CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Hoy escribe Fernando Bermejo

Hace algunas semanas, un amable lector argentino del blog de Tendencias21 escribió un extenso comentario a una de mis postales, que le agradezco sinceramente. Reproduje la semana pasada las partes de su texto que realizan afirmaciones críticas, y hoy escribo una respuesta.

De entrada, he de confesar que algunos presupuestos erróneos de esa carta –así como de otras observaciones recibidas– dependen en buena medida del hecho de que yo no he presentado una hipótesis de manera sistemática, sino que solo he abordado algunos de sus aspectos, en un blog, de manera rapsódica. En estas circunstancias, a menudo cada cual es libre de hacer suposiciones, en función de las ideas preconcebidas que alberga sobre el tipo de hipótesis aludidas. A partir de ahora, creo que puede ahorrar malentendidos, y ser intelectualmente más interesante para los lectores interesados, que les remita a trabajos publicados, y eso haré en su momento.

Nuestro lector empezaba escribiendo: “Lo que pienso es que la crucifixión de Jesús, solo o acompañado, no basta para afirmar de manera irrefutable que estamos ante la presencia de un fanático religioso, cabecilla de un movimiento armado destinado a imponer por la fuerza el Reino de los Cielos”

Dicho así, totalmente de acuerdo. Pero es que ya esta frase muestra, a mi juicio, hasta qué punto –como ya he afirmado, por supuesto inútilmente, en varias ocasiones- las hipótesis incómodas pueden ser sistemáticamente caricaturizadas e imaginadas(lo grave es que esto no ocurre solo en el plano popular, sino también en el académico). Con ello no quiero decir que sean caricaturizadas conscientemente –no tengo razón alguna para creer que el autor de la carta no sea una persona reflexiva e intelectualmente honrada–, pero las maneras que los humanos tenemos de distorsionar inconscientemente lo que nos desagrada son bastante conocidas como para insistir en ello.

La idea de que Jesús creyó que el Reino de los Cielos se impondría por la fuerza de las armas ni se me puede achacar a mí, ni se encuentra en autor alguno que yo conozca (no pierdo mi tiempo con literatura-basura). Desde luego, no en Eisler, no en Brandon, no en Maccoby… De hecho, esa idea es una contradictio in terminis: el Reino de los Cielos –o Dios- es de los Cielos –de Dios-, y por tanto llegará cuando los Cielos –Hashamayim-, o Dios, quiera(n).

La idea de que es posible probar una hipótesis global “de manera irrefutable” sobre una figura histórica del pasado lejano, sobre la cual disponemos casi solo de fuentes sesgadas, jamás la he mantenido, y no la mantiene ningún autor en su sano juicio. En la reconstrucción de Jesús, como en las demás, jugamos siempre con hipótesis. De lo que se trata es de mostrar cuál es la más probable (lo cual, por consiguiente, no equivale desde luego a mantener la frecuente posición “relativista-dogmática” según la cual “el cuento que yo (me) cuento es tan respetable como la hipótesis del vecino”: no es igual 8 que 80).

La idea de que la crucifixión de Jesús, solo o acompañado, basta para afirmar algo con un mínimo de plausibilidad, no es mantenida –que yo sepa- por ningún autor, y desde luego no por mí. Aunque solo sea por la sencilla razón de que en el mundo humano la injusticia y los abusos de poder son moneda demasiado corriente, y hasta de curso legal, y por tanto la crucifixión como tal no indica nada, pues podría ser el resultado de un error judicial, de la presión de un grupo poderoso, del capricho de un prefecto romano, y de otras cosas por el estilo (todo esto se ha barajado para explicar la muerte de Jesús). Pero el hecho es que en el caso de Jesús no tenemos solo la crucifixión: tenemos mucho material neotestamentario convergente, una parte del cual –pero solo una parte– ha sido citado ya varias veces en este blog. A título informativo, una sección de un artículo que estoy escribiendo al respecto contiene prácticamente una treintena de elementos: la crucifixión es solo uno de ellos, y el asunto de los co-crucificados es solo otro.

En cuanto a la posibilidad de visiones y sensibilidades diferentes en el seno del grupo de Jesús (“La heterogeneidad de un movimiento que […] bien pudo haber contado con un ala radicalizada que en el contexto del creciente descontento que provocaba la ocupación romana y en el marco del liderazgo que Jesús ejercía, en un momento, la autoridad romana lo haya visto como al referente al que había que imponerle un castigo ejemplar y definitivo”), tampoco veo que nadie lo niegue. Pero uno debería preguntarse si la atribución de las visiones radicalizadas a alguien diferente de Jesús es realmente algo más que una (burda) estrategia apologética para librarse fácilmente del problema del material violento (una estrategia comparable a la de decir que un discípulo que tira de espada es, según convenga, un mero “simpatizante” o un “discípulo importante”).

Uno puede especular cuanto quiera, pero la cuestión es que quien pronuncia la frase de Lc 22:36 es Jesús, quien tuvo pretensiones regio-mesiánicas fue Jesús, quien fue crucificado como “rey de los judíos” fue Jesús, quien fue acusado de resistirse al pago del tributo fue Jesús, y de quien nos cuentan las fuentes que era el maestro de su grupo y hablaba con autoridad, etc., etc., era Jesús.

Por lo demás, respecto al “pudo haber”… la reconstrucción histórica no consiste simplemente en barajar alegremente posibilidades, sino que consiste en proponer la hipótesis más probable y más explicativa, en función de la totalidad del material disponible.

Respecto a la posibilidad de una consideración histórica de las palabras de los crucificados, hay casi unanimidad en lo contrario. Pero no tengo dificultad alguna en conceder que eso no es un argumento válido (a mí la unanimidad de la academia, en especial cuando hablamos de historia del cristianismo antiguo, a menudo me provoca la risa). Sobre este tema, al que dedico una parte no menor de otro artículo que estoy escribiendo, se me permitirá que me exprese cuando se haya publicado mi artículo. Hace el lector muy bien en suponer que los co-crucificados con Jesús fueron seguidores suyos (algo que ya afirmaron Eisler, Brandon, Maccoby, y otros), y también en prestar atención al diálogo que supuestamente sostuvieron los tres crucificados, pues resulta mucho más enjundioso de lo que parece, pero le sugiero que intente deducir de ese diálogo no lo que se dice habitualmente que dice, sino lo que realmente implica, que no va precisamente en el sentido que quisieron los autores de los Evangelios, ni del que acostumbran a proclamar los estudiosos modernos. A veces, un texto dice más de lo que pretende su autor...

Por último, respecto a la pregunta “Si Jesús era un líder que luchaba contra los romanos, si esa era más que una veta dominante en su heterogéneo movimiento, si eso fue lo que estuvo en la médula de su convocatoria a los galileos de entonces ¿por qué el evangelista Marcos estaba interesado en dar una imagen pacífica de su maestro cuando la violencia se expandía con más fuerza y la misma podía estimular las expectativas de victoria e inminente intervención divina?”...

La respuesta a esta pregunta es doble. Por un lado, aunque yo estoy virtualmente convencido de que Jesús estuvo implicado en al menos un acto de sedición, en el que se manejaron armas –y de que Jesús se opuso al pago del tributo a Roma, y tuvo pretensiones regio-mesiánicas–, y de que por tanto la crucifixión colectiva no fue ningún error, no lo estoy de que la resistencia armada estuviera “en la médula” de su programa. Tal vez no lo estuvo. Si a esto añadimos que la crucifixión obligó a repensar las cosas, la respuesta a la pregunta me parece ser relativamente sencilla: cuando se escribieron los Evangelios, al menos el grueso de los seguidores de Jesús –incluyendo a los autores de los Evangelios canónicos– llevaban tiempo habiendo optado por excluir todo tipo de resistencia armada de su movimiento. Por tanto, a esas alturas se habían tomado ya otros derroteros.

Con mi agradecimiento de nuevo.

Saludos de Fernando Bermejo

Miércoles, 5 de Septiembre 2012


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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