Notas
Hoy escribe Gonzalo Del Cerro
Homilía IX La verdadera religión Los hechos y la experiencia de la humanidad son una clara demostración de los caminos desviados que sigue la historia. El pecado del Paraíso fue un ejemplo que se prolongó en la vida del hombre sobre la tierra. El Pseudo Clemente hace continuas referencias a esa conducta reprobable, acompañadas de recomendaciones de una rectificación buscada por Dios. Algo así como una vuelta a la vida feliz original. Las palabras de Pedro no ofrecen lugar a dudas: “En esta vida de ahora, estáis siendo afrentados por los demonios con sufrimientos horrendos, cuando llegue la separación del cuerpo, también tendréis las almas castigadas para siempre” (Hom IX 9,1). La necesaria rectificación de la libertad humana La perspectiva del futuro humano exige una profunda rectificación. Dada la realidad afirmada con obsesiva reiteración por el Pseudo Clemente, relativa a la libertad o el libre albedrío del hombre, es cuestión de esfuerzo y buena voluntad. Los demonios tienen ahora el poder sobre los hombres por la carencia de obras buenas. Porque el actual resultado, dice Pedro, es fruto de las malas obras. El poder que los demonios ejercen sobre la humanidad es consecuencia de la actitud de quienes les han ofrecido ventajas de toda índole. Los alimentos impuros introducen a los demonios en los cuerpos y hasta en las almas de los que no se cuidan de su futuro. Por ello, los demonios se mezclan con los que viven en el descuido de su vida trascendente. Unión de los demonios con las almas de sus poseídos Las almas de los hombres acaban mezcladas con los demonios hasta el punto de verse inclinadas a seguir sus caminos y sus destinos. Por esa razón, tales almas son llevadas por los demonios a los lugares que ellos prefieren. Y cuando al final de todo, los demonios sean entregados al fuego, las almas a ellos unidas serán atormentadas, mientras que los demonios se alegrarán. Pues las almas nacidas de la luz no podrán soportar las llamas, que son la esencia de la raza de los demonios, mientras que ellos se gozan especialmente al sentirse como lazos irrompibles de las almas por ellos devoradas. Razón de la posesión diabólica Lo que es una realidad palpable y lógica es la necesidad que sienten los demonios de entrar en los cuerpos de los hombres. Como son espíritus puros, experimentan la deficiencia de sus naturalezas para participar de ciertas ventajas de los humanos, que tienen cuerpos carnales. Los demonios “sienten deseos por la comida, la bebida y la unión sexual”. Pero como espíritus que son, no pueden realizar esos íntimos deseos. Pues para ello necesitan poseer los órganos idóneos para esas operaciones. Y como carecen de tales órganos, se esfuerzan por entrar en los cuerpos de los hombres con el fin de tener los órganos adecuados para la satisfacción de sus aspiraciones. Entrados en los hombres, consiguen tener dientes y paladar para comer y beber, así como partes genitales para la unión sexual. La aflicción corporal En consecuencia, un remedio para ahuyentar a los demonios es la abstinencia, el ayuno y la aflicción corporal. Si a pesar de todo consiguen entrar en el hombre para participar de estas prácticas, con la aflicción corporal son expulsados. Pero si algunos demonios se hacen fuertes y se resisten a alejarse del hombre aunque son castigados, es preciso recurrir con plegarias y oraciones a la bondad poderosa de Dios, que les ayudará para que puedan apartarse de toda ocasión impura con la fuerza de la mano de Dios que los tocará para curarlos como a quienes son puros y fieles. El remedio para ahuyentar a los demonios es la fe Pero el medio más eficaz de todos es la fe. Los demonios conocen perfectamente este detalle y saben que su presencia es incompatible con le fe de sus poseídos. Así lo explica Pedro en su prolija alocución: Los demonios “permanecen en los que no creen, se demoran en los que tienen una fe débil, pero con los que creen firmemente y obran bien no pueden convivir ni un momento” (Hom IX 11,2). Y es que el alma, como convertida en la naturaleza del agua por la fe en Dios, apaga al demonio como si fuera una chispa de fuego. Por consiguiente, es tarea de cada uno comprender la forma de huida del demonio que en él mora. Pues unidos a las almas para que cada una descuide su propia salvación, infunden en la mente de cada uno pensamientos sobre lo que quieren. Pero la fe y las prácticas consiguientes anulan la voluntad de los demonios y hacen imposible su presencia en el alma de los creyentes. Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro
Domingo, 2 de Noviembre 2014
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Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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