Las consecuencias
Esta ha sido una crisis descomunal que no hubiéramos podido imaginar ni en nuestras más fantásticas proyecciones de futuro. Las vidas humanas que se han quedado irremediablemente en el camino (más de 27.000 en el momento de escribir estas líneas); las graves repercusiones que ha tenido para todo el personal sanitario el intento de salvarlas; la incertidumbre inevitable de científicos y políticos, y las duras consecuencias sufridas por el ciudadano, quedarán para siempre en nuestra historia personal y colectiva como una pesadilla compartida, llena, sin embargo, de una solidaridad y fraternidad que desconocíamos.
La mente es selectiva y eficiente y, mientras hemos estado ocupados en gestionar el confinamiento, hemos apartado otros temas capitales que sólo ahora entran en pantalla: la economía, en cuanto se refiere a la suspensión mayoritaria de la producción y los servicios no esenciales, con especial repercusión final en el cierre de empresas, sobre todo pequeñas y medianas, con graves consecuencias para la riqueza del país; la política social, que ha intentado paliar las desigualdades y puesto parches a la pobreza de los más perjudicados; y la merma en la actividad laboral, que como consecuencia del cierre temporal o definitivo de empresas ya ha generado casi dos millones de desempleos.
En pocos meses comenzará a verse la otra dimensión humana y social de esta tragedia, una vez sobrepasada la crisis sanitaria, que no la social.
Otra de sus consecuencias, no menos importante, es que genera angustia. Como explica Mireia Cabero, profesora colaboradora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC, «el estado natural de las personas es la libertad, y esta es la situación a la que todos queremos regresar. Somos seres sociales de vida exterior».
Por otro lado, la Universidad de Gotemburgo ha hecho público su índice Varieties of Democracy (V-Dem), que analiza el posible impacto de la COVID-19 sobre la calidad democrática de los países. En él se establecen cuatro categorías: riesgo bajo, riesgo medio, riesgo alto y autocracias cerradas. España se encuentra entre los 34 países que, según este indicador, corren un riesgo medio de perder derechos y libertades a consecuencia de la crisis actual.
Esto, sin duda, puede suponer un riesgo para la democracia en muchos países pero, lo peligroso es que, tanto las medidas excepcionales, como las reacciones a las mismas, acaben volviéndose algo normal, haciéndonos necesario estar especialmente atentos a los indicadores que tratan de medir este riesgo.
Las seguridades, protagonistas
En el antes, durante y después de esta crisis, como en cualquier otra de estas dimensiones, es de destacar el importante papel que han tenido, tienen y tendrán las seguridades, tanto en lo referente a la prevención y protección, como a controles, evaluaciones y medidas de tratamiento.
Así de lo general a lo particular, en un breve análisis podemos ver que: en primer lugar, desde un punto de vista transversal la seguridad del confinamiento ha sido fundamental; en un segundo nivel lo es el estudio, análisis, control y tratamiento por geolocalización del problema en cada nivel (España, Comunidades, provincias, ciudades o pueblos); en un tercer nivel, es importante el control y la seguridad de las personas (edad, convivencia, relaciones sociales y laborales); y, en un cuarto nivel, el fundamental rol de las seguridades en las actividades (transporte, industria, comercio, actividades sociales y culturales, etc.).
Los cambios que vienen
Como ya estamos viendo, la COVID-19 va a cambiar el mundo, las formas de relacionarnos, en general, y, en las actividades industriales, comerciales y sociales, demandando nuevos paradigmas desde las inseguridades e incertidumbres de la improvisación frente a lo desconocido, hacia las nuevas seguridades, dotaciones y búsqueda de garantías.
En este sentido, vamos a tener que operar cambios importantes para tener, a todos los niveles, reales y eficaces planes de contingencia contrastados e implantar y asumir otros muy renovados sistemas de prevención del riesgo, de protección ante catástrofes o pandemias, concienciación y nueva cultura de seguridad ciudadana, consolidación de una nueva cultura de solidaridad y tratamiento social, y nuevos planes de resiliencia para nuestras empresas e instituciones ante catástrofes como la que estamos viviendo.
Por tanto, en lugar de prisas irresponsables, ahora hacen falta planes, hacen falta ideas, hacen falta fondos públicos bien empleados y, sobre todo una capacidad de gestión sobre la base de la ética, del bien y del sentido común.
La única forma de sobrevivir, mientras avanza la ciencia con verdaderas soluciones, es cambiar. Algunos de esos cambios han de ser, a corto plazo, inevitables modificaciones y controles en nuestros usos y costumbres y, a medio y a largo plazo, hemos de volcarnos especialmente en apreciar e invertir en todo eso que ahora llamamos servicios esenciales de salud y seguridad pública.
Estamos demostrando que sabemos resistir y que la solidaridad aflora y se cultiva día a día. Esa que puede salvarnos en medio de todo este disloque nunca vivido con sus afectos y vínculos sociales y pensando en todo lo que nos une.
Esta crisis supone un punto irreversible de inflexión y, cuando la pandemia retroceda y recuperemos los espacios comunes, tendremos ante nosotros un mundo diferente.
El futuro es ahora. Es tiempo de mirar hacia adelante.
Nadie tiene la certeza ni solución hoy en día ni para acabar con el virus ni para enfrentar los desafíos que tenemos por delante pero los cambios por venir ya están en camino.
Los medios de recuperación, control y seguridad
Recuerdo que en crisis pasadas, sobre todo, por amenaza terrorista, en un estudio de soluciones de control y seguridad, decíamos que estábamos pasando del “para protegeros les vigilaremos, al para protegeros os vigilaremos”. Bueno, en cierta medida, estamos en una situación similar pero afectando más directamente a todos los ciudadanos.
Hay que dar especial sentido a lo que está sucediendo tanto como sociedad, como individualmente, para destacar que, ahora, hemos de centrarnos en pequeñas pero eficaces tareas, más que en procesos complejos para garantizar el control y la seguridad.
Hoy por hoy, tenemos pocas certezas sobre cómo será el mundo tras la pandemia, excepto que se reactivará con los nuevos planes y programas y, sobre todo, con las prioridades que se decidan, por las medidas que acatemos y por las acciones por las que optemos en estos instantes críticos.
Para ello, hace falta gente con espíritu científico, talento, ética y sentido común en todos los puestos de decisión, y mucha unión para encauzar acuerdos amplios entre responsables políticos, como demandamos los ciudadanos.
En España, el cortoplacismo es parte de nuestra vida diaria, tanto en lo empresarial como en lo particular, y no siempre es malo. A menudo va unido a una capacidad de improvisación y flexibilidad, menos frecuente en otros países, y que nos ayuda, como ahora, a superar las emergencias o crisis.
En la era de la salud digital post COVID-19 es importante plantearse de forma inminente, cómo se llevará a cabo la monitorización de personas enfermas crónicas o de pacientes ingresados en los hospitales, una vez sean dados de alta.
Sin duda, en la nueva normalidad la salud digital será una pieza clave y habitual pero hay que invertir esfuerzos y recursos para vencer los principales grandes retos que plantea: Dotar de los medios adecuados, válidos y fiables a normal relación coste-eficacia; Capacitar al personal sanitario en las diferentes disciplinas con suficientes conocimientos para que faciliten su uso e implementación; Reinventar los procesos comunicativos, asistenciales, de cultura en salud para la sociedad y para alertas sanitarias; e Incrementar la investigación en salud digital, para poder identificar cuáles son las estrategias y medios que aportan valor a los ciudadanos y al sistema de salud.
La crisis generada por la COVID-19 ha acelerado todo el proceso de implantación de la nueva salud digital de forma no esperada.
En la actualidad, en Pekín, cada ciudadano que sale del metro es grabado y se capta su temperatura corporal. Si se detecta que tiene fiebre, se avisa mediante el móvil a todos los ciudadanos con los que se cruzó durante su viaje para informarles sobre su «posible infección». Esto se debe a que las compañías chinas de telefonía móvil y de Internet comparten los datos de sus clientes con los servicios de seguridad y con el Ministerio de Salud.
La Comisión Europea ha pedido a las operadoras telefónicas que faciliten el seguimiento de la expansión de la COVID-19 mediante los móviles de los ciudadanos y Bruselas se ha apresurado a afirmar que los datos serán utilizados de forma especial y anónima, sin identificaciones individuales, y que la información se eliminará una vez pasada la crisis. El problema con los datos de movilidad es que son difíciles de “anonimizar”.
En España, como ejemplo, el “Coronamadrid”, se propone utilizar las localizaciones para generar un mapa epidemiológico a escala local y dar seguimiento a los ciudadanos para saber su estado de salud. Puede ser una herramienta muy útil también para evitar la saturación de otros canales, como las consultas telefónicas.
Controlar los datos después de la COVID-19, es el gran reto y una gran duda pues aporta riesgos e incertidumbres, también.
Pero, además, hemos de garantizar que, tras ese final de la crisis sanitaria, no nos encontraremos con un panorama socioeconómico ya desolador por no haber actuado a tiempo. Los esfuerzos de apoyo a la reactivación deben concebirse inmediatamente y de manera preventiva, no reactiva, y las infraestructuras de apoyo y ayudas deben agilizar la marcha con pleno rendimiento permanente.
Igualmente, debe incrementarse la inversión en empleo público del sector de la salud y de muchos otros servicios esenciales en todo el espectro que puede tener el impacto a medio y largo plazo, para ayudar a reactivar la economía.
En la situación actual, las empresas necesitan un retorno a la normalidad lo antes posible y la prioridad está en ayudar a autónomos y pymes a que recuperen y crezcan en sus actividades y a alcanzar la independencia financiera, a través de un acompañamiento personalizado y profesional, utilizando herramientas claras, precisas y de muy alto valor práctico y operativo.
Claramente no es un plan fácil, pero, a la vista de lo que están pergeñando otros países, se pueden ofrecer nuevos puestos de trabajo en actividades clave para la producción de material sanitario, ayudar en el rastreo de contactos de infectados, dirigir los flujos de personas para garantizar la distancia física y asistir a la investigación científica.
A modo de conclusiones
Hasta hace unos meses, en los que se venía hablando de la importancia de la innovación, todavía se podían posponer los planes y programas en distintas actividades industriales y comerciales, pero la crisis sanitaria y, consecuentemente la económica, ha acelerado todo, y procesos que estaban previstos para próximos años, hay que ponerlos en marcha ya.
Y en medio de toda esta crisis, también están aflorando nuevas oportunidades y lo único es que tenemos que adaptarnos al nuevo escenario. Nuevos hábitos de consumo, actividad y trabajo han llegado para quedarse, trabajaremos más en casa, tendremos menos dinero, habrá que reinventar las actividades de ocio, cultura y turismo así como nuestros métodos de formación e información, todo enfocado a una demanda que ha cambiado definitivamente.
No debemos olvidar que lo importante de todo esto no es la lección, es la enseñanza. De lo que aprendamos de esta crisis dependerá nuestra supervivencia presente y futura.
Reactivación y supervivencia en la que tiene mucha importancia la sociedad en su conjunto, que se está viendo mediáticamente manipulada, en muchos casos, por personas u organizaciones tóxicas o tocadas por el efecto Dunning-Kruger, que puede resumirse en una frase: “cuanto menos sabemos, más creemos saber”. Es un sesgo cognitivo según el cual, las personas con menos habilidades, capacidades y conocimientos suelen sobreestimarse “porque es muy fácil decir cómo se hacen las cosas, cuando las tienen que hacer otros”.
Estamos en nuestro tiempo más importante, el “Carpediem”, expresión que fue concebida por el poeta romano Horacio. Su traducción literal otorga relevancia a la frase “cosecha el día”, cuyo contenido intenta alentar al aprovechamiento del tiempo para no malgastar ningún momento. Y es aquí y ahora donde estamos con todas las seguridades para vencer esta crisis.