CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Conclusiones  (A).   “Jesús y la resistencia antirromana” (LXXI)
 
Foto: Karl Kautsky. Historiador checo-austríaco marxista, luego social demócrata, que en 1908 publicó una obra de gran impacto: “El origen del cristianismo” (original alemán Der Ursprung des Christentums, Stuttgart; versión inglesa Foundations of Christianity, Russell and Russell, New York, 1953), en el que estudiaba a Jesús ante todo desde un punto de vista de la historia social. Según Kautsky, el mundo de Jesús era el del campesinado, lo que explica que en su predicación se dirigiera ante todo hacia los pobres, precisamente en cuanto tales. El mundo espiritual de Jesús estaba muy cercano al de los esenios, con los que compartía un fuerte nacionalismo y una mentalidad de belicosa oposición tanto hacia las clases más altas de su nación como contra los romanos opresores.
 
Escribe Antonio Piñero
 
Llegados a este momento de mi comentario/síntesis/reordenación del material del artículo de F. Bermejo, tantas veces citado (“Jesus and the Anti-Roman Resistance. A Reassessment of the Arguments, publicado en elJournal For The Study Of The Historical Jesus” 12 (2014) 1-105), me queda muy poco que añadir. Pienso que es mejor ceder prácticamente en su totalidad la palabra al autor. Las conclusiones son muy detalladas y ocupan desde la p. 98 hasta la 106. F Bermejo escribe por mi parte me permito amplificar algunas frases de la traducción para que su pensamiento quede aún más claro):
 
«El análisis anterior ha presentado cuatro argumentos principales que apoyan de una manera novedosa la propuesta de un Jesús sedicioso.
 
»En primer lugar, la presencia de un cuadro persistente de testimonios en el Nuevo Testamento, que goza de la mayor probabilidad de historicidad.
 
»En segundo lugar, el gran poder explicativo de la hipótesis construido a la luz y a partir de la pauta o patrón.
 
»En tercer lugar, la constatación de que falta –en los planteamientos propuestos por la hipótesis de un Jesús pacifista– una alternativa convincente y unificadora, es decir una hipótesis en contrario que explique todos los textos, y que la atomización/compartimentación del material, tal como hacen muchos historiadores confesionales, seleccionando unos y omitiendo otros, es un método de aproximación a los textos, y por tanto a Jesús, muy poco convincente.
 
»En cuarto lugar, el hecho de que todas las objeciones formuladas contra la hipótesis pueden ser respondidas de manera convincente.
 
»Estos argumentos, en su conjunto, son los cuatro pilares de un sólido edificio académico. En este sentido, la afirmación general de que se ha infligido un golpe mortal a la hipótesis de un Jesús sedicioso no sólo es totalmente gratuita, sino demostrablemente falsa. Además, y dicho sea de paso, la imagen que los contradictores de la hipótesis pintan del Jesús sedicioso no se corresponde bien con la dibujada por los defensores de esta hipótesis que presentan un dibujo muy bien diferenciado en sus rasgos.
 
»Sería injusto afirmar que mediante la propuesta de la imagen de un Jesús rebelde estamos alejándonos en  demasía del Jesús transmitido por la tradición de los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas). Esto no es así, porque en ningún momento se ha recurrido a la versión eslava de Josefo, ni a los textos de autores anticristianos del paganismo (Celso, Hierocles ...) que hacen alusión a Jesús como un rebelde, ni a la polémica judía, ni a los textos apócrifos sospechosos. Por tanto, el Jesús que se ha presentado siguiendo esta hipótesis no es un Jesús oculto detrás de las fuentes o más allá de ellas. Los bloques de la construcción de la figura del Jesús sedicioso se han tomado de los propios Evangelios canónicos (a veces complementados con otros escritos del Nuevo Testamento). Se trata de que son las Escrituras cristianas mismas, los textos inspirados, las que nos proporcionan este punto de vista, y no las “mentes fantasiosas” de Reimarus, Hennell, Kautsky, Eisler, Brandon, Maccoby, etc.
 
»Dicho de otro modo, el Jesús sedicioso es también un Jesús recordado por la tradición. Esto, a su vez, significa que si Jesús no era un sedicioso, los Evangelios –en la medida en que contienen muchos testimonios que de otro modo son ininteligibles– serían desesperadamente textos absurdos y sin sentido. A menos que los Evangelios sean cuentos contados por un idiota, como dice Shakespeare de la vida, la participación de Jesús en actividades antirromanas es un corolario ineludible de los textos evangélicos propuestos y analizados imparcialmente.
 
»Maurice Casey escribió una vez: " Una función importante de la erudición al uso ha sido la de evitar cualquier cosa que fuera demasiado incómoda" (en su obra “From Jewish Prophet to gentile God” = Del profeta judío a un dios pagano”. James Clarke y Co., Cambridge, 1991, p. 171). En ninguna parte es esta observación tan oportuna como en este momento. Aunque no deben hacerse estimaciones simplistas de los motivos personales de los estudiosos, es más que posible que una de las razones de que la hipótesis de un Jesús sedicioso provoque reacciones alérgicas en el grupo de los estudiosos confesionales no es difícil de vislumbrar: se trata de un tema extremadamente molesto para muchas personas, quienes lo ven como una afrenta a sus creencias más preciadas. Ocurre también que, con muy buena voluntad sin duda, hay muchos cristianos que están implicados en la no violencia como solución a los problemas de este mundo, por lo que necesitan a toda costa una imagen de un Jesús que haya sustentado un movimiento similar no violento.
 
»La noción de Jesús como un hombre que comparte la ideología y los valores de muchos de sus contemporáneos desmiente el mito de su singularidad, es decir, el que Jesús sea un únicum incomparable: no ha habido persona en el mundo que pueda comparársele. La pintura de Jesús como un judío de espíritu nacionalista, un Jesús que toma partido por esta mentalidad y que no es indiferente a que los romanos sean los que ejercen el control político de su tierra–, asesta un golpe mortal a la idea de un “Señor universal”.
 
»Tenía razón Brandon al afirmar que, en el pensamiento cristiano, el desarrollo de la doctrina de la divinidad de Cristo y de su papel como el salvador de toda la humanidad hace que sea difícil de contemplar que él podría haber estado implicado en los asuntos internos judíos, en especial en los que podrían ser calificados como revolucionarios (“Jesus and the Zealots”, p. 320). Ciertamente si se dibuja a un Jesús que de algún modo encabezaba un grupo armado (al menos al final de su vida) se inflige un golpe mortal a la noción de “un varón de dolores, manso y humilde de corazón”. La noción de que Jesús estuvo implicado activamente en la resistencia antirromana convierte en muy implausible la idea de que él fue a Jerusalén para morir voluntariamente, es decir, arrostró su muerte de un modo voluntario.
 
»H. Maccoby escribió: "Cuando Jesús entró en Jerusalén en su última apuesta por instaurar el poder de Dios (es decir, instaurar el Reino) sabía que estaba arriesgando su vida; pero no tenía como objetivo perderla. Su objetivo era tener éxito, que los romanos fueran derrotados y que se estableciera el reino de Dios en la tierra" (“Revolution in Judaea”, pp. 135-136). Hay que admitir que la hipótesis de un Jesús sedicioso hace añicos el conmovedor relato de un Jesús que fue a la muerte como una víctima desamparada. En verdad, ciertos elementos claves del mito cristiano caen a tierra o se colapsan».
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.ciudadanojesus.com
Nº 839
Miércoles, 12 de Abril 2017
El Jesús recordado tiene muchas caras.   “Jesús y la resistencia antirromana” (LXX)
 Foto: Claude G. Montefiore. Este autor, judío inglés, inicia desde el siglo XIX una cadena de estudiosos judíos que recuperan la figura de Jesús para el judaísmo, que hasta ese momento lo consideraba como un proscrito absoluto.
 
Escribe Antonio Piñero
 
Escribíamos ayer que no hay razones contundentes para rechazar la hipótesis de un Jesús sedicioso. Hoy añadimos otra idea: es cierto que la tradición, o la denominada “memoria social” del pueblo judío de la época de Jesús nos ha transmitido también otra faceta suya: un personaje que exhortó a no practicar la violencia, un “Jesús pacifista”. La pregunta es: ¿No será posible que las dos facetas correspondan al mismo personaje y que las dos sean auténticas? ¿No parece metodológicamente sano, si aparecen con fuerza las dos perspectivas en la historia de la tradición, intentar dar explicaciones de las dos (el Jesús pacifista y el Jesús llamémosle violento)?
 
F. Bermejo en la parte conclusiva de su largo artículo/ensayo concluye que la vida de Jesús pudo reflejar dos “trayectorias divergentes”, pero las dos verdaderas. Y en ese caso, la tarea del historiador sería dar razón de ambas, no de una sola:
 
“En vez de escoger una de esas trayectorias y rechazar la otra totalmente (el  caso “normal” consiste en admitir solo los textos que apuntan a un Jesús pacifista y rechazar la cadena de textos que señalan la existencia de un Jesús sedicioso), ¿sería posible proponer un Jesús que haya sido capaz de producir “refracciones divergentes” de una misma trayectoria? En estas circunstancias, es decir, dado que la tradición nos proporciona textos de una y otra trayectoria, la tarea histórica general consiste en considerar lo que podría haber sucedido en el pasado para producir las diferentes trayectorias que existen, en lugar de elegir una corriente de la tradición como fuente confiable de información histórica y rechazar la otra” (p. 98).
 
El historiador puede pensar, por ejemplo, que las diversas circunstancias de la vida pública de Jesús le llevaron en unos momentos a adoptar una actitud, pacifista, y en otros a manifestar otra actitud propensa a la violencia y al rechazo de los enemigos, que no solo lo eran de la nación, sino también de la religión nacional. También podemos pensar que –dependiendo de las circunstancias, o de los posibles adversarios que tuviera delante– una u otra actitud podría ser percibida por su público como no contradictoria, o bien que una u otra actitud podía presentarse según el tipo de público que lo estuviera oyendo.
 
En este lugar cita F. Bermejo algunos autores modernos que han ensayado este método de explicar las dos actitudes posibles de Jesús. Entre ellos hay uno, Larry Hurtado, que quizás conozcan bien los lectores porque obras suyas han sido publicadas en español por la editorial “Sígueme” de Salamanca (por ejemplo, ¿Cómo llegó Jesús  ser Dios? Cuestiones históricas sobre la primitiva devoción a Jesús, Ediciones Sígueme, Salamanca, 2013,), editorial a quien nadie puede acusar de “no católica”. O bien, A. Le Donne, Historical Jesus: What Can We Know and How Can We Know it? (Grand Rapids, mi: Eerdmans, 2011); o su otro libro, The Historiographical Jesus: Memory, Typology, and the Son of David (Waco, Tx: Baylor University Press, 2009).
 
Así pues, en lugar de dedicarse a eliminar de una manera arbitraria, o no considerar, o interpretar forzadamente, material de los Evangelios que apuntan al Jesús sedicioso, lo que se debe hacer es aceptar ese material e interpretarlo de la manera más sencilla y directa. Y, a la vez, aclarar que uno y un mismo personaje tuvo en unos momentos una postura pacifista, y en otros, una violenta. No se trata, pues, de que el aspecto pacifista de Jesús elimine por completo el aspecto sedicioso, o al revés, sino aceptar que un mismo y único personaje tuvo durante su vida pública los dos aspectos… y que eso no es contradictorio.
 
Hemos indicado repetidas veces que el aspecto “violento” o sedicioso de Jesús aparece especialmente en los instantes finales de su vida pública, o solo cuando la gente obtenía las consecuencias prácticas de su predicación de un reino de Dios en la tierra de Israel, un Reino que no podía admitir en su seno a los romanos, sin más. Pero en otros momentos, lo que se veía en Jesús era la actitud del sanador, del exorcista, que intentaba reconducir de nuevo a la sociedad al individuo excluido de ella porque estaba poseído por el demonio, una actitud de amor al prójimo dentro de la comunidad, o grupo,  de quienes no eran enemigos declarados del Dios de Israel, una actitud de ayuda mutua, de perdón, de amor y de paz. ¡Las dos actitudes!
 
Pero en los momentos finales de su vida, cuando creía absolutamente cercana la instauración de reino de Dios, cuando hizo su entrada triunfal en Jerusalén, cuando purificó el Templo…, cuando sibilinamente indicó que no se debía pagar el tributo de la capitación al Imperio Romano ¿qué actitud iba a mostrar ante su público…? ¿La de un pacifista a ultranza? En absoluto. El haberlo hecho así..., ¡hubiese sido verdaderamente contradictorio e incomprensible para cualquier judío de su época que fuera medianamente religioso!
 
En conclusión: expliquemos las dos actitudes de Jesús, la pacifista y la violenta. No rechacemos una de ellas para quedarnos solo con la mitad de Jesús, que como todo personaje grande en la historia tuvo más de una faceta.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
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Lunes, 10 de Abril 2017
No hay objeciones contundentes y definitivas contra la hipótesis de un Jesús sedicioso.   “Jesús y la resistencia antirromana” (LXIX)
Escribe Antonio Piñero
 
Foto: Un libro de Joel Carmichael. Este defensor de la hipótesis del Jesús sedicioso es poco conocido. Solo este libro ha conseguido ver varias ediciones.
 
Antes de pasar a las conclusiones, F. Bermejo hace unas reflexiones finales sobre la ausencia real de objeciones que puedan considerarse definitivas contra la hipótesis de un Jesús sedicioso. En realidad –opina– no se ha propinado un golpe definitivo y fatal contra esta hipótesis.
 
Hay que afirmar claramente: la suma total de objeciones puede parecer impresionante, pero una vez examinada una a una con tranquilidad tales dificultades puede decirse que han sido desmontadas, igualmente una a una, en cuanto a su peligrosidad. No es que la hipótesis sea débil, sino que muchos estudiosos que parten de una posición a priori (“Está bien asentada la imagen tradicional de un Jesús pacifista”) se esfuerzan por convencerse a sí mismos de que la hipótesis contraria –el Jesús sedicioso–es muy frágil.
 
Ahora bien, la estrategia utilizada para defender esta idea no es correcta porque no se consideran todos los textos que proporcionan los Evangelios, sino que se escogen los que conviene omitiendo todos los demás. Lo que se achaca a los partidarios de defender la hipótesis del Jesús sedicioso (no citar los textos que no convienen) es lo que suele hacerse para defender la idea contraria.
 
Después de esta larga serie de postales puede concluirse que no hay ni un solo texto decisivo contrario radicalmente a la hipótesis del Jesús sedicioso. Y aceptamos totalmente la propuesta de que no se debe fragmentar la tradición evangélica, a menos que haya razones poderosísimas para hacerlo.
 
Si esta tradición presenta a) a un Jesús pacifista, pero b) también ofrece la imagen de un Jesús sedicioso a los ojos del Imperio y que está implicado en algunas acciones que suponen violencia, hay que explicar a) y b). No es un  bien sistema científico aceptar solo a) y rechazar b) sin sólidas razones. Y la defensa de la hipótesis del Jesús sedicioso ha intentado aceptar tanto el Jesús pacifista (a) como el Jesús violento (b).
 
Recordemos que hemos propuesto que el Jesús violento se muestra preferentemente al final de su existencia, cuando se precipitan los acontecimientos en los que Jesús empieza a sospechar que su vida está en grave peligro. Tenemos que recordar que en postales anteriores sostuvimos que  
 
1.  Hubo una evolución espiritual en Jesús. Y esto los sabemos por dos razones
 
a) Los matices sediciosos aparecen con mayor claridad en las etapas finales de su vida. Son ante todo los últimos días en Jerusalén
b) El pasaje de Lc 22,36 (“El que no tenga espada que venda su manto y compre una espada”) es el testigo de un cambio en la actitud de Jesús. Hay varios pasajes del Evangelio que indican que, como el momento decisivo en Jerusalén se acercaba, Jesús se tomó algunas situaciones críticas y adoptó algunas graves decisiones. Así, consúltense los pasajes ya citados: Mc 14,33-35; Mt 26,37-39; Lc 22,43-44. Jesús estaba en realidad angustiado y hubo de tomar decisiones que antes, en su vida pública, no había adoptado porque no se había presentado una situación de angustia y acoso como el de sus últimos días en Jerusalén.
 
2. Y refiriéndonos sobre todo a la cuestión clave del amor a los enemigos proclamado en Mt 5,38-48 hemos afirmado que entre el texto de Mt 5,38 – 48 y una postura sediciosa de Jesús no hay en el fondo contradicción alguna si se examina todo el texto del Evangelio de Mateo.
 
“De hecho” –escribe Bermejo– “las dos antítesis finales del Sermón de la Montaña solo tienen sentido pleno no en el ámbito político (o al menos no primaria y específicamente en este terreno, ya que Mt 5,44 no se refiere a oponentes políticos),  sino más bien en un contexto de interacción social y local, y más probablemente en conflictos que estarían relacionados con las dificultades económicas de ciertos grupos que se estaban deteriorando debido precisamente a la imposición rigurosa de tributos por parte de los gobernantes clientes del poder romano (Herodes Antipas en Galilea)”.
 
“Si esta lectura es correcta, el dicho ‘Amad a vuestros enemigos’ no estaba dirigido a los enemigos políticos, sino que, paradójicamente, expresaba una forma de resistencia a la dominación extranjera opresora a través de las relaciones sociales constructivas que se caracterizaban por la asistencia mutua y un espíritu de solidaridad dentro del grupo oprimido” (pp. 91-92).
 
Con otras palabras: no hay que romper en pedazos, no se puede compartimentar lo que la tradición mantiene unido (las dos imágenes: un Jesús pacifista y un Jesús sedicioso, a no ser que tengamos muy buenas razones para hacerlo. A menos que podamos estar absolutamente seguros de que hay una contradicción insuperable entre declaraciones solo contradictorias a primera vista, el procedimiento habitual que consiste en rechazar la hipótesis de un Jesús sedicioso es simplista y arbitraria porque no tiene en cuenta toda la información que proporcionan los Evangelios.
 
Estos razonamientos conclusivos me parecen muy interesantes. El próximo día concluiremos con esta reflexión que anima a intentar explicar todos los textos y  nos solo una parte. Nos zambulliremos luego en el ámbito de las concusiones finales.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
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Sábado, 8 de Abril 2017
“Amigo de publicanos y pecadores”.  ​“Jesús y la resistencia antirromana” (LXVIII)
Escribe Antonio Piñero
 
Foto: Martin Hengel ha sido uno de los estudiosos alemanes que más se ha opuesto a la hipótesis de un “Jesús sedicioso” en el libro  War Jesus Revolutionär? (“Era Jesús un revolucionario?”).
 
Esta es la última de las objeciones serias  a las que se enfrenta F. Bermejo en al largo y denso artículo sobre Jesús sedicioso que estamos comentando. La cuestión puede formularse así:
 
a) Hay prácticamente un consenso entre los investigadores acerca de que Jesús tuvo un notable contacto con los recaudadores de impuestos; es claro que este hecho era un aspecto decisivo en su ministerio público.
b) Ahora bien, como los publicanos/recaudadores de impuestos eran activos colaboradores del Imperio Romano, es imposible que sea verdadera la imagen de un Jesús sedicioso. Ningún antirromano en la Judea de la época habría tratado amistosamente a colaboracionistas con el Imperio.
 
Luego Jesús no podía ser un sedicioso antirromano.
 
La objeción es importante y hay que examinarla cuidadosamente. Veamos en primer lugar los textos completos y observaremos en seguida que esos textos distan mucho de ser absolutamente claros como base para una objeción seria
 
A. Jesús como amigo de publicanos y pecadores:
 
· Mc 2,15: “Y sucedió que estando él a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos y pecadores estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos, pues eran muchos los que le seguían”.
 
· Mt 11,19: “Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: «Demonio tiene». Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: «Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores». Y la Sabiduría se ha acreditado por sus obras”.
 
 
· Lc 7,34: “Ha venido el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: “Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores” (Es el paralelo de Lucas y procede muy probablemente de la Fuente  Q.
 
 
B. Jesús critica el oficio en sí de los publicanos:
 
 
· Lc 18,9-14:
 
 
“Dijo también a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, esta parábola: 10 «Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano. 11 El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: “¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. 12 Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias.” 13 En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!” 14 Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado»”.
 
 
· Lc 19,1-9:
 
 
“Habiendo entrado en Jericó, atravesaba la ciudad. 2 Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos, y rico.  3 Trataba de ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la gente, porque era de pequeña estatura.  4 Se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para verle, pues iba a pasar por allí.  5 Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo: «Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa.»  6 Se apresuró a bajar y le recibió con alegría.  7 Al verlo, todos murmuraban diciendo: «Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador.»  8 Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: «Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo.»  9 Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abrahán,  10 pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido»”.
 
 
Estos textos son suficientes, aunque tampoco demasiado numerosos para fundamentar las dos actitudes de Jesús. Además, son solo dos los que afirman de Jesús que come (o se hospeda) con publicanos, contra otros dos que critican su oficio.
 
 
Respuesta a la objeción:
 
 
1. Se trataba probablemente de judíos, de recaudadores de impuestos de segunda clase, no de los funcionarios romanos que cobraban el impuesto principal, la “capitación”  a todo judío a vivía en Israel. Eran ciertamente colaboradores de Herodes Antipas, en Galilea, o indirectamente de Poncio Pilato, en Judea que cobraban las tasas a productos del campo o industriales o a productos que pasaban de una ciudad a otra (el “fielato” antiguo español). Estos recaudadores eran o bien judíos o sirios, raramente con ciudadanía romana.
 
 
Jesús trataba, pues, prácticamente siempre con recaudadores judíos y esperaba de ellos que se convirtieran, que dejaran su vida pecadora. No los admitía en cuanto colaboracionistas, sino como potenciales conversos para que pudieran entrar en el reino de Dios. Y unos conversos que parten de una vida llamativamente pecadora, llena de impurezas rituales, que eran judíos pero por su modo de ganarse la vida no podían observar las normas prescritas por los fariseos y que, por tanto, pertenecían al “pueblo de la tierra”, inculto en cuanto a la Ley y poco observantes, aptos, si no cambiaban de vida, para ir al infierno por toda la eternidad.
 
 
Pero Jesús los  buscaba porque su misión era convertir a todo Israel: “Al ver los escribas de los fariseos que comía con los pecadores y publicanos, decían a los discípulos: «¿Qué? ¿Es que come con los publicanos y pecadores?»  Al oír esto Jesús, les dice: «No necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores»” (Mc 2,16-17).
 
 
Por tanto, Jesús no los consideraba especialmente como colaboracionistas con el Imperio, ni como amigos suyos, sino como pecadores que pueden convertirse. No se ve de ningún modo que desde esta perspectiva la actitud de Jesús sea un grave impedimento contra la hipótesis que lo ve como sedicioso, ciertamente pero que deja en manos de Dios el establecimiento del Reino. No está a gusto Jesús con los publicanos porque sean “amigos del Imperio”, sino solo como potenciales conversos. De hecho, si hacemos caso a los Evangelios, los dos grandes pecadores/publicanos que aparecen en ellos, Mateo/Leví y Zaqueo, se convierten, dejan su trabajo, siguen a Jesús o bien reparten una gran porción de su riqueza (Zaqueo) entre las gentes a los que han defraudados y en adelante llevan una vida piadosa. ¿Qué más se puede pedir?
 
 
El otro caso, que no es de la vida real, sino una parábola, dibuja a un publicano que se comporta de modo muy distinto al fariseo (Lc 18,9-14: transcrito arriba)…, y que es justificado (declarado justo) por Dios cuando se declara pecador y se arrepiente. Por tanto “La parábola del fariseo/publicano, el caso de Zaqueo (e incluso el de Leví/Mateo) no pueden utilizarse como argumentos de que Jesús mostraba una actitud amable y comprensiva con los recaudadores de impuestos (como colaboradores con Roma)” (O. W. Walker, “Jesus and the Tax Collectors”: Journal of Biblical Literature 97 (1978) p. 229.
 
 
B. Hay un par de textos de los Evangelios que muestran que Jesús no estaba para nada de acuerdo con la vida que llevaban los publicanos y que los criticaba duramente. Los siguientes:
 
 
1. Mt 5,45-47: “Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles?”.
 
 
2. Lc 18,13 (parábola transcrita). Me fijo en la crítica del publicano a sí mismo, con la que Jesús está de acuerdo: “En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!”. Jesús lo presenta, pues, como pecador, no como alguien cuya vida le guste. Un pecador como tal no es amigo de Jesús, sino un posible “cliente” de la conversión. Por tanto, la vida de Jesús no mostraba ninguna actitud receptiva respecto a esos personajes. Del mismo modo que Jesús tampoco estaba de acuerdo con la vida de las prostitutas, sino que veía que algunas estaban dispuestas al arrepentimiento. Eran clientas potenciales para entrar en el Reino.
 
 
C.  Los textos de Mt 11,19/Lc 7,34 (véase arriba) son acusaciones de los adversarios, exageradas y diríamos que falsas, como los textos en sí mismos apuntan. Pues si  aceptamos esas acusaciones como verdaderas, tendríamos que admitir que era verdad también que Juan Bautista “tenía un demonio”, lo cual era evidentemente falso para Jesús. Por tanto, también era falso para Jesús que él fuera un comilón, un borracho, o un amigo de los publicanos por sí mismos, y que estuviera de acuerdo con su oficio.
 
 
Lo que sí era cierto es que un judío galileo, como Jesús, tenía menos cuidado con las cuestiones de la pureza ritual (lo he explicado muchas veces) que los fariseos de Judea, porque vivía lejos del Templo y necesitaba tratar por su oficio con paganos. Y porque el banquete era para Jesús el  signo maravilloso del reino de Dios que viene. Hemos dicho también que es posible que Jesús no ayunara tan puntillosamente y con tanta regularidad como los fariseos de Judea, pero sí que  era un personaje totalmente ascético en su vida de pobre, itinerante, austero.
 
 
D. Abundando en el argumento expuesto en C.: siendo posible que la comida y el trato de Jesús con publicanos y pecadores en cuanto arrepentidos fuera una muestra pública de cuán abierto estaba Jesús para animarlos a la conversión, quedaba evidente y claro cuán malvados eran los que así mismos se consideraban justos y no seguían el mensaje de Jesús (escribas, doctores de la Ley, ancianos, jefes de los sacerdotes, etc.) El ejemplo de un súper pecador arrepentido era en realidad un argumento en boca de Jesús contra sus adversarios que se consideraban cumplidores observantes de la Ley, pero no lo admitían como profeta o agente de Dios para proclamar el advenimiento del Reino.
 
 
En síntesis: no vale el argumento de que Jesús era amigo de publicanos contra la hipótesis de Jesús sedicioso respecto al Imperio Romano, porque él no era amigo de ellos, ni mucho menos, en cuanto colaboradores de los romanos… gentiles y pecadores…, ¡sino todo lo contrario!
 
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
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Jueves, 6 de Abril 2017
“Vuelve a envainar tu espada”.   “Jesús y la resistencia antirromana” (LXVII)
 
Foto: Charles C. Hennel es otro de los exegetas olvidados que han defendido la postura mantenida en esta serie en su obra An Inquiry Concerning the Origin of Christianity, London: T. Allman, 2ª edición de 1841.
 
Escribe Antonio Piñero
 
Escribíamos el día pasado que es posible que “aun aceptando que la sentencia de Mt 26,52-54 («Vuelve a envainar tu espada, pues todos los que empuñen espada, a espada morirán. 53 ¿Crees acaso que no puedo hacer una petición a mi Padre, y me enviaría al punto más de doce legiones de ángeles? 54 Sino, ¿cómo se cumplirían las escrituras que anunciaron que así tenía que suceder?» pudiera provenir del Jesús histórico, un análisis sereno de ella puede demostrar que quizás no sea tan claro que fuera una sentencia totalmente pacifista”.  
 
En primer lugar la frase “Vuelve a envainar tu espada, pues todos los que empuñen espada, a espada morirán” o era un  proverbio popular de la época o bien una frase acuñada por el propio Jesús. En cualquiera de los dos casos puede interpretarse como un juicio de Jesús, muy oportuno, para evitar en aquel caso males mayores. Jesús no era tonto en absoluto, y pudo caer en la cuenta de que había sido sorprendido (si hacemos caso al evangelista Juan) por una fuerza organizada, muy numerosa, compuesta en su núcleo más poderoso de romanos bien entrenados, ante los que un puñado de galileos, escasísimamente armados y sin entrenamiento militar ninguno, nada tenían que hacer. Si ofrecían resistencia, se empeoraría la situación (no quizás para él, Jesús, que como jefe estaba irremisiblemente perdido), sino para la mayoría de sus seguidores. Jesús debió de ver con claridad que deponer las armas era lo más oportuno para salvar la vida a la mayoría de sus discípulos, mientras que hacer lo contrario era la muerte segura para la mayoría de ellos. Por tanto, interpreto –junto con F. Bermejo– que esa frase (“Vuelve a envainar tu espada…”) no significa, o puede no significar, una condena de la violencia en sí, absoluta, sino una adaptación a las circunstancias.
 
En segundo lugar, supongamos que es auténtico el rechazo –por parte de Jesús en ese momento– de la intervención de doce legiones de ángeles que podía enviar el Padre en auxilio del Hijo.  Hay posibilidad de interpretarlo del modo siguiente:
 
1. Significa que Jesús cuenta con la posible ayuda del Padre en un momento dado de esas legiones, aunque de momento no lo vea oportuno. Pero eso supone una mentalidad muy parecida a la de 2 Macabeos 11,6-9:
 
«En cuanto los hombres de Judas Macabeo supieron que Lisias estaba sitiando las fortalezas, comenzaron a implorar al Señor con gemidos y lágrimas, junto con la multitud, que enviase un ángel bueno para salvar a Israel.  Macabeo en persona tomó el primero las armas…Cuando estaban cerca de Jerusalén, apareció poniéndose al frente de ellos, un jinete vestido de blanco, blandiendo armas de oro. Todos a una bendijeron entonces a Dios misericordioso y sintieron enardecerse sus ánimos, dispuestos a atravesar no sólo a hombres, sino aun a las fieras más salvajes murallas de hierro».
 
 
Es de suponer que Jesús podía esperar lo mismo.
 
2. El motivo del rechazo por parte de Jesús es absolutamente sospechoso, desde el punto de vista de la crítica, ya que la razón dada es totalmente cristiana, es decir, posterior, Mt 23,54: “¿Cómo se cumplirían las Escrituras que anunciaron que así tenía que suceder?”
 
Esta frase supone la teología/cristología de finales del siglo I  que ve en Jesús el deseo de ir a Jerusalén para morir (no para triunfar = entrada triunfal y Purificación del Templo), que  sabe y acepta de buen grado que su muerte es voluntad del Padre que manifiesta un designio eterno de enviar a la muerte a su hijo para la remisión de los pecados de toda la humanidad. En mi opinión, ningún exegeta reconocido e independiente atribuye al Jesús histórico este pensamiento, sino a la teología posterior. Este rechazo de la ayuda angélica y el absoluto repudio de la violencia incluso por parte de Dios no son históricos en Jesús de ningún modo. Aparte de que el rechazo por parte de Jesús de la ayuda angélica  en este momento no supone un rechazo absoluto y total de la violencia. Por lo menos, no lo veo claro.
 
Bermejo cita a G. Puente Ojea a este respecto:
 
“Jesús está manifiestamente formulando aquí no una condena incondicionada de la violencia (que aparece como entrevista y no excluida a priori mediante el envío de legiones guerreras angélicas, al modo esenio) sino más bien la exigencia de que se cumplan las previsiones proféticas” (El Evangelio de Marcos, Madrid, Siglo XXI, 1994, 83).
 
Estas previsiones fueron el producto de la revisión de las Escritura por parte de los primeros teólogos cristianos que sirvieron para legitimar a posteriori (ex eventu) el desastre inesperado del fracaso de Jesús en Jerusalén.
 
3. Es posible incluso, y muy realista dada la mentalidad de Jesús, que él esperara más bien la ayuda angélica en ese momento. Pero los Evangelios, escritos mucho más tarde y sabiendo que eso no ocurrió, pusieran en boca de Jesús el rechazo de la ayuda angélica.
 
Esta posibilidad sería algo parecido al caso de las profecías ex eventu (“a toro pasado”) a las que está acostumbrada la crítica evangélica. El ejemplo más claro son las tres predicciones de la pasión, muerte y resurrección puestas en boca de Jesús. a base se halla en Mc 8,31; 9,31; 10,32-34: “Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días”, que según Lucas 9,44-45 los discípulos no entendieron:
 
“«Poned en vuestros oídos estas palabras: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres».  Pero ellos no entendían lo que les decía; les estaba velado de modo que no lo comprendían y temían preguntarle acerca de este asunto”.
 
El argumento es: hay diversos casos en los Evangelio en los que se presentan escenas y dichos de Jesús para corregir algo que se ha manifestado anteriormente como que iba a suceder, pero que de hecho no había ocurrido cuando se escribieron los Evangelios. Son escenas que intentan justificar el retraso, por ejemplo, de la llegada del Reino. Ejemplos:
 
A) Lc 19,11: “Estando la gente escuchando estas cosas, añadió una parábola, pues estaba él cerca de Jerusalén, y creían ellos que el Reino de Dios aparecería de un momento a otro”. Se trata de un comentario de Lucas para demostrar que los discípulos estaban equivocados, y que no habían entendido bien que Jesús no había dicho eso (a saber, que el reino de Dios vendría de modo inmediato). Ciertamente la crítica está de acuerdo en lo contrario: Lo que Jesús dijo fue exactamente que el reino de Dios aparecería enseguida y los  discípulos lo entendieron muy bien. Pero sucedió que el Reino no llegó… Entonces el evangelista sostiene que Jesús nunca dijo con claridad que el Reino vendría enseguida.
 
B) Jn 21,23 (referido a la muerte de Juan el hermano de Santiago/Jacobo, hijo de Zebedeo:
 
“Viéndole Pedro, dice a Jesús: «Señor, y éste, ¿qué?» Jesús le respondió: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa? Tú, sígueme».  Corrió, pues, entre los hermanos la voz de que este discípulo no moriría. Pero Jesús no había dicho a Pedro: « No morirá», sino: «Si quiero que se quede hasta que yo venga»”.
 
Esta escena corrige a Mc 9,1:
 
“Les decía también: «Yo os aseguro que entre los aquí presentes hay algunos que no gustarán la muerte hasta que vean venir con poder el Reino de Dios»”.
 
Arguye Bermejo que lo mismo podía haber ocurrido con Mt 26,53, a saber: Jesús esperaba que en el momento crítico Dios enviaría doce legiones de ángeles, que vencerían a los enemigos de Israel y que se instauraría el reino de Dios. Pero eso, evidentemente no ocurrió. Entonces la tradición evangélica puso en boca de Jesús una frase exactamente en contrario: Jesús habría dicho: “Podría pedir ahora mismo a mi Padre que me enviara doce legones de ángeles. Pero no es posible; no lo quiero… porque tienen que cumplirse las Escrituras que dicen que debo morir…, etc.”
 
En conclusión: La escena y dichos de Mt 26,52-54 no son una prueba de la postura pacifista de Jesús, porque todo el conjunto depende la teología posterior cristiana que ha construido la escena, le ha dado ese sentido pacifista y dentro de ella ha puesta en boca de Jesús un rechazo de algo que en realidad Jesús habría deseado que ocurriera. Que este pudo ser así, parece bastante posible, porque en el momento de la composición de los Evangelios ya se había producido el desastre del final de la Gran Guerra judía, y la destrucción de Jerusalén y su templo. Habían pasado muchos años y el reino de Dios no había sido instaurado. Había que presentar la historia de un  modo que justificara ese retraso, y presentar a un Jesús que nada tuviera que ver con los revoltosos que condujeron a la Guerra. Así pues, Mt 26,52-54 sería exactamente el producto de una mentalidad que buscaba justificar ex eventu (“a toro pasado”) lo que pudo haber ocurrido y no ocurrió con el recurso a la Escritura profética, un recurso puesto en labios de Jesús.
 
Naturalmente, puede ocurrir también, y los hay, que diversos exegetas repliquen: “Es posible que la escena de Mt 26,52-54 sea secundaria, pero refleja muy bien cuál era la mentalidad de fondo de Jesús”. A esto respondo, con F. Bermejo: “Esa postura radical de no violencia por parte de Jesús no tiene en cuenta ningún argumento en contra, ni la multitud de textos presentados y analizado. Parte de una posición a priori: de ningún modo hay que prestar atención a los 35 textos e indicios del patrón de recurrencia presentado”.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.ciudadanojesus.com
Martes, 4 de Abril 2017
“¿Es Mt 26,50-54 la prueba definitiva de que Jesús rechazó en principio la violencia?” “Jesús y la resistencia antirromana” (LXVI)
Foto: Charles Guignebert, uno de los más lúcidos  intérpretes de los Evangelios del siglo XX, injustamente preterido por los estudiosos de lengua inglesa.
 
Escribe Antonio Piñero
 
Llegamos hoy a uno de los apartados clave en la respuesta a las objeciones a la hipótesis propuesta: Jesús fue un sedicioso desde el punto de vista romano; al final de su vida, al menos, no condenó expresamente la violencia y se vio inmerso en acciones que al menos pueden calificarse como “ruido de sables”: el análisis del texto de Mt 26,50-54, que parece un expresión clara de todo lo contrario: Jesús era pacifista. He aquí el pasaje:
 
«Se adelantaron entonces, echaron mano a Jesús y lo prendieron. 51 Y sucedió que uno de los que estaban con Jesús alargó la mano, desenvainó su espada, asestó un mandoble al servidor del sumo sacerdote y le cortó la oreja. 52 Entonces le dijo Jesús:  
            –Vuelve a envainar tu espada, pues todos los que empuñen espada, a espada morirán. 53 ¿Crees acaso que no puedo hacer una petición a mi Padre, y me enviaría al punto más de doce legiones de ángeles? 54 Sino, ¿cómo se cumplirían las escrituras que anunciaron que así tenía que suceder?».
 
 
Exegetas de reconocido prestigio en el ámbito confesional, como Oscar Cullmann o Martin Hengel, han calificado el episodio como prueba definitiva de que la hipótesis del Jesús sedicioso es errónea; que Jesús no tuvo espíritu celota de ningún modo; que se apartó voluntaria y decididamente de la resistencia contra Roma. O bien (y esto es importante por la confesión que supone) que –aunque el texto sea decididamente secundario; es decir, no provenga del Jesús histórico–revela con claridad, sin embargo, cuál era el espíritu general, pacifista, que lo animaba.
 
Respuesta (hoy debe seguir casi al pie de la letra el texto inglés de F. Bermejo, porque su argumentación es ajustada):
 
1. No estamos seguros de que el contenido de los vv. 52-54, la sentencia básica, proceda del Jesús histórico. Es posible que Jesús hubiese pronunciado un dicho proverbial parecido al español “El que a espada hiere a espada muere”. Pero lo curioso es que la formulación tal cual aparece en el Evangelio es exactamente igual a la que se lee en el Targum (traducción parafrástica del texto hebreo al arameo popular con, pero no siempre literal, sino con añadidos y omisiones que reflejan la teología de quien lo compuso) a Isaías 50,11. Es posible, pues, que Mateo –que conocía ese targum– la haya puesto en boca de Jesús.
 
2 Lo dicho es una mera hipótesis, pero indica una posibilidad seria. Pero más contundente es que esa sentencia de Jesús no aparece de ningún modo en el Evangelio de Marcos ni en la versión de Lucas. Si ese texto estuviese bien apoyado en la tradición oral, es prácticamente seguro que no lo habrían omitido ni Marcos ni Lucas, porque les venía muy bien para su teología sobre Jesús. Por tanto, esas frases de Jesús son un añadido de Mateo. No goza de atestiguación múltiple.
 
Además, encaja perfectamente con la teología cristiana posterior que presenta a un Jesús pacífico y apolítico, desinteresado de cualquier tipo de violencia, cosa que es cuanto menos más que discutible después del patrón de recurrencia presentado, es decir, de la unión de 36 textos e indicios que apuntan a lo contrario. Metodológicamente no es correcto admitir este texto de Mateo como prueba. Sencillamente: no vale.
 
Otros estudiosos de signo más independiente, como Charles Guignebert, han calificado el añadido de Mateo como de mera “retórica edificante”. Y el presbiteriano Dale C. Allison, hombre sensato y equilibrado, ha calificado la sentencia como un añadido, un intento de los primeros cristianos para resolver el escándalo de ver cómo el hijo de Dios era impotente para escapar de la injusticia. La razón se encontró enseguida basándose en la interpretación del “Justo sufriente de Isaías” (caps. 52-53), y de una interpretación benigna de la oración triste y desesperada –en principio– de Jesús en el huerto de Getsemaní: “Jesús vio que era voluntad divina que él sufriera la muerte y lo aceptó”. “Encaró decidida y voluntariamente su triste sino, en apariencia”. Allison sostiene que estos intentos van destinados a presentar y reforzar el modelo cristiano del nuevo mesianismo de Jesús: un mesías pacífico que “rechaza el concepto de la guerra sagrada”.
 
3. Pero, aun aceptando que la sentencia pudiera provenir del Jesús histórico, un análisis sereno de ella puede demostrar que quizás no sea tan claro que fuera una sentencia totalmente pacifista.
 
Discutiremos esta tercera razón el próximo día.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.ciudadanojesus.com 
Domingo, 2 de Abril 2017
El amor a los enemigos y el Jesús sedicioso. “Jesús y la resistencia antirromana” (LXV)
Foto: Richard A. Horsley, en su obra “Jesús y el Imperio” defendió bastante bien la hipótesis del Jesús sedicioso.
 
Hoy escribe Antonio Piñero


Se ha propuesto que si Jesús enseñó de verdad el amor a los enemigos, y de una manera absoluta, no hay manera de sostener la hipótesis de un Jesús sedicioso
 
Y a la vez que, al final de su vida, Jesús fue relativamente violento en el sentido de que nunca condenó la violencia y de que instó a armarse a sus discípulos (al menos para defenderse = Lc 22,36).
 
La dificultad es seria. Pero tiene respuesta. En primer lugar pongamos uno al lado de otro los textos en conflicto:
 
1. Mt 5, 38-39: « «Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente.  Pues yo os digo: no resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra».
 
 
2. Lc 22,36: « Y les dijo: «Cuando os envié sin bolsa, sin alforja y sin sandalias, ¿os faltó algo?» Ellos dijeron: «Nada.»  Les dijo: «Pues ahora, el que tenga bolsa que la tome y lo mismo alforja, y el que no tenga que venda su manto y compre una espada».
 
 
Son pasajes absolutamente contradictorios. Una solución para salvar la autenticidad del primero sería declarar espurio, falso, el segundo. ¿Pero es esto una solución? ¿Qué razones hay para declarar falso el segundo y no el primero? ¿Por qué no se declara que Jesús nunca ordenó el amor a los enemigos?
 
La respuesta: porque el texto de Mateo lo dice. Entonces puede replicarse: también hay 36 textos que indican que Jesús fue un sedicioso.
 
 
Lo único razonable es intentar dar cuenta de las dos posiciones encontradas y considerar que quizás no lo sean tanto.
 
 
I.  En primer lugar, hay que confesara que Jesús nunca amó a sus enemigos…, so pena que borremos también de las sentencias verdaderas:
 
 
a) Las feroces invectivas contra los fariseos;
 
 
b) Los ayes contra los ricos;
 
 
c) Los ayes contra las ciudades que no hicieron caso a su mensaje: “«¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha que en sayal y ceniza se habrían convertido.  Por eso os digo que el día del Juicio habrá menos rigor para Tiro y Sidón que para vosotras (Mt 11,21-22)
 
 
d) La invectiva contra Herodes Antipas, a quien no amaba de ningún modo: “Id  y decidle a ese zorro… no cabe que un profeta perezca fuera de Jerusalén” (Lc 13,32-33).
 
 
e) Al parecer tampoco amaba tanto a su familia: Está Jesús predicando. Su madre y sus hermanos lo buscan. Jesús no los recibe. Y luego los postpone a sus seguidores (Mc 3,31-35). Según el Evangelio de Juan, engaña a sus hermanos, que querían subir con él a Jerusalén para la fiesta, les da el esquinazo y luego sube solo: “ Subid vosotros a la fiesta; yo no subo a esta fiesta porque aún no se ha cumplido mi tiempo». Dicho esto, se quedó en Galilea. Pero después que sus hermanos subieron a la fiesta, entonces él también subió no manifiestamente, sino de incógnito” (Jn 7,8-10).
 
 
f) Cuando Jesús utiliza el término “enemigo” (griego echtrós; término del lenguaje de la versión de la Biblia de los Setenta para “enemigo en general” ya sea interno o externo, político o social) se refiere sobre todo a enemigos sociales.
 
 
Por ejemplo, en Mt 5,44: “«Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo.  Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos”», sino a enemigos sociales. Igualmente a enemigos de la propia familia (Mt 10,36: “Sí, he venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; y enemigos de cada cual serán los que conviven con él”) o a un campesino malvado (el que siembra cizaña: Mt 13,24-30).
 
 
De aquí se deduce que todo el conjunto del Sermón de la Montaña se refiere (y se entiende mucho mejor)  si se piensa que Jesús se refiere a las condiciones sociales de la gente del pueblo con el que convivía en Galilea, llena de  preocupaciones económicas, agobiadas por las deudas de los impuestos… y si estos que  recaudan los impuestos son los romanos, lo que Jesús está diciendo es que la mejor manera de resistir a esta opresión política del pueblo de Dios por los invasores extranjeros es construir unas relaciones sociales entre los oprimidos, de modo que en ellas prime el amor a los adversarios, que se les perdonen todas sus agresiones e impertinencias, que se les preste dinero sin saber si se puede recobrar el préstamo, que se les ayude en todo: ayuda mutua y espíritu de solidaridad.
 
 
En su libro «Fe cristiana, Iglesia y poder», Madrid, 1991, escribe G. Puente Ojea que
 
 
"La ética de Jesús es doble pero perfectamente articulada en el contexto de la dinámica del espíritu mesiánico del primer siglo de nuestra era. Jesús predicó una ética de amor incondicionado hacia dentro, para la conducta en el seno de la comunidad mesiánica, y una ética de lucha sólo hacia fuera, para la conducta con los adversarios políticos del Dios de Israel, los paganos de las naciones. Es decir, perdón y amor al inimicus, el enemigo privado; lucha y hostilidad frente al enemigo público, el hostis, categoría en la que también entraban los cómplices judíos del poder romano, especialmente muchos miembros del estamento sacerdotal" (pp. 89-90).
 
 
Y respecto al amor a los enemigos escribí hace ya bastantes años:
 
 
“La verdadera dificultad reside en el texto de Mt 5,38.41, "presentar la otra mejilla", o "el que te obligue a andar una milla, ve con él dos", puesto que parece que los dos ejemplos se refieren expresamente a prácticas vejatorias de los romanos con la población judía sometida. Por tanto, si el pasaje de Mateo  es auténtico, y parece tener todos los visos de serlo, tendríamos el hecho de que Jesús manda amar realmente a los enemigos de Israel, que practican tales vejaciones. Hay que confesar que este texto es anómalo en todo el conjunto de lo que podemos reconstruir de Jesús y que requiere una explicación. Ésta puede hallarse tan sólo, creemos, en la consideración del contexto en el que se halla inserto. Si se observa bien, el conjunto del Sermón de la Montaña se refiere a relaciones privadas, al ámbito de la moral de rango personal: comenzando por la biena­ventu­ranzas (las dos reconocidas como totalmente auténticas: Lc 6,20-21) y siguiendo por la observancia de la Ley, el discurso insiste en las relaciones entre dos particulares: no encolerizarse con el hermano, ni siquiera desear la mujer del prójimo, prohibición del divorcio, del perjurio y de la venganza, la limosna, la oración y el ayuno.
 
 
En el centro de esta constelación se halla el precepto del amor. ¿Debe considerarse roto el marco de las relaciones privadas para pensar que Jesús proclamó el amor a los enemigos públicos y oficiales del Reino de Dios? No parece verosímil. Y si Jesús lo hubiese querido afirmar de modo expreso, y ante tamaña novedad en el seno de Israel ¿no esperaríamos una formulación mucho más clara? Como no es éste el caso, podemos sostener, siempre dentro del ámbito de lo verosímil, que Jesús se refería en este texto aparentemente anómalo –lo mismo que en la parábola del Buen Samaritano– a una extensión inusual del concepto de prójimo: desprovisto de su carácter de ofensor o impedimento para la venida del Reino, y en otro contexto, el mismo fariseo, o saduceo, que antes era "raza de víboras" podía y debía ser objeto de amor.
 
 
Este texto del Sermón de la Montaña, por consiguiente, no rompería la afirmación de que la ética de Jesús es doble: amor incondicionado hacia dentro, hacia el seno de la comunidad mesiánica, y una ética de lucha y oposición sólo hacia fuera, hacia los adversarios político-religiosos del Dios de Israel” (Fuentes del cristianismo, Córdoba, El Almendro, 1993, 292).
 
 
II. En segundo lugar: Jesús al final de su vida tuvo un cierto cambio: se declaró claramente mesías y rey y se vio implicado en actos de violencia:
 
 
F. Bermejo apunta, apoyándose en argumentos de Robert Eisler y en Richard Horsley que del texto arriba mencionado de Lc 22,36 (léase de nuevo, por favor) supone un cambio –muchas veces señalado– al final de la vida de Jesús. En esos momentos es cuando Jesús, quizás impulsado por los más violentos de sus discípulos, cambia de actitud y parece aceptar que, por ejemplo, en la acción de la purificación del Templo, era necesaria una cierta violencia”. Jesús solo se declara abiertamente mesías-rey de Israel solo al final de su vida. No es esta una perspectiva absurda y los cambios en sí son normales en las gentes. Comenta Bermejo en la p. 93 de su artículo:
 
 
“A lo largo de la historia “muchos cristianos, incluidos papas y cardenales, que han abrazado teóricamente la doctrina del amor a los enemigos como su rasgo distintico como cristianos, han odiado, perseguido, hecho la guerra y asesinado a sus enemigos, aunque presumiblemente lo hayan realizado de buena fe”.
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.ciudadanojesus.com 
Viernes, 31 de Marzo 2017
Más objeciones a la hipótesis de un Jesús sedicioso.   “Jesús y la resistencia antirromana” (LXIV)
 
Foto: Fernando Bermejo, el autor del artículo que estamos resumiendo y comentando
 
Escribe Antonio Piñero
 
Las últimas páginas del largo artículo en inglés de F. Bermejo, “Jesus and the Anti-Roman Resistance” (Journal for the Study of the Historical Jesus 12 (2014), 1-105, está dedicado –como he ya escrito– a una detenida respuesta a las objeciones. Una de ellas es: “Si Jesús hubiese sido un sedicioso, ¿por qué los romanos dejaron tranquilos a sus discípulos…, por qué no los persiguieron…, lo cual va contra su modo usual de proceder en caso de sedición?
 
La respuesta es múltiple:
 
Jesús no fue crucificado solo, sino con otros dos. Y en medio de ellos, como ya se ha indicado. La inferencia más probable es que fuera Jesús crucificado en medio de ellos, porque era el más importante de los tres, y porque los tres estaban condenado al mismo suplicio por la misma causa. Es muy probable que esos dos otros crucificados fueran discípulos de Jesús o seguidores suyos de algún modo. Por tanto, es más probable que lo contrario que algunos de los seguidores o simpatizantes de la causa de Jesús fueran igualmente perseguidos por los romanos en los primeros momentos, aunque nada se diga de ello en los evangelios.
 
Segundo: hay indicios de que los discípulos fueron buscados por los romanos y que temieron seriamente por sus vidas… ¡por eso huyeron precipitadamente (Mc 14,51-52)!. Por eso Pedro negó tajantemente que era discípulo de Jesús…
 
Algunos objetan: ¿cómo es posible que, aparte de lo dicho, la iglesia primitiva olvidara mencionar todo dato, nombres, etc., de los crucificados con Jesús? Este olvido significa que esas personas no tenían importancia para el movimiento de Jesús.
 
Bermejo responde: lo más probable es que esos discípulos o seguidores no formaran parte de los Doce, sino de esos otros seguidores que formaron el cortejo de su “entrada triunfal” en Jerusalén, o bien de aquellos que le ayudaron en secreto para organizar esta entrada triunfal en Jerusalén (Mc 11,1-6) y para hacer una cena de despedida en caso de que todo saliera mal, como podría preverse dada la fuerza de la oposición al movimiento de Jesús (cena de despedida es la interpretación histórica de la institución de la eucaristía en una cena muy probablemente no pascual). También puede ser verosímil que los crucificados junto con Jesús hubiesen sido arrestados en otra ocasión, por ejemplo, en el motín mencionado por Marcos y Lucas (Mc 15,7).
 
Por otro lado es fácil explicar por qué los evangelistas tuvieron interés en no dar detalles especiales sobre los crucificados por Jesús. Si los hubiesen dado,  Jesús habría sido más fácilmente asimilado a los movimientos contra los romanos que existían en su época, y se habría ido al traste el claro interés que tienen los evangelistas –no se puede negar– por presentar a un Jesús absolutamente apolítico y desinteresado de los manejos de este mundo Jn 18,36: “Mi reino no es de este mundo”).
 
En segundo lugar, ¿cómo van a tener interés unos evangelistas, que están intentando presentar una imagen de Jesús como un héroe único e inigualable, en dar detalles de unos individuos condenados a la misma y degradante pena capital que el Maestro? Es pedir demasiado. La muerte de Jesús tenía para los evangelistas un valor inigualable como muerte redentora por los pecados de toda la humanidad… lo que explica que no se den detalles de otros que sufrieron la misma muerte en el mismo momento y acusados de crímenes igualmente capitales. Es, pues, perfectamente comprensible que los biógrafos de Jesús (recordemos que el género biográfico en la Antigüedad es ante todo laudatorio) tengan el máximo interés en no dar detalles de los “sediciosos” (Marcos y Mateo) o de los “malhechores” (Lucas juega al despiste) que fueron crucificados a la vez que Jesús en una crucifixión colectiva para escarmiento de las gentes cerca de la Pascua. Los demás discípulos lograron escapar: así de sencillo.
 
Así pues, hay razones para explicar la falta de detalles sobre los crucificados por Jesús  y es fácil sobrentender que los romanos probablemente buscaran a los seguidores de Jesús, pero una vez huidos fuera de Jerusalén ya no le dieran importancia.
 
Por último: incluso el que los romanos no hubiesen perseguido posteriormente y con la debida saña a los seguidores de Jesús es fácil de explicar a partir de la hipótesis de un Jesús sedicioso: Jesús no estaba implicado en ningún sistema de violencia sistemática, como Teudas, Judas el Galileo o el Profeta egipcio, sino que pensaba que quizás en el instante mismo de la implantación del reino de Dios fuera necesario defenderse de los últimos asaltos de quienes pretenderían quitarles la vida. Ahora bien, la muerte en cruz del Maestro por designio divino y la esperanza de su próxima venida (ya que Dios por la resurrección, le había convertido “en Señor y Mesías”: Hch 2,36), les convencieron de la inutilidad de toda resistencia armada contra el Imperio, ni siquiera como autodefensa. Dios se encargaría muy pronto, por su cuenta, de vindicar a Jesús. Esta muerte de Jesús entendida de este modo explica suficientemente que el movimiento de Jesús tras muerte se convirtiera en un pacifismo inofensivo.
 
Y si los romanos hubiesen organizado campañas para perseguir a todos los insignificantes –a sus ojos– que los odiaban y estaban deseando que Dios acabara con ellos para que finalmente  instaurara su reinado divino sobre la tierra e Israel, habrían tenido que matar a cientos de miles de judíos cada año...
 
En resumidas cuentas: hay sobradas razones para explicar por qué los evangelista no  dan detalles acerca de los que fueron crucificados junto con Jesús, y para aclarar por qué no se persiguió a sus seguidores más allá de los primero momentos. El Imperio romano tenía cosas más importantes que hacer.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
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Miércoles, 29 de Marzo 2017
Hay otros patrones de recurrencia totalmente opuestos al que se propone. “Jesús y la resistencia antirromana” (LXIII)
Foto: Josep Montserrat llevó al extremo la interpretación de este patrón de recurrencia en su obra “El Galileo armado”, ensayo muy discutible.
 
 
Escribe Antonio Piñero
 
 
Seguimos intentando responder a las dificultades planteadas por los lectores o por otros a la hipótesis de un “Jesús sedicioso” y sus consecuencias. Otras de las dificultades formuladas contra esta serie es que “Igualmente se pueden construir otros patrones de recurrencia. Y algunos otros presentan resultados totalmente diferentes respecto a la valoración de Jesús a los formulados en esta serie”.
 
 
Mi respuesta ha sido dada ya, pero la repito: Preséntense esos patrones y se discutirán con la mayor objetividad posible. En segundo lugar, el patrón actual que discutimos recoge ciertamente textos de todo el conjunto y partes de los Evangelios, pero especialmente de la historia de la Pasión. Es precisamente en esta sección donde se encuentran reunidos el mayor número de inconsistencias e improbabilidades de todo el Evangelio en su conjunto. Aceptamos que algunos de los puntos recogidos son discutibles; hay gran controversia entre los estudiosos; pero  el número de textos e indicios, treinta y cinco o treinta seis, es tan grande que este patrón no puede rechazarse sin más.
 
Es cierto que muchos de los puntos están esparcidos por los Evangelios y pueden pasar desapercibidos, pero la “unión hace la fuerza”. El que niegue la evidencia, por sí misma, de este patrón tiene que presentar otro en contra y con la misma solidez. Y piense que los puntos de este patrón pertenecen a todos los géneros literarios (dichos de Jesús; sumarios de los evangelistas; exorcismos; manifestaciones de Jesús mismo o sus seguidores o de los adversarios, etc.). Por tanto, este patrón goza de “atestiguación múltiple”.
 
 
Por último: el examen a fondo de este patrón es absolutamente necesario porque presenta una mayor solidez que otros. Por ejemplo, “Jesús es un enemigo a muerte de los fariseos”. Este patrón está contradicho por otros datos:
 
 
a) Jesús come con los fariseos, es invitado por ellos expresamente a participar de su mesa. El que conozca un poco las fratría de los fariseos y su interés por una mesa común en la que Nazaret admitían a nadie digno no llega a caer en la cuenta de cuán importante es este indicio;
 
 
b) El que los fariseos se dignen de discutir con él largo y tendido y en multitud de ocasiones muestra que es alguien afín a ellos, pues de lo contrario ni se dignarían entablar una discusión con él, ni los Evangelios nos los mostrarían reunidos para oír su predicaciones;
 
 
c) Los fariseos intentan salvar la vida de Jesús: le avisan de que huya porque Herodes Antipas quieren matarlo; en el relato estricto de la pasión ni aparecen los fariseos como acusadores de Jesús: los enemigos de este en aquellos momentos son los saduceos, los escribas y los ancianos el pueblo. 
 
 
d) Un último dato: los evangelistas exageran claramente la enemistad entre Jesús y los fariseos: hay unos 25 pasajes entre los cuatro evangelios en los que alguno de ellos presenta a un adversario o enemigo dialéctico de  Jesús de una forma general, o innominada (“uno le dijo”; “alguien le preguntó” y fórmulas parecidas. Y en esos casos siempre hay un evangelista o dos que rellenan el hueco (es decir, la indeterminación) señalando que el adversario era un “fariseo” o un “escriba”. Es tan llamativo este hecho en la tradición sinóptica que se ha formulado la siguiente regla: “Siempre que la tradición oral presentaba a un enemigo de Jesús de una clase indeterminada, alguno delos evangelistas aprovechaba para especificar que ese tal enemigo innominado era un fariseo (la mayoría de las veces) o un escriba de la Ley. Por tanto, los Evangelistas están presentando a los fariseos forzadamente como enemigos a muerte de Jesús, cosa que no era verdad.
 
 
Otro patrón de recurrencia sería: “Jesús es un personaje único; ni siquiera Juan Bautista se le parecía; Juan Bautista era el precursor de Jesús”. Pues bien aquí ha presentado Fernando Bermejo una larguísima serie de paralelos (en torno a 29) entre Juan Bautista y Jesús, que apuntan a dos hechos casi incontrovertibles: a) Jesús no es un únicum, sino que tiene muchísimos parecidos con el Bautista; b) lo más probable es que la relación verdadera entre los dos personajes fuera Juan Bautista era el maestro y Jesús el discípulo; Juan Bautista se consideraba precursor de la acción directa de Dios y ni siquiera sabía si Jesús era el profeta/agente mesiánico al que se esperaba o era otro el que había de venir (Lc ,18-23/ Mt 11,2-6)
 
 
Sin embargo, no encuentro que sea posible hacer lo mismo contra el patrón de recurrencia “Jesús sedicioso contra el Imperio Romano”. Por tanto, propondría que si no se toma en serio este patrón y se le discute punto por punto, si se cree que se debe a un apriorismo craso de ciertos investigadores, se está cometiendo un error grave de método y se está uno autoexcluyendo del  tránsito por una vía que aclara mucho la personalidad compleja de Jesús.
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
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Lunes, 27 de Marzo 2017
“La hipótesis de un Jesús sedicioso es el resultado de los prejuicios ideológicos”.   Jesús y la resistencia antirromana (LXIII)
 
Foto: Ernst Käsemann, uno de los discípulos distinguido de Rudolf Bultmann luchó contra el escepticismo radical acerca del valor histórico de los Evangelios. Sí es posible obtener de ellos datos históricos sólidos.
 
Escribe Antonio Piñero
 
Respondo a las dificultades concretas a la hipótesis de un Jesús sedicioso formulada en esa serie.
 
1. Se me ha vuelto  a echar en cara que “La hipótesis es el resultado de los prejuicios ideológicos” de Bermejo y míos. 
 
Creo que ya he respondido suficientemente: ni Bermejo ni yo hemos partido de una toma previa de posición, sino justamente al contrario: en tiempos antiguos estábamos convencidos de la verdad de la tesis tradicional: un Jesús pacifista en absoluto y en nada implicado en la política de su tiempo. Y tras mucho estudio hemos llegado a lo contrario.
 
Lo que sí se observa en la investigación es justamente lo contrario, a saber que se dan por resueltos los problemas y por ello se parten de criterios preestablecidos. Por ejemplo, se toma como dogma sagrado que en el libro conjunto dirigido y editado por E. Bammel y C. F. D. Moule (Jesus and the Politics of His Day. Cambridge: Cambridge University Press, 1984; sobre todo en el artículo de historia de la cuestión que hace E. Bammel desde las pp. 11 hasta la 68, “Desde Reimarus a Brandon”), ya se han dado todos los argumentos en contra de la hipótesis de un Jesús sedicioso y que no hace falta investigar más, ni plantear ni siquiera la cuestión porque ya está resuelta. Y una vez tomada esta posición, se repite continuamente una suerte de mantra: “Ya se sabe que la hipótesis del Jesús sedicioso de Brandon es unilateral; está muy mal fundamentada y ha sido rebatida en toda la línea”. Esto me parece que es credulidad y toma previa de postura que exime el ni siquiera considerar al que plantea de nuevo la cuestión porque no está convencido.
 
El que muchos estudiosos defiendan una postura no quiere decir que esta sea ya una verdad absoluta. La cantidad no vale. Recuérdese lo dicho por mí acerca del geocentrismo de Aristóteles defendido por casi todos durante más de dieciséis siglos. Hubo que plantearlo otra vez, y una vez que Copérnico Kepler y Galileo establecieron justamente lo contrario… se formó como una barrera de los apegados a la opinión tradicional de modo que la nueva posición, el heliocentrismo, no se fue abriendo paso sino muy lentamente. Debo insistir en que el número de estudiosos que defienden una postura no es un argumento. Además, muchísimos estudiosos pertenecen firmemente a una iglesia, a una confesión cristiana, la cual no permite ciertas libertades… Esas barreras han de tenerse en cuenta.
 
Ya saben los lectores que a veces se llega al descrédito, ala descalificación y al insulto personal de los que proponen lo contrario de lo corriente y usual. Pero quiero proclamar bien claro que es el haber planteado la hipótesis de un Jesús sedicioso no se debe a ninguna hostilidad contra la Iglesia ni contra los creyentes, ni contra nada. Se trata solo de  volver a intentar la búsqueda de explicaciones de textos que no encajan bien, y de madurar hipótesis interpretativas –en realidad ya viejas– porque las que hay dejan sin explicar muchas cosas. Hay aparentes inconsistencias en los textos evangélicos que deben ponerse a la luz una y otra vez, y tener paciencia porque debemos comprender cordialmente que ciertas barreras ideológicas no permiten abordar ciertas hipótesis, aunque tras mucha consideración y muy probablemente esas “nuevas” hipótesis explican mejor el conjunto de los textos de los Evangelios.
 
Ocurre también a menudo que se critican hipótesis por pequeños errores, y con ello se considera que la hipótesis completa ha sido derribada. Un ejemplo: se ha criticado mucho a Brandon porque dio a entender en su libro “Jesús y los celotas” que había algo así como un movimiento organizado de los celotas, algo parecido a una secta o a un “partido” político religioso organizado en tiempos de Jesús. Resultó que otros estudiosos habían demostrado (por ejemplo, Martin Hengel) que los celotas no se habían organizado como entidad bien constituida hasta, o circa, el año 60 d. C. Pero ¿y el resto de los argumentos de Brandon? El que se haya equivocado en un punto no significa que el resto de sus razonamientos no sean atendibles.
 
Otro ejemplo: hay mucho estudios recientes que ponen en duda que los criterios de historicidad (empleados sistemáticamente  en la gran obra de John P. Meier, Un judío marginal), no son instrumentos válidos para la investigación sobre el Jesús histórico… Y ¿qué obtenemos de esta crítica que pone el dedo en la llaga de algunos abusos de los criterios secundarios? ¿Debemos volver por ello a un estadio  previo y no utilizarlos más?  No lo creo. O ¿debemos seguir utilizándolos pero teniendo en cuenta los manejos erróneos de ellos para evitarlos?  Del mismo modo, ¿por qué no complementamos los criterios de historicidad con el uso de los patrones de recurrencia que pueden construirse  sobre temas importantes de la vida, hechos y enseñanzas de Jesús, pasándolos a la vez por el tamiz general de los criterios seguros de autenticidad de modo que sean patrones aceptables?
 
Creo que no estamos Bermejo y yo en una postura de irracionalidad y llenos de prejuicios ideológicos; estamos intentando buscar la explicación de muchos dichos y hechos de Jesús quizás de un modo poco usual, pero que se revela productivo.
 
Veremos más críticas.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.ciudadanojesus.com
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Aviso para gente de Málaga y la Rioja para el próximo jueves 23 de marzo (Málaga) y viernes-sábado 24-25 de marzo (Logroño)
 
 
1. Conferencia en Málaga: “Las mujeres en el cristianismo primitivo”
· Jueves, 23 de marzo 2017
· A las 20.00 hs.
· Diputación provincial, en la  Plaza de la Marina, Sala “Isabel Oyarzábal”.
 
 
2. Curso sobre “Las mil caras de Jesús”. Relaciones entre cristianismo, judaísmo y paganismo. Preguntas y respuestas.
 
Viernes 24 marzo
Hora: 18-21 hs.
Intervienen Eugenio Eugenio Gómez Segura y Javier Alonso
Sede: Centro La Merced, c/ Mayor.
 
Sábado 25 marzo
Hora 10-14 hs.
Interviene: Antonio Piñero, más Eugenio Gómez Segura y Javier Alonso
Sede: Sede de la Universidad Popular, c/ Mayor.
 
Saludos de nuevo,
Antonio Piñero
Jueves, 23 de Marzo 2017
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Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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