CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
El Jesús recordado tiene muchas caras.   “Jesús y la resistencia antirromana” (LXX)
 Foto: Claude G. Montefiore. Este autor, judío inglés, inicia desde el siglo XIX una cadena de estudiosos judíos que recuperan la figura de Jesús para el judaísmo, que hasta ese momento lo consideraba como un proscrito absoluto.
 
Escribe Antonio Piñero
 
Escribíamos ayer que no hay razones contundentes para rechazar la hipótesis de un Jesús sedicioso. Hoy añadimos otra idea: es cierto que la tradición, o la denominada “memoria social” del pueblo judío de la época de Jesús nos ha transmitido también otra faceta suya: un personaje que exhortó a no practicar la violencia, un “Jesús pacifista”. La pregunta es: ¿No será posible que las dos facetas correspondan al mismo personaje y que las dos sean auténticas? ¿No parece metodológicamente sano, si aparecen con fuerza las dos perspectivas en la historia de la tradición, intentar dar explicaciones de las dos (el Jesús pacifista y el Jesús llamémosle violento)?
 
F. Bermejo en la parte conclusiva de su largo artículo/ensayo concluye que la vida de Jesús pudo reflejar dos “trayectorias divergentes”, pero las dos verdaderas. Y en ese caso, la tarea del historiador sería dar razón de ambas, no de una sola:
 
“En vez de escoger una de esas trayectorias y rechazar la otra totalmente (el  caso “normal” consiste en admitir solo los textos que apuntan a un Jesús pacifista y rechazar la cadena de textos que señalan la existencia de un Jesús sedicioso), ¿sería posible proponer un Jesús que haya sido capaz de producir “refracciones divergentes” de una misma trayectoria? En estas circunstancias, es decir, dado que la tradición nos proporciona textos de una y otra trayectoria, la tarea histórica general consiste en considerar lo que podría haber sucedido en el pasado para producir las diferentes trayectorias que existen, en lugar de elegir una corriente de la tradición como fuente confiable de información histórica y rechazar la otra” (p. 98).
 
El historiador puede pensar, por ejemplo, que las diversas circunstancias de la vida pública de Jesús le llevaron en unos momentos a adoptar una actitud, pacifista, y en otros a manifestar otra actitud propensa a la violencia y al rechazo de los enemigos, que no solo lo eran de la nación, sino también de la religión nacional. También podemos pensar que –dependiendo de las circunstancias, o de los posibles adversarios que tuviera delante– una u otra actitud podría ser percibida por su público como no contradictoria, o bien que una u otra actitud podía presentarse según el tipo de público que lo estuviera oyendo.
 
En este lugar cita F. Bermejo algunos autores modernos que han ensayado este método de explicar las dos actitudes posibles de Jesús. Entre ellos hay uno, Larry Hurtado, que quizás conozcan bien los lectores porque obras suyas han sido publicadas en español por la editorial “Sígueme” de Salamanca (por ejemplo, ¿Cómo llegó Jesús  ser Dios? Cuestiones históricas sobre la primitiva devoción a Jesús, Ediciones Sígueme, Salamanca, 2013,), editorial a quien nadie puede acusar de “no católica”. O bien, A. Le Donne, Historical Jesus: What Can We Know and How Can We Know it? (Grand Rapids, mi: Eerdmans, 2011); o su otro libro, The Historiographical Jesus: Memory, Typology, and the Son of David (Waco, Tx: Baylor University Press, 2009).
 
Así pues, en lugar de dedicarse a eliminar de una manera arbitraria, o no considerar, o interpretar forzadamente, material de los Evangelios que apuntan al Jesús sedicioso, lo que se debe hacer es aceptar ese material e interpretarlo de la manera más sencilla y directa. Y, a la vez, aclarar que uno y un mismo personaje tuvo en unos momentos una postura pacifista, y en otros, una violenta. No se trata, pues, de que el aspecto pacifista de Jesús elimine por completo el aspecto sedicioso, o al revés, sino aceptar que un mismo y único personaje tuvo durante su vida pública los dos aspectos… y que eso no es contradictorio.
 
Hemos indicado repetidas veces que el aspecto “violento” o sedicioso de Jesús aparece especialmente en los instantes finales de su vida pública, o solo cuando la gente obtenía las consecuencias prácticas de su predicación de un reino de Dios en la tierra de Israel, un Reino que no podía admitir en su seno a los romanos, sin más. Pero en otros momentos, lo que se veía en Jesús era la actitud del sanador, del exorcista, que intentaba reconducir de nuevo a la sociedad al individuo excluido de ella porque estaba poseído por el demonio, una actitud de amor al prójimo dentro de la comunidad, o grupo,  de quienes no eran enemigos declarados del Dios de Israel, una actitud de ayuda mutua, de perdón, de amor y de paz. ¡Las dos actitudes!
 
Pero en los momentos finales de su vida, cuando creía absolutamente cercana la instauración de reino de Dios, cuando hizo su entrada triunfal en Jerusalén, cuando purificó el Templo…, cuando sibilinamente indicó que no se debía pagar el tributo de la capitación al Imperio Romano ¿qué actitud iba a mostrar ante su público…? ¿La de un pacifista a ultranza? En absoluto. El haberlo hecho así..., ¡hubiese sido verdaderamente contradictorio e incomprensible para cualquier judío de su época que fuera medianamente religioso!
 
En conclusión: expliquemos las dos actitudes de Jesús, la pacifista y la violenta. No rechacemos una de ellas para quedarnos solo con la mitad de Jesús, que como todo personaje grande en la historia tuvo más de una faceta.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.ciudadanojesus.com 

Lunes, 10 de Abril 2017


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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