CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Escribe Antonio Piñero

Pregunta:

Tengo una nueva pregunta ¿qué motivó a Antíoco IV Epífanes. ¿Por qué quería suprimir la religion judia como aparece en Flavio Josefo y los libros de los Macabeos?

Respuesta:

Me parece una pregunta interesante y compleja. Como ya he escrito sobre ese tema, me permito transcribirle, desde un PDF, lo escrito por Arminda Lozano y por mí en el primer capítulo del libro, Biblia y Helenismo, Edit. El Almendro, Córdoba 2006, pp. 41-44:

La tradición historiográfica sobre Antíoco IV, este brillante miembro de la
dinastía real seléucida hace de él un loco y un perseguidor sanguinario
de los judíos. Sin embargo, hemos de intentar apartarnos
de este estereotipo propiciado por la parcialidad de las fuentes
sobre algunos hechos concretos de su reinado, para obtener una
visión más ajustada a la realidad histórica. Loco, desde luego, no
era en absoluto.


En cuanto a su persecución del pueblo judío, ciertamente
hay que admitir que éste le causó múltiples problemas y
complicaciones. Y si bien es cierto también que su actitud fue la
de liquidar tales conflictos violentamente, se ha tendido a hacer
de él un acérrimo adversario del judaísmo, cuando, en realidad, no
fueron ideas religiosas, sino sobre todo razones políticas las que
motivaron su manera de actuar.


Antíoco IV había permanecido catorce años en Roma como
rehén tras la paz de Apamea. Admiraba el sistema y la política
romanas a la vez que era un ferviente partidario de las virtudes y
cultura helénicas. No intentó ninguna aventura hacia el Oeste que
le pudiera privar de la voluntad de Roma, sino que se concentró
en el sur y el oriente de su reino intentando consolidar su estructura.
Antíoco pretendía restablecer su Imperio, muy debilitado y
mermado tras la paz de Apamea, cuya integridad estuvo desde los
comienzos seriamente amenazada por fuerzas centrífugas, es decir,
por la variedad de etnias y culturas comprendidas en su seno.


El monarca debió de pensar que una fuerza de cohesión notable
podía ser la unidad de cultura y lengua entre los pueblos de su
reino, y ¿qué mejor que la civilización helénica?22 Para este fin sólo
podía23 apoyarse en los griegos y en los orientales helenizados.
Justamente la necesidad de contar con un principio cohesionador
para los diferentes pueblos de su Imperio explica el giro de su
política religiosa, que consistió en elegir como instrumento concreto
de cohesión el culto al monarca.


Dada la idea unificadora
implícita en él contenida, este culto había alcanzado ya una relevancia
sin precedentes en los reinados anteriores. Probablemente
Antíoco mismo no se creyó dios en realidad, como se recogió en
la propaganda judía24, sino que se presentó a sus súbditos con
esta caracterización. De ahí la utilización desde el principio de su
epíteto cultual Epiphanés y su representación con corona radiada
similar a Helios, el Sol25. Es probable más bien que se hubiera considerado
simplemente el representante de Zeus en su reino. Sea
de ello exactamente como fuere, lo cierto es que estos planes de
cohesión cultural tenían que ser muy mal vistos por gran parte de
la población judía, pues la religión y la cultura estaban en el país
íntimamente unidas.

La situación social en Judea podía favorecer aparentemente los
planes reales. Señalamos más arriba que el continuo proceso de

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NOTAS

22 Tácito (Hist. V 8) afirma que su intención era apartar a los judíos de sus supersticiones
y enseñarles las costumbres griegas.

23 La fragilidad de este inmenso Imperio se puso de manifiesto con la independencia
alcanzada por algunas de las regiones más orientales, como Bactriana, ya
en la primera mitad del s. III.

24 Dn 2,36-39

25 Así es la representación de su efigie en las monedas. La ideología solar, y su
utilización como símbolo de la igualdad entre todos, en este caso, un dios único
para el conjunto de los súbditos del Imperio es un motivo recurrente en el mundo
antiguo.


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helenización efectuado lentamente en las largas décadas de dominio
lágida, había dividido la población de Palestina en dos grandes
bloques. Por un lado, una fuerza “progresista”, abierta a la cultura
griega, compuesta sobre todo por las capas altas de la población,
aunque en el seno de esta clase más alta y prohelena había diversos
bandos.

Económica y socialmente dos familias se repartían
el poder: los Oníadas y los Tobíadas, que tomaban el nombre de
los patriarcas que habían fundado antaño los grupos familiares.
Por otro lado, el pueblo llano y parte de las clases medias, inclinadas
más bien a defender a ultranza las costumbres patrias.

La antigua tradición escatológica y apocalíptica, muy perceptible en
Israel desde inmediatamente después del exilio, se había ido aglutinando
en una especie de movimiento de defensa religiosa, cuyos
epígonos eran los llamados hasidim o “piadosos”. Era éste al principio
un grupo complejo de gentes interesadas en la defensa de la
Ley del que más tarde se desgajarían diversas facciones, como las
de los fariseos o la de los esenios.

A la vez, en lo político había también sus divisiones. Los más
conservadores en materia de religión se inclinaban por dar la espalda
a los Seléucidas y volver al seno del poderío egipcio, dentro
del cual la autonomía religiosa había funcionado sin problemas;
otros, más abiertos a las costumbres griegas, eran adictos de la
causa de los seléucidas, los actuales gobernantes. Este último partido
proseléucida se había formado ya con notable fortaleza en
tiempos de Antíoco III, y naturalmente estaba integrado por aquellos
aristócratas a quienes mejor les iba económicamente con los
nuevos dueños.

El sumo sacerdote de aquel momento, Onías III, no fue receptivo a las exigencias
del enviado personal de Seleuco IV, Heliodoro. Ello determinó
que, para evitar ulteriores problemas, Onías creyera conveniente
entrevistarse con el rey en Antioquía, si bien a su llegada se encontró
ya con su sucesor en el trono, Antíoco IV. Los detalles de esta
negociación se nos escapan. Cierto es que acudió también a la capital
seléucida Josué, hermano de Onías, que había helenizado su
nombre cambiándolo por el de Jasón.


Este detalle es significativo,
pues nos indica que la helenización afectaba ya a la propia familia
de los sumos sacerdotes. ¿Había sido asumida esta helenización a
remolque de otras familias aristocráticas judías –el caso, ya citado,
de los Tobíadas entre otras– o por razones de diferente índole?


Resulta bastante convincente a este respecto la explicación de
E. Will y C. Orrieux26, quienes afirman que el sacerdocio jerusalemita
debía ser proclive a la helenización no sólo por el contacto
con la administración de las monarquías griegas, ptolomea o seléucida,
propiciado por el aspecto político-administrativo de sus
funciones, sino por el mismo ejercicio de su sacerdocio. Para conservar
su autoridad entre las comunidades judías helenizadas de la
Diáspora que ya no hablaban arameo ni leían hebreo27, el Templo
necesitaba contar con personal grecoparlante.

Se supone que el
aprendizaje de esta lengua debía realizarse en alguna escuela de
la misma Jerusalén desde comienzos de época helenística, donde
se formarían sacerdotes y escribas bilingües destinados a mantener
estos contactos con las comunidades exteriores. Por otro lado,
la traducción de la Biblia hebrea al griego (la Carta de Aristeas
supone que los traductores procedían de Jerusalén) requería ya
unos conocimientos no simples de la lengua helénica, además de
la familiaridad con la literatura griega. Por tanto, parece claro que
la clase sacerdotal dirigente debió de ser pionera en la asunción
del helenismo con el objetivo de mantener la cohesión de Israel
en su conjunto. Para el resto de la aristocracia las motivaciones de
carácter económico y social serían, sin embargo, las auténticamente
operativas28.

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NOTAS



26 Cf Will-Orieux, Ioudaïsmos, 115s.

27 Véase a este respecto L.I. Levine, Judaism and Hellenism in Antiquity. Conflict
or Confluence? (Univ. of Washington Press 1998) 76ss, donde establece la relación
entre las distintas lenguas en ámbito judío

28 Ello no implica que tales razones no fueran también consideradas por los
componentes de la familia de los sumos sacerdotes, puesto que compartían intereses
con el resto de la aristocracia.

Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com

Domingo, 3 de Mayo 2015


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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