CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero


Hoy escribe Antonio Piñero

Seguimos con el tema: “Viudas, mártires, diaconisas, sacerdotisas. Panorama de las mujeres en las primeras comunidades cristianas”


Más noticias tenemos sobre la participación de las mujeres en la actividad comunitaria, en diversas funciones, en los grupos de cristianos fundados por Pablo, o bien en los que él o sus cartas ejercieron alguna influencia (¿comunidad de Roma?).

El grupo paulino se caracteriza –según Gálatas 1 y 2- por tener “otro evangelio”, diferente por tanto del judeocristiano, basado fundamentalmente en revelaciones directas y exclusivas a Pablo, hechas por Dios naturalmente no sobre un suelo yermo y vacío, sino sobre la base de los previos conocimientos del judeocristianismo que tenía Pablo, pues había ido su perseguidor (Gál 1,13).

Las diferencias teológicas entre las comunidades paulinas y las judeocristianas hubieron de ser grandes; de lo contrario no se explica la necesidad de haber convocado un “concilio” en Jerusalén para llegar a un convenio (muy diferentemente narrado en Hch 15 y Gál 2).

Brevemente: según Pablo, su “evangelio” se caracteriza no por proclamar el reino de Dios como Jesús (no se niega naturalmente; pero no desempeña apenas papel alguno), sino por anunciar a éste como mesías celestial, redentor y salvador de toda la humanidad. Desde el punto de vista paulino Jesús pasa de ser proclamador del reino de Dios (judío) a proclamado como salvador (universal). Las características de la teología paulina debían de ser muy sorprendentes para un judeocristiano.

En este nuevo grupo mesiánico, que está a la espera del inminente fin del mundo (1 Tes 4,15ss), las mujeres tienen ante Dios, y en lo esencial de la salvación, la misma participación que los varones. Son iguales a ellos. El texto básico de esta igualdad es Gál 3,28:

« (Entre los bautizados en Cristo), “no hay judío, ni griego; no hay siervo, ni libre; no hay varón, ni mujer: porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”. »

Consecuente con este programa de igualdad espiritual, las funciones de la mujer en las comunidades paulinas son las siguientes:

A. Patronas y benefactoras (esquema típico del Imperio romano helenístico de “patrón – cliente”):

• Éste es el caso de una mercader de púrpura, rica, temerosa de Dios, de nombre Lidia, según Hch 16,14-15:

« “Y estaba escuchando cierta mujer llamada Lidia, de la ciudad de Tiatira, vendedora de telas de púrpura, que adoraba a Dios; y el Señor abrió su corazón para que recibiera lo que Pablo decía. Cuando ella y su familia se bautizaron, rogó, diciendo: Si juzgáis que soy fiel al Señor, venid a mi casa y quedaos. Y nos persuadió”. »

• Y de Febe, según Rom. 16,1-2:

“Os recomiendo a nuestra hermana Febe, diaconisa de la iglesia en Céncreas; que la recibáis en el Señor de una manera digna de los santos, y que la ayudéis en cualquier asunto en que ella necesite de vosotros, porque ella también ha ayudado a muchos (lit. “ha sido “patrona”: griego prostátis) y a mí mismo”.

Febe, por tanto, era –como Lidia- una mujer rica, y se había constituido en benefactora de la comunidad de Corinto, situada en Céncreas. Éste era el segundo puerto de la ciudad, que daba a la zona orienta, al golfo Sarónico. En esa comunidad actuaba Febe como ayudante o ministra (griego diákonos). Debido al significado de este vocablo debemos imaginarnos que Febe debía de estar a las órdenes de los epískopoi (“intendentes o vigilantes”) del grupo, o del consejo de ancianos (griego presbýteroi), si es que lo había en esa comunidad.

• También Priscila y su marido Áquila actuaban como benefactores, pues cedían su casa en Éfeso para las reuniones de la iglesia doméstica de la ciudad: Rom 16,19:

« “Las iglesias de Asia os saludan. Áquila y Priscila, con la iglesia que está en su casa, os saludan muy afectuosamente en el Señor”.  »

A propósito, y como breve excursus: en el cap. 16 de Romanos Pablo saluda a otras gentes de Éfeso que al parecer jamás estuvieron en Roma. Es muy posible, por tanto, que Rom 16 sea un billete a la iglesia de Éfeso, añadido por el primer editor de las cartas de Pablo a la carta a los Romanos.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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Martes, 21 de Septiembre 2010
El apóstol Juan en la literatura apócrifa (HchJnPr)
Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Juan en su destierro de Patmos

Era el lugar elegido para el destierro de Juan, un lugar poco propicio para una vida agradable. Desembarcaron, pues, en la ciudad de Forá, posiblemente la más importante de la isla. Allí fueron recibidos en hospitalidad por un rico ciudadano, de nombre Mirón. Tenía una abundante servidumbre y una situación social de prestigio, entre otras razones, porque era suegro del gobernador de la isla. El Apócrifo dedica todo el largo capítulo 20 a la extraña historia de Mirón y su familia.

Mirón tenía tres hijos oradores (rhétores), de los cuales el mayor, Apolónidas, estaba poseído de un mal espíritu de Pitón. Y en cuanto supo que Juan se alojaba en casa de sus padres, huyó a otra ciudad. Mirón y su mujer Fone interpretaron el suceso como efecto de la presencia de Juan. Concluían, pues, que no debía de tratarse de buenas personas, cuando su mera presencia producía efectos tan nefastos.

Tramaron los peores castigos contra el culpable de la ausencia del hijo. Pero Juan conoció por el Espíritu las intenciones de Mirón y animó a Prócoro anunciando el feliz resultado final de los sucesos. El ausente envió una carta a su padre acusando a Juan de lo sucedido y exigiendo nada menos que su muerte como condición de su deseado regreso al hogar. Mirón encadenó a sus dos huéspedes y comunicó al gobernador los detalles de su caso. Como el espíritu maligno sugería, el gobernador tomó la decisión de condenar a Juan a las fieras. En consecuencia, encerró a los dos desterrados en una prisión pública. El gobernador interrogó a Juan acerca de sus actividades y su profesión; luego le exigió que cesara de predicar su doctrina y que hiciera regresar a Apolónidas. Respondió Juan que no podía dejar de predicar, pero que enviaría a su discípulo para traer al orador a su hogar. Escribió una carta al espíritu que habitaba en el huido ordenándole que saliera del poseso y se ausentara definitivamente. Cuando Prócoro se acercaba con la carta, salió el espíritu inmundo del joven orador que quedó en estado de absoluta sensatez.

Apolónidas tomó su caballo, ofreció un mulo a Prócoro y partieron ambos de regreso. Al conocer el orador la situación de Juan, evitó saludar a nadie y se dirigió a la cárcel, donde Juan yacía encadenado con doble cadena. Se postró rostro en tierra ante el Apóstol y le quitó los hierros. Salieron, pues, de la cárcel y se dirigieron a la casa de Mirón, donde reinaba el más amargo duelo por la ausencia del hijo. Pero todo cambió cuando vieron a Apolónidas sano y salvo. El orador dio las explicaciones de rigor, señalando como razón de su ausencia los pecados de la familia. Se imponía una visita urgente al gobernador para que deshiciera el entuerto provocado con la prisión de Juan. La hostilidad del gobernador se tornó en benevolencia.

Crisipa, la esposa del gobernador

Continúa la narración dentro del contexto de los episodios sucedidos con Mirón. En su casa se encontraban los desterrados, donde Juan, Biblia en mano, instruía a sus anfitriones. Después de adoctrinarlos sobre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, les administró el bautismo siguiendo la secuencia habitual de instruir, convertir, bautizar. Cuando Crisipa, hija de Mirón y esposa del gobernador, tuvo conocimiento de que la familia de su padre había creído en el crucificado y vivía en el gozo y en la paz, abordó a su marido para pedirle que creyera también. La respuesta del gobernador tuvo más de política pragmática que de sincero convencimiento. Expresaba su criterio de que mientras ocupara el cargo de gobernador, no convenía ni a su familia ni a los cristianos que hiciera pública profesión de cristiano. Un gobernador bautizado no haría ningún favor a su sociedad, en la que había numerosos ciudadanos hostiles al nombre y a la práctica del cristianismo. Pero veía con buenos ojos que su mujer y su hijo pequeño fueran instruidos en profundidad por el apóstol Juan. Pronto llegaría el día en que dejara su cargo y gozaría de la libertad de ser y manifestarse cristiano a todos los efectos. Era, además, un buen síntoma que su marido estuviera de acuerdo con los deseos y las intenciones de Crisipa. En consecuencia, Juan pudo rematar su tarea de adoctrinamiento, y bautizó a Crisipa y a su hijo en el nombre de la Trinidad.

Mirón ofreció a su hija bienes abundantes para que nunca se viera en la necesidad. Le proponía incluso la posibilidad de irse a vivir con el apóstol. Pero Juan desaprobó los planes de Mirón afirmando que no había venido a separar a la esposa de su marido ni al marido de su mujer. Y cuando Mirón puso a su disposición bienes de fortuna para que los distribuyera entre los pobres, Juan le recomendó que se encargara él mismo de hacer la distribución. El gesto llenó de satisfacción a sus familiares, gozosos de ver cómo los necesitados recibían ayuda generosa.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Lunes, 20 de Septiembre 2010


Hoy escribe Antonio Piñero


Continuamos con la segunda entrega de la miniserie “Viudas, mártires, diáconos, sacerdotes… Panorama de las mujeres en las primeras comunidades cristianas “


La tradición primitiva judeocristiana sobre la resurrección de Jesús recuerda que -aunque las mujeres no fueran en el judaísmo circundante capaces de dar testimonio judicial por sí mismas- fueron de hecho los primeros testigos de ella (Mc 16,1-8, aunque se callan por miedo; Jn 20: María Magdalena es la primera testigo de la resurrección y transmite el mensaje).

Dentro de esta comunidad judeocristiana primitiva se supone que las mujeres eran también profetisas en la vida diaria (¿?), aunque el único testimonio específico de los Hechos no se refiera a esta comunidad, sino a la de los judíos helenistas –que tiene ya otra teología-: en Hch 21,8, en Cesarea habitaba como evangelista Felipe (uno de los siete diáconos nombrados en Hch 6,5; 8,5), que tenía “cuatro hijas profetisas”, que eran vírgenes. En este pasaje comienza a insinuarse la unión de virginidad y carisma divino que será típico del cristianismo posterior..

Además, a juzgar por Hch 9,36:


En la ciudad de Jope había una discípula llamada Tabita, que traducido quiere decir ‘Gacela’. Estaba llena de buenas obras y de limosnas que hacía,


ciertas mujeres ricas cumplían la función de “benefactoras” dentro del grupo. No es preciso suponer que tal beneficencia tuviera un origen especial divino, es decir, carismático.

Podría suponerse también (muy dudoso) que, al no diferenciarse apenas el judeocristianismo, salvo en la tensión escatológica y la teología que conllevaba, del judaísmo medio de su época, y como en éste existía la posibilidad teórica de que una mujer leyera la Torá en la sinagoga (Oepke, Theologisches Wörterbuch zum Neuen Testament ,“Diccionario teológico del Nuevo Testamento”; no traducido al español, pero sí al inglés y al italiano, artículo Gyné [“mujer”], columnas 787,30, que reenvía a Strack- Billerbeck, Kommentar zum Neuen Testament aus Talmud und Midrash [“Comentario al Nuevo Testamento a partir del Talmud y del Midrás”], III 467, IV 157s), pudiera ser posible que tal costumbre existiera teóricamente también en el judeocristianismo.

Pero, según la misma costumbre, la mujer debía declinar una posible invitación de este estilo y retirarse al anonimato en público que la costumbre le asignaba (es decir, recluirse en el lugar de las mujeres, en la zona superior y tapadas por celosías, si la sinagoga era grande; si no, a un lado, distinto de los varones y todas juntas).

De todos modos opino que esta costumbre apuntada por Oepke parece referirse a época posterior a Jesús. Sin duda alguna en Tosephta, Meg. IV 226,4 (ya en pleno siglo III: época de la Misná) se desaprueba expresamente que las mujeres hagan lecturas públicas en las sinagogas.


Seguiremos.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
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Domingo, 19 de Septiembre 2010

Hoy escribe Antonio Piñero


El tema que vamos a tratar en esta miniserie lleva el título de esta primera postal. Ante esta tarea lo primero que creo debemos hacer es definir qué entendemos por “primeras comunidades”, puesto que en el cristianismo primitivo había varias y muy diversas dentro de él. Así:

1. La comunidad o “familia espiritual” constituida en torno al discipulado de Jesús;

2. Las comunidades judeocristianas de los inicios, por ejemplo, la de Galilea (de la que apenas tenemos noticias), la de Samaría (que quizás se refleje detrás del IV Evangelio), y sobre todo la de Jerusalén, dibujada directamente en los Hechos de los Apóstoles, en los evangelios judeocristianos tardíos, de finales del siglo II, conservados sólo fragmentariamente;

3. Las comunidades paulinas de los primeros momentos (hasta la muerte de Pablo: en torno al 60/62/64?);

4. Las comunidades deuteropaulinas formadas por los discípulos de Pablo (tal como se reflejan en las Epístolas Pastorales; en la 1ª Carta de Clemente, en el Pastor, de Hermas);

5. Las comunidades que están detrás de las primeras novelas cristianas, que comienzan hacia el 140: los Hechos apócrifos de los apóstoles, donde el protagonismo de las mujeres es increíble;

6. Otras comunidades luego declaradas heréticas como las de los “montanistas”;

7. Finalmente, el variado grupo de comunidades gnósticas que comienzan a apuntar en el siglo I y se consolidan definitivamente en el II, comunidades que duran hasta bien entrado los siglos IV o V.

Son muchas comunidades para tratar de ellas pormenorizadamente en nuestro blog(pues supongo, que los lectores se cansarán) aunque aludamos a todas ellas, al menos. Para atenernos a lo práctico, detendremos nuestra mirada en las comunidades más importantes, que son los que ofrecen más datos dentro de la escasez general de ellos en la literatura cristiana primitiva.


I La comunidad judeocristiana de Jerusalén

De ella tenemos noticias ante todo por los Hechos de los apóstoles. Sus rasgos distintivos son:

· Procede directamente de los apóstoles y de la familia de Jesús trasladada a Jerusalén. ¿Por qué a esta ciudad donde había padecido muerte el Maestro y en donde había múltiples enemigos? Probablemente porque la tradición judía decía desde que se asentó en la tradición que recoge (¿o inicia?) Zacarías 14,4 que la venida (definitiva) del mesías tendría lugar en la ciudad santa; más en concreto en el Monte de los Olivos, considerado dentro del perímetro de la “Gran Jerusalén”.

Esta ampliación de la “ciudad” fuera del ámbito estricto del perímetro de las murallas nació por necesidades de la fiesta de la Pascua, y de otras, sobre todo de los tabernáculos, de acoger peregrinos que tenían por tradición –por ejemplo en el caso de la Pascua- que sacrificar los corderos en el Templo y comerlos dentro del perímetro de la ciudad. De este modo, nació por motivos prácticos entre los doctores de la Ley la idea de la Gran Jerusalén. Muchos piadosos pensaban que preferentemente, había que esperar allí, en la capital, la “vuelta” de Jesús como mesías en pleno sentido, es decir, que ya no sería impedido por circunstancias externas –complot contra el Jesús carnal- en su tarea de implantar el Reino de Dios.

· No tiene esta comunidad de Jerusalén a mi parecer, y según el de muchos, una teología aún específicamente “cristiana” sino “judeocristiana”, en el sentido de que la única gran diferencia con sus correligionarios de la corriente mayoritaria del judaísmo era que creían firmemente que el mesías había venido ya; que ese mesías había sido Jesús el crucificado pero resucitado por Dios; que Éste había vindicado su tarea y que había hecho divino al Resucitado “de algún modo”, es decir le había dado una nueva naturaleza, que sin dejar de ser hombre lo situaba de pie (Hch 7,58) o sentado a la diestra del Padre.

· Creían además que Jesús -constituido el “Viviente” por Dios, el “Resucitado”, “Mesías” y “Señor” (Hch 2: discurso de Pedro)- había de venir de nuevo a la tierra a cumplir su tarea, frustrada por la iniquidad de los jefes judíos y de los romanos, a instaurar por fin el Reino como acabamos de indicar;

· Y creían finalmente que esa venida iba a ser inmediata, tanto que podían vender todos sus bienes y esperar a que ésta se produjera, orando, asistiendo al Templo diariamente, cumpliendo con otros preceptos de la ley mosaica, etc., sin preocuparse de nada más.

Según Lucas, el autor de los Hechos, el “judeocristianismo” nace en y después de lo ocurrido en Pentecostés (cap. 2 de Hechos), donde –según el discurso puesto en boca de Pedro- se cumple la profecía de Joel:

« Y será en los días postreros, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; y vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros viejos soñarán sueños. Y ciertamente sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días, derramaré de mi Espíritu, y profetizarán” (Hch 2,17-18 = Joel 3,1-5). »

Estamos, pues, en un momento escatológico, del final de esta era y del comienzo de otra, definitiva; en ella, en lo que se refiere a la recepción del Espíritu, no hay distinción entre hombre y mujer. Aquí estaríamos en la línea de Génesis 1,27.


Ahora bien, en este supuesto del final de los tiempos tampoco habría esta distinción para el judaísmo circundante, a pesar de que en la vida diaria, antes de los instantes escatológicos, la mujer valía tanto como medio varón (por ejemplo, por su casi nula capacidad de ser testigos, por su nula capacidad de intervenir en la vida pública en todas sus esferas) y en la mayoría de los casos menos que medio hombre. Creo, pues, que esta igualdad de hombre y mujer en los tiempos finales no es mérito especial de los judeocristianos, ya que se cumple lo dicho por el profeta Joel como válido para todo el judaísmo.

Todos éstos (los Doce más Santiago, el hermano del Señor) perseveraban unánimes en oración y ruego, con las mujeres, y con María la madre de Jesús, y con sus hermanos (Hch 1,14).


« (Pedro, liberado milagrosamente por un ángel de la cárcel de Herodes Agripa I) llegó a casa de María, la madre de Juan, el que tenía por sobrenombre Marcos, donde muchos estaban juntos orando (Hch 12,12). »


Por el ambiente general de lo que cuentan los Hechos es de suponer que en la primera comunidad judeocristiana las mujeres estaban al mismo nivel que los varones en la plegaria y profecía carismática (carisma = ‘don’ del Espíritu divino). Ahora bien, esta plena participación de las mujeres en pie de igualdad con los varones en la vida de la comunidad primitiva jerusalemita debe suponerse para el ámbito espiritual, no para el social, donde las normas de la costumbre judía respecto a las mujeres seguirían inalteradas.


Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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Sábado, 18 de Septiembre 2010

Hoy escribe Antonio Piñero


Después de reflexionar, pienso que la terminación de la postal de ayer fue demasiado sintética. No quiero que pueda surgir una mala interpretación de lo que escribí ayer. Me permito citar mi pensamiento de un modo más extenso, tomándolo de la Guía para entender el Nuevo Testamento:

• Pablo interpreta la figura del Jesús histórico de una manera distinta al modo como él se consideraba a sí mismo. Jesús se veía a sí mismo como un ser humano normal, aunque con una relación especialísima con Dios; Pablo, por el contrario, hace de Jesús un ser divino, preexistente.

• Modifica las ideas sobre un mesías judío con su liberación religiosa, social y política reservada fundamentalmente a Israel, proclamando un salvador universal, de todos sin excepción.

• Afirma que el acto de reconciliación con Dios no será cosa del futuro, sino que ocurrió ya en el pasado, en la cruz.

• Anuncia que ha cambiado el sistema, condiciones y requisitos para la salvación, que son muy distintos de los del Jesús histórico. Los puntos más llamativos son la justificación/salvación por la fe y la consecuente negación de que la ley de Moisés sea el camino obligatorio para salvarse. Ahora todos los gentiles pueden salvarse.

Teniendo en cuenta estas radicales diferencias, la pregunta que encabeza esta reflexión (‘¿Fue Jesús realmente el fundador de un culto nuevo?’), podría ser respondida así:

Dado el pensamiento religioso de Jesús, no fue éste el fundador el cristianismo, sino su primer impulsor. Esta frase debe entenderse del siguiente modo: independientemente de lo que el Jesús histórico pudo o no haber hecho, es incuestionable que él inició el proceso que se convirtió en el cristianismo. Jesús, con su genio religioso, reflexionó profundamente sobre la religión judía e hizo un especial hincapié en ciertos aspectos de ella que lo situaron en un puesto aparte dentro del panorama de la religiosidad judía del siglo I:

A) Por su nueva concepción de la filiación divina. Aunque se creía totalmente un mero hombre, no un ser divino, tuvo una concepción particular de su relación con el Padre que no poseyeron otros maestros judíos de su época;

B) Por su nueva interpretación de la Ley, radical, profunda, esencialista, iluminadora;

C) Por su diferente concepción de la pureza ritual y su con¬centración en la impureza como producida sólo por el pecado que depende ante todo de la actitud del corazón;

D) Por su sentido de que en el juicio final será la imitación de Dios (la imitiatio Dei), la ley del amor al prójimo y el perdón sin límites aquello que en definitiva salvará al ser humano, dentro del cumplimiento general de los preceptos de la ley de Moisés.

Pero todos estos impulsos no bastan para iniciar un proceso de separación del judaísmo. Es Pablo el primero que pone los fundamentos ideológicos necesarios para la autonomía del grupo cristiano respecto a la Sinagoga. Frente a Jesús es Pablo el que impulsa y completa un movimiento teológico que deja de poner en primer plano el reino de Dios y se concentra en Jesús mismo como objeto de predicación. Parece pues, que el personaje que comienza a poner los cimientos para una nueva religión y para la separación definitiva del judeocristianismo del judaísmo normativo y oficial es Pablo de Tarso y no Jesús de Nazaret.

Por último, hay que decir que el cristianismo actual se basa sobre muchos pilares. Pablo no es el único. Otros muy importantes son: el Evangelio de Mateo y su ideología eclesiástica y el Evangelio de Juan con su peculiar interpretación de Jesús.

Sin embargo, no es desacertado decir que Pablo ocupa una posición principal en la cuestión del desarrollo del cristianismo. Por tanto, el cristianismo no se entiende sin Jesús de Nazaret, cierto, pero más como su condición y fundamento que como su fundador estricto.

Espero que todo esto sea visto como algo argumentativo y racional. No son construcciones empíricas a priori y dogmáticas.


Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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Viernes, 17 de Septiembre 2010

Hoy escribe Antonio Piñero


Concluimos hoy con la transcripción y comentario de “Los cristianos” (Alianza Editorial 2010) de Jesús Mosterín.


“Se ha visto ya que en el judaísmo del siglo I había una gran variedad de tendencias o sectas, entremezcladas todas bajo el amparo legal de la sinagoga. Además de las corrientes más ortodoxas y centrales (como la de los saduceos –hasta su desaparición en la guerra judía-, la de los fariseos y la posterior rabínica), que insistían en la aceptación y cumplimiento íntegros de la Ley, había también en Palestina y en las sinagogas de la diáspora otras tendencias judías más o menos heterodoxas: los judíos helenizantes y universalistas (como Filón), los ascéticos apocalípticos (como los esenios y los bautistas), los cristianos, y los nacionalistas furibundos antirromanos (como los celotas y los sicarios).

“En el siglo I el cristianismo no era un movimiento doctrinalmente unificado, sino una pluralidad de tendencias distintas, que entendían el mensaje de Jesús sobre el próximo reino de Dios y la propia figura de Jesús de modos distintos. La unificación solo llegaría tres siglos más tarde, impuesta por la autoridad política. No sería ningún profeta, apóstol ni teólogo el que unificaría el cristianismo, sino el emperador Constantino.

“Una vez desaparecida la comunidad jesusita de Jerusalén como consecuencia de las fallidas rebeliones de los celotas y de Ben Kosiba y de las consiguientes represiones romanas, ya no quedaba más cristianismo que el helenista, poderosamente influido por las tesis paulinas. El posterior cristianismo unificado bajo los emperadores Constantino y Teodosio desarrollaría una teología y una cristología basada más en las ideas de Pablo que en las enseñanzas y ejemplos de Jesús.

“En efecto, ya hemos visto que varias importantes tesis del cristianismo posterior son inventos paulinos, como la resurrección de Jesús, el pecado hereditario y la redención de toda la humanidad por la muerte expiatoria de Cristo. También lo son otras no menos misteriosas, como la eucaristía y el carácter divino de Jesús.

Apostilla:


No cabe duda de que la idea de la resurrección de Jesús la recibe Pablo por tradición de la comunidad de Damasco o de la de Jerusalén.


Sigue Mosterín:

“Antes de emprender su intentona en Jerusalén (que no sabemos exactamente en qué consistía, pero que debía de involucrar alboroto y confrontación), y consciente del peligro que corría, Jesús invitó a sus discípulos predilectos a una cena de despedida, como era habitual en tales casos. Quizá ya no habría otra oportunidad de beber juntos vino, al menos hasta la anunciada instauración del reino de Dios:


« Ya no beberé más de este fruto de la vid hasta que lo beba de nuevo con vosotros en el reino de mi Padre (Mateo 26, 29). »


“Fue Pablo el que introdujo la noción de la eucaristía como repetición del sacrificio expiatorio de Cristo, identificando el pan con el cuerpo y el vino con la sangre de Jesús. Esta idea era tan increíble que desde luego constituía un misterio, el “misterio de la eucaristía”.


“¿Cómo descubrió Pablo ese misterio? Cristo mismo se lo había revelado a él, quizás en otra alucinación:


« Porque yo recibí del Señor lo que os he transmitido (1 Corintios, 11: 23).  »


“Respecto a la mera idea de que Jesús podría haber sido divino o Dios, a Yeshúa mismo y a cualquiera de sus discípulos directos les habría parecido una blasfemia. Sin embargo, Pablo insiste en llamar a Jesús el hijo de Dios, lo que tampoco se entiende. Otro misterio, por tanto, el “misterio de la encarnación”. Somos los animales los que tenemos hijos; la relación del padre con el hijo es una relación de reproducción sexual, de transmisión de genes, algo que podemos hacer los perros o los hombres, pero ¿cómo podría hacerlo Dios, del que se supone que no es un animal, ni se reproduce ni transmite genes? Incluso a los judíos y a los muslimes, tan próximos ideológicamente a los cristianos, la idea de que Dios tenga hijos les parece absurda.


“Pablo atribuye también a Cristo carácter divino y en algún raro caso llega a decir que es Dios: “El Cristo Jesús, a pesar de su condición divina, no se aferró a su categoría de Dios” (Filipenses 2, 5-6).

“Ya Adolf von Harnack (1851-1930) se había dado perfecta cuenta de que la imagen paulina de Cristo tiene muy poco que ver con el Jesús histórico. Y la mayoría de los expertos actuales citados en la bibliografía están de acuerdo en que, incluso aceptando la existencia del Yeshúa histórico, no es a Jesús, sino a Pablo a quien se deben las creencias centrales de la teología cristiana. En este sentido, puede decirse que Pablo fue el auténtico fundador del cristianismo.


Apostilla:


Yo estoy de acuerdo, desde el punto de vista historiográfico, con las líneas esenciales de lo que dice Mosterín, aunque creo que lo enfocaría y lo expresaría de otro modo, y corregiría algunas cosas. He escrito:

« “No es desacertado decir que Pablo ocupa una posición principal en la cuestión del desarrollo del cristianismo. Por tanto, el cristianismo no se entiende sin Jesús de Nazaret, cierto, pero más como su condición y fundamento que como su fundador estricto” (Guía para entender el Nuevo Testamento”, Trotta, Madrid, 32008, p. 302). »

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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Jueves, 16 de Septiembre 2010



Hoy escribe Antonio Piñero


Transcribo y comento a J. Mosterín ("los cristianos"; Alianza Editorial 2010)


“Las historias de la muerte y posterior resurrección de los dioses, relacionadas con los ritos agrícolas y con las religiones mistéricas, eran frecuentes en la Antigüedad. Los jesusitas de Jerusalén debían de haber quedado muy decepcionados por la muerte de Jesús.

“Es posible que Pedro, el más fogoso de los discípulos, tuviera una alucinación o un sueño del difunto Jesús, y que se lo contase a otros. La habladuría habría llegado hasta Antioquía, donde con el tiempo se transformó en la leyenda de la resurrección de Jesús.

Años más tarde, Pablo oyó esa historia, que le impresionó tanto que él mismo tuvo también otra alucinación. La leyenda se fue extendiendo entre los cristianos, sobre todo por la insistencia de Pablo, que la convirtió en la piedra de toque de su predicación.

“Décadas más tarde, pasó a los Evangelios. El problema es que cada Evangelio da una versión completamente diferente. El testimonio más antiguo de la presunta resurrección es el de Pablo, unos veinte años después de la muerte de Jesús.


g[ [Jesús] se apareció a Pedro y más tarde a los doce. Después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez. [...] Después sle apareció a Jacobo, luego a los apóstoles todos. Por último se me apareció a mí también, como al nacido a destiempo (1 Corintios 15, 3-8). ]g


“Pablo, que no sabía casi nada de la vida de Jesús, pretendía saber que “murió por nuestros pecados, como lo anunciaban las escrituras, que fue sepultado y resucitó al tercer día” (1 Corintios, 15, 3-4). Pablo asumió inmediatamente y con entusiasmo la leyenda antioquena de la resurrección de Jesús, y se convirtió en su principal valedor y propagandista, convirtiéndola en dogma central de su versión del cristianismo.

g[ Ahora, si de Cristo se proclama que resucitó de la muerte, ¿cómo decís algunos que no hay resurrección de los muertos? Si no hay resurrección de los muertos, tampoco Cristo ha resucitado, y si Cristo no ha resucitado, entonces nuestra predicación no tiene contenido ni vuestra fe tampoco. [...] Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe es ilusoria y seguís con vuestros pecados. Y, por supuesto, también los cristianos difuntos han perecido. Si la esperanza que tenemos en el Cristo es solo para esta vida, somos los más desgraciados de los hombres. Pero de hecho el Cristo ha resucitado de la muerte, como primer fruto de los que duermen, pues si un hombre trajo la muerte, también un hombre trajo la resurrección de los muertos; es decir, lo mismo que por Adán todos mueren, así también por el Cristo todos recibirán la vida, aunque cada uno en su propio turno. ... Si los muertos no resucitan, “comamos y bebamos, que mañana moriremos.  ]g

« Mirad, os revelo un secreto: no todos moriremos, pero todos seremos transformados en un instante, en un abrir y cerrar de ojos, al son de la trompeta final. Cuando resuene, los muertos resucitarán incorruptibles y nosotros seremos transformados (1 Corintios, 15: 12-32 y 15: 51-53). »

« Hermanos, no queremos que ignoréis la suerte de los que mueren, para que no os aflijáis como esos otros que no tienen esperanza. ¿No creemos que Jesús murió y resucitó? Pues también a los que han muerto, Dios, por medio de Jesús, los llevará con él. Mirad, esto que voy a deciros se apoya en una palabra del Señor: nosotros los que quedemos vivos para cuando venga el Señor no llevaremos ventaja a los que hayan muerto; pues cuando se dé la orden, a la voz del arcángel y al son de la trompeta celeste, el Señor en persona bajará del cielo; primero resucitarán los cristianos difuntos, luego nosotros, los que quedemos vivos, junto con ellos seremos arrebatados en nubes, para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. Consolaos, pues, mutuamente con estas palabras (1 Tesalonicenses, 4: 13-18). »

Apostilla:

Mosterín no ofrece comentario alguno a estos textos porque opina que son absolutamente míticos, y sin fundamento racional. Aunque él no lo diga expresamente, con estas palabras, opina que se califican por sí solos y que expresan un pensamiento arbitrario, que con los mismos argumentos y en otras circunstancias históricas, podría haber sido de otro modo. Algo así, como se dice en inglés “wishful thinking”, un pensar arbitrario, voluntarioso e “idiosincrásico”, es decir, propio de la “idiosincrasia” o modo de ser (en todos los sentidos, incluido el psicológico de cada persona humana.

Yo tampoco hago comentario alguno en este momento, porque todo depende de los ojos con los que se mire. Pero ni siquiera se me ocurriría condenar a quien piense de un modo distinto al mío.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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Miércoles, 15 de Septiembre 2010

Hoy escribe Antonio Piñero

Comenzamos por la apostilla a la postal del último día, que hemos dejado para hoy por su extensión.


No me cabe duda personalmente que desde el punto de vista del análisis lógico, hoy, en el siglo XXI, la lógica discursiva del apóstol Pablo respecto a la “justificación por la fe”, tanto en Gálatas como en Romanos es, en apariencia y de facto, no defendible lógicamente. El punto de partida, un contenido hoy considerado mítico, a partir de “hechos” “incontrovertibles” de la Escritura, y el modo discursivo paulino, que no resiste las leyes elementales del silogismo -puesto que en ocasiones de premisas insuficientes se obtienen conclusiones más allá de lo permitido en las premisas- no resiste un análisis lógico

Otra cosa es que Pablo sintiera que estaba actuando irracionalmente y que lo admitiera, que aceptara por mor de su fe en Cristo una irracionalidad. No era así. Para Pablo y para otros hombres del siglo I, el ámbito de las “realidades religiosas” en el que vivían era rigurosamente real, no mítico, y hasta cierto punto perceptible, por medio de ensueños y visiones, de las que no se dudaba de que procedían, sin duda, de la divinidad. Por tanto, “razonar” a partir de esas premisas no era para ellos, que no eran tontos, algo irracional.

En un mundo en el que se creía con toda firmeza en la existencia de la divinidad tal como ellos la concebían, en la existencia de un cosmos pequeñito y “manejable” tal como ellos pensaban que su “astrofísica” lo había enseñado, un mundo de intermediarios celestes entre la divinidad y el ser humano –ángeles u otros espíritus, y en la posibilidad de comunicación semidirecta entre la divinidad y el ser humano concreto, elegido, es decir, en que esa divinidad se comunicaba tal como decían las Escrituras, era absolutamente claro que se estaba tratando con entidades reales aunque no se percibieran por los ojos físicos, sino con los del “alma”.


Centrándonos en el caso concreto de la “justificación por la fe” del adulto -creyente en que Jesús había sido y era realmente el mesías prometido- en el tribunal de Dios, todo era real para Pablo, puesto que lo había recibido directamente de la divinidad por una visión o un éxtasis.

No estaba actuando, pues, Pablo contra la “lógica” del momento: era real, absolutamente, la existencia de ese Dios y con esos atributos: era real la existencia de Jesús como Cristo divino, era real que había sido, durante su ministerio en la tierra, y más claramente ya sentado a la diestra de Dios, el agente de la divinidad para la salvación; era real la existencia casi personificada del Pecado, era real la existencia de Adán –estaba en el cielo ya con Abrahán, Isaac y Jacob, y la transmisión física, por generación, de una culpa primera; eran reales que las relaciones hombre divinidad se regulaban pro el sacrificio, era real que Jesús había logrado gracias a su doble condición –de hombre y de “divino de algún modo”- solucionar la cuestión del pecado colectivo por medio de su sacrifico expiatorio, agradable a Dios, calmante de la ira de la divinidad y era real finalmente que tal sacrifico “daba la oportunidad” a esta divinidad para mostrar su “justicia” y declarar por fin, exento de culpa, es decir, “justificado” y salvado al antes pecador.

Por tanto cuando Pablo argumenta que la fe, la confianza de que Dios ha determinado desde siempre ese sacrifico, y que se ha realizado en la historia al final de los tiempos, y que el ser humano debe hacer algo para apropiarse el valor de ese sacrifico, por ejemplo con un cierto tipo de colaboración, es decir creyendo / aceptando que Dios lo había hecho así, estaba argumentando dentro del ámbito de lo real.

Para el Apóstol, esa aceptación de fe-confianza en Dios no era un sacrificium intellectus (aceptar que la fe es superior al razón que debe sacrificarse en pro de la primera, que ofrece verdades superiores inalcanzables por la razón) sino todo lo contrario. Es más para la época y desde el punto de vista del judaísmo, aferrado al cumplimiento, a “hacer” de las obras de la Ley por absurdas que fuera en incluso ya en el siglo I como medio de salvación, la propuesta de Pablo en el mundo en el que vivían, era una acto de modernidad. Pablo pasaría por ilustrado ante los ojos de los judíos “ortodoxos” o que aceptaban la postura común del judaísmo de su época, como un hombre moderno y como un “griego” demasiado avanzado.


Otra cosa diferente es hoy día:

A) Desde el punto de vista del judaísmo ilustrado y estudioso de la herencia exegética judía (Misná Talmud, midrasim, Tosefta, Mekilta, Sifra, Sifré, etc.) pa deja mucho que desear desde el putno de vista de la lógica rabínica, tanto que se le niega veracidad cuando afirma que él era fariseo y cuando Lucas/Hechos sostienen que estuvo aprendiendo a los pies de Gamaliel.

B) Desde las leyes estrictas de la lógica, aceptar como verdad una entidad intelectual, convertida en dogma, que sobrepasa nuestra capacidad de raciocinio y de comprobación intelectual –nuestra razón es nuestro único medio de conocimiento-, “creer” (no razonadamente, sino porque confío) en algo que racionalmente se me presenta como increíble y hasta cierto punto absurdo, es una postura desde el punto científico de hoy perfectamente asumible, y para muchos, obligada.

Y esta es la posición de Mosterín.

Otra cosa, muy diversa, es aceptar que hay un mundo de la “intuición”, que supera la razón, o de la “confianza /“esperanza” en los sobrenatural, en la divinidad y su actuación respecto a mí, que supera también lo razonable, que proporciona verdades vitales, importantes para la “salvación”, y que quien viva en ese mundo ve más y más profundamente que el no creyente. Yo, personalmente no estoy en esta posición, pero soy muy respetuoso con ella, puesto que no alcanzo a comprenderla y pienso que quien me la manifiesta resulta ser inteligente en muchos otros ámbitos de la vida.

Pienso que en religión y en política es inútil intentar dar lecciones a nadie. Sólo se debe mostrar la racionabilidad de la posición propia, sin calificativos ni adverbios, que luego cada uno piense en su interior y llegue por sí mismo a un convencimiento personal.

Y volviendo al tema de la “justificación por la fe” en Pablo, resumiendo: opino que introdujo en el judaísmo un elemento “intelectual” de ámbito griego, la fe que salva, como acto intelectual, apoyado por la gracia divina, que era una revolución en la época.

Y éste fue el germen, junto con la divinización de Jesús que hizo que una secta al principio judía y sólo judía, se convirtiera con cierta rapidez en una religión distinta.

Terminaremos con el libro de J. Mosterín en seguida, en un par de postales

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com



Martes, 14 de Septiembre 2010
El apóstol Juan en la literatura apócrifa
Hoy escribe Gonzalo del Cerro

El apóstol Juan de Zebedeo en los HchJnPr

Travesía de Éfeso a Patmos

Cuenta luego el autor el viaje marino camino del destierro en la isla de Patmos. Y da detalles nimios sobre los alimentos de que disponían. A saber, seis onzas de pan para los dos, medio litro de agua y un vaso de vinagre. Juan tomaba dos onzas de pan y la octava parte del agua; el resto se lo dejaba a Prócoro. A los tres días de navegación, se entretenían los soldados y los pasajeros después de comer cuando un joven cayó al mar.

Se produjo una gran consternación en el pasaje, tanto más cuanto que en la nave se encontraba el padre del náufrago que quería arrojarse al mar. Los guardias se dirigieron a Juan, que estaba atado junto a Prócoro y le echaron en cara su tranquilidad, porque mientras todos estaban consternados, él permanecía impasible ante el dolor ajeno. Le pidieron ayuda. Juan les preguntó si sus dioses no tenían poder para resolver la tragedia. “Será porque no somos puros”, replicaron los guardianes. Entonces Juan sacudió sus cadenas e imprecó al mar diciendo: “Devuélvenos sano y salvo al joven” (HchJnPr 15,4). Se produjo una gran sacudida del mar, un fuerte estruendo y una ola gigante que arrojó al joven vivo a los pies de Juan. Los guardianes, admirados y espantados, quitaron las cadenas que sujetaban a Juan y trataron a los dos prisioneros con deferente familiaridad.

Después de un desembarco en Katoikía y una parada en la que todos bajaron a tierra menos Juan, Prócoro y los guardianes, levaron anclas cuando el sol se ponía y zarparon de nuevo. Pero hacia las diez de la noche se levantó una fortísima tempestad que amenazaba la estabilidad de la nave. Los guardianes abordaron a Juan para pedirle que resolviera el problema él que había rescatado al joven náufrago de las profundidades del abismo. Juan ordenó al mar y se hizo una gran bonanza. Pudieron, pues, navegar otros tres días y tres noches hasta arribar a la ciudad (tópos) de Epicuro. Si aceptamos los datos cronológicos del texto, el viaje había durado ya seis días. El lugar denominado es desconocido, pero podría tener alguna relación con la isla de Samos, patria del filósofo Epicuro, que estaba situada en la línea recta que va desde Éfeso a Patmos. La distancia de este viaje a vuelo de pájaro no llegaba a los cien kilómetros.

La travesía marítima desde Éfeso a Patmos, de unos noventa kilómetros de distancia, podía realizarse prácticamente en línea recta a través del estrecho que separa la isla de Samos del promontorio de Micala.
En Epicuro residía una amplia colonia judía, uno de cuyos dirigentes era el Mareón que ya había causado molestias a Juan y Prócoro en Éfeso. Mareón disponía de abundantes recursos y seguidores, a los que pretendió indisponer contra los dos desterrados. La firmeza y la honradez de los funcionarios regios impidieron cualquier operación que pusiera en peligro el cumplimiento de las órdenes imperiales. Mareón y los suyos no se conformaban con menos que con la muerte de Juan y Prócoro. Pero los guardianes argumentaron partiendo del mandato del emperador, que les había encomendado la tarea de conducirlos al destierro en Patmos. Mareón les objetaba que la situación de libertad en que vivían los prisioneros no era la más apropiada para unos magos y delincuentes. Y fue tanta su insistencia que acabaron confraternizando con Mareón, y después de participar de su mesa en tierra, regresaron a la nave y volvieron a sujetar con cadenas a los prisioneros y a someterlos a las mismas privaciones que al principio del viaje.

Zarparon de nuevo y después de dos días de navegación arribaron a Mireón, donde lanzaron el ancla (c. 18). Pero surgió un incidente que retrasó el viaje hasta siete días. La causa fue la grave enfermedad que atacó a uno de los guardianes hasta ponerlo en peligro de muerte. El códice P3 la define con el término técnico de “disentería”. Sus colegas discutían sobre la conveniencia de cumplir el mandato del emperador y abandonar al enfermo o retrasar la gestión encomendada hasta que su compañero mejorara. Conoció Juan la situación y con la colaboración de Prócoro aportó la solución curando al funcionario de sus dolencias. El enfermo, que no podía ponerse en pie ni había probado bocado en siete días, se presentó a los suyos para anunciarles que ya podían todos continuar el viaje.

La nueva singladura condujo la expedición hasta un lugar llamado Lofos. El relato define el lugar como carente de agua potable, húmedo y sometido al encuentro de dos corrientes contrarias (c. 19,1). La situación en la nave volvió a ser nuevamente desesperada. Juan tenía una vez más la solución. Ordenó a Prócoro que tomara un ánfora, la llenara repetidas veces con agua del mar y de ella vertiera en las vasijas de los pasajeros. Juan remató el lance a su manera: “En el nombre del crucificado, tomad, bebed y viviréis”. Los guardianes, agradecidos otra vez, le quitaron las cadenas y se excusaron de no darle la libertad para no contravenir a las órdenes recibidas. Juan aprovechó la ocasión para instruir a los guardianes, a quienes acabó administrando el bautismo que ellos mismos espontáneamente habían solicitado. Pretendían incluso continuar con Juan, que consideró más conveniente que regresaran a sus casas. El texto de la narración parece dar a entender que el trayecto de Lofos a la isla de Patmos debía de ser corto, porque lo refiere de la forma más concisa: “Levamos anclas en Lofos y llegamos a la isla de Patmos” (c. 19,5).

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Lunes, 13 de Septiembre 2010


Hoy escribe Antonio Piñero

Seguimos transcribiendo y comentando el cap. 3º sobre Pablo de J. Mosterín

“Incluso aceptando las novedades paulinas, uno podría pensar que el Cristo, como redentor universal, inmolándose por todos, habría librado a todos del pecado hereditario, y punto. Pero no, Pablo complicó las cosas con su nueva doctrina de la salvación por la fe (pístis), que luego sería adoptada por Agustín y Lutero. Ya no sería la Ley, la Torá, ni las buenas obras, ni la virtud y ni siquiera la obediencia lo que salva, sino solo y exclusivamente la fe en el Cristo redentor Jesús.

Apostilla:

Opino que Pablo pretendió simplificar en extremo el acto de la salvación de los gentiles. Para un judío normal, la salvación viene sólo de la “ortopraxia”, traducida en un cumplimiento leal y puntilloso de la Ley. Para Pablo el acto de fe, impulsado y ayudado por la gracia concomitante de Dios (formulación posterior) sustituye a la ortopraxia. Es una comodidad enorme y mucho más sencillo. La salvación por la fe sólo puede entenderse y sólo pudo surgir en un ámbito intelectualista helénico, no puramente judío.

Sigue Mosterín:

“En efecto, a partir de su conversión, Pablo dejó de creer que el ser humano se justifica por sus obras, por su cumplimiento de la Ley, y pasó a sostener que solo la fe en Cristo podía justificarlo.

g[ El indulto del pecado, es decir, la gracia, es un don gratuito de Cristo. Y Cristo, que es Dios, se lo da a quien cree en él. Esta doctrina de Pablo será luego recogida por Agustín de Hipona y Lutero.
Porque yo no me acobardo de anunciar la buena noticia, fuerza de Dios para salvar a todo el que cree, primero al judío, pero también al griego, pues por su medio se está revelando la amnistía que Dios concede única y exclusivamente por la fe [...] (Rom 1, 16).

En resumen: lo mismo que el delito de uno solo resultó en la condena de todos los hombres, así el acto de fidelidad de uno solo resultó en el indulto y la vida para todos los hombres; es decir, como la desobediencia de aquel solo hombre constituyó pecadores a la multitud, así también la obediencia de este solo constituirá justos a la multitud. [...] Así, mientras el pecado reinaba dando muerte, la gracia reina concediendo un indulto que acaba en vida eterna, gracias a Jesús, el Cristo, Señor nuestro (Rom 5, 18).

Ahora, en cambio, independientemente de toda Ley, está proclamada una amnistía que Dios concede, avalada por la Ley y los profetas, amnistía que Dios otorga por la fe en Jesús el Cristo a todos los que tienen esa fe. A todos sin distinción, porque todos pecaron y están privados de la presencia de Dios; pero graciosamente van siendo rehabilitados por la generosidad de Dios, mediante el rescate presente en el Cristo Jesús (Rom 3, 21). ]g

Sigue ahora una crítica desde el punto de vista de hoy día:

"Desde un punto de vista filosófico o psicológico, la fe no es ninguna virtud, sino un vicio, no constituye excelencia alguna, sino un defecto, un fallo del aparato cognitivo. Creer lo que no podemos ver ni comprobar ni demostrar, creer lo absurdo, creer lo increíble, es más bien una patología mental que una virtud o excelencia que merezca recompensa alguna.

“El judaísmo nunca insistió en la fe, sino en la praxis, en la acción, en el cumplimiento de la Torá en la conducta. Desde el punto de vista judío, lo más grave de la acción de Pablo no eran sus teorías sobre el pecado y la redención, sino su renuncia a la circuncisión de los conversos. Un judío podía discutir cualquier creencia, pero tenía que circuncidarse. De todos modos, las comunidades judías posteriores, para defender su cohesión en un medio hostil, hicieron uso a veces de la excomunión (jérem) por opiniones chocantes, como la impuesta por la comunidad de Amsterdam a Baruc de Spinoza en 1656.

“De todos modos, la insistencia obsesiva en la fe sería en el futuro una característica del cristianismo de terribles consecuencias, la fuente de las nociones de heterodoxia y herejía, de las cruzadas contra los infieles y los heréticos, de las persecuciones religiosas y de las torturas y hogueras de la inquisición.

Ya nos queda poco para concluir con el libro de Mosterín.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com
Domingo, 12 de Septiembre 2010
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Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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