NotasFoto: Fernando Bermejo, el autor del artículo que estamos resumiendo y comentando Escribe Antonio Piñero Las últimas páginas del largo artículo en inglés de F. Bermejo, “Jesus and the Anti-Roman Resistance” (Journal for the Study of the Historical Jesus 12 (2014), 1-105, está dedicado –como he ya escrito– a una detenida respuesta a las objeciones. Una de ellas es: “Si Jesús hubiese sido un sedicioso, ¿por qué los romanos dejaron tranquilos a sus discípulos…, por qué no los persiguieron…, lo cual va contra su modo usual de proceder en caso de sedición? La respuesta es múltiple: Jesús no fue crucificado solo, sino con otros dos. Y en medio de ellos, como ya se ha indicado. La inferencia más probable es que fuera Jesús crucificado en medio de ellos, porque era el más importante de los tres, y porque los tres estaban condenado al mismo suplicio por la misma causa. Es muy probable que esos dos otros crucificados fueran discípulos de Jesús o seguidores suyos de algún modo. Por tanto, es más probable que lo contrario que algunos de los seguidores o simpatizantes de la causa de Jesús fueran igualmente perseguidos por los romanos en los primeros momentos, aunque nada se diga de ello en los evangelios. Segundo: hay indicios de que los discípulos fueron buscados por los romanos y que temieron seriamente por sus vidas… ¡por eso huyeron precipitadamente (Mc 14,51-52)!. Por eso Pedro negó tajantemente que era discípulo de Jesús… Algunos objetan: ¿cómo es posible que, aparte de lo dicho, la iglesia primitiva olvidara mencionar todo dato, nombres, etc., de los crucificados con Jesús? Este olvido significa que esas personas no tenían importancia para el movimiento de Jesús. Bermejo responde: lo más probable es que esos discípulos o seguidores no formaran parte de los Doce, sino de esos otros seguidores que formaron el cortejo de su “entrada triunfal” en Jerusalén, o bien de aquellos que le ayudaron en secreto para organizar esta entrada triunfal en Jerusalén (Mc 11,1-6) y para hacer una cena de despedida en caso de que todo saliera mal, como podría preverse dada la fuerza de la oposición al movimiento de Jesús (cena de despedida es la interpretación histórica de la institución de la eucaristía en una cena muy probablemente no pascual). También puede ser verosímil que los crucificados junto con Jesús hubiesen sido arrestados en otra ocasión, por ejemplo, en el motín mencionado por Marcos y Lucas (Mc 15,7). Por otro lado es fácil explicar por qué los evangelistas tuvieron interés en no dar detalles especiales sobre los crucificados por Jesús. Si los hubiesen dado, Jesús habría sido más fácilmente asimilado a los movimientos contra los romanos que existían en su época, y se habría ido al traste el claro interés que tienen los evangelistas –no se puede negar– por presentar a un Jesús absolutamente apolítico y desinteresado de los manejos de este mundo Jn 18,36: “Mi reino no es de este mundo”). En segundo lugar, ¿cómo van a tener interés unos evangelistas, que están intentando presentar una imagen de Jesús como un héroe único e inigualable, en dar detalles de unos individuos condenados a la misma y degradante pena capital que el Maestro? Es pedir demasiado. La muerte de Jesús tenía para los evangelistas un valor inigualable como muerte redentora por los pecados de toda la humanidad… lo que explica que no se den detalles de otros que sufrieron la misma muerte en el mismo momento y acusados de crímenes igualmente capitales. Es, pues, perfectamente comprensible que los biógrafos de Jesús (recordemos que el género biográfico en la Antigüedad es ante todo laudatorio) tengan el máximo interés en no dar detalles de los “sediciosos” (Marcos y Mateo) o de los “malhechores” (Lucas juega al despiste) que fueron crucificados a la vez que Jesús en una crucifixión colectiva para escarmiento de las gentes cerca de la Pascua. Los demás discípulos lograron escapar: así de sencillo. Así pues, hay razones para explicar la falta de detalles sobre los crucificados por Jesús y es fácil sobrentender que los romanos probablemente buscaran a los seguidores de Jesús, pero una vez huidos fuera de Jerusalén ya no le dieran importancia. Por último: incluso el que los romanos no hubiesen perseguido posteriormente y con la debida saña a los seguidores de Jesús es fácil de explicar a partir de la hipótesis de un Jesús sedicioso: Jesús no estaba implicado en ningún sistema de violencia sistemática, como Teudas, Judas el Galileo o el Profeta egipcio, sino que pensaba que quizás en el instante mismo de la implantación del reino de Dios fuera necesario defenderse de los últimos asaltos de quienes pretenderían quitarles la vida. Ahora bien, la muerte en cruz del Maestro por designio divino y la esperanza de su próxima venida (ya que Dios por la resurrección, le había convertido “en Señor y Mesías”: Hch 2,36), les convencieron de la inutilidad de toda resistencia armada contra el Imperio, ni siquiera como autodefensa. Dios se encargaría muy pronto, por su cuenta, de vindicar a Jesús. Esta muerte de Jesús entendida de este modo explica suficientemente que el movimiento de Jesús tras muerte se convirtiera en un pacifismo inofensivo. Y si los romanos hubiesen organizado campañas para perseguir a todos los insignificantes –a sus ojos– que los odiaban y estaban deseando que Dios acabara con ellos para que finalmente instaurara su reinado divino sobre la tierra e Israel, habrían tenido que matar a cientos de miles de judíos cada año... En resumidas cuentas: hay sobradas razones para explicar por qué los evangelista no dan detalles acerca de los que fueron crucificados junto con Jesús, y para aclarar por qué no se persiguió a sus seguidores más allá de los primero momentos. El Imperio romano tenía cosas más importantes que hacer. Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid www.ciudadanojesus.com
Miércoles, 29 de Marzo 2017
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Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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