CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
La invención del Dios cristiano. Comentario y crítica  (433-03)
Hoy escribe Antonio Piñero


Tal como prometimos, hacemos hoy el comentario a alguno de los aspectos destacados del libro de Paolo Flores “La invención del Dios cristiano”. Puesto que creo que el comentario es un poco largo para una sola “postal”, lo divido en dos partes, que se publican hoy y mañana, sábado.


En el capítulo “¿Quién era Jesús?”, el autor ofrece una definición de la figura del Nazareno como “profeta judío itinerante, exorcista y sanador, misionero apocalíptico y anunciador de la llegada inminente del reino de Dios”. Pienso que esta definición sintética de la figura de Jesús está bien, pero opino que le falta un elemento esencial el de “maestro de la ley”. En mi opinión esta parte de su figura y misión se desarrolla en muchas secciones de los evangelios y debe ser mencionada.

La crítica a Ratzinger me parece ajustada y ofrece una vez más la idea de que en ocasiones los partidos previos tomados por los investigadores y condicionados por una fe previa impiden la deducción lógica de muchos pasajes evangélicos en torno a Jesús. Sin embargo, no creo que deba acusarse al Papa de mentiroso, porque probablemente no lo sea en cuanto que está convencido por una tradición multisecular, a la que sigue, que su exégesis es la correcta. Y aunque lo fuera, no debería formularse así porque ofende inútilmente a multitud de creyentes.

En el capítulo dedicado a “la Resurrección” me parece importante la indicación de Paolo Flores de que las apariciones de Jesús a los apóstoles, y a otros ,como la aparición a Pablo (por ejemplo, la revelación mencionada por éste en Gálatas I) son del mismo orden; es decir, apariciones místicas otorgadas por la divinidad en un trance extático, y no apariciones físicas como da a entender una lectura apresurada de los evangelios. Al menos en I Corintios 15, Pablo las pone exactamente en pie de igualdad.

Al tratarse, pues, de trances extáticos, como se deduc3 de esta analogía por parte de Pablo, parece evidente que el historiador ha de tener en cuenta el enorme riesgo de subjetividad, lo que se añade a otras razones intrínsecas (por ejemplo la confusión y contradicciones de los relatos) para no ver en la resurrección de Jesús un hecho histórico.

En el capítulo “Origen de Pentecostés” dijimos que Lucas es el autor de este relato. La crítica más elemental debe declararlo simbólico y por tanto, no histórico. Así pues, es muy posible que así sea, pero la fundamentación de Paolo Flores de que se trata de una descripción de “entusiasmos mistíco-profético-glosolálicos” confunde expresamente (P. 33) la glosolalia con la profecía, fenómenos muy diferentes que Pablo distingue con todo cuidado en I Corintios 12 y 14. Aquí debo expresar mi extrañeza al observar cómo el autor, aun citando los textos, confunde prácticamente la profecía con la glosolalia a pesar de las advertencias del Apóstol.

En el capítulo acerca de “Santiago”, Paolo Flores presenta la interpretación del episodio de Esteban como si su discurso, recogido por Lucas en Hechos 7, pusiera absolutamente en discusión el cumplimiento de la ley de Moisés en sus aspectos cúlticos y rituales junto con la validez del culto en el Templo. Es posible, también, que así sea en realidad, pero los historiadores ponen en duda la historicidad de este discurso, que parece inventado por Lucas para unir la teología de los “helenistas” con las innovaciones teológicas, de gran calado, de Pablo y para formar así un puente entre el Jesús histórico y el Apóstol por medio de la teología incoada por Esteban y sus seguidores. La falta de historicidad de este discurso debe selalarse.

En el capítulo “Pablo acusa a Pedro de ser como Satanás” hay una confusión, me parece que también notable, entre la posición de Santiago y la de Pedro, más suave que la del primero al menos durante el tiempo del llamado Concilio de Jerusalén, y desde luego más conciliadora que la de los falsos hermanos (Gálatas 2 ,4). No deben confundirse, pues. Pablo no cede ni por un instante a las presiones de estos fariseos judeocristianos (Gálatas 2,5) para que se circuncidara a los gentiles convertidos a la fe en Jesús. Flores, por el contrario, escribe que Pablo no cedió a “los jefes de la comunidad que presionaban por una observancia rígida de la ley”, (P 49). Esta frase, así expresada, contradice totalmente lo que se dice en Gálatas 2, 6 y Hechos 15 en general.

En el capítulo sobre el “Canon” me alegra observar en el libro que entre los, más menos, diez criterios filológicos que existen para discernir entre dichos y hechos narrados en los Evangelios qué puede ser considerado originario de la predicación de Jesús, se insista en solo dos:

1. Todo lo que se afirme como originario, es decir, procedente de Jesús, debe superar la criba de la congruencia respecto a todo lo que sabemos de Palestina en tiempos del emperador Tiberio.

2. Todo aquello que contrasta con la teología de las comunidades que están detrás de los Evangelios es casi con seguridad auténtico y originario de Jesús, dado que una comunidad no tendría interés en inventar algo en contraste con la propia fe (P.57).

En el capítulo Jesús como “mesías” hay una interpretación de Marcos 8, 29-33 (“Tú eres el Cristo”/apártate de mí, Satanás”) que creo errónea. Junto con otros textos evangélicos (por ejemplo, la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén el domingo de Ramos, considerada por P. Flores una invención de los evangelistas que copian y expansionan Zacarías 9,9, el autor considera probado que Jesús jamás se consideró mesías, sino que tal idea fue un auténtico invento de los cristianos a la luz de su creencia en la resurrección.

Pienso que una exégesis más natural afirma que Pedro sostiene categóricamente en pleno ministerio de Jesús que este es el mesías, y el evangelista da a entender que Jesús lo acepta. Si se lee atentamente esta perícopa, se observará que Jesús no critica tal afirmación de Pedro sino que hace solo unas precisiones al respecto. En primer lugar Jesús conmina a Pedro a que no diga a nadie que él es el mesías; luego le asegura con solemnidad que como mesías conoce y acepta de antemano su futura pasión, muerte y resurrección; luego, un Pedro sorprendido por estas afirmaciones es acusado por Jesús de ser Satanás por no haber comprendido esta doble realidad misteriosa:

a) Que él es el mesías y a la vez que es obligatorio el silencio sobre su mesianismo;

b) El designio divino que indica la necesidad de que el mesías padezca y muera por todos los hombres (Mc.10.45). Luego parece que Jesús, al menos oscuramente se creyó alguna vez mesías durante su ministerio. A mí me parece esta explicación mucho más concorde con el texto de Marcos y más plausible, puesto que aclara –dejando aparte la artificiosidad literaria del secreto mesiánico— con más facilidad el hecho de que los seguidores de Jesús lo aclamaran como mesías después de muerto (es decir, no inventaron el título sino que recogieron una idea manifestada oscuramente por Jesús), y que solo precisaron cuáles eran las funciones que Jesús como mesías habría de desarrollar en su segunda venida.

Finalizamos mañana.

Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com


Viernes, 27 de Julio 2012


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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