CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
De prejuicios e intereses previos en la investigación sobre Jesús de Nazaret (8-3-2019) (149)
Foto: Joseph  Klausner, judío lituano, que escribió en hebreo y en alemán.
 
 
Escribe Antonio Piñero
 
 
Me parecen interesantes las reflexiones que hace F. Bermejo, en su libro “La invención de Jesús” (pp. 87-91), sobre los riesgos de cualquier investigación, o reconstrucción histórica de un personaje cuya vida, acciones y palabras tienen una enorme importancia en el día de hoy en el pensamiento de millones y millones de personas. Por eso no es extraño que pueda sentirse la tentación de cierta manipulación ideológica de los argumentos de la reconstrucción histórica, ya sea en sentido positivo, sustentar por ejemplo, las posiciones de la iglesia cristiana en general en su punto de vista de que la figura histórica de Jesús estuvo de acuerdo con lo que hoy proclama de él el dogma (sea católico, protestante u ortodoxo), o bien –por el contrario– para denigrar a las iglesias.
 
 
El primer ejemplo que pone Bermejo es el del judío Josef Klausner, cuya obra, “Jesús el Nazoreo: su tiempo, su tiempo y su enseñanza”, de 1919, pero que se sigue leyendo un siglo después. Klausner fue un “avanzado” en su tiempo recogiendo las ideas judías desde el Medioevo acerca de la judeidad de Jesús. El Nazoreo fue –según Klausner– un judío a carta cabal, en su religión, en su concreto de Dios, y en su ética e interpretación de la Ley. Pero tuvo un defecto: se pasó de la raya y fue demasiado judío; exageró y perdió el norte de la mesura. Jesús llevo su judaísmo hasta un extremo tan peligroso que acabó transformándose en un debelador del judaísmo.
 
 
La tesis de Klausner fue una evidente exageración, y la razón es que este autor estaba aplicando a Jesús los criterios, normas y medidas de lo que debería ser un judío sionista, como era él, en el siglo XX. Por ello lo dibujó en exceso como un hombre totalmente singular, no encasillable en el judaísmo de su tiempo, con un proyecto que era puramente religioso, pero no político, o religioso-político. Así, finalmente, los propios prejuicios de Klausner acabaron por deformar a Jesús y lo llevaron a dibujar una imagen global que creemos que no es en absoluto correcta con los rasgos totales del personaje en cuestión.
 
 
Algo parecido pero de sentido contrario, una suerte de tendencia bruta anticristiana, lleva igualmente a una deformación. El anticlericalismo en sí y el anticristianismo conducen sin duda a una falta de imparcialidad. Y el ejemplo que pone Bermejo es también ilustrativo: Paul Hollenbach, en su artículo “The Historical Jesus Question in North America Today”, en la revista Biblical Theological Bulletin 19 (1989), 11-12, llega a afirmar que la búsqueda del Jesús histórico ha de conducir no simplemente a corregir, “sino a derrocar el error cristiano”. Este autor se pasó claramente de la raya, y perdió igualmente la necesaria imparcialidad.
 
 
Es cierto que debe afirmarse que la teología paulina de los evangelistas, que sirve como de molde en el cual se encaja su “biografía de Jesús”, es un factor claro de distorsión de la imagen histórica del personaje… pero no tanto como invalidar totalmente los análisis independientes de hoy, y rechazar igualmente al investigador y a su reconstrucción de su figura de Jesús y del cristianismo primitivo. No puede ser, porque es igualmente sesgado.
 
 
Bermejo constata también que, a pesar del aparente tinte académico y neutro de muchas investigaciones sobre Jesús, el carácter confesional del investigador acaba por imponerse. Las opciones teológicas previas de autores que consiguen su subsistencia a base de publicar en instituciones en el fondo eclesiásticas, o claramente confesionales, acaban cediendo al ideario oficial de la tal institución, de modo que no se tiene cuidado de que en las obras que se publican se deslicen inconsistencias y, a menudo, hasta falacias y graves distorsiones.
 
 
Un marco mental típico de este modo de proceder consiste en afirmar que “una investigación sin presupuestos e ideología” es imposible. En parte es cierto. Ahora bien: no está todo irremisiblemente perdido. Se precisa de un esfuerzo considerable para alcanzar la objetividad, de modo que no ocurra lo que pasa casi siempre: los autores no confesionales, independientes, y sus obras son ignorados. Un espeso manto de silencio cae sobre sus publicaciones. No se discuten sus argumentos, porque proceden –se dice– de un fondo viciado. Así la acusación de prejuicio al historiador que procura ser imparcial acaba por defender los propios prejuicios del acusador.
 
 
No todos los prejuicios son iguales. Hay algunos en los que se nota el sesgo de una manera muy clara. Los presupuestos solo son perjudiciales si interfieren en el método de investigación y en los resultados. Y, a la vez, los prejuicios pueden ser combatidos y desmontarse en lo posible. El método de análisis pausado, refinado, consecuente con el conjunto de los textos… y la intención de procurar conducir a la práctica el principio de “atenerse a las consecuencias” es un buen sistema para intentar la imparcialidad. Pongo un ejemplo claro y que repito a menudo: si Jesús fue un judío cabal, probado, que no quebrantó nunca la Ley, hay afirmaciones sobre él que a priori que no casan con este presupuesto…, y que no son consecuentes con él. Jamás pudo ser Jesús un debelador absoluto y rompedor del judaísmo, sino en todo caso un reformador. Y a ver en qué grado. Jamás tuvo intención Jesús de fundar una religión nueva (afecta, por ejemplo, a la interpretación de la purificación del Templo, la fundación de la Iglesia y la interpretación de la eucaristía).
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
 
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Viernes, 8 de Marzo 2019
Evangelios judeocristianos y otros autores antiguos como fuentes para la reconstrucción del Jesús histórico (3-3-19) (1048)
Hoy escribe Antonio Piñero
 
Foto: “Todos los Evangelios”
 
Los evangelios judeocristianos --es decir, afines a la mentalidad de los seguidores más cercanos de Jesús, representados por la iglesia de Jerusalén dirigida por Santiago, el hermano de Jesús--  son mencionados por F. Bermejo ciertamente como ayuda cierta, pero escasísima en aportaciones, para reconstruir vida, hechos y dichos de Jesús. Los importantes para él son tres: el Evangelio de los ebionitas, el Evangelio de los nazoreos y el Evangelio de los hebreos.  Respecto al primero (dicho sea de paso, los breves textos fragmentarios de estos evangelios puede el lector consultarlos cómodamente en la obra colectiva “Todos los Evangelios”, Edaf, 2009) opina FB que tiene poco o nulo valor como fuente para la vida de Jesús, porque depende ciertamente de los Sinópticos; su información se basa en ellos y no en una fuente independiente.
 
Respecto al segundo, el de los nazoreos, afirma FB que “ciertos pasajes que atestiguan una preocupación social por parte de la comunidad pueden haber conservado tradiciones sobre Jesús al menos tan antiguas como las contenidas en los Sinópticos” (p. 46). Pero no cita cuáles. Y respecto al tercero, el de los hebreos, indica que contiene algunos pasajes que carecen de equivalente en los Sinópticos. Algunas de ellos encajan con la imagen de Jesús que puede deducirse de estos últimos; pero otras, no. En esos casos de contradicción, Bermejo aconseja poner en duda, al menos, la información de los evangelios canónicos.
 
A estos tres evangelios añade una breve consideración sobre el valor del Evangelio de Pedro. No cree nuestro autor --en contra de la opinión de algunos estudiosos como J. D. Crossan, demasiado seguros de que este texto contiene información fiable-- que el Evangelio de Pedro sea de demasiado valor para reconstruir hechos de la pasión de Jesús (esta es la única parte que se conserva de este apócrifo, más alguna noticia de la resurrección), pues su autor es muy fantasioso. Sobre la cercanía a los Sinópticos en dichos y hechos de Jesús pero expresados con un vocabulario diverso, opina Bermejo que el autor del Evangelio debió de inspirarse en los evangelios canónicos precedentes, pero que añadió algo tomado de la tradición oral. En conjunto, sin embargo, tanto de los textos judeocristianos como el del Evangelio de Pedro se observa que ofrecen muy poca información interesante. Apenas si se obtiene de ellos una perspectiva novedosa en la reconstrucción fiable de Jesús que no haya sido vista ya la investigación independiente a partir del estudio de los evangelios canónicos.
 
Sobre el testimonio de Flavio Josefo acerca de Jesús (Antigüedades de los judíos XVIII 63-64) es bien conocida  ya la opinión de Bermejo que el texto es auténtico una vez eliminadas las interpolaciones cristianas. Pero lo novedoso en su opinión es que, en contra de lo afirmado por la mayoría de los estudiosos (y a la cabeza de ellos J. P. Meier), sostiene que el texto así restaurado no contiene una información neutra sobre Jesús, sino negativa (es decir, Flavio Josefo consideraba a Jesús un sedicioso contra el Imperio), ya que hablar de él emplea un vocabulario, e incluso frases, que en resto de su obra tienen connotaciones negativas.
 
Por otro lado el contexto en el que está situado este famoso “testimonio flaviano” es el de una lista de gente que hicieron mucho daño al  pueblo judío, bien por sus acciones o por sus ideas apocalípticas fantasiosas que llevaron a la gente a creer que contarían con toda seguridad con la ayuda divina para acabar con el poder del Imperio romano sobre Israel. Por último indica que un texto negativo sobre Jesús explica mucho mejor la intervención en él de escribas cristianos, para glosarlo a su favor, que si fuera un texto neutro.
 
Acerca del famoso pasaje de los  Anales de Tácito (XV 44,2-3), en el que se menciona la crucifixión de Jesús bajo Poncio Pilato, se inclina Bermejo por su autenticidad, a pesar de que muchos otros estudiosos sostienen la teoría de la interpolación cristiana, sobre todo porque el texto fluye mucho mejor sin esa mención. Personalmente me inclino más por esta última hipótesis. Sobre Suetonio (Vida de Claudio 25,4) y el presunto testimonio del historiador judío Talo, sostiene con razón Bermejo que no vienen a cuento ni siquiera para demostrar la existencia de Jesús. Y sobre la carta de del filósofo estoico sirio Mara bar Serapión acerca de una posible alusión a Jesús como “un rey sabio, que promulgó leyes sabias pero que fue asesinado por los judíos”, sostiene también con razón que es, al menos, en extremo dudoso que se refiera a Jesús.
 
En la recapitulación final sobre estas fuentes paganas sobre Jesús, y admitiendo la autenticidad del pasaje de Tácito, junto con su interpretación del de Flavio Josefo, Bermejo se alegra de que fuera de las fuentes cristianas se haya presentado, gracias a estos dos historiadores no cristianos, una imagen de un Jesús sedicioso que se parece mucho más a la realidad histórica que la de un Jesús absolutamente pacífico, apolítico e inofensivo, que ofrecen los evangelistas canónicos. Y respecto al conjunto, la pluralidad de fuentes sobre Jesús indica la pluralidad de concepciones sobre él en el cristianismo primitivo, que era muy complejo. No existe una representación de Jesús más o menos unificada como la que presenta el Nuevo Testamento.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
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Domingo, 3 de Marzo 2019


Queridos amigos:

Ahí va el enlace de la 
última entrevista con Pedro Riba en "Luces en la Oscuridad, que creo trata de un tema interesante
 
 
Otro link de la misma entrevista es: 
 
Jueves, 28 de Febrero 2019
A vueltas con la reconstrucción del Jesús histórico.  Segunda entrega (24-02-2019) (1047)

 
Hoy escribe Antonio Piñero
 
Foto: Códice Sinaítico
 
Sigo con la idea de explicitar la lógica interna del libro “La invención de Jesús de Nazaret” de Fernando Bermejo, que es la mejor manera el desarrollo argumental del volumen, que me parece único en la bibliografía española, y diría que también extraño en la extranjera.  La primera parte, “La constitución de Jesús como objeto de estudio (puramente) histórico” comienza lógicamente por las fuentes, y dentro de ellas con la exposición del valor de las cartas auténticas de Pablo como dijimos, anteriores a la literatura evangélica.
 
Es natural que valore luego los evangelios “canonizados”, como fuente histórica, y es lógico también que insista en su carácter mixto: pretensión histórica y a la vez propaganda del personaje que presentan como héroe. Insiste en su abundante material taumatúrgico, es decir, milagrero, de dudoso valor histórico, en su anacronismo (a menudo los dichos y hechos de Jesús están retocados de modo que el crítico cae en la cuente de que están reflejando no la época exacta de Jesús sino la de composición de los evangelistas, después del año 70. To lo que ocurrió tras el asedio de Jerusalén y su toma por los romanos influyó notablemente en la mentalidad de los autores evangélicos, quienes adoptan una posición antijudía (los perdedores de la guerra) y prorromana, la de los vencedores.
 
Insiste Bermejo en que el lector debe de tener en cuenta que gran parte de los evangelios fueron escritos para consumo interno, es decir, para lectores ya previamente convencidos de la verdad evangélica. Este hecho haga que no puedan ser imparciales ya que funciones con categorías y convicciones previas. Aquí pone como ejemplo de falta de historicidad el relato marcano de la pasión de Jesús, que se funda en parte en otro más antiguo de autor desconocido. Es un argumento contra esa historicidad el uso evidente de alusiones y citas a las Escrituras hebreas, lo cual hace provocar al menos la duda de que los acontecimiento hayan sido moldeados, o incluso inventados, para hacerlos coincidir con textos escriturarios.
 
Bermejo pone también como ejemplo el uso por parte de los evangelistas del modelo judío usual, y en gran parte mítico, del siervo de Dios sufriente y perseguido, al cual acoplan las vicisitudes de la muerte de Jesús. También insiste el autor en que los procedimientos de redacción de los evangelios incluye la omisión de información relevante o la disposición del material presentado en un sentido muy preciso para que el lector se vea forzado a entenderlo de una manera y no de otra.
 
Es también obligada una breve discusión en este apartado sobre el uso de los evangelios apócrifos. Opina FB que “la desestimación tajante y genérica de los escritos evangélicos no canonizados traiciona (sic) un apriorismo metodológicamente indefendible, ya que confunde una categoría teológica (canon) con una historiográfica (fuentes relevantes para el estudio de una figura histórica)” (p. 41).
 
Pero esta suerte de posición “buenista” respecto al uso teórico de los apócrifos (ya que luego queda muy matizada, porque en la práctica apenas, o nada salvo del Evangelio de Tomás gnóstico) hará uso de los apócrifos a lo largo  del libro. A la posible utilización de este evangelio griego, pero casi todo él conservado en copto, probablemente de mediados del siglo II, dedica FB casi cuatro páginas, discutiendo si hay en él, o no, material coetáneo o previo respecto a los Sinópticos. En la p. 45 reconoce que la discusión es de tal talante que ha de concluirse que solo un número muy limitado de dichos de Jesús tiene trazas de remontarse a él (en concreto el 77 y el 82), por lo que lo utilizará exclusivamente como confirmación y con ciertas reservas. 
 
En síntesis la posición de FB respecto a las fuentes principales para la reconstrucción del Jesús histórico (Pablo, poco; evangelios canonizados, sobre todo sinópticos y con mucha crítica; y solo muy poco de los evangelios apócrifos) no difiere en nada del punto de vista usual respecto a las fuentes de la inmensa mayoría de los investigadores independientes y la enumeración de las debidas cautelas.
 
Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero
Www.antoniopinero.com
Domingo, 24 de Febrero 2019
A vueltas con la reconstrucción del Jesús histórico. Perspectiva etic (21-02-2019) (1046)
 Escribe Antonio Piñero
 
 
Foto:  Retrato de Philip Melanchton
 
 
Los lectores que todavía me aguantan saben perfectamente cómo estoy dedicando una serie de postales a comentar aspectos y perspectivas del libro de F. Bermejo, “La invención de Jesús de Nazaret”. Pero dándole vueltas se me ha ocurrido que, en vez de seguir comentando esas perspectivas de un modo asilado, quizás fuera más conveniente interrumpir ese propósito y ofrecer una visión de conjunto del libro, ya que su estructura es aparentemente extraña, pero tiene una lógica subyacente muy clara, a mi parecer. Por eso, me detengo en lo que estaba haciendo y empiezo un nuevo camino: ofrecer un análisis y exposición-comentario de la estructura de esta obra, que me parece muy buena, valiéndome del índice general del libro en cuestión.
 
 
Esto puede ser interesante en cuanto que a muchos lectores puede apartar de la lectura de este libro el estilo de Bermejo: muy técnico; a veces da por entendidas cosas que en realidad el lector medio no sabe, con frases complejas para algunos y con un vocabulario no usual. Además, hay muchas ocasiones en las que Bermejo cita palabras en lenguas extranjeras que no traduce, o títulos de libros, tampoco traducidos, algo así como si supusiera –aunque no explícitamente– que el lector de su libro ha de saber, como poco, inglés y alemán y por supuesto latín. Y otro cosa que yo noto en su estilo –creo que ya lo indiqué– es que cuando abreva de fuentes bibliográficas inglesas, su español se “anglifica” y puede resultar extraño.
 
 
La primera parte del libro son prenotandos absolutamente necesarios, y lleva el título “La constitución de Jesús como objeto de investigación histórica”. El apartado primero, “Las fuentes”, como es de rigor, hace alusión en primer lugar no a los evangelios, sino a las cartas de Pablo, puesto que las auténticas (1 Tes, Gal, 1 2 Cor Flp Flm y Rom) se escribieron –algunas– casi dos decenios antes de que se expandiera el primer evangelista cronológicamente hablando, Marcos.
 
 
Pero vayamos al inicio de la argumentación del autor. Inmediatamente antes de lo expuesto, en la “Introducción”, pp. 19-25, Fernando Bermejo (en adelante FB) se queja de que la investigación actual, por muy histórica que se crea, está construyendo una imagen de Jesús llena de elementos ficticios, no históricos, una imagen mistificadora y mistificante impropia del siglo XXI.
 
 
Por ello un nuevo tratamiento del tema “Jesús de Nazaret”, tan aparentemente manido, es necesario e importante, según él. Hay que situar a Jesús dentro de su contexto histórico, lo cual lo hace inteligible. Y si se hace, el lector caerá en la cuenta  de que A) es posible investigar a Jesús de Nazaret no desde el punto de vista de la teología, sino de la historia, y de que B) la Escritura (y la figura de Jesús ) no se entiende teológicamente, si antes no se ha estudiado filológica e históricamente (Philip Melanchton, añado). No han aparecido en los últimos tiempos fuentes nuevas sobre Jesús (ni se espera que aparezcan, al menos en las zonas desérticas de Israel, muy bien exploradas; ojalá apareciera algún ejemplar de la “Fuente de los dichos de Jesús o Fuente Q). Por ello hay que contentarse con las fuentes que hay.
 
 
Argumenta FB que se sigue negando la existencia de Jesús y se sigue afirmando que es inútil investigar históricamente sobre él, dada la escasez de fuentes o su sesgo. Pero aunque esto sea verdad, argumenta, sí se puede sacar algo histórico de ellas. Distingue FB dos perspectivas, emic y etic, en la investigación actual. La primera es la que considera en el fondo a Jesús un objeto de adoración, como un personaje singular, un héroe moral y espiritual que descuella sobre todos sus contemporáneos y que es inclasificable dentro de los paradigmas de personajes de su tiempo… y aún hoy día.  La segunda perspectiva, etic, es externa, no confesional, y es la que estudia a Jesús con “la misma distancia reflexiva” con la que el historiador aborda cualquier otro personaje de la historia antigua. Esta última perspectiva es la que él adopta en su libro, y la debe aceptar todo historiador que se precie.
 
 
Si se estudia bien a Jesús en su contexto, la divinización de Jesús no es asombrosa ni enigmática, afirma FB. La obra del historiador ha de sustraerse a la fascinación del mito que rodea a muchos personajes de la antigüedad y sobre todo a Jesús. Hay que recuperar la verdadera identidad del rabino galileo. Para lo cual hay que hacer un ejercicio notable de clarificación de los argumentos y métodos. Si se recupera la verdadera identidad de Jesús, argumenta FB, es totalmente posible explicar y comprender bien los procesos de magnificación y divinización de su figura; procesos que son perfectamente entendibles tanto en el ámbito judío, como en el pagano en la atmósfera espiritual y cultural del siglo I en el Mediterráneo oriental.
 
 
Seguiremos.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
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Jueves, 21 de Febrero 2019
El encuadre de Jesús.  Un judaísmo muy variado y complejo fue la base de la religión de Jesús de Nazaret (17-02-2019) (1045)
Escribe Antonio Piñero
 
 
Foto: Retrato imaginario del rabino Samay
 
 
Continúo con mi breve comentario u observaciones al libro de F. Bermejo “La invención de Jesús de Nazaret. Historia, ficción, historiografía”, Siglo XXI, Madrid 2018.
 
 
Dentro de la segunda parte del libro que pone las bases para una reconstrucción histórico-crítica de la imagen de Jesús es la preocupación del autor por denunciar la tendencia de muy diversos estudiosos por resaltar las peculiaridades de la figura de este de modo que Jesús  resulte ser un “personaje único y singular”, casi incalificable o no introducible en ninguna de las “casillas” teológicas del judaísmo del momento. Y si Jesús es un “únicum” se abre la vía para su heroización y en último término para su divinización dentro del marco  de un judaísmo e su época, supuestamente esclerotizado, al que se opone.
 
 
Este tipo de religión judía se caracterizó desde finales del siglo XIX y sobre todo al inicio del siglo XX con la etiqueta de “judaísmo tardío”. Según los estudiosos de entonces, sobre todo alemanes, ese judaísmo estaba impulsado por el afán legalista y la obsesión por las formas externas de la religión (p. 131). Bermejo, con el común de los estudiosos independientes, sostiene con razón que este tipo de judaísmo de la época de Jesús contra el que se rebeló  presuntamente Jesús fue diseñado por medios cristianos para presentar a un Nazareno que superó y quebró las bases de este tipo de judaísmo.
 
 
Nada más lejos de la realidad histórica. Ahora bien, cuando la investigación histórica demostró que esta caracterización del judaísmo de la época era una caricatura y no una realidad, los estudiosos confesionales ofrecieron –utilizando de una manera acrítica la  obra del Flavio Josefo– “una imagen monolítica y simplificada” del judaísmo de la época para luego afirmar que Jesús no pertenecía, y que, además, superaba a todas ellas.
 
 
Pero esta idea no es tampoco sostenible hoy día, desde el punto de vista histórico, porque creemos que Jesús se encuadra perfectamente, con sus variantes personales naturalmente, dentro del judaísmo fariseo. Además su teología tiene ciertos contactos con el pensamiento esenio, sobre todo en sus ideas acerca de la negación del divorcio por cualquier causa. Por ello, se acerca Jesús a menudo a los maestros de la Ley que se encuadraban en la escuela del rabino Samay o Shammay, un poco anterior cronológicamente a Jesús, por oposición a un cierto laxismo de la escuela de Hillel. Jesús, pues, sería un judío piadoso, más bien rigorista.
 
 
Este encuadre supone que el fariseísmo estada también extendido, en cierta manera, en la Galilea del siglo I, lo cual se prueba por la constancia histórica de que el fariseísmo de Jerusalén enviaba a Galguéela con cierta frecuencia delegaciones de fariseos que “demuestran una preocupación extendida por observar ciertas leyes de pureza de forma específica, de manera similar en Galilea y en Judea. Ello testimonia la conciencia de una identidad religiosa común en las creencias y prácticas básicas, que eran compartidas. Sólo algunos grupos, como los samaritanos y la comunidad de Qumrán, muestran una fisionomía diferente (p. 132).
 
 
Estoy de acuerdo, pues, en el encuadre de Jesús dentro de ese fariseísmo común de Galilea y Judea e el siglo I.
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
 
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Domingo, 17 de Febrero 2019
Programa de Radio Voz (La Voz de Galicia) sábado 16-02-2019
El programa gira sobre preguntas, algunas un tanto descabelladas, a propósito del último libro de Trotta, "Aproximación al Jesús histórico".

Saludos a todos.

Antonio  Piñero
Viernes, 15 de Febrero 2019
¿Hasta qué punto se puede decir que el texto del Nuevo Testamento es fiable? “Compartir” (282) de 14 de febrero  de 2019. Preguntas y respuestas   Escribe Antonio Piñero    Foto del Papiro 52, del siglo II (en concreto ¿hacia el 150?)= Jn 18,31-33.37
Escribe Antonio Piñero
 
 
Foto del Papiro 52, del siglo II (en concreto ¿hacia el 150?)= Jn 18,31-33.37-38. Conservado en la “John Rylands University Library de Manchester. Probablemente el más antiguo testimonio del texto del Nuevo Testamento
 
 
PREGUNTA
 
 
¿Hasta qué punto se puede decir que "nuestro" Nuevo Testamento es fiable si usted
mismo asegura que se remonta al año 200? ¿No habría sufrido ya añadiduras que favorecieran a la Iglesia Paulina tanto en interpolaciones a textos existentes como la adición de nuevo material que favoreciera a esta variante teológica?
 
 
 
RESPUESTA:
 
 
 
He escrito sintéticamente sobre ello en mi “Guía para entender a Pablo”, Editorial Trotta 2ª Edición 2018. Pero sobre todo en la Introducción General a la futura publicación que, creo, llevará por título  “Los libros del Nuevo Testamento”, el comentario histórico-crítico y crítico literario al Nuevo Testamento, que he anunciado varias veces y que esperemos vea la luz finalmente en septiembre del 2019, también en Trotta. Ahí se escribe lo siguiente, que ahora les adelanto:
 
 
 
“En primer lugar, el texto impreso de Nestle-Aland28 se retrotrae al estado textual que cada una de las obras del Nuevo Testamento podría tener en torno al año 200 e.c., como mucho. Así que entre la fecha de la Primera carta a los tesalonicenses, escrita con casi total seguridad en Corinto por Pablo en el 51 e.c., y el texto que utilizamos median 150 años. Y este lapso de tiempo no puede acortarse porque no hay manuscritos de esa carta –que tomamos como la obra más antigua del Nuevo Testamento– que hayan sido copiados antes del 200, fecha en la que creemos que se había constituido ya el núcleo del canon neotestamentario, al menos en la cristiandad del Mediterráneo oriental.
 
 
“Sin duda la canonización en torno a esa fecha contribuyó a que el texto del Nuevo Testamento se fuera fijando rápidamente como casi intocable, pero en verdad no sabemos, ni podemos aventurar –para el lapso de tiempo transcurrido entre la composición de la primera obra de nuestro corpus, la mencionada 1 Tesalonicenses, y el año 200– qué transformaciones pudo sufrir el tenor textual de las diversas obras. Respecto a los evangelios, sabemos con seguridad que su texto no fue intocable en principio, pues los sucesivos autores (Mateo y Lucas; Juan quizás indirectamente) utilizaron la obra de Marcos manipulándola a su antojo, o conforme a sus necesidades teológico-literarias.       
 
 
 
En segundo lugar, el texto reconstruido por Nestle-Aland28 no se halla tal cual en ninguno de los manuscritos que han llegado a nuestras manos. Con razón ha sido calificado como un mero «conjunto armónico» resultante de la combinación de las variantes de los mejores manuscritos. Es en realidad una combinación ideal realizada a partir de la combinación de lecturas de diversos manuscritos, que se estima que podría parecerse en alto grado al texto que salió de las manos de nuestros desconocidos autores neotestamentarios. Pero, al fin y al cabo, es una mera reconstrucción.
 
 
Y finamente, los manuscritos que poseemos son el resultado del azar histórico, pues sin duda hubo otros, a priori quizás también excelentes, que resultaron destruidos en guerras, incendios u otros percances más o menos accidentales. Ignoramos cómo habría sido la reconstrucción del texto neotestamentario con su aportación.
 
 
A pesar de estas advertencias, podemos estar relativamente seguros de que la crítica textual neotestamentaria ha reconstruido un texto bastante parecido al de los originales. Y ello por la razón de que poseemos textos de autores cristianos primitivos cuyas obras citan partes del Nuevo Testamento con un tenor muy parecido al que ofrece la crítica. Autores de este tipo son: Marción (140-160), Justino Mártir (hacia 150-160), Taciano el sirio (160-170), Ireneo de Lyon (hacia el 180) y Clemente de Alejandría y Tertuliano, en las obras que compusieron antes del 200. Por tanto, en algunas ocasiones y con ciertas dudas, podemos retrotraer nuestro conocimiento del texto unas décadas, en la dirección que indican los mejores entre los manuscritos utilizados, cuando coinciden con tales citas anteriores al 200”.
 
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
 
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Jueves, 14 de Febrero 2019
Filología y teología bíblicas ¿Puede la teología ser historia?  (10-02-2019) (1043)
Escribe Antonio Piñero
 
 
 
Foto: Cubierta del libro
 
 
 
Sigo tratando del libro reeditado por Herder hace muy poco tiempo: “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos” de los que somos autores Jesús Peláez y yo. Este libro pasó relativamente desapercibido en España en su primera publicación, y naturalmente me interesa que se conozca ya que no es una mera introducción al uso del Nuevo Testamento, ni una historia del cristianismo primitivo ni nada de eso.
 
 
 
Me parece que en España y en los países de lengua hispana el estudio y utilización del Nuevo Testamento sigue estando, salvo raras excepciones, en manos de círculos confesionales. El paso a la universidad civil, como estudio de materia histórica o filológica se intentó con la fundación hace decenios de una licenciatura en “Filología Bíblica Trilingüe”, en la que se cursaban en realidad cuatro lenguas: latín, griego, hebreo y arameo. Hubo alumnos brillantísimos. Pero fue suprimida por el Ministerio de Educación y Ciencia en la reforma de no sé qué año exactamente, con la concentración de departamentos y la eliminación de aquellas disciplinas “no rentables”, con pocos alumnos. Así, incluso la cátedra de Filología Neotestamentaria, que ocupé durante pocos años, fue convertida en cátedra de Filología Griega sin más.
 
 
Pues bien, la obra que ahora estoy deseando que vea una nueva luz estaba pensada para todos los estudiosos, tanto confesionales, como no, que desearan penetrar científicamente en este mundo del Nuevo Testamento por medio de información clara y precisa, con valoración acompañada, de todos los sistemas de aproximación técnica al Nuevo Testamento. Pero “técnica” no quiere decir exclusiva, ya que los autores hemos pretendido que el lenguaje de esta obra sea muy comprensible.
 
 
Quiero dejar bien claro que aunque el estudio científico del Nuevo Testamento no se identifica con la teología, es sin embargo el requisito previo para que esta última pueda desarrollarse. He escrito que si las posturas ideológicas/ teológicas que se adoptan al interpretar el Nuevo Testamento no tienen su fundamento en una intelección correcta de los textos, esa teología carecerá de cimiento sólido. Las aportaciones del estudio filológico-histórico son el necesario punto de partida de ulteriores interpretaciones teológicas, que deben tener siempre por base el texto y su significado en el momento en el que fue compuesto.
 
 
El estudio del Nuevo Testamento ha de ser imparcial, o procurarlo, ante el vasto campo de posturas ideológicas, con frecuencia tan encontradas, que toman pie de unos mismos escritos. La filología del Nuevo Testamento procura ser una ciencia histórica. Creo que la exégesis es en verdad pura historia.  Ha de ser crítica y racional; debe procurar no tener prejuicios. Si el texto del Nuevo Testamento comienza a ser estudiado de esta forma ayudará muchísimo a comprender. Y comprender es la base para vivir sensatamente.
 
 
El estudio del Nuevo Testamento como ciencia trata de conservar, transmitir, entender y presentar, gracias a una técnica determinada y múltiple –la que se explica en este libro– las experiencias religiosas de un grupo del pasado semi remoto, de casi dos mil años, el cristiano, que fueron expresadas por primera vez por escrito en el corpus de obras que denominamos “El Nuevo Testamento”.
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
 
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Domingo, 10 de Febrero 2019
El Evangelio de Marcos y la Odisea de Homero. “Compartir” de 7 de febrero de 2019 ( 281)
Hoy escribe Antonio Piñero
 
Foto: D. MacDonald
 
 
PREGUNTA:
 
 
¿Tiene fundamento la hipótesis formulada por el profesor Macdonald sobre la relación entre el Evangelio de Marcos y la Odisea?
 
 
RESPUESTA:
 
 
1 Supongo que se refiere a la obra de D. MacDonald, “Mythologizing Jesus. From Jewish Preacher  To Epic Hero” (“La mitologización de Jesús. De predicador judío a héroe épico”), publicada por la  edit.  Lanham, Londres 2015. 
 
 
La tesis de este libro es que los evangelistas, y ya en concreto Marcos, engrandecieron la figura de Jesús por métodos literarios, y en concreto utilizando la épica, o poesía, homérica. Según MacDonald hacían así de Jesús un héroe (griego), cuando en realidad no había sido más que un humilde artesano, aunque un buen conocedor de las Escrituras y con un enorme talento retórico para cautivar a las masas.
 
 
Sin duda, de este modo, Jesús podría ponerse en igualdad de condiciones con los héroes estimados por el pueblo griego, por ejemplo, Hércules y Esculapio (también engrandecidos y divinizados. Pero respecto a la tesis concreta de un influjo directo de Homero, la Odisea, en Marcos estoy dubitativo. Las estructuras literarias en la antigüedad eran relativamente limitadas. Había géneros literarios que tenían sus normas y que los autores seguían. Eran como patrones. No era necesario copiar directamente. Existía entre las personas alfabetizadas una atmósfera “literaria” de ambiente, y diría que incluso entre los analfabetos por la influencia directa de la épica, la Odisea en concreto, que se recitaba entre el pueblo, y por el poderoso influjo del teatro. Al teatro iba todo el mundo que podía, era inmensamente popular. Y la gente aprendía allí  “literatura”.
 
 
Lo de la Odisea y Homero en concreto ha sido tratado en particular en nuestro “Seminario sobre Jesús” de La Ramallosa, un pueblecito cerca de Baiona, (Pontevedra), seminario que tengo para mis amigos, y cuyas clases se suben a You Tube. La tesis  ha sido vista como interesante y meramente posible. Nada más. Pero insisto en que Marcos en concreto, el primer evangelista era judío. Es dudoso que fuera al teatro. Y era un apocalíptico judío intenso. Es muy extraño por eso que estuviera familiarizado con Homero profundamente como para ser influenciado de un modo directo. El lenguaje de Marcos es demasiado pobre y semitizante como para ser un asiduo lector, u oyente, de Homero. Pero la atmósfera literaria griega estaba también en el ambiente en la Diáspora judía de lengua helénica.
 
  
En realidad, no lo sé seguro. Es meramente posible. Aceptar patrones literarios de héroes populares griegos ayudaba sin duda a la recepción de Jesús entre los gentiles de lengua griega, al menos en principio como un héroe. Y los héroes eran benéficos, sanadores, milagreros en general, benefactores… Todo lo que ayudaba a una apoteosis o deificación.
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
 
http://adaliz-ediciones.com/home/36-el-jesus-que-yo-conozco.html
Jueves, 7 de Febrero 2019
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Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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