CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Vida del apóstol Felipe según sus Hechos Apócrifos
Hoy escribe Gonzalo del Cerro


Hecho III (cc. 30-36): Ministerio de Felipe en Persia

El Hecho III sigue a Felipe hasta el territorio de los partos, donde “predicaba el evangelio de Cristo” (c. 29,1). En aquella tierra, la Persia tradicional, se encontró con Pedro y con Juan, a quienes rogó que rezaran por él para que pudiera cumplir las tareas de su ministerio. La oración de Pedro y Juan tuvo como respuesta una favorable voz del cielo. En efecto, Felipe percibió cambios en su persona.

El Espíritu del Señor lo llenó de cualidades dialécticas, cuando antes era torpe de palabra. Más aún, Jesús caminaba ocultamente con él llenándole de un espíritu nuevo (III A 3). Lleno de optimismo por su transformación, elevó una larga plegaria al Señor Jesús pidiendo sabiduría y fortaleza para poder aspirar a lo más alto. Felipe creyó recibir la respuesta en un árbol que brotó en el desierto y le brindó alivio y descanso. Comprendió que Dios le hablaba también en un águila, cuyas alas estaban desplegadas en forma de cruz. Efectivamente, Jesús habló por boca del águila de su protección y de la seguridad de sus promesas. Habló luego el Señor que dijo a Felipe: “Levántate y camina, que yo estoy contigo” (III A 9,1).

Viaje por mar y tempestad

Llegó Felipe junto al mar y encontró una nave que partía para Azoto. Embarcó después de concertar con los marineros el precio de su pasaje. Después de navegar un largo trayecto, se levantó una terrible tempestad que puso la nave en peligro de naufragio. Los marineros comenzaron a arrojar el bagaje y se despedían unos de otros, pensado que no tenían salvación. Fue entonces cuando Felipe se levantó, se dirigió a la proa e increpó al mar, que se tranquilizó plenamente hasta producirse una gran bonanza. El prodigio conmovió a los marineros, que cayeron a los pies del apóstol preguntando qué tendrían que hacer para ser siervos del Jesús del que Felipe predicaba (c. 34, III A 12).

El apóstol aprovechó la ocasión para dirigir a los presentes una larga alocución, mitad plegaria, mitad exhortación. Como los vientos y el mar se tranquilizaron, los pasajeros quedaron llenos de espanto y admiración. Mucho más cuando en el cielo apareció un sello luminoso mientras sonaban voces de coros celestiales, que cesaron cuando “el sello fue elevado al cielo” (III A 14). Llegados a Azoto, los marineros contaban la gloria que habían visto durante aquel viaje. Felipe quiso abonar el precio del pasaje, que los marineros no quisieron aceptar. Se consideraban bien pagados con los servicios que habían recibido a lo largo de aquellos días de navegación. El resultado fue que muchos creyeron y dieron gloria a Dios (III A 15).

No es fácil concordar todos estos datos con las informaciones que ofrece el libro de los Hechos canónicos cuando sitúa el lugar de la reina Candaces en Etiopía. El viaje desde el Sur del mar Caspio hasta el territorio de los candaces, luego la visita a Azoto y a Nicatera ha hecho pensar que detrás de la mención de los partos deba entenderse otra tierra. Lo mismo podríamos sospechar del reino de los candaces y hasta de Nicatera, que F. Amsler sospecha que pudiera tratarse de la Cesarea de Palestina al Norte precisamente de Azoto . (Cf. F. Amsler, HchFlp 38-39).

Felipe entró en la ciudad vestido con una túnica y un manto de lino. Dirigió una alocución a los presentes sobre la diferencia entre el alma y la carne. Insistía en la idea de que la continencia de la carne era el descanso del alma y el preludio de la vida celestial. Les proponía como modelo la vida del águila, para quien la esencia reside en las alturas. Así deben ser los cristianos, que tampoco deben tener nada común con las cosas de aquí abajo. Para ellos está el nuevo nacimiento, que es la manera de prepararse para gozar de las delicias eternas. Y partiendo de las Escrituras, les predicó la doctrina sobre el Hijo de Dios. La consecuencia fue la conversión de los presentes. Felipe los bautizó en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (c. 36,1).

Águila en forma de cruz.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro


Lunes, 30 de Enero 2012


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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