CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero

“Compartir” (317) Preguntas y respuestas de 03-12- 2021.



PREGUNTA:

"Las similitudes entre Isis y María, como las de Marcos 15,28 con Salmo 22,18 por ejemplo, se deben como usted ha apuntado en varios libros, a que Jesús fue en vida un personaje sin relevancia ni eco alguno.
 
Una persona que hace una serie de milagros advirtiendo que no lo comenten a nadie, una persona a quién ni su propia familia le cree, ni su hermano Santiago le cree, pero que sorprendentemente cuando muere y parece que  empieza a parecerse a Cefas, a Pablo, a los 500, a los apóstoles, es cuando repentinamente tras esa aparición, Santiago si empieza a creer en él y se responsabiliza de la iglesia en Jerusalén, Pablo (tras otra aparición) deja de matar cristianos y se convierte repentinamente en su gran defensor, es cuando los apóstoles que corren como usted muchas veces ha dicho "como conejos" ante la muerte de Jesús, de repente parece que  ven a Jesús resucitado y cobran todo el coraje del mundo y se empiezan a enfrentar a la muerte de cara sin miedo (el único que no muere ejecutado es Juan) y se dedican al extender el cristianismo (Pedro, que pide ser crucificado boca abajo porque no era digno de morir como su Señor resucitado, le había negado 3 veces, en vida.) y unido a que en sus propias palabras profesor, algo cambió radicalmente la vida de toda esta gente y que sin esa acción no se explicaría el surgimiento del cristianismo es por lo que nos hace pensar que realmente hubo algún tipo de situación extraña de alguna índole pero no podríamos decir realmente qué, pero algo tuvo que haber.
 
Y es entonces cuando los evangelistas, a toro pasado, impresionados por esas apariciones a los apóstoles, a Pablo, a Cefas y a otro 500 más, rehacen la historia copiando mitos del Antiguo Testamento.
 
Por eso se parecen tanto incluso se plagian porque se dan cuenta que realmente es algo grande y nadie ha escrito nada in situ (excepto la fuente Q que si es copiada en su época y por eso no añaden ningún tipo de cristología porque solo copian lo que va escuchando y ya está).
 
Se dan cuenta cuando reciben múltiples testimonios de que si se está apareciendo muerto aquel tal Jesús, pero que antes habían pasado totalmente inadvertido.
 
Claro que se parecen la Virgen e Isis pero como tantas otras cosas que se copian posteriormente para hacer la historia maravillosa una vez lo han visto resucitado. (Desde el Levítico al “Dios mío por qué me has abandonado”).
 
Del Nuevo Testamento, quizá lo único que se puede sacar en claro es la hija de Jairo, que es otra de esas cosas de ser verdad al menos el hecho base, porque todo lo demás del Nuevo Testamento  es muy posible que sea la construcción previa de una historia maravillosa previa a unas inesperadas apariciones post mortem que marcan el inicio del cristianismo, que marcan la vida de aquellos que la ven y los evangelistas hacen una historia haciendo una retro ingeniería histórica una vez que Jesús ha muerto y resucitado.
 
La impresión que genera en toda esta gente que ha visto a Jesús resucitado es como si usted, Dr. Piñero, mañana por la mañana se levanta y dice: "No quiero estudiar nada más de la Biblia porque a mí lo que me gusta es hacer ganchillo", abandona completamente los estudios bíblicos y del Israel del siglo primero y se dedica a hacer ganchillo y cuando alguien le habla del Israel del siglo primero se levanta y se va.
 
Renuncia a su sueldo de la Universidad de va a un monte a hacer ganchillo y cuando alguien le pregunta usted contesta que se le ha aparecido su abuela (que ya se le ha aparecido a más gente) y le ha hecho ver lo maravilloso del ganchillo.
 
Pues es para tenerlo en cuenta sobre todo considerando que otros lo hayan visto también y ella han cambiado radicalmente su vida a resultas de esa misma visión.
 
Un cambio absolutamente radical que los evangelistas fabrican unos antecedentes maravillosos para darle cobertura a esas apariciones reales e inesperadas que están viendo por eso no se sabe nada de los 12 años a los 30. No saben qué poner.
 
RESPUESTA:
 
Es muy difícil responder a este largo alegato en breves palabras, como me he propuesto. Pero impresionado como estoy por parte del final de esta comunicación ("No quiero estudiar nada más de la Biblia porque a mí lo que me gusta es hacer ganchillo"), que alude a un cambio radical respondo:
 
No fue la cosa tan simple como indica esta comparación. Apunto con cierta rapidez las vías de solución:

1. Jesús causa impacto en sus discípulos durante al menos 12 meses

2. Ocurre su muerte inopinada

3. Son de un conocimiento común las doctrinas judías sobre la victoria final del justo o siervo de Yahvé injustamente oprimido

4. La creencia general judía en la resurrección, menos los saduceos, y quienes pensaban que solo resucitarían los judíos; y otros que solo los judíos y gentiles justos.

5. La solución de la disonancia cognitiva (lo mismo que una mujer que ha perdido a un hijo o un marido muy querido) por las mujeres del grupo, que lo sienten vivo al lado de ella o ellas.

6. El convencimiento de los varones del grupo

7. La solución definitiva a la disonancia cognitiva dada sobre todo por la inmensa y judía interpretación por parte de Pablo de la muerte y resurrección de Jesús, tras un convencimiento de que los perseguidos por él podían tener razón

8. El desarrollo de las teorías paulinas por medio de los evangelistas y los teólogos posteriores
 
Así pues, no hay ningún cambio radical del filólogo e historiador que de repente se hace amante del ganchillo, sino un proceso de un año o más explicable por la sociología, la psiquiatría, la antropología con el trasfondo de las creencias judías e ideas parecidas dentro de la religión popular grecorromanas.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Viernes, 3 de Diciembre 2021

(01-12-2021) ( 1203)


Escribe Antonio Piñero
 
 
Una vez que se han superado las dificultades de impresión y plegado de un libro “gordito” y con papel muy fino, como es la edición del Nuevo Testamento que ahora comento, me parece oportuno indicar que esta obra contiene diversas propuestas que son originales de los autores y poco o nada conocidas en el mundillo de la investigación del Nuevo Testamento.
 
 
No deseo que pasen desapercibidas de ningún modo, y exhorto a los estudiosos de este corpus que escriben en español que se pronuncien sobre ellas con argumentos. Los autores estamos deseosos de aprender de reseñas serias. Y apunto al grupo de investigadores de la Universidad de Deusto, quienes han recibido reseñas críticas de parte de quien esto escribe, pero ellos nunca han correspondido con crítica positiva alguna. Solo, que yo sepa, en una ocasión, en la págs. 243-244 de la obra en común “Qué se sabe de…Jesús de Nazaret” criticaban las opiniones de G. Puente Ojea, J. Montserrat y F. Bermejo De ellos decían que eran muy eruditos, pero que criticaban lo siguiente, cuando el último citado sobre todo que en los investigadores confesionales, aun no teniendo mala fe alguna, se veía “una falta de genuino interés por la recuperación cabal e incondicional del Jesús histórico”.
 
A lo que respondieron:
 
“Nos parecen inaceptables descalificaciones a priori como esta, y ello es una de las razones que nos ha movido a escribir este libro (el citado arriba). Nadie está libre de presupuestos...”.
 
 
En mi obra “El Jesús histórico. Otras aproximaciones”. Trotta, Madrid, p. 82, he respondido del modo siguiente, que parafraseo un tanto:
 
 
“Me pregunto entonces cómo es posible que José Montserrat, G. Puente Ojea y F. Bermejo, que se han pasado la vida estudiando, manifiesten en sus libros conclusiones a priori. A priori…, ¿después de larguísimos años de investigación? Sencillamente no lo veo. No se puede tener una enorme erudición y a la vez formular descalificaciones a priori, salvo que se les juzgue gente de mala voluntad. Y esto me parece demasiado. Pienso, por el contrario, que cuando un investigador pertenece a una iglesia, tiene ciertos límites que no puede traspasar.
 
Si no, que se lo pregunten a José Antonio Pagola..., personaje sobre cuyas ideas y sus consecuencias con la jerarquía española hemos hablado aquí. La pertenencia a una organización estructurada impone límites ciertos al pensamiento. La afirmación final de Aguirre, Bernabé y Gil de que «nos parece adecuada la expresión ‘Jesús real’ para referirse al Jesús de la fe, el presentado por los evangelios canónicos» (p. 248) me parece profundamente inadecuada para una obra de talante histórico como es la que ellos editan”.
 
 
Paso a formular brevemente lo que creo que son innovaciones serias y meditadas de “Los libros del Nuevo Testamento”:
 
· El Nuevo Testamento debe editarse con un orden muy diferente. El orden actual entorpece seriamente la comprensión global del Nuevo Testamento. Por ejemplo, para entender hay que leer primero a Pablo y luego a los Evangelios, y no al revés.
 
· El Nuevo Testamento no es el fundamento del cristianismo, sino de un cristianismo, vencedor, el paulino. Esta idea expresada ya en “Cristianismos derrotados” recibe un considerable refuerzo con el estudio de la estructura numérica de las obras de ese corpus.
 
· Ni Jesús ni Pablo fueron los fundadores del cristianismo. Ambos fueron judíos profundamente convencidos de su religión y observantes de la ley de Moisés. En todo caso, el primero deseó reformar el judaísmo y darle mayor calado y hondura a la observancia de la ley de Moisés; el segundo, ante la inminencia de la parusía según creía firmemente, no tuvo más intención que “Vivir su judaísmo en el Mesías”. Los fundadores del cristianismo de hoy son los seguidores de Pablo y la consolidación del cristianismo duró siglos.
 
· No existió jamás una “Gran Iglesia Petrina” unificada y unificante que admitiera en su seno condescendientemente la obra de un Pablo positivamente edulcorado.
 
· La interacción de las obras neotestamentarias del cristianismo en el estadio posterior al año 70 e.c. cómo unas obras suponen la existencia de otras (ejemplos: Mateo y Lucas presuponen la existencia de Marcos; Efesios complemente a Colosenses; 2 Tesalonicenses corrige a 1 Tes.; la Epístola de Judas supone la existencia de 1 Corintios; Hebreos, la Carta de Santiago y 2 Pedro presuponen un conocimiento de la correspondencia paulina), de modo que la conclusión fue obra una Gran Iglesia paulina parece deducirse obligatoriamente.
 
· Formular que Pablo “liberó a los cristianos de la observancia de la ley de Moisés”, es una simplificación insostenible, entre otras razones porque la ley de Moisés contiene el Decálogo. Es necesario explicar que la ley mosaica es doble: una universal y eterna, obligatoria para todos, y otra específica y temporal (recibe una visión nueva en tiempos mesiánicos) obligatoria solo para los miembros natos de la alianza de Dios con Abrahán, los judíos, obligados a cumplir la ley de Moisés completa incluso aun creyendo que Jesús es el mesías. El pagano convertido a esa fe no tiene que hacerse judío, circuncidándose, si es varón, cumpliendo además las leyes de los alimentos y de la pureza ritual. El pagano ha de seguir siendo gentil, no judío, pero creyente en Jesús como mesías, y observando la ley del Mesías que es la Ley del amor”.
 
· El libro de Hechos de Apóstoles no es obra de Lucas, sino de un discípulo suyo que imita conscientemente su teología y estilo. Pero las diferencias de lengua de pensamiento teológico y algunas contradicciones palpables no permiten que se atribuya sin más a “Lucas” la autoría conjunta del Evangelio y de Hechos, redactado decenas de años después del primero.
 
·Los dichos de Jesús del Evangelio de Juan son el producto de una representación parateatral de los profetas cristianos que acomodaban la imagen sencilla de Jesús de los Sinópticos a la de un Jesús profundo y místico. Los cristianos que oían esas “palabras de Jesús” en la liturgia eran perfectamente conscientes de su actualización. Por ello las aceptaban como si fueran de Jesús.
 
· La Carta de Judas supone 1 Corintios, pues la descripción de la herejía combatida por el autor sin nombrarla nunca, tiene todos los rasgos y casi en el mismo orden que los defectos que Pablo halla en la facción de los espirituales de Corinto.
 
 
Hay, pues, notables novedades en esta edición. Los autores esperamos críticas para mejorar la edición. El grupo de Deusto es invitado especialmente, junto con los expertos que publican en diversas páginas digitales de “religión”
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
https://www.trotta.es/libros/los-libros-del-nuevo-testamento/9788413640242/s
 
Miércoles, 1 de Diciembre 2021

(29-11-2021) (1201)


Conclusiones sobre la lista de escritos más antiguos sobre Jesús (hasta mediados del siglo II) (29-11-2021) (1201)
 
Escribe Antonio Piñero
 
Continúo comentando “Los cuatro Evangelios” de Santiago Guijarro, 4ª edic. Editorial Sígueme, Salamanca 2021.
 
Es interesante, continúa Guijarro, observar que los Evangelios mejor atestiguados (Mateo; Juan; Pedro y Tomás) indica que los textos cuyos autores –ciertamente presuntos– eran apóstoles, o mejor, atribuidos a un apóstol. Esto revela uno de los criterios del proceso de selección: la procedencia apostólica, fuera real o fingida. Guijarro escribe expresamente que es posible que entre los cristianos del siglo II se copiara más veces el Evangelio de Tomás que el de Marcos (que ya se repetía en gran parte en Mateo y Lucas)
 
Segundo: la tradición de Jesús se repetía (copiaba) en formas diversas: junto a escritos cuyo centro es la pasión (EvPedro; añado el “Relato primitivo de la Pasión”; que no está en la lista porque de él no hay manuscritos, pero que puede reconstruirse con seguridad; “Fuente de los signos / milagros, también reconstruible; Evangelio de Judas) o la infancia (evangelio de la infancia de Jesús como el atribuido a “Tomás, filósofo israelita”; “Protoevangelio de Santiago”); había otros concentrados en los dichos de Jesús (“Evangelio de Tomás gnóstico” y podemos añadir la “Fuente Q”).
 
Tercero: el grupo más numeroso es el de los evangelios que incluyen diversas formas literarias y con un cierto carácter biográfico. Entre ellos destacan Mateo, Juan, Lucas y Marcos (el menos copiado) y otros evangelios luego apócrifos de los que no quedan más restos en forma de citas (Evangelios de los hebreos, de los nazarenos, de los egipcios = ¡Ojo! no el del mismo título que el hallado entre los textos de Nag Hammadi, sino el citado por Clemente de Alejandría y Epifanio de Salamis: texto en “Todos los Evangelios” de edit. EDAF, Madrid, p. 624).
 
Evangelios que fueron compuestos en el siglo I son solo los cuatro canónicos (Marcos, Mateo, Lucas y muy probablemente Juan). El resto son difíciles de fechar con exactitud, aunque sí con bastante probabilidad.
 
Así, en lo que respecta a la cronología, la p. 29 del libro de Guijarro termina con un cuadro:
 
1. Entre el 50-70: “Fuente Q” / “Relato primitivo de la Pasión” / “ Fuente de los signos”
 
2. Entre el 70-100: Marcos/ Mateo/ Lucas / Juan
 
3. Entre 100-130: EvTomás / EvPedro / EvEgipcios/ EVHebreos / EvNazarenos / Papiro Egerton /
 
(Aquí presenta Guijarro el “Evangelio de los ebionitas” que no ha mencionado en lista de la pp. 24 y 26-27)
 
4. Entre 150-180: otros evangelios gnósticos EvVerdad (obra del gnóstico Valentín, de tenor y contenido inclasificable en alguna de las categorías indicadas); EvJudas.
 
Estoy prácticamente de acuerdo con esta clasificación, salvo quizás con la del Evangelio de Verdad, de Valentín, que quizás sea muy antiguo, en torno al 140.
 
Pienso igualmente que estas divisiones siguen siendo interesantes como materia de reflexión. Es más que interesante que para la reconstrucción del Jesús históricos los tres Evangelios Sinópticos (Mc /Mt / Lc) sean los más antiguos, junto con el “Fuente Q”, el “Relato primitivo de la Pasión”, “Fuente de los signos”. Estas son las fuentes que la crítica literaria e histórica utiliza para reconstruir el Jesús histórico. El Evangelio de Tomás gnóstico (según opinión de una notable mayoría de críticos hoy día –ha pasado el tiempo de Köster; Crossan y colegas, más el Jesus Seminar) sirve en general como refuerzo de que un dicho de Jesús está mejor atestiguado.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
https://www.trotta.es/libros/los-libros-del-nuevo-testamento/9788413640242/
Lunes, 29 de Noviembre 2021

(26-11-2021) (1201)


Los escritos más antiguos sobre Jesús
Escribe Antonio Piñero

Foto: Papiro de Oxirrinco 840

 
La Introducción general del libro de Santiago Guijarro sobre Los cuatro evangelios” lleva el título general “La selección de los Cuatro”. y se abre con una subsección atractiva sobre La “pluralidad de libros sobre Jesús en el cristianismo naciente”. Señala el autor cómo la tradición sobre Jesús se cristalizó en una pluralidad de libros, muchos de los cuales no pudieron alcanzar la denominación de “canónicos” / “oficialmente aceptados”. Indica también Guijarro, siguiendo los pasos de James Dunn, que la tradición sobre Jesús se inició “a partir de los recuerdos de quienes lo habían conocido o habían oído hablar de él. Al principio tales recuerdos formaron pequeñas tradiciones orales que en tres fases cronológicamente sucesivas se plasmarían en los textos evangélicos que conocemos.
 
La primera fase estuvo dominada por la tradición oral. En la segunda, la tradición oral coexistió de igual a igual con la tradición escrita (al principios eran pequeños billetes, “hojas volantes”, normalmente hojas o resto de hojas de papiro, en las que comenzaron a ponerse por escrito tales tradiciones orales de dicho y hechos del Maestro). Y la tercera fase se caracteriza por el predomino de la tradición escrita…, aunque siguió en parte la oral, pero muy disminuida y relativamente poco interesante. Lo importante es caer en la cuenta de que la traición oral sobre Jesús duró aproximadamente un siglo. Justino Mártir, hacia el 150/160 es el primer testigo formal de un inicio de traiciones compactas por escrito sobre Jesús que denominó no “evangelios” sino “Recuerdos de los Apóstoles” (Primera Apología 66,3).
 
Gajarro presenta al lector un catálogo de los escritos más antiguos sobre Jesús compuestos cuando aún estaba viva la tradición oral. Tal lista se elabora a través de dos tipos de información: A. Citas de autores eclesiásticos posteriores, y B. Textos hallados por sí mismos o en los manuscritos más antiguos del Nuevo Testamento.
 
Para el lector es muy útil esta lista (p. 24; hay una ampliación de los datos sobre las fuentes que dan testimonio de su existencia en las pp. 26-27). Son los siguientes:
 
Evangelio de Mateo / de Juan / de Lucas / de Marcos / de Tomás (gnóstico) / Evangelio de la Infancia de Jesús / Protoevangelio se Santiago / Evangelio anónimo del Papiro Egerton 2 / Evangelio de la Verdad / Evangelio de Judas / Evangelio de los hebreos / Evangelio de los nazarenos / Evangelio de los egipcios.
 
A estos textos hay que añadir los reconstruidos técnicamente por medios filológicos, aunque no se conserven copias: Relato previo de la Pasión / “Fuente Q” / “Fuente de los signos o milagros de Jesús”.
 
Guijarro no se atreve a alargar la lista de textos posibles, porque –en su opinión– no se puede dar totalmente por segura su composición en el siglo, aunque hay muchos investigadores serios que se inclinan por esta fecha. Son los siguientes:
 
Papiro de Oxirrinco 5072 / Papiro de Oxirrinco 840 / Papiro Vindobonense G 2325 / Papiro de Oxirrinco 1224 y Papiro Wilfred Merton 51.
 
Esta lista es sumamente interesante porque pone ante los ojos del lector que la tradición sobre Jesús no se reduce meramente a los Evangelios, sino que hay bastantes más testigos hasta mediados, más o menos, del siglo II. Este hecho pone más aún en graves aprietos a los que niegan la existencia histórica de Jesús de Nazaret (como siempre, distinguiendo entre Jesús y Jesucristo). Para negar su existencia hay que montar teorías complicas e inverosímiles de confabulaciones e inventos de grupos un tanto chalados que otros siguieron dócilmente, o bien suponer que los autores anónimos de todos estos escritos fueron engañados, o eran “engañantes” fraudulentos por sí mismos que contribuían a fabular sobre la existencia de un personaje inventado, pero sobre el cual mantenían ideas muy distintas de los Evangelios canónicos.
 
Como mínimo una tarea imposible o que cojea de modo irremediable.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
https://www.trotta.es/libros/los-libros-del-nuevo-testamento/
Viernes, 26 de Noviembre 2021

1199.- 24-11-2021



 
Escribe Antonio Piñero
 
En el “Prólogo” (p. 7) escribe el autor que su libro “intenta recoger los principales resultados a los que ha llegado la exégesis bíblica durante los dos últimos siglos”. Siento de veras discrepar del autor nada más empezar. Después de leer el libro detenidamente, no veo en él los resultados de la investigación de los últimos doscientos años. De ningún modo. Solo recoge los resultados de la exégesis confesional y únicamente de un tipo. Por ejemplo, no recoge algunos de los resultados que provocó la aparición en 1836-1837 de la “Vida de Jesús críticamente elaborada” de David Friedrich Strauss… Y desde luego –siguiendo el sendero de James D. G. Dunn que señalé en la última postal-- nada de los resultados de la crítica francesa de principios del siglo XX (Loisy y colegas ya citados), de la crítica en lengua inglesa de Charles C. Hennel, Samuel G.F. Brandon, Hyam Maccoby, Paul Winter, Bart Ehrmann, Richard H. Hiers; en alemán, Karl Kautsky, Robert Eisler, Johannes Weiss que han modificado la exégesis confesional.
 
Y hoy día en lengua española se han producido obras muy serias en torno a la crítica de los evangelios que desembocan en figura de Jesús, como la de Gonzalo Puente Ojea, José Montserrat y Fernando Bermejo (y no necesito mencionar las mías por mero pudor) que afectan directamente, como digo, no solo a la persona de Jesús sino a la valoración de los Evangelios como literatura o como biografía y las cuestiones adyacentes de historicidad de los textos evangélicos…, obras que son absolutamente ignoradas en la bibliografía de Guijarro. Y no por falta de espacio o papel, puesto que en las abundantes páginas dedicadas a esta literatura secundaria se incluyen artículos breves o de muy pocas páginas que considero poco conducentes al objetivo del libro presente, pero que al ser confesionales tienen el honor de ser citados. No me parece que la selección bibliográfica de este libro sea imparcial. Y este fenómeno se repite en la literatura española de tenor religioso confesional. Diría que es una bibliografía “de parte”.
 
En la página siguiente del Prólogo es donde aparece por primera vez la designación de “iglesia apostólica”, designación que critiqué igualmente en mi postal anterior cuando se afirma que esta iglesia fue la inspiradora del proceso de selección de cuatro evangelios, y no las demás que había, lo cual marca la pauta confesional que orienta este libro. Ahora bien, la decisión de estudiar solo los cuatro evangelios canónicos me parece correcta por parte del autor; al fin y al cabo son estos los que han ejercido la inmensa influencia que debe reconocérsele.
 
Otro acierto que se indica en el “Prólogo” es no aislar el estudio de los cuatro evangelios de la lista de libros sagrados del cristianismo primitivo sin separarlos de “otros libros sobre Jesús compuestos en el periodo formativo del cristianismo”. Admito con gusto, pues, que ambientar a los evangelios aceptados en el contexto configurado por esos otros libros, aparte de ser una adquisición de una investigación más cercana a nuestros días, ayuda a entender los evangelios canónicos. Se sitúan así estos escritos en su marco natural, y ese marco ayuda a rastrear el proceso que condujo a elegir solo cuatro de entre ellos.
 
Respecto a las relaciones de los tres evangelios sinópticos, Marco, Mateo y Lucas, con el Evangelio de Juan, pienso que el autor del libro de Guijarro tiene razón en acentuar que gran parte de la literatura al respecto se ha dedicado sobre todo a marcar las grandes diferencias entre el grupo de los tres y el Evangelio de Juan, y ha olvidado que los cuatro evangelios canónicos en conjunto, comparados con otros escritos “evangélicos” de la época (más o menos), hace que resalten más las semejanzas entre ellos y se relativicen en parte las diferencias. Y esta semejanza es muy importante…, tanto como las diferencias. Las semejanzas entre los cuatro llevan a nuestro autor a la reconfortante idea de que los cuatro comparten una tradición básica: eso ayuda a reconstruir la imagen del Jesús histórico.
 
Disiento del autor en que este mantiene, sin dudar en absoluto y sin retraerse al menos un poco ante el número de dificultades que comporta, que el Evangelio de Lucas y los Hechos de apóstoles (ojo: el título de la obra, según la inmensa mayoría de los manuscritos importantes que lo han transmitido, no es “Hechos de LOS apóstoles”, sino “Hechos DE apóstoles” (sin el “los”), lo cual da un tono diferente a la obra. Nuestro autor no cae en la cuenta tampoco, y consecuentemente no lo explica, en el capítulo dedicado a los Hechos. Si llegamos, o tenemos oportunidad de hacer una crítica de este capítulo, expondré mis razones del porqué no creo que Lucas y Hechos hayan salido de la misma mano, sino que las dificultades de la conjunción de las dos obras como si hubiesen salido de la misma pluma se explica muchísimo mejor, si Hechos fue compuesto por un discípulo de “Lucas”, que continuó sus ideas e imitó conscientemente su estilo, pero que muestra notables diferencias tanto este apartado como en el de la ideología, e incluso en algunos hechos. Por ahora, dejémoslo aquí, sin extenderme más.
 
Por último es interesante la disposición del material evangélico por parte de Guijarro, ya que cuando aborda el estudio de cada uno de los Evangelios y Hechos hace anteceder una “lectura” interpretativa de su contenido dejando para el final las cuestiones de autoría, fecha y lugar de composición. Con otras palabras: primero se ofrece el texto interpretado, dando al lector los instrumentos para leerlo “críticamente” (del sentido de este adverbio para nuestro autor hablaremos), y luego se abordan las cuestiones mencionadas de autoría, etc.
 
Seguiremos con el comentario, porque este libro tiene mucho contenido que se puede analizar debidamente.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
https://www.trotta.es/libros/los-libros-del-nuevo-testamento
Miércoles, 24 de Noviembre 2021

(1998 / 22-11-2021)


“Los cuatro Evangelios” de Santiago Guijarro (I)
Escribe Antonio Piñero
 
Prometí en la entrega anterior ponderar con mayor amplitud la tesis de James D. G. Dunn en “Redescubrir a Jesús de Nazaret. Lo que la investigación histórica ha olvidado”, pero releyendo lo escrito, no creo que deba explayarme más. Para mí el “Jesús recordado” y la descripción de los fallos de la investigación es totalmente decepcionante. Insistiría en que los fallos que detecta Dunn en la investigación se dan en la exégesis tradicional y no en la independiente.
 
Y a mediados del siglo XIX se conocían los rasgos generales y básicos, “característicos” o “emblemáticos” de la figura de Jesús…, y no digamos desde los tiempos de las llamadas “tesis modernistas” a inicios del siglo XX en donde la investigación francesa con Alfred Loisy a la cabeza, seguido por Maurice Goguel y Charles Guignebert, quienes dibujaron en algunos puntos de la imagen del Jesús histórico casi loa rasgos definitivos… hasta hoy. Pero claro…: Dunn no los tuvo en cuenta porque no era bibliografía confesional. Ese sesgo, yo dir2ía que sectarismo, ha sido nefasto en esta bibliografía confesional y solo hoy día empieza a remediarse y no en todo.
 
Por tanto, C¡comienzo hoy una miniserie dedicada al comentario de esta obra, publicada por Sígueme, Salamanca, 4ª edición, 669 páginas; ISBN 978-84-301-2101-4. Precio 34 euros.
 
Esta obra ha tenido un buen éxito como se deduce del hecho que esta nueva edición ha sido cuidadosamente revisada y aumentada por el autor, catedrático de Nuevo Testamento de la Universidad Pontificia de Salamanca.
 
El libro se divide en dos partes básicas con una Introducción importante, cuyo tema es el porqué de la selección de cuatro evangelios entre una cierta multitud de ellos que podía haber ya a finales del siglo I. Una descripción de la visión panorámica del conjunto de los libros sobre Jesús en el cristianismo naciente permite al lector exponer cómo eran recibidos estos libros variados en las primeras comunidades, por qué se escogió el término “evangelio” para designarlos como grupo (primero a los cuatro canónicos; luego también a los otros) y cómo tal selección de cuatro “oficiales”, muy firme y bien asentada en general en la Iglesia, se observa en los primeros manuscritos conservados hasta hoy, normalmente papiros, que copian esos cuatro y no otros.
 
La parte primera se ocupa de “la formación de los Evangelios” y tiene cuatro grandes temas o apartados. El primero trata de la relación de los cuatro evangelios canónicos entre sí, a menudo un tanto sorprendente.
 
La segunda aborda una cuestión importantísima en el origen de los evangelios: la tradición oral. Esta fue sin duda lo más trascendente y básico en los inicios del grupo judeocristiano de seguidores de Jesús, puesto que el Israel de la época era una sociedad de cultura oral y no literaria. Es interesante aquí cómo Guijarro prueba, o mejor muestra, que la tradición oral tuvo su origen en Jesús mismo, cómo se desarrolló en la época de los apóstoles y qué papel fundamental desempeñó posteriormente en la composición de los evangelios.
 
La tercera sección explica que hubo un cierto número de composiciones previas a los cuatro evangelios canónicos, puestas por escrito, que reunían dichos y acciones de Jesús. Guijarro aclara el contenido y valor de las más importantes: 1. El relato primitivo, anónimo, de la pasión, previo al Evangelio de Marcos y que este utilizó sin duda. 2. El famoso “Documento Q”, o “Fuente Q”, del que no se ha conservado copia alguna, pero que muy probablemente existió a pesar de ello. Aquí aclara Guijarro su contenido y propósito y la discusión sobre su existencia, exponiendo otras propuestas que procuran explicar los parecidos, o contactos, entre los Evangelios sin recurrir a esta fuente “Q” en realidad hipotética.  Es interesante para el lector, porque será para bastantes algo desconocido, cómo Guijarro explica la posible existencia de una “Fuente los signos”, o milagros de Jesús, y cómo debe deducirse su realidad por medio del análisis del Evangelio de Juan y sus contactos con los otros evangelios, sobre todo Marcos y Lucas.
 
Finalmente la cuarta sección aborda directamente el género literario de los evangelios, discutiendo extensamente si pueden considerarse relatos biográficos de Jesús y en qué sentido, si la respuesta fuere positiva. Trata también cómo los Evangelios son en parte reescritura de la tradición a la luz de otros tipos de reescrituras de textos ya sagrados entre los judíos, bíblicos obre todo. En esta sección se vuelve a tratar muy brevemente la historia del canon del Nuevo Testamento en lo que se refiere a la selección de los evangelios: la formación de un “evangelio con cuatro formas complementarias”, el “evangelio tetramorfo”. Naturalmente también se tocan en esa sección las cuestiones de fecha de composición, lectores a los que van dirigidos cada uno de los evangelios, y la autoría –también posible– de cada uno de ellos.
 
La segunda y última parte del libro de Guijarro es una lectura de cada uno de los evangelios en la que se incluyen los Hechos de Apóstoles, porque el autor supone que el autor es el mismo que el del Evangelio de Lucas. El desarrollo de cada sección es en esencia tripartito: cómo se compuso el evangelio en cuestión; cómo debe leerse cada uno de ellos y los temas típicos de fecha de composición y autoría, que el autor engloba bajo la rúbrica “La situación retórica” de cada Evangelio más los Hechos.
 
La conclusión, titulada “La memoria de Jesús”, resume las tesis del libro e insiste en el acierto de la “iglesia apostólica” (designación errónea a todas luces si se contempla el canon del Nuevo Testamento, compuesto por obras que no son apostólicas, ni muchísimo menos) de escoger a cuatro evangelios entre otros que ya existían…, y en mantener la pluralidad que supone cuatro acercamientos diferentes a Jesús, puesto que esta vía plural de acceso a Jesús “expresaba una doble convicción: que no hay un solo camino para llegar a Jesús, y que él está más allá de todos los caminos” (p. 601). El libro concluye con tres interesantes “Apéndices”, los textos (reconstruidos por la tarea filológica) del “Relato premarcano de la Pasión”, la “Fuente Q” y la “Fuente de los signos”, y finaliza con una amplia bibliografía
 
Todo este interesante conjunto permite algunos comentarios que iremos desgranando en posteriores entregas.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Lunes, 22 de Noviembre 2021

Averiguar qué era el alma para los primeros cristianos es una labor que debe sumar esfuerzos: si lo que el judaísmo recibió de la religión cananea no es suficiente para comprender el cristianismo, buscar en las referencias culturales que influyeron en la religión de Jerusalén es inevitable. Por eso conviene revisar el mundo griego.

Hoy escribe: Eugenio Gómez Segura.


065. El alma (2): psyché en griego.
Agamenón en el Hades junto a otras sombras o almas de difuntos representados como sombras o siluetas. Tumba del Orco II, Tarquinia.

Cuando se trata de Homero, la primera referencia literaria europea, siempre salta la liebre. O por fuerza, o por belleza, o por inteligencia… En este caso por antropología. Para el poeta de Quíos el ser humano estaba compuesto por dos elementos muy curiosos: por un lado, una suerte de “esencia intelectual” anclada en las vísceras, asociada a los pulmones, el corazón, el diafragma. Llamada “thymós” (θυμός, que en el lenguaje médico nos ha legado el término “timo”, glándula situada bajo el esternón), esta esencia intelectual era una propiedad del adivino Tiresias una vez muerto. De hecho, era lo que lo diferenciaba del resto de seres del mundo subterráneo, incapaces ya de sentir como sentían y de vivir como vivían. Incluso otros héroes con esa capacidad adivinatoria post mortem también bajaron al Hades con las vísceras intactas (Anfiarao el más famoso, que fue venerado en un oráculo en la frontera este entre el Ática y Beocia).

Este thymós, la vaporosa respiración que permite llegue la información a los pulmones (el órgano sensitivo e intelectivo para Homero), estaba asociado a la sangre mediante el paso por el corazón, pero no era exactamente la palabra pyché, que después ha sido traducida por “alma”.

Para Homero y los petas antiguos, psyché (ψυχή, que da nuestra palabra psique y los compuestos relacionados con la psico-logía) era en realidad una palabra asociada a la cabeza como sede de la vitalidad en general, de la fuerza que impulsa a vivir. La cabeza era algo sagrado, aquello por lo que se jura o lo más valioso del ser vivo. Pero la realidad física de esa psyché es difícil de identificar, y quizá por eso los griegos homéricos desarrollaron la idea de que era la sombra de la persona (el arriba mencionado Tiresias era el único que no era una mera sombra en el Hades: “Tiresias el tebano, que guarda aún allí bien entera su mente, pues a él solo Perséfona ha dado entre todos los muertos sensatez y razón, y los otros son sombras que pasan” Od. X 492-95, traducción de J. M. Pabón).

Que la cabeza fuera la sede de la psyché explicaría el hecho de que mover la cabeza (asentir con ella) fuera la máxima garantía de seguridad cuando Zeus concedía algo a sus congéneres, y que la entrega de mechones de cabello fuera una costumbre funeraria que intentaría ofrecer algo de vida al difunto.

Por otra parte, es la referencia a la cabeza lo que permite entender que los difuntos fueran un eidolon, una imagen identificable en el Hades, pues esa sombra que, como un sueño, sería la psyché, había de presentarse durante las visiones nocturnas precisamente en o sobre la cabeza del durmiente.

Además, esa vida (psyché) era la fuerza viva que lleva a actuar. En consecuencia, morir se asociaba en esta palabra con la pérdida de energía, el aflojarse las rodillas, el colapso del cuerpo. Quizá eso explique que, al referirse Homero a la recuperación de un desmayo, el poeta diga que primero viene la conciencia y el respirar y después se recobre el cuerpo, la energía. Y hay que recordar que Aristóteles comentaba que los primeros filósofos consideraron que el movimiento era lo más cercano a la naturaleza del alma (psyché).
Pero la cuestión cambió con el tiempo, y las nociones de thymós y psyché convergieron hacia una misma cosa o idea (si se puede decir así). Parece que Alcmeón de Crotona (s VI a. C.) es el primero en relacionar el interior de la cabeza (encéfalo) con los sentidos y la percepción, una relación que él unía a las ideas previas de energía y vida que hemos visto y que se asociaban a la médula espinal y al semen como depositarios de la energía vital que se transmite en la generación.

A partir de ahí, la vida de la psyché cambió. Este cambio quizá se produjo también por influencia pitagórica, como se puede rastrear en lo que el poeta Píndaro escribió sobre la ninfa Cirene: ¡Cómo aguanta la pelea con intrépida cabeza una muchacha con un corazón por encima de la fatiga y cómo sus pulmones (ánimo) no se dejan azotar por la tormenta y el miedo! (Pítica IX 31-32, traducción de A. Bernabé). Cabeza, corazón, pulmones, la fisiología de la energía y la conciencia ya unificadas.

Esta evolución concluye con lo que podemos leer en Platón, para el cual el alma era una esencia divina de vida intelectual ajena al cuerpo, ligada a los dioses y aspirante al saber perfecto. El alma se desligaba del cuerpo al morir y se dirigía, si había hecho los deberes apropiadamente, hacia los dioses sempiternos para disfrutar de una vida postrera junto a las divinidades y otros mortales sabios y honrosos.

En su obra Fedón, Platón escribió (Fed. 64c-d):
- (Sócrates dice) ¿Creemos que es algo la muerte?
- Sin duda alguna – le replicó Simmias.
- ¿Y que no es otra cosa que la separación del alma del cuerpo? ¿Y que el estar muerto consiste en que el cuerpo, una vez separado del alma, queda a un lado solo en sí mismo, y el alma a otro, separada del cuerpo, y sola en sí misma?
 
Y un poco más tarde, tras asegurar que el cuerpo y los sentidos son un obstáculo para conocer la verdad de las cosas (Fed 66e):

“Entonces, según parece, tendremos aquello que deseamos y de lo que nos declaramos enamorados, la sabiduría; tan sólo entonces, una vez muertos, según indica el razonamiento, y no en vida. en efecto, si no es posible conocer nada de una manera pura juntamente con el cuerpo, una de dos; o es de todo punto imposible adquirir el saber, o sólo es posible cuando hayamos muerto, pues es entonces cuando el alma queda sola en sí misma, separada del cuerpo, y no antes. Y, mientras estemos con vida, más cerca estaremos del conocer, según parece, si en todo lo posible no tenemos trato ni comercio con el cuerpo, salvo en lo que sea de toda necesidad, no nos contaminamos de su naturaleza, manteniéndonos puro de su contacto hasta que la divinidad nos libre de él” (traducciones de Luis Gil Fernández).

Esto sí es muy cercano al cristianismo.
 
Saludos cordiales.
 
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Lunes, 22 de Noviembre 2021

(14-11-2021; 1196)


 
Escribe Antonio Piñero
 
El capítulo tercero y último del libro de James D. G. Dunn que estamos comentado “Redescubrir a Jesús de Nazaret” (Edit. Sígueme. Salamanca 2006) resume al principio los dos (de un conjunto de tres) primeros errores cometidos por la investigación en la “búsqueda del Jesús histórico”:
 
1 Asumir que la fe en Jesús supone un obstáculo insuperable para la investigación;
 
2. No tener en cuenta que la tradición primitiva sobre Jesús era ante todo oral, que empieza a formarse en vida de este y es lo más cercano que pueda imaginarse al Jesús histórico.
 
Tras esa síntesis, Dunn aborda el tercer error de la investigación”: “Buscar un Jesús peculiar, en el sentido de distinto a su entorno”.
 
El tercer error se materializa:
 
A. En buscar como Jesús histórico a un Jesús no judío; y
B. En intentar buscar un dicho o acción de Jesús que sea central, clave, y que una vez analizada sirva de llave para la descripción del Jesús histórico completo. La búsqueda de un Jesús no judío, o muy distinto al judaísmo normativo de su tiempo y muy peculiar llevaba también consigo el intento de liberar la pintura de Jesús del peso de los dogmas del cristianismo posterior. Investigar la figura y misión de Jesús siguiendo estas dos directrices se ha traducido en dibujar a un Jesús que representaba los verdaderos antípodas del judaísmo del momento. La religión y religiosidad de Jesús eran lo contrario exactamente a la religión y religiosidad de sus connacionales judíos.
 
Afirma Dunn que estas orientaciones A. y B. han fracasado totalmente y que las pinturas de Jesús que han resultado de ella– como por ejemplo, un Jesús como predicador puramente moral, no apocalíptico, muy parecido a la figura de un filósofo cínico, o un Jesús que nada tenía que ver con los escribas y fariseos de su momento– han fallado totalmente y están hoy desacreditadas.
 
Por todo ello en su tercer y último capítulo propone Dunn superar todos estos errores de la investigación, incardinar a Jesús dentro de su contexto judío y encontrar no solo algún que otro rasgo disonante, sino el ramillete de acciones y dichos de Jesús que lo caracterizan en su conjunto. Con otras palabras “Renunciar a la búsqueda de aquello que distinguía Jesús de su entorno y dedicarse a buscar, en cambio, tanto lo que era característico /emblemático de Jesús como judío, como lo que era característico de la tradición de Jesús tal como ahora la conocemos” (pp. 104-105).
 
Emprende entonces Dunn la empresa de poner ejemplos que ofrezcan la “impresión global de Jesús”, más que un detalle específico concreto. El intento de nuestro autor está regido por la idea de que la tradición de base oral nos ofrece esa imagen global, que es muy cercana al Jesús histórico, precisamente por ser tradición oral que empezó a formarse ya en su vida terrena.
 
De este modo afirma Dunn que son típicos de Jesús los siguientes rasgos:
 
1. Jesús fue un personaje profundamente judío. Tuvo un interés permanente por cuestiones típicamente judías: la obediencia a la Ley, la manera de observar el sábado, lo que debe considerarse puro e impuro, la asistencia a la sinagoga y al Templo. Jesús compartía todas esas preocupaciones.
 
2. Jesús dedicó una buena parte de su misión, si no la mayoría, a Galilea.
 
3. La proclamación del reino de Dios es el centro de la misión de Jesús. La idea de que el reino de Dios es a la vez presente (¡ha venido ya!) y futuro (su plenitud está aún o por venir son dos corrientes bien enraizadas y atraviesan toda la tradición sinóptica.
 
4. La tradición sobre el uso de la expresión Hijo del Hombre por parte de Jesús está totalmente arraigada en la tradición. Por tanto no se puede aceptar que todo el motivo del Hijo del Hombre fue insertado en la tradición de Jesús en un periodo postpascual. Igualmente no es correcto afirmar que Jesús solo la utilizó para designarse modestamente a sí mismo, y negar a priori que expresiones sobre el Hijo del Hombre como agente mesiánico sufriente tengan arraigo alguno en la tradición sobre Jesús: “Hay que tratar de comprender que ambas perspectivas se hallan bien atestiguadas en el material sobre el Hijo del Hombre y no se debe asignar una u otra a la cristología posterior”.
 
5. Queda claro que Jesús era reconocido por el pueblo como un eficacísimo exorcista y sanador.
 
6. Es característico y emblemático que Jesús fue un maestro sapiencial también eficaz que empleó aforismos y parábolas en su predicación.
 
7. El uso del vocablo hebreo/arameo “amén” sirvió a Jesús para afirmar algo de una manera solemne. Su uso peculiar consistió en no emplearlo para reforzar dichos de un tercero, sino para reforzar sentencias propias suyas.
 
8.  Toda la tradición de que el pensamiento y la actividad de Jesús comienza con su bautismo y su apego por las ideas del Bautista es verdadera. No puede negarse o ignorarse, como hace parte de la investigación, para destacar la originalidad de Jesús
 
9. La consideración usual en la investigación de que el motivo del juicio condenatorio por parte de Jesús a “esta generación” refleja experiencias negativas de la misión cristiana posterior, y por tanto es fruto de la redacción, no del original de la “Fuente Q”, es totalmente erróneo. Jesús expresó también profunda irritación ante el rechazo de su mensaje.
 
Y aquí se detiene James D. G. Dunn sin poner ejemplos en absoluto de la cuestión del porqué de la muerte de Jesús. En síntesis Dunn sostiene:
 
· Que Jesús causó un gran impacto en sus discípulos. Que ese impacto –que es como una fe en Jesús–quedó expresado en la tradición sobre antes e independientemente del posible influjo de la fe en el sentido de su muerte y su resurrección.
 
· Que tal tradición oral siguió formulándose en “representaciones” (charlas privadas; catequesis; oficios litúrgicos) en el seno de los creyentes, y que se adaptaban a las necesidades del momento…, pero conservando intacto su núcleo.
 
· Que la tradición sobre Jesús guardó una serie de rasgos característicos / emblemáticos que ofrecen una clara imagen de la impresión de Jesús causó en sus discípulos.
 
· Por tanto, que no hay un Jesús histórico creíble detrás del retrato de los Evangelios que sea distinto del “Jesús característico / emblemático” del conjunto de la tradición sinóptica.
 
En mi opinión, así está resumida fielmente en estas tres entregas el pensamiento de James D. G. Dunn en el libro que estoy comentando.
 
En la próxima entrega expresaré mi opinión ponderada sobre estas tesis. Pero en conjunto adelanto ya que –a los ojos de la investigación independiente que Dunn jamás tiene en cuenta– todo es muy conocido: Dunn está descubriendo el Mediterráneo. Todo es archisabido, salvo pequeñas perspectivas.
 
Nuestro investigador no toca los puntos clave de la interpretación de los evangelistas acerca de la pasión, muerte y resurrección de Jesús como el Salvador. La figura del Jesús emblemático de Dunn es meramente el punto de partida judío de un Jesús judío, lo cual se acerca mucho al Jesús histórico, pero no explica en absoluto cómo a partir de esa figura totalmente judía –que la crítica evangélica descubre con esfuerzo en el fondo de los Evangelios– los evangelistas presentan otras perspectivas sobre Jesús como tradicionales sin serlo realmente, a partir de las cuales surgirá una religión que a la postre se considerará opuesta al judaísmo.
 
Ampliaré este punto de vista en mi próxima y última entrega, que tardará un poco, pues me traslado a Madrid a firmar el buen monto de ejemplares (unos 750) que la suscripción / preventa de “Los libros del Nuevo Testamento. Traducción y Comentario” (Trotta) ha conseguido vender.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Domingo, 14 de Noviembre 2021

(11-11-2021.- 1195)


“Redescubrir a Jesús de Nazaret”. La importancia de la tradición oral

 Escribe Antonio Piñero
 
El capítulo 2 del librito de James D. G. Dunn, que empecé a comentar en la postal anterior se titula: “Antes de los Evangelios. ¿Qué significa recordar a Jesús en los primeros momentos?”, y tiene que ver con el planteamiento que el estudioso de los Evangelios debe tener ante la tradición oral. Esta es la base indudable –según Dunn– de los escritos evangélicos.
 
El problema radical de la investigación consiste en que emprendió su camino en serio de estudio y crítica cuando ya se había inventado la imprenta, y cuando se consideraron a los Evangelio como un estricto producto de la literatura, no oral, sino plenamente escrita. Gran error, porque no es así, sostiene Dunn. Al ser los seguidores de Jerusalén en su gran mayoría analfabetos funcionales (como se dijo igualmente en la postal anterior), toda la transmisión primigenia sobre Jesús fue oral. El “paradigma literario” para comprender a los Evangelios es del todo punto insuficiente.
 
Argumenta Dunn que en la tarea del método denominado “Historia de las formas” para indagar hacia el fondo en los diversos estratos de los evangelios hasta llegar a lo que pudo proceder genuinamente de Jesús, sentenciaba que cada estrato evangélico fue un documento escrito. Esto no es verdad. Así que si el método es erróneo, las conclusiones lo serán igualmente. Opina Dunn: si se sigue el método de la “Historia de las formas”, la triste conclusión es que entre la muerte de Jesús y las primeras manifestaciones/recogidas de material escritas pasaron unos 20 años, y que no hay manera de llenar ese hueco.
 
La solución, según Dunn, consiste en estudiar a fondo cómo se comportaba la tradición oral en el siglo I y en Israel en concreto. Y si se hace correctamente esta investigación…, ocurrirá que caeremos en la cuenta de que no existe ese hueco de 20 años, ese absoluto vacío, sino que la tradición oral se forma tanto en la vida de Jesús como inmediatísimamente después…, sin dilación alguna. De ello se deduce que gracias a la tradición oral estamos prácticamente tocando con la punta de los dedos aquello que puede saberse del Jesús histórico.
 
Dunn emprende una suerte de minihistoria de los métodos modernos para el estudio de la tradición oral, del comportamiento individual de la memoria individual y colectiva, de si existen o no leyes que permitan discernir entre lo que se olvida voluntariamente, porque no interesa, y lo que la memoria añade porque sí interesa.
 
Dunn rechaza como improcedentes los estudios sobre las sagas homéricas y el folklore yugoeslavo antiguo (Milman Parry), y considera más oportuno el examen  moderno del comportamiento de la memoria social y cultural: Esta estudia cómo se  generan las tradiciones que afectan a grupos sociales consistentes dentro de sociedades cuya cultura se basaba sobre todo en la tradición oral. Por ejemplo, la de los judíos, en la cual –aunque su Biblia se hallaba codificaba por escrito– la gente no la leía, sino que la escuchaba y la aprendía de memoria….
Dunn, a base de estos estudios, puede describir con seguridad los rasgos de esa tradición oral.
Primero la tradición es ante todo una representación semiteatral y es como revivir un acontecimiento. Segundo: la tradición oral es esencialmente comunitaria. Tercero: en esa representación podía haber ciertas variaciones debidas a las circunstancias…, pero era de algún modo algo formalmente controlado; el transmitente no podía inventarse nada sustancial porque había maestros en la comunidad o escribas que conocían la tradición y no se lo permitirían. La tradición era, por lo tanto, algo fiable. Cuarto: no había estrictamente una versión original de la que dependieran las distintas y posteriores “representaciones”, sino que ya desde su origen tenía pequeñas variantes. Quinto rasgo (consecuente): la tradición es “firmeza y flexibilidad; estabilidad y diversidad”.
 
Todo ello conduce a una conclusión: el núcleo estricto de la tradición es fiable y correcto. Y esta conclusión empalma con la del capítulo anterior: la fe en Jesús empieza en su vida misma, no después de la creencia en su resurrección: es prepascual y no postpascual. La fiabilidad histórica de los Evangelios en su núcleo queda así vindicada. El impacto de Jesús sobre sus seguidores hizo que la tradición sobre él comenzara en su vida misma. Y tras su muerte se transformó en recuerdos fidedignos.
 
Toda esta teoría está bien construida. Pero se encuentra con tres grandes e insuperables dificultades, en mi opinión:
 
1. Los evangelistas se copian unos a otros cuando la tradición ya está formada, y la varían sustancialmente: de ahí que gracias a esas variaciones, la denominada “Crítica de la redacción” puede escribir libros sobre la teología de específica acerca de Jesús de Mateo, de Lucas  e incluso de Juan… todo ello después del primer Evangelio, Marcos. Y acerca de este evangelista–tras muchos y concienzudos estudios– se observa cómo ha manipulado personalmente la tradición oral recibida… y no solo la oral, sino la escrita… como se percibe claramente cómo Marcos altera la historia previa de la Pasión que tenía ente sus ojos.
 
2. Esa tradición que afecta a Jesús (de la que Dunn ve el ejemplo señero en la Fuente Q) solo reproduce fundamentalmente dichos, y algunos hechos, pocos, de Jesús como un maestro estrictamente judío. Fundamenta, pues, por otras vías, lo que ya sabemos: Jesús fue un judío estricto, de tonalidad farisea, experto en la ley judía que observaba en su integridad, de quien no puede esperarse nada que supusiera un rompimiento radical con su religión. ¡Es un Jesús tan judío… que no pudo fundar una religión nueva!
 
3. Y entonces… toda la teología esencial del cristianismo, la reflexión teológica sobre si era o no el mesías de Israel; si se atribuía o no a sí mismo el título mesiánico de Hijo del Hombre; si se creía un ser divino o solo un mero hombre; si resucitó o la resurrección es una creencia teológica posterior; si tuvo consciencia Jesús de ser el redentor no solo de los judíos, sino de la humanidad entera; si su muerte era vicaria por todos los humanos y el derramamiento de su sangre en la cruz suponía el perdón los pecados de todos los hombres; si siendo estrictamente de religión judía pudo fundar un culto, como la eucaristía, que daba al traste en absoluto con la función del templo de Jerusalén…
 
Así que la tradición oral solo me vale para confirmar el estricto y profundo judaísmo de Jesús. Con otras palabras: la tradición oral no sirve para plantearse y resolver los graves problemas de la autoconsciencia de Jesús, la idea propia de su figura y misión… todo lo que es en suma, la teología básicamente paulina de la reinterpretación de Jesús  hasta hoy día… que toma su forma casi definitiva en el credo niceno-constantinopolitano.
 
Todas esas cuestiones intenta resolverlas la crítica histórica y literaria de los Evangelios como textos escritos. La investigación crítica e independiente, que debe esforzarse por no tener pre-juicio alguno.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
https://www.trotta.es/libros/los-libros-del-nuevo-testamento/9788413640242/
 
Jueves, 11 de Noviembre 2021

(1194. 9-11-2021)



Hoy escribe Antonio Piñero

Hace ya seis años, 2015, que Ediciones Sígueme, de Salamanca, ha presentado la edición en castellano de este librito (126 pp. en formato de libro de bolsillo. ISBN: 978-84-301-1972-8) del exegeta británico, metodista, bien conocido, James D. G. Dunn, fallecido hace bien poco. Dunn ha publicado obras extensas sobre Jesús, Pablo y el cristianismo primitivo.
 
La obra es como una última reflexión, y una suerte de queja, tras la publicación de su “Jesús recordado”, a causa –en su opinión de que la investigación histórica “parece” haber olvidado. Y digo “parece” porque –como ocurre en la práctica– los exegetas confesionales no leen ni citan otras obras, que no sean las de sus colegas de Facultades de Teología y sedes análogas, obras aunque sean aparentemente rompedoras. Por más que algunos autores “confesionales” mantengan tesis extravagantes (como las del Jesus Seminar), sus obras reciben atención.
 
Para empezar Dunn afirma que la “investigación” histórica olvida algunos principios básicos de la “búsqueda” del Jesús histórico. Los fallos cometidos son tres: 1. La investigación ha sido incapaz de distinguir entre el efecto que produjo Jesús y la valoración subsiguiente de él. 2. Se ha valorado y contemplado aj a través de una cultura literaria, basada en textos escritos, los evangelios naturalmente, pero olvidando que detrás de ellos había una cultura oral. No se ha prestado la debida atención a que la primera tradición evangélica procede en su mayoría de formas orales, no prestando atención a que el impacto de Jesús comenzó a perdurar en una sociedad donde lo cultural y lo histórico se plasmaba y transmitía de forma oral. Y 3. La reconstrucción del Jesús histórico ha sido realizada por una crítica que se ha perdido en discutir detalles, a veces sin importancia, y ha perdido de vista la imagen global, característica, emblemática de Jesús.
 
Iré considerando la descripción de estos fallos, cómo los comenta Dunn e iré haciendo mis observaciones según los capítulos de su libro (tres) que explican tales fallos y los remedios que Dunn propone para corregirlos.
 
Según este esquema, el cap. primero aborda el tema de la fe y se pregunta: ¿Cuándo se convirtió la fe en un factor en la tradición de Jesús? La respuesta de Dunn es: desde los primeros momentos de su actuación Jesús, con su magnetismo, su carisma, sus exorcismos, sanaciones y su oratoria atrajo la atención de sus seguidores de modo que ya en vida de él, esos seguidores comenzaron a comentar y coleccionar sus dichos y hechos, tanto sus amigos, como Marta y María (Lc 10,38; Juan 11,5), como otros más cercanos. De modo que –concluye Dunn– la fe en Jesús no es un producto postpascual, nacido de la creencia en su resurrección, sino que hay mucho material de Jesús que fue recogido ya en vida de este. Por tanto no está condicionado por la creencia en un Cristo celestial.
 
Para acceder al Jesús histórico no hay que suprimir la fe los primeros cristianos, y plantear la investigación “como una lucha épica entre el Jesús histórico y el Cristo de la fe” (pp. 24-25) no tiene sentido alguno, como ha ocurrido en muy diversas etapas de la investigación. La fe en Jesús nace por el impacto de Jesús en sus seguidores durante toda su vida, y comienza mucho antes de su muerte. No hay contaminación de “fe cristiana” (aún no formada) en ese impacto.
 
Mis observaciones, a modo de respuesta a esta tesis son las siguientes:
 
1. La pretendida ignorancia puede darse en los autores que Dunn ha manejado, pero no en la investigación independiente, desde mitad del siglo XIX, y sobre todo desde principios del XX en la en lengua inglesa y francesa, sobre todo.
 
Naturalmente no toda la tradición de Jesús ha sido contaminada por la fe (que nace quizás entre los helenistas, pero cuyo representante principal y por escrito, es Pablo). Pero ese material son dichos y hechos que no afectan al sentido de la muerte vicaria de Jesús por el perdón de los pecados, ni a su glorificación a los cielos con todos los predicamentos del Cristo celestial.
Afirmo que todo lo posiblemente recogido en vida de Jesús sobre la ética y enseñanza de este nos lo dibuja como un maestro plenamente judío, como un fariseo ciertamente sui generis pero al fin y al cabo, fariseo. Nada hay especialísimo y original en su ética y en sus dichos, sino que ese material contiene rasgos del Jesús histórico como buen maestro de la Ley, radical, que pretende profundizarla e ir a lo esencial de ella para mejor cumplirla.
 
Una buena muestra de este impacto de Jesús se recogió en su región natal, Galilea, en donde pasó gran parte de su vida pública. Se trata de la colección de sentencias (menos dos relatos: las tentaciones y la curación del siervo del centurión) de Jesús, que fue hecha, sin duda en esa región y en la que no aparece para nada su muerte y su resurrección, ni hay rastros de fe alguna en sentido sobrenatural. A partir de la lectura este documento (reconstruido) da la impresión de que en su momento no existía una teología firme sobre la cruz, es decir, sobre el sentido de que el suplicio de la cruz fuera  parte notable e importante de un plan divino salvador de la humanidad entera, y de Jesús lo aceptara consciente y voluntariamente.
 
Los recuerdos de Jesús en esos momentos eran ciertamente fruto de conversaciones de sus amigos y conocidos, más o menos numerosos, sobre el impacto de su predicación, sobre sus dichos y sentencias, mas las acciones de sanación o exorcismo,… No hay nada más que meros recuerdos y comentarios elogiosos, ya que Jesús seguía vivo y a su lado. Y si lo único que hacían era recordar y comentar, probablemente no recogieron nada por escrito de tales dichos y acciones, entre otras razones porque el pueblo judío (según las últimas tendencias de la investigación) no estaba alfabetizado. Ni siquiera los varones y al 90%, como se ha afirmado siguiendo las exageraciones de Flavio Josefo, sino que los judíos de la época eran en su inmensa mayoría analfabetos funcionales. Es, pues, improbable que la tradición de Jesús en esos momentos fuera escrita. Ciertamente solo oral. No hay aquí apenas discusión alguna.
 
Esos recuerdos de Jesús y esa “fe” en Jesús que Dunn constata no pasan de ser el fruto del impacto de un maestro religioso plena y típicamente judío. Sin más. En este material no hay rasgos que promuevan disputa técnica alguna entre el Jesús histórico y el Cristo de la fe. Sinceramente, me parece que esta observación de Dunn sobre el impacto de Jesús en vida no conduce a nada práctico acerca de este dilema. Y en todo caso…, si algunos de sus seguidores empezaba a barruntar que Jesús, además de profeta, podría ser el mesías, la imagen de este mesías sería totalmente judía, como muestra la reprensión que, según Marcos, Jesús dirigió a Pedro por no interpretarlo como un mesías sufriente y aparentemente fracasado (Mc 8,32…) y como indica la afirmación sobre la figura de Jesús en Lc 24, 21 (“Nosotros esperábamos que Él era el que había de redimir a Israel”), y sobre su propósito en Hch 1,6 (“Entonces los que se habían reunido le preguntaron, diciendo: Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?”).
 
Sostengo que, cuando Dunn argumenta que este hecho significa una prueba general en contra de la tesis de que la tradición de Jesús está “toda ella contaminada” por la fe postpascual, no está probando nada, porque este material se refiere –como digo– a un Jesús judío, profeta y maestro, pero puramente judío. No hay en ese material fe sobrenatural alguna sobre su misión universal como mesías que trasciende los límites del judaísmo. Y a partir de esos relatos evangélicos, de dichos, sentencias y parábolas no construye la investigación independiente ningún judío idiosincrático a gusto de los “prejuicios del investigador” (pp. 41-43). En todo caso afirma que en la ética y enseñanza de Jesús no hay estrictamente idea novedosa alguna, ni siquiera en el amor a los enemigos (Levítico 19,18).
 
Afirmo que Dunn exagera cuando sostiene que la investigación “ha sido incapaz de reconocer que el impacto generador de fe que Jesús hizo en aquello a los que llamó al discipulado es el punto de partida, obvio y necesario, para intentar remontarnos hasta Jesús” (p. 45). Respondo: claro que lo reconoce…, pero hay que insistir una y otra vez en que lo único que se obtiene de esa “fe” es un Jesús histórico como un maestro de la ley y de la ética plenamente judíos… Por tanto lo que se obtiene tampoco interesa o impacta demasiado en un creyente actual, puesto la imagen es la de un Jesús judío y nada más. Nada que afecte a la fe en un Cristo celestial…, que es lo que importa de verdad al que reflexiona sobre su fe cristiana hoy.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
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Martes, 9 de Noviembre 2021
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Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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