NotasHoy escribe Antonio Piñero Concluimos hoy con la transcripción y comentario de “Los cristianos” (Alianza Editorial 2010) de Jesús Mosterín. “Se ha visto ya que en el judaísmo del siglo I había una gran variedad de tendencias o sectas, entremezcladas todas bajo el amparo legal de la sinagoga. Además de las corrientes más ortodoxas y centrales (como la de los saduceos –hasta su desaparición en la guerra judía-, la de los fariseos y la posterior rabínica), que insistían en la aceptación y cumplimiento íntegros de la Ley, había también en Palestina y en las sinagogas de la diáspora otras tendencias judías más o menos heterodoxas: los judíos helenizantes y universalistas (como Filón), los ascéticos apocalípticos (como los esenios y los bautistas), los cristianos, y los nacionalistas furibundos antirromanos (como los celotas y los sicarios). “En el siglo I el cristianismo no era un movimiento doctrinalmente unificado, sino una pluralidad de tendencias distintas, que entendían el mensaje de Jesús sobre el próximo reino de Dios y la propia figura de Jesús de modos distintos. La unificación solo llegaría tres siglos más tarde, impuesta por la autoridad política. No sería ningún profeta, apóstol ni teólogo el que unificaría el cristianismo, sino el emperador Constantino. “Una vez desaparecida la comunidad jesusita de Jerusalén como consecuencia de las fallidas rebeliones de los celotas y de Ben Kosiba y de las consiguientes represiones romanas, ya no quedaba más cristianismo que el helenista, poderosamente influido por las tesis paulinas. El posterior cristianismo unificado bajo los emperadores Constantino y Teodosio desarrollaría una teología y una cristología basada más en las ideas de Pablo que en las enseñanzas y ejemplos de Jesús. “En efecto, ya hemos visto que varias importantes tesis del cristianismo posterior son inventos paulinos, como la resurrección de Jesús, el pecado hereditario y la redención de toda la humanidad por la muerte expiatoria de Cristo. También lo son otras no menos misteriosas, como la eucaristía y el carácter divino de Jesús. Apostilla: No cabe duda de que la idea de la resurrección de Jesús la recibe Pablo por tradición de la comunidad de Damasco o de la de Jerusalén. Sigue Mosterín: “Antes de emprender su intentona en Jerusalén (que no sabemos exactamente en qué consistía, pero que debía de involucrar alboroto y confrontación), y consciente del peligro que corría, Jesús invitó a sus discípulos predilectos a una cena de despedida, como era habitual en tales casos. Quizá ya no habría otra oportunidad de beber juntos vino, al menos hasta la anunciada instauración del reino de Dios: « Ya no beberé más de este fruto de la vid hasta que lo beba de nuevo con vosotros en el reino de mi Padre (Mateo 26, 29). » “Fue Pablo el que introdujo la noción de la eucaristía como repetición del sacrificio expiatorio de Cristo, identificando el pan con el cuerpo y el vino con la sangre de Jesús. Esta idea era tan increíble que desde luego constituía un misterio, el “misterio de la eucaristía”. “¿Cómo descubrió Pablo ese misterio? Cristo mismo se lo había revelado a él, quizás en otra alucinación: « Porque yo recibí del Señor lo que os he transmitido (1 Corintios, 11: 23). » “Respecto a la mera idea de que Jesús podría haber sido divino o Dios, a Yeshúa mismo y a cualquiera de sus discípulos directos les habría parecido una blasfemia. Sin embargo, Pablo insiste en llamar a Jesús el hijo de Dios, lo que tampoco se entiende. Otro misterio, por tanto, el “misterio de la encarnación”. Somos los animales los que tenemos hijos; la relación del padre con el hijo es una relación de reproducción sexual, de transmisión de genes, algo que podemos hacer los perros o los hombres, pero ¿cómo podría hacerlo Dios, del que se supone que no es un animal, ni se reproduce ni transmite genes? Incluso a los judíos y a los muslimes, tan próximos ideológicamente a los cristianos, la idea de que Dios tenga hijos les parece absurda. “Pablo atribuye también a Cristo carácter divino y en algún raro caso llega a decir que es Dios: “El Cristo Jesús, a pesar de su condición divina, no se aferró a su categoría de Dios” (Filipenses 2, 5-6). “Ya Adolf von Harnack (1851-1930) se había dado perfecta cuenta de que la imagen paulina de Cristo tiene muy poco que ver con el Jesús histórico. Y la mayoría de los expertos actuales citados en la bibliografía están de acuerdo en que, incluso aceptando la existencia del Yeshúa histórico, no es a Jesús, sino a Pablo a quien se deben las creencias centrales de la teología cristiana. En este sentido, puede decirse que Pablo fue el auténtico fundador del cristianismo. Apostilla: Yo estoy de acuerdo, desde el punto de vista historiográfico, con las líneas esenciales de lo que dice Mosterín, aunque creo que lo enfocaría y lo expresaría de otro modo, y corregiría algunas cosas. He escrito: « “No es desacertado decir que Pablo ocupa una posición principal en la cuestión del desarrollo del cristianismo. Por tanto, el cristianismo no se entiende sin Jesús de Nazaret, cierto, pero más como su condición y fundamento que como su fundador estricto” (Guía para entender el Nuevo Testamento”, Trotta, Madrid, 32008, p. 302). » Saludos cordiales de Antonio Piñero. www.antoniopinero.com
Jueves, 16 de Septiembre 2010
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Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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