Notas
Hoy escribe Gonzalo del Cerro
Relación de Santiago con sus adversarios. Conversión de Hermógenes Cuando Fileto desató a su antiguo maestro y lo dejó libre, Hermógenes quedó abatido y confuso. Santiago no le exigió ni siquiera que se convirtiera. Decía incluso que no es propio de la doctrina de Cristo que alguien se convierta a la fe contra su voluntad. El converso debía actuar con plena libertad. Hermógenes solicitó del apóstol protección contra el furor de los demonios. Santiago le entregó su propio bastón diciéndole: “Toma mi báculo de viaje, con él irás seguro adonde quieras” (c. 3,6). Hermógenes lo tomó estremecido y se marchó confiadamente a su casa. Cuando el que fuera experto en la práctica de las artes mágicas llegó a su casa, tomó todos sus libros y los depositó en unas valijas que cargó sobre sus hombros y los de varios de sus discípulos. Pensaba destruirlos en el fuego, pero Santiago se lo impidió. Le recomendó que los colocara en unos receptáculos, pusiera en ellos piedras y plomo, y los arrojara al fondo del mar. Hermógenes cumplió con exactitud la recomendación y regresó para postrarse a los pies del apóstol y pedirle que lo acogiera como digno penitente. Santiago le brindó la mejor forma de conseguir la reconciliación: “Si ofreces a Dios una verdadera penitencia, conseguirás un perdón verdadero” (c. 4,2). Hermógenes consideraba que su penitencia era verdadera al haberse desprendido de todos sus libros y herramientas de magia como si representara una renuncia definitiva a su vida pasada. Santiago le propuso todavía una forma de practicar la penitencia o cambio de mentalidad (metánoia). Se trataba de una rectificación en toda regla. Es decir, debía vivir una vida contraria a la que había vivido hasta entonces. Tenía que devolver al Señor lo que antes le había robado, enseñar a sus discípulos que era falso lo que antes consideraba verdadero, y que era verdadero lo que les decía que era falso. Debía destruir al ídolo al que adoraba y cuyos presuntos oráculos comunicaba, gastar con buen fin el dinero que había conseguido con malas artes, seguir a Dios como hijo lo mismo que antes había seguido como hijo al diablo. Santiago concluía asegurando que Dios, que tan bien se había portado con Hermógenes cuando era malo, se portaría con él de forma especialmente benigna cuando abandonara la magia y se dedicara a la práctica de las buenas obras (c. 4,3). Hermógenes obedeció en todo a Santiago y se hizo perfecto en el temor de Dios. Su conversión no tenía fisuras. Pero a la vez, los judíos, cuando vieron que Santiago había convertido a la fe cristiana al mago considerado como invencible, reclutaron con dinero a dos centuriones para que detuvieran al apóstol de Jesús. Los fariseos le echaban en cara que predicara a Jesús, un hombre que había sido crucificado entre otros delincuentes. Santiago les dirigió un ardiente alegato de carácter apologético. El argumento fundamental de Santiago era que Abrahán había sido llamado amigo de Dios cuando todavía ni se había circuncidado ni recibido la ley de Dios, sino porque había tenido fe. En consecuencia, si el santo patriarca fue amigo de Dios por haber creído, serán ahora enemigos de Dios los que no crean. Los judíos argumentaban que el que no creía era el que había abandonado la fe de sus padres. Santiago compuso entonces una larga respuesta a base de citas bíblicas, recordando las promesas de Dios a Abrahán, el vaticinio de Isaías sobre la virgen que daría a luz, el de Jeremías sobre los milagros del futuro Mesías, el “hijo del hombre” de Daniel, el de David cuando anunciaba que taladraron las manos y los pies del siervo de Yahvé y otros argumentos por el estilo. Recurría a los textos que auguraban una subida a los cielos (Sal 68,19) y hasta el reinado a la derecha de Dios (Sal 110,1). No faltaban en la alocución de Santiago nuevas referencias a diversos datos del Nuevo Testamento. Según esos datos, se han cumplido los vaticinios anunciados por los Profetas. La actividad taumatúrgica de Jesús fue ejercida con una generosidad, que fue correspondida por los judíos con ingratitud según el dicho de David: “Me devolvían males por bienes y odio por amor” (Sal 109,5). A los numerosos y variados milagros hechos por Jesús, los judíos correspondieron proclamándolo reo de muerte (Mt 26,66). Terminó Santiago sus palabras reprendiendo la incredulidad de los judíos frente a tantos argumentos, cuando muchos gentiles habían creído en las enseñanzas de Jesús. (Santiago el Mayor, del Pompeo Batoni, s. XVIII) Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Lunes, 3 de Septiembre 2012
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Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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