CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero

Averiguar qué era el alma para los primeros cristianos es una labor que debe sumar esfuerzos: si lo que el judaísmo recibió de la religión cananea no es suficiente para comprender el cristianismo, buscar en las referencias culturales que influyeron en la religión de Jerusalén es inevitable. Por eso conviene revisar el mundo griego.

Hoy escribe: Eugenio Gómez Segura.


065. El alma (2): psyché en griego.
Agamenón en el Hades junto a otras sombras o almas de difuntos representados como sombras o siluetas. Tumba del Orco II, Tarquinia.

Cuando se trata de Homero, la primera referencia literaria europea, siempre salta la liebre. O por fuerza, o por belleza, o por inteligencia… En este caso por antropología. Para el poeta de Quíos el ser humano estaba compuesto por dos elementos muy curiosos: por un lado, una suerte de “esencia intelectual” anclada en las vísceras, asociada a los pulmones, el corazón, el diafragma. Llamada “thymós” (θυμός, que en el lenguaje médico nos ha legado el término “timo”, glándula situada bajo el esternón), esta esencia intelectual era una propiedad del adivino Tiresias una vez muerto. De hecho, era lo que lo diferenciaba del resto de seres del mundo subterráneo, incapaces ya de sentir como sentían y de vivir como vivían. Incluso otros héroes con esa capacidad adivinatoria post mortem también bajaron al Hades con las vísceras intactas (Anfiarao el más famoso, que fue venerado en un oráculo en la frontera este entre el Ática y Beocia).

Este thymós, la vaporosa respiración que permite llegue la información a los pulmones (el órgano sensitivo e intelectivo para Homero), estaba asociado a la sangre mediante el paso por el corazón, pero no era exactamente la palabra pyché, que después ha sido traducida por “alma”.

Para Homero y los petas antiguos, psyché (ψυχή, que da nuestra palabra psique y los compuestos relacionados con la psico-logía) era en realidad una palabra asociada a la cabeza como sede de la vitalidad en general, de la fuerza que impulsa a vivir. La cabeza era algo sagrado, aquello por lo que se jura o lo más valioso del ser vivo. Pero la realidad física de esa psyché es difícil de identificar, y quizá por eso los griegos homéricos desarrollaron la idea de que era la sombra de la persona (el arriba mencionado Tiresias era el único que no era una mera sombra en el Hades: “Tiresias el tebano, que guarda aún allí bien entera su mente, pues a él solo Perséfona ha dado entre todos los muertos sensatez y razón, y los otros son sombras que pasan” Od. X 492-95, traducción de J. M. Pabón).

Que la cabeza fuera la sede de la psyché explicaría el hecho de que mover la cabeza (asentir con ella) fuera la máxima garantía de seguridad cuando Zeus concedía algo a sus congéneres, y que la entrega de mechones de cabello fuera una costumbre funeraria que intentaría ofrecer algo de vida al difunto.

Por otra parte, es la referencia a la cabeza lo que permite entender que los difuntos fueran un eidolon, una imagen identificable en el Hades, pues esa sombra que, como un sueño, sería la psyché, había de presentarse durante las visiones nocturnas precisamente en o sobre la cabeza del durmiente.

Además, esa vida (psyché) era la fuerza viva que lleva a actuar. En consecuencia, morir se asociaba en esta palabra con la pérdida de energía, el aflojarse las rodillas, el colapso del cuerpo. Quizá eso explique que, al referirse Homero a la recuperación de un desmayo, el poeta diga que primero viene la conciencia y el respirar y después se recobre el cuerpo, la energía. Y hay que recordar que Aristóteles comentaba que los primeros filósofos consideraron que el movimiento era lo más cercano a la naturaleza del alma (psyché).
Pero la cuestión cambió con el tiempo, y las nociones de thymós y psyché convergieron hacia una misma cosa o idea (si se puede decir así). Parece que Alcmeón de Crotona (s VI a. C.) es el primero en relacionar el interior de la cabeza (encéfalo) con los sentidos y la percepción, una relación que él unía a las ideas previas de energía y vida que hemos visto y que se asociaban a la médula espinal y al semen como depositarios de la energía vital que se transmite en la generación.

A partir de ahí, la vida de la psyché cambió. Este cambio quizá se produjo también por influencia pitagórica, como se puede rastrear en lo que el poeta Píndaro escribió sobre la ninfa Cirene: ¡Cómo aguanta la pelea con intrépida cabeza una muchacha con un corazón por encima de la fatiga y cómo sus pulmones (ánimo) no se dejan azotar por la tormenta y el miedo! (Pítica IX 31-32, traducción de A. Bernabé). Cabeza, corazón, pulmones, la fisiología de la energía y la conciencia ya unificadas.

Esta evolución concluye con lo que podemos leer en Platón, para el cual el alma era una esencia divina de vida intelectual ajena al cuerpo, ligada a los dioses y aspirante al saber perfecto. El alma se desligaba del cuerpo al morir y se dirigía, si había hecho los deberes apropiadamente, hacia los dioses sempiternos para disfrutar de una vida postrera junto a las divinidades y otros mortales sabios y honrosos.

En su obra Fedón, Platón escribió (Fed. 64c-d):
- (Sócrates dice) ¿Creemos que es algo la muerte?
- Sin duda alguna – le replicó Simmias.
- ¿Y que no es otra cosa que la separación del alma del cuerpo? ¿Y que el estar muerto consiste en que el cuerpo, una vez separado del alma, queda a un lado solo en sí mismo, y el alma a otro, separada del cuerpo, y sola en sí misma?
 
Y un poco más tarde, tras asegurar que el cuerpo y los sentidos son un obstáculo para conocer la verdad de las cosas (Fed 66e):

“Entonces, según parece, tendremos aquello que deseamos y de lo que nos declaramos enamorados, la sabiduría; tan sólo entonces, una vez muertos, según indica el razonamiento, y no en vida. en efecto, si no es posible conocer nada de una manera pura juntamente con el cuerpo, una de dos; o es de todo punto imposible adquirir el saber, o sólo es posible cuando hayamos muerto, pues es entonces cuando el alma queda sola en sí misma, separada del cuerpo, y no antes. Y, mientras estemos con vida, más cerca estaremos del conocer, según parece, si en todo lo posible no tenemos trato ni comercio con el cuerpo, salvo en lo que sea de toda necesidad, no nos contaminamos de su naturaleza, manteniéndonos puro de su contacto hasta que la divinidad nos libre de él” (traducciones de Luis Gil Fernández).

Esto sí es muy cercano al cristianismo.
 
Saludos cordiales.
 
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Lunes, 22 de Noviembre 2021


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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