Reseñas
La experiencia de la pérdida
Juan Antonio Martínez de la Fe , 26/08/2022
Ficha Técnica
Título: La experiencia de la pérdida
Autor: Joan-Carles Mèlich
Edita: Fragmenta Editorial, Barcelona, 2022
Colección: Fragmentos
Traducción: Marta Rebón
Encuadernación: Tapa blanda con solapas
Número de páginas: 124
ISBN: 978-84-17796-60-0
Precio: 12,90 euros
Editorial Fragmenta ofrece la colección Fragmentos, una serie de textos, no muy extensos generalmente, pero de una gran profundidad. Y, en la presente ocasión, no decepciona con este título que comentamos.
Desde el Pórtico que abre este ensayo, Mèlich nos avisa de que estamos condenados a la desazón y a la zozobra, en el que la plenitud es la muerte. Ella llama a nuestra puerta continuamente porque se lleva a seres queridos, hasta que nosotros pasemos a ser los protagonistas y nuestra partida deje un vacío en quienes nos quieren.
Un vacío que nunca volverá a llenarse o, cuando menos, que nadie volverá a llenar de la misma manera. Siempre se echa de menos a alguien que ya se fue; lo que no constituye un suceso, por el que mi vida no se ve alterada de manera sustancial, sino un acontecimiento que produce una grieta en mi tiempo y nada puede volver a ser como antes.
Ocurre también en el terreno de la metafísica. Desde que Nietzsche anunció la muerte de Dios, es decir, la muerte de la metafísica, vivimos en orfandad, atacados por tres enfermedades: nostalgia, vacío e idolatrías, frutos todas ellas de la ausencia de lo Absoluto.
La finitud
Somos siervos de la finitud. Una finitud que no es solo la muerte, sino la manera que tenemos los humanos de ser en el mundo; finitud es muerte, sí, pero además vulnerabilidad y despedida. Somos finitos porque somos corporeidad y porque no podemos evitar que pase lo imprevisible. Y, por supuesto, vivir una vida finita supone, entre otras cosas, “que no hay posibilidad alguna de encontrar un principio absoluto que ofrezca un único sentido a la vida”. Dios ha muerto y la vida no tiene sentido.
Por el contrario, todo pensamiento metafísico tiene un anhelo: encontrar un principio que sea firme, trascendente al espacio y al tiempo, a la historia; y, a la vez, indudable por ser tranquilizador porque da razón de todo, que lo explica todo. Pero, ante la vida, aparte de la metafísica, existe un punto de vista literario, que es el que utiliza el autor en este ensayo y que orienta una filosofía antropológica de la finitud, que no teme al sinsentido y acepta el fracaso metafísico de toda existencia. Y, desde este punto de vista, tenemos que aceptar el hecho de tener que orientar nuestras vidas sin tener criterios seguros y fiables. No se trata de ser nihilistas negando todo principio, sino, simplemente, no aceptar ninguna referencia que pueda operar más allá del espacio y del tiempo, aunque estos referentes nunca podrán llenar el vacío de existir.
Memoria y olvido
Por otro lado, vivimos en una tensión entre el recuerdo y el olvido, una tensión que es el lugar la memoria: no podemos eludir nuestra realidad de herederos de secuencias espaciotemporales. La memoria es un acontecimiento inquietante: siempre nos hace presentes a los ausentes, aunque hay que tener en mente que ninguna sociedad recuerda de la misma manera.
¿Qué nos quiere decir el autor? Pues que un ser finito tiene que aceptar vivir en un mundo en el que no podrá esquivar la experiencia de haber perdido a alguien. Y hemos de considerar si seremos capaces de convivir con las grietas, las cicatrices y los traumas causados por esas pérdidas.
Vivir en un mundo humano es implicarse en vidas que no son las nuestras. Como bien dice Mèlich: “Nos guste o no, existimos abiertos a los que no están. A veces su recuerdo resulta insoportable porque abre un universo de nostalgia”.
En definitiva, la memoria nos recuerda que el mal no pertenece al pasado. Aconseja el autor no considerar el mal en el sentido metafísico, como ausencia de bien, sino hacerlo al modo antropológico, es decir, como insensibilidad frente al sufrimiento del otro. Eso es el mal: “insensibilidad, sufrimiento y alteridad son las tres palabras que configuran la gramática del mal”.
Compasión
El autor entra, luego, a tratar la pérdida de un ser querido. Ante ella, el duelo es una reacción normal; pero ya no lo es la melancolía, que reviste caracteres patológicos. “Si en el duelo hay una pérdida del objeto, en la melancolía hay una pérdida del yo”.
El melancólico piensa que la vida es un camino que lleva a la muerte y es incapaz de admitir que el estado natural de la existencia es defectuoso. Y del duelo y la melancolía surge la añoranza, la imposibilidad de despedirse definitivamente porque la ausencia es acosadora y surge contra la voluntad del que la sufre. Vienen a la mente las palabras de Gilbert Becaud en su tema Et maintenant: ·Et maintenant que vais-je faire, De tout ce temps que sera ma vie, De tous ces gens qui m'indiffèrent, Maintenant que tu es partie. Toutes ces nuits, pour quoi pour qui, Et ce matin qui revient pour rien”.
Y ¿qué podemos hacer frente a la experiencia de la pérdida? Nos queda la compasión ante quien sufre por la pérdida. Lo que hace que no seamos compasivos no es la falta de respuesta ante el sufrimiento del otro, sino el bloqueo de la compasión, de respuesta ética, por parte de mecanismos sociales, políticos o religiosos. La compasión es el núcleo de la ética.
¿Qué significa ser compasivo? Ser compasivo es estar ahí, no pasivamente, sino de forma activa, porque solo se produce manifestándose: se trata de ayudar activamente al otro a aliviar su sufrimiento. En este sentido, Mèlich aconseja alejarse de la filosofía metafísica para encontrar ejemplos de compasión y recurrir, más bien, a obras literarias, cinematográficas o pictóricas.
En ese estar ahí, además de compasión hay consuelo, un consuelo que nos muestra uno de los aspectos más relevantes de la existencia. Solo el consuelo puede ayudar, no a superar, sino a soportar el dolor de la pérdida. Y no olvidemos que no es la filosofía la que consuela, sino el abrazo; traducido a nuestro refranero, obras son amores y no buenas razones.
En esta obra, además del texto del autor, es destacable el Posfacio que firma Marta Rebón, bien conocedora de la obra de Joan-Carles Mèlich y que nos ofrece una profunda reflexión sobre la lectura de este ensayo.
Concluyendo
Es este un libro que afecta a cualquier tipo de lector. La experiencia de la muerte de un ser querido es lo habitual, como corresponde a nuestra humana condición. Ante este hecho, de nada vale que Wittgenstein nos niegue la experiencia de la muerte porque no es un acontecimiento de la vida, que la muerte no se vive. A través de las páginas de su ensayo, Mèlich nos conduce a la aceptación de esta experiencia y a aprender a acompañar compasivamente a quien la sufre porque alguien, objeto de su amor, ha trascendido las barreras del espacio y del tiempo.
El estilo del autor es próximo, cercano. Su mensaje parece acariciar como un bálsamo el hecho de tener que afrontar la pérdida. Algo así como si el autor buscara poner en práctica la compasión activa ante el sufriente. Y a fe que lo consigue.
Índice
1. Pórtico
2. Finitud y existencia
3. Una filosofía literaria
4. La pasión de la memoria
5. El ser en la ausencia
6. Poética del recuerdo
7. Presencias espectrales
8. El dolor de la escritura
9. El páramo de la nostalgia
10. La compasión y el consuelo
11. Telón
Lecturas y agradecimientos
Posfacio, por Marta Rebón
Título: La experiencia de la pérdida
Autor: Joan-Carles Mèlich
Edita: Fragmenta Editorial, Barcelona, 2022
Colección: Fragmentos
Traducción: Marta Rebón
Encuadernación: Tapa blanda con solapas
Número de páginas: 124
ISBN: 978-84-17796-60-0
Precio: 12,90 euros
Editorial Fragmenta ofrece la colección Fragmentos, una serie de textos, no muy extensos generalmente, pero de una gran profundidad. Y, en la presente ocasión, no decepciona con este título que comentamos.
Desde el Pórtico que abre este ensayo, Mèlich nos avisa de que estamos condenados a la desazón y a la zozobra, en el que la plenitud es la muerte. Ella llama a nuestra puerta continuamente porque se lleva a seres queridos, hasta que nosotros pasemos a ser los protagonistas y nuestra partida deje un vacío en quienes nos quieren.
Un vacío que nunca volverá a llenarse o, cuando menos, que nadie volverá a llenar de la misma manera. Siempre se echa de menos a alguien que ya se fue; lo que no constituye un suceso, por el que mi vida no se ve alterada de manera sustancial, sino un acontecimiento que produce una grieta en mi tiempo y nada puede volver a ser como antes.
Ocurre también en el terreno de la metafísica. Desde que Nietzsche anunció la muerte de Dios, es decir, la muerte de la metafísica, vivimos en orfandad, atacados por tres enfermedades: nostalgia, vacío e idolatrías, frutos todas ellas de la ausencia de lo Absoluto.
La finitud
Somos siervos de la finitud. Una finitud que no es solo la muerte, sino la manera que tenemos los humanos de ser en el mundo; finitud es muerte, sí, pero además vulnerabilidad y despedida. Somos finitos porque somos corporeidad y porque no podemos evitar que pase lo imprevisible. Y, por supuesto, vivir una vida finita supone, entre otras cosas, “que no hay posibilidad alguna de encontrar un principio absoluto que ofrezca un único sentido a la vida”. Dios ha muerto y la vida no tiene sentido.
Por el contrario, todo pensamiento metafísico tiene un anhelo: encontrar un principio que sea firme, trascendente al espacio y al tiempo, a la historia; y, a la vez, indudable por ser tranquilizador porque da razón de todo, que lo explica todo. Pero, ante la vida, aparte de la metafísica, existe un punto de vista literario, que es el que utiliza el autor en este ensayo y que orienta una filosofía antropológica de la finitud, que no teme al sinsentido y acepta el fracaso metafísico de toda existencia. Y, desde este punto de vista, tenemos que aceptar el hecho de tener que orientar nuestras vidas sin tener criterios seguros y fiables. No se trata de ser nihilistas negando todo principio, sino, simplemente, no aceptar ninguna referencia que pueda operar más allá del espacio y del tiempo, aunque estos referentes nunca podrán llenar el vacío de existir.
Memoria y olvido
Por otro lado, vivimos en una tensión entre el recuerdo y el olvido, una tensión que es el lugar la memoria: no podemos eludir nuestra realidad de herederos de secuencias espaciotemporales. La memoria es un acontecimiento inquietante: siempre nos hace presentes a los ausentes, aunque hay que tener en mente que ninguna sociedad recuerda de la misma manera.
¿Qué nos quiere decir el autor? Pues que un ser finito tiene que aceptar vivir en un mundo en el que no podrá esquivar la experiencia de haber perdido a alguien. Y hemos de considerar si seremos capaces de convivir con las grietas, las cicatrices y los traumas causados por esas pérdidas.
Vivir en un mundo humano es implicarse en vidas que no son las nuestras. Como bien dice Mèlich: “Nos guste o no, existimos abiertos a los que no están. A veces su recuerdo resulta insoportable porque abre un universo de nostalgia”.
En definitiva, la memoria nos recuerda que el mal no pertenece al pasado. Aconseja el autor no considerar el mal en el sentido metafísico, como ausencia de bien, sino hacerlo al modo antropológico, es decir, como insensibilidad frente al sufrimiento del otro. Eso es el mal: “insensibilidad, sufrimiento y alteridad son las tres palabras que configuran la gramática del mal”.
Compasión
El autor entra, luego, a tratar la pérdida de un ser querido. Ante ella, el duelo es una reacción normal; pero ya no lo es la melancolía, que reviste caracteres patológicos. “Si en el duelo hay una pérdida del objeto, en la melancolía hay una pérdida del yo”.
El melancólico piensa que la vida es un camino que lleva a la muerte y es incapaz de admitir que el estado natural de la existencia es defectuoso. Y del duelo y la melancolía surge la añoranza, la imposibilidad de despedirse definitivamente porque la ausencia es acosadora y surge contra la voluntad del que la sufre. Vienen a la mente las palabras de Gilbert Becaud en su tema Et maintenant: ·Et maintenant que vais-je faire, De tout ce temps que sera ma vie, De tous ces gens qui m'indiffèrent, Maintenant que tu es partie. Toutes ces nuits, pour quoi pour qui, Et ce matin qui revient pour rien”.
Y ¿qué podemos hacer frente a la experiencia de la pérdida? Nos queda la compasión ante quien sufre por la pérdida. Lo que hace que no seamos compasivos no es la falta de respuesta ante el sufrimiento del otro, sino el bloqueo de la compasión, de respuesta ética, por parte de mecanismos sociales, políticos o religiosos. La compasión es el núcleo de la ética.
¿Qué significa ser compasivo? Ser compasivo es estar ahí, no pasivamente, sino de forma activa, porque solo se produce manifestándose: se trata de ayudar activamente al otro a aliviar su sufrimiento. En este sentido, Mèlich aconseja alejarse de la filosofía metafísica para encontrar ejemplos de compasión y recurrir, más bien, a obras literarias, cinematográficas o pictóricas.
En ese estar ahí, además de compasión hay consuelo, un consuelo que nos muestra uno de los aspectos más relevantes de la existencia. Solo el consuelo puede ayudar, no a superar, sino a soportar el dolor de la pérdida. Y no olvidemos que no es la filosofía la que consuela, sino el abrazo; traducido a nuestro refranero, obras son amores y no buenas razones.
En esta obra, además del texto del autor, es destacable el Posfacio que firma Marta Rebón, bien conocedora de la obra de Joan-Carles Mèlich y que nos ofrece una profunda reflexión sobre la lectura de este ensayo.
Concluyendo
Es este un libro que afecta a cualquier tipo de lector. La experiencia de la muerte de un ser querido es lo habitual, como corresponde a nuestra humana condición. Ante este hecho, de nada vale que Wittgenstein nos niegue la experiencia de la muerte porque no es un acontecimiento de la vida, que la muerte no se vive. A través de las páginas de su ensayo, Mèlich nos conduce a la aceptación de esta experiencia y a aprender a acompañar compasivamente a quien la sufre porque alguien, objeto de su amor, ha trascendido las barreras del espacio y del tiempo.
El estilo del autor es próximo, cercano. Su mensaje parece acariciar como un bálsamo el hecho de tener que afrontar la pérdida. Algo así como si el autor buscara poner en práctica la compasión activa ante el sufriente. Y a fe que lo consigue.
Índice
1. Pórtico
2. Finitud y existencia
3. Una filosofía literaria
4. La pasión de la memoria
5. El ser en la ausencia
6. Poética del recuerdo
7. Presencias espectrales
8. El dolor de la escritura
9. El páramo de la nostalgia
10. La compasión y el consuelo
11. Telón
Lecturas y agradecimientos
Posfacio, por Marta Rebón
Reseñas
Historia de las telecomunicaciones
Juan Antonio Martínez de la Fe , 30/07/2022
Ficha Técnica
Título: Historia de las telecomunicaciones
Autor: José Antonio Martín Pereda
Edita: Guadalmazán, Córdoba, 2022
Colección: Divulgación Científica
Encuadernación: Tapa blanda con solapas
Número de páginas: 672
ISBN: 978-84-17547-57-8
Precio: 30 euros
Nos encontramos ante un libro que nos ofrece una visión panorámica sobre el mundo de las telecomunicaciones, desde los primeros tiempos en los que la distancia era un problema a resolver para comunicarnos, hasta la actualidad, con los más avanzados medios de los que disponemos.
En esta obra de José Antonio Martín Pereda, encontraremos tres bloques importantes de información. Uno de ellos recoge aspectos históricos y sociológicos sobre la importancia de las comunicaciones a lo largo del tiempo y, lo que es de especial interés, el impacto que tuvieron determinados progresos en hechos concretos.
Otro apartado destacado es el de las biografías de quienes estuvieron en el germen y desarrollo de las distintas fases del proceso evolutivo de las telecomunicaciones. Finalmente, un tercer grupo es el destinado a detallar los aspectos técnicos de las invenciones que nos han traído hasta la actualidad.
Historia y sociología de las telecomunicaciones
Nos adentramos en aquellos primeros tiempos en los que comunicar una noticia se veía dificultado por la distancia. Había un problema de visión, de hándicaps para poder captar en la distancia lo que se nos quería comunicar.
Jugó, en esas primigenias épocas, un papel importante el fuego: hogueras prendidas a distancias previamente calculadas, constituyeron una primitiva forma de telecomunicación, aunque con el inconveniente de su dependencia de otras factores, especialmente climáticos: vital era la ausencia de nubes que impidieran poder captar el mensaje a transmitir y recibir. El autor aporta varios ejemplos, tales como los sistemas utilizados en la muralla china o el descrito por Homero o Pausanias en la guerra de Troya.
Evidentemente, la aparición del telescopio redujo la problemática inicial de la distancia, aunque no logró aún superar la necesaria simplificación de los textos a remitir, pues se carecía, lógicamente, de un vocabulario, obligando a textos convenidos de antemano.
Tras estos inicios, llegó la época del telégrafo, balbuciente en sus inicios pero que contó con un desarrollo importante motivado por aspectos comerciales, científicos o bélicos, entre otros. Sobresale aquí el destacado juego representado por el ferrocarril, ya que sus líneas fueron utilizadas para introducir el envío de información.
No se nos oculta la importancia de tener una rápida y lo más completa información en cuestiones bélicas. Así, el autor nos lo hace transparente al hablarnos de la guerra de Crimea, la guerra civil americana, la de Cuba, la de los Boers, hasta desembocar en las dos guerras mundiales.
La telegrafía sin hilos, la radio y la televisión son hitos notables en la historia. Hoy abundan en nuestros hogares, junto a un sinfín de aparatos de nueva tecnología que no cesa de avanzar; pero podemos retrotraernos a aquellos primeros momentos en los que escasas viviendas disponían de un receptor de radio, incluso en el momento en que pasó de ser un vehículo estrictamente comunicacional para convertirse en un medio de entretenimiento.
Biografías
Otro bloque importante de esta obra es el relativo a las biografías de las personas que fueron innovando, aportando su saber, su ingenio y su labor investigadora a esos progresos que, de manera imparable, se fueron produciendo en el campo de las telecomunicaciones.
Estas biografías no siempre son completas, es decir, que cuentan la vida del personaje desde el momento de su nacimiento, sus estudios, su entorno, etc., hasta el momento de su muerte. Pero sí es muy detallada en lo que respecta a sus descubrimientos, a los problemas de todo tipo que tuvieron que afrontar, a las rivalidades entre algunos de ellos que llegaron a enconar sus relaciones personales.
Así, nos encontramos con Claude Chappe en Francia y la importancia de sus aportaciones, hasta culminar en su suicidio. Nos encontramos, también, con Abraham Edelcrantz y su papel en el telégrafo sueco; y, cómo no, con Samuel F. Morse, cuyo código logró una larga supervivencia.
No podían faltar en esta cita Elisha Gray, Thomas Alva Edison y Alexander Graham Bell y los primeros teléfonos, así como los problemas surgidos con las necesarias patentes para el desarrollo de sus inventos, así como el nacimiento de las grandes compañías telefónicas.
También hallamos datos biográficos de Heinrich Rudolf Hertz así como de Oliver Joseph Lodge, entre otros. Y, por supuesto, Marconi y todas las empresas en las que tuvo participación no siempre exenta de polémicas. Y ya, con la transmisión de imágenes, no podían faltar Bain, Backwell, Caselli y, sobre todo, Ferdinand Braun.
Viniendo a tiempos ya más recientes, nos encontramos con K. Lehovec en los dispositivos emisores de luz, la fibra óptica con Charles Kao; Ralph Hartley o Harry Nyquist tampoco están ausentes.
Como se puede apreciar solo con la enumeración de algunos de los que han brillado en esta historia, desde las señales de fuego iniciales hasta la fibra óptica e internet, nos podemos hacer una idea de la amplitud de este trabajo de Martín Pereda.
También la técnica
Este otro aspecto en la obra que comentamos es sumamente interesante, en especial para quienes tienen algún conocimiento en estas materias, pues una abundante serie de gráficos, fotos y diagramas explica las entrañas de los inventos a medida que se iban produciendo.
Pero ello no quiere decir que el no experto en estas materias no pueda acceder a estos contenidos. El lenguaje empleado por el autor es sumamente próximo como para permitir una comprensión, aunque sea somera, de las especificaciones técnicas.
Podemos encontrar desde una torre de comunicación del ejército romano hasta el primer sistema sincronizado de comunicación de Chappe. Las torres del sistema de comunicaciones de almirante Popham, el telégrafo electroquímico de Sömmerring o el esquema básico del primer telégrafo de Wheatstone y Cooke se pueden contemplar en las páginas correspondientes, con una explicación de su funcionamiento y las bases sobre las que se construyeron.
Imágenes del equipo de transmisión y registro de señales telegráfica, el esquema del transmisor de Reis junto a mapas explicativos de los enlaces por cables submarinos entre continentes son ejemplos que abundan en lo detallado y minucioso de esta historia que nos narra el autor.
Y, por supuesto, también figuran, entre otros muchos inventos, el esquema transmisor de Marconi en sus primeras experiencias, el equipo de transmisión denominado Fullerphone y el esquema básico del iconoscopio de Zworykin ya en el campo de la televisión, para alcanzar el primer láser de semiconductores.
Concluyendo
Tenemos al alcance una obra monumental por su contenido y muy práctica y accesible en su manejo. Para ello cuenta con un muy detallado sumario que permite una visión amplia de los temas abordados así como unos índices muy prácticos, junto a una selecta bibliografía para que cualquier interesado pueda profundizar en alguno de los contenidos.
Los tres bloques o apartados propuestos responden a un intento de esquematizar los diferentes aspectos que la obra no ofrece por separado. En efecto: la narración es continua, entreverando en sus capítulos cuestiones históricas y sociológicas, las biografías de los muchos personajes que incluye así como los detalles técnicos de cada peldaño en esa escala ascendente de las telecomunicaciones.
Por su parte, el lenguaje narrativo del autor es muy cercano. Y el desarrollo cronológico de los acontecimientos permite edificar con seguridad esta historia apasionante de las telecomunicaciones. En definitiva, un libro a tener al alcance como punto de referencia al que recurrir en busca de un detalle que permita comprender cómo las telecomunicaciones han llegado hasta nuestros días.
Índice
El índice detallado comprende varias páginas. Aquí solo se ofrecen los títulos de los capítulos que componen la obra.
Prólogo
I. Primeras formas de comunicación. De China al Mediterráneo
II. El despertar de las comunicaciones. La Revolución Francesa.
III. Telegrafía óptica en Europa.
IV. Inicio de la telegrafía eléctrica.
V. La telegrafía se implanta en Gran Bretaña.
VI. El telégrafo en Estados Unidos: S.F. Morse.
VII. Sistemas de transmisión y registro de la señal.
VIII. La epopeya de la telegrafía submarina.
IX. El telégrafo y su relación con la política y la sociedad.
X. La voz a través de un cable de cobre.
XI. Desarrollo de componentes y sistemas telefónicos.
XII. Propagación de señales en grandes líneas de transmisión.
XIII. La telegrafía sin hilos: primeros años de la radio.
XIV. La radio avanza con Marconi.
XV. Desarrollo de la telegrafía sin hilos en otros países.
XVI. Acuerdos y reordenaciones internacionales.
XVII. Comunicaciones en la Primera Guerra Mundial.
XVIII. Consecuencias de la Primera Guerra Mundial.
XIX. La radio y el nacimiento de la electrónica.
XX. La radiodifusión llega a todos.
XXI. Transmisión de imágenes fijas y en movimiento.
XXII. Llega la televisión.
XXIII. Microondas, radar, radioenlaces y satélites.
XXIV. Notas sobre la entrada del transistor y los circuitos integrados.
XXV. Entrada de la luz en as comunicaciones y la sociedad.
XXVI. El camino al láser.
XXVII. El láser de semiconductor, caballo de batalla de las comunicaciones ópticas.
XXVIII. El camino de la fibra óptica.
XXIX. La digitalización y las grandes redes de comunicación.
Anexos
Agradecimientos
Bibliografía
Índice onomástico
Título: Historia de las telecomunicaciones
Autor: José Antonio Martín Pereda
Edita: Guadalmazán, Córdoba, 2022
Colección: Divulgación Científica
Encuadernación: Tapa blanda con solapas
Número de páginas: 672
ISBN: 978-84-17547-57-8
Precio: 30 euros
Nos encontramos ante un libro que nos ofrece una visión panorámica sobre el mundo de las telecomunicaciones, desde los primeros tiempos en los que la distancia era un problema a resolver para comunicarnos, hasta la actualidad, con los más avanzados medios de los que disponemos.
En esta obra de José Antonio Martín Pereda, encontraremos tres bloques importantes de información. Uno de ellos recoge aspectos históricos y sociológicos sobre la importancia de las comunicaciones a lo largo del tiempo y, lo que es de especial interés, el impacto que tuvieron determinados progresos en hechos concretos.
Otro apartado destacado es el de las biografías de quienes estuvieron en el germen y desarrollo de las distintas fases del proceso evolutivo de las telecomunicaciones. Finalmente, un tercer grupo es el destinado a detallar los aspectos técnicos de las invenciones que nos han traído hasta la actualidad.
Historia y sociología de las telecomunicaciones
Nos adentramos en aquellos primeros tiempos en los que comunicar una noticia se veía dificultado por la distancia. Había un problema de visión, de hándicaps para poder captar en la distancia lo que se nos quería comunicar.
Jugó, en esas primigenias épocas, un papel importante el fuego: hogueras prendidas a distancias previamente calculadas, constituyeron una primitiva forma de telecomunicación, aunque con el inconveniente de su dependencia de otras factores, especialmente climáticos: vital era la ausencia de nubes que impidieran poder captar el mensaje a transmitir y recibir. El autor aporta varios ejemplos, tales como los sistemas utilizados en la muralla china o el descrito por Homero o Pausanias en la guerra de Troya.
Evidentemente, la aparición del telescopio redujo la problemática inicial de la distancia, aunque no logró aún superar la necesaria simplificación de los textos a remitir, pues se carecía, lógicamente, de un vocabulario, obligando a textos convenidos de antemano.
Tras estos inicios, llegó la época del telégrafo, balbuciente en sus inicios pero que contó con un desarrollo importante motivado por aspectos comerciales, científicos o bélicos, entre otros. Sobresale aquí el destacado juego representado por el ferrocarril, ya que sus líneas fueron utilizadas para introducir el envío de información.
No se nos oculta la importancia de tener una rápida y lo más completa información en cuestiones bélicas. Así, el autor nos lo hace transparente al hablarnos de la guerra de Crimea, la guerra civil americana, la de Cuba, la de los Boers, hasta desembocar en las dos guerras mundiales.
La telegrafía sin hilos, la radio y la televisión son hitos notables en la historia. Hoy abundan en nuestros hogares, junto a un sinfín de aparatos de nueva tecnología que no cesa de avanzar; pero podemos retrotraernos a aquellos primeros momentos en los que escasas viviendas disponían de un receptor de radio, incluso en el momento en que pasó de ser un vehículo estrictamente comunicacional para convertirse en un medio de entretenimiento.
Biografías
Otro bloque importante de esta obra es el relativo a las biografías de las personas que fueron innovando, aportando su saber, su ingenio y su labor investigadora a esos progresos que, de manera imparable, se fueron produciendo en el campo de las telecomunicaciones.
Estas biografías no siempre son completas, es decir, que cuentan la vida del personaje desde el momento de su nacimiento, sus estudios, su entorno, etc., hasta el momento de su muerte. Pero sí es muy detallada en lo que respecta a sus descubrimientos, a los problemas de todo tipo que tuvieron que afrontar, a las rivalidades entre algunos de ellos que llegaron a enconar sus relaciones personales.
Así, nos encontramos con Claude Chappe en Francia y la importancia de sus aportaciones, hasta culminar en su suicidio. Nos encontramos, también, con Abraham Edelcrantz y su papel en el telégrafo sueco; y, cómo no, con Samuel F. Morse, cuyo código logró una larga supervivencia.
No podían faltar en esta cita Elisha Gray, Thomas Alva Edison y Alexander Graham Bell y los primeros teléfonos, así como los problemas surgidos con las necesarias patentes para el desarrollo de sus inventos, así como el nacimiento de las grandes compañías telefónicas.
También hallamos datos biográficos de Heinrich Rudolf Hertz así como de Oliver Joseph Lodge, entre otros. Y, por supuesto, Marconi y todas las empresas en las que tuvo participación no siempre exenta de polémicas. Y ya, con la transmisión de imágenes, no podían faltar Bain, Backwell, Caselli y, sobre todo, Ferdinand Braun.
Viniendo a tiempos ya más recientes, nos encontramos con K. Lehovec en los dispositivos emisores de luz, la fibra óptica con Charles Kao; Ralph Hartley o Harry Nyquist tampoco están ausentes.
Como se puede apreciar solo con la enumeración de algunos de los que han brillado en esta historia, desde las señales de fuego iniciales hasta la fibra óptica e internet, nos podemos hacer una idea de la amplitud de este trabajo de Martín Pereda.
También la técnica
Este otro aspecto en la obra que comentamos es sumamente interesante, en especial para quienes tienen algún conocimiento en estas materias, pues una abundante serie de gráficos, fotos y diagramas explica las entrañas de los inventos a medida que se iban produciendo.
Pero ello no quiere decir que el no experto en estas materias no pueda acceder a estos contenidos. El lenguaje empleado por el autor es sumamente próximo como para permitir una comprensión, aunque sea somera, de las especificaciones técnicas.
Podemos encontrar desde una torre de comunicación del ejército romano hasta el primer sistema sincronizado de comunicación de Chappe. Las torres del sistema de comunicaciones de almirante Popham, el telégrafo electroquímico de Sömmerring o el esquema básico del primer telégrafo de Wheatstone y Cooke se pueden contemplar en las páginas correspondientes, con una explicación de su funcionamiento y las bases sobre las que se construyeron.
Imágenes del equipo de transmisión y registro de señales telegráfica, el esquema del transmisor de Reis junto a mapas explicativos de los enlaces por cables submarinos entre continentes son ejemplos que abundan en lo detallado y minucioso de esta historia que nos narra el autor.
Y, por supuesto, también figuran, entre otros muchos inventos, el esquema transmisor de Marconi en sus primeras experiencias, el equipo de transmisión denominado Fullerphone y el esquema básico del iconoscopio de Zworykin ya en el campo de la televisión, para alcanzar el primer láser de semiconductores.
Concluyendo
Tenemos al alcance una obra monumental por su contenido y muy práctica y accesible en su manejo. Para ello cuenta con un muy detallado sumario que permite una visión amplia de los temas abordados así como unos índices muy prácticos, junto a una selecta bibliografía para que cualquier interesado pueda profundizar en alguno de los contenidos.
Los tres bloques o apartados propuestos responden a un intento de esquematizar los diferentes aspectos que la obra no ofrece por separado. En efecto: la narración es continua, entreverando en sus capítulos cuestiones históricas y sociológicas, las biografías de los muchos personajes que incluye así como los detalles técnicos de cada peldaño en esa escala ascendente de las telecomunicaciones.
Por su parte, el lenguaje narrativo del autor es muy cercano. Y el desarrollo cronológico de los acontecimientos permite edificar con seguridad esta historia apasionante de las telecomunicaciones. En definitiva, un libro a tener al alcance como punto de referencia al que recurrir en busca de un detalle que permita comprender cómo las telecomunicaciones han llegado hasta nuestros días.
Índice
El índice detallado comprende varias páginas. Aquí solo se ofrecen los títulos de los capítulos que componen la obra.
Prólogo
I. Primeras formas de comunicación. De China al Mediterráneo
II. El despertar de las comunicaciones. La Revolución Francesa.
III. Telegrafía óptica en Europa.
IV. Inicio de la telegrafía eléctrica.
V. La telegrafía se implanta en Gran Bretaña.
VI. El telégrafo en Estados Unidos: S.F. Morse.
VII. Sistemas de transmisión y registro de la señal.
VIII. La epopeya de la telegrafía submarina.
IX. El telégrafo y su relación con la política y la sociedad.
X. La voz a través de un cable de cobre.
XI. Desarrollo de componentes y sistemas telefónicos.
XII. Propagación de señales en grandes líneas de transmisión.
XIII. La telegrafía sin hilos: primeros años de la radio.
XIV. La radio avanza con Marconi.
XV. Desarrollo de la telegrafía sin hilos en otros países.
XVI. Acuerdos y reordenaciones internacionales.
XVII. Comunicaciones en la Primera Guerra Mundial.
XVIII. Consecuencias de la Primera Guerra Mundial.
XIX. La radio y el nacimiento de la electrónica.
XX. La radiodifusión llega a todos.
XXI. Transmisión de imágenes fijas y en movimiento.
XXII. Llega la televisión.
XXIII. Microondas, radar, radioenlaces y satélites.
XXIV. Notas sobre la entrada del transistor y los circuitos integrados.
XXV. Entrada de la luz en as comunicaciones y la sociedad.
XXVI. El camino al láser.
XXVII. El láser de semiconductor, caballo de batalla de las comunicaciones ópticas.
XXVIII. El camino de la fibra óptica.
XXIX. La digitalización y las grandes redes de comunicación.
Anexos
Agradecimientos
Bibliografía
Índice onomástico
Reseñas
El futuro del pasado religioso
Juan Antonio Martínez de la Fe , 21/07/2022
Ficha Técnica
Título: El futuro del pasado religioso
Autor: Charles Taylor
Edita: Editorial Trotta, Madrid, 2021
Colección: Estructuras y Procesos
Traducción y estudio introductorio: Sonia E. Rodríguez García
Encuadernación: Tapa blanda con solapas
Número de páginas: 300
ISBN: 978-84-9879-850-0
Precio: 35 euros
La obra de Charles Taylor no es en absoluto desconocida. Quien se haya interesado por la filosofía política, por las cuestiones de la identidad o la filosofía de la religión, por citar solo algunos de los campos de su especialidad, con casi total seguridad se ha encontrado con este filósofo canadiense.
De ahí la importancia de esta obra que Editorial Trotta nos ofrece, bajo el título de uno de los ocho ensayos que incluye, abordando aspectos variados.
Sonia E. Rodríguez es la autora de la magnífica Introducción a todo el libro. Una Introducción de obligada lectura, pues ayuda y mucho a encuadrar y comprender el hondo contenido del conjunto. Nos habla del filósofo y su obra, de los inicios de su reflexión en torno a la religión; de sus textos fundamentales: Fuentes del yo y La era secular, con lo que deja al lector bien encaminado para acceder a la lectura del texto.
Es difícil poder detenerse en cada uno de los apartados del libro. De ahí que se propone un breve comentario de cada uno de ellos, intentando profundizar en el que da título a la obra, El futuro del pasado religioso.
Modernidad católica
¿Una modernidad católica? Es el primer capítulo y ha sido el primer texto en el que Taylor expone abiertamente su condición de creyente cristiano. En él, traza un análisis de la modernidad, tema recurrente en su obra, en esta oportunidad desde una perspectiva cristiana; en este sentido, y según destaca Sonia Rodríguez, “el objetivo es discernir aquellas facetas de la modernidad que pueden ser consideradas auténticos desarrollos del Evangelio y de aquellos que suponen su negación”.
Según Taylor, para que ciertos logros como la libertad moderna, la defensa de los derechos humanos, las exigencias de justicia y benevolencia universal, pudieran tener un fuerte impulso, era necesaria una ruptura con las creencias y estructuras del cristianismo.
La violencia
El segundo capítulo es Notas sobre las fuentes de la violencia: perennes y modernas; en él, se analiza la violencia categórica, es decir, la ejercida contra una clase o categoría de personas. Como características definitorias se cuenta con el exceso, el lenguaje de purificación y el ritual.
En esta línea, intenta el autor identificar los significados metafísicos de dicha violencia categórica, a fin de dilucidar los posibles vínculos entre violencia y religión. Es un análisis profundo y muy interesante, donde se abordan mecanismos tales como el sacrificio, el chivo expiatorio o externo, como sucedió en el caso de las Cruzadas.
El futuro del pasado religioso constituye el tercer capítulo y se comentará con algo más de amplitud en otro apartado de este texto. El cuarto es el dedicado al tema del Desencantamiento-reencantamiento.
Desencantarse para reencantarse
Aquí, Taylor profundiza en qué es lo que buscan las personas que desean el reencantamiento, para lo que, en primer lugar, explica el proceso de desencantamiento; se trata de encontrar nuevos significados basados en nuestra experiencia como seres en el mundo; el autor desarrolla en este bloque la teoría de las “evaluaciones fuertes”; en palabras de Sonia Rodríguez, “estas valoraciones rastrean la realidad, mantienen una dimensión óntica compatible con el nuevo imaginario cósmico y son, por tanto, capaces de descargar sobre las cosas el plus de significatividad que busca el reencantamiento”.
Secularismo
¿Qué significa el secularismo? Es el título del siguiente ensayo de Taylor. El problema aquí abordado es el de la laicidad, un fenómeno ampliamente extendido por todo el mundo.
Cobra sentido la pregunta que plantea el capítulo. No se trata, simplemente, de la separación entre una iglesia y el gobierno de un país o el alejamiento de una gran mayoría de la práctica religiosa o, incluso, de una mayor increencia. Para Taylor, el secularismo está relacionado con tres aspectos fundamentales: libertad de conciencia, igualdad de trato y fraternidad entre todas las familias espirituales; como se puede apreciar, una correspondencia estrecha con los tres valores fundamentales de la Revolución francesa.
La razón y peligros del moralismo
La mera razón es la traducción del título en alemán que propone el autor. Trata de desmontar la teoría originada en la Ilustración, según la cual son los obstáculos epistemológicos los que han hecho retroceder la creencia en la trascendencia; piensa él que son las dificultades morales y espirituales las que han llevado a transcurrir por esa senda. Es, en definitiva, el mito de la Ilustración: para Taylor, no siempre constituyó un absoluto e innegable avance, teniendo en cuenta las pérdidas que también arrastra.
Trata seguidamente de los Peligros del moralismo. Es un análisis de la filosofía moral contemporánea que, en gran medida, es consecuencia del ya citado mito de la Ilustración.
En efecto, se ha producido un auge de los códigos de conducta que beben de las fuentes de la mera razón, con la idea de forjar un conjunto de reglas universales que puedan ser aplicadas sin excepción. Este codigocentrismo, como lo denomina, no reconoce la posible pluralidad de bienes, lo que desemboca en la desaparición de los dilemas; dilemas que, según Taylor, se han de resolver en, al menos, dos dimensiones: una horizontal y otra vertical, el de la resolución y el de la reconciliación, respectivamente.
La era axial
¿Qué fue la revolución axial? Constituye el último capítulo de la obra. Se trata de un concepto reiteradamente aparecido a lo largo de prácticamente su totalidad. Taylor insiste una y otra vez en los anclajes de la sociedad.
En la época preaxial, el individuo se anclaba en la sociedad, en el cosmos y en una determinada noción del bien humano. La era axial lleva al desanclaje de estos tres extremos; pero aquí, el autor se centra, sobre todo, en la postura revisionista hacia el bien humano. Por otro lado, la era axial no supuso una ruptura total con la era anterior, sino que, más bien, se produjo una coexistencia en algo así como un equilibrio inestable, que, en el cristianismo, se rompe con el impulso a la reforma.
¿Tiene futuro el pasado religioso?
Pero hay que destacar que el estudio más ambicioso que se ofrece en esta obra es el dedicado a El futuro del pasado religioso, pues en él, como dice Sonia Rodríguez, “se encuentran entretejidos y referenciados todos los temas de la era secular”.
Por lo pronto, Taylor reconoce que predecir el futuro es una empresa extremadamente imprudente, máxime cuando su estudio se refiere en una gran medida a una única civilización, la occidental, también conocida como Europa y, previamente, como cristiandad latina.
Se hace en la actualidad mucho énfasis en una religión de compromiso y devoción personal, alejándose de las formas centradas en el ritual colectivo; pues bien: este impulso a la religión personal forma parte del impulso hacia diferentes facetas de la secularización.
Antes, y mucho antes, la religión formaba parte de los fundamentos de la sociedad hasta el punto que cualquiera se anclaba a ella como una seña de identidad. Un anclaje que se extendía hacia la cosmovisión y que comprendía una petición a las divinidades para mejorar la salud y el bienestar, es decir, hacia un florecimiento humano.
Hay un fenómeno que analiza con detenimiento el autor, en este estudio sobre la evolución desde un punto existencial religioso hacia las actuales tendencias secularizantes. Se refiere al fenómeno axial: un momento, en el último milenio antes de Cristo, en el que surgen en diferentes puntos del planeta y de manera independiente figuras fundadoras como Confucio, Gautama, Sócrates o los profetas hebreos. Y justamente es cuando se produce un desanclaje de la sociedad (la identidad de sus componentes), de la cosmovisión y del florecimiento humano tal como se concebía hasta ese momento. Y lo hace con una tendencia clara hacia un revisionismo sobre el bien humano.
Se trata de un proceso largo, extendido en el transcurso de los siglos que alcanza a muy variados aspectos de la religiosidad y que muy bien analiza Taylor en este ensayo.
Tras detenerse en las situaciones previas, arriba el autor a la situación actual, fijándose, también, en algunos elementos que se puede esperar que continúen en el futuro. Y lo hace refiriéndose a dos aspectos concretos: en primer lugar, a la situación en el Oeste y, en segundo lugar, a algunas especulaciones acerca de posibles analogías con fenómenos similares en otras partes del mundo.
En Occidente
Por lo que respecta al mundo occidental, se detiene Taylor en el deslizamiento hacia el individualismo expresivo y la ética de la autenticidad, con un retroceso de la cristiandad “que será cada vez menos común que la gente se sienta atraída o mantenida dentro de una fe por alguna fuerte identidad política o de grupo, o por la sensación de que sostiene una ética fundamental para la sociedad”.
Se pregunta el autor por dónde estará el acceso a la práctica y al compromiso más profundo con la religión. “La respuesta está en las diversas formas de práctica hacia las cuales cada persona se sienta atraída en su propia vida espiritual”, por lo que cada uno tendrá una lealtad no conectada a una sociedad sacralizada, o una identidad nacional o de la pretensión de proporcionar la matriz indispensable para el orden civilizado común, puntos de anclaje de épocas anteriores.
Este análisis desarrollado hasta aquí está referido especialmente al mundo occidental y cristiano. Tras él, Taylor dedica páginas a la posible evolución fuera de Occidente o a una escala global, en la que destaca la manifestación de una violencia desacostumbrada atribuida, en muchos casos, a la religión. Sin embargo, la tesis del autor es que “gran parte de la implicación de la religión en la violencia en nuestro siglo debe entenderse como la elaboración de lo que se puede llamar luchas de identidad”, una identidad que desemboca frecuentemente en el nacionalismo.
Ocurre que grupos que luchan por definirse y alcanzar la identidad política, pueden incorporar la religión como una seña de identidad histórica.
Es el propio autor quien nos ofrece una conclusión a todo su ensayo: “todos los movimientos adelantados se compran a un precio: las revoluciones axiales con la idea de nuestro bien superior; la reforma occidental con la abolición del encantamiento y la represión del ritual colectivo y la creación del orden inmanente. […] Las variedades del pasado religioso que tienen un futuro pueden ser mucho mayores de lo que nos han hecho sospechar”.
Concluyendo
Las palabras de Sonia Rodríguez en la Introducción resumen a la perfección el contenido de este último bloque que presta su nombre al libro: “el objetivo de Taylor es dar cuenta de algunos vectores del desarrollo religioso que llegan hasta nuestro presente, con el fin de realizar algunas conjeturas provisionales sobre su posible continuación/alteración en el futuro”.
Y lo hace magistralmente el autor, no solo en este bloque, sino, en general, en toda la obra. Ofrece un análisis sociológico de gran envergadura, desarrollando su pensamiento fruto de la profunda reflexión que arroja sobre el fenómeno religioso. Partiendo de la situación actual, vuelve la vista atrás para tratar de explicar cómo se ha llegado a la realidad de hoy en día. Reconoce, lógicamente, la dificultad que entraña esbozar con exactitud su futuro, pero sí deja señaladas las tendencias, los raíles por los que, con casi total probabilidad, ha de discurrir cualquier aspecto del fenómeno religioso en el horizonte temporal.
No decepciona Taylor. Los artículos que componen este libro ya eran conocidos, pero ha sido tremendamente oportuno recuperarlos y reunirlos en un solo volumen.
Es cierto que los ejemplos que apunta el autor a lo largo de toda su exposición están referidos al mundo anglosajón en su gran mayoría; son análisis de situaciones en Estados Unidos o en el Reino Unido; pero eso no resta validez para que podamos distinguir muchos de los rasgos que aportan a otras realidades que nos son mucho más cercanas.
Índice
Introducción: La filosofía de la religión en la obra de Charles Taylor, por Sonia E. Rodríguez.
1. ¿Una modernidad católica?
2. Notas sobre las fuentes de la violencia: perennes y modernas
3. El futuro del pasado religioso
4. Desencantamiento-reencantamiento
5. ¿Qué significa el secularismo?
6. Die blosse Vernunft (La mera razón)
7. Peligros del moralismo
8. ¿Qué fue de la revolución axial?
Título: El futuro del pasado religioso
Autor: Charles Taylor
Edita: Editorial Trotta, Madrid, 2021
Colección: Estructuras y Procesos
Traducción y estudio introductorio: Sonia E. Rodríguez García
Encuadernación: Tapa blanda con solapas
Número de páginas: 300
ISBN: 978-84-9879-850-0
Precio: 35 euros
La obra de Charles Taylor no es en absoluto desconocida. Quien se haya interesado por la filosofía política, por las cuestiones de la identidad o la filosofía de la religión, por citar solo algunos de los campos de su especialidad, con casi total seguridad se ha encontrado con este filósofo canadiense.
De ahí la importancia de esta obra que Editorial Trotta nos ofrece, bajo el título de uno de los ocho ensayos que incluye, abordando aspectos variados.
Sonia E. Rodríguez es la autora de la magnífica Introducción a todo el libro. Una Introducción de obligada lectura, pues ayuda y mucho a encuadrar y comprender el hondo contenido del conjunto. Nos habla del filósofo y su obra, de los inicios de su reflexión en torno a la religión; de sus textos fundamentales: Fuentes del yo y La era secular, con lo que deja al lector bien encaminado para acceder a la lectura del texto.
Es difícil poder detenerse en cada uno de los apartados del libro. De ahí que se propone un breve comentario de cada uno de ellos, intentando profundizar en el que da título a la obra, El futuro del pasado religioso.
Modernidad católica
¿Una modernidad católica? Es el primer capítulo y ha sido el primer texto en el que Taylor expone abiertamente su condición de creyente cristiano. En él, traza un análisis de la modernidad, tema recurrente en su obra, en esta oportunidad desde una perspectiva cristiana; en este sentido, y según destaca Sonia Rodríguez, “el objetivo es discernir aquellas facetas de la modernidad que pueden ser consideradas auténticos desarrollos del Evangelio y de aquellos que suponen su negación”.
Según Taylor, para que ciertos logros como la libertad moderna, la defensa de los derechos humanos, las exigencias de justicia y benevolencia universal, pudieran tener un fuerte impulso, era necesaria una ruptura con las creencias y estructuras del cristianismo.
La violencia
El segundo capítulo es Notas sobre las fuentes de la violencia: perennes y modernas; en él, se analiza la violencia categórica, es decir, la ejercida contra una clase o categoría de personas. Como características definitorias se cuenta con el exceso, el lenguaje de purificación y el ritual.
En esta línea, intenta el autor identificar los significados metafísicos de dicha violencia categórica, a fin de dilucidar los posibles vínculos entre violencia y religión. Es un análisis profundo y muy interesante, donde se abordan mecanismos tales como el sacrificio, el chivo expiatorio o externo, como sucedió en el caso de las Cruzadas.
El futuro del pasado religioso constituye el tercer capítulo y se comentará con algo más de amplitud en otro apartado de este texto. El cuarto es el dedicado al tema del Desencantamiento-reencantamiento.
Desencantarse para reencantarse
Aquí, Taylor profundiza en qué es lo que buscan las personas que desean el reencantamiento, para lo que, en primer lugar, explica el proceso de desencantamiento; se trata de encontrar nuevos significados basados en nuestra experiencia como seres en el mundo; el autor desarrolla en este bloque la teoría de las “evaluaciones fuertes”; en palabras de Sonia Rodríguez, “estas valoraciones rastrean la realidad, mantienen una dimensión óntica compatible con el nuevo imaginario cósmico y son, por tanto, capaces de descargar sobre las cosas el plus de significatividad que busca el reencantamiento”.
Secularismo
¿Qué significa el secularismo? Es el título del siguiente ensayo de Taylor. El problema aquí abordado es el de la laicidad, un fenómeno ampliamente extendido por todo el mundo.
Cobra sentido la pregunta que plantea el capítulo. No se trata, simplemente, de la separación entre una iglesia y el gobierno de un país o el alejamiento de una gran mayoría de la práctica religiosa o, incluso, de una mayor increencia. Para Taylor, el secularismo está relacionado con tres aspectos fundamentales: libertad de conciencia, igualdad de trato y fraternidad entre todas las familias espirituales; como se puede apreciar, una correspondencia estrecha con los tres valores fundamentales de la Revolución francesa.
La razón y peligros del moralismo
La mera razón es la traducción del título en alemán que propone el autor. Trata de desmontar la teoría originada en la Ilustración, según la cual son los obstáculos epistemológicos los que han hecho retroceder la creencia en la trascendencia; piensa él que son las dificultades morales y espirituales las que han llevado a transcurrir por esa senda. Es, en definitiva, el mito de la Ilustración: para Taylor, no siempre constituyó un absoluto e innegable avance, teniendo en cuenta las pérdidas que también arrastra.
Trata seguidamente de los Peligros del moralismo. Es un análisis de la filosofía moral contemporánea que, en gran medida, es consecuencia del ya citado mito de la Ilustración.
En efecto, se ha producido un auge de los códigos de conducta que beben de las fuentes de la mera razón, con la idea de forjar un conjunto de reglas universales que puedan ser aplicadas sin excepción. Este codigocentrismo, como lo denomina, no reconoce la posible pluralidad de bienes, lo que desemboca en la desaparición de los dilemas; dilemas que, según Taylor, se han de resolver en, al menos, dos dimensiones: una horizontal y otra vertical, el de la resolución y el de la reconciliación, respectivamente.
La era axial
¿Qué fue la revolución axial? Constituye el último capítulo de la obra. Se trata de un concepto reiteradamente aparecido a lo largo de prácticamente su totalidad. Taylor insiste una y otra vez en los anclajes de la sociedad.
En la época preaxial, el individuo se anclaba en la sociedad, en el cosmos y en una determinada noción del bien humano. La era axial lleva al desanclaje de estos tres extremos; pero aquí, el autor se centra, sobre todo, en la postura revisionista hacia el bien humano. Por otro lado, la era axial no supuso una ruptura total con la era anterior, sino que, más bien, se produjo una coexistencia en algo así como un equilibrio inestable, que, en el cristianismo, se rompe con el impulso a la reforma.
¿Tiene futuro el pasado religioso?
Pero hay que destacar que el estudio más ambicioso que se ofrece en esta obra es el dedicado a El futuro del pasado religioso, pues en él, como dice Sonia Rodríguez, “se encuentran entretejidos y referenciados todos los temas de la era secular”.
Por lo pronto, Taylor reconoce que predecir el futuro es una empresa extremadamente imprudente, máxime cuando su estudio se refiere en una gran medida a una única civilización, la occidental, también conocida como Europa y, previamente, como cristiandad latina.
Se hace en la actualidad mucho énfasis en una religión de compromiso y devoción personal, alejándose de las formas centradas en el ritual colectivo; pues bien: este impulso a la religión personal forma parte del impulso hacia diferentes facetas de la secularización.
Antes, y mucho antes, la religión formaba parte de los fundamentos de la sociedad hasta el punto que cualquiera se anclaba a ella como una seña de identidad. Un anclaje que se extendía hacia la cosmovisión y que comprendía una petición a las divinidades para mejorar la salud y el bienestar, es decir, hacia un florecimiento humano.
Hay un fenómeno que analiza con detenimiento el autor, en este estudio sobre la evolución desde un punto existencial religioso hacia las actuales tendencias secularizantes. Se refiere al fenómeno axial: un momento, en el último milenio antes de Cristo, en el que surgen en diferentes puntos del planeta y de manera independiente figuras fundadoras como Confucio, Gautama, Sócrates o los profetas hebreos. Y justamente es cuando se produce un desanclaje de la sociedad (la identidad de sus componentes), de la cosmovisión y del florecimiento humano tal como se concebía hasta ese momento. Y lo hace con una tendencia clara hacia un revisionismo sobre el bien humano.
Se trata de un proceso largo, extendido en el transcurso de los siglos que alcanza a muy variados aspectos de la religiosidad y que muy bien analiza Taylor en este ensayo.
Tras detenerse en las situaciones previas, arriba el autor a la situación actual, fijándose, también, en algunos elementos que se puede esperar que continúen en el futuro. Y lo hace refiriéndose a dos aspectos concretos: en primer lugar, a la situación en el Oeste y, en segundo lugar, a algunas especulaciones acerca de posibles analogías con fenómenos similares en otras partes del mundo.
En Occidente
Por lo que respecta al mundo occidental, se detiene Taylor en el deslizamiento hacia el individualismo expresivo y la ética de la autenticidad, con un retroceso de la cristiandad “que será cada vez menos común que la gente se sienta atraída o mantenida dentro de una fe por alguna fuerte identidad política o de grupo, o por la sensación de que sostiene una ética fundamental para la sociedad”.
Se pregunta el autor por dónde estará el acceso a la práctica y al compromiso más profundo con la religión. “La respuesta está en las diversas formas de práctica hacia las cuales cada persona se sienta atraída en su propia vida espiritual”, por lo que cada uno tendrá una lealtad no conectada a una sociedad sacralizada, o una identidad nacional o de la pretensión de proporcionar la matriz indispensable para el orden civilizado común, puntos de anclaje de épocas anteriores.
Este análisis desarrollado hasta aquí está referido especialmente al mundo occidental y cristiano. Tras él, Taylor dedica páginas a la posible evolución fuera de Occidente o a una escala global, en la que destaca la manifestación de una violencia desacostumbrada atribuida, en muchos casos, a la religión. Sin embargo, la tesis del autor es que “gran parte de la implicación de la religión en la violencia en nuestro siglo debe entenderse como la elaboración de lo que se puede llamar luchas de identidad”, una identidad que desemboca frecuentemente en el nacionalismo.
Ocurre que grupos que luchan por definirse y alcanzar la identidad política, pueden incorporar la religión como una seña de identidad histórica.
Es el propio autor quien nos ofrece una conclusión a todo su ensayo: “todos los movimientos adelantados se compran a un precio: las revoluciones axiales con la idea de nuestro bien superior; la reforma occidental con la abolición del encantamiento y la represión del ritual colectivo y la creación del orden inmanente. […] Las variedades del pasado religioso que tienen un futuro pueden ser mucho mayores de lo que nos han hecho sospechar”.
Concluyendo
Las palabras de Sonia Rodríguez en la Introducción resumen a la perfección el contenido de este último bloque que presta su nombre al libro: “el objetivo de Taylor es dar cuenta de algunos vectores del desarrollo religioso que llegan hasta nuestro presente, con el fin de realizar algunas conjeturas provisionales sobre su posible continuación/alteración en el futuro”.
Y lo hace magistralmente el autor, no solo en este bloque, sino, en general, en toda la obra. Ofrece un análisis sociológico de gran envergadura, desarrollando su pensamiento fruto de la profunda reflexión que arroja sobre el fenómeno religioso. Partiendo de la situación actual, vuelve la vista atrás para tratar de explicar cómo se ha llegado a la realidad de hoy en día. Reconoce, lógicamente, la dificultad que entraña esbozar con exactitud su futuro, pero sí deja señaladas las tendencias, los raíles por los que, con casi total probabilidad, ha de discurrir cualquier aspecto del fenómeno religioso en el horizonte temporal.
No decepciona Taylor. Los artículos que componen este libro ya eran conocidos, pero ha sido tremendamente oportuno recuperarlos y reunirlos en un solo volumen.
Es cierto que los ejemplos que apunta el autor a lo largo de toda su exposición están referidos al mundo anglosajón en su gran mayoría; son análisis de situaciones en Estados Unidos o en el Reino Unido; pero eso no resta validez para que podamos distinguir muchos de los rasgos que aportan a otras realidades que nos son mucho más cercanas.
Índice
Introducción: La filosofía de la religión en la obra de Charles Taylor, por Sonia E. Rodríguez.
1. ¿Una modernidad católica?
2. Notas sobre las fuentes de la violencia: perennes y modernas
3. El futuro del pasado religioso
4. Desencantamiento-reencantamiento
5. ¿Qué significa el secularismo?
6. Die blosse Vernunft (La mera razón)
7. Peligros del moralismo
8. ¿Qué fue de la revolución axial?
Reseñas
¿Qué es el alma?
Juan Antonio Martínez de la Fe , 23/05/2022
Ficha Técnica
Título: ¿Qué es el alma?
Autor: Salvador Anaya
Edita: Editorial Senderos, Sevilla, 2021
Colección: Biblioteca de Conceptos Fundamentales
Encuadernación: Tapa blanda con solapas
Número de páginas: 200
ISBN: 978-84-122414-9-5
Precio: 14,50 euros
En unos tiempos caracterizados por la laicidad o por corrientes orientalistas en los que no es habitual encontrarse con el “alma”, podría parecer superfluo un libro como este; incluso, casi como una provocación, un ir contracorriente, en opuesta dirección a la que se dirigen grandes mayorías.
Sin embargo, se encuadra dentro de una colección, arropada por la Editorial Senderos, dedicada a formar una Biblioteca de Conceptos Fundamentales. Y este del alma lo es, como lo demuestra este acertado ensayo filosófico de Salvador Anaya.
¿Qué es, pues, el alma? En esta obra, el autor expone unas ideas originales, resultado de invertir la forma habitual con la que suele operar la antropología filosófica; en esta, se analiza el alma a partir del cuerpo y, en su caso, desde el alma, al espíritu. Salvador Anaya hace un planteamiento inverso: lo piensa todo desde arriba, desde el espíritu; y, desde él, investiga la esencia del alma.
Una necesaria Introducción
Si lo acompañamos a lo largo de las páginas de este interesante libro, veremos cómo su intención es mostrarnos que al alma tenemos que encontrarla en nuestra conciencia o en nuestros sentimientos; y, para ello, es necesario liberarse del corsé del empirismo y confiar en la experiencia interna.
Esto puede acercarnos, no sin riesgo, a los límites del pretendido enfrentamiento entre ciencia y religión o entre ciencia y metafísica. Y no se trata de eso. El autor demuestra que la creencia en el alma admite, en principio, un tratamiento científico o, al menos, permite un debate en diálogo con la ciencia, aunque hoy día la discusión filosófica sobre el alma se traduce a la de mente-cerebro.
Es importante detenerse en la Introducción que nos hace el autor a su ensayo. Y lo es porque en ella se establecen los márgenes en los que desarrollará su propuesta enfrentada a otras corrientes, empiristas sobre todo, a la par que determina con claridad los conceptos que aparecerán a fin de evitar discusiones estériles ante una posible polisemia.
¿Existe el alma?
Y el primer concepto, evidentemente, es el de alma. Por eso, como partida del estudio, Salvador Anaya se pregunta si existe el alma. Y nos dice: “la creencia en el alma no es un capricho supersticioso sino que se ha sustentado en argumentos lógicos motivados por la imposibilidad de poder comprender la vida, el conocimiento intelectual o la conciencia”.
Analiza el autor al alma en el cristianismo y en la filosofía occidental. Platón, Aristóteles, Santo Tomás de Aquino o Descartes desfilan ante nosotros, exponiendo sus respectivas teorías sobre el alma, a través de unas muy concisas y precisas descripciones debidas a Anaya.
Nos introduce seguidamente en las más recientes corrientes científicas, explicando el encaje del alma en la historia natural, tanto como principio de vida, como forma del cuerpo y como sujeto consciente. No obvia que, en la historia que recorre y que nos cuenta, hay mucha ciencia, pero, también, no pocas especulaciones.
A cada uno de estos tres aspectos, dedica sus reflexiones el autor: el alma como principio de vida, el alma como forma del cuerpo y el alma como sujeto consciente, para detenerse luego en la controversias de la teoría naturalista.
Es este un capítulo de gran trascendencia para toda la obra. Se concluye expresando que la creencia en que la vida necesita o contiene un principio extrínseco a la materia es una idea indemostrable, ciertamente; pero, de igual manera, es irrefutable a nivel experimental. Aquí entran en el debate sobre si la conciencia tiene, como causa eficiente para emerger, el cerebro; esto no ha sido aún explicado por la neurociencia. Y, con la conciencia, por supuesto, el yo.
Unas palabras de Anaya que cierran el capítulo nos ayudan a entender las abundantes y bien fundamentadas disquisiciones que lo componen: “la mente o la conciencia humana no podrá ser explicada sin contar con el alma porque es ella la respuesta y la explicación”.
Qué es el alma
Sin duda, el capítulo más destacado de este libro es el segundo, dedicado a responder a la pregunta que lleva por título, ¿qué es el alma? En opinión del autor, se trata de una pregunta íntimamente relacionada con otra fundamental: ¿qué es el ser humano?
Recurre Anaya a las respuestas dadas por la filosofía a lo largo de la historia, centradas fundamentalmente en determinar qué prevalece, si el alma sobre la materia o, a la inversa, la materia sobre el alma. Hasta desembocar en el hoy denominado monismo neutral, una antropología que defiende que una no prevalece sobre la otra, ya que los fenómenos mentales y los materiales pertenecen a un mismo orden “y se construyen a partir de un nivel más originario todavía por descubrir”.
No cabe duda de que el monismo es la opción antropológicamente más admitida, pero no se encuentra exenta de dificultades, lo que acontece con cualquier antropología, que no está libre de críticas. Pese a ello, hay que tratar de desentrañar la naturaleza del alma, a lo que dedica varias páginas el autor, para proponer que el alma no es un ser mental, sino un ser espiritual con facultades mentales, puesto que todo lo mental sería espiritual pero no todo lo espiritual tiene que ser mental.
Esta conclusión lleva necesariamente a ahondar más en el concepto de espíritu para establecer sus fronteras con el alma. Así, “mientras que el alma es algo orgánico o meta-orgánico y tiene que ver con la afectividad, el espíritu es intelectual, dotado de razón y trasciende el ámbito biológico”.
Describe Salvador Anaya al espíritu como luz, una realidad cósmica que se relaciona con lo divino, como una puerta que conecta al ser humano con el Bien, la Verdad y la Belleza, está dentro del ser humano perteneciendo, sin embargo, al mundo inteligible; por su parte, el alma refiere solo lo interno y está ligada a la naturaleza, al cuerpo, al deseo; esto supone que tiene que decidir si sobreponerse a esos límites corporales o dejarse arrastrar por sus apetitos carnales.
Dicho esto, es claro que se impone distinguir alma y espíritu, sin olvidar que este, el espíritu, es la esencia de aquella, del alma. ¿Se podría pensar en el alma antes del cuerpo? Materia opinable, decantándose Anaya por la existencia del alma, trasladando al lector, tras conocer los argumentos en que apoya su afirmación, la decisión de aceptarla o no. Unos argumentos que llevan a la conclusión de que el alma es el espíritu corporeizado; en otras palabras, “espíritu y alma no son realidades o entidades distintas, sino una sola con dos formas de ser”; o, más adelante, el alma es “un ser de naturaleza espiritual con facultades mentales, en un cuerpo”. Sus argumentos, en apoyo de su tesis, se realizan a partir del análisis de la conciencia humana, justificando su idea de alma y la diferencia entre la dimensión psicológica y la espiritual.
El análisis propuesto recorre el camino de la conciencia y el yo, la autoconciencia, las facultades espirituales para concluir en el alma corporeizada, terminando con la exposición de su idea de alma: “un espíritu encarnado, un ser consciente que no necesita del cuerpo para seguir siendo, pero cuando se corporeiza adquiere una forma de ser distinta y se convierte en alma, y en ese trance su individualidad se determina con individualidad entitativa, el puro saberse ser se transformará en saberse ser una persona concreta”. Una idea basada en la razón, la lógica y la experiencia.
Alma sin cuerpo
Finalizado este segundo capítulo, que merece una muy detenida lectura y reflexión, nos encontramos con un paso más, cuando habla del alma desencarnada. Algo excepcionalmente importante pues creer o no creer en ella condicionará la forma en que nos entendemos a nosotros mismos, ya que tiene unas enormes repercusiones, entre las que no es la menor la posibilidad de que la muerte no sea el final de nuestra existencia.
Es claro que, filosóficamente, no es demostrable la trascendencia del alma, según afirma Anaya. Lo que no implica que afirmarla no pueda fundamentarse en una lógica racionalidad. Así, por ejemplo, razona que todo lo que percibimos de nuestro propio cuerpo tiene que pasar por la conciencia; por lo que realmente vivimos en un mundo físico, pero la vida que en él experimentamos es la vida del alma que es una vida mental-espiritual: una vida mental-espiritual construida a partir de los datos que nos proporciona el mundo objetivo, incluido cuanto ocurre en o con nuestro cuerpo, no en vano todo lo que podemos captar y ser real para nosotros es lo que llega a la conciencia.
Aceptado esto, la continuidad entre la vida y la muerte se entiende de otra manera. No vivimos aquí una vida física y mental a la vez, y después de la muerte solo queda lo mental, no; se trata de que, en ambos casos, hablamos de una vida eminentemente mental-espiritual que está muy determinada aquí por el mundo físico; y de un modo distinto en el más allá. Concluye el autor: “en definitiva, debería darse una continuidad existencial del yo consciente después de la muerte”.
Supuesto todo lo dicho, solo queda hablar de la retribución post mortem, lo que hace Salvador Anaya en el último capítulo de su libro, en el que dedica su reflexión, como no puede ser de otra manera, al Bien y al Mal desde su ontología.
Concluyendo
¿Qué es el alma? es una reflexión filosófica sobre su existencia y su naturaleza. No es un libro para leer de un tirón: hay que pausar su lectura para poder seguir el razonamiento que utiliza Salvador Anaya para defender su propuesta. Evidentemente, no todos compartirán sus conclusiones, pero no se les puede negar un fundamento razonable y, por consiguiente, cargado de lógica. Partir desde diferentes paradigmas forzosamente ha de llevarnos a resultados distintos.
Con la apelación a la experiencia personal de todos y cada uno de los lectores, como una extrapolación de las suyas propias, construye el autor el andamiaje de su ensayo. La cuestión queda, pues, a expensas de lo que cada uno de los que leen el libro perciba de su propia experimentación.
En cualquier caso, pese a tratarse de un ensayo filosófico, el lenguaje utilizado por Anaya es asequible y muy pedagógico; nos toma de la mano y sosegadamente nos conduce por las veredas que él ya recorrió con la idea de hacernos partícipes de sus hallazgos.
Un libro, en definitiva, para no dejarnos indiferentes.
Índice
Introducción
Capítulo I: ¿Existe el alma?
1. El alma en el cristianismo y en la filosofía occidental
2. La ciencia sin alma
3. El alma como principio de vida
4. El alma como forma del cuerpo
5. El alma como sujeto consciente
6. Controversias de la teoría naturalista
6.1. ¿Existe la mente inconsciente?
6.2. El no-yo del naturalismo
Capítulo II: ¿Qué es el alma?
1. La naturaleza humana
2. La “naturaleza” del alma
3. Alma y espíritu
4. El alma “antes” del cuerpo: el espíritu
4.1. La conciencia: el yo
4.2. Autoconciencia
4.3. Las facultades espirituales
5. El alma corporeizada
Capítulo III: El alma desencarnada
1. Neuroteología
2. Los exorcistas
3. La vida mental después de la vida
4. Intermitencia de la conciencia
b[Capítulo IV: La retribución post mortem: Bien y Mal ontológicos]b
1. El Bien con mayúsculas
1.1. Teoría naturalista de los sentimientos
1.2. El bien de la vida
1.3. El ego-ísmo
1.4. La fuente oculta: los valores espirituales
1.5. El amor: el Bien con mayúsculas
2. El Mal ontológico
3. La justicia post-mortem
3.1. La transformación del alma
3.2. La retribución después de la muerte
3.3. La figura y el “peso” del alma
Epílogo
Bibliografía citada
Título: ¿Qué es el alma?
Autor: Salvador Anaya
Edita: Editorial Senderos, Sevilla, 2021
Colección: Biblioteca de Conceptos Fundamentales
Encuadernación: Tapa blanda con solapas
Número de páginas: 200
ISBN: 978-84-122414-9-5
Precio: 14,50 euros
En unos tiempos caracterizados por la laicidad o por corrientes orientalistas en los que no es habitual encontrarse con el “alma”, podría parecer superfluo un libro como este; incluso, casi como una provocación, un ir contracorriente, en opuesta dirección a la que se dirigen grandes mayorías.
Sin embargo, se encuadra dentro de una colección, arropada por la Editorial Senderos, dedicada a formar una Biblioteca de Conceptos Fundamentales. Y este del alma lo es, como lo demuestra este acertado ensayo filosófico de Salvador Anaya.
¿Qué es, pues, el alma? En esta obra, el autor expone unas ideas originales, resultado de invertir la forma habitual con la que suele operar la antropología filosófica; en esta, se analiza el alma a partir del cuerpo y, en su caso, desde el alma, al espíritu. Salvador Anaya hace un planteamiento inverso: lo piensa todo desde arriba, desde el espíritu; y, desde él, investiga la esencia del alma.
Una necesaria Introducción
Si lo acompañamos a lo largo de las páginas de este interesante libro, veremos cómo su intención es mostrarnos que al alma tenemos que encontrarla en nuestra conciencia o en nuestros sentimientos; y, para ello, es necesario liberarse del corsé del empirismo y confiar en la experiencia interna.
Esto puede acercarnos, no sin riesgo, a los límites del pretendido enfrentamiento entre ciencia y religión o entre ciencia y metafísica. Y no se trata de eso. El autor demuestra que la creencia en el alma admite, en principio, un tratamiento científico o, al menos, permite un debate en diálogo con la ciencia, aunque hoy día la discusión filosófica sobre el alma se traduce a la de mente-cerebro.
Es importante detenerse en la Introducción que nos hace el autor a su ensayo. Y lo es porque en ella se establecen los márgenes en los que desarrollará su propuesta enfrentada a otras corrientes, empiristas sobre todo, a la par que determina con claridad los conceptos que aparecerán a fin de evitar discusiones estériles ante una posible polisemia.
¿Existe el alma?
Y el primer concepto, evidentemente, es el de alma. Por eso, como partida del estudio, Salvador Anaya se pregunta si existe el alma. Y nos dice: “la creencia en el alma no es un capricho supersticioso sino que se ha sustentado en argumentos lógicos motivados por la imposibilidad de poder comprender la vida, el conocimiento intelectual o la conciencia”.
Analiza el autor al alma en el cristianismo y en la filosofía occidental. Platón, Aristóteles, Santo Tomás de Aquino o Descartes desfilan ante nosotros, exponiendo sus respectivas teorías sobre el alma, a través de unas muy concisas y precisas descripciones debidas a Anaya.
Nos introduce seguidamente en las más recientes corrientes científicas, explicando el encaje del alma en la historia natural, tanto como principio de vida, como forma del cuerpo y como sujeto consciente. No obvia que, en la historia que recorre y que nos cuenta, hay mucha ciencia, pero, también, no pocas especulaciones.
A cada uno de estos tres aspectos, dedica sus reflexiones el autor: el alma como principio de vida, el alma como forma del cuerpo y el alma como sujeto consciente, para detenerse luego en la controversias de la teoría naturalista.
Es este un capítulo de gran trascendencia para toda la obra. Se concluye expresando que la creencia en que la vida necesita o contiene un principio extrínseco a la materia es una idea indemostrable, ciertamente; pero, de igual manera, es irrefutable a nivel experimental. Aquí entran en el debate sobre si la conciencia tiene, como causa eficiente para emerger, el cerebro; esto no ha sido aún explicado por la neurociencia. Y, con la conciencia, por supuesto, el yo.
Unas palabras de Anaya que cierran el capítulo nos ayudan a entender las abundantes y bien fundamentadas disquisiciones que lo componen: “la mente o la conciencia humana no podrá ser explicada sin contar con el alma porque es ella la respuesta y la explicación”.
Qué es el alma
Sin duda, el capítulo más destacado de este libro es el segundo, dedicado a responder a la pregunta que lleva por título, ¿qué es el alma? En opinión del autor, se trata de una pregunta íntimamente relacionada con otra fundamental: ¿qué es el ser humano?
Recurre Anaya a las respuestas dadas por la filosofía a lo largo de la historia, centradas fundamentalmente en determinar qué prevalece, si el alma sobre la materia o, a la inversa, la materia sobre el alma. Hasta desembocar en el hoy denominado monismo neutral, una antropología que defiende que una no prevalece sobre la otra, ya que los fenómenos mentales y los materiales pertenecen a un mismo orden “y se construyen a partir de un nivel más originario todavía por descubrir”.
No cabe duda de que el monismo es la opción antropológicamente más admitida, pero no se encuentra exenta de dificultades, lo que acontece con cualquier antropología, que no está libre de críticas. Pese a ello, hay que tratar de desentrañar la naturaleza del alma, a lo que dedica varias páginas el autor, para proponer que el alma no es un ser mental, sino un ser espiritual con facultades mentales, puesto que todo lo mental sería espiritual pero no todo lo espiritual tiene que ser mental.
Esta conclusión lleva necesariamente a ahondar más en el concepto de espíritu para establecer sus fronteras con el alma. Así, “mientras que el alma es algo orgánico o meta-orgánico y tiene que ver con la afectividad, el espíritu es intelectual, dotado de razón y trasciende el ámbito biológico”.
Describe Salvador Anaya al espíritu como luz, una realidad cósmica que se relaciona con lo divino, como una puerta que conecta al ser humano con el Bien, la Verdad y la Belleza, está dentro del ser humano perteneciendo, sin embargo, al mundo inteligible; por su parte, el alma refiere solo lo interno y está ligada a la naturaleza, al cuerpo, al deseo; esto supone que tiene que decidir si sobreponerse a esos límites corporales o dejarse arrastrar por sus apetitos carnales.
Dicho esto, es claro que se impone distinguir alma y espíritu, sin olvidar que este, el espíritu, es la esencia de aquella, del alma. ¿Se podría pensar en el alma antes del cuerpo? Materia opinable, decantándose Anaya por la existencia del alma, trasladando al lector, tras conocer los argumentos en que apoya su afirmación, la decisión de aceptarla o no. Unos argumentos que llevan a la conclusión de que el alma es el espíritu corporeizado; en otras palabras, “espíritu y alma no son realidades o entidades distintas, sino una sola con dos formas de ser”; o, más adelante, el alma es “un ser de naturaleza espiritual con facultades mentales, en un cuerpo”. Sus argumentos, en apoyo de su tesis, se realizan a partir del análisis de la conciencia humana, justificando su idea de alma y la diferencia entre la dimensión psicológica y la espiritual.
El análisis propuesto recorre el camino de la conciencia y el yo, la autoconciencia, las facultades espirituales para concluir en el alma corporeizada, terminando con la exposición de su idea de alma: “un espíritu encarnado, un ser consciente que no necesita del cuerpo para seguir siendo, pero cuando se corporeiza adquiere una forma de ser distinta y se convierte en alma, y en ese trance su individualidad se determina con individualidad entitativa, el puro saberse ser se transformará en saberse ser una persona concreta”. Una idea basada en la razón, la lógica y la experiencia.
Alma sin cuerpo
Finalizado este segundo capítulo, que merece una muy detenida lectura y reflexión, nos encontramos con un paso más, cuando habla del alma desencarnada. Algo excepcionalmente importante pues creer o no creer en ella condicionará la forma en que nos entendemos a nosotros mismos, ya que tiene unas enormes repercusiones, entre las que no es la menor la posibilidad de que la muerte no sea el final de nuestra existencia.
Es claro que, filosóficamente, no es demostrable la trascendencia del alma, según afirma Anaya. Lo que no implica que afirmarla no pueda fundamentarse en una lógica racionalidad. Así, por ejemplo, razona que todo lo que percibimos de nuestro propio cuerpo tiene que pasar por la conciencia; por lo que realmente vivimos en un mundo físico, pero la vida que en él experimentamos es la vida del alma que es una vida mental-espiritual: una vida mental-espiritual construida a partir de los datos que nos proporciona el mundo objetivo, incluido cuanto ocurre en o con nuestro cuerpo, no en vano todo lo que podemos captar y ser real para nosotros es lo que llega a la conciencia.
Aceptado esto, la continuidad entre la vida y la muerte se entiende de otra manera. No vivimos aquí una vida física y mental a la vez, y después de la muerte solo queda lo mental, no; se trata de que, en ambos casos, hablamos de una vida eminentemente mental-espiritual que está muy determinada aquí por el mundo físico; y de un modo distinto en el más allá. Concluye el autor: “en definitiva, debería darse una continuidad existencial del yo consciente después de la muerte”.
Supuesto todo lo dicho, solo queda hablar de la retribución post mortem, lo que hace Salvador Anaya en el último capítulo de su libro, en el que dedica su reflexión, como no puede ser de otra manera, al Bien y al Mal desde su ontología.
Concluyendo
¿Qué es el alma? es una reflexión filosófica sobre su existencia y su naturaleza. No es un libro para leer de un tirón: hay que pausar su lectura para poder seguir el razonamiento que utiliza Salvador Anaya para defender su propuesta. Evidentemente, no todos compartirán sus conclusiones, pero no se les puede negar un fundamento razonable y, por consiguiente, cargado de lógica. Partir desde diferentes paradigmas forzosamente ha de llevarnos a resultados distintos.
Con la apelación a la experiencia personal de todos y cada uno de los lectores, como una extrapolación de las suyas propias, construye el autor el andamiaje de su ensayo. La cuestión queda, pues, a expensas de lo que cada uno de los que leen el libro perciba de su propia experimentación.
En cualquier caso, pese a tratarse de un ensayo filosófico, el lenguaje utilizado por Anaya es asequible y muy pedagógico; nos toma de la mano y sosegadamente nos conduce por las veredas que él ya recorrió con la idea de hacernos partícipes de sus hallazgos.
Un libro, en definitiva, para no dejarnos indiferentes.
Índice
Introducción
Capítulo I: ¿Existe el alma?
1. El alma en el cristianismo y en la filosofía occidental
2. La ciencia sin alma
3. El alma como principio de vida
4. El alma como forma del cuerpo
5. El alma como sujeto consciente
6. Controversias de la teoría naturalista
6.1. ¿Existe la mente inconsciente?
6.2. El no-yo del naturalismo
Capítulo II: ¿Qué es el alma?
1. La naturaleza humana
2. La “naturaleza” del alma
3. Alma y espíritu
4. El alma “antes” del cuerpo: el espíritu
4.1. La conciencia: el yo
4.2. Autoconciencia
4.3. Las facultades espirituales
5. El alma corporeizada
Capítulo III: El alma desencarnada
1. Neuroteología
2. Los exorcistas
3. La vida mental después de la vida
4. Intermitencia de la conciencia
b[Capítulo IV: La retribución post mortem: Bien y Mal ontológicos]b
1. El Bien con mayúsculas
1.1. Teoría naturalista de los sentimientos
1.2. El bien de la vida
1.3. El ego-ísmo
1.4. La fuente oculta: los valores espirituales
1.5. El amor: el Bien con mayúsculas
2. El Mal ontológico
3. La justicia post-mortem
3.1. La transformación del alma
3.2. La retribución después de la muerte
3.3. La figura y el “peso” del alma
Epílogo
Bibliografía citada
Reseñas
Los libros del Nuevo Testamento. Traducción y comentario
Juan Antonio Martínez de la Fe , 01/05/2022
Ficha Técnica
Título: Los libros del Nuevo Testamento. Traducción y comentarios
Edición: Antonio Piñero
Colaboradores: Gonzalo del Cerro, Gonzalo Fontana, Josep Montserrat, Carmen Padilla, Antonio Piñero
Edita: Editorial Trotta, Madrid, 2ª edición 2022
Colección: Estructuras y Procesos
Encuadernación: Tapa dura
Número de páginas: 1.664
ISBN: 978-84-1364-024-2
Precio: 65 euros
43.700.000 son las referencias que aparecen al realizar una búsqueda en Google con los términos Nuevo Testamento. Cantidad nada desdeñable de este libro tan reiteradamente editado por doquier y en inmenso número de idiomas. Cabe, pues, preguntarse el motivo de una nueva publicación del texto: ofrecer con la presente edición, a cargo de Antonio Piñero, una versión a la que se ha aplicado los más rigurosos métodos de la exégesis, tanto literaria como histórica.
No es extraño. La bibliografía de Piñero sobre el Nuevo Testamento, los primeros años del cristianismo y sobre la propia figura de Jesús de Nazaret es abundante y siempre caracterizada por un profundo conocimiento de los contextos históricos, literarios y lingüísticos de aquellos primeros siglos en los que el cristianismo pasó de ser considerado una rama del judaísmo a adquirir caracteres de universalidad; temas a los que ha dedicado muchos años de estudio y dedicación que culminan en la presente edición crítica del texto neotestamentario.
Antes de abordar dicho texto, Antonio Piñero ofrece una amplia introducción que, por su extensión, puede considerarse casi como un libro independiente, salvo por las alusiones que hace a esta edición. Que sea extensa no implica que se pueda prescindir de alguna parte que aliviara el peso de tantas páginas; muy al contrario, no hay concesión alguna, ni un párrafo, que pueda parecer prescindible.
Una amplia Introducción
En esta Introducción General a la obra, se nos habla del Nuevo Testamento en su conjunto, cómo, pese a tener la forma de un solo libro, es en realidad un conjunto de libros, a veces muy dispares entre sí y que, salvo las cartas genuinas atribuidas a Pablo, siete en total, son anónimos.
Así, a lo largo del tiempo se fue componiendo el texto que conocemos, en un proceso basado en las tradiciones, en la interpretación de estas tradiciones y, finalmente, en su acomodación a las circunstancias concretas de cada comunidad. Un hecho que provoca la existencia de numerosas variantes de cada relato que supuso un encomiable esfuerzo de depuración. Lo que nos lleva a concluir que no se trata de un texto de validez histórica en todo su contenido.
Otro importante aspecto a destacar en el Nuevo Testamento es que no fue redactado en arameo, ni siquiera en hebreo, sino en la lengua llamada koiné, el griego hablado principalmente en el Mediterráneo oriental. Un aspecto nada baladí porque, con el lenguaje, va unida una cierta visión del mundo y su interpretación.
Para la presente edición, el autor se ha basado en la considerada como más próxima a lo que pudo ser la versión original, que es la de Nestle-Aland.
Una perspectiva histórica
En cualquier caso es inexcusable en una Introducción como la de este libro, comentar cómo se fue formando el Nuevo Testamento desde una perspectiva histórica. Y, como primer paso, un análisis de quien es su referente, Jesús de Nazaret, el Nazareo, apelativo más ajustado a la realidad que el más difundido Nazareno.
Sus seguidores, inicialmente, se reunieron en las comunidades de Jerusalén y de Galilea; poco se sabe de esta segunda comunidad, aunque razonadamente se sospecha que fue la que reunió el núcleo de sentencias de Jesús, la denominada Fuente Q.
Aunque es claro que la inicial comunidad, a medida que iba desarrollándose, crió en su seno la semilla de la división, una división que influyó en la selección de aquellos textos que serían finalmente considerados libros sagrados. En efecto: fueron las líneas teológicas de la parte judeocristiana helenista y las de la comunidad de Jerusalén las que fueron enfrentadas, acogiendo cada una de ellas sus libros. Cabe aquí recordar que fueron las comunidades helenísticas las que rebatieron el principio de la no necesidad de la observancia completa de la ley de Moisés como vía única de salvación para los gentiles creyentes en Jesús.
Pablo de Tarso, figura imprescindible
Evidentemente, el papel desempeñado por Pablo de Tarso en todo este proceso es fundamental y notorio. Hay que considerar erróneo el planteamiento de la llamada “conversión” de Pablo: él nunca se refirió a ese momento iluminador de su vida en tales términos, sino que lo considera una llamada personal; sobre todo, por el hecho de que no se convirtió a una nueva religión, que aún no existía, sino que su planteamiento es desde dentro del judaísmo.
Aspecto importante es la aportación de Pablo al asunto de la parusía, que, inicialmente, se consideraba inminente, trasladándola al final de la conversión de los pueblos, incluidos los paganos. Comunidades unidas en la fe pero pertenecientes a pueblos diferentes. Ideas que tendrán su reflejo en los libros del Nuevo Testamento posteriores a él, incluidos los Evangelios.
Primeras comunidades cristianas
Entre los años 66 y 135, se produce la destrucción de la mayoría de las comunidades judeocristianas. Pero en las otras comunidades comienza a producirse un intento de organización en aspectos tales como el control del mando social, de los medios económicos, el dominio ideológico (designación de una autoridad, control de las tradiciones comunes), control de la economía del grupo, etc. Igualmente, se produce una separación de la Sinagoga y de la Iglesia en este período.
Y, por lo que respecto a los libros del Nuevo Testamento, considerar que proceden de un resto del judeocristianismo y del paganocristianismo de segunda y tercera generaciones.
Trata también Piñero del comienzo de la utilización del nombre de cristianos para los seguidores de Jesús, explicando, también, cómo la denominación de “persecuciones” para referirse al martirio de aquellos seguidores de Jesús es incorrecta, por lo menos antes del emperador Decio, ya que lo que hubo fueron procesos contra ellos.
Hacia un canon
Dentro del ámbito histórico general que ofrece el autor, da una perspectiva global de las obras recibidas en el Nuevo Testamento que son claramente posteriores al año 70, dividiéndolas por grupos literario-ideológicos y siguiendo un cierto desarrollo cronológico que solo puede ser aproximado.
Así, considera que los tres primeros evangelios se componen entre los años 70 y 100, posiblemente para que no cayeran en el olvido las noticias sobre Jesús y, también y principalmente, como reacción al desinterés que mostraba la predicación paulina por el Jesús de la historia. A ellos se unen el resto de los textos que se prolonga hasta el período entre el 125 y el 135.
Inicialmente existió una notable abundancia de doctrinas dispares y hasta contradictorias; la teología cristiana se fue consolidando con una reinterpretación escrituraria y teológica de la vida y figura de Jesús, es decir, “es el fruto del conjunto de mejoras e idealizaciones imparables que los creyentes fueron construyendo sobre el Resucitado”.
Hay, ciertamente en este período, una tendencia a eliminar aquellos rasgos considerados excesivamente judíos, aunque con un manifiesto deseo de no desvincularse totalmente de las raíces judías.
Con la sacralización del Nuevo Testamento, de su consideración de libro sagrado, pasa el cristianismo a engrosar la reducida nómina de las religiones del libro. Hay entre los siglos II y III una consolidación del canon de la Biblia hebrea, canon no compartido en su totalidad por el cristianismo.
En este, en el cristianismo, hay un proceso que se inicia con las autoridades sagradas del cristianismo primitivo, prosigue con la aparición de un canon a finales del siglo II hasta culminar en el canon realizado entre los años 100 y 200.
¿A qué se debe la determinación de un canon? Hay diversas hipótesis; una se inclina por considerar que se trataba de la necesaria evolución interna de la Iglesia; pero otros opinan que se trató de una reacción específica al canon hereje de Marción; mientras que un tercer grupo piensa que el canon es fruto de una vía intermedia entre las dos primeras opiniones.
Criterios
En cuanto a los criterios que primaron para la formación del canon, Piñero nos ofrece tres: 1) La conformidad del contenido de un texto con lo que se llamaba la regla de la fe o canon de la fe; 2) la apostolicidad, es decir, que proviniera directa o indirectamente de los apóstoles; y 3) la aceptación común y el uso continuo del texto examinado en las iglesias, sobre todo su uso como lectura sagrada en las asambleas litúrgicas dominicales.
No resultó un camino fácil. Hay que distinguir, por ejemplo, entre las iglesias de Oriente y las de Occidente. En aquellas, el caballo de batalla fue la revelación de Juan; mientras que en estas, las occidentales, el problema más agudo al que se enfrentaron fue el de la epístola de Pablo a los Hebreos, pues se dudaba sobre su autoría. Fue un proceso largo, si tenemos en cuenta que, por ejemplo, la Iglesia Católica no formuló una lista oficial de libros canónicos hasta el concilio de Trento, ya en la segunda mitad del siglo XVI.
Finalmente, Piñero aborda el problema del orden de los libros que componen el Nuevo Testamento. La disposición de la gran mayoría de sus ediciones proviene de los siglos IV y V, que no guarda ningún criterio cronológico y que, además, dificulta establecer el orden temporal aproximado de su composición.
Antonio Piñero ofrece un orden más acorde con la realidad de la confección de los libros neotestamentarios; un orden que es el que sigue en toda la obra, cuando se analiza uno a uno sus textos. El orden propuesto es el siguiente:
- Cartas auténticas de Pablo: I Tesalonicenses, Gálatas, I y II Corintios, Filipenses, Filemón y Romanos.
- Evangelios sinópticos: Marcos, Mateo y Lucas.
- Hechos de los Apóstoles.
- Cartas atribuidas a Pablo: Colosenses, Efesios y 2 Tesalonicenses.
- Carta a los Hebreos.
- Evangelio de Juan y I, II y III de Juan.
- Revelación/Apocalipsis.
- Cartas comunitarias: I y II Timoteo, Tito.
- Cartas universales: Jacobo, Judas, I y II Pedro.
A partir de aquí, comienza la edición propiamente dicha de cada uno de estos textos. Para cada uno de ellos, se empieza con una amplia introducción, muy necesaria a fin de contextualizar el documento y sus autores, seguida ya de la versión propuesta en la obra, con una muy copiosa cantidad de notas y comentarios que justifican el enorme valor que supone el libro que comentamos.
Concluyendo
Nos encontramos ante un libro importante y ampliamente esperado, como demuestra la necesidad de una segunda edición en el espacio de un año.
Desde luego, destacan por su importancia todas las introducciones que contiene la obra. No solo la general, que constituye prácticamente un libro, sino, también todas y cada una de las que encabezan los documentos neotestamentarios. No cabe duda, por supuesto, sobre la gran relevancia de las anotaciones que los acompañan, que evidencian el enorme esfuerzo y trabajo realizado, así como el rigor que se ha aplicado en todo momento al realizar la exégesis histórica y literaria.
Ello no implica un lenguaje alambicado y de difícil comprensión. Muy al contrario: el estilo resulta sumamente ameno y asequible, muestra de una voluntad de comunicar a un público amplio los contenidos que tanto esfuerzo han necesitado.
Índice
Prólogo
Abreviaturas
Introducción General. Antonio Piñero
CARTAS AUTÉNTICAS DE PABLO
Introducción
Primera carta a los tesalonicenses
Carta a los gálatas
Primera carta a los corintios
Segunda carta a los corintios
Carta a los filipenses
Carta a Filemón
Carta a los romanos
EVANGELIOS SINÓPTICOS
Introducción
Evangelio de Marcos
Evangelio de Mateo
Evangelio de Lucas
HECHOS DE LOS APÓSTOLES
Introducción
Hechos de los Apóstoles
CARTAS ATRIBUIDAS A PABLO
Introducción
Carta a los colosenses
Carta a los efesios
Segunda carta a los tesalonicenses
CARTA A LOS HEBREOS
Introducción
Carta a los hebreos
ESCRITOS JOÁNICOS
Introducción
Evangelio de Juan
Primera carta de Juan
Segunda carta de Juan
Tercera carta de Juan
REVELACIÓN/APOCALIPSIS
Introducción
Revelación/Apocalipsis
CARTAS COMUNITARIAS
Introducción
Primera carta a Timoteo
Segunda carta a Timoteo
Carta a Tito
CARTAS UNIVERSALES
Introducción. Carta de Jacobo
Introducción. Carta de Judas
Introducción. Primera carta de Pedro
Introducción. Segunda carta de Pedro
Índice analítico de materias
Título: Los libros del Nuevo Testamento. Traducción y comentarios
Edición: Antonio Piñero
Colaboradores: Gonzalo del Cerro, Gonzalo Fontana, Josep Montserrat, Carmen Padilla, Antonio Piñero
Edita: Editorial Trotta, Madrid, 2ª edición 2022
Colección: Estructuras y Procesos
Encuadernación: Tapa dura
Número de páginas: 1.664
ISBN: 978-84-1364-024-2
Precio: 65 euros
43.700.000 son las referencias que aparecen al realizar una búsqueda en Google con los términos Nuevo Testamento. Cantidad nada desdeñable de este libro tan reiteradamente editado por doquier y en inmenso número de idiomas. Cabe, pues, preguntarse el motivo de una nueva publicación del texto: ofrecer con la presente edición, a cargo de Antonio Piñero, una versión a la que se ha aplicado los más rigurosos métodos de la exégesis, tanto literaria como histórica.
No es extraño. La bibliografía de Piñero sobre el Nuevo Testamento, los primeros años del cristianismo y sobre la propia figura de Jesús de Nazaret es abundante y siempre caracterizada por un profundo conocimiento de los contextos históricos, literarios y lingüísticos de aquellos primeros siglos en los que el cristianismo pasó de ser considerado una rama del judaísmo a adquirir caracteres de universalidad; temas a los que ha dedicado muchos años de estudio y dedicación que culminan en la presente edición crítica del texto neotestamentario.
Antes de abordar dicho texto, Antonio Piñero ofrece una amplia introducción que, por su extensión, puede considerarse casi como un libro independiente, salvo por las alusiones que hace a esta edición. Que sea extensa no implica que se pueda prescindir de alguna parte que aliviara el peso de tantas páginas; muy al contrario, no hay concesión alguna, ni un párrafo, que pueda parecer prescindible.
Una amplia Introducción
En esta Introducción General a la obra, se nos habla del Nuevo Testamento en su conjunto, cómo, pese a tener la forma de un solo libro, es en realidad un conjunto de libros, a veces muy dispares entre sí y que, salvo las cartas genuinas atribuidas a Pablo, siete en total, son anónimos.
Así, a lo largo del tiempo se fue componiendo el texto que conocemos, en un proceso basado en las tradiciones, en la interpretación de estas tradiciones y, finalmente, en su acomodación a las circunstancias concretas de cada comunidad. Un hecho que provoca la existencia de numerosas variantes de cada relato que supuso un encomiable esfuerzo de depuración. Lo que nos lleva a concluir que no se trata de un texto de validez histórica en todo su contenido.
Otro importante aspecto a destacar en el Nuevo Testamento es que no fue redactado en arameo, ni siquiera en hebreo, sino en la lengua llamada koiné, el griego hablado principalmente en el Mediterráneo oriental. Un aspecto nada baladí porque, con el lenguaje, va unida una cierta visión del mundo y su interpretación.
Para la presente edición, el autor se ha basado en la considerada como más próxima a lo que pudo ser la versión original, que es la de Nestle-Aland.
Una perspectiva histórica
En cualquier caso es inexcusable en una Introducción como la de este libro, comentar cómo se fue formando el Nuevo Testamento desde una perspectiva histórica. Y, como primer paso, un análisis de quien es su referente, Jesús de Nazaret, el Nazareo, apelativo más ajustado a la realidad que el más difundido Nazareno.
Sus seguidores, inicialmente, se reunieron en las comunidades de Jerusalén y de Galilea; poco se sabe de esta segunda comunidad, aunque razonadamente se sospecha que fue la que reunió el núcleo de sentencias de Jesús, la denominada Fuente Q.
Aunque es claro que la inicial comunidad, a medida que iba desarrollándose, crió en su seno la semilla de la división, una división que influyó en la selección de aquellos textos que serían finalmente considerados libros sagrados. En efecto: fueron las líneas teológicas de la parte judeocristiana helenista y las de la comunidad de Jerusalén las que fueron enfrentadas, acogiendo cada una de ellas sus libros. Cabe aquí recordar que fueron las comunidades helenísticas las que rebatieron el principio de la no necesidad de la observancia completa de la ley de Moisés como vía única de salvación para los gentiles creyentes en Jesús.
Pablo de Tarso, figura imprescindible
Evidentemente, el papel desempeñado por Pablo de Tarso en todo este proceso es fundamental y notorio. Hay que considerar erróneo el planteamiento de la llamada “conversión” de Pablo: él nunca se refirió a ese momento iluminador de su vida en tales términos, sino que lo considera una llamada personal; sobre todo, por el hecho de que no se convirtió a una nueva religión, que aún no existía, sino que su planteamiento es desde dentro del judaísmo.
Aspecto importante es la aportación de Pablo al asunto de la parusía, que, inicialmente, se consideraba inminente, trasladándola al final de la conversión de los pueblos, incluidos los paganos. Comunidades unidas en la fe pero pertenecientes a pueblos diferentes. Ideas que tendrán su reflejo en los libros del Nuevo Testamento posteriores a él, incluidos los Evangelios.
Primeras comunidades cristianas
Entre los años 66 y 135, se produce la destrucción de la mayoría de las comunidades judeocristianas. Pero en las otras comunidades comienza a producirse un intento de organización en aspectos tales como el control del mando social, de los medios económicos, el dominio ideológico (designación de una autoridad, control de las tradiciones comunes), control de la economía del grupo, etc. Igualmente, se produce una separación de la Sinagoga y de la Iglesia en este período.
Y, por lo que respecto a los libros del Nuevo Testamento, considerar que proceden de un resto del judeocristianismo y del paganocristianismo de segunda y tercera generaciones.
Trata también Piñero del comienzo de la utilización del nombre de cristianos para los seguidores de Jesús, explicando, también, cómo la denominación de “persecuciones” para referirse al martirio de aquellos seguidores de Jesús es incorrecta, por lo menos antes del emperador Decio, ya que lo que hubo fueron procesos contra ellos.
Hacia un canon
Dentro del ámbito histórico general que ofrece el autor, da una perspectiva global de las obras recibidas en el Nuevo Testamento que son claramente posteriores al año 70, dividiéndolas por grupos literario-ideológicos y siguiendo un cierto desarrollo cronológico que solo puede ser aproximado.
Así, considera que los tres primeros evangelios se componen entre los años 70 y 100, posiblemente para que no cayeran en el olvido las noticias sobre Jesús y, también y principalmente, como reacción al desinterés que mostraba la predicación paulina por el Jesús de la historia. A ellos se unen el resto de los textos que se prolonga hasta el período entre el 125 y el 135.
Inicialmente existió una notable abundancia de doctrinas dispares y hasta contradictorias; la teología cristiana se fue consolidando con una reinterpretación escrituraria y teológica de la vida y figura de Jesús, es decir, “es el fruto del conjunto de mejoras e idealizaciones imparables que los creyentes fueron construyendo sobre el Resucitado”.
Hay, ciertamente en este período, una tendencia a eliminar aquellos rasgos considerados excesivamente judíos, aunque con un manifiesto deseo de no desvincularse totalmente de las raíces judías.
Con la sacralización del Nuevo Testamento, de su consideración de libro sagrado, pasa el cristianismo a engrosar la reducida nómina de las religiones del libro. Hay entre los siglos II y III una consolidación del canon de la Biblia hebrea, canon no compartido en su totalidad por el cristianismo.
En este, en el cristianismo, hay un proceso que se inicia con las autoridades sagradas del cristianismo primitivo, prosigue con la aparición de un canon a finales del siglo II hasta culminar en el canon realizado entre los años 100 y 200.
¿A qué se debe la determinación de un canon? Hay diversas hipótesis; una se inclina por considerar que se trataba de la necesaria evolución interna de la Iglesia; pero otros opinan que se trató de una reacción específica al canon hereje de Marción; mientras que un tercer grupo piensa que el canon es fruto de una vía intermedia entre las dos primeras opiniones.
Criterios
En cuanto a los criterios que primaron para la formación del canon, Piñero nos ofrece tres: 1) La conformidad del contenido de un texto con lo que se llamaba la regla de la fe o canon de la fe; 2) la apostolicidad, es decir, que proviniera directa o indirectamente de los apóstoles; y 3) la aceptación común y el uso continuo del texto examinado en las iglesias, sobre todo su uso como lectura sagrada en las asambleas litúrgicas dominicales.
No resultó un camino fácil. Hay que distinguir, por ejemplo, entre las iglesias de Oriente y las de Occidente. En aquellas, el caballo de batalla fue la revelación de Juan; mientras que en estas, las occidentales, el problema más agudo al que se enfrentaron fue el de la epístola de Pablo a los Hebreos, pues se dudaba sobre su autoría. Fue un proceso largo, si tenemos en cuenta que, por ejemplo, la Iglesia Católica no formuló una lista oficial de libros canónicos hasta el concilio de Trento, ya en la segunda mitad del siglo XVI.
Finalmente, Piñero aborda el problema del orden de los libros que componen el Nuevo Testamento. La disposición de la gran mayoría de sus ediciones proviene de los siglos IV y V, que no guarda ningún criterio cronológico y que, además, dificulta establecer el orden temporal aproximado de su composición.
Antonio Piñero ofrece un orden más acorde con la realidad de la confección de los libros neotestamentarios; un orden que es el que sigue en toda la obra, cuando se analiza uno a uno sus textos. El orden propuesto es el siguiente:
- Cartas auténticas de Pablo: I Tesalonicenses, Gálatas, I y II Corintios, Filipenses, Filemón y Romanos.
- Evangelios sinópticos: Marcos, Mateo y Lucas.
- Hechos de los Apóstoles.
- Cartas atribuidas a Pablo: Colosenses, Efesios y 2 Tesalonicenses.
- Carta a los Hebreos.
- Evangelio de Juan y I, II y III de Juan.
- Revelación/Apocalipsis.
- Cartas comunitarias: I y II Timoteo, Tito.
- Cartas universales: Jacobo, Judas, I y II Pedro.
A partir de aquí, comienza la edición propiamente dicha de cada uno de estos textos. Para cada uno de ellos, se empieza con una amplia introducción, muy necesaria a fin de contextualizar el documento y sus autores, seguida ya de la versión propuesta en la obra, con una muy copiosa cantidad de notas y comentarios que justifican el enorme valor que supone el libro que comentamos.
Concluyendo
Nos encontramos ante un libro importante y ampliamente esperado, como demuestra la necesidad de una segunda edición en el espacio de un año.
Desde luego, destacan por su importancia todas las introducciones que contiene la obra. No solo la general, que constituye prácticamente un libro, sino, también todas y cada una de las que encabezan los documentos neotestamentarios. No cabe duda, por supuesto, sobre la gran relevancia de las anotaciones que los acompañan, que evidencian el enorme esfuerzo y trabajo realizado, así como el rigor que se ha aplicado en todo momento al realizar la exégesis histórica y literaria.
Ello no implica un lenguaje alambicado y de difícil comprensión. Muy al contrario: el estilo resulta sumamente ameno y asequible, muestra de una voluntad de comunicar a un público amplio los contenidos que tanto esfuerzo han necesitado.
Índice
Prólogo
Abreviaturas
Introducción General. Antonio Piñero
CARTAS AUTÉNTICAS DE PABLO
Introducción
Primera carta a los tesalonicenses
Carta a los gálatas
Primera carta a los corintios
Segunda carta a los corintios
Carta a los filipenses
Carta a Filemón
Carta a los romanos
EVANGELIOS SINÓPTICOS
Introducción
Evangelio de Marcos
Evangelio de Mateo
Evangelio de Lucas
HECHOS DE LOS APÓSTOLES
Introducción
Hechos de los Apóstoles
CARTAS ATRIBUIDAS A PABLO
Introducción
Carta a los colosenses
Carta a los efesios
Segunda carta a los tesalonicenses
CARTA A LOS HEBREOS
Introducción
Carta a los hebreos
ESCRITOS JOÁNICOS
Introducción
Evangelio de Juan
Primera carta de Juan
Segunda carta de Juan
Tercera carta de Juan
REVELACIÓN/APOCALIPSIS
Introducción
Revelación/Apocalipsis
CARTAS COMUNITARIAS
Introducción
Primera carta a Timoteo
Segunda carta a Timoteo
Carta a Tito
CARTAS UNIVERSALES
Introducción. Carta de Jacobo
Introducción. Carta de Judas
Introducción. Primera carta de Pedro
Introducción. Segunda carta de Pedro
Índice analítico de materias
Redacción T21
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Tendencias 21 (Madrid). ISSN 2174-6850