Notas
Hoy escribe Gonzalo del Cerro
Historia de Procliana y su hijo Sosípatro Cuenta luego el relator de los sucesos una historia que tiene ecos ciertos en otras obras literarias. Es la de Procliana, madre de un hijo joven, Sosípatro, del que estaba locamente enamorada, hasta el punto de pretender hacer con su propio hijo vida marital y convivir con él como si fueran marido y esposa. Un caso que trae a la memoria sucesos como el acoso de la esposa de Putifar a José (Gén 39,7-20) y de Fedra, esposa de Teseo, a su hijastro Hipólito, según la tragedia homónima de Eurípides. El recuerdo del episodio de la esposa de Putifar surge espontáneamente de los hechos, como lo demuestra el texto del Apócrifo que describe al hijo de Procliana como “hermoso en su exterior más que cualquier otro hombre, y como adorno interior poseía la sabiduría de José” (c. 42,1). Podía también haber comentado que Procliana era tan poco sensata y tan atrevida como la mujer del ministro del Faraón. La historia de estos acontecimientos empieza con la noticia del cambio de gobernador en la isla de Patmos. Vino un tal Macrino con el título de procónsul que tendrá luego un importante protagonismo en la narración. El procónsul estaba de visita en Caros, la ciudad donde se desarrolla toda la historia. Era como la presentación de uno de los personajes de la trama. Después, el texto lleva al lector al conocimiento de Procliana, mujer viuda, madre de un hijo de veinticuatro años, hermoso tanto en su exterior como en su interior, como quería Platón. El caso es que la madre, dejándose llevar de una inclinación motivada por un demonio, se sintió atraída por el deseo de su propio hijo. Para el autor del Apócrifo, era el demonio quien sembraba en el alma de la madre tan extravagantes sentimientos como desvergonzadas eran las palabras que ponía en su boca: “Sosípatro, hijo mío, tenemos riquezas y muchos bienes. Comamos y bebamos y divirtámonos. No tomes mujer extraña de modo que yo me vea privada de ti. Pues mira, yo no soy vieja, sino más bien joven y hermosa. Yo seré para ti como una esposa, y tú serás para mí como un marido. No permitas que entre hombre extraño en nuestra casa, y yo te mantendré apartado de cualquier mujer” (c. 42,2). En aquel lugar se encontraba Juan predicando en un lugar público de la población. Y entre sus oyentes se encontraba también Sosípatro, el hijo de Procliana. Conociendo Juan que un pésimo demonio había condicionado los sentimientos de aquella mujer hacia la belleza de su hijo, le refirió la siguiente parábola: “Había una mujer en cierta ciudad, que tenía un hijo único más bien joven. El nombre de aquella mujer era Seducción, y el nombre de su hijo No Seducido. Eran muy ricos. Pero un enemigo malísimo les tomó envidia y sugirió a Seducción, madre de No Seducido, que sedujera a su hijo y lo matara. Pero Seducción quedó seducida, mientras que No Seducido no lo fue. Después de que Seducción vivió mucho tiempo enojada con su hijo, y de que se consumió en gran medida por el deseo, al fin entregó a su hijo a la muerte. Seducción lo calumnió ante un pariente como seducido. El pariente decidió que No Seducido fuera condenado a luchar con las fieras como si hubiera sido seducido realmente. Pero la justicia de arriba purificó al puro y oscureció al tenebroso e inmundo. ¿A quién, pues, Sosípatro, consideras digno de alabar, al hijo o a la madre?” (c. 42,3). Sosípatro juzgó rectamente que “se debe alabar al hijo y denostar a la madre”. Contento Juan con el veredicto del joven, lo envió a su casa con la recomendación expresa de no dejarse seducir por las insidias de su madre. Sosípatro invitó a Juan para que fuera con él a comer y beber en su casa. Aquella invitación disgustó de forma especial a Procliana, que no asistió a la comida, pero que se mantuvo atenta a cualquier palabra que se pronunciara. La celosa mujer hizo todo lo posible por impedir la comida y por retener a su hijo cuando terminó la colación. Para evitar problemas, Juan no abrió su boca. Mantuvieron madre e hijo un rápido y denso debate, que Sosípatro zanjó escapándose con Juan y con Procoro. Las palabras del joven, de sentido un tanto ambiguo, trataban de calmar la ira de la madre. Pero el caso es que pudo acompañar a sus invitados, con quienes permaneció tres días sin regresar a su casa. A los cuatro días, Procliana no pudo aguantar el ardor diabólico que la consumía y salió en busca de Sosípatro. Lo encontró en un lugar público donde estaba Juan enseñando. Como en el texto del Génesis hiciera la esposa de Putifar, Procliana “se acercó a él, lo cogió de la ropa y lo sujetó con fuerza”. El joven le dijo a gritos: “Déjame, madre, y haré con gusto todo lo que tu corazón desea” (c. 42,9). En eso estaban cuando vino a pasar por el lugar el procónsul. Procliana gritó: “Procónsul, ayúdame”. Para llamar más la atención, se quitó el velo de la cabeza, se arrancaba los cabellos y derramaba abundantes lágrimas. El procónsul la interpeló: “¿Qué te pasa? ¿Qué quieres? Contéstame con claridad.” Y con claridad explicó el caso: “Éste es mi hijo, y yo soy viuda. Mi marido me lo dejó de cuatro años, y he gastado mucho dinero para sacarlo adelante hasta hacerlo un hombre adulto. Seguía derramando muchas lágrimas mientras continuaba el relato. Hoy hace ya diez días que me está molestando diciéndome: “Madre, acuéstate conmigo”. La invitación de la esposa de Putifar a José es literalmente la que Procliana pone en boca de su hijo: “Acuéstate conmigo”. Indignado el procónsul, ordenó que arrestaran al joven, para quien preparó un castigo de acuerdo con la gravedad de las acusaciones vertidas contra él: “Mandó que trajeran correas húmedas de buey y animales venenosos, áspides, víboras y cerastas, y que ataran a Sosípatro con las correas a los animales para que pereciera miserablemente” (c. 43,2). Juan pretendió interceder a favor del joven, pero fue acusado por la madre como responsable de la actitud del hijo. El procónsul sentenció el mismo castigo para el presunto cómplice. Juan recurrió a la oración, en la que pedía no menos que un terremoto, que efectivamente se produjo. Como consecuencia de la sacudida de la naturaleza, la mano que el procónsul tenía levantada para condenar a Juan se le quedó paralizada. Lo mismo sucedió a Procliana con sus dos manos y sus ojos. Los demás cayeron a tierra como muertos. Prócoro y Sosípatro fueron los únicos que permanecieron en pie junto a los animales preparados para el suplicio del joven y de su maestro. Como la tierra continuaba temblando, el procónsul prometió a Juan que creería en el Dios que predicaba si su mano volvía a su estado natural. La oración del Apóstol consiguió que la tierra se calmara, las manos del procónsul y de Procliana quedaran sanas y todos los caídos se levantaran. Un fragmento, ajeno al relato dialogado del Apócrifo, añade un comentario piadoso: “Oh poder, queridos míos, él es el que movió la tierra, él quien la estabilizó, él quien curó a todos. El procónsul invitó a Juan a su casa y a su mesa (c. 44). Tras la comida, le pidió la gracia del sello en Cristo, que Juan le concedió no sin antes haberlo instruido en la doctrina de la Trinidad. La esposa del procónsul solicitó la misma gracia para ella y para su hijo. Restaba solamente Procliana con su problema. Sosípatro se resistía a regresar a su casa y pretendía seguir a Juan. Pero Procliana ya era otra, estaba curada de su antiguo furor, lo que pudieron comprobar cuando entraron con Prócoro en su casa. La encontraron postrada en tierra, deshecha en llanto y arrepentida de su pasado. Pidió a Juan perdón por sus pecados y curación para sus “incurables” heridas. Y él, después de instruirla convenientemente sobre la penitencia y la fe en la Trinidad, la bautizó lo mismo que a Sosípatro y a todos los de la casa. Prócoro cuenta cómo permanecieron largo tiempo con ellos y fueron testigos de sus buenas obras. Entre otras cosas, las riquezas que Procliana quiso entregar a Juan, las repartía cada día a la puerta de su casa entre los necesitados que las requerían. Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Lunes, 1 de Noviembre 2010
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Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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