CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero

Frente a la opinión común sobre el origen nazareno de Jesús y su adscripción a la casa de David, se puede postular que ni una ni otra cosa son históricamente comprobables.

Hoy escribe: Eugenio Gómez Segura


            El nacimiento de Jesús plantea numerosos problemas. Simplemente averiguar si nació en Nazaret, y de ahí el gentilicio que le daría apellido, o en Belén, según la tradición de la casa de David, o en ninguna de esas localidades abre un debate que puede caracterizar el resto de investigaciones sobre el personaje. En realidad, una lectura atenta de las fuentes a nuestra disposición resulta muy decepcionante porque en ellas no hay en absoluto claridad al respecto. Esto dirige el pensamiento crítico hacia la búsqueda de estratos en la tradición que tenemos a mano.

Es sumamente extraño que Pablo de Tarso, primer autor cronológico de la colección Nuevo Testamento, no mencionara en ninguna de sus cartas consideradas auténticas ni el lugar de nacimiento ni la divina concepción de Jesús. Aunque en general Pablo informa raquíticamente sobre él, es chocante que en sus discusiones epistolares a propósito de cuán judíos eran él mismo y su modelo desatendiera un dato de tanta importancia como un origen en la davídica Belén y, respecto a la trascendencia del personaje, olvidara su milagroso nacimiento de una virgen. Estos datos podrían haber apuntalado muy bien sus argumentaciones, especialmente en Romanos. Además, estos dos vacíos en la pobre biografía de Jesús que presenta Pablo chocan con la clara e inequívoca mención de un hermano de Jesús, Jacob (Gál 1, 19), cuando le hizo falta.

Este Jacob es el conocido en la tradición española como Santiago, cuya etimología aclara la cuestión: Sanct-Jacob, pronunciado «sanct-iacob». Los nombres Jacobo, Yago, Yagoba, derivan directamente del hebreo Jacob, nombre, además, muy anclado en la tradición de los fundadores del pueblo judío (Gn 25-37): nieto de Abraham e hijo de Isaac, fue quien recibió el sobrenombre de Israel y lo legó al pueblo de Yahvé, además de recibir la primera admonición para dejar de venerar al resto de divinidades (Gn 35, 2). De hecho todos los nombres de los hermanos varones de Jesús (y él mismo) resuenan con matices histórico teológico hebraicos: Mc 6, 3 menciona a Jacob junto a José, Judas y Simón. También se menciona a Jacob (sin referencia a la filiación con Jesús) en 1Cor 15, 8.

Volviendo a Jesús, cabe entonces preguntarse de dónde procede la tradición sobre Belén, que choca con el cartel de la crucifixión, Jesús Nazoreo, Rey de los judíos. La pista parece ser un pasaje, Rom 1, 3, en que Pablo dice expresamente «nacido de la estirpe de David según la carne», noticia que él debió recibir al indagar sobre Jesús. Tendríamos entonces un dato ya comentado por la primera generación de seguidores del Galileo. Otra cosa es que el dato sea correcto. Hay posibilidades de que lo sea, pues el orgullo por la genealogía propia, la pertenencia a una de las tribus míticas de Israel o a una casa concreta, en este caso la del antiguo y heroizado rey David, no resulta una incongruencia a la vista de lo que ocurrió entre quienes fueron exiliados a Babilonia en el siglo VI antes de nuestra era: los judíos que allí fueron deportados tuvieron que recordar su historia nacional y personal para poder volver a su país algún día (como así ocurrió). Gracias a este recurso pudieron sentirse unidos a la madre patria y, además, reclamar legítimamente sus tierras y bienes a la vuelta. Era, pues, frecuente en la tradición judía incorporar y ofrecer datos sobre la escrupulosa pertenencia a las tribus y casas del pueblo de Yahvé (Pablo así lo hizo en Flp 3, 5).

Pero esto también pudo llevar a construir un relato sobre Jesús que se adaptara a la tradición hebrea que detallaba un mesías de esta dinastía nacido en Belén. Es más, dicha circunstancia no sólo resultaría adecuada a la tradición; también engrandecería al personaje al aportar el prestigio requerido a su condición. De manera que también se piensa que, una vez muerto, se asociara a Jesús con David de resultas de su título.

Las dudas se confirman al comprobar que entre los primeros cristianos no sería unánime la idea de que Jesús perteneciera a la casa de David. Un texto de Juan plantea cuestiones importantes:
Como respuesta se dirigió de nuevo Jesús a ellos diciendo: “Yo soy la luz del mundo; el que me siga jamás andará en la oscuridad, sino que llegará a la luz de la vida”. En respuesta le dijeron los fariseos: “Tú das testimonio de ti mismo; tu testimonio no es verdadero”. Respondió Jesús y les dijo: “Aunque yo dé testimonio de mí mismo, mi testimonio es cierto, porque sé de dónde vine y adónde voy; pero vosotros no sabéis de dónde vengo ni adónde voy. Vosotros juzgáis según la carne, yo no juzgo a nadie. Y si yo juzgo, mi sentencia es verdadera, porque no soy yo solo, sino yo y mi Padre que me envía. También en vuestra Ley está escrito que el testimonio de dos hombres es cierto. Yo soy el que da testimonio de mí y da testimonio de mí el Padre que me envía”. Por su parte le decían: “¿Dónde está tu Padre?". Respondió Jesús: “ni a mí me conocéis ni a mi Padre; si me conocierais, también conoceríais a mi Padre” (Jn 8, 12-14)».

Si el autor de Juan creyera que Jesús perteneció a la casa de David, habría sido éste un momento más que oportuno para manifestarlo, pero no lo hace. De aquí se deduce que hubo un grupo de cristianos, para los que se escribió este evangelio, que no tenía necesidad de considerar a Jesús como vástago davídico.

De hecho, el pasaje se asocia con otro más, igualmente problemático. En Jn 7, 42 el autor presenta a una multitud, que había escuchado a Jesús, entre la cual había quienes dudaban de su calidad de Mesías diciendo: «¿No dijo la Escritura que de la descendencia de David y de la aldea de Belén, de donde venía David, viene el Cristo?» Como esas palabras son una crítica, de ellas parece deducirse que no era de Belén ni de la casa de David, atendiendo a que Jesús era un galileo y este hecho eliminaba la genealogía davídica.

Dicho esto, aún es preciso determinar si realmente Nazareno es un gentilicio apropiado, porque hay problemas etimológicos: Nazareno es una forma que no se corresponde con lo que sería el griego debido, pues de Nazaret derivaría «Nazaretano». De hecho, lo más usado en el Nuevo Testamento es Jesús el Nazoreo, que parece una confusión de hablantes o escritores griegos, ya que no hay derivación fácil del arameo o hebreo. Si tal derivación se diera, vendría de dos posibilidades: de nazir, «el consagrado» a Yahvé; o de nétzer, «el vástago», se entiende de David. La cuestión sigue debatida.

Lo más probable es que a Jesús se le denominara, con términos propiamente hebreos o arameos, de dos maneras sorprendentes para el mundo cristiano: Joshuah ben Josef, Josué hijo de José, por un lado, o Josué el Galileo por otro (Jesús es la versión griega de Josué).

Extracto de mi obra Jesús de Galilea: una reconstrucción arqueológica, Amazon

 Una entrevista que me realizó Norma Lilia sobre este libro.

Saludos cordiales.
 

Martes, 4 de Febrero 2025


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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