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Blog de Tendencias21 sobre las implicaciones sociales del avance científico, tecnológico y biomédico.
Hace muchos años que no se veían y cuando se encontraron los recuerdos se agolparon. El más joven recordaba cierta admiración y sorpresa cuando escuchaba las clases de Jesús. Ahora esas impresiones cambiaron.
Fuente: Pixabay. Imagen de Sansiona
El tiempo transcurre y la memoria cambia. La visión que tenemos de los sucesos y de las personas se transforma sustancialmente con el tiempo. La admiración que teníamos sobre una persona se puede venir abajo. No es el caso de nuestra historia, pero vamos por pasos.
Es un sábado de calor y sol. Esos que te agobian por una sensación insoportable. Jesús estaba entre un conjunto de personas observando a unos niños. Presentaba una barba canosa propia de un sabio científico. La apariencia seguía siendo relativamente cuidada. Esa vestimenta que implican que has pensado detenidamente qué ropa ponerte, pero dando la sensación de no ir muy puesto. Su pelo, también canoso, mostraba los años de trabajo delante de un ordenador y bajo la cabina de flujo laminar de un laboratorio.
Un observador anónimo lo contempla mientras atiende a su hijo pequeño. Le resultaba llamativo haberlo encontrado en un espectáculo circense adaptado a los niños pequeños. Su sorpresa aumenta cuando contempla un objeto en sus manos. Unas zapatillas pequeñas y marrones que delataban que también estaba atendiendo a otro pequeño.
El eminente microbiólogo, con apariencia juvenil y algo altivo, se había transformado. Ese ser humano inalcanzable mutó. Ahora era uno de esos sabios de los que siempre es posible aprender algo y cuya conversación sosegada te permite comprender la naturaleza y el tiempo. La necesidad de hablar con él paulatinamente se fué incrementando. Tan sólo unas breves palabras. Un instante de acercamiento para revitalizar el pasado.
El tiempo y la vida los había equiparado un poco. Ese abismo inmenso que existía entre el eminente microbiólogo y el alumno se había reducido. Ahora eran dos científicos cuidando de sus hijos.
Posiblemente la ciencia no es algo tan especial, ni tan alejado de nuestra humanidad.
Es un sábado de calor y sol. Esos que te agobian por una sensación insoportable. Jesús estaba entre un conjunto de personas observando a unos niños. Presentaba una barba canosa propia de un sabio científico. La apariencia seguía siendo relativamente cuidada. Esa vestimenta que implican que has pensado detenidamente qué ropa ponerte, pero dando la sensación de no ir muy puesto. Su pelo, también canoso, mostraba los años de trabajo delante de un ordenador y bajo la cabina de flujo laminar de un laboratorio.
Un observador anónimo lo contempla mientras atiende a su hijo pequeño. Le resultaba llamativo haberlo encontrado en un espectáculo circense adaptado a los niños pequeños. Su sorpresa aumenta cuando contempla un objeto en sus manos. Unas zapatillas pequeñas y marrones que delataban que también estaba atendiendo a otro pequeño.
El eminente microbiólogo, con apariencia juvenil y algo altivo, se había transformado. Ese ser humano inalcanzable mutó. Ahora era uno de esos sabios de los que siempre es posible aprender algo y cuya conversación sosegada te permite comprender la naturaleza y el tiempo. La necesidad de hablar con él paulatinamente se fué incrementando. Tan sólo unas breves palabras. Un instante de acercamiento para revitalizar el pasado.
El tiempo y la vida los había equiparado un poco. Ese abismo inmenso que existía entre el eminente microbiólogo y el alumno se había reducido. Ahora eran dos científicos cuidando de sus hijos.
Posiblemente la ciencia no es algo tan especial, ni tan alejado de nuestra humanidad.
Sábado, 19 de Agosto 2017
Perfil
Juan R. Coca
JUAN R. COCA Profesor Contratado Doctor del Departamento de Sociología y Trabajo Social de la Universidad de Valladolid (España). Actualmente es director de la Unidad de Investigación Social y Enfermedades Raras de la Universidad de Valladolid.
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