CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Hoy escribe Antonio Piñero

El Reino de Dios no acaba en la tierra según Jesús de Nazaret, sino que tiene otra fase absolutamente supramundana, definitiva, absoluta, eterna, feliz, en un nuevo paraíso (que como buenos judíos siempre tiene connotaciones materiales: cuerpos, sí, pero espiritualizados; una nueva tierra, un nuevo cielo y una nueva Jerusalén) con un segundo Gran Juicio y una derrota definitiva de Satanás. Entonces dará comienzo al «eón futuro» definitivo, en un paraíso pacífico, más idílico aún que el anterior y totalmente nuevo.

Jesús no es prolífico en describir este Reino, sino sólo como “vida eterna” se supone en el ámbito de Dios.

Así lo expresa un texto del Evangelio de Marcos

Los discípulos asombrados se decían unos a otros: “Y ¿quién se podrá salvar?”. Jesús, mirándolos fijamente, dice: “Para los hombres, imposible; pero no para Dios, porque todo es posible para Dios”. Pedro se puso a decirle: “Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido”. Jesús dijo: “Yo os aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno: ahora en este tiempo, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna” (10,26-30).

Tanto para Pablo como para el autor del Apocalipsis, la felicidad futura será estar con el Señor, y con su Padre, por siempre jamás.

La transformación del concepto tan judío, tan pegado a las esperanzas tradicionales de Israel del Reino de Dios sobre la tierra de Israel comienza ya en Pablo de Tarso. Esta transformación y reinterpretación consiste fundamentalmente en la eliminación de la primera fase del Reino de Dios, tan judía, tan «material», en nada aceptable en realidad por los posibles futuros converso de entre los gentiles del Imperio Romano.

El reino de Dios aparece solo 7 veces en las cartas auténticas de Pablo. Son las siguientes

I. A. 1 Tes 2,11-12: “11Sabéis perfectamente que tratamos con cada uno de vosotros personalmente, como un padre con sus hijos, 12exhortando, con tono suave o enérgico, a vivir como se merece Dios, que os ha llamado a su Reino y gloria”.

B. La entrada en el Reino parece describirse en 1 Tes 4, 15-18:

“Mirad, esto que voy a deciros se apoya en una pala¬bra del Señor: nosotros los que quedemos vivos para cuando venga el Señor, no llevaremos ventaja a los que hayan muerto; 16pues cuando se dé la orden, a la voz del arcángel y al son de la trompeta celeste, el Señor en per¬sona bajará del cielo; primero resucitarán los muertos en Cristo, 17luego nosotros, los que quedemos vivos, junto con ellos seremos arrebatados en nubes, para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. 18Consolaos, pues, mutuamente con estas palabras”.

II. Gál 5,19-21: “Las acciones que proceden de los bajos instintos (lit. “obras de la carne”) son conocidas: lujuria, inmoralidad, libertinaje, 20idolatría, ma¬gia, enemistades, discordia, rivalidad, arrebatos de ira, egoísmos, partidismos, sectarismos, envidias, borracheras, orgías y cosas por el estilo. 21Y os prevengo, como ya os previne, que los que se dan a esas cosas no heredarán el reino de Dios”.

III. 1 Cor 4,18-20: “En la idea que de que no voy a ir donde vosotros, se han engreído algunos. 19 Pero iré pronto donde vosotros, si el Señor quiere; entonces conoceré no la palabrería de esos orgullosos, sino su poder, 20 pues no está en la palabrería el Reino de Dios, sino en el poder. 21 ¿Qué preferís, que vaya a vosotros con un bastón, o con amor y espíritu de mansedumbre?”

IV. 1 Cor 6,9.10: “¿Habéis olvidado que la gente injusta no heredará el reino de Dios? No os llaméis a engaño: los inmorales, idó¬latras, adúlteros, invertidos, sodomitas, 10ladrones, codi¬ciosos, borrachos, difamadores o estafadores no heredarán el reino de Dios.”

V. 1 Cor 15,22-28: “Lo mismo que por Adán todos mueren, así también por el Mesías (“Cristo”) todos reci¬birán la vida (= ser vivificados = resucitar), 23aunque cada uno en su propio turno: como primer fruto, el Mesías; después, los del Mesías el día de su venida; 24luego el fin, cuando entregue el reinado a Dios Padre, cuando haya aniquilado toda soberanía, autoridad y poder (lit. “principados”, “potestades” y virtudes”) 25Porque su reinado tiene que durar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies; 26como último enemigo aniquilará a la muerte: 27pues «todo lo han sometido bajo sus pies» (Sal 8,7), aunque cuando diga: «Todo le está sometido», se exceptuará evidentemente el que le sometió el universo. 28Y cuando el universo le quede sometido, entonces también el Hijo se someterá al que se lo sometió, y Dios lo será todo en todos”.

VI. 1 Cor 15,50-55: “Quiero decir, hermanos, que esta carne y hueso no pueden heredar el reino de Dios ni lo ya corrompido here¬dar la incorrupción. 51Mirad, os revelo un misterio: no todos moriremos, 52pero todos seremos transformados en un instante, en un abrir y cerrar de ojos, al son de la trompeta final. Cuando resuene, los muertos resucitarán incorruptibles y nosotros seremos transformados; 53porque esto corruptible tiene que vestirse de incorrupción y esto mortal tiene que vestirse de inmortalidad. 54Entonces, cuando esto corruptible se vista de incorrupción y esto mortal de inmortalidad, se cumplirá lo que está escrito: «Sucumbió la muerte en la victoria». «Muerte, ¿dónde está tu victoria?, 55¿dónde está, muerte, tu aguijón?» (Os 13,14). 56El aguijón de la muerte es el pecado, y la fuerza del pecado, la Ley. 57¡Demos gracias a Dios que nos da esta victoria por medio de nuestro Señor, Jesús Mesías!”.

VII. Rom 14,16-17: “Conque ese bien que tenéis, que no puedan deni¬grarlo, 17porque al fin y al cabo el reinado de Dios no consiste en comida o bebida, sino en honradez, paz y alegría que da el Espíritu Santo;18 y el que sirve así al Mesías, agrada a Dios y lo aprueban los hombres”.

Estos párrafos merecen un comentario por sí mismo que haremos en otra ocasión. Lo que me importa ahora es parar mientes en 1 Tes 4,15-18. Su simple lectura hace sentir al lector vívidamente cuán lejos está Pablo de un posible reino de Dios en este mundo y con bienes materiales como ciertamente pensó Jesús.

Dijimos anteriormente que también en el evangelio Mateo y en general el resto de los evangelios y en la literatura neotestamentaria hallamos ya claramente un olvido casi absoluto de la fase A, o terrenal, en Israel, del reino de Dios según la predicación de Jesús. El reino de Dios en Mateo propicia ya en lector el olvido de esta fase terrena del reino de Dios: presenta el juicio final (Mt 25), a Cristo como rey divino juzgando en él y la consumación del mundo de modo (los cabritos marchan a la condenación eterna), por lo que el lector piensa espontáneamente que el Reino es sólo ultramundano.

La fase material del Reino que intentamos fundamentar en la postal anterior se ha transmitido sólo por los elementos de la tradición, sobre todo en Marcos, que eran imposibles ignorar en una «biografía» de Jesús, y que son preciosos para elaborar con ellos el pensamiento del Jesús histórico por medio de las herramientas filológicas de los criterios de dificultad, discontinuidad y coherencia.

¿Por qué ha quedado tan en la sombra en la tradición cristiana la primera fase del Reino de Dios?

Resta por preguntarnos por qué no aparecen claramente en los Evangelios las dos fases del Reino de Dios si hemos afirmado que –según el testimonio de estos textos, bien analizados- debemos postular su existencia: dos Reinos de Dios, o dos períodos de él, y por qué no es ésta la doctrina que se enseña comúnmente en las Iglesias. La respuesta tiene que ver con una doble circunstancia: A) el momento de composición y B) la tendencia espiritual de los Evangelios, tanto sinópticos -Mateo, Marcos, Lucas- como tras ellos el de Juan.

A) Los escritos evangélicos canónicos se escriben entre el 70 y el 100 d.C., en un momento en el que ha fracasado la “misión a los judíos” por parte de la naciente Iglesia cristiana, es decir, ha concluido en fracaso el intento de convencer a los judíos de que el mesías había llegado ya, y que éste era Jesús de Nazaret, muerto y resucitado por Dios. Entonces los grupos de cristianos dirigen su propaganda religiosa de captación de nuevos fieles, sobre todo a los paganos habitantes del Imperio romano.

Ahora bien, en el que podríamos denominar osadamente “mercado religioso del siglo I”, en el Mediterráneo oriental sobre todo, muy activo y bullente, pleno de filósofos itinerantes, de propagandistas de las religiones orientales y de los cultos de misterios, no tenía ninguna perspectiva de éxito insistir, en la propaganda de la nueva fe, en la primera fase del Reino de Dios predicado por Jesús. En efecto, ésta presentaba un mesías estrictamente judío, con un reino espiritual sí, pero ante todo de bienes materiales en una “Jauja” paradisíaca en la tierra de Israel. Era la primera fase de un Reino de Dios en la que había algunos felices fieles de procedencia gentil/pagana, pero muy pocos; los beneficiarios eran casi todos judíos. Después de la Gran Revuelta de los judíos contra Roma, que concluyó en el 70 d.C. con la destrucción de Jerusalén y su Templo, y con una animadversión general de los habitantes del Imperio contra los judíos…, no era nada recomendable ni presuntamente exitoso presentar un “Reino de Dios - Primera fase”, casi puramente judío, con un mesías judío y con resultado feliz casi sólo para judíos. Así que los evangelistas optaron por casi silenciar esta “Primera fase del Reino de Dios” e insistir en la Segunda, el Reino de Dios ultramundano. Esta tendencia fue continuada por la Gran Iglesia, cuyos miembros en el siglo II eran ya casi todos de procedencia gentil. Sus efectos duran hasta hoy en la predicación y catecismo cristianos.

B) En segundo lugar esta puesta en segundo plano de la “Primera Fase del Reino de Dios”, tan terrenal, tiene que ver con el talante espiritual de los Evangelistas. Los cuatro son seguidores de la reinterpretación paulina de la figura y misión de Jesús de Nazaret, que insiste desde luego en el valor salvífico de la cruz y resurrección de Jesús (el cuarto evangelista en menor grado), pero que presenta a Jesús no tanto como un mesías judío cuanto como el salvador universal de todos los hombres. Por ello los cuatro evangelistas restringen las expresiones sobre el Hijo del Hombre escatológico sólo al tiempo de Jesús. En las cartas auténticas de Pablo de Tarso, compuestas de veinte a treinta años después de la muerte del Nazareno, tanto la figura del “Hijo del Hombre” como la expresión tan judía el “Reino de Dios” apenas desempeñan función alguna.

Lo mismo ocurre con el resto de los escritos del Nuevo Testamento donde casi ni parece el “Hijo del Hombre”. La concepción paulina –como veremos- de un reino de Dios totalmente ultraterreno, tal como se deduce sobre todo de su idea del final del mundo en 1 Tesalonicenses 4 y 5, se corresponde ante todo con la Segunda fase del Reino de Dios, la postrera, ultraterrena. Pablo de Tarso, aunque creyente como Jesús en un fin inmediato del mundo, modifica un tanto la concepción del final…, como ocurre en su teología con muchos puntos de la religión y religiosidad de Jesús de Nazaret. Y tras los pasos del Apóstol han ido la mayoría de las iglesias cristianas, que son paulinas fundamentalmente.

El próximo día pondremos fin a esta serie

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com

Viernes, 5 de Julio 2013


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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