Notas
Hoy escribe Antonio Piñero
Hace un par de semanas daba noticia, en unas breves líneas, de que estaba apunto de salir este libro mío cuyo título corresponde al de esta postal, publicado por EDAF, Madrid, 2012, 349 pp. (ISBN 978-84- 414-3096-9). Precio 18 euros. La semana pasada me indicaron que ya había llegado efectivamente a las librerías. Se me ha ocurrido presentarlo de la manera más objetiva posible y al modo como se hace a veces: reproduciendo el “Prólogo”, el índice o contenido y el epílogo. Publicar alguna parte del libro para que se vea como está dispuesto me parece muy ilustrativo. Y eso es lo que voy a hacer en los días siguientes. Comienzo, pues, por el PRÓLOGO El volumen presente no es un “libro de texto”, sino un libro “de textos”. Su misión es presentar al lector de un modo ordenado los pasajes, tomados en general de los evangelios tanto canónicos como apócrifos, y con pocas excepciones de otros autores de la literatura cristiana primitiva (como Hechos apócrifos de los apóstoles, Justino Mártir e Ireneo de Lyón)., que hacen aparecer ante sus ojos las “mil caras de Jesús”: cómo se veía él a sí mismo –según los evangelistas- y cómo lo vieron sus discípulos, sus amigos y sus enemigos. El libro representa así el punto de vista, variadísimo, del cristianismo primitivo sobre cómo era Jesús. Como he indicado en mi obra Los cristianismos derrotados (Edaf, Madrid, 2008), unos doscientos años después de la muerte de Jesús, un observador imparcial que se paseara entre los cristianos podría observar entre ellos una gran unidad, cierto, pero también la existencia de bastantes grupos diferentes al “ortodoxo” o mayoritario. En total quizás pudiera distinguir unos diez cristianismos diferentes, aunque luego –fijando más su atención- caería en la cuenta de que esa diferenciación procedía de tres troncos principales: el judeocristianismo palestinense, formado en general por lo seguidores inmediatos de Jesús, el judeocristianismo helenista que pronto sería absorbido por su corriente principal, el cristianismo paulino, y la corriente gnóstica. Estos son lo grupos que se reflejan en los textos que presentamos. Este libro apenas tiene comentario alguno, sino algunas aclaraciones, al principio y al final de los textos, cuando proceda, de modo que el lector pueda situarlo en su contexto y entenderlo mejor. La idea central es dejar –cómoda y ordenadamente- al lector ante los textos que nos ha legado la Antigüedad sobre un personaje complejo y fascinante en sí mismo, como todos los hombres grandes, en sus repercusiones en la historia del mundo, sobre todo en Occidente. Algunos de los textos han de repetirse necesariamente ya que contienen múltiples ideas interesantes para nuestro objetivo. En la segunda repetición se procura acortar el texto dejando sólo lo esencial para el epígrafe respectivo. A alguien le podrá parecer que algunos textos, o incluso apartados, son un tanto forzados. En realidad no es así, porque muy a menudo los antiguos, al igual que los modernos, no dicen las cosas directamente. Hay que “estar en el ambiente” para captar plenamente la intención de algunos pasajes. En estos casos, los epígrafes o alguna indicación mía en cursiva podrán indicar el camino para una verdadera intelección de un texto determinado. La variedad de textos presentados han salido de múltiples manos, con mentalidades muy diferentes y en momentos muy diversos –desde la segunda mitad del siglo I d.C. hasta los siglos VI y VII (pocos casos; y siempre pensando que el material reelaborado por el texto conserva recuerdos cristianos anteriores).- y van aparentemente en pie de igualdad puesto que no se hacen diferencias tipográficas en su presentación. Ello no quiere decir que el autor de esta selección otorgue el mismo valor como fuente histórica a todos ellos. Ni mucho menos, Este último aserto me parece tan importante que es conveniente insistir en ello: no vale lo mismo para reconstruir al Jesús histórico el material contenido en los evangelios más antiguos –que coinciden con los aceptados por la Iglesia—debidamente sometidos a la critica filológica e histórica que el fantasioso material que la reinterpretación de Jesús ha ido acumulando a partir del siglo II hasta el XI más o menos. En la inmensa mayoría de los casos –salvo el Evangelio de Tomás gnóstico, la base reconstruible del Evangelio de Pedro, algunos fragmentos papiráceos antiguos— estos textos, luego declarados apócrifos no tienen valor histórico alguno. Pero no es la intención de este libro reconstruir el Jesús histórico, sino mostrar la variedad del cristianismo primitivo, sobre todo desde finales del siglo I hasta el V. Y desde el punto de vista de la especulación teológica, no de la ortodoxia, tales textos valen para mostrar la diversidad del cristianismo. Al fin y al cabo, para un historiador de la antigüedad, las reinterpretaciones teológicas, tanto ortodoxas como no ortodoxas tienen el mismo valor en un aspecto: son muestras de la evolución del pensamiento cristiano; pero no juzga si se acercan a la verdad histórica o no. En consecuencia y para tranquilidad de algunos lectores, afirmo que en líneas generales –no siempre- contienen un material mucho más fiable aquellos textos que fueron compuestos relativamente cerca de la vida y andanzas del Jesús que caminó por Galilea y Judea predicando la cercanía del reino de Dios que los más tardíos. Esto quiere decir que son más fiables los evangelios canónicos --a excepción del de Juan que es una reescritura muy peculiar de la tradición sobre Jesús con el añadido de breves pinceladas históricas interesantes—que los apócrifos, posteriores y más dados a la reconstrucción fantástica de los huecos dejados por la historia. Como he señalado en el “Epílogo” de mi obra Jesús. La vida oculta (Esquilo, Badajoz, 2007), estos últimos suelen ser leyendas populares unas veces forjadas anónima y vulgarmente; otras, compuestas conscientemente como leyendas en la soledad de algún escritorio por alguna persona consciente de estar fabricando historietas edificantes. La principal razón para no atribuirles valor histórico es su escritura tardía. Habían pasado ya tantos años desde la muerte de Jesús, que de los años de su vida oculta no quedaba ningún testimonio fiable…, entre otras razones porque no se empezaron a recoger noticias sobre él sino después de su muerte y especialmente cuando se afianzó su culto como persona divina, trascendental para la salvación de la humanidad. En esos momentos no quedaba memoria fiel de los años de su infancia –sin importancia práctica para los creyentes- y todo lo importante de los otros instantes de su vida había sido recogido por los “evangelios oficiales”. Pero la multiplicidad de opiniones sobre cómo era Jesús siguió adelante. La gran batalla por la imagen de un Jesús “canónico” se dio entre los diversos grupos de cristianos desde el momento mismo en el que empezaron a difundirse los evangelios y hechos de los apóstoles tardíos (desde la mitad del siglo II y sobre todo en el siglo III)., documentos que hacían la competencia a los evangelios que iban adquiriendo el rango de canónicos o sagrados: los de Marcos, Mateo y Lucas, por una parte, y más tarde el de Juan. Por parte de los cristianos ortodoxos hubo desde entonces, y hasta los siglos VI-VIII, una lucha a muerte por aniquilar a los apócrifos y desterrarlos de las iglesias oficiales. A veces se intentaba también manipularlos y expurgarlos sustituyendo las antiguas versiones por otras más concordes con el pensamiento teológico ortodoxo. El éxito de esta tarea aniquiladora se muestra en la extrema escasez de textos evangélicos que procedan del judeocristianismo palestinense: sólo fragmentos que ocupan menos de quince páginas. Por suerte, parte de esos evangelios apócrifos, los de la tercera tendencia cristiana primitiva, la gnóstica, ha permanecido intocada hasta nuestros días, puesto que se descubrieron por casualidad hacia 1945, en regular estado de conservación, pero sin enmiendas ni añadidos… y así han sido editados (Véanse Textos gnósticos. Biblioteca de Nag Hammadi I-III, Trotta, Madrid, 42011 y Todos los Evangelios, Edaf, Madrid, 2010, con diversas reimpresiones). Espero que el lector –aunque alguna que otra vez haya leído los textos que aquí presentamos- se sorprenda de la enorme variedad de las perspectivas sobre Jesús que albergó el cristianismo de los primeros siglos. Y deseo que sepa que lo presentado es sólo una selección, pues de muchos apartados se podrían presentar aún más testimonios. Que es así lo indicamos cuando parece conveniente añadiendo un elenco breve de textos paralelos, donde sólo se indica la obra y capítulo más un par de palabras sobre el contenido del pasaje en cuestión. Saludos cordiales de Antonio Piñero. Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Viernes, 23 de Marzo 2012
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Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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