CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Reencarnación y cristianismo primitivo (II) 415-02
Hoy escribe Antonio Piñero


Prometí en la postal del viernes pasado escribir en esta semana sobre la reencarnación en el cristianismo primitivo. Era mi idea hacer un resumen del capítulo correspondiente y valorarlo. Al releer el capítulo con más detenimiento, veo que el resumen que los dos autores, Mercedes López Salvá Miguel Herrero de Jáuregui, hacen de su capítulo es excelente, por lo que pienso que lo mejor es dejarles a ellos la palabra. Transcribo, pues, su conclusión:

”En conclusión, podemos afirmar:

”a) La reflexión de los cristianos sobre la transmigración comienza a cobrar auge en el siglo II con el platonismo medio y llega probablemente hasta el siglo VI, cuando se declaró anatema a todo el que defendiera las ideas "origenistas", como se etiquetaba a estas alturas a cualquier posición en defensa de la reencarnación de las almas.

”b) Las visiones pagana y cristiana del alma tienen ciertos supuestos comunes, como son la dualidad cuerpo/alma, la pervivencia del alma después de la muerte y la creencia en una vida futura bienaventurada.

”c) La preexistencia del alma ha sido aceptada por algunos de los primeros teólogos cristianos, sobre todo por los que estaban más familiarizados con la filosofía de Platón, como Orígenes y los gnósticos, lo que queda de manifiesto tanto en los textos de Nag-Hammadi, como en las críticas que les hace Ireneo de Lyon. Aparece también en Sinesio de Cirene e incluso asoma en Gregorio de Nazianzo. Esta idea estuvo presente hasta que en el II Concilio de Constantinopla, celebrado en 553, fueron declarados anatemas aquéllos que la defendieran. Otros autores como Tertuliano y Gregorio de Nisa sostuvieron que cuerpo y alma se originan y se desarrollan simultáneamente.

”d) La culpa antecedente es otro elemento de la transmigración que comparten cristianismo y algunas ramas del paganismo, aunque con diferentes matices: así, por ejemplo, en el orfismo se debe la culpa antecedente a la parte titánica del hombre. Los órficos consideraban las sucesivas reencarnaciones como castigo que purificaba la culpa heredada de los Titanes. Para Orígenes sería razonable que el cuerpo en el que se introduce el alma estuviera en consonancia con los méritos y hábitos previos de ella, que procederían de la dirección que toma el alma movida por algún espíritu externo y por su propia voluntad. Sinesio habla de la “huella de las penas”. Sin embargo, en ninguno de estos textos se alude al pecado original, concepto acuñado posteriormente.

”e) El acceso del alma a otros cuerpos no fue en principio extraño al cristianismo primitivo. San Justino, que vivió a principios del siglo II, habla de ello como de algo asumido y considera que las almas humanas que habitan cuerpos de fieras están como castigo en esa cárcel para purgar sus pecados. Aparece también esta idea en algunos tratados de Nag-Hammadi, como en la Carta a Regino y en el tratado Exposición sobre el alma. También se encuentra en el tratado denominado Pistis Sophia. Debió de ser defendida por Basílides y Carpócrates. Parece que el autor del Apocalipsis de Pablo también creía que las almas pecadoras ingresaban en otro cuerpo. Orígenes, en cambio, censuró la metensōmatosis, pero aceptó alguno de los elementos que la constituyen y habló de ella como de una creencia muy difundida en su entorno social. La opuso a su concepto de resurrección, según el cual, cuando el hombre muere, el alma se despoja de su vestimenta, el cuerpo, y asciende a regiones más puras y celestes para preparar su encuentro con Dios. Basilio de Cesarea y Gregorio Nazianceno rechazaron la reencarnación. Sin embargo, Gregorio de Nisa puso en boca de su hermana Macrina que, a fin de cuentas, reencarnación y resurrección no eran tan diferentes, ya que ambas implicaban que el alma después de morir reingresa en un cuerpo: según los cristianos en el mismo al que estuvo unida; en otro u otros según los paganos. La Iglesia definió como dogma la resurrección de los muertos en el Concilio de Nicea (325), convocado bajo la égida del Emperador Constantino, y lo codificó en el credo niceno. Precisamente a partir de esa fecha empieza a manejarse la doctrina de la resurrección en contra de la transmigración. Atrapadas entre los dos extremos opuestos, las doctrinas de Orígenes fueron condenadas como defensoras sin más de la transmigración, aunque su posición era muy matizada.

”f) La purificación final y la consecución de una vida beatífica son creencias comunes a la transmigración y a la resurrección. Para la consecución de esa otra vida en ambas doctrinas se defiende la necesidad de una expiación de las culpas o purificación y el cumplimiento de ciertos ritos, que son clave para acceder a los misterios de esa vida beatífica. Para pitagóricos y órficos la transmigración era purificadora. Los Padres cristianos admitieron el fuego como elemento purificador, pero no eterno, sino hasta que el alma quedara purificada y en condiciones de restituir en ella la imagen de Dios. Hasta el IV Concilio de Letrán (1215), presidido por el Papa Inocencio III, quien introdujo la práctica de bulas e indulgencias, no se definió como dogma la eternidad del infierno.

”g) La ortodoxia cristiana mostró siempre reticencias, aunque asimilara alguno de sus elementos, frente a la doctrina de la transmigración. Justino pone en boca de su interlocutor Trifón que las almas reencarnadas no son conscientes de que han cambiado de cuerpo como castigo y por tanto la reencarnación se revela ineficaz. Orígenes piensa que los que se adhieren a esta doctrina lo hacen porque no creen en la parusía y porque no saben que el castigo de los pecados es el fuego y no las sucesivas reencarnaciones. Una de las críticas más generalizadas se dirige a la posibilidad de que un alma humana pudiera reencarnarse en el cuerpo de un animal o incluso en una planta; otra, lo absurdo que sería pensar que de la región celestial el alma cayera a lo más bajo y que, sin embargo, desde lo más bajo se elevara a lo superior. Basilio ensaya una explicación “científico-teológica” en un intento de dar cuenta de las diferencias entre el alma humana y la de los animales, y la imposibilidad de transmigrar de unos a otros. El Nazianceno también ridiculizó esta doctrina.

”h) Entre los Padres latinos fue Tertuliano quien elaboró la más completa refutación de la reencarnación, mientras que entre los Padres griegos fue Gregorio de Nisa el que hizo una crítica más elaborada de la transmigración, sin dejar de lado las más populares. Muestra los puntos comunes entre transmigración y resurrección para pasar a continuación a refutar la reencarnación y a hacer el elogio de la resurrección.

”i) La crítica a la reencarnación en autores como Gregorio de Nazianzo es compatible con la adopción de terminología neoplatónica sobre el destino del alma para expresar en categorías filosóficas las doctrinas cristianas sobre el alma (por ejemplo, palingenesia para resurrección).


Aquí concluyo. El próximo viernes publicaré mi valoración.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com



Viernes, 27 de Enero 2012


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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