CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Literatura Pseudo Clementina. Análisis de los textos.
Hoy escribe Gonzalo Del Cerro

Literatura Pseudo Clementina. Análisis de los textos

La Carta de Clemente a Santiago (2)

Continuamos explicando los entresijos de esta carta introductoria a la literatura pseudo clementina entre dos personajes importantes en los albores del cristianismo. El valor de documento introductorio tiene un primer argumento en la presencia de ambos personajes. El autor presunto de esta literatura que lleva prendido en su epígrafe el nombre de Clemente y el hermano del Señor a quien Pedro tiene el interés de enviar el resumen de sus predicaciones.

Este detalle justifica la solemne afirmación de H. Waitz (Die Pseudoklementinen, Leipzig, 1904, pág. 2), en el sentido de que sin esta carta, no se comprenden ni las Homilías ni las Recognitiones. Esta afirmación abarca el perfil personal de ambos personajes y el núcleo de sus mentalidades, tal como aparecen manifiestas en esta literatura. El autor de la carta tiene interés evidente en que se conozca la personalidad del nuevo sucesor de Pedro en la cátedra de Roma y que Pedro le encargara de escribir sus discursos (tà kērýgmata Pétrou) y se los enviara a Santiago. Es un hecho innegable la presentación del ideario del autor de la carta, que coincide con el de toda esta literatura. Veremos, además, que la doctrina de Pedro es un elemento nuclear en la obra, presente en situaciones diversas y en contextos y temas muy amplios y diferentes.

Ya hablamos en el día anterior de la reticencia de Clemente en aceptar su nombramiento como obispo de Roma. A su humilde profesión de indignidad para el cargo, respondió Pedro con toda clase de argumentos llevados hasta el paroxismo. La Iglesia merece al mejor, y no hay otro mejor que Clemente; si lo hubiera, no tendría Pedro problema en elegirlo. Sabe muy bien por experiencia propia que el “regalo” que le hace es un conjunto de pesadumbres en forma de preocupaciones, angustias, peligros. Lo pone Pedro por delante, pero trata de compensar sus previsiones negativas con la prometida recompensa en los cielos, donde se ratificará la acción episcopal de Clemente con premios eternos.

Las circunstancias actuales exigen colaboradores que cesarán como tales cuando venga el Reino y no quede otro trabajo que la recogida de la cosecha de los frutos nacidos de la buena semilla de la palabra. Una consecuencia lógica, expuesta como aforismo sin titubeos, es la recomendación de Pedro: “Acepta el episcopado con alegría” (4,4). Como argumento importante, le recuerda Pedro que ha sido su maestro en el arte de administrar la Iglesia a favor de los que acuden a nosotros en busca de la salvación.

Continúa Pedro recordando las lecciones a las que alude. El obispo debe ser ajeno a los asuntos de este mundo. Temas, como la gestión económica, personal y como recomendación, nada tiene que ver con los deberes del que tiene como solicitud primaria la salvación de sus fieles. No siempre es fácil distinguir a los buenos y bien intencionados de los malvados. Una función esencial del obispo es la de presidir y enseñar. Los fieles son por definición “los que aprenden”, que en la versión de Rufino son los laicos (discentes, id est laici).

Presidir y enseñar es una manera de decir “gobernar”, lo que es lo mismo que la ocupación fundamental del obispo. Presidir equivale a desarrollar las enseñanzas salvadoras, responsabilidad que pesa sobre los hombros del docente. Esta obligación puede tener el matiz de un lazo en el que puede verse enredado el que enseña, si no sabe sortear los asuntos mundanos. Pues su defecto equivale a dejar a los fieles sin el alimento espiritual, que no es otro sino el conocimiento de la verdad, auténtica obsesión de esta literatura. Su consecuencia sería nada menos que la perdición de los que se extravían por las tinieblas de la ignorancia. Obispo docente, fieles discentes, verdad como antónimo no de la mentira sino de la ignorancia. Y en juego nada menos que la salvación eterna.

El obispo, recoge la misión encomendada a los apóstoles por su Maestro, “el heraldo de la verdad”. Un buen resumen es en labios de Pedro la insistencia de que la principal obligación del obispo es el cuidado de la Iglesia, su gobierno desde las perspectivas espirituales y la enseñanza de la verdad. Para asuntos temporales y materiales están los diáconos en el sentido y el contexto de su creación en los Hechos canónicos de Lucas, cáp. 6.

Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro


Lunes, 1 de Julio 2013


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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