Hacía las nuevas seguridades desde la incertidumbre
Durante la pandemia han crecido los sentimientos de inseguridad, miedo e impotencia, y ha cambiado nuestra percepción de seguridad. El manejo de esta percepción para su transformación de líquida a sólida, tiene mucho que ver con el conocimiento de cuáles son los nuevos riesgos y amenazas a los que ahora nos enfrentamos, y qué posibilidades reales tenemos de gestionarlos y evitarlos -dentro de cada una de nuestras vulnerabilidades-, a fin de no vivir permanentemente con miedo en el cuerpo.
Sin embargo, la pandemia no solo ha puesto en jaque parte de nuestra seguridad física, sobre todo para las personas en situación de mayor riesgo, sino que ha hecho visibles nuestras vulnerabilidades en los procesos de digitalización, especialmente durante el confinamiento, con el súper incremento del trabajo a distancia y el teletrabajo.
El confinamiento, por sí mismo, ha incrementado la sensación de inseguridad, con otros problemas asociados al temor básico al contagio, que también amenazaron la salud mental de la población, en especial en determinados colectivos aislados y especialmente limitados, como son las personas de riesgo, enfermas o ancianas, sin olvidar las graves consecuencias de la sostenida vivencia de impotencia y de peligro vital sufridos por el personal sanitario.
La seguridad y el miedo son las dos caras de una misma moneda, pues la falta de percepción de la una nos lleva al otro, y viceversa. No podemos menospreciar la utilidad del conocimiento real de las amenazas y la función protectora de cierta dosis de temor. Los individuos nos unimos frente a él, pero, cuando la percepción de amenaza es difusa y colectiva, con frecuencia se desencadena una cascada de sentimientos de autoprotección, que dejan de ser preventivos, para dividir y marcar diferencias entre los grupos sociales, convirtiéndose en combustible de la hostilidad, cuando no del pánico. Ese estado de ansiedad puede ser también terreno propicio para los oportunistas del negocio digital, tanto en su forma de vendedores de creencias, supercherías y remedios de todo tipo, como para el beneficio de hackers, phisers y criminales, que aprovechan las redes sociales y autopistas de la información para su propio lucro, a niveles cada vez más importantes.
Pero nuestra especial cualidad es esa capacidad de adaptación que ha vuelto a demostrar nuestra sociedad. Hemos aprendido nuevas lecciones y ahora hemos de ajustarnos a las nuevas circunstancias y tener claras qué medidas debemos tomar, centrando nuestros recursos y esfuerzos en determinar, consolidar y mejorar todo aquello de lo nuevo que ha venido para quedarse. Algunos de estos campos ya evidentes son: las nuevas relaciones sociales y laborales, el replanteamiento de actividades públicas, los cambios en los hábitos en el consumo, las diferentes formas y nuevos modelos de reuniones, la obligada revisión de las necesidades reales de las convocatorias con desplazamiento, las nuevas modalidades en la docencia, el incremento del trabajo a distancia y el teletrabajo, etcétera.
Crisis de inseguridad y oportunidad de cambio
La realidad de esta crisis multidimensional nos ha traído nuevas inseguridades que ya resultan patentes para casi todos, y es difícil de negar que tratamos de salir de ellas con una maltrecha confianza y un mayor desencanto social, que se ve agravado por la todavía larga incertidumbre de la COVID-19 y sus efectos directos e indirectos, tanto sociales como económicos.
Ante este panorama hemos de repasar las lecciones aprendidas, reflexionar sobre qué es lo que ha fallado y extraer las lecciones que sustenten conclusiones y nos provean de herramientas para construir un nuevo paradigma de seguridad.
La sensación de no sentirse seguro puede y debe ser matizada, objetivada y utilizada para poder reaccionar sobre datos ciertos, tomar las medidas que sean necesarias y controlar el entorno, dentro de nuestras posibilidades. Debemos generar confianza, pero también limpiar de ruido el panorama, aprender y enseñar a discernir sobre la información que es fiable y la que no, generando sistemas de alerta y control que eviten las noticias sensacionalistas, los datos manipulados o sesgados, los bulos y las campañas de descrédito orquestadas, que no hacen más que ahondar las hostilidades y el sentimiento de desprotección de la población, sin que se suela aislar o castigar a los pescadores intrusos de este río revuelto.
Lo digital y la seguridad, pareja íntima de protagonistas
La Comisión Europea, que había calculado que en el año 2020 el mercado europeo se enfrentaba a una carencia de unos 750.000 expertos en tecnología, ratifica ahora que éste es uno de los grandes retos que tenemos que afrontar, poner en valor y dar prioridad.
Pensando en estos nuevos desafíos post COVID-19, las organizaciones públicas y privadas vienen instaurado nuevas tecnologías, metodologías y medidas organizativas, especialmente en el ámbito de la prevención del riesgo, automatizando los procesos e implantando nuevos sistemas de control y protección que ofrecen nuevas oportunidades de desarrollo en todos los sectores de actividad.
La prevención y la gestión del riesgo y las seguridades también se están digitalizando mediante aplicaciones tecnológicas que se convierten en un aliado estratégico para planificar, ejecutar y reportar los objetivos del día a día, teniendo en cuenta además que acompañan a los usuarios activamente en el proceso de transformación digital ya imparable.
También los servicios de seguridad privada, sin duda alguna, han contribuido y siguen contribuyendo a dar cumplimiento a las obligaciones impuestas por los dirigentes públicos y privados durante esta alerta sanitaria, así como al mantenimiento de la seguridad pública en nuestro país.
La pandemia ha dejado patente, una vez más, la importancia de la seguridad privada como auxiliar y complementaria de la seguridad pública, lo que ha provocado muchos cambios en las actividades preventivas, pero, especialmente, en aspectos como: la gestión del riesgo, la implementación de nuevas tecnologías y sistemas de control, el desarrollo de la ciberseguridad, la actualización de los planes de contingencia y continuidad y la formación especializada.
Profesionales como los vigilantes de seguridad o los directores de seguridad han estado, y siguen estando en muchos casos en primera línea de infraestructuras de alto riesgo como las sanitarias, la distribución o la red de transportes.
El nuevo paradigma ha de adecuarse a las nuevas exigencias de seguridad en cuanto a la planificación de: prevención, protección, contingencia, resiliencia, reaseguramiento, continuidad y un largo etcétera de ítems cambiantes a los que también tenemos que estar atentos y adaptar nuestras respuestas:
Globales, como: restricciones de actividad, regulación del uso de mascarillas, mantenimiento de distancias sociales, restricción de movimientos y viajes, etc.
Locales, como: limitaciones en las actividades públicas y privadas, acotación y limitación de horarios públicos, etc.
Operativas, como: implementación del trabajo a distancia y el teletrabajo, limitación de aforos, restricciones en los contactos y comunicaciones, etc.
Personales, como: uso de mascarillas y desinfectantes, limitaciones en reuniones y contactos familiares, prevenciones sanitarias, protecciones físicas, precauciones en movimientos, cambios en hábitos sociales y ocio, etc.
Nueva normalidad. Liderar la transformación
Liderar la transformación digital, reforzar los controles, capitalizar la analítica de datos y colaborar más con todos los miembros de la organización, dinamizar la respuesta y aumentar la resiliencia es la lista de prioridades en las entidades públicas y privadas en esta fase de la recuperación.
En cualquier caso, en nuestras organizaciones hemos de implementar la práctica de influir o convencer, y pensárnoslo mucho antes de imponer nuevos medios y medidas de seguridad, a fin de evitar batallas internas a la hora de aplicar los siempre limitados recursos allí donde sean más beneficiosos para la reducción de amenazas y la eficiente gestión del riesgo y la seguridad.
La digitalización, la automatización y la prevención son claves en la “nueva normalidad".
El mundo ha cambiado por completo tras una pandemia que ha acelerado el proceso de transformación digital, y ahora es clave para las organizaciones disponer de unos recursos humanos y técnicos que estén preparados y protegidos en su gestión desde cualquier lugar y dispositivo.
Igualmente, durante la pandemia, el teletrabajo en cierto tipo de funciones y tareas ha venido para quedarse en nuestro modelo empresarial e institucional, instando a las organizaciones a acelerar su proceso de transformación digital y al uso de las nuevas tecnologías para procurar relaciones de trabajo seguras de y con sus empleados, con las excepciones a nivel de medidas impuestas, señaladas en la normativa vigente, y que serán objeto imprescindible de actualización en los próximos tiempos.
Por otro lado, como se anima desde la Fundación Telefónica es necesario un Pacto Digital que “debe basarse en un nuevo modelo de gobernanza que sea capaz de combinar los aspectos sociales, ambientales y económicos y asegurar al mismo tiempo una transición digital sostenible a largo plazo”.
A modo de conclusiones
Teniendo en cuenta que la seguridad es un concepto vivo y dinámico, en los últimos tiempos, y especialmente en el pasado año, los pilares sobre los que se asentaba se han deteriorado y tambaleado, en gran medida en relación con aspectos también relacionados con la propia globalización. Sin embargo, las bases reticulares de la seguridad son suficientemente fuertes como para afrontar lo que venga, en medio de esta nueva singladura a través de las amenazantes mareas de una pandemia donde todo es nuevo.
La Unión Europea, en su primera publicación de la Estrategia de Seguridad en el año 2003, señalaba la necesidad de afrontar juntos las amenazas y riesgos existentes, recordando, por otra parte, que ningún país por sí mismo sería capaz de hacerlo a solas.
Igualmente, las Naciones Unidas, el órgano de gobernanza global por excelencia, en el informe que formula un grupo de expertos de alto nivel sobre las amenazas, los desafíos y el cambio existente en el planeta, titulado “Un mundo más seguro: la responsabilidad que compartimos”, recoge las amenazas a la paz y seguridad más importantes presentes en el mundo, entre las cuales las referencias a las enfermedades infecciosas mortales son constantes, así como a la necesidad de una seguridad biológica. Y también pone de manifiesto las vulnerabilidades de nuestros sistemas sanitarios —a escala global— frente a las nuevas enfermedades infecciosas, abundando en los riesgos (y oportunidades) que generan los avances en la biotecnología, lo que hace necesario preparar una defensa eficaz contra el bioterrorismo y contra los brotes naturales de enfermedades infecciosas.
La pandemia de la COVID-19 ha puesto de manifiesto lo avisado por las Naciones Unidas y generado un contexto único, en el que las medidas de prevención del riesgo y la gestión de las seguridades se han ampliado a nuestra vida diaria. Así, en los últimos tiempos muchos ciudadanos cumplimos con la prevención al usar mascarillas, lavarnos las manos, mantener la distancia social, etc. Por lo mismo, es el momento ideal para transformar esta nueva conciencia en una Cultura de Seguridad que trascienda el contexto actual.
Ahora más que nunca, la prevención como cultura es esencial y llegó para quedarse. La prevención del riesgo ha pasado de ser una norma conveniente a estar presente y hacer ruido en todos los frentes.
Sin duda, el riesgo de contagio se ha convertido en el protagonista de la prevención dentro del contexto actual. Sin embargo, de igual manera, es esencial no olvidar los riesgos críticos que siguen existiendo en el espacio laboral y de ocio, y lograr la convivencia entre los protocolos que protegen contra la amenaza del virus, con los que protegen a las personas y empleados de los riesgos tradicionales. Esto es fundamental en organizaciones de fabricación, construcción o de servicios, así como en todas aquellas con mayores riesgos críticos de actividades esenciales.
Finalmente, y como se viene diciendo, quizá sea el momento de recapitular y, una vez más, volver la vista hacia la historia y los clásicos, analizando modelos de éxito, y quizá recordando una frase pronunciada por Sun Tzu hace casi 2500 años, que también pueda dar luz al camino a seguir:
“El que actúa aisladamente, carece de estrategia y se toma a la ligera a sus adversarios y sus amenazas, inevitablemente acabará siendo derrotado”.
Durante la pandemia han crecido los sentimientos de inseguridad, miedo e impotencia, y ha cambiado nuestra percepción de seguridad. El manejo de esta percepción para su transformación de líquida a sólida, tiene mucho que ver con el conocimiento de cuáles son los nuevos riesgos y amenazas a los que ahora nos enfrentamos, y qué posibilidades reales tenemos de gestionarlos y evitarlos -dentro de cada una de nuestras vulnerabilidades-, a fin de no vivir permanentemente con miedo en el cuerpo.
Sin embargo, la pandemia no solo ha puesto en jaque parte de nuestra seguridad física, sobre todo para las personas en situación de mayor riesgo, sino que ha hecho visibles nuestras vulnerabilidades en los procesos de digitalización, especialmente durante el confinamiento, con el súper incremento del trabajo a distancia y el teletrabajo.
El confinamiento, por sí mismo, ha incrementado la sensación de inseguridad, con otros problemas asociados al temor básico al contagio, que también amenazaron la salud mental de la población, en especial en determinados colectivos aislados y especialmente limitados, como son las personas de riesgo, enfermas o ancianas, sin olvidar las graves consecuencias de la sostenida vivencia de impotencia y de peligro vital sufridos por el personal sanitario.
La seguridad y el miedo son las dos caras de una misma moneda, pues la falta de percepción de la una nos lleva al otro, y viceversa. No podemos menospreciar la utilidad del conocimiento real de las amenazas y la función protectora de cierta dosis de temor. Los individuos nos unimos frente a él, pero, cuando la percepción de amenaza es difusa y colectiva, con frecuencia se desencadena una cascada de sentimientos de autoprotección, que dejan de ser preventivos, para dividir y marcar diferencias entre los grupos sociales, convirtiéndose en combustible de la hostilidad, cuando no del pánico. Ese estado de ansiedad puede ser también terreno propicio para los oportunistas del negocio digital, tanto en su forma de vendedores de creencias, supercherías y remedios de todo tipo, como para el beneficio de hackers, phisers y criminales, que aprovechan las redes sociales y autopistas de la información para su propio lucro, a niveles cada vez más importantes.
Pero nuestra especial cualidad es esa capacidad de adaptación que ha vuelto a demostrar nuestra sociedad. Hemos aprendido nuevas lecciones y ahora hemos de ajustarnos a las nuevas circunstancias y tener claras qué medidas debemos tomar, centrando nuestros recursos y esfuerzos en determinar, consolidar y mejorar todo aquello de lo nuevo que ha venido para quedarse. Algunos de estos campos ya evidentes son: las nuevas relaciones sociales y laborales, el replanteamiento de actividades públicas, los cambios en los hábitos en el consumo, las diferentes formas y nuevos modelos de reuniones, la obligada revisión de las necesidades reales de las convocatorias con desplazamiento, las nuevas modalidades en la docencia, el incremento del trabajo a distancia y el teletrabajo, etcétera.
Crisis de inseguridad y oportunidad de cambio
La realidad de esta crisis multidimensional nos ha traído nuevas inseguridades que ya resultan patentes para casi todos, y es difícil de negar que tratamos de salir de ellas con una maltrecha confianza y un mayor desencanto social, que se ve agravado por la todavía larga incertidumbre de la COVID-19 y sus efectos directos e indirectos, tanto sociales como económicos.
Ante este panorama hemos de repasar las lecciones aprendidas, reflexionar sobre qué es lo que ha fallado y extraer las lecciones que sustenten conclusiones y nos provean de herramientas para construir un nuevo paradigma de seguridad.
La sensación de no sentirse seguro puede y debe ser matizada, objetivada y utilizada para poder reaccionar sobre datos ciertos, tomar las medidas que sean necesarias y controlar el entorno, dentro de nuestras posibilidades. Debemos generar confianza, pero también limpiar de ruido el panorama, aprender y enseñar a discernir sobre la información que es fiable y la que no, generando sistemas de alerta y control que eviten las noticias sensacionalistas, los datos manipulados o sesgados, los bulos y las campañas de descrédito orquestadas, que no hacen más que ahondar las hostilidades y el sentimiento de desprotección de la población, sin que se suela aislar o castigar a los pescadores intrusos de este río revuelto.
Lo digital y la seguridad, pareja íntima de protagonistas
La Comisión Europea, que había calculado que en el año 2020 el mercado europeo se enfrentaba a una carencia de unos 750.000 expertos en tecnología, ratifica ahora que éste es uno de los grandes retos que tenemos que afrontar, poner en valor y dar prioridad.
Pensando en estos nuevos desafíos post COVID-19, las organizaciones públicas y privadas vienen instaurado nuevas tecnologías, metodologías y medidas organizativas, especialmente en el ámbito de la prevención del riesgo, automatizando los procesos e implantando nuevos sistemas de control y protección que ofrecen nuevas oportunidades de desarrollo en todos los sectores de actividad.
La prevención y la gestión del riesgo y las seguridades también se están digitalizando mediante aplicaciones tecnológicas que se convierten en un aliado estratégico para planificar, ejecutar y reportar los objetivos del día a día, teniendo en cuenta además que acompañan a los usuarios activamente en el proceso de transformación digital ya imparable.
También los servicios de seguridad privada, sin duda alguna, han contribuido y siguen contribuyendo a dar cumplimiento a las obligaciones impuestas por los dirigentes públicos y privados durante esta alerta sanitaria, así como al mantenimiento de la seguridad pública en nuestro país.
La pandemia ha dejado patente, una vez más, la importancia de la seguridad privada como auxiliar y complementaria de la seguridad pública, lo que ha provocado muchos cambios en las actividades preventivas, pero, especialmente, en aspectos como: la gestión del riesgo, la implementación de nuevas tecnologías y sistemas de control, el desarrollo de la ciberseguridad, la actualización de los planes de contingencia y continuidad y la formación especializada.
Profesionales como los vigilantes de seguridad o los directores de seguridad han estado, y siguen estando en muchos casos en primera línea de infraestructuras de alto riesgo como las sanitarias, la distribución o la red de transportes.
El nuevo paradigma ha de adecuarse a las nuevas exigencias de seguridad en cuanto a la planificación de: prevención, protección, contingencia, resiliencia, reaseguramiento, continuidad y un largo etcétera de ítems cambiantes a los que también tenemos que estar atentos y adaptar nuestras respuestas:
Globales, como: restricciones de actividad, regulación del uso de mascarillas, mantenimiento de distancias sociales, restricción de movimientos y viajes, etc.
Locales, como: limitaciones en las actividades públicas y privadas, acotación y limitación de horarios públicos, etc.
Operativas, como: implementación del trabajo a distancia y el teletrabajo, limitación de aforos, restricciones en los contactos y comunicaciones, etc.
Personales, como: uso de mascarillas y desinfectantes, limitaciones en reuniones y contactos familiares, prevenciones sanitarias, protecciones físicas, precauciones en movimientos, cambios en hábitos sociales y ocio, etc.
Nueva normalidad. Liderar la transformación
Liderar la transformación digital, reforzar los controles, capitalizar la analítica de datos y colaborar más con todos los miembros de la organización, dinamizar la respuesta y aumentar la resiliencia es la lista de prioridades en las entidades públicas y privadas en esta fase de la recuperación.
En cualquier caso, en nuestras organizaciones hemos de implementar la práctica de influir o convencer, y pensárnoslo mucho antes de imponer nuevos medios y medidas de seguridad, a fin de evitar batallas internas a la hora de aplicar los siempre limitados recursos allí donde sean más beneficiosos para la reducción de amenazas y la eficiente gestión del riesgo y la seguridad.
La digitalización, la automatización y la prevención son claves en la “nueva normalidad".
El mundo ha cambiado por completo tras una pandemia que ha acelerado el proceso de transformación digital, y ahora es clave para las organizaciones disponer de unos recursos humanos y técnicos que estén preparados y protegidos en su gestión desde cualquier lugar y dispositivo.
Igualmente, durante la pandemia, el teletrabajo en cierto tipo de funciones y tareas ha venido para quedarse en nuestro modelo empresarial e institucional, instando a las organizaciones a acelerar su proceso de transformación digital y al uso de las nuevas tecnologías para procurar relaciones de trabajo seguras de y con sus empleados, con las excepciones a nivel de medidas impuestas, señaladas en la normativa vigente, y que serán objeto imprescindible de actualización en los próximos tiempos.
Por otro lado, como se anima desde la Fundación Telefónica es necesario un Pacto Digital que “debe basarse en un nuevo modelo de gobernanza que sea capaz de combinar los aspectos sociales, ambientales y económicos y asegurar al mismo tiempo una transición digital sostenible a largo plazo”.
A modo de conclusiones
Teniendo en cuenta que la seguridad es un concepto vivo y dinámico, en los últimos tiempos, y especialmente en el pasado año, los pilares sobre los que se asentaba se han deteriorado y tambaleado, en gran medida en relación con aspectos también relacionados con la propia globalización. Sin embargo, las bases reticulares de la seguridad son suficientemente fuertes como para afrontar lo que venga, en medio de esta nueva singladura a través de las amenazantes mareas de una pandemia donde todo es nuevo.
La Unión Europea, en su primera publicación de la Estrategia de Seguridad en el año 2003, señalaba la necesidad de afrontar juntos las amenazas y riesgos existentes, recordando, por otra parte, que ningún país por sí mismo sería capaz de hacerlo a solas.
Igualmente, las Naciones Unidas, el órgano de gobernanza global por excelencia, en el informe que formula un grupo de expertos de alto nivel sobre las amenazas, los desafíos y el cambio existente en el planeta, titulado “Un mundo más seguro: la responsabilidad que compartimos”, recoge las amenazas a la paz y seguridad más importantes presentes en el mundo, entre las cuales las referencias a las enfermedades infecciosas mortales son constantes, así como a la necesidad de una seguridad biológica. Y también pone de manifiesto las vulnerabilidades de nuestros sistemas sanitarios —a escala global— frente a las nuevas enfermedades infecciosas, abundando en los riesgos (y oportunidades) que generan los avances en la biotecnología, lo que hace necesario preparar una defensa eficaz contra el bioterrorismo y contra los brotes naturales de enfermedades infecciosas.
La pandemia de la COVID-19 ha puesto de manifiesto lo avisado por las Naciones Unidas y generado un contexto único, en el que las medidas de prevención del riesgo y la gestión de las seguridades se han ampliado a nuestra vida diaria. Así, en los últimos tiempos muchos ciudadanos cumplimos con la prevención al usar mascarillas, lavarnos las manos, mantener la distancia social, etc. Por lo mismo, es el momento ideal para transformar esta nueva conciencia en una Cultura de Seguridad que trascienda el contexto actual.
Ahora más que nunca, la prevención como cultura es esencial y llegó para quedarse. La prevención del riesgo ha pasado de ser una norma conveniente a estar presente y hacer ruido en todos los frentes.
Sin duda, el riesgo de contagio se ha convertido en el protagonista de la prevención dentro del contexto actual. Sin embargo, de igual manera, es esencial no olvidar los riesgos críticos que siguen existiendo en el espacio laboral y de ocio, y lograr la convivencia entre los protocolos que protegen contra la amenaza del virus, con los que protegen a las personas y empleados de los riesgos tradicionales. Esto es fundamental en organizaciones de fabricación, construcción o de servicios, así como en todas aquellas con mayores riesgos críticos de actividades esenciales.
Finalmente, y como se viene diciendo, quizá sea el momento de recapitular y, una vez más, volver la vista hacia la historia y los clásicos, analizando modelos de éxito, y quizá recordando una frase pronunciada por Sun Tzu hace casi 2500 años, que también pueda dar luz al camino a seguir:
“El que actúa aisladamente, carece de estrategia y se toma a la ligera a sus adversarios y sus amenazas, inevitablemente acabará siendo derrotado”.