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Denomino “lúdico-ambital” el método que presento porque, según indicamos, toda lectura debe constituir un “juego creador”, co-creador de “ámbitos de realidad” y “acontecimientos”, no de meros objetos y hechos. Entonces, la tarea de la lectura no se reduce a tomar nota del argumento de la obra; debe revivir el tema de la misma.
Analizar una obra literaria supone entrar en juego con ella
Al oír hablar de un método para analizar obras literarias, cinematográficas y artísticas, puede alguien pensar que se trata de un recurso expeditivo y fácil, como lo es una llave, que, con sólo girar un poco la mano, permite abrir una puerta. Estos recursos expeditivos se dan en el nivel 1, el de los objetos. En el nivel 2, el del juego creador del hombre con la realidad y la elaboración consiguiente de obras culturales, el método para adentrarnos en éstas no es tan sencillo; presenta la complejidad propia de las distintas realidades de nuestro entorno y de nuestras relaciones con ellas. “Método” significa, según su origen griego, camino hacia una realidad. En nuestro caso, el método marca la orientación que debemos seguir para ahondar en las obras culturales de calidad y poner al descubierto su trasfondo humanístico, su profundo saber acerca de la vida humana. Pero esta vía hacia el enigma del hombre sólo podemos recorrerla si contamos con un conocimiento preciso de lo que es el ser humano, cómo alcanza su pleno desarrollo y de qué forma se bloquea y anula. Cuanto más aquilatado y amplio sea tal conocimiento, más eficaz será el método. Hemos dicho que para interpretar lúcidamente una obra debemos entrar en juego con ella, es decir, rehacer sus experiencias básicas. Estas experiencias suelen ser de amor o de odio, de agradecimiento o de ingratitud, de vinculación fusional a los seres del entorno o de unión a distancia... Tales sentimientos y actitudes del hombre debemos conocerlos del modo más ajustado posible, de forma que podamos advertir la conexión profunda que existe entre ellos. Para lograrlo, es necesario cumplir estas exigencias: 1. conocer a fondo lo que son e implican el lenguaje y el silencio; 2. distinguir los diferentes niveles en que puede moverse el hombre en su vida; 3. captar y sentir la expresividad de las imágenes y las realidades simbólicas; 4. conocer el sentido de los términos del lenguaje; 5. tener una idea clara del sentido de los principales sentimientos humanos (amor y odio, agradecimiento y resentimiento...) y precisar la diferencia que existe entre los objetos y los ámbitos, los hechos y los acontecimientos, el significado de una acción o realidad y su sentido, los procesos meramente artesanales y los procesos creativos; 6. conocer de forma bien articulada las distintas fases de los procesos de vértigo y de éxtasis; 7. descubrir y valorar debidamente la condición creativa del juego; 8. captar el peculiar realismo de las obras literarias; 9. descubrir el nexo entre el autor, la obra y el lector; 10. advertir que las obras literarias nos invitan a ser creativos, guardando la debida distancia respecto a las realidades del entorno, a fin de encontrarnos con ellas. Si cumplimos estas diez condiciones, captaremos fácilmente el mensaje que alienta en las obras culturales de calidad y descubriremos riquezas insospechadas incluso en aquellas cuyo contenido creíamos ya agotado. En varios inputs analizaremos estos temas.
I. Necesidad de conocer a fondo el sentido del lenguaje
El lenguaje está unido tan íntimamente a la persona humana que resulta insuficiente afirmar que “tenemos el don del lenguaje”. El verbo tener sólo se ajusta a las realidades del nivel 1. Lo adecuado es, pues, indicar que “somos locuentes”, es decir, capaces de hablar (en latín: loqui). Lo somos porque desde antes de nacer estamos inmersos en tramas de ámbitos y de relaciones. Venimos de la relación amorosa de nuestros padres, que nos incluyeron en su proyecto de vida y nos llamaron a la existencia. Nuestra vida debe consistir en responder a esa llamada generosa con actitud de agradecimiento. Agradecer significa estar a la recíproca en cuanto a benevolencia y magnanimidad. Somos locuentes porque nuestra vida es fruto de una llamada y consiste en una respuesta (nivel 2). Lenguaje prosaico y lenguaje poético Llamar y responder son actividades propias del nivel 2, el nivel de la creatividad. Al ser llamados a la existencia y responder, creamos un ámbito de relación amorosa. A eso aludía sin duda Friedrich Hölderlin al indicar que los seres humanos “vivimos poéticamente sobre la tierra”, es decir, configuramos nuestra personalidad al convertir los objetos en ámbitos –asumiéndolos en nuestro proyecto vital-, relacionarnos con ellos y crear ámbitos de mayor envergadura. Jorge Manrique, el gran poeta español, advirtió en su vida diaria que los ríos se deslizan hacia el mar y, de camino, sacian nuestra sed y riegan los campos. Un buen día, inspirado por la conmoción que le produjo la trágica muerte de su padre, se elevó al nivel 2 y contempló el río como un ámbito de fluencia que está llamado a diluirse en una realidad envolvente, que es el mar. Con eso adquieren los términos río y mar un sentido nuevo: el de fluencia ininterrumpida y el de realidad envolvente, respectivamente. Realizada esa transformación, ya estaba dispuesto el poeta para vincular los ríos con la vida humana y el mar con el acontecimiento de la muerte. “Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir; allí van los señoríos derechos a se acabar y consumir”. (Cf. Coplas a la muerte de su padre) Cualquier tipo de realidad puede dar lugar a un lenguaje poético. La expresión “Eran las cinco en punto de la tarde” presenta un carácter prosaico cuando sólo indica un dato horario. Adquiere una condición poética si la repetimos, a modo de tañido fúnebre, para crear un ámbito de fiesta y tragedia taurinas, como sucede en la Llanbto por Ignacio Sánchez Mejías, de Federico García Lorca.
“Las heridas quemaban como soles
A las cinco de la tarde. Y el gentío rompía las ventanas A las cinco de la tarde. ¡Ay qué terribles cinco de la tarde! ¡Eran las cinco en todos los relojes! ¡Eran las cinco en sombra de la tarde!” • La condición poética no es exclusiva del lenguaje literario. La ostentan los tipos de lenguaje que expresan ámbitos y tramas de ámbitos. Eso sucede con el lenguaje arquitectónico, el pictórico, el escultórico, el urbanístico, el paisajístico, el musical... • La conocida Serenata en sol mayor de Mozart da cuerpo sonoro, en diversos momentos, al estilo galante de la Europa de 1730 y al estilo dramático (“Sturm und Drang”) que se introdujo hacia 1750. De ahí su hondura poética. • El Sanctus gregoriano de la Misa X en cuarto tono crea un ámbito expresivo en el que vibra el mundo cultural y religioso de la antigua sinagoga hebrea, está operante la técnica musical griega, se afirma el espíritu comunitario del monacato cristiano. Esta carga expresiva confiere a esta sencilla melodía un halo poético impresionante. Los poderes del lenguaje 1. La función primaria del lenguaje no consiste en servirnos de medio para comunicarnos sino en ser el medio en el cual creamos relaciones afectivas, ámbitos de convivencia. Si el lenguaje se nos ha dado para recibir la llamada generosa a la existencia y responder adecuadamente a ella, el lenguaje auténtico es aquel que viene inspirado por el amor. Este lenguaje es el vehículo por excelencia del encuentro. En cambio, el lenguaje dicho con aversión o con odio se destruye a sí mismo, es un antilenguaje. Ha de considerarse, pues, como inauténtico el lenguaje que destruye vínculos y hace imposible el encuentro del hombre con otras personas e instituciones e incluso con realidades no personales que superan la condición de meros objetos. Este tipo de lenguaje destructor no responde al sentido radical que implica el hecho de ser locuente: provenir de un encuentro y estar llamado a crear nuevos encuentros, poder ser apelado y responder. Es una forma de lenguaje que altera su propia esencia y se fagocita a sí mismo. 2. El lenguaje expresa los ámbitos que creamos a lo largo de la vida y les da una especial densidad. El hermano menor de una familia acude a su hermano mayor y le habla de los apuros económicos que sufre a causa de la enfermedad de uno de sus hijos. La respuesta es automática: “¡Cuenta conmigo!” Lo que significó el hermano mayor para los pequeños durante ciertas épocas de la vida, el dolor de la orfandad compartido, el recuerdo de la recomendación paterna de ayudarse mutuamente... y otros mil aspectos de la vida familiar confluyen de golpe en esa frase y quedan aureolados por la belleza que irradia la bondad, en este caso la voluntad de ayuda incondicional. Por eso, esas dos palabras tranquilizan al hermano menor e incluso lo emocionan, porque en ellas ve condensados y acrecentados los valores más altos de la fraternidad. Hay aquí una maravillosa armonía entre lo que implica un vínculo familiar cercano y la prontitud en colaborar. En cambio, qué chirriante –es decir, disarmónica- hubiera sido la impresión que recibiría el hermano menor si su hermano mayor le hubiera contestado, impávido: “¡Lo siento, pero ése es tu problema!” Cada una de las palabras que componen esta frase se hubiera cargado en este contexto de un sentido muy negativo, y oírlas causaría a la parte más débil un dolor casi físico. Ello es debido al poder que tiene el lenguaje de adensar uno o más ámbitos y poner ante los ojos, de un golpe, todas sus implicaciones. Al hundirse el Titanic -aludo a la espectacular versión cinematográfica de James Cameron-, el capitán mostró una ejemplar contención, no hizo el menor intento de salvar la vida por uno u otro medio, cumplió con su función y, en la hora final, subió a la torre de mando y asió el timón con sus manos hasta que un golpe de agua lo sumergió en la catástrofe colectiva. Esta actitud perfectamente ajustada a su condición estuvo sin duda inspirada por una frase aparentemente tautológica: “¡Soy el capitán!”, frase que él se habrá repetido interiormente una y otra vez. En ella se condensa y adensa todo cuanto, en nivel teórico y práctico, sabe un marino de lo que significa ser el responsable máximo de un navío. Podría pensarse que el infortunado marino no ganaba nada en esa situación límite al repetir algo bien sabido, y esto es cierto en el nivel 1, en el cual el lenguaje es meramente signitivo, apunta hacia un dato objetivo, que, una vez conocido, no necesita ser recordado. En el nivel 2, repetir una expresión como ésa tiene el sentido positivo de hacerse uno consciente de lo que implica ese cargo y actuar en consecuencia. El lenguaje auténtico nos permite ganar distancia de perspectiva respecto a los acontecimientos concretos, sobrevolarlos y captar su sentido más profundo. Decir, en un naufragio, “soy el capitán” equivale a recordar que debe permanecer en su puesto hasta que se hayan puesto a salvo todos los pasajeros. A punto de caer en una grave tentación, un padre de familia se detiene y se dice: “¡Soy un hombre casado…!”. Estas palabras le ayudan a no entregarse a la acción que le fascina y perderse en ella, sino a tomar la distancia propia de la re-flexión (el volver sobre sí), ver en conjunto la trama de las relaciones que definen su vida y descubrir que esa acción halagadora tendría un significado para él -pues significaría una gratificación intensa-, pero carecería de sentido. Vista en el nivel 1, esa frase no le aporta nada nuevo; es vano repetirla. En el nivel 2, sin embargo, implica contemplar sinópticamente la propia vida y la orientación que debe tomar para dotarla de sentido. Esta consideración relacional nos permite discernir si nuestras actitudes, decisiones y actos tienen valor ético o constituyen un antivalor. 3. El lenguaje nos permite delimitar las situaciones, calificarlas y, en la misma medida, dominarlas y comunicarlas. Sientes un dolor difuso en una parte del cuerpo y no sabes a qué atenerte. El médico le pone nombre y ya puedes tomar medidas. Nuestro entorno vital -en el que nos movemos y actuamos- está constituido más bien por ámbitos -realidades atmosféricas y difusas- que por objetos bien delimitados. Si podemos expresarnos con alguna precisión, es merced al don prodigioso del lenguaje. Te digo que voy a Buenos Aires y me entiendes, aunque no conozcas esa ciudad ni puedas figurarte la amplitud de sus avenidas, la belleza de sus monumentos, el encanto de sus plazoletas. Una simple palabra me permite condensar y acotar una multitud de realidades y relaciones de todo orden y entenderme con mis semejantes. 4. Si el lenguaje auténtico va vinculado de raíz a la creación de relaciones de encuentro -que sólo se da entre ámbitos, no entre objetos-, el hombre que tiende al ideal de la unidad -ideal de crear con las realidades del entorno las formas más elevadas de unidad que sea posible- procura conceder a las palabras su poder de evocar cuanto implica cada realidad. El lenguaje es una realidad viva. De ahí que no debamos utilizar el lenguaje como si fuera un utensilio hecho de una vez por todas. Hemos de dar libertad a las palabras y, en ellas, a los diversos conceptos, para que éstos vivan su vida de interrelación, cobren nuevos sentidos, maticen los ya adquiridos, limen sus aristas, ganen madurez. El término libertad, por ejemplo, no puede entenderse a solas; debe entrar en juego con creatividad, ideal, norma, cauce..., y en ese juego -que es fuente de luz- irá precisando su sentido cabal (1).
- Dices "pan", y no aludes únicamente a esa realidad que se halla situada encima de la mesa y puede ser medida, pesada, manejada, convertida en alimento... Evocas toda una serie de interrelaciones: el campesino y sus padres, que le enseñaron el arte de trabajar la tierra y le donaron unas semillas; el campesino y la tierra en la que deposita las semillas con confianza; las semillas, la sustancias alimenticias de la tierra, el agua, la lluvia, el viento, el sol que dora la mies... La palabra "pan" alude a diversas realidades que hubieron de confluir, a su tiempo, para dar lugar a los frutos del campo: trigo, maíz, centeno...
- Pronuncias la palabra "yo", y ves que tu atención se lanza hacia las palabras "tú" y "nosotros", de la misma forma que el término "persona" se vincula de por sí con el término "comunidad", formando el "anillo de conceptos" de que hablaba Martin Heidegger. Este poder creador del lenguaje lo intuyó genialmente Ferdinand Ebner, al escribir: "Esto es lo que constituye la esencia del lenguaje -de la palabra- en su espiritualidad: que el lenguaje es algo que se da entre el yo y el tú, entre la primera y la segunda persona (...); algo que, por una parte, presupone la relación del yo y el tú, y, por otra, la establece" (2). 5. Cada palabra, bien entendida y pronunciada, crea a su alrededor un ámbito de resonancia, correlativo al "nudo de relaciones" en que consiste cada realidad, vista en toda su amplitud. Por eso la palabra auténtica se complementa con el silencio auténtico, que nos permite acoger al mismo tiempo diversas realidades interrelacionadas. En este sentido, toda palabra verdadera es silenciosa, no se enquista en una realidad solitaria, se abre a las tramas de relaciones que confieren a cada ser su plenitud de sentido. Estas palabras silenciosas son la base del lenguaje poético. El silencio nos "recoge" para que podamos "sobrecogernos" ante lo valioso (3). Si la vida espiritual implica un dinamismo creador de relaciones personales, queda patente la razón de largo alcance por la que afirma Ebner que "la palabra es el medio en el que se perciben las entidades espirituales, como lo es la luz respecto a las cosas físicas" (4). Merced a la luz física podemos ver en conjunto cada realidad y cada trama de realidades corpóreas, objetivas. El lenguaje nos permite tomar cierta distancia y ganar perspectiva para percibir la trama de ámbitos que da toda su envergadura y su pleno sentido a cada realidad y descubrir el incremento de sentido que va adquiriendo todo ser al hilo del decurso creador de nuevas relaciones. 6. Visto y vivido el lenguaje como un lugar de entreveramiento de diversos ámbitos, que son otros tantos centros de iniciativa creadora y expresiva, descubrimos que es una fuente de sentido. Cuando responde a un impulso creativo, alumbra sentidos nuevos, irradia luz intelectual. San Agustín acuñó esta sentencia: “Dilige, et quod vis fac” (Ama con amor generoso, y lo que quieras hazlo) (5). Esta frase no alude a algo ya existente; marca una trayectoria vital, establece un canon de conducta, señala una vía a seguir. Al orientarse por esta vía, multitud de vidas humanas se elevaron a una cota de realización muy alta. Ese tipo de lenguaje es eminentemente creativo y, en la misma medida, poético, diseñador de ámbitos de vida, roturador de rutas fecundas. Este carácter creativo del lenguaje poético resalta en el verso de Jorge Guillén: ”No hay soledad. Hay luz entre todos. Soy vuestro”. En este enjuto verso confluyen tres ideas madre, que se potencian mutuamente. El autor comienza deslegitimando enérgicamente el aislamiento individualista. Luego afirma que la vinculación de los seres humanos es fuente de luz, por constituir un campo de juego. Termina confesando que se siente partícipe de tal unión fecunda hasta el punto de que no está entre los demás sino que es algo suyo. Estas ideas, con sus espléndidas implicaciones, adquieren expresión viva y luminosa en el diminuto cuerpo de este verso, que viene a ser una lúcida y vibrante proclamación del carácter relacional de la existencia humana. Lo subraya elocuentemente el eminente crítico literario francés George Poulet: “Yo soy, pero soy por la gracia del aire y de la luz, por la revelación de un mundo cuya admirable esfericidad se concentra en mí, como se redondea en torno a mí mi deseo de abrazar la esfera. Yo me descubro como el punto mediano de las cosas. Ellas culminan en mí, como yo me dilato en ellas” (6). II. Las diversas funciones del silencio en la vida humana La palabra creativa -que expresa ámbitos de realidad y funda nuevos ámbitos- lleva en sí y exige de por sí el silencio auténtico -la atención simultánea y recogida a diversas realidades o diversos aspectos de una realidad-. Ambos, silencio y palabra, se potencian y enriquecen mutuamente. El silencio auténtico -campo de resonancia de la palabra creativa- precede a la palabra que es mero medio para significar algo, no medio en el cual se fundan determinados ámbitos. El silencio de contemplación o sobrecogimiento nutre a la palabra signitiva -mero medio de comunicación-, le da plenitud de sentido, relieve, densidad. A su vez, dicho silencio debe su valor a la palabra creativa con la que va necesariamente unido. El silencio verdadero no equivale a soledad desvinculada, sino a recogimiento sobrecogido ante lo valioso. Por eso hace posible la palabra poética, la mítica y la narrativa. Estos tipos de palabra expresan más de lo que dicen porque viven de la plenitud de realidad que vibra en el silencio, en la atención silenciosa a las realidades desbordantes de sentido. Al silencio contemplativo y, por tanto, a la palabra creativa se opone el silencio de mudez, la resistencia a pronunciar una palabra que puede ser tomada como medio en el cual se fundan ámbitos de convivencia. La palabra creativa, y con ella el silencio contemplativo, se oponen a la cháchara banal, que no implica modo alguno de voluntad creativa por parte del hombre. Si desea adquirir la riqueza que corresponde a su vocación y misión, el hombre debe entrar en el ámbito sobrecogido del silencio, visto como la actitud correspondiente a la palabra de respuesta que ha de dar a la invitación que le hizo el Creador a vivir a su imagen y semejanza, es decir, de manera eminentemente creativa. Por ser fruto de una doble relación -con sus padres y con el Creador- y estar llamado a crear nuevas relaciones, el hombre es a la vez locuente y silencioso (7). Se habla con sentido desde la plenitud del silencio. Se calla con sentido desde la plenitud de la palabra. Es una experiencia reversible: se recoge uno para sobrecogerse; el hombre sobrecogido tiende a recogerse más. El recogimiento no implica soledad de alejamiento sino distancia de perspectiva, que permite entrañarse más hondamente en la realidad. La vida humana tiene como meta fundar modos relevantes de unidad. Para captar la grandeza de tales formas de unión, se requiere atención sinóptica, es decir, silencio. Perdido este tipo de silencio, se pierde el auténtico lenguaje y se precipita uno en el vacío de la cháchara. Con ello se desmorona toda forma de convivencia digna. He ahí por qué la vida del hombre queda seriamente comprometida cuando se malentiende la relación contrastada entre silencio y palabra como un dilema. Los contrastes constan de dos términos que se complementan entre sí. Los dilemas están constituidos por términos que se desgarran y obligan al hombre a optar entre uno y otro. En el nivel 1, la palabra y el silencio se oponen; forman un dilema: o hablas o te callas. Aquí el hablar es considerado como el mero pronunciar palabras y producir, por tanto, sonidos. Callar significa dejar de emitir sonidos. En el nivel 2, la palabra auténtica y el silencio verdadero no forman un dilema sino un contraste, pues estos tipos de palabra y de silencio no se oponen, se complementan. En efecto, la palabra es verdadera cuando crea vínculos de amor. Y esta forma de creación exige atender a la vez a diversas realidades. Esta forma de atención sinóptica es el silencio de recogimiento. Una vez descubierta la lógica propia del nivel 2, cabe decir con todo rigor que la convivencia verdadera se funda en una palabra de amor, y ésta es, por sí misma, silenciosa. Vertientes de la vida que deben ser silenciosas Si entendemos por silencio la atención a realidades y acontecimientos complejos, queda de manifiesto que el conocimiento de las personas y el trato con ellas, la percepción de los fenómenos expresivos -el cuerpo humano como manifestación del espíritu; las obras artísticas y literarias...-, la relación con el Ser Supremo y otras actividades semejantes deben realizarse con una actitud silenciosa, es decir, respetuosa y contemplativa. Contemplar es ver en relieve, vibrar con todas las implicaciones de una realidad y participar en ellas. Lo contrario del respeto que implica el silencio es la invasión posesora. Si se considera la intimidad humana como un objeto a conquistar, se destruye toda posibilidad de entrar en presencia de la misma, conocerla, hablar con ella, intimar. La palabra que le dirigimos está falta del necesario silencio. La intimidad de una persona se nos torna accesible cuando nos situamos cerca de ella pero a cierta distancia. Esta distancia de perspectiva implica silencio, respeto a la condición compleja y rica de dicha realidad. De lo antedicho se desprende que el espacio propio del amor es el silencio, campo de encuentro del que parte toda palabra acogedora y al que retorna para nutrirse de nuevo. El seductor no guarda silencio, no enamora; domina con una cascada de palabras tan vanas como brillantes. No se dirige a la inteligencia del seducido ni apela a su voluntad libre; intenta encandilarlas y arrastrarlas. Por eso actúa con precipitación de ilusionista a fin de no dejar tiempo alguno a la reflexión. Este espacio de silencio sería una fuente de luz que pondría al descubierto la falacia del seductor (8). Necesidad de guardar silencio Si el ideal de una persona es dominar, poseer y disfrutar (nivel 1), guardar silencio supone para ella evitar toda expresión verbal que pueda ser considerada como vehículo de la creación de vínculos personales (nivel 2). Estamos ante un “silencio de mudez”. En cambio, para el que persigue en su vida el ideal de la unidad y la solidaridad, guardar silencio significa: 1. acallar el afán de comunicación vacía, que parece llenar el alma pero la anega porque no implica voluntad de crear ámbitos de convivencia; 2. acallar el deseo de imponerse a los demás y reducirlos a medios para los propios fines; 3. acallar el ansia de obtener gratificaciones fáciles mediante la entrega a experiencias de vértigo. Esta concepción del silencio entraña, positivamente, apertura a lo valioso, sencillez de espíritu, atención sinóptica a realidades y acontecimientos que abarcan mucho campo y no se revelan sino a quien les presta una acogida respetuosa. Tal actitud de acogida es anulada por la entrega al vértigo de la disipación espiritual, que produce embotamiento y pasividad. He ahí la razón por la cual la "civilización del ruido" anula en su raíz la posibilidad de una auténtica cultura, vista como el enraizamiento profundo del hombre en la realidad. Tal enraizamiento es una forma de encuentro que alumbra sentido y belleza. La pérdida en el caos de lo ruidoso supone una forma de desarraigo que abisma al hombre en el aturdimiento y el absurdo. Complementariedad de palabra y silencio En las reuniones celebradas en el castillo de Rothenfels, Romano Guardini solía pedir a sus jóvenes del Movimiento de Juventud que guardasen silencio desde el final de la cena hasta el desayuno, a fin de crear un clima de recogimiento: "El recto callar –les decía- es el contrapolo viviente del recto hablar. Pertenece a ello como el inspirar al espirar". "Se nota en el que habla si viene del silencio o no. Lo que proviene del silencio tiene plenitud y riqueza (...). Hablar sin silencio se convierte en cháchara. Sólo en el silencio brota la vida, se adensa la energía, se clarifica la interioridad, y los pensamientos e imágenes logran una forma precisa. Cuando se habla desde el silencio, lo que pensamos interiormente adquiere su forma auténtica" (9). "Que el silencio es una plenitud lo sentí profundamente una vez junto al Main. Estaba sentado junto al río, y todo el valle se hallaba en silencio; ningún pájaro cantaba, ningún hombre ni ningún coche pasaban por allí. Todo era silencio, incluso dentro de mí. Pero ¡qué riqueza había en todo! Todo estaba lleno de vida, de sustancia interior, de la gran plenitud que late en el fondo de todas las cosas" (10) . Temas de reflexión Lo antedicho nos permite clarificar, con la debida lucidez, las cuestiones siguientes: • ¿Por qué el silencio es tan importante para nuestra vida personal? o ¿Conviene llenar de ruido el hogar a todas horas con el sonido de los medios de comunicación? o ¿Es silencioso nuestro lenguaje cuando dialogamos y debatimos? • ¿Cuál es la razón primaria de la importancia que se concede actualmente al lenguaje? o ¿que nos permite comunicarnos? o ¿que crea vínculos si es dicho con amor? • ¿Cuando podemos decir que un modo de lenguaje es auténtico? • ¿Se reduce el silencio a mera ausencia de palabras? • ¿Cuál es el criterio para discernir si un tipo de lenguaje es poético y no meramente prosaico? Notas (1) Sobre el juego como fuente de luz -cuestión decisiva en Hermenéutica-, pueden verse amplias precisiones en mi Estética de la creatividad, BAC, Madrid 2003, 4ª ed., págs. 33-183. (2) Cf. F. Ebner: Das Wort und die geistigen Realitäten, Herder, Viena 1952, págs. 271-272; La palabra y las realidades espirituales, Caparrós, Madrid 1993. (3) Cf. Cf. Alfonso López Quintás: Inteligencia creativa, BAC, Madrid 2003, 4ª ed.,págs. 61 ss, 209 ss. (4) Cf. Fragmente, Aufsätze, Aphorismen. Zu einer Pneumatologie des Wortes, Kösel, Munich 1963, p. 696. (5) Nótese que utiliza el verbo latino “diligere” -amar generosamente-, no el verbo “amare”. (6) Cf. Les metamorphoses du cercle, Plon, Paris 1961, p. 518. (7) En la obra Diagnosis del hombre actual -Cristiandad, Madrid 1966- indico que las características básicas del hombre actual -desmitización y despoetización del mundo, amortiguamiento de la fe religiosa, pérdida de la capacidad expresiva y simbólica, masificación...- arrancan de su alejamiento de lo profundo, lo valioso, e indico que la salida a esta crisis consiste en volver a la práctica del recogimiento y el sobrecogimiento. (8) Sobre la temible lógica de la seducción pueden verse mis obras: Vértigo y éxtasis, Rialp, Madrid 2006; Cómo formarse en ética a través de la literatura, Rialp, Madrid 2008, 3ª ed. (9)Briefe über Selbstbildung, M. Grünewald, Maguncia 1930, págs. 130-131. Versión española: Cartas sobre la formación de sí mismo, Palabra, Madrid 2000, p. 134. (10) Briefe..., p. 132; Cartas..., p. 135. |
Editado por
Alfonso López Quintás
Alfonso López Quintás realizó estudios de filología, filosofía y música en Salamanca, Madrid, Múnich y Viena. Es doctor en filosofía por la Universidad Complutense de Madrid y catedrático emérito de filosofía de dicho centro; miembro de número de la Real Academia Española de Ciencias Morales y Políticas –desde 1986-, de L´Académie Internationale de l´art (Suiza) y la International Society of Philosophie (Armenia); cofundador del Seminario Xavier Zubiri (Madrid); desde 1970 a 1975, profesor extraordinario de Filosofía en la Universidad Comillas (Madrid). De 1983 a 1993 fue miembro del Comité Director de la FISP (Fédération Internationale des Societés de Philosophie), organizadora de los congresos mundiales de Filosofía. Impartió numerosos cursos y conferencias en centros culturales de España, Francia, Italia, Portugal, México, Argentina, Brasil, Perú, Chile y Puerto Rico. Ha difundido en el mundo hispánico la obra de su maestro Romano Guardini, a través de cuatro obras y numerosos estudios críticos. Es promotor del proyecto formativo internacional Escuela de Pensamiento y Creatividad (Madrid), orientado a convertir la literatura y el arte –sobre todo la música- en una fuente de formación humana; destacar la grandeza de la vida ética bien orientada; convertir a los profesores en formadores; preparar auténticos líderes culturales; liberar a las mentes de las falacias de la manipulación. Para difundir este método formativo, 1) se fundó en la universidad Anáhuac (México) la “Cátedra de creatividad y valores Alfonso López Quintás”, y, en la universidad de Sao Paulo (Brasil), el “Núcleo de pensamento e criatividade”; se organizaron centros de difusión y grupos de trabajo en España e Iberoamérica, y se están impartiendo –desde 2006- tres cursos on line que otorgan el título de “Experto universitario en creatividad y valores”.
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