad y de tanta barbarie, para abrirle de par en par las puertas del paraíso. Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Miércoles, 1 de Febrero 2012
Notas
Hoy escribe Gonzalo del Cerro
Hecho III (cc. 30-36): Ministerio de Felipe en Persia El Hecho III sigue a Felipe hasta el territorio de los partos, donde “predicaba el evangelio de Cristo” (c. 29,1). En aquella tierra, la Persia tradicional, se encontró con Pedro y con Juan, a quienes rogó que rezaran por él para que pudiera cumplir las tareas de su ministerio. La oración de Pedro y Juan tuvo como respuesta una favorable voz del cielo. En efecto, Felipe percibió cambios en su persona. El Espíritu del Señor lo llenó de cualidades dialécticas, cuando antes era torpe de palabra. Más aún, Jesús caminaba ocultamente con él llenándole de un espíritu nuevo (III A 3). Lleno de optimismo por su transformación, elevó una larga plegaria al Señor Jesús pidiendo sabiduría y fortaleza para poder aspirar a lo más alto. Felipe creyó recibir la respuesta en un árbol que brotó en el desierto y le brindó alivio y descanso. Comprendió que Dios le hablaba también en un águila, cuyas alas estaban desplegadas en forma de cruz. Efectivamente, Jesús habló por boca del águila de su protección y de la seguridad de sus promesas. Habló luego el Señor que dijo a Felipe: “Levántate y camina, que yo estoy contigo” (III A 9,1). Viaje por mar y tempestad Llegó Felipe junto al mar y encontró una nave que partía para Azoto. Embarcó después de concertar con los marineros el precio de su pasaje. Después de navegar un largo trayecto, se levantó una terrible tempestad que puso la nave en peligro de naufragio. Los marineros comenzaron a arrojar el bagaje y se despedían unos de otros, pensado que no tenían salvación. Fue entonces cuando Felipe se levantó, se dirigió a la proa e increpó al mar, que se tranquilizó plenamente hasta producirse una gran bonanza. El prodigio conmovió a los marineros, que cayeron a los pies del apóstol preguntando qué tendrían que hacer para ser siervos del Jesús del que Felipe predicaba (c. 34, III A 12). El apóstol aprovechó la ocasión para dirigir a los presentes una larga alocución, mitad plegaria, mitad exhortación. Como los vientos y el mar se tranquilizaron, los pasajeros quedaron llenos de espanto y admiración. Mucho más cuando en el cielo apareció un sello luminoso mientras sonaban voces de coros celestiales, que cesaron cuando “el sello fue elevado al cielo” (III A 14). Llegados a Azoto, los marineros contaban la gloria que habían visto durante aquel viaje. Felipe quiso abonar el precio del pasaje, que los marineros no quisieron aceptar. Se consideraban bien pagados con los servicios que habían recibido a lo largo de aquellos días de navegación. El resultado fue que muchos creyeron y dieron gloria a Dios (III A 15). No es fácil concordar todos estos datos con las informaciones que ofrece el libro de los Hechos canónicos cuando sitúa el lugar de la reina Candaces en Etiopía. El viaje desde el Sur del mar Caspio hasta el territorio de los candaces, luego la visita a Azoto y a Nicatera ha hecho pensar que detrás de la mención de los partos deba entenderse otra tierra. Lo mismo podríamos sospechar del reino de los candaces y hasta de Nicatera, que F. Amsler sospecha que pudiera tratarse de la Cesarea de Palestina al Norte precisamente de Azoto . (Cf. F. Amsler, HchFlp 38-39). Felipe entró en la ciudad vestido con una túnica y un manto de lino. Dirigió una alocución a los presentes sobre la diferencia entre el alma y la carne. Insistía en la idea de que la continencia de la carne era el descanso del alma y el preludio de la vida celestial. Les proponía como modelo la vida del águila, para quien la esencia reside en las alturas. Así deben ser los cristianos, que tampoco deben tener nada común con las cosas de aquí abajo. Para ellos está el nuevo nacimiento, que es la manera de prepararse para gozar de las delicias eternas. Y partiendo de las Escrituras, les predicó la doctrina sobre el Hijo de Dios. La consecuencia fue la conversión de los presentes. Felipe los bautizó en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (c. 36,1). Águila en forma de cruz. Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Lunes, 30 de Enero 2012
|
Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
Secciones
Últimos apuntes
Archivo
Tendencias de las Religiones
|
Blog sobre la cristiandad de Tendencias21
Tendencias 21 (Madrid). ISSN 2174-6850 |