CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero

Hoy escribe Antonio Piñero


Creo que es conocida mi tesis –ya antigua y expresada en múltiples tribunas, orales o escritas- de que el Evangelio de Juan no es otra cosa que una fina labor “exegética”, una reescritura, una reelaboración del material sinóptico sobre Jesús –perfectamente conocido por el Cuarto Evangelista, a veces simbólica, a veces alegórica, a veces a otro nivel teológico, con añadidura de discursos ficticios de Jesús y escenas ideales de gran significado teológico... todo con el fin de presentar narrativamente cómo era en verdad, en profundidad, el auténtico Jesús, que no se percibe en la superficie de los hechos.

También he argumentado que tal modo y sistema de corregir y reinterpretar a los antecesores, sin nombrarlos, que habían
escrito sobre el teme (en este caso los evangelios sinópticos, o el "material sinóptico" en general) era ya típico en ciertos ambientes judíos. El libro de VanderKam y Flint lo pone de relieve en su capítulo 13, aunque a veces indirectamente.

Para los de Qumrán, naturalmente, la Ley había sido entregada por Dios a Moisés, pero las normas transmitidas por tradición tenían que ser entendidas de manera adecuada. No bastaba lo recogido por escrito por el Legislador, sino que la interpretación correcta era también divina, pero entregada por Dios sólo al intérprete inspirado, que la comunicaba al grupo. Frente a la interpretación de los fariseos, que “buscan cosas fáciles” y “construyen un muro (incorrecto; con su interpretación errónea)” en torno a la Ley, se alza el verdadero entendimiento, la verdadera y profunda verdad proclamada por el Maestro de Justicia. No necesita el Maestro criticar directamente a sus adversarios, sino proclamar lo que él entiende –gracias a la especial dotación del Espíritu- por la verdad.

Tanto la Regla de la Comunidad (5,10-12), como el Documento de Damasco (3,12-17) hacen referencia a leyes divinas ocultas para los israelitas normales, pero que -al ignorarlas- no pueden ni deben ser contados como miembros auténticos de la Alianza con Dios..., porque han errado voluntariamente “ya que no han buscado ni investigado sus preceptos para conocer las cosas ocultas en las que se equivocaron por su culpa…” (Regla 5,10-12).

Estas frases quieren decir que en momentos oportunos Dios ha revelado más elementos de su Voluntad no precisa y necesariamente por éxtasis propios de la revelación directa, sino por medio del estudio inspirado de la Ley por parte de individuos especialmente dotados. Con otras palabras: el estudio continuado de la Ley, divinamente ayudado por el Espíritu, producía un conocimiento más profundo y verdadero de la voluntad divina del que carecía el resto de Israel, por no haber indagado en profundidad, o por no hacer el debido caso a quien Dios había inspirado para exponer esos sentidos ocultos.

Esta concepción es clarísima en los Manuscritos, por lo que tenemos en Qumrán –según VanderKam y Flint- muchos ejemplos de ella en los que se ve cómo los autores interpretan y reescriben pasajes narrativos de la Escritura… normalmente por medio de paráfrasis (que aumentan el texto allí donde se cree interesante o necesitado de explicación) para conseguir que se entiendan de una manera y no de otra.

“En esas obras el autor pude seguir más o menos estrictamente el texto de lo que considera Escritura, pero lo suplementará o modificará de otros modos, presumiblemente para lograr un objetivo preciso” (p. 308).

Así ocurre, por ejemplo con 1 Henoc, el libro de los Jubileos y el Génesis apócrifo. Y es muy posible, que estos textos que modifican profundamente las Escrituras, fuesen a su vez considerados en Qumrán como Escrituras sagradas (p. 308, igualmente). Esta idea es importante, pues lo mismo ocurre con el Evangelio de Juan en el cristianismo.

El libro de los Jubileos (probablemente del siglo II a.C. = texto en Apócrifos del Antiguo Testamento, Cristiandad, Madrid, vol. II, 1983) es muy importante como precedente de lo que hace el evangelista “Juan” con la figura de Jesús de los Sinópticos Mc/Mt/Lc, o del material sinóptico), pues Jubileos tiene capítulos donde hay un cambio profundo de la imagen del personaje que está presentando guiado por el deseo de retocar o mudar la reputación de ese personaje bíblico.

Pongamos algunos ejemplos:

“El autor omite enunciados incómodos, como la afirmación de Abrán de Gn 12,13.19 de que Saray era su hermana y no su mujer (de modo que el faraón pudiera pasarla a a su harén, sin matarlo a él, su marido... ¡no su hermano!); o reformula la mentira descarada de Jacob en Gn 27,19 (“Soy tu primogéntio Esaú”) de modo que –en su texto- el antepasado de Israel se limita a decir “Soy tu hijo” (Jub 26,13).

En otras ocasiones le preocupaba al autor que el mismo Dios pudiera aparecer en términos poco positivos (por tanto, había que cambiarlo). En Gn 22,2 Dios había pedido a Abrahán que le ofreciera su hijo Isaac como holocausto. ¿Aprobaba Dios el sacrificio de niños?”.

Por ello el relato del Génesis se presenta de manera diferente, de un modo absolutamente voluntario, en Jubileos, “donde la sugerencia de sacrificar a Isaac viene de Mastema (una denominación alternativa del jefe de los diablos, y no de la divinidad). Dios acepta esta prueba de la fe de Abrahán, presto incluso a sacrificar a su hijo, tan sólo para demostrar que Mastema está equivocado (Jub 17,15-18.19).

El último ejemplo es el de Leví, tercer hijo de Jacob y el antepasado por excelencia de los sacerdotes de Israel. En Génesis 34 Jacob maldice a su hijo Leví por haber tomado cruel venganza por la violación de su hermana Dina por parte de Siquén, venganza que consistió en asesinar friamente a todos los hombres de Siquén después de obligarlos a circuncidarse. Mientras estaban en los dolores “postoperatorios” cayeron a filo d espada.

El libro de los Jubileos cambia totalmente la versión: no sólo no recibe Leví crítica alguna, sino que es presentado como un personaje totalmente positivo, que merece alabanza, pues había eliminado del pueblo la posibilidad de pecar ante Yahvé contrayendo matrimonios mixtos. No era posible, pues que un personaje maldito por su padre llegara a ser el antepasado del sacerdocio de Israel… Y no se duda en corregir las Escrituras bajo el influjo del Espíritu que para los tiempos del autor qumranita dicta una versión muy diferente del personaje.

El procedimiento de reescritura y reeinterpretación estaba ya iniciado en la Biblia misma. En efecto, Malaquías 2,4-7 presenta a Dios que habla de Leví con palabras muy positivas: “Mi alianza con Leví suponía la vida y la paz…”, etc. Un cambio mayor de la personalidad no parece posible, pues se trata de una inversión.

Y lo mismo hacen los autores del Testamento arameo de Leví y el autor posterior que lo pasa al griego y lo vuelve a reescribir de nuevo: “El Testamento de Leví”, que se halla dentro de la obra “Testamentos de los XII Patriarcas (Apócrifos del Antiguo Testamento, vol. V).

VanderKam y Flint concluyen el apartado sobre reescritura de la tradición con estas palabras:

“Podrían multiplicarse los ejemplos exegéticos de Jubileos. El libro deja al lector con la notable sensación de que el autor era un estudiante sagaz del texto de la Escritura que estaba reescribiendo, un experto totalmente familiarizado con todas las Escrituras de Israel” (p. 312)”.

Y ahora apliquemos esta concepción al Nuevo Testamento:

Se trata exactamente de la misma intención y del mismo proceso que lleva al evangelista “Juan” a ofrecer a sus lectores, bajo el impulso del Espíritu –como afirma Clemente de Alejandría-, a reescribir y reinterpretar totalmente la figura de Jesús presentada por los Sinópticos (o del Material sinóptico), sin mencionarlo expresamente. Pretende con ello dibujar la “verdadera imagen”, la profunda, la espiritual, de Jesús, la que está por debajo de la “superficial y carnal” (la de los Sinópticos) por medio de nuevas escenas del Maestro (que los Sinópticos naturalmente no conocen, porque muchas de ellas son escenas ideales), y construyendo –como hacía Tucídides, por ejemplo,- nuevos discursos del personaje que habla tal como el autor cree que debió de hablar según las circunstancias de su vida a la luz de su propia interpretación del personaje.

Naturalmente estas nuevas escenas y estos nuevos discursos ofrecen al lector del Cuarto Evangelio un Jesús muy diferente, muy teológico (el del autor de la reescritura, el Cuarto Evangleista) que poco, o a veces nada, tiene que ver con el Jesús del Material Sinóptico.

En suma, Juan hace una labor exegética muy fina de la tradición sinóptica sobre Jesús y le da la vuelta en muchos casos, o la interpreta alegóricamente, pero con más inteligencia, finura y elaboración que el autor, esenio, de Jubileos. Y tiene además un plus añadido de “bondad histórica”, que da un marachamo aparente de historicidad a su reescritura: el Cuarto Evangelisa conoce tradiciones antiguas sobre Jesús, reales, que desconocen los Sinópticos, que le vienen bien para su propia imagen de Jesús y que mezcla e incorpora a su texto “evangélico”, que adquiere así mayor verosimilitud de verdad histórica. ¡Y todo bajo el impulso del Espíritu! Que nadie piense en términos modernos: el autor no tiene conciencia alguna de estar cometiendo una falsía.

Por tanto, me parece que lo ocurrido en Qumrán y q ha sido destacado por los expertos como VanderKam y Flint, puede transportarse al Nuevo Testamento, una obra eminentemente judía, y en concreto al Evangelio de Juan..., lo que resulta sumamente iluminador.

Seguiremos en los dos o tres días siguientes con los últimos comentarios sobre "Qumrán y el Nuevo Testamento" que ocupan los capítulos postreros del libro de VanderKam y Flint que estamos comentando.


Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com

Domingo, 9 de Enero 2011


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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