CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Escribe Antonio Piñero
 
En mi correo ha aparecido esta pregunta:
 
“Si conociendo que los evangelistas eran hombres honrados que decían la verdad,  ¿dónde está la línea en la que dejan de ser honrados y empiezan a inventarse cosas?
 
 Y, por otro lado, pregunta: ¿qué pruebas hay de que se inventaron cosas cuando hablan de sucesos sobrenaturales pero que decían la verdad en otros aspectos contrarios a la fe oficial?
 
 
RESPUESTA:
 
¿Cómo conocemos que los evangelistas eran hombres honrados? Lo presuponemos, pero no lo  sabemos con seguridad. Lo presuponemos porque ponen como ejemplo de vida a un judío que señala que el mejor resumen de la ley de Moisés es amar a Dios y al prójimo, y porque presenta (al menos Mateo y Lucas (Sermón de Montaña o del Llano: Mt 5-7 y Lc 6,20ss)  un modelo de virtudes en el que el amor al prójimo es determinante.
 
Los evangelistas no dejan de ser honrados nunca a su manera. No hay línea alguna en la que son los evangelistas conscientes de que están mintiendo. El supuesto me parece que no corresponde a realidad alguna.
 
Escriben los evangelistas una biografía de Jesús al modo de su tiempo, destacando siempre los aspectos positivos del héroe de la narración en todos los casos, aunque se relaten a menudo datos o escenas que parecen dejar en mal lugar al héroe de la narración. La imagen de Jesús está ciertamente magnificada por la fe previa en la resurrección del héroe. Creen a pies juntillas que Jesús habita en el cielo, que está sentado a la derecha del Padre. Que éste lo ha confirmado en su “puesto” de señor y mesías, que volverá a la tierra para establecer el juicio final, para retribuir a cada uno según sus obras y para instaurar definitivamente el reino de Dios. Por tanto, cada uno de esos relatos está vivificado por la fe en ese personaje que creen sobrenatural, maravilloso y definitivo.
 
Por tanto, los evangelistas no se inventan más que el marco temporal y geográfico (también por tradición)  de los hechos y dichos de Jesús. Recogen las palabras de Jesús tal como la transmiten los maestros y los profetas cristianos de su tiempo y de su grupo. Adornan la historia de Jesús con milagros que creen absolutamente verdaderos. Por tanto, insisto no mienten. Creen que su obra no es presunta propaganda mala, no es propaganda mentirosa, sino una verdad que conduce a la salvación en quien crea en Jesús.
 
“¿Decían la verdad en otros aspectos contrarios a la fe oficial?”.
 
Este presupuesto es irreal. No había verdad alguna oficial en ese tiempo. El judeocristianismo se estaba construyendo Cada grupo de cristianos interpretaba la vida y misión de Jesús como la entendía su grupo, gobernados por gentes que creían estar en posesión del espíritu de Jesús.
 
Así que en resumen quien plantea estas presunciones sobre los evangelistas tal como dice la pregunta, creo que no entiende en absoluto cómo era el cristianismo primitivo.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
 
RÉPLICA
 
Dice Usted
 
"Escriben los evangelistas una biografía de Jesús al modo de su tiempo, destacando siempre los aspectos positivos del héroe de la narración"
 
Eso no es cierto en modo alguno y le pondré solo 7 ejemplos de las docenas que hay ya que, al parecer, no se me permite extenderme demasiado. Procedo pues:
 
1) No es ensalzar al héroe recoger como dios abandona al héroe en la cruz y , éste lo reconoce.
 
2)  No es ensalzar al héroe reconocer que las que descubren el sepulcro vacío son simples mujeres del siglo primero en Israel.
 
3) No es ensalzar al héroe recoger que, tras meses o años de peregrinación y de milagros nadie le ha creído ni una palabra  y todos huyen ,incluso Pedro se va corriendo y el resto los apóstoles se escapan.
 
4)  No es ensalzar al héroe que en ninguno de sus discípulos esté en las inmediaciones de la Cruz al menos apoyándole en la distancia como si se recoge el que hace la Virgen María o María Magdalena. 
 
5)  No es ensalzar al héroe cuando dicen los evangelios, que Jesús anuncia para ya mismo la llegada del reino que luego no se produce.
 
6)  no es es alzar al héroe que Tomás después de años viéndole hacer milagros después de todas las peregrinaciones y de todas las palabras lo ve resucitado delante de él y no se lo cree teniendo que meter los dedos y dándole ejemplo de que esa historia de Jesús no hay quien se la crea ni teniéndolo delante.
 
7)  No es ensalzar al héroe considerar a Jesús un loco como le  considera Santiago y el resto de su propia familia.
 
Del mismo modo y atendiendo a la verosimilitud de esas mismas fuentes ,debemos concluir que dicen la verdad en todo caso, porque suponer que dicen la verdad en las cosas que perjudican a Jesús pero que mienten cuando hablan de la naturaleza especial de este mismo personaje, sería incurrir en un apriorismo impropio de un científico.
 
CONTRARRÉPLICA por mi parte:
 
 
Por ese mismo argumento, como de los dioses de los griegos y romanos se cuentan hechos horrorosos (adulterios; robos; asesinatos)   y no se omiten, aunque sería posible, debemos deducir que cuando los escritores griegos y romanos hablan de que Zeus existe y está en el Olimpo están diciendo la verdad, porq antes la decían cuando no omitían rasgos negativos de sus dioses.
 
Estimo que esas afirmaciones del replicante están fuera del ámbito de las reglas metodológicas de la historia antigua: son hechos reales, pero tienen otra interpretación. Es clarísimo que los evangelistas cuentan esas cosas negativas de Jesús, porque no pueden omitirlas y les sirven para justificar la nueva concepción teológica de un mesías sufriente (muy superior a la del justo sufriente de Isaías)  para resolver el tremendo problema teológico de un enviado por Dios, un Hijo de Dios, que sufre tamañas perfidias y que muere en la cruz como un sedicioso contra Roma.
 
Ese material de los evangelios, que sus autores no pueden negar ya que están firmemente ancladas en la tradición, nos es muy precioso para delinear la imagen del Jesús de la historia, que está debajo del Jesucristo de la fe. Para suerte nuestra, los evangelistas fueron honestos y nos dejaron textos que a la verdad contradicen hasta cierto punto la imagen del héroe, pero que son verdaderamente preciosos para conocer al héroe histórico, no al súper héroe de la fe.

 
Y otra cosa: la historia no trata de temas sobrenaturales. De eso se ocupa la teología.
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
NOTA:
 
Entrevista con Omar Navarro: diversos temas sobre los enfoques actuales sobre el Jesús histórico y su reflejo en los debates televisivos y otros medios
 
El enlace al vídeo es éste: https://youtu.be/_-nWD0IBgDs
 
(12-1281) 15-03-2023
 
Miércoles, 15 de Marzo 2023
Escribe Antonio Piñero
 
He aquí el texto de Evangelio de Juan 17,26 sobre el que dialogaremos:
 
“Yo les di a conocer tu Nombre y se lo daré a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos”.
 
En las preguntas que me dirigen de vez en cuando hay quien argumenta que “Jesús dice que les está dando a conocer el Nombre es decir, que antes no sabían ese nombre y qué es Jesús el que les está COMUNICANDO ese nombre, es decir, que antes, no lo conocían, pero ahora se lo está dando a conocer Jesús, de modo que debe ser un Dios que no conocen puesto que es Jesús el que les está dando a conocer ese nombre”.
Con otras palabras, que creo más claras: el lector moderno del Evangelio de Juan está afirmando que el Jesús histórico al enseñar cuál es el “nombre” de Dios –que no conocían– está indicando a sus discípulos que su Dios (el Dios de Jesús) les era desconocido. Por tanto, los discípulos, judíos, no conocían al Dios de Jesús porque ese Dios de su maestro no era Yahvé, sino otro. Un Dios desconocido. Luego el Dios de Jesús no era Yahvé. Y por tanto Jesús no era judío; o , al menos, un verdadero judío.
 
Por consiguiente, si yo como mero historiador del judaísmo y judeocristianismo del siglo I argumento que Jesús no introduce un Dios diferente al del Antiguo Testamento, sino el mismo de todos los israelitas, a saber, Yahvé, estoy haciendo una afirmación que “no se sostiene”.
 
Frente a esta idea sostengo que defender que Jesús no era judío y que predicaba un Dios distinto al de Israel es un imposible histórico. Y es una pena tener que emplear tiempo en demostrar lo que parece evidente y básico en toda investigación sobre Jesús, a saber que él era un judío integral y que jamás se salió de su propia religión.
 
En primer lugar, aunque sea muy conocido hay que repetir (con Geza Vermes, “La religión de Jesús el judío” (Anaya, Madrid, 1996) que
A. Jesús aparece en los escritos evangélicos como un judío practicante. Jesús se atiene sin discutirlas a las principales prácticas religiosas de su nación. Así, Jesús frecuentaba habitualmente los centros de culto y de enseñanza del judaísmo de su entorno. Jesús predica continuamente en las sinagogas, y respeta y visita al Templo en las fiestas anuales.  La purificación del Santuario narrada en Mc 11 y paralelos, es interpretada por muchos intérpretes como una imagen de que Jesús abolió el culto del Templo. La verdadera interpretación de este paso es, en mi opinión, justamente la contraria: Jesús se preocupó de purificar el Templo, precisamente no porque quisiera quitarle su valor --esto no tiene sentido--, sino porque estimaba que era uno de los lugares preferentes de encuentro con Dios. El Reino futuro que él predicaba tendría en su centro un nuevo Templo sin ninguno de los defectos del presente. Jesús no abolió, ni puso en solfa el culto en sí, sino los abusos que se le habían unido con el tiempo y que podían corregirse.
 
B. No hay prueba histórica ninguna de que Jesús quebrantara la Ley mosaica, sino todos lo contrario. Jesús se adhirió tanto a la ley cultual como a la ley moral, y afirmó con rotundidad la validez salvífica de la Ley en su conjunto. La llamada fuente "Q", muy antigua, que conserva dichos auténticos de Jesús, transmite que éste afirmó: " Más fácil es que pasen el cielo y la tierra que caiga un sólo ápice de la Ley", es decir antes se destruirá el mundo que deje de cumplirse el precepto más mínimo de la Ley. Jesús es aquí un defensor a ultranza de la Ley de Moisés como el más puro de los fariseos.
 
C. Si Jesús hubiera quebrantado la ley de Moisés y hubiera dicho no se explicaría en absoluto cómo los primeros cristianos seguían observando cuidadosamente la Ley, los modernos autores judíos que estudian la figura del Nazareno y que conocen mejor que nadie el fariseísmo de la época y el rabinato posterior de la Misná y del Talmud afirman con toda nitidez que no hay ni un sólo caso en el evangelio en el que Jesús aparezca quebrantando la Ley. Tomemos los ejemplos más importantes y discutidos. Las curaciones en sábado no eran ningún trabajo en la época, luego Jesús no quebrantaba nada curando. Los observadores hostiles descritos por los evangelios consideran inquietante el comportamiento de Jesús, pero nunca lo tachan de ilícito. Lo único que hace Jesús es algo típicamente rabínico: escoger entre dos mandamientos en conflicto: la necesidad de salvar la vida y la obligación de guardar el sábado. Otros rabinos hicieron y enseñaron lo mismo. Una cierta flexibilidad de Jesús frente a una interpretación estricta de algunos contemporáneos del descanso sabático debe enfocarse desde el punto de vista del piadoso rabino carismático, del sanador y exorcista, para quien la curación de los enfermos, como manifestación del reino de Dios que viene, está por encima del mero cumplimiento, puntilloso según el parecer de otros, del descanso sabático.
 
D. Jesús tampoco infringió las normas alimentarias. Es verdad que comía con pecadores, pero nunca aparece acusado de ingerir alimentos impuros o prohibidos. La afirmación de Mc 7 de que Jesús "declaró puras todas las cosas" es un clarísimo comentario suyo, personal, que no corresponde a palabra ninguna de Jesús La máxima del nazareno, "lo que sale de la boca es lo que hace verdaderamente impuro al hombre", era una doctrina farisea que Jesús defiende. Lo único que pretende Jesús es profundizar en el espíritu auténtico de la Ley, no abolirla. Este punto de vista se clarifica con la cuestión del divorcio. Mientras la escuela de Hillel permitía al varón el libelo de repudio por cualquier causa, Jesús adopta la postura más rigorista de la escuela de Shammay: al marido sólo se le permite el divorcio si la mujer es adúltera, y la justifica con una interpretación más exigente de Gn 1,27, como palabra de Dios.
 
E Las famosas y supuestas antítesis, que debelan el valor de la Ley ("Se ha dicho, pero yo os digo...") como si fueran un manifiesto antinomista, van justamente en el mismo sentido: ahondar en el espíritu auténtico de la Torá, profundizar en el espíritu de la Ley: el hombre debe no sólo no matar, sino quitar la raíz del posible asesinato, el odio y la discordia; no sólo no adulterar, sino eliminar la raíz del adulterio, el mal deseo; no sólo no jurar, sino hablar tan transparentemente que sea innecesario el juramento, etc. ¿Quién en su sano juicio puede inferir de esta doctrina que Jesús no afirmaba la validez de la Ley? ¡Justamente todo lo contrario!
 
F. Los resúmenes de la Ley que hace Jesús (la llamada regla de oro "Compórtate con los demás como querrías que ellos hicieran contigo") o "Amor a Dios y al prójimo como resumen de la Ley y los profetas son exactamente las mismas que los de la mejor tradición de los maestros más venerados de entre los rabinos. Puede decirse que la actitud de Jesús respecto a la Ley de Moisés es "un interés omnipresente por el objetivo último de la Ley que él considera, primaria, esencial y positivamente, no como una realidad jurídica, sino como una realidad ético-religiosa que revela lo que él consideraba la conducta justa y ordenada por Dios respecto a los hombres y los deberes para con el mismo Dios.
 
G. El reino de Dios que Jesús predicaba es exactamente el mismo que habían proclamado los profetas. Él nunca necesitó explicar qué era exactamente el Reino de Dios, porque todos sus oyentes lo sabían, por su continua lectura en la sinagoga de la Biblia. Y la proclamación del Reino de Dios es la característica esencial de Jesús que lo define como un hombre en la línea total del pensamiento profético de la Biblia hebrea.
 
H. Jesús se muestra como piadoso judío al utilizar los libros sagrados como instrumento y medio de su predicación. En la predicación del Nazareno encontramos prácticamente todas las formas didácticas a base de la Escritura que practicaba el judaísmo antiguo.
 
Para todo aquel que desee mirar con ojos críticos por un lado, y sin ningún tipo de prejuicios por otro, se debe confesar como conclusión de lo expuesto que si los evangelistas pretendieron presentar a un Jesús que rompía con el judaísmo, hicieron muy mal su trabajo, pues en los evangelios quedan mil restos que prueban hasta la saciedad que la religión de Jesús no se diferencia en nada de la de un rabino carismático, piadoso y apocalíptico del Israel del s. I de nuestra era. La religión de Jesús es total y auténticamente judía y sus raíces se hallan en una fe que mueve montañas y en una decidida y muy judía "imitación de Dios. La esencia de la religión de Jesús, el judío es resumida a sí por G. Vermes: "Poderoso sanador de los física y mentalmente enfermos, amigo de pecadores, Jesús fue un predicador magnético de lo que constituye el corazón de la ley de Moisés, incondicionalmente entregado a predicar la llegada del Reino de Dios y a preparar para ello no a comunidades, sino a personas desvalidas. Siempre tuvo conciencia de la inminencia del final de los tiempos y de la intervención inmediata de Dios en un momento sólo conocido por Él, el Padre que está en los cielos, que ha de revelarse pronto, el sobrecogedor y justo juez, Señor de todos los mundos."
 
Por otro lado, los que sostienen esa extraña idea de que el Dios de Jesús no era el judío y que su religión no era judía no entienden a fondo el Evangelio de Juan. El nombre que Jesús, el revelador celestial –que desgraciadamente para los creyentes no es el Jesús histórico, sino el Jesús “fabricado” por los autores de este evangelio místico, no histórico– es la esencia  (“nombre” como esencia de la persona en hebreo) íntima del Dios que naturalmente, según el grupo johánico que compuso el cuarto  evangelio, ningún israelita conoce a fondo (su esencia, repito) hasta que ha llegado Jesús que era el revelador definitivo de cómo era Yahvé en verdad. La gente lo conocía superficialmente; el grupo del Cuarto Evangelio afirma que Jesús el revelador de ese Dios enseña cómo es ese Dios. Definitivamente según el Cuarto Evangelio: Antes de Jesús todos los israelitas conocían el “nombre” de Yahvé, pero imperfectamente; sólo Jesús revela su esencia íntima.
Si se lee el comentario de Gonzalo Fontana en “Los Libros del Nuevo Testamento” de Trotta del contexto (pp. 1398-1399),  se verá que esta cuestión no aparece ni por lo más remoto en el comentario.
17,25  Solo se comenta “Padre justo”, donde se afirma que “justo” es un adjetivo que solo se aplica ad y no a los hombres. Nada se dice de dar a conocer el Nombre porque es algo que se da por supuesto.
Gonzalo Fontana explica lo del nombre de Dios a propósito de Jn 4,26, el diálogo con la mujer samaritana. Esta dice:
“Sé que viene el Mesías, el llamado «Ungido»; cuando él llegue nos lo explicará todo.  Jesús le contestó: Yo soy, el que está hablando contigo”.
 
Comentario:
Yo soy: primera declaración explícita de la mesianidad divina de Jesús. Es el primero de los siete «yo soy» del Evangelio, paralelos a los siete signos-milagros, número de la perfección divina. Jesús se identifica con la fórmula «yo soy», sobre todo en sus usos absolutos, es decir, a los que no se añade nada (8,24; 8,28; 8,58; 13,19): «Y dijo Dios a Moisés: Yo soy el que yo soy [egó eimí hó ón]. Así dirás a los hijos de Israel: Yo Soy [hó ón] me envió a vosotros, el Dios de vuestros padres... Este es mi nombre para siempre, este mi memorial por todos los siglos»: (Éxodo 3,14-15). Jesús revela con sus obras actos la obra del Padre; de ahí que él, Jesús, lo haya revelado en su plenitud, en su sacratísimo nombre = su  esencia.
 
Como se puede observar, para el autor del comentario la deducción de que los discípulos “no conocían el nombre” y Jesús lo revela nada tiene que ver con que el Dios de Jesús no fuera Yahvé, el Dios común de todos los israelitas, sino que Jesús les revela mejor que nadie cómo es ese Dios. Les revela su nombre = su  esencia. De Yahvé, naturalmente, de cuyo nombre se habla, pero no se pronuncia, por respeto. No por ignorancia
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero

 
Miércoles, 8 de Marzo 2023

El cristianismo está en continua evolución


Escribe Antonio Piñero
 
 
La figura de Jesús en los evangelios sinópticos es ante todo la de un profeta, consciente de su función como tal, por elección divina, proclamador de la inminente llegada del reino de Dios. Es muy probable que Jesús como profeta tuviera de una alta autoestima. Es posible que se creyera mayor que Jonás (Mt 12,41:  “Los hombres de Nínive se levantarán con esta generación en el Juicio y la condenarán, porque ellos se arrepintieron con la predicación de Jonás; y miren, algo más grande que Jonás está aquí”); y mayor que Salomón al que  visita la Reina del Sur para disfrutar de su sabiduría (Mt 12,42:  “La Reina del Sur se levantará con esta generación en el Juicio y la condenará, porque ella vino desde los confines de la tierra para oír la sabiduría de Salomón; y miren, algo más grande que Salomón está aquí”). Jesús se veía a sí mismo ante todo como el profeta del final del mundo presente.
 
Pero, a la vez, es un Jesús que se reconoce humano, que jamás plantea ser un hijo de Dios especial, físico, óntico. La escena de Mc 14,61-62 con la respuesta de Jesús a la pregunta de Caifás (¿Eres tú el mesías, el hijo del Bendito? Y Jesús dijo: “Yo lo soy”) no vale para pensar que Jesús se consideraba “hijo de Dios” en el mencionado sentido físico, pleno, trinitario.
 
El mesías como «hijo de Dios, el Bendito» era una concepción muy judía, y significaba que –como caudillo del pueblo judío en nombre de la divinidad– el mesías regio, descendiente de David, era un ser humano adoptado por aquella como hijo, al igual que el rey de Israel en tiempos pasados (2 Samuel 7,14). La pregunta de Caifás «¿Eres tú el mesías?», es la misma que la que Juan Bautista hace sobre Jesús en Mt 11,3. El lector debe tener cuidado de no leer la pregunta/respuesta, y la situación entera, desde el punto de vista cristiano y entender «hijo de Dios/hijo del Bendito» en un sentido trinitario. Habla el sumo sacerdote judío a un Jesús judío, y ninguno de los dos tienen la menor idea de una trinidad y de un “hijo de Dios” como algo que hemos denominado “físico”, óntico, más allá de la mera filiación divina de todo ser humano, en especial el israelita, creado por Dios.
 
Así pues, el Jesús marcano es un Jesús que se sabe ignorante de algo que solo Dios conoce (no sabe cuándo será el fin del mundo: “Respecto a aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre”: Mc 13,32); un Jesús que no dispone a su antojo la disposición de los lugares preferentes en el futuro reino de Dios, lugares que solo Dios reparte (Mc 10, 38-40: “Ellos dijeron: Concédenos que uno se siente a tu derecha y el otro a tu izquierda en tu gloria…. Jesús respondió: el que os sentéis a mi derecha o a mi izquierda no es cosa mía concederlo, sino que es para quienes está preparado” = por Dios Padre); in Jesús consciente de su fracaso en Galilea (Lc 10,13: Jesús acepta que, a pesar de sus curaciones y exorcismos hechos en Cafarnaún, Corazín y Betsaida, las gentes de esas tres villas no hicieron caso de su mensaje: ¡Ay de ti Corazín! ¡Ay de ti Betsaida! Porque si los prodigios que se hicieron entre vosotros hubieran sido hechos en Tiro y Sidón, hace tiempo que se hubieran arrepentido sentados en cilicio y ceniza”); un Jesús débil y temeroso ante la muerte (la oración del huerto, en Getsemaní su sudor de sangre: Lc 22,44, sean o no históricos los detalles).
 
Por el contrario el Jesús del Cuarto Evangelio tiene una consciencia de sí mismo muy superior, puesto que es divino sin más, y se relaciona directamente con la divinidad como Hijo de esta desde siempre (Jn 14,7: el Padre está en él y él está en el Padre (Jn 14,10); un Jesús que se proclama uno con el Padre (aunque a la vez reconoce que el Padre es mayor que él porque él es quien lo envía: Jn 12,49;14,28); un Jesús que retorna al mundo celeste, superior, de donde procede (Jn 14,3): un Jesús  que es el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14,6), de tal modo que quien lo ha visto a él  ya ha visto al Padre (Jn 14,9); un Jesús que defiende que quien cree en él ha resucitado ya para una vida superior (Jn 5,24); un Jesús que  no es en absoluto débil, que se entrega a la muerte voluntaria y decididamente para cumplir la voluntad de su Padre; y que en el momento de su muerte piensa que exhibe su máxima glorificación al derrotar al Pecado y a la Muerte misma (Jn 12,23); un Jesús que tiene la capacidad de enviar, por su propia cuenta, al Espíritu del Padre de modo que pueda completar su propia revelación (Jn 15,26; 16,5). En una palabra un Jesús que es superior al mundo (Jn 15,18), superior a todo ser humano, aunque sea él quien salva al mundo entero (Jn 12,47).
 
Voluntariamente he omitido mencionar el Prólogo del Evangelio (Jn 1,1-18), porque en esta pieza hablan otros de Jesús / Verbo de Dios. El Prólogo al Evangelio es un himno compuesto dentro del grupo johánico, que a propósito de un comentario implícito a Génesis 1,1, se habla de la inhabitación en Jesús de una entidad totalmente divina, la Sabiduría-Palabra divinas, la mano derecha de Dios, la que crea el universo (Jn 1,3).
 
Es claro, pues, que entre el Jesús de Marcos –detrás del cual se transparenta sin duda el guerrero divino que triunfa sobre Satanás, y que hace portentosos prodigios como Yahvé (por ejemplo, la tempestad calmada: Mc 4,39)–,  y el Jesús de Juan ha habido un claro proceso de divinización que se dio en una comunidad judeocristiana determinada, situada probablemente en Éfeso, y que consideraba al Jesús verdadero y profundo un ser divino, encarnado en un humano. Ese Jesús era una entidad muy superior al Jesús de Marcos y el de Lucas (cuya comunidad, probablemente, se hallaba también en Éfeso).
 
Todo este conjunto indica que dentro de las oscuridades de la formación del cristianismo más primitivo podemos barruntar que hay concepciones sobre la verdadera identidad de Jesús muy diferentes y que el proceso de aclarar tal identidad estaba todavía en mantillas a finales del siglo I.
 
Se necesitarán siglos para que los teólogos empiecen a ponerse de acuerdo sobre esa identidad. Primero en Nicea (unos 225 años más tarde que la probable composición del Evangelio de Juan en torno al 100), y de una manera casi definitiva en el Concilio de Calcedonia en el 451, es decir, 350 años después de la composición del evangelio de Juan y aproximadamente unos 430 años tras la muerte de Jesús.
 
La formación del cristianismo fue un proceso lento en cuanto a su consistente cristalización teológica. Pero tal cristalización en todos sus aspectos (sociológico e ideológico sobre todo) no termina nunca, siempre cambiante. El conjunto del cristianismo de finales del siglo XX y principios del XX es muy diferente del de hoy día. Y no digamos del primer cristianismo; y más si lo compramos con el de hoy. Un conservadurismo a ultranza en lo teológico e incluso en las costumbres es contrario a la esencia del cristianismo que es un movimiento religioso en continua evolución.
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
  
https://www.trotta.es/libros/los-libros-del-nuevo-testamento/9788413640242/
Viernes, 3 de Marzo 2023

Dos obras habitualmente poco leídas por quienes se interesan por los orígenes del cristianismo ofrecen novedades de consideración sobre lo que supuso la Ley, las Leyes, de Dios. Colosenses y Efesios, cartas falsamente atribuidas a Pablo, en realidad de sus seguidores, son el tema de hoy.

Hoy escribe Eugenio Gómez Segura.


094.La Ley de Dios (5): la visión de los herederos de Pablo.
"Silla de Moisés", réplica de la hallada en la sinagoga de Korazim. Fotografía del autor.

Colosenses, escrita tras la muerte de Pablo, posiblemente poco después del año 80, resulta ser una carta muy importante por varios aspectos. El que nos interesa hoy, cómo concibió la Ley de Dios, o qué Ley de Dios quiso aceptar, si la mosaica o la reducida a los mandamientos, revela sorpresas.

Podemos decir una primera idea fácil: no aparece la palabra Ley (nómos) en la carta. La Ley como concepto y nombre, por tanto, no merece ser nombrada. Es más, deja de ser un elemento cósmico, universal, de intervención divina para mejorar el mundo. Ya sólo hay un elemento de tal categoría: Jesús, que es convertido en pacificador de cielo y tierra (Col 1, 20). El autor, el grupo que lo respalda, acaba imputándole algunos de los valores que Pablo había atribuido a la Ley de Moisés.

La omisión de la Ley parece ser más que casual: podemos pensar que el autor fue completamente consciente de su olvido. La razón para esta certidumbre es que sí se alude a la Ley de Moisés, es decir, es aludida pero no mencionada. La alusión es doble, en un caso, como decíamos, con la transferencia de sus poderes hacia Jesús considerado Cristo: “gracias al cual (Cristo) habéis sido también circuncidados con una circuncisión no hecha por manos humanas con el despojo de un miembro de la carne, sino con la circuncisión de Cristo”.

El paso dado respecto a lo que las comunidades gentiles habían oído de Pablo es notorio. En Rom 3, 30 el de Tarso dijo: “pues no hay más que un solo dios. El que absolverá a los circuncisos per medio de la fe y a los incircuncisos a través de la fe”. En Rom 15, 8 escribió: “Pues afirmo que el Ungido se hizo ministro de la circuncisión por la verdad de Dios, para confirmar las promesas hechas a los padres”, sentencia que deja claro el papel subordinado de Jesús atendiendo a las promesas hechas a los padres, que obviamente eran los padres del pueblo hebreo.
En Colosenses sí hay alusión a la Ley, indirecta, a propósito de las famosas reconvenciones hechas por los integrantes del grupo de Jerusalén años antes. En Col 2, 16-17: “que nadie os condene por lo relacionado con comida y bebida o fiestas, novilunios o sábados. Estas cosas son sombra de futuro, pero el presente es el cuerpo de Cristo”. Queda eliminada la importancia de la Ley de Moisés, derogada su vigencia para la vida cotidiana. Y hay una posible alusión a una idea griega muy pesimista sobre el género humano en general, una posible alusión a una frase del poeta Píndaro, que en el siglo V a. C. escribió: “el hombre es el sueño de una sombra” (Píndaro, Pítica 8, 95). Si el futuro no existe, ¿cómo va a proyectar sombra? La irrealidad absoluta es lo que se atribuye a la Ley de Moisés.

Se puede deducir que los grupos gentiles de seguidores de Yahvé como único dios, creyentes en Jesús como desencadenante de un cambio total en el discurrir de los tiempos y el mundo, para los años 80-85 ya habían empezado a caminar por sendas intelectuales que a Pablo no le hubieran gustado demasiado. Ya se les hacía conveniente incluso no nombrar una idea vital para su maestro.

Efesios. Esta carta, normalmente asociada por la investigación moderna a Colosenses y también considerada como falsamente atribuida a Pablo, ofrece una perspectiva parcialmente distinta sobre la Ley. Si bien en muchos aspectos sigue las líneas de la primera, al hablar de la Ley de Moisés ofrece unas reflexiones que pueden estar más cerca de Pablo que de Colosenses. El núcleo que nos interesa es Ef 2, 11-21 (Traducción tomada de Los libros del Nuevo Testamento, pp. 1190-1):

11 Por ello, recordad que en otro tiempo erais gentiles según la carne, llamados prepucio por la que se llama circuncisión, hecha a mano en la carne. 12 Estabais en aquel tiempo lejos de Cristo, apartados de la ciudadanía de Israel y ajenos a las alianzas de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. 13 Pero ahora, en Cristo Jesús, los que en otro tiempo estabais lejos os habéis situado cerca por la sangre de Cristo. 14 Pues él es nuestra paz, el que ha hecho de dos pueblos uno solo y ha derribado la pared medianera que los separaba, borrando con su carne la enemistad. 15 Abolió la ley de los mandamientos con sus decretos para crear en sí mismo de los dos un solo hombre nuevo haciendo la paz, 16 y para reconciliar con Dios a los dos en un solo cuerpo por la cruz; ha matado en sí mismo la enemistad. 17 Cuando vino, os anunció la paz a los que estabais lejos y también a los que estaban cerca. 18 Porque por medio de él tenemos unos y otros el acceso al Padre en un solo Espíritu. 19 En consecuencia, ya no sois extranjeros ni forasteros, sino que sois conciudadanos de los santos y familiares de Dios, 20 edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, del que Cristo Jesús es la piedra angular. 21 Construida sobre él toda la edificación, crece hasta convertirse en un templo santo en el Señor. Sobre él también estáis edificados vosotros para ser morada de Dios en el Espíritu.

El autor de Efesios, como se puede apreciar, quería recordar una “historia común” con los judíos. Intentaba repetir los argumentos de Pablo para hacer ver que no se trataba de un olvido completo del mundo judío, de una innecesaria memoria de un pasado que no debía ofrecer sombras de futuro. El texto buscaba incidir en lo explicado en Romanos a lo largo de todo su texto: dos antiguos pueblos, con sus peculiaridades raciales, convertidos en un solo pueblo.

Pero el texto habla de la abolición de la Ley de los mandamientos (ton nómon tôn entolôn), que no es la de los simples diez mandamientos sino la de los 613 preceptos, es decir, la de Moisés. Y es de tener en cuenta que se hable de que Jesús la abolió, es decir, que no mantuvo para unos una ley y para otros otra, que dejó de ser ministro de la Ley para convertirse en quien superaba la Ley. Además, esta frase está precedida y continuada por sendas menciones a la paz, lo cual debería precisar el contexto previo de disputas con Jerusalén y la consecuente paz “alcanzada” tras la primera guerra contra Roma, la destrucción del templo de Jerusalén y la reconstrucción del judaísmo tras estos hechos. Esto permite al menos considerar que el autor pensaba en la actitud judía como superada en la historia universal por la actitud ofrecida por los gentiles que permitían el avance de la nueva noticia. La idea de un Jesús pacificador respondería también a los hechos históricos recientes.

Jesús habría sido convertido, también para el autor y la comunidad destinataria de Efesios, en la culminación de la historia, como muestran los últimos versículos, en los que se desarrolla la idea de edificio convertido en templo, un edificio convertido en templo por obra del venerado Jesús Cristo (en hô en griego con valor de causa o medio). Es Jesús el autor de la paz universal, es Jesús el autor de la unidad de los hijos de Dios.
Para resumir, estas dos cartas, escritas entre los años 80-90, ofrecen ideas sobre la Ley de Moisés que el “padre” de estas comunidades nunca hubiera mantenido. Según avanzamos hacia el año 100, estamos más cerca de ver constituido y consolidado el cristianismo.

Saludos cordiales.
 
Domingo, 19 de Febrero 2023
Escribe Antonio Piñero
 
 
Afirmé al final de la entrega anterior que hacía falta que pasara un cierto tiempo para que se formase una verdadera tradición sobre Jesús. ¿Por qué puede ser esto así? Creo que la clave está en lo que sabemos por el desarrollo de las creencias judeocristianas, de que tras la resurrección de Jesús Dios había declarado a Jesús “señor y mesías” (Hechos de Apóstoles 2,36).
 
Y lo podemos suponer porque eso de que el mesías fuera declarado por Dios juez de vivos y muertos no era una creencia solo de los judeocristianos sino también de otros judíos piadosos, como los “henóquicos”, los judíos que afirmaban que cuando viniese el mesías, se vería claramente que ese mesías no era otro que el patriarca Henoc vuelto del cielo a la tierra (Gn 5,24).
 
En la literatura henóquica del “Libro de las Parábolas de Henoc” (capítulos 37-71 del conocido apócrifo 1 Henoc) el mesías es señor y prácticamente solo juez universal de vivos y muertos… Apenas tiene cualquier otra función: solo juzgar a los malvados. Y tenemos sobradas sospechas de que el cristianismo primitivo conocía ese Libro de Las Parábolas, pues entre los cristianos y los henóquicos discutían quién era ese ser humano (un “hijo de hombre”) a quien Dios había elevado a la categoría de señor y mesías. Como acabo de escribir, los henóquicos decían ese “hijo de hombre” era el profeta Henoc (Gn 5,24), mientras que los cristianos decían que era Jesús de Nazaret.
 
Y el vocablo “mesías” significaría probablemente para Pedro, no que Dios lo nombraba mesías después de su resurrección, título que probablemente había asumido ya Jesús –además del de profeta– al final de su vida, sino que lo confirmaba en el cargo o función de “mesías” que ya tenía, es decir, guía del pueblo en el mundo por venir.
 
En lo que estoy profundamente en desacuerdo con S. Guijarro, cuyo libro sobre “Los Evangelios” comento,  es en su idea de que Jesús habría de retornar como “el Hijo del Hombre” (observen que lo escribo con mayúsculas y con dos artículos).  Y mi argumento es: esta expresión para designar al Mesías era totalmente desconocida entre los judíos del siglo I. En mi opinión, y la de muchos otros, no la utilizó Jesús más que como (este) “hijo de hombre”, totalmente correcta en arameo, su lengua materna, para designarse a sí mismo sin emplear el “yo”. Y sostengo que esa expresión solo sería tomada, o interpretada como título mesiánico por los traductores del arameo al griego de los dichos de Jesús en la colección que ahora se conoce como “La Fuente Q”, o la “Fuente de los dichos”, hacia el año 50 más o menos. En la versión al griego de los dichos de Jesús esa expresión extraña a la lengua griega, “hijo de hombre” pasó, por necesidades de la lengua griega para ser inteligible a los hablantes del griego, a “el Hijo del Hombre”, con dos artículos. Probablemente ese paso no fue un error de traducción, sino una necesidad de inteligibilidad.
 
La comunidad principal de los primeros seguidores de Jesús se había situado en Jerusalén, pues algunos –sobre todo los componentes de los Doce– habrían retornado a la capital después de la huida a Galilea tras el prendimiento. Esta vuelta a la boca del lobo, a la ciudad en donde Jesús había sido ajusticiado, es probable. Razón: porque la esperanza común entre los judíos piadosos era que el mundo nuevo o reino mesiánico comenzaría en Jerusalén, o más exactamente con una aparición triunfante de Dios en el Monte de los Olivos (Zacarías 14,4, tras el triunfo de Dios y su mesías en la batalla escatológica librada contra las fuerzas del Mal) y luego un descenso hasta la capital.
 
Esta idea suponía que un Jesús, así robustecido y confirmado por Dios, como “señor” y “mesías / juez de vivos y muertos”, volvería rápidamente a la tierra para terminar su función de mesías, abruptamente detenida con su muerte violenta e injusta. Y suponía también que una vez instaurado el reino de Dios (en el que Jesús sería “señor”), vendría rápidamente el Juicio Final, en el que ese “señor” actuaría de juez (Mateo 25,31), sentado ya en un trono de gloria.
 
Pero ocurrió que esta venida inmediatísima empezó a retrasarse, con lo cual el grupo de seguidores de Jesús tendría que remodelarse mejor como tal grupo dentro del mundo, y organizarse para una espera que nadie sabía cuándo terminaría. En ese momento, tanto de espera como de consciencia de que Jesús estaba vivo, de que vivía entre ellos, de que se podía anunciar a otros esta venida y ganarles para la causa concediéndoles la oportunidad de participar en la salvación, es cuando los recuerdos toman forma de tradición y empiezan a transmitirse a la gente que se iba a agregando al grupo primigenio y querían saber más del Maestro al que no habían conocido y cuyo retorno se anhelaba. No antes.
 
Ahí comienza la formación de la tradición sobre Jesús, no antes, insisto. Y ¿por qué “no antes”? Por la sencilla razón de que la vuelta a la tierra de Jesús como mesías pleno, que instauraría el reino de Dios sería inmediata, rapidísima, y porque la sesión del Juicio Final, se sucedería también de modo rapidísimo. Y si esto es así, ¿qué sentido tenía formar una tradición de los dichos y hechos de Jesús si todos los seguidores de él se los sabían de memoria porque su memoria estaba fresca?
 
Y de nuevo, si esto es así, se puede suponer razonablemente que la tradición verdadera de Jesús no se forma limpia y llanamente con los simples recuerdos de Jesús, sino que en su transfondo late la vivificante idea de que ese Jesús había sido ya resucitado y que estaba a la derecha de Dios…, confirmado como mesías e instituido como señor y juez del Juicio Final (Mateo 25). Según Hechos de apóstoles (Hch 7,56), ese Jesús estaba a la espera, de pie, al lado de Dios, presto para una pronta acción  como juez, o bien, se lo imaginaba sentado en un trono algo más pequeño que el de Dios, con cortesanos a su lado (Mt 20,21), si se pensaba que la venida tardaría un poquito más. La tardanza era lo que importaba / fastidiaba. Y si la espera se antojaba demasiado larga, podía imaginarse bien que en ese entretiempo, el constituido señor y mesías estaba aguardando la orden del Padre para volver no ya de pie, sino sentado a su lado en un trono más pequeño…¡naturalmente inferior!
 
Y precisamente por estas creencias en el destino de Jesús que se formaron muy rápidamente en la mente de sus seguidores un vez que creyeron que Jesús había sido resucitado por Dios, se explica ese dicho  de la denominada escuela de la “Historia de las formas” cuando afirma que “No poseemos ni una sola «sentencia», ni un solo relato sobre Jesús –aunque sean indiscutiblemente auténticos– que no contenga al mismo tiempo la confesión de fe de la comunidad creyente, o que al menos no la implique” (Günther Bornkamm, “Jesús de Nazaret”, vers. española, Sígueme, Salamanca 1982, p. 15).
 
Así que no hay tradición de Jesús que no transparente de una forma u otra la fe en un señor y mesías resucitado. Es una tradición transida por una fe. Y la fe hace ver las cosas de una manera diferente a la del que no tiene fe.
 
Seguiremos.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
https://www.trotta.es/libros/los-libros-del-nuevo-testamento/9788413640242/
Martes, 14 de Febrero 2023

Como ya se sabe, hay una interpretación propia detrás de cada evangelio y cada texto neotestamentario, sea éste reconstruido o recibido. Veamos cuál es la idea que sobre la Ley tuvieron los grupos que estuvieron detrás de estos textos.

Hoy escribe Eugenio Gómez Segura.


093. La Ley (4): las comunidades de seguidores de Jesús.
Gentiles y judíos, el problema de la Ley de Moisés. Fotografía del autor.

Un breve repaso a la cuestión de la Ley analizando qué pensaban los diferentes grupos de seguidores de Jesús podría ser el siguiente.
 
1. Jerusalén, el grupo liderado por la familia de Jesús, primero por Jacob su hermano (Santiago), después por un tío de Jesús, Clopas o Cleofás, y por un primo, Simeón. Este grupo, centrado en la capital, no pudo dejar de ser muy fiel devoto de la Ley de Moisés por los acontecimientos que se deducen de Gálatas y Hechos de los Apóstoles a propósito del llamado “Concilio de Jerusalén”. Como es bien sabido, en esa reunión se discutió la postura que sobre la Ley defendía Pablo: había una Ley de Moisés para los judíos y una Ley universal (resumida en los diez mandamientos) para muchas otras personas que, comportándose correctamente, podrían entrar en el nuevo reino de Yahvé como gentiles. Este grupo de Jerusalén defendió y actuó en favor de la tradicional Ley mosaica como demuestra el propio motivo de redacción de Gálatas: unos enviados de Jerusalén habían convencido a los gentiles gálatas (seguidores por tanto de la postura paulina de Ley universal) para circuncidarse y pasar a ser judíos de pleno derecho.

2. Pablo, judío ortodoxo de escuela farisea y totalmente entregado a su dios nacional, defendió esa Ley universal para los gentiles, de manera que así se podrían añadir al escaso número de judíos que, además de nacer judíos, cumplían plenamente la Ley de Moisés y su espíritu. Su apuesta por una rebaja de la Ley debido a que el tiempo se acababa y había que apostar por cumplir las profecías que integraban a gentiles (es decir a no circuncidados) en el nuevo reino, fue decisiva: tras la revuelta del 66 contra Roma y la pérdida casi completa de importancia del grupo de Jerusalén, sólo quedó un grupo fuerte de seguidores de un Jesús Mesías y creyentes en un solo dios, los Gentiles a los que se había dirigido el de Tarso, los futuros cristianos.
 
3. Comunidad detrás de la fuente Q. Parece que esta comunidad de Galilea pudo argumentar que había que mantener la Ley de Moisés (Mt 5, 18 y Lc 16, 17: la Ley no pasará) pero también ofrece en su colección de dichos de Jesús ciertas reservas ante la Ley de Moisés (Mt 10, 17-19 y Lc 12, 11-12: declarar en las sinagogas) y su duración (Mt 5, 18 y Lc 16, 17: la Ley hasta Juan). Esto lleva a pensar en la actualidad que la fuente Q tuvo, en este sentido, dos formas consecutivas de entender el problema: la primera, más antigua, fiel al movimiento íntegramente judío de Jesús de Nazaret; la segunda, más moderna, cercana ya a las tesis de Pablo respecto a los gentiles.

4. La comunidad tras el evangelio conocido como Marcos ya estaba distanciada de Jerusalén y su doctrina sobre la Ley de Moisés. El hecho de que en Mc se critique a la familia de Jesús (Mc 3, 31-33: “¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? El que cumple la voluntad de Dios ése es mi hermano, mi hermana, mi madre”) y que se destaquen ciertas desavenencias con los fariseos basan la idea del alejamiento entre esta comunidad y la tradición puramente judía. Así mismo, Mc 11, 17 insiste en que los gentiles deberían poder rezar en el templo, cosa que, como se sabe, corresponde a un modo aperturista (paulino) de entender la aplicación de la Ley.

5. La comunidad tras Mateo, en cambio, parece ser más institucional que la de Marcos o el último estrato de Q. El abundantísimo uso de la tradición bíblica en este evangelio refuerza la idea de que el carácter judío de la misma era la norma básica. Aunque repite ese evangelio la discrepancia con fariseos, no se duda del carácter sinagogal de la congregación, así como de la ausencia casi segura de gentiles, lo cual lleva a pensar en una posición del autor de Mateo muy particular: frente a otros judíos ortodoxos su comunidad pensaría que la Ley de Moisés, tal como la entendía Jesús (o lo que ellos consideraban que entendía Jesús) era la respuesta al problema que había planteado Pablo al proponer la Ley universal para los gentiles. Debieron pensar que la Ley se resumía en la sentencia sobre el amor (Levítico 19, 18), resumido todo en Mt 22, 34-40. Es decir, con un simple cumplimiento de la Ley sin “corazón” no valdría, postura que abunda en el profeta Isaías.

6. Lucas y su comunidad, por su parte, son en general más conciliadores con todas las tradiciones anteriores, sobre todo considerando que estimaban a Pablo como la conjunción perfecta de todo lo anterior y resumían en él cualquier divergencia anterior. Los detalles universalistas de este evangelio (siervo del centurión Lc 7, 4-5; buen samaritano Lc 10, 25-37; genealogía desde Adán Lc 3, 23-38) ya apuntan a la reforma paulina. Que las frases contra la familia de Jesús en la anécdota contada por Marcos queden suavizadas (Lc 8, 19-21) ya informa de los propósitos respecto a la iglesia de Jerusalén, en época de la redacción de Lc ya capitidisminuida. Puesto que considera el autor que la desaparición de Jerusalén es consecuencia de cómo se comportaron los judíos con Jesús (Lc 19, 44) supone un descrédito implícito hacia su intransigente postura legalista. Las citas de Q en las que se reconviene de algún modo la exactitud de la Ley de Moisés reflejan este punto que se continúa en cierta forma al  mostrar la historia dividida en dos: hasta Jesús, desde Jesús; hasta Jerusalén, desde ahí hasta Roma.
 
En resumen, partiendo de un Jesús legalista y sólo mínimamente discrepante con algunas interpretaciones que en su época se hacía de la Ley de Moisés, se llegó paulatinamente a un abandono del integrismo legalista para alcanzar soluciones más abiertas que llevarán a la aceptación única de los diez mandamientos.

Saludos cordiales.
 
Lunes, 6 de Febrero 2023

Notas

23votos
Un enlace a un debate entre Eugenio Gómez Segura y Antoni Piñero sobre la existencia o no del “Cuerpo místico de Cristo” en la teología paulina:
 
 
https://youtu.be/HvK828X7jcc
 
 
Miércoles, 1 de Febrero 2023

Blog 12.- 1277 / 01-02-2023


¿Fue Marcos discípulo de Pedro o de Pablo? (y III)
Escribe Antonio Piñero
 
 
Es esta mi última entrega / comentario al libro de Mar Pérez i Díaz, cuyo título es el de esta postal.
 
He concentrado mi comentario en la Introducción del libro de M. Pérez porque creo que, en este caso, la autora presenta muy bien el tema y el interés del tema propuesto, y porque ponerme a discutir pormenorizadamente los puntos concretos en los que la autora va desgranando el punto de vista del evangelista y lo va contrastando con el de Pablo haría de esta reseña una suerte de tratado polémico interminable. Y no es ahora el caso.
 
 
En general me he manifestado, y me ratifico en la idea de que la autora expone mejor el punto de vista del Evangelista que el de Pablo mismo, ya que –en mi opinión– la exégesis de la M. Pérez se mueve por terrenos que no tienen en cuenta el último estado de la investigación paulina que de la mano de autores protestantes y sobre todo judíos ha iluminado mucho, muchísimo, diría yo cómo hay que entender el pensamiento de fondo del llamado “apóstol de los gentiles”.
 
Y finalmente he comentado ya que –como el libro que reseñamos ha sido publicado en 2022– la autora habría tenido tiempo de sobra de enterarse de estas nuevas corrientes de interpretación, ya que yo mismo las he expuesto en castellano en mi libro “Guía para entender a Pablo de Tarso” del 2015, publicado en una editorial señera en España como es Trotta (una editorial independiente), libro que en 2019 tuvo su segunda edición. Este volumen ni siquiera aparece mencionado en la bibliografía, pero sí artículos de muy breve factura…, pero de gentes que son “de la escuela de pensamiento” de la autora.
 
Pues bien, afirmo que el libro de Mar Pérez es muy interesante, e importante, ya que el tema en sí aborda una de las cuestiones fundamentales de los orígenes del cristianismo, a saber cómo eran los primerísimos tiempos de la generación de una secta judía mesianista y cómo se va convirtiendo este en una religión nueva.
 
Afirmo, con la mayoría de los intérpretes, que el judeocristianismo era simplemente una secta judía “mesianista”, es decir, que afirmaba que el mesías era Jesús, que era el mesías verdadero a pesar del aparente fracaso de su muerte en cruz algo que chocaba frontalmente con el pensamiento general sobre el mesías en el siglo I en Israel), y que en lo demás se diferenciaba bien poco del resto de otros grupos mesianistas de su época, como los henóquicos o los esenios del Mar Muerto).Y la cuestión que se plantea en el fondo el libro de M. Pérez es  si en esos primero decenios tras la muerte de Jesús (hasta el año 70-75) había dos grupos básicos, nucleares (grupúsculos habría más), de interpretación de la muerte de Jesús o bien tres grupos.
 
 
En la investigación de hoy sobre Pablo creo que pueden discernirse –aunque con dificultades–  una cierta división de opiniones al respecto:
 
 A) Sólo había dos grupos: 1. El formado en torno a Santiago, Juan y Pedro: judeocristiano, y 2. El formado en torno a los misioneros judíos de la Diáspora en Antioquía, que hacia los años 50-65 tenía ya un personaje muy destacado por su teología que era Pablo de Tarso.
 
B) Había en realidad tres grupos: 1. El formado en torno a Santiago en Jerusalén (del que pronto desaparece Juan). 2. Un subgrupo de esta formación jerusalemita, el de Pedro, más abierto a los gentiles / paganos, y 3. El grupo “antioqueno” que a la postre fue liderado por Pablo.
 
Los que tienden a defender esta posición suelen afirmar que el grupo 2, el petrino, llegó a formar el núcleo de la “Gran Iglesia”, unificada y unificante, separada con bastante nitidez de la facción paulina, exagerada y rompedora en su teología, a la cual el grupo petrino “domestica” y “lima” en sus aristas teológicas exageradas, acabando por integrarla finalmente en la “Gran Iglesia”, netamente petrina.
 
La defensa de esta posición B) se basa fundamentalmente en que la teología de los tres evangelios sinópticos, Marcos, Mateo y Lucas, es esencialmente petrina, sobre todo la del primero, Marcos, porque representan una teología distinguible de la Pablo, una teología que sostenía “que todas las coincidencias entre Pablo y Marcos –el modelo al que siguen Mateo y Lucas–, reflejaban puntos de vista generales, compartidos por todos, del cristianismo primitivo” (p. 18) y no específicamente paulinos.
 
 
Esta posición B) es exactamente la que es cuestionada en su base por el libro de Mar Pérez: la teología del evangelista Marcos es esencialmente paulina y no petrina/santiaguesa-jerusalemita. Ahora bien, este libro que comentamos progresa en la investigación porque no es ya el estudio de unas cuantas coincidencias, dos, tres o cuatro, entre la teología de Marcos y la de Pablo, sino un trabajo de conjunto, amplio, global, que intenta abordar la búsqueda y el análisis de todas la secciones del Evangelio de Marcos “que están en consonancia con el pensamiento de Pablo”.
 
Naturalmente, la autora no defiende que todo lo que leemos en Marcos sea paulino, sino que propone “mostrar cómo el primer evangelista retoca y cambia las fuentes que recibe para que estén con consonancia con Pablo”, teniendo en cuenta que Pablo escribe cartas y que Marcos compone una suerte de historia biográfica de Jesús, lo que hace que su impostación literaria sea diferente a la de su modelo teológico, el paulino. Lo que intenta el libro de Mar Pérez no es presentar a Pablo ante los ojos del lector, sino la interpretación que el evangelista Marcos hace de Jesús, que en muchísimos puntos está de acuerdo con el pensamiento teológico de Pablo.
 
Aunque no lo diga expresamente en su Introducción, Mar Pérez i Díaz está minando con su libro la base para pensar que la Gran Iglesia Petrina estaba sustentada por una teología particular de Marcos y colegas que sería diferente a la de Pablo, con lo cual nuestra autora está diciendo de una manera indirecta algo que he defendido yo mismo desde hace muchísimo tiempo, a saber, que la presunta Gran Iglesia Petrina, unificada y unificante que acoge en su seno a un paulinismo ya depurado y suavizado no existió jamás.
 
Así pues, en síntesis, bienvenido sea al “mercado teológico” de lengua hispana ese libro de Mar Pérez, a la que solo le desearía que obtuviera las consecuencias de su trabajo para la historia ideológica del cristianismo primitivo y que profundizara más en el conocimiento de la teología de fondo de Pablo.
 
Para ello tendrá que concederse un tiempo para profundizar en las tesis cardinales del pensamiento paulino sobre la Ley, la naturaleza del Mesías, y la importancia real de la conversión de los gentiles en Pablo, pensando cayendo en la cuenta de que para él quien se salva no son “los “gentiles en sí” o los “pueblos gentiles”, sino ante todo Israel, el Israel mesiánico,  y que ese es el núcleo de una teología paulina, en la que en el fondo los gentiles desempeñan una función relativamente secundaria ante la exigencia de esa salvación ante todo del pueblo elegido, el cual como un olivo verdadero, recibe algunos injertos de un oleastro salvaje, los cuales también se salvarán.
 
Enhorabuena, pues, por ese trabajo y mi deseo que obtenga de él todas las consecuencias para el dibujo de la génesis del cristianismo.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
NOTA
 
Un enlace a un debate entre Eugenio Gómez Segura y Antoni Piñero sobre la existencia o no del “Cuerpo místico de Cristo” en la teología paulina:
 
 
https://youtu.be/HvK828X7jcc
 
 
Miércoles, 1 de Febrero 2023

Blog 12: 1276. 26-012023


“Cultos de misterios y cristianismo”. Evaluación final
Escribe Antonio Piñero
 
Termino hoy mi evaluación de la obra de José Marco Segura Jaubert, que –como ya escribí– responde a muchas preguntas que se hacen los interesados en los orígenes del cristianismo y su relación con los cultos de misterio. Escribí también que “Después de haber leído este libro el lector tiene las mejores respuestas a las ya viejas preguntas sobre si el cristianismo copia descaradamente su estructura teológica acerca de la salvación de esas religiones, o bien utiliza el lenguaje y las ideas para afirmar que compite con el enemigo teológico en su mismo campo intentando mostrar que la respuesta del cristianismo es muy superior a la de los cultos de misterio”.
 
Mi juicio final es que
 
1. El modo –que se pretende completo y a la vez con el interés puesto en lo esencial– de presentar estos fenómenos en este libro por medio de las fuentes textuales e icnográficas de la época, es acertado. Toda la información está atestiguada con su correspondiente base histórico-filológica.
 
 
2. Los resúmenes de cada culto son apropiados, e igualmente me parece adecuado el modo de comparar las similitudes y desemejanzas con los elementos análogos del cristianismo primitivo. Opino que esta sección dedicada a las comparaciones atraerá de modo especial a los lectores.
 
 
3. Me parece igualmente oportuna la ampliación de los temas suscitados por el orfismo y los cultos mistéricos por medio de una selección de textos de los Padres de la Iglesia: “El Pastor”, de Hermas, hermano del papa Pío, en Roma; con la obra de Justino Mártir, de Clemente de Alejandría, Tertuliano, Arnobio y Eusebio de Cesarea preferentemente.
 
4. El tratamiento específico y comparativo de la misteriosofía griega en Pablo de Tarso es más que oportuno. En mi opinión, si reina –en ámbito católico sobre todo– una gran ignorancia de lo que pensaba realmente Jesús de Nazaret y de lo que representaba su figura y propósitos para el Imperio Romano, más todavía impera un enorme desconocimiento sobre el pensamiento genuino de Pablo acerca del significado profundo en el pensamiento paulino de los dos ritos de entrada en el judeocristianismo o “mesianismo” –el bautismo y la eucaristía–, junto con la sorprendente idea de la participación del cristiano en los sufrimientos del Mesías. Ahora bien, esta cuestión queda en el libro presente estupendamente expuesta.
           
 
Insisto que para los inicios del cristianismo la cuestión de comprender rectamente el pensamiento del Pablo genuino como fundamento de la Gran Iglesia cristiana de finales del siglo II, absoluta y netamente paulina –no petrina, como se suele afirmar–, es enorme, porque no se aplica con consistencia la doble noción de que la teología paulina se inserta en un ámbito totalmente judío, pero a la vez profundamente helenizado.
 
Queda muy claro en el presente libro cómo el apóstol Pablo era consciente de que debía atraer nuevos conversos para su sistema de salvación –en los últimos momentos del mundo, como él sostenía– entre gentes con una mentalidad afín a su predicación, y cuya conversión era así más fácil.  El sistema teológico paulino conectaba con el ansia de salvación de una inmensa minoría dentro del Imperio, es decir, gente que deseaba a toda costa la confirmación de la inmortalidad de su alma y la superación de trabas para su realización.
 
 
El sistema de Pablo defendía, como base de su espiritualidad, la unión con el Mesías/Salvador a base de una noción estoica del cuerpo místico compuesto por el Mesías y sus creyentes, y de su idea de la eucaristía como fusión profunda, simbólica, con el Salvador. Y añadía que la participación del fiel mediante el rito del bautismo (hundimiento en el agua = muerte; salida del agua = resurrección, todo simbólicamente) en la peripecia vital de Jesús como entidad salvadora, ya divina tras su resurrección, garantizaba la salvación eterna. El bautismo por inmersión representaba ya en vida la muerte al Mal
(el Pecado)  y la resurrección a una vida perdurable y feliz.
 
 
El libro de Segura Jaubert está publicado por EUNA, Univ. Nacional de Costa Rica en el año pasado 2022. Tiene 232 pp. ISBN 978-9977-65- 639-7. El precio ronda los 19 euros en papel, y puede adquirirse entrando en la página de la Editorial EUNA:
 
 
https://www.euna.una.ac.cr/index.php/EUNA/catalog/book/333.
 
 
Enhorabuena fina al autor y desearle el éxito que todo escritor desea que su libro se conozca, difunda, se compre, se lea y se discuta.
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
www.antoniopinero.com
 
Jueves, 26 de Enero 2023

Desde el punto de vista del final de los tiempos comunes, los tiempos en que reinaba la muerte, Pablo consideró que la Ley sirvió mientras el plan divino alcanzaba su punto culminante, el punto de la restauración de Israel en un nuevo tiempo en el que no reinaría la muerte y los hijos de la divinidad vivirían felices.

Hoy escribe: Eugenio Gómez Segura


La Ley de Moisés estaba presente en el mundo desde su proclamación. Su presencia era activa, pues llevaba a actuar como la divinidad quería: “Pues cuando las naciones que no tienen ley llegan a hacer naturalmente lo propio de la Ley, éstos sin ley son Ley para ellos mismos; quienes demuestran que la obra de la Ley está escrita en sus corazones...” (Rom 2, 14-15). Es evidente que la Ley actúa, pues hay una “obra de la Ley” (érgon tou nómou en griego).

De ahí a considerar Pablo, como era obvio para la mentalidad judía, que la Ley era el canon mediante el cual sería el hebreo juzgado el día del juicio final para decidir si era absuelto o no, sólo había que continuar razonando: “Según el celo (religioso), perseguidor de la iglesia, según la absolución mediante la Ley, irreprochable” (Flp 3, 6).

Ahora bien: la Ley, simbolizada por la circuncisión, fue un problema sustancial para el de Tarso. Lo fue tanto a la hora de entender el movimiento que en las comunidades de la diáspora se desarrolló tras la muerte de Jesús como, una vez convencido de la utilidad de ese movimiento, a la hora de predicar su nueva convicción. Pablo había de hacer frente a quienes consideraban que sólo los judíos entrarían en el nuevo reino, es decir, sólo los cumplidores de la Ley íntegra.

El problema radicaba en que había que argumentar por qué quienes no cumplían la Ley podían entrar en el nuevo reino en esa condición. De hecho, Pablo se enfadó con los gentiles convencidos por él para considerarse hijos de Dios sin cumplir. Se enfadó porque algunos integristas les impelían a cumplir. A los gálatas que así procedían les escribió: “Os habéis apartado del Ungido quienes pensáis ser absueltos por medio de la Ley, habéis quedado privados de la gracia” (Gál 5, 4); “Y que ante la divinidad nadie será absuelto gracias a la Ley está claro, porque el justo se salvará a causa de su confianza” (Gál 3, 11).

Una primera pista para solucionar esta complicación puede ser el siguiente versículo: “Pues cuantos pecaron sin ley, también sin ley perecerán, y cuantos pecaron a causa de la Ley, debido a la Ley serán juzgados” (Rom 2, 12). Revisado desde el punto de vista del nuevo reino y el juicio que habría de cualificar a sus futuros súbditos el texto plantea dos grupos:
 
  1. “cuantos pecaron sin ley” serían quienes entre los gentiles actuaban sin atender a la Ley ni a su espíritu (porque no confiaban en la promesa de Yahvé ni consideraban a éste su única divinidad, siguiendo el ejemplo de Abrahán) o bien desconocieran estos extremos;
  2. “cuantos pecaron a causa de la Ley” serían quienes, integrando el pueblo judío reconocible desde Moisés por atenerse a los mandamientos, no hubieran cumplido sus preceptos adecuadamente, tal como advertía Lv 18, 5: quien la cumpla vivirá gracias a ella. Además, a éstos hay que unir quienes no cumplieran de corazón y sólo de fachada (tanto el Bautista como Jesús habían avisado de ello y exigían un bautismo sancionador).

Estos dos grupos constituían sendas ramas del nuevo pueblo elegido: judíos cumplidores de la Ley y, por lo tanto, aceptados como íntegros; gentiles que se incorporaban a ese pueblo.
Tras esta solución se esconde el problema que planteaban las profecías sobre el reino respecto a los gentiles: en unos pasajes proféticos se decía que no entrarían en el reino; en otros se decía que entrarían. Pero esta segunda opción se ofrecía porque sería la demostración de que Yahvé había triunfado sobre todos los pueblos. Es decir, la llegada de gentiles confirmaba el triunfo de Yahvé, de modo que había que pensar cómo llegaban los gentiles.

La solución de algunos grupos judíos, en los que se integró Pablo de Tarso, fue que los gentiles circuncidados ya no eran gentiles por haber sido convertidos en judíos, de manera que los gentiles debían entrar como gentiles, sin circuncidar. Eso sí, convencidos de que Yahvé era el único dios y que debían rendirle culto.

De manera que la Ley era más que válida, era imprescindible para los judíos; y era innecesaria para los gentiles. La Ley valía para unos; no valía para otros. Siempre referido el problema a la entrada de los habitantes del nuevo reino en ese reino, es decir, todo referido al final de los tiempos, pues se trataba de demostrar, mediante los gentiles, la victoria final de Yahvé.

Porque Pablo amó su Ley. Y también pensó, en mi opinión recogiendo las admoniciones sobre el cumplimiento honesto y cabal de la misma, que, sin entrega intelectual, sin voluntad, sin convencimiento en definitiva, cumplir la Ley tenía un valor relativo o escaso. También parece oportuno señalar que la fragmentaria documentación que tenemos (no hay que olvidar que las cartas en su estado actual son obra de un editor del s. II), y el hecho de que cada público receptor de las cartas requería un mensaje distinto, puede llevar a tomar como absoluta una idea que fue relativa en la mente del de Tarso. Con todo, algunos fragmentos de sus epístolas pueden ayudar a configurar la postura paulina al respecto. Para los gentiles (gálatas en este caso), razonó como sigue:
 
El Ungido nos liberó para la libertad; permaneced, pues, firmes, y no quedéis dominados otra vez por el yugo de la esclavitud. Ved que yo, Pablo, os digo que, si os circuncidáis, el Ungido no os habrá servido de nada. Puedo atestiguar de nuevo a cualquier hombre circuncidado que está obligado a cumplir la Ley. Os separáis del Ungido quienes sois juzgados mediante la ley, os apartáis de la gracia. Pues nosotros, con el espíritu de la confianza aguardamos la esperanza de justicia, pues mediante Jesús el Ungido ni circuncisión ni gentilidad tienen fuerza alguna sino la confianza producida gracias al amor. Corríais bien; ¿quién os impidió creer en la verdad? Esta creencia no os vino de quien os llamó. Un poco de levadura fermenta toda la masa. Yo os convencí, en lo que toca al señor, de que no pensarais en otra cosa; el que os altera soportará la condena, sea quien sea. Yo, hermanos, si predico la circuncisión no soy perseguido. Luego se acabó el obstáculo de la cruz. Ojalá se mutilen quienes os ponen en pie (Gál 5, 1-12).

Para los judíos de Roma que, o bien vivían como tales o bien habían visto revitalizada su religión por las palabras que de Jesús les habían llegado, y que en Roma conocerían gentiles que habrían atendido a la llamada de esta nueva religiosidad que se sumaba a las del Imperio, escribió:

Pero si tú te denominas judío y confías en la Ley y te enorgulleces de Dios y conoces (su) voluntad y examinas lo que importa instruido por la Ley y convencido de que tú mismo eres guía de ciegos, luz de los que (están) en oscuridad, maestro de ingenuos, con la apariencia de conocimiento y verdad (obtenidos) mediante la Ley, entonces, ¿enseñando a otros no te enseñas a ti mismo? ¿Proclamando no robar robas? ¿Diciendo no cometerás adulterio eres adúltero? ¿Aborreciendo los ídolos saqueas los templos? (Tú) que te vanaglorias mediante la ley, deshonras a Dios por medio de la trasgresión de la ley. Porque el nombre de Dios por vuestra causa es infamado entre las naciones, como está escrito.
La circuncisión es imprescindible si cumples la Ley; si eres trasgresor de la Ley, tu circuncisión es gentilidad. Entonces, si la gentilidad observa lo más justo de la Ley, ¿no será considerada la gentilidad como circuncisión? Y la gentilidad por naturaleza que cumple la Ley te juzgará como a quien, debido a la escritura y la circuncisión, transgrede la ley. Porque no es judío el que (lo es) a la vista, ni circuncisión (la que lo es) claramente por la carne, sino que, al contrario, lo son el judío en lo oculto y la circuncisión de corazón (realizada) mediante el espíritu, no mediante la letra, por lo cual el halago proviene no de los hombres sino de Dios (Rom. 2, 17-29).
 
La continuación de este fragmento es igualmente importante:
 
¿Cuál es entonces el (motivo de) orgullo del judío o cuál la utilidad de la circuncisión? Mucha se mire como se mire. Porque, en primer lugar, recibieron en depósito las palabras de Dios.

La Ley seguía vigente para los judíos; para los gentiles, no. Pablo no dejó de ser judío, nunca abandonó su Ley.
 
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Saludos cordiales.
 
Domingo, 22 de Enero 2023
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Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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