CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero

Notas

34votos

La figura de Juan Bautista resalta desde el comienzo de las biografías de Jesús: el primer evangelio comienza presentando a los dos personajes en una misma escena; Juan no falta en ningún evangelio; su muerte se narra en Marcos y Mateo y es implícita en Lucas. Pero el primer autor que tenemos, Pablo, jamás lo menciona en las cartas que actualmente tenemos de él.

Hoy escribe Eugenio Gómez Segura


Juan fue muy importante para el cristianismo de la segunda generación por varios motivos: en la Palestina romana se hablaba de él, era bastante conocido y se le asociaba a Jesús; esta asociación convertía al primero en maestro del segundo e incluso el rito que servía para reconocer a un pagano como integrante de la nueva fe, el bautismo, se atribuía a Juan. Pero la concepción de Jesús como hombre casi divino se veía implícitamente debilitada si verdaderamente fue bautizado. Juan es todo un personaje.

Flavio Josefo informa sobre Juan diciendo que “era un buen hombre que convocaba a los que cultivaban la virtud y se conducían con justicia entre ellos y con piedad respecto a Yahvé”. Esta frase indica que Juan buscó a judíos que se comportaban correctamente, fueran quienes fueran, insistiendo en las normas exactas del judaísmo más ortodoxo: Ley y culto a Yahvé. Es importante el matiz “entre ellos”, pues parece indicar que el Bautista acentuó un rasgo que ya aparecía en los profetas, por ejemplo Ezequiel, que en el libro que le se atribuye pedía acciones que merecen la máxima consideración y que no están contempladas explícitamente en la Ley: no oprimir a nadie, alimentar al hambriento, no ser usurero, evitar la injusticia (Ez 18, 5-9). O en Isaías: librar a los maltratados, acoger a los vagabundos, vestir a los desnudos, atender a los semejantes (Is 58, 6-7). En definitiva, una extensión de la Ley que concretaría el famoso Lv 19, 18: “no odiarás a los hijos de tu pueblo y amarás a tu vecino como a ti mismo”.

Esta mejora del cumplimiento de la Ley se denominaba zekhut y aparece, también a propósito de Juan, en Lc 3, 10-14:
Y le preguntaban las multitudes diciendo: “¿qué haremos entonces?” Como respuesta les decía: “El que tenga dos túnicas dé parte al que no tenga, y el que tenga alimentos, haga lo mismo”. Y fueron también unos publicanos a ser bautizados y le dijeron: “Maestro, ¿qué hemos de hacer?” Y él les dijo: “No reclaméis nada más que lo que se os tiene ordenado”. Y le preguntaban también unos que estaban en el ejército diciendo: “¿Qué hemos de hacer también nosotros?” Y les dijo: “No extorsionéis a nadie ni delatéis por dinero y bastaos con vuestras pagas”. El texto, además, abunda en la noticia de Josefo sobre la influencia del Bautista.

Es también relevante, aunque generalmente está mal explicada, la idea de cumplir con la Ley como forma de asegurarse la salvación. No había otra posibilidad para la persona que se consideraba judía que cumplir la Ley para alcanzar el beneplácito final el día del juicio. Ese día culminaría en una vista universal que examinaría el comportamiento de toda la humanidad. En esa vista se decidiría si una persona ha sido justa o no, es decir, si se ha comportado según la Ley mosaica o no, y si ha aumentado su buen comportamiento mediante el recurso al zekhut. El repaso terminaría con la absolución o condena de cada persona. Esa decisión es lo que se denomina en muchas traducciones “justificación”, lo cual conlleva en español actual un problema de significado. No se trata del habitual significado de “explicar un comportamiento” sino de sancionar a alguien como persona justa.

La palabra “justificar” está construida sobre el adjetivo “justo” y sobre el verbo “hacer” en una forma todavía cercana al latín facere. Tenemos este tipo de compuesto en panificadora, escenificar, amplificar, certificar, purificar, santificar, beatificar, etc. La palabra española es traducción de la griega dikaiódsein, con el mismo significado, basado en dikaiós, “justo”, y el sufijo -dsein que indica lo mismo que el latino-español -ificar. Pero, como ya he indicado, no se trata de justificar sino de considerar justo, por lo tanto, “absolver en un juicio”. Olvidando la raíz “justicia” y mirando más a los resultados del proceso podríamos usar los términos “absolución”, “exculpación”, “absuelto”, “exculpado” en lugar de “justificación” y “justificado”.

Como se puede advertir tras estos comentarios, sólo podemos ver aquí un ambiente judío ortodoxo. De hecho, ese ambiente es lo que permite identificar correctamente el significado de “arrepentirse”, que no es exactamente el que en español aplicamos. En hebreo el verbo tesuba se deriva de la idea de volver, sub, es decir, desandar un camino, en este caso religioso: quienes recorrieron el camino del mal pueden volver sobre sus pasos hacia el del bien.

Si se compara lo que nos ofrece Flavio Josefo con las fuentes cristianas se puede mejorar la imagen de Juan. Hay una serie de pasajes paralelos que son fundamentales para entender el personaje: Mt 3, 7-12; Mc 1, 7-8; Lc 3, 7-18. En los textos, con sus lógicas variaciones, se da el diálogo entre unos fariseos y Juan a propósito del bautismo, de la forma de seguir la Ley y del futuro cambio que se augura en Israel a cuenta del reino de Yahvé. Además, hay una idea muy importante en estos fragmentos: “ser hijo de Abraham no basta”. La frase concreta indicaría que no hay que fiarse de ser judío de raza si no se cumple correctamente la Ley. Pero, ¿por qué?

El núcleo de lo que podemos reconstruir como mensaje de Juan el Bautista sería lo siguiente: se avecina el final del tiempo que conocemos y Yahvé, el Señor como se le denomina en la tradición bíblica, volverá para arreglar las cosas. Esta venida será acompañada de un examen del comportamiento de cada individuo para reconocer si actúa bien o mal según los preceptos dados como Ley al pueblo judío. El tiempo, por tanto, se ha convertido en una línea que desemboca en un proceso judicial sancionador que conducirá a un reino de justicia, de justicia según la legislación anhelada. No se olvide este detalle porque toda la idea de justicia que se lee en Antiguo y Nuevo Testamento es la de la legislación divina, no una abstracción de tipo filosófico como “la belleza”, “el bien”, etc. Justicia para el pueblo de Yahvé es atenerse a la Ley de Yahvé. Injusticia es infringir esa ley, los 613 apartados de la Ley mejorados con el comportamiento que ya se ha visto como complementario, zekhut, que en ningún caso puede contradecir la Ley.

Una primera conclusión se deriva de este análisis: cualquier pretensión de convertir a Juan en un cristiano anticipado fracasa inmediatamente, pues no es posible escapar al marco del Antiguo Testamento y sus ansias más propias.  Y algo de esto debió notar el autor de Lucas cuando asoció la prisión de Juan al comienzo de la actividad pública de Jesús y además consideró que Antiguo Testamento debía considerarse hasta Juan (Lc 16, 16): “La Ley y los profetas, hasta Juan”.  El dicho también aparece en Mt 11, 11.

En efecto, la inspiración que Juan recibió del libro de Isaías, uno de los profetas mayores de la tradición judía, así lo confirma. Las palabras atribuidas a Juan en Mc 1, 3; Mt. 3, 3; Lc. 3, 4; Jn 1, 23, “voz que clama en el desierto, enderezad el camino del Señor”, están asociadas a Is 40, 3-5. El texto incorpora una palabra que, leída en el siglo XXI acaba por provocar cierto malentendido, “desierto”. Normalmente nosotros evocamos el Sáhara cuando la leemos, pero en griego no es esa precisamente la idea. Está más cerca de la expresión “el pueblo estaba desierto”, es decir, no había gente donde debería haber gente. En griego, éremos, traducido generalmente como desierto, nos legó las palabras eremita y ermita, que no coinciden con el Sáhara sino con un despoblado, un lugar sin gente. Es decir, Isaías, y Juan y Jesús, buscaron al pueblo de Abraham pero no encontraron a nadie pese a que había gente. Quien busca al pueblo de Yahvé pide que los descarriados habitantes de las poblaciones donde debería habitar el buen judaísmo enderecen su comportamiento para atenerse a la Ley y ser realmente pueblo de Yahvé.

El caso es que al unir esa noticia con lo que expone Flavio Josefo se crea un conjunto muy interesante. Flavio Josefo explicó: “Y cuando otros judíos se reunieron (pues estaban realmente interesados en oír sus enseñanzas), Herodes, temeroso de que semejante influencia sobre la gente pudiera llevar a alguna sublevación (porque parecía que actuaban en todo según su consejo) …” Y verdaderamente queda un poco confuso para el lector moderno por qué un gobernante habría de preocuparse por alguien que recomienda comportarse respecto a la Ley. Evidentemente esto ocurrió porque esa Ley y los intereses de Herodes Antipas no coincidían, es decir, Herodes Antipas estaba incómodo si la Ley se aplicaba. El supuesto principal de esta hipótesis es que en la Ley habría algún aspecto que molestara. En efecto, ese aspecto existió y llevó a dos guerras entre el pueblo hebreo y Roma porque la Ley exige que ningún otro dominio haya sobre Israel salvo su dios único. Herodes Antipas tenía las de perder en ese caso.

Para que ese cambio se realizara, en Israel se conjeturaba, o más bien se esperaba, que Yahvé enviara avisos y, al menos tan importante como éstos, que el pueblo se volviera a los caminos de la Ley. Además, se entendía que un último eslabón ejecutaría las últimas órdenes: se trataría de un Ungido, es decir, un varón que, metafóricamente impregnado de aceite sagrado (Éx 30, 22-33), convertido por tanto en rey de Israel según la tradición bíblica, liderara a quienes respondieran a los avisos comportándose conforme a derecho. En palabras del profeta Malaquías (Ml 3, 1-2): “He aquí que yo envío a mi mensajero a allanar el camino delante de mí, y enseguida vendrá a su templo el Señor a quien vosotros buscáis; y el Ángel de la alianza, que vosotros deseáis, he aquí que viene, dice Yahvé Sebaot. ¿Quién podrá soportar el Día de su venida? ¿Quién se tendrá en pie cuando aparezca?” Y, mientras tanto, avisa el texto de Malaquías:

Pues he aquí que viene el Día, abrasador como un horno; todos los arrogantes y los que cometen impiedad serán como paja; y los consumirá el Día que viene, dice Yahvé Sebaot, hasta no dejarles raíz ni rama. Pero para vosotros, los que teméis mi Nombre, brillará el sol de justicia con la salud en sus rayos, y saldréis brincando como becerros bien cebados fuera del establo. Y pisotearéis a los impíos, porque serán ellos ceniza bajo la planta de vuestros pies, el día que yo preparo, dice Yahvé Sebaot. Acordaos de la Ley de Moisés, mi siervo, a quien yo prescribí en el Horeb preceptos y normas para todo Israel. He aquí que yo os envío al profeta Elías antes que llegue el Día de Yahvé, grande y terrible. El hará volver el corazón de los padres a los hijos, y el corazón de los hijos a los padres; no sea que venga yo a herir la tierra de anatema (Ml 3, 19-24).

Éste es el contexto que permite aclarar las siguientes palabras atribuidas al Bautista: “el que viene detrás de mí, más fuerte…” Juan debió referirse a esa figura que decidiría la situación a favor del reino de Israel centrado en el culto a Yahvé. Juan debió considerarse integrante del proceso definitivo.

En resumen, parece acertado pensar que Juan el Bautista fue una de esas personas que recorrieron la Palestina romana en el siglo I, en concreto Galilea, comunicando su punto de vista sobre el pueblo de Yahvé, la Ley, la situación religiosa general (con los extremos políticos que ésta conllevaba)... Es decir: fue maestro si no profeta. Por otra parte, parece que creó un grupo a su alrededor, además de despertar conciencias. Que caló muy hondo lo demuestran, por un lado, la importancia y estima que le confiere Flavio Josefo (a diferencia de otros personajes de la época que incluyó en sus libros, por ejemplo Jesús, a quien, según A. Piñero, Josefo incluyó en una lista de gentes que arruinaron la vida en Judea (Antigüedades XVIII 63-64). Por otro, que Jesús mismo se sometiera a él para comenzar su labor (con la molestia que para los cristianos significó que el Mesías fuera bautizado, porque, si lo fue, según la teoría cristiana debía estar sometido a pecado, lo cual es una contradicción).
 
Extracto de mi libro Jesús de Galilea: una reconstrucción arqueológica, Amazon.

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Martes, 25 de Febrero 2025

Si la anécdota de Jesús discutiendo con los sabios en el templo pude interpretarse como estilísticamente helena más que histórica, es lícito preguntarse qué sabía Jesús, qué formación real tenía. La Historia y la Arqueología pueden ayudarnos.

Hoy escribe Eugenio Gómez Segura


Para entender el carácter de Jesús y entender sus años ocultos se acude tradicionalmente a la anécdota que lo presenta argumentando en el templo con los expertos en la Ley, pero esa no es una anécdota histórica. Sin embargo, el tema de su formación y el de la maestría que alcanzara gracias a ella tienen una gran importancia para el investigador, pues de ahí se derivará tanto su encuadre dentro del judaísmo como lo que pudo predicar. Curiosamente, tampoco recoge Pablo en sus cartas esa competencia en materia de la Ley, como si ese tema no fuera importante para su idea de Jesús, máxime cuando habría sido un auténtico argumento de autoridad con ocasión de la redacción de Romanos, que tan profundamente trata el tema. Esto podría ser indicio de que Jesús y él opinaron de distinta manera sobre ese tema.

Así pues, para poder alcanzar alguna conclusión sobre la formación que recibió Jesús es necesario conocer el ambiente general de Galilea y Judea. Los datos no faltan, de modo que no será tan difícil compararlos con lo que se lee en los cuatro evangelios.

 
Para empezar, y asumiendo que Jesús fuera el primogénito de su familia, la tradición hebrea indica que debió ser instruido por su padre José en cuanto a leer y escribir, pues hay varias sentencias en este sentido y los testimonios antiguos afirman tal obligación para el padre de familia. En su obra Contra Apión (2, 204) escribe Flavio Josefo, quizá exagerando un poco: «y (la Ley) ordenó que se aprendiera de niño a leer lo relativo a las leyes y se conociera las hazañas de los antepasados; estas para imitarlas, las otras para que con ellas educados ni las quebranten ni tengan la excusa de ignorarlas». Un poco antes incluso apunta (2, 178): «a cualquiera de nosotros podría preguntar quienquiera por las leyes, y las recitaría más fácilmente que su propio nombre. A raíz de que desde la primera muestra de inteligencia las aprendemos, las tenemos como grabadas en nuestras almas».

Esta costumbre hubo de conjugar dos posibilidades: el aprendizaje familiar y el estudio y comentario en las sinagogas.
Además, sobre la lectura y escritura en época de Jesús es conveniente tener en cuenta algunos datos arqueológicos de gran interés. Por ejemplo, en Qumrán, entre los manuscritos que han dado fama al yacimiento, aparecieron algunos sumamente valiosos para este tema: cartas escritas por Simón Bar-Kokhba, caudillo de la segunda revuelta contra Roma, también algunas dirigidas a él. Incluso apareció un archivo personal de una mujer llamada Babatha, escrito en griego y arameo, con notas sobre propiedades, deudas, sentencias de divorcio, datado todo ello hacia el año 50.

También es interesante un acta de deuda fechada en 55-56, quizá ejemplo material de Lc 16, 6-7: «Y tras hacer llamar a cada uno de los deudores de su señor le decía al primero: ¿cuánto debes a mi señor? Él dijo: cien batos de aceite. Él le dijo: coge tus documentos y siéntate y escribe rápidamente cincuenta. A continuación, dijo a otro: ¿y tú cuánto debes? Él dijo: cien cores de trigo. Le dice: coge tus documentos y escribe ochenta».

Por otra parte, el uso de la escritura apunta a cierta extensión: se utilizaba para distinguir los osarios dentro de las tumbas mediante nombre propio; había inscripciones en el templo de Jerusalén; se utilizaban trozos de cerámica rota para entregar notas, fragmentos que, en las excavaciones, han aparecido en enormes cantidades incluso tirados por las calles. En Masada, por ejemplo, han aparecido estos fragmentos (técnicamente llamados óstraka) con nombres propios. Se interpretan como cupones para la entrega de comida durante el asedio romano.

Como puede verse, la posibilidad de que Jesús supiera leer y escribir es alta. Pero realmente no es fácil saber cómo debemos valorar esta posibilidad. Sobre este asunto la investigación moderna se centra en tres pasajes de los evangelios: Lc 4, 16-30 lo presenta leyendo los rollos de la Ley en la sinagoga, aunque el paralelo Mc 6, 1-6 no incluye el hecho de leer; en Jn 8,6, aparece garabateando sobre la arena; y Jn 7, 15, frente a los anteriores, indicaría que no tenía formación superior pero sí sabría leer.

Si se comparan estos tres textos con lo que se sabe sobre la educación y la alfabetización en la Judea de la época, la pintura que podemos ver es la siguiente: en Galilea no había escuelas básicas; una familia común no podría dedicar el tiempo y el dinero a la educación de un niño privándose de su fuerza de trabajo, incluso algunos cálculos hablan de tres o cuatro años para leer y escribir correctamente en aquella época (Piénsese que en España durante el siglo pasado muchos reclutas de reemplazo que provenían del campo a duras penas podían leer su nombre y se alfabetizaban mínimamente en el ejército). Así que cabe pensar que Jesús podría elaborar esas notas fáciles, listas de artículos o facturas pequeñas. La pista podría estar en que el fragmento de Lucas sobre la lectura en la sinagoga más encaja en lo que el autor quería mostrar sobre la importancia y habilidades de Jesús que en lo históricamente probable para la época. De esta forma, Jn 7, 15 no necesitaría retoque alguno para ser comprendido, pues dice expresamente: «En respuesta se sorprendían los judíos diciendo: "¿Cómo es que éste sabe letras si no ha sido enseñado?"» Leer se referiría al acto de interpretar un texto complejo mediante lectura, un paso muy lejano para quien sólo pudiera interpretar nombres y frases sencillas. El “no haber sido enseñado” sería precisamente esa enseñanza superior que Jesús no habría adquirido.

Otra cosa es decidir qué sabría un muchacho como él, qué formación habría recibido. Como ya expliqué en el post anterior (102), de ninguna manera se puede aceptar la anécdota relatada en Lucas sobre la admiración que habría causado entre los escribas del templo. Sí se reconoce habitualmente que cualquier persona habría aprendido memorísticamente fragmentos de la Ley y los Profetas, principalmente en casa, y que la escucha atenta de los servicios de la sinagoga bastaría para conferir la cultura religiosa más importante de su época. En contra de esta idea se suele aducir una supuesta extensión de las escuelas asociadas a sinagogas, pero los ejemplos que se citan, Gamla y Masada, no están en absoluto claros desde un punto de vista arqueológico.

Por otra parte, los fragmentos de Filón y Flavio Josefo citados a propósito de la lectura en casa son leídos en la actualidad con mucha cautela, pues ambos están en obras de muy fuerte carácter defensivo y propagandístico. Flavio Josefo, por ejemplo, aduce que las familias judías aprendían la Ley sin diversidad interpretativa, y la verdad es que eso parece chocar con la realidad del judaísmo de la época, con sus muchas escuelas de exégesis de la Ley.

Fijémonos, además, en este pasaje de 4 Macabeos:

4 Mac 18, 10-19: Cuando aún estaba con nosotros, os enseñó la ley y los profetas. Nos leía la historia de Abel, asesinado por Caín; la de Isaac, ofrecido en holocausto; la de José, Nos hablaba del celoso Pinjás; os enseñaba la historia de Ananías, Azarías y Misael en el fuego. Alababa a Daniel, arrojado al foso de los leones, y lo declaraba bienaventurado. Os recordaba el pasaje de Isaías, que dice: «Aunque camines por el fuego, la llama no te quemará». Nos cantaba el himno del salmista David: «Muchas son las tribulaciones de los justos». Nos citaba aquel proverbio de Salomón: «Es un árbol de vida para todos los que cumplen su voluntad». Insistía en las palabras de Ezequiel: «¿Revivirán estos huesos secos?». No olvidaba el canto de Moisés que dice: «Haré morir y daré vida. Esa es vuestra vida y la duración de vuestros días». Traducción de M. López Salva, Apócrifos del A. T., vol. 3, Ediciones Cristiandad.

A la vista de los datos previos y de otros de la historia judía más cercana a Jesús la formación que tendría un muchacho como él incluiría el conocimiento de la Ley, los profetas y los libros sapienciales, textos parcial o mayoritariamente memorizados por oírlos; leer y con casi toda probabilidad escribir dependería de la ocupación familiar, pues el campesinado no requiere la misma formación que los oficios. Esto supone en primer lugar hablar en arameo y en hebreo (quizá bíblico, quizá el hebreo vulgar que aún seguía hablándose en algunas zonas de Judea y Galilea) y, teniendo en cuenta la importancia de Séforis con su ambiente grecorromano, hablaría e incluso podría leer algo de griego. No ha de extrañar este dato, pues su oficio artesano hubo de llevarlo a trabajar en Séforis y usar cuentas con sus clientes griegos (recuérdese la aparición de óstraka en las excavaciones con este tipo de información).

En definitiva, parece que en Jn 7, 15, «¿cómo es que éste sabe letras si no ha sido enseñado?», «no ha sido enseñado» ha de entenderse en el sentido de ser instruido en una educación superior.
 
Extracto de mi libro Jesús de Galilea: una reconstrucción arqueológica, Amazon.

Enlace a la entrevista que me hicieron en Imagen por la Historia sobre Jesús de Galilea.
 
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Martes, 18 de Febrero 2025

Para comprender la información que hemos recibido sobre Jesús de Galilea es necesario atender al origen de los textos que nos describen su vida: textos de raigambre judía escritos para hablantes griegos. Estas dos vías culturales influyeron, quizá no por igual pero sí definitivamente, en cuanto sabemos sobre el de Galilea.

Hoy escribe Eugenio Gómez Segura.


Al estudiar, en la medida de nuestras posibilidades, la vida de Jesús de Galilea, es necesario enfrentarse a un hecho fenómeno cultural: su vida nos llega mediante textos, textos escritos en griego sobre un personaje cuyos origen y religión estaban en Judea. Es decir, debemos entender que los datos biográficos judíos en buena medida fueron transferidos a una cultura diferente. Se puede comprobar este trasvase al estudiar la presentación de Jesús como héroe de dos culturas: la hebrea y la clásica.

En ambos mundos (como en el nuestro) se intentaba recrear popularmente la vida de sus personajes ilustres según las características propias de cada uno. Así, ha de resultar  lógico buscar en la Biblia hebrea y Septuaginta profecías, avisos, explicaciones inadvertidas a pasajes oscuros u olvidados, en el caso que nos ocupa, siempre desde el punto de vista de los seguidores de Jesús. Esta forma de pensar se manifiesta claramente en los datos biográficos del nacimiento y la infancia, y es indispensable para entender cómo fue fraguándose su caracterización como héroe. De hecho, la comparación entre algunos personajes bíblicos y Jesús es fácil y revela los esfuerzos por circunscribir su figura en la tradición judía. Los datos básicos de esa comparación entre lo que los evangelios dicen de Jesús y la Biblia son: anuncio del nacimiento (que además será milagroso), exigencia de confianza en Yahvé, dificultades de supervivencia forzadas por actores políticos. Tres casos son ejemplo de esta tendencia: Isaac, José y Moisés.

Isaac (Gn 20-22) fue el hijo esperado y gestado milagrosamente por Sara, casada con Abraham. Mujer estéril y ya muy mayor, concibió de resultas de una promesa de Yahvé. También Sansón nació contra pronóstico de mujer estéril y fue salvador de los judíos. Por tanto, nacer de forma milagrosa ya era atributo de dos grnades personajes de la tradición hebrea.

Por otro lado, viajar en aquellos tiempos siendo niño era sumamente peligroso. José (Gn 37-45) era hijo de Jacob y Raquel, y uno de los doce patriarcas de las tribus de Israel. Debido a la envidia que suscitó entre sus hermanos huyó a Egipto, donde acabó siendo consejero del faraón. Tras muchos años volvió de allí reconocido por su padre y superada la envidia de sus hermanos. De Jesús se dice en Mateo (Mt 2, 13-15):

Tras marcharse ellos, he aquí que un ángel del Señor se aparece en un sueño a José para decir: “Al despertarte coge al niño y a su madre y huye a Egipto, y permanece allí hasta que te diga; pues Herodes va a buscar al niño para matarlo”. Él se despertó y tomó al niño y a su madre de noche y se marchó a Egipto, y permaneció allí hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliera lo dicho por el Señor por medio de su profeta cuando decía: De Egipto llamé a mi hijo.

De hecho, las últimas palabras del pasaje son cita de Os 11,1. Esta simple referencia es una muestra de la costumbre ya mencionada de buscar referencias para caracterizar a los personajes importantes.

Moisés (Éx 1-2) moldeó igualmente a Jesús. Como Jesús, Moisés sobrevivió a una matanza de recién nacidos que promulgó un faraón anónimo; Moisés, además, fue recordado como el gran legislador y el hombre que devolvió a su pueblo a la tierra prometida.

Estos detalles plantean la posibilidad de que las narraciones insertas en Mateo y Lucas no sean otra cosa que anécdotas de claro sabor bíblico utilizadas para adornar o urdir la desconocida infancia de Jesús. Si a esto unimos los oscuros datos sobre Belén o Nazaret y la fecha dispar del nacimiento, o la divergencia en cuanto a genealogías, la conclusión es que, ya para la segunda generación de seguidores de Jesús, y quizá especialmente para la parte griega, hubo un vacío de información que era imprescindible completar. Pero no como fuera, sino según las ideas de cada escritor.

De hecho, la labor se llevó a cabo según las dos tendencias ya mencionadas, que no se excluyeron:
 
  1. la primera es hebrea: buscar en la Biblia antecedentes que sirvieran para entender a Jesús dentro de esa religión;
  2. la segunda es helenística: apuntar en el recién nacido y su infancia detalles que serán característicos durante la madurez del personaje.

Una pista de que este segundo procedimiento es ajeno a la tradición judía es que en ningún caso se habla en la Biblia de una peripecia que dé pistas sobre la personalidad y futuras hazañas del protagonista de un relato a tan temprana edad. Es posible que esto fuera así porque la cultura judía definía claramente la edad a la que un varón sería considerado integrante pleno de la sociedad, veinte años, con los derechos y deberes bien especificados. No había opción para un adolescente.

Observemos que Mateo se inicia con la declaración de nacimiento excepcional de una virgen anticipado por Is 7, 14; continúa con la fantasiosa presencia de los reyes de Oriente, que permite incluir la persecución de los niños inocentes y la huida a Egipto, esto refrendado a su vez por una cita de Génesis (Gn 35, 19). Esta tendencia asemeja al protagonista con los grandes personajes de la historia sagrada según un detenido estudio de las cualidades que se quería resaltar de su vida en este mundo.

En cuanto a la elección del modelo biográfico de estilo griego, esta tendencia llevó a incluir detalles de la infancia que demostraran el dicho castellano “genio y figura hasta la sepultura”, en concreto la escena en que Jesús, con pocos años, era capaz de asombrar a los ancianos cuando discutía con ellos en el templo. El ejemplo típico de este proceder es la narración que Heródoto (1, 114-115) ofrece sobre la vida de Ciro el grande, fundador del imperio persa. Cuando era un niño, Ciro destacaba siempre entre sus compañeros de juegos porque, cuando jugaban “a las guerras” Ciro destacaba como organizador o jefe de su bando, incluso por encima de niños aristócratas a las que se hubiera atribuido plenamente esa capacidad como innata. Jesús discutiendo en el templo y venciendo a los mayores es una anécdota en este sentido griego de la biografía de grandes personajes.
 
Extracto de mi libro Jesús de Galilea: una reconstrucción arqueológica, Amazon.

Una entrevista que Alonso Naranjo me hizo a propósito del libro en su canal Indagando en la Biblia.
 
Saludos cordiales.
 
 
[[1]]url:#_ftnref1 Gn 37-45.
Martes, 11 de Febrero 2025

Frente a la opinión común sobre el origen nazareno de Jesús y su adscripción a la casa de David, se puede postular que ni una ni otra cosa son históricamente comprobables.

Hoy escribe: Eugenio Gómez Segura


            El nacimiento de Jesús plantea numerosos problemas. Simplemente averiguar si nació en Nazaret, y de ahí el gentilicio que le daría apellido, o en Belén, según la tradición de la casa de David, o en ninguna de esas localidades abre un debate que puede caracterizar el resto de investigaciones sobre el personaje. En realidad, una lectura atenta de las fuentes a nuestra disposición resulta muy decepcionante porque en ellas no hay en absoluto claridad al respecto. Esto dirige el pensamiento crítico hacia la búsqueda de estratos en la tradición que tenemos a mano.

Es sumamente extraño que Pablo de Tarso, primer autor cronológico de la colección Nuevo Testamento, no mencionara en ninguna de sus cartas consideradas auténticas ni el lugar de nacimiento ni la divina concepción de Jesús. Aunque en general Pablo informa raquíticamente sobre él, es chocante que en sus discusiones epistolares a propósito de cuán judíos eran él mismo y su modelo desatendiera un dato de tanta importancia como un origen en la davídica Belén y, respecto a la trascendencia del personaje, olvidara su milagroso nacimiento de una virgen. Estos datos podrían haber apuntalado muy bien sus argumentaciones, especialmente en Romanos. Además, estos dos vacíos en la pobre biografía de Jesús que presenta Pablo chocan con la clara e inequívoca mención de un hermano de Jesús, Jacob (Gál 1, 19), cuando le hizo falta.

Este Jacob es el conocido en la tradición española como Santiago, cuya etimología aclara la cuestión: Sanct-Jacob, pronunciado «sanct-iacob». Los nombres Jacobo, Yago, Yagoba, derivan directamente del hebreo Jacob, nombre, además, muy anclado en la tradición de los fundadores del pueblo judío (Gn 25-37): nieto de Abraham e hijo de Isaac, fue quien recibió el sobrenombre de Israel y lo legó al pueblo de Yahvé, además de recibir la primera admonición para dejar de venerar al resto de divinidades (Gn 35, 2). De hecho todos los nombres de los hermanos varones de Jesús (y él mismo) resuenan con matices histórico teológico hebraicos: Mc 6, 3 menciona a Jacob junto a José, Judas y Simón. También se menciona a Jacob (sin referencia a la filiación con Jesús) en 1Cor 15, 8.

Volviendo a Jesús, cabe entonces preguntarse de dónde procede la tradición sobre Belén, que choca con el cartel de la crucifixión, Jesús Nazoreo, Rey de los judíos. La pista parece ser un pasaje, Rom 1, 3, en que Pablo dice expresamente «nacido de la estirpe de David según la carne», noticia que él debió recibir al indagar sobre Jesús. Tendríamos entonces un dato ya comentado por la primera generación de seguidores del Galileo. Otra cosa es que el dato sea correcto. Hay posibilidades de que lo sea, pues el orgullo por la genealogía propia, la pertenencia a una de las tribus míticas de Israel o a una casa concreta, en este caso la del antiguo y heroizado rey David, no resulta una incongruencia a la vista de lo que ocurrió entre quienes fueron exiliados a Babilonia en el siglo VI antes de nuestra era: los judíos que allí fueron deportados tuvieron que recordar su historia nacional y personal para poder volver a su país algún día (como así ocurrió). Gracias a este recurso pudieron sentirse unidos a la madre patria y, además, reclamar legítimamente sus tierras y bienes a la vuelta. Era, pues, frecuente en la tradición judía incorporar y ofrecer datos sobre la escrupulosa pertenencia a las tribus y casas del pueblo de Yahvé (Pablo así lo hizo en Flp 3, 5).

Pero esto también pudo llevar a construir un relato sobre Jesús que se adaptara a la tradición hebrea que detallaba un mesías de esta dinastía nacido en Belén. Es más, dicha circunstancia no sólo resultaría adecuada a la tradición; también engrandecería al personaje al aportar el prestigio requerido a su condición. De manera que también se piensa que, una vez muerto, se asociara a Jesús con David de resultas de su título.

Las dudas se confirman al comprobar que entre los primeros cristianos no sería unánime la idea de que Jesús perteneciera a la casa de David. Un texto de Juan plantea cuestiones importantes:
Como respuesta se dirigió de nuevo Jesús a ellos diciendo: “Yo soy la luz del mundo; el que me siga jamás andará en la oscuridad, sino que llegará a la luz de la vida”. En respuesta le dijeron los fariseos: “Tú das testimonio de ti mismo; tu testimonio no es verdadero”. Respondió Jesús y les dijo: “Aunque yo dé testimonio de mí mismo, mi testimonio es cierto, porque sé de dónde vine y adónde voy; pero vosotros no sabéis de dónde vengo ni adónde voy. Vosotros juzgáis según la carne, yo no juzgo a nadie. Y si yo juzgo, mi sentencia es verdadera, porque no soy yo solo, sino yo y mi Padre que me envía. También en vuestra Ley está escrito que el testimonio de dos hombres es cierto. Yo soy el que da testimonio de mí y da testimonio de mí el Padre que me envía”. Por su parte le decían: “¿Dónde está tu Padre?". Respondió Jesús: “ni a mí me conocéis ni a mi Padre; si me conocierais, también conoceríais a mi Padre” (Jn 8, 12-14)».

Si el autor de Juan creyera que Jesús perteneció a la casa de David, habría sido éste un momento más que oportuno para manifestarlo, pero no lo hace. De aquí se deduce que hubo un grupo de cristianos, para los que se escribió este evangelio, que no tenía necesidad de considerar a Jesús como vástago davídico.

De hecho, el pasaje se asocia con otro más, igualmente problemático. En Jn 7, 42 el autor presenta a una multitud, que había escuchado a Jesús, entre la cual había quienes dudaban de su calidad de Mesías diciendo: «¿No dijo la Escritura que de la descendencia de David y de la aldea de Belén, de donde venía David, viene el Cristo?» Como esas palabras son una crítica, de ellas parece deducirse que no era de Belén ni de la casa de David, atendiendo a que Jesús era un galileo y este hecho eliminaba la genealogía davídica.

Dicho esto, aún es preciso determinar si realmente Nazareno es un gentilicio apropiado, porque hay problemas etimológicos: Nazareno es una forma que no se corresponde con lo que sería el griego debido, pues de Nazaret derivaría «Nazaretano». De hecho, lo más usado en el Nuevo Testamento es Jesús el Nazoreo, que parece una confusión de hablantes o escritores griegos, ya que no hay derivación fácil del arameo o hebreo. Si tal derivación se diera, vendría de dos posibilidades: de nazir, «el consagrado» a Yahvé; o de nétzer, «el vástago», se entiende de David. La cuestión sigue debatida.

Lo más probable es que a Jesús se le denominara, con términos propiamente hebreos o arameos, de dos maneras sorprendentes para el mundo cristiano: Joshuah ben Josef, Josué hijo de José, por un lado, o Josué el Galileo por otro (Jesús es la versión griega de Josué).

Extracto de mi obra Jesús de Galilea: una reconstrucción arqueológica, Amazon

 Una entrevista que me realizó Norma Lilia sobre este libro.

Saludos cordiales.
 
Martes, 4 de Febrero 2025


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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