Entramos, vacíos de prejuicios, en una nueva época que siempre representa una oportunidad renovada en la que todos debemos participar, colaborando con cuanto esté en nuestras manos para conseguir que nuestras acciones u omisiones vayan siempre en pos del bien común, del que la seguridad humana es factor principal.
Es momento de plantear objetivos, pero, para hacerlo con realismo y visión de futuro hemos de ir más allá de las cuestiones básicas y generalistas que impone el propio instinto de conservación, como la supervivencia, la salud o la seguridad individual, teniendo en cuenta que lo que no enfoquemos hacia el conjunto de nuestra especie y del propio planeta lo pierde también cada una de sus partes.
Un reciente informe de la Universidad de Hertfordshire, en el Reino Unido, ha realizado una encuesta, y cifra en tan solo el 12 por ciento de los entrevistados los que han cumplido sus propósitos al finalizar el año, pese a tratarse de metas a su alcance en un nivel muy doméstico y personal.
No obstante, parece que imaginar que lo vamos a lograr nos hace sentir mejor y nos permite relajarnos durante un tiempo. Así lo cree Francesc Núñez, doctor en Sociología y profesor de los Estudios de Artes y Humanidades de la UOC, que explica que «caemos año tras año, y a veces toda la vida, porque al pensarlos ya sentimos placer. Cuando uno fantasea con lo que va a hacer, ya empieza a generar sentimientos positivos».
Eso nos sucede cada poco en temas sociales, políticos o familiares, sin que consigamos reconocer nuestras propias trampas a la hora de desmontar los andamios que nuestra mente construye para conseguir quedarse en la zona cómoda y no abordar reformas estructurales importantes, por más que nos demos cuenta de la falta que nos hace.
Dicen los expertos que hemos de ser realistas y no proponernos retos demasiado ambiciosos, que es fundamental concretar las metas al máximo y programar un calendario con pequeñas etapas; que hemos de hablar y explicar esos objetivos a otros, porque el que se conozcan nuestras metas no solo aporta sensación de pertinencia, sino que también aumenta nuestro compromiso, y, sobre todo, hemos de repasar, comprender y asumir nuestros errores para poder remontarlos y reciclar nuestra basura.
Pero, hablando de basura, tenemos un obstáculo esencial para el logro de nuestras metas y es la interacción y contaminación de nuestras emociones con la carga negativa que aporta a nuestras vidas la gente tóxica.
En los últimos años de crisis y cambios en los que cada vez hay que poner más esfuerzos, recursos e imaginación para garantizar el desarrollo o simplemente conservar los mínimos, venimos viendo cómo el virus de la gente tóxica se expande como una plaga canibalizadora.
El término “gente tóxica”, define a personas que se alimentan de nuestra energía emocional, material o psíquica y, en general, carecen de empatía, sensibilidad, madurez emocional y solidaridad. Son adictos, consciente o inconscientemente, a aprovecharse de los demás, de una u otra manera.
Puede ser cualquiera y, además, si somos altamente empáticos, solidarios, humanos o compasivos, y no sabemos establecer límites, generaremos un efecto llamada.
Hay diferentes tipos de gente tóxica a los que, si no podemos neutralizar, hemos de tratar de evitar, sobre todo, porque no somos responsables de solucionar sus problemas reales y, mucho menos, los inventados. Los tipos más habituales son: aquellos que se creen víctimas o son melodramáticos; los narcisistas y dominantes, y los que se enredan en enjuiciamientos ajenos desde un complejo de superioridad poco o nada tratado.
Es fundamental, por tanto, establecer límites o líneas rojas para todos y cada uno de los perfiles.
Para los que se creen víctimas y dicen ser sufridores de esta sociedad o de su entorno personal, manipulando y chantajeando desde su posición de mártir, hemos de optar por no involucrarnos en su autocompasión y melodrama, limitando las relaciones con ellos.
Contra los narcisistas y dominantes, que se creen los primeros en todo y para todo y necesitan que alimentemos su ego, hemos de practicar la franqueza ecuánime y el discurso sincero frente a su inconsecuente escala de valores, porque, de lo contrario, se comportarán siempre como superiores manipulando e intimidando.
Quienes se creen jueces castigadores encantados de atacar a personas e instituciones, aprovechándose de sus inseguridades y alimentando su ego, tratando de avergonzarnos o dejarnos en mal lugar debemos rechazar todo aquello no basado en datos objetivos y no ponernos a la defensiva o entrar a su juego.
Si nos ganan por prudentes y pacientes, siendo compasivos y entrando en su juego, no solo no conseguiremos nuestros buenos propósitos para el año que empieza, sino que, además, alimentaremos a este virus, tan antiguo como la humanidad, que ataca disfrazado de desgracia y está corrompiendo instituciones y personas.