Notas
Escribe Antonio Piñero
Jesús como el último Profeta Verdadero Según las Pseudoclementinas hay dos clases de profecía: una femenina, errónea, que induce incluso a adorar a los dioses falsos y que utiliza las Escrituras de un modo torcido; y otra profecía, masculina, perfecta, imbuida del Espíritu Santo, que dice solo la verdad. Ciertamente Jesús, que es hombre y no mujer, es el Profeta Verdadero del final de la historia, pero no fue el primero. El Espíritu que hace al ser humano profeta se aposentó en primer lugar en Adán, luego en Abrahán, Jacob y Moisés. Finalmente, en la época mesiánica el Espíritu habita dentro de Jesús tras haberse ocultado por un cierto tiempo. Su venida era de esperar, pues había sido predicha por Moisés en Deuteronomio 18,15: “El Señor Dios os suscitará un profeta como yo entre vuestros hermanos: oídle en todo. Pero el que no oiga a ese profeta, morirá”. Pero durante ese intervalo el Profeta Verdadero no se ocultó totalmente, sino que se mostraba internamente al espíritu de los piadosos o rectos de corazón, impartiendo luz y sabiduría. Así lo indica claramente Reconocimientos II 22,3-5: “Comprended, pues, que la puerta es el Profeta Verdadero del que hablamos, la ciudad es el reino en el que reside el Padre omnipotente, a quien solamente pueden ver los que son limpios de corazón. Por consiguiente, no nos parezca difícil el trabajo de este camino, porque a su término seguirá el descanso. Pues el mismo Profeta Verdadero desde el principio del mundo se apresura corriendo a lo largo del tiempo hacia el descanso. Y está presente con nosotros todos los días, y si alguna vez es necesario, aparece y nos corrige para poder llevar a la vida eterna a los que le obedezcan”. La función del espíritu divino profético, inhabitante del interior de Jesús, no se concentra en modo alguno en su función redentora en la cruz, sino en su tarea de maestro de la verdad. El Verdadero Profeta enseña la verdad sobre todo tema que interese a la salvación. Su función se acerca así más al maestro y redentor gnóstico, que salva por el conocimiento (gnosis), que al salvador paulino, que redime por el sacrificio de su muerte en cruz, y más al Jesús johánico, el revelador celestial que al de los Sinópticos. Como docente es el redentor no solo del pueblo judío, sino también de los gentiles. Aunque Jesús sea judío, “promete la vida eterna a todos los que cumplen la voluntad de su padre que lo ha enviado”: Reconocimientos I 7,3, incluidos los gentiles (H III 19,1); y aparte de enviado, es el redentor, iluminador y revelador para toda la humanidad. Jesús, por ser el Profeta Verdadero más importante de la serie de profetas (H II 15ss. 52), es muy superior a Moisés quien era solo un profeta, pero Jesús además es el mesías e hijo de Dios (H I 7,2-6), fue elegido por la divinidad como verdadero profeta y mesías, porque su comportamiento había sido absolutamente de su agrado. Solo de un modo muy relativo es el nuevo Moisés, puesto que es superior. A pesar de su humanidad, el Jesús judeocristiano de la Novela de Clemente se parece a la de la Sabiduría judía, helenizada y personalizada. Como encarnación de esta, el Profeta Verdadero debe llenar el mundo e influir en la mente de los que desean escucharlo: Reconocimientos II 22,5: “Él está presente con nosotros todos los días, y si alguna vez es necesario, aparece y nos corrige para poder llegar a la vida eterna”. “Es imposible alcanzar la verdad salvadora sin su doctrina, aunque alguien busque durante un siglo donde no existe lo que se busca, pues estaba y está en la palabra de nuestro Jesús”, afirma Pedro en Homilías III 54,1. El Espíritu del Profeta verdadero, Jesús, procede de Dios y es igual al Espíritu de este: Homilías III 17,1. Otras características de este Espíritu: su posesión en Jesús es connatural y duradera, no temporal: Homilías III 13,1-2 / Homilías VIII 10,1; no depende de visiones y sueños: Homilías XVII 14; posee la presciencia, Homilías III 11,2, y la omnisciencia: Reconocimientos I 21,7 / Homilías II 6,1 / III 12,1-3; es infalible: Reconocimientos VIII 59,2. Sin embargo, como hombre que era Jesús no conocía todo: “Nuestro maestro confesó que ignoraba el día y la hora, cuyas señales había predicho, para referirlo todo al Padre”: Reconocimientos X 14,3; a pesar de todo, “el Profeta Verdadero nos ha entregado aquellas cosas que juzgó suficientes para el conocimiento humano”: 14,4. Finalmente, debe decirse que el don de la profecía de Jesús, Profeta Verdadero, abarca pasado, presente y futuro: Homilías II 6,1. Los temas de la enseñanza de Jesús como profeta aparecen resumidos en Homilías III 50-57, donde se inculca la idea de que es imposible alcanzar la verdad salvadora sin su doctrina. Esta, entre otros temas, pone de relieve la abolición del culto sacrificial en la era mesiánica y la depravación del ser humano presa de los demonios desde que estos causaron la entrada del mal en el mundo. Aclara también la maldad de la adoración a dioses que no son tales, olvidando al único Dios verdadero; explica los inmensos peligros de la perversa vida de corrupción moral causada por ese culto desviado y endemoniado. Función especial suya es aclarar todo lo que en las Escrituras es erróneo, proclamando la verdad salvadora por medio de su correcta interpretación. Cuando enseña, muestra el único camino de la Verdad. Se lee Homilías III 54,1: “Es imposible alcanzar la verdad salvadora sin su doctrina, aunque alguien busque durante un siglo donde no existe lo que se busca, pues estaba y está en la palabra de nuestro Jesús”, y hay que ofrecerle aquiescencia absoluta, de tal modo que los que creen haber encontrado la verdad por ellos mismos se equivocarán (H II 6,1-2). La necesidad de la aparición del Profeta Verdadero durante toda la historia, y al final de ella sobre todo, es clara ya que el ser humano por sí mismo es incapaz de conocer la verdad. Hay que prestar atención sólo a Jesús: “La cuestión de la piedad tiene necesidad de un Profeta verdadero, para que nos diga cómo son las cosas en realidad y cómo tenemos que creer en todas ellas. Por lo tanto, es preciso en primer lugar que el Profeta, una vez que ha sido examinado en toda su actividad profética y se le ha reconocido como verdadero, sea creído en todo lo demás y no sea ya cuestionado en ninguna de las cosas que dice, sino que tales cosas deben ser aceptadas como verdaderas con una fe apropiada, y recibidas con un convencimiento seguro”; Homilías III 28,1: “Por eso, es necesario oír al único Profeta de la verdad y saber que, la palabra sembrada por otro, al llevar la imputación de adulterio, queda como arrojada del reino por su esposo”. Como Profeta Verdadero, Jesús es el único que enseña a conocer la voluntad de Dios. Nadie tiene excusa por no conocer al Profeta Verdadero, ya que su descubrimiento es fácil, Homilías II 9,2: “Dios, que se cuida de todos, ha puesto en todos una gran facilidad para hallarlo, a fin de que ni los bárbaros sean ineptos ni los griegos incapaces de descubrirlo. En consecuencia, su descubrimiento es fácil” precisamente porque se puede comprobar que ha ocurrido todo lo que él había predicho de antemano: Homilías II 10,1-3, y el empeño por hallarlo es premiado siempre por Dios. Pero una vez descubierto el Profeta Verdadero, hay que obedecerlo en todo. Según Reconocimientos I 56, si se prueba que Jesús es el Mesías predicho por Moisés, no se puede ya negar su doctrina. La universalidad de la doctrina impartida por el Profeta Verdadero y por su discípulo predilecto, Pedro (H XVIII 7,6; Pedro es el apóstol del Profeta Verdadero enviado por Dios para la salvación del mundo: Homilías XX 19,3 / Reconocimientos X 61,3.), tiene algunas restricciones: existe una comprensión secreta de la Ley: Reconocimientos I 74,4, pues un aura de esoterismo rodea la interpretación de la Escritura: Reconocimientos II 45,6; las cosas supremas quieren ser honradas con el silencio: Reconocimientos I 23,1 / XX 8,5-6. “Os recuerdo –dice Pedro– que no conviene decir tales cosas a todos, sino a los más experimentados. Tampoco conviene asegurar ligeramente tales cosas entre vosotros, ni que os atreváis a hablar como si hubierais llegado al descubrimiento de los misterios, sino que es preciso que penséis solamente en ellos en silencio”. Esto quiere decir que no se deben hacer públicas las cosas inefables: Reconocimientos I 23,2 / 52,2; no es lícito hablar sobre la comprensión fundamental de la divinidad ante oídos poco dignos: Reconocimientos III 1,7; si se presenta la verdad auténtica a los que no desean conseguir la salvación, se comete una afrenta contra aquél de quien se ha recibido la orden de no arrojar las perlas de sus palabras ante los puercos: Reconocimientos III 1,5; no conviene que Pedro hable sobre las cosas secretas y apartadas de la ciencia divina al que está públicamente envuelto y contaminado en pecados, sino más bien que le intime y amoneste para que abandone su vida pecaminosa y libre sus actos de los vicios (R II 4,4). El secretismo de la doctrina de Pedro, recibida por el contacto con el Profeta Verdadero, es aparente en otros pasajes. Los libros con sus “predicaciones” no se entregarán a nadie que no sea fiel: Cont 2,1 / Cont 3,1 / EpP 2,1; se necesitan seis años de prueba para recibirlas: Cont 2,2; tal entrega será hecha con todas las seguridades y solo a los que desean vivir piadosamente y salvar a los otros: Cont 5,3. Igualmente hay una parte de la doctrina de Jesús que es también secreta: los misterios del reino de los cielos se explican solo a los discípulos: Homilías XIX 20,1-3; la Ley recomienda el lenguaje secreto para los misterios divinos a partir de la tradición: Reconocimientos II 45,6. Hemos señalado que el ser humano convertido en el Profeta Verdadero por designio divino es inhabitado por el Espíritu. ¿Hay que entender esta inhabitación como una suerte de auténtica reencarnación, o simplemente como un traslado del mismo espíritu a diversos portadores? No queda absolutamente claro en las Clementinas, pero lo más probable es que el autor, judeocristiano, no piense en reencarnación alguna, sino en la reaparición e inhabitación del mismo espíritu en hombres diferentes . Algunos de ellos permanecieron durante su vida casi como desconocidos, es decir, apenas fueron denominados “profetas verdaderos”; pero otros sí, como Adán, Abrahán, Moisés y Jesús: Reconocimientos I 60,4; “Os recuerdo –dice Pedro– que no conviene decir tales cosas a todos, sino a los más experimentados. Tampoco conviene asegurar ligeramente tales cosas entre vosotros, ni que os atreváis a hablar como si hubierais llegado al descubrimiento de los misterios, sino que es preciso que penséis solamente en ellos en silencio”. La unidad del Profeta Verdadero abarca a los siete personajes principales, que aparecen como figuras reveladoras de una suerte de la especie interna del hombre ideal, que está en la mente divina. No parece, pues, que haya en las Clementinas reencarnación en el verdadero sentido (quizás sí la habría entre los elcasaítas; pero también lo dudamos). Es posible que este trasvase del espíritu profético tenga en las Clementinas un sesgo antimarcionita, ya que funde al Mesías con grandes personajes del Antiguo Testamento en cuanto inhabitaciones del Profeta Verdadero hasta Jesús, después del cual vendrá el final, pues no habrá otro Profeta. Seguiremos con algunos temas de interés en las Pseudoclementinas como las figuras de Pablo, Simón Mago, Clemente y Pedro. Saludos cordiales de Antonio Piñero
Martes, 25 de Junio 2024
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Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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