Notas
Foto Josef Klausner
Escribe Antonio Piñero Decíamos en la postal anterior que veríamos cómo responde Dunn y otros a la demoledora historia de la formas que afirmaba A) que la investigación certera sobre Jesús era imposible; y además B. ilegítima porque investigar sobre el Jesús de la historia es caminar contra la fe; indagar y dar pruebas sobre la historicidad de Jesús es proporcionar pruebas objetivas para la fe…, con la cual esta deja de ser fe. Llegados aquí hay dos tipos de respuesta. La primera la de los investigadores independientes: 1. No solo no es imposible la investigación histórica sobre Jesús, sino que se ha realizado ya y con notable éxito. Mientras los estudiosos alemanes contemplaban un tanto abobados esa imposibilidad bultmanntiana, fuera de Alemania y su área de influencia en Gran Bretaña, y Estados Unidos sobre todo, se hacía en la primera mitad del siglo XX una investigación sobre Jesús brillantísima. Sencillamente estupenda. Lo que se publicó desde 1905 hasta mediados del siglo en Francia fue verdaderamente sensacional. Mil veces he dicho que hasta hoy día somos deudores de Alfred Loisy, Maurice Goguel y Charles Guignebert… ¡hasta hoy día, más de cien años después! No solo respondieron a las dificultades de Bultmann (estudiándolo seriamente) sino que escribieron libros sobre Jesús en los que mostraban que se llegaba a resultados notables: se apuntaba ya, sin extremismo alguno, la idea de que Jesús era un judíoa a carta cabal, que era perfectamente entendible en el marco del Israel del siglo I y en más amplio del Mediterráneo oriental; que jamás había intentado fundar religión alguna y que su figura respondía muy bien, excelentemente bien, a la de esos agentes mesiánicos que había descrito Flavio Josefo en la “Guerra”, libro II, y en las Antigüedades, libro XVIII, que “incendiaban” al pueblo, o l menos hacían que subiera tanto la temperatura mesiánica que se atrevieron a enfrentarse a Roma y lo pagaron carísimo. Por tanto, aparte de sus ideas apocalíptico-escatológicas, Jesús fue un sedicioso –sin ejército– contra Roma, porque no admitía lo de pagar impuestos y porque en su concepto del reino de Dios Roma no cabía ni por asomo. Y esto fijándonos solo en Francia, con gentes estudiosas que, al menos a mí, han influido mucho. Y podemos hablar también de Josef Klausner, el judío lituano, si no me equivoco, que escribió en 1922 –en hebreo (luego hubo muchas traducciones a lenguas más accesibles, entre ella el español en 1992, en Barcelona, Editorial Paidós)– una obra importante que recondujo de modo definitivo (aunque para Klausner Jesús era un judía tan exagerado que casi dejaba de ser judío) a la figura del Nazoreo al redil del judaísmo. Se titulaba “Jesús el Nazareno. Su época, su vida y su enseñanza”. Para Klausner Jesús fue una suerte de profeta, de mentalidad farisea, cuyas ideas y moral eran moralísimamente judías. Lo único malo de Jesús –según Klausner– es que se concentró tanto en el individuo que debía de entrar en el inminente reino de Dios, que se olvidó de las necesidades nacionales del pueblo judío, como “pueblo elegido”. Jesús habría sido un judío perfecto si hubiera sido un “sionista” (permítaseme el anacronismo un tanto burdo) y no un hombre desinteresado por la política y por la repercusión de ella en la vida del pueblo. Aunque hoy día ni opinamos así, tanto Klausner como los eruditos franceses citados, y más gentes en otros países, estaban haciendo auténtica investigación histórica sobre Jesús, con resultados válidos o semi válidos. Así que no era imposible. Y segundo: para un investigador independiente esos pruritos de que la fe es ante todo fe, y que no necesita de apoyo histórico, le suena un poco a chino, algo fuera de lugar. En todo caso la fe es un asunto personalísimo, y no afecta para nada a la historia. Otro crítica a la posición de Bultmann –sí recogida por Dunn en la p. 112– había nacido del seno de la propia escuela bultmanntiana: la opinión rompedora (para los alemanes y otros estudiosos muy pegados al esquema de “las tres búsquedas” como si no hubieras otra perspectiva en el mundo) de Ernst Kësemann que hizo dos importantes observaciones: 1. Que no era de recibo postular una discontinuidad absoluta entre le Jesús de la historia y el Cristo de la fe, ya que los primeros cristianos los identificaron de modo que aun sin querer a veces realzaban el aspecto humano de Jesús… aspecto investigable. 2. Que los mismos evangelistas sinópticos daban gran importancia al pasado: hasta el formato de los evangelios (y más la redacción final de Mateo y Lucas con el añadido –no sabemos por quién ni cuándo– de los evangelios de la infancia) indica que daban gran importancia a la historia de Jesús. Y por nuestra parte añadimos: que al igual que es cansino y agobiante tener que dar razones de lo evidente, del mismo modo parece casi estúpido disociar de tal manera la historia humana de Jesús del Cristo de la fe, que hay que gastar tiempo en defender que ese Cristo sin historia es como si estuviéramos creyendo en un fantasma sin cuerpo. Es como si postulamos que unos misioneros que están dando su vida, por ejemplo, en África, por propagar la fe en Jesús están hablando –y repito dando quizás también su vida– de un personaje que nada tiene que ver con la vida humana. Sencillamente no tiene decir que “Me importa un comino lo que la historia pueda decir de Jesús, porque yo solo pienso en el Cristo celestial”. Personalmente no puedo entender esta postura. Y finalmente Dunn mismo tiene que comentar cómo el mismo Bultmann no fue inmune a las críticas y tuvo que aceptar que en el ministerio histórico de Jesús hubo dichos y hechos que adelantaban de algún modo, o que contenían implícitamente lo que después se predicaría de él como el Cristo. Aquí Bultmann estaba dando carta de naturaleza a la “cristología implícita”, un excelente artilugio para nadar y guardar la ropa. Pongo un ejemplo: Jesús nunca dijo que él fuera Dios; pero en su vida hubo gestos, signos e indicios, gracias a los cuales y con un poco de estudio, se podría deducir que Jesús estaría de acuerdo con el mensaje cristiano posterior: Jesús fue un ente divino “de algún modo”. Ya estaba todo resuelto así: No hay ningún salto insalvable entre el Jesús de la historia y el Cristo de la fe. Pues bien, la crítica independiente no acepta esta solución y afirma: es lícito investigar sobre el Jesús histórico y ofrece resultados razonablemente seguros; y también es lícito postular que algunas características del Cristo de la fe no casan con el Jesús de la historia y son el producto de una mera especulación teológica…. Es decir, con clara precisión, son inventadas por la mente humana al elaborar cristología o teología. Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero http://adaliz-ediciones.com/home/36-el-jesus-que-yo-conozco.html
Jueves, 12 de Marzo 2020
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Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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