CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Historia de Drusiana (2 parte)

Juan estaba perplejo y no acababa de comprender los elementos extraños del acontecimiento. Pero cuando Andrónico observó los detalles del espectáculo que tenían ante sus ojos, hizo una interpretación exacta del suceso y de sus orígenes y motivos. Calímaco se había enamorado de Drusiana, a la que trató de seducir en vida. Al no haber logrado sus perversos fines, compró con dinero la complicidad del administrador, con la intención de realizar en el cadáver de la difunta lo que no había conseguido cuando ella vivía. El joven hermoso había velado los despojos de Drusiana para que aquellos dos desalmados no lograran ejecutar sus planes. La voz que se oyó auguraba la resurrección de Drusiana, la víctima de la traición de ambos cómplices. También prometía la de Calímaco, mientras que no consideraba digno de la misma gracia a Fortunato. Calímaco era calificado por Andrónico como víctima de los engaños de personas malvadas.

Terminaba Andrónico su larga intervención pidiendo a Juan que resucitara a Calímaco para que explicara a los presentes los detalles del acontecimiento. Juan dio órdenes a la serpiente para que se retirara del cuerpo de Calímaco. Luego oró a Dios para que el joven resucitara y contara toda su peripecia. Vuelto a la vida, guardó silencio durante una hora. Preguntado luego por Juan sobre los motivos de su conducta, respondió explicando lo sucedido según la interpretación de Andrónico. Se había enamorado de Drusiana de tal manera que no pudo dejar de desearla ni siquiera una vez muerta. Juan quiso saber si de alguna manera había logrado cumplir sus planes sobre aquel cuerpo venerable y lleno de gracia. Calímaco lo negó insistiendo en la imposibilidad de ultrajar a la difunta desde el momento en que la serpiente se lanzó sobre los agresores y los dejó fuera de toda capacidad de realizar sus proyectos.

Contó Calímaco cómo la serpiente había mordido y matado con su veneno al administrador. Y cuando el joven se aprestaba a realizar su locura en el cuerpo de la difunta, vio cómo un joven hermoso cubría con su vestido el cuerpo de Drusiana. Del rostro del joven saltaban chispas por todo el sepulcro. Una de ellas llegó hasta Calímaco, como portadora de una voz que decía: “Calímaco, muere para que vivas”. Todo daba a entender que el joven sonriente era por lo menos un ángel de Dios. Calímaco terminó su confesión expresando su dolor y su vergüenza por lo sucedido. Pidió luego al apóstol que lo sostuviera y protegiera para poder llegar a ser instrumento de la gracia del Señor. Porque en él se había realizado una perfecta transformación. Había muerto un malvado y resucitado un hombre bueno; había muerto un gentil y había resucitado un cristiano. Conocía la verdad, pero solicitaba que su conocimiento llegara a la perfección.

Según el texto de este apócrifo, tuvo Juan una reacción que era mezcla de sorpresa y de gratitud ante la grandeza de la bondad y la misericordia de Dios. Tomó a Calímaco y le besó mientras bendecía a Dios por haber librado al joven del peligro en el que lo había lanzado su locura. Andrónico por su parte, conmovido al ver a Calímaco resucitado y transformado, pidió a Juan que también resucitara a Drusiana, lo que cumplió Juan con evidentes signos de complacencia. Se acercó a su cuerpo, tomó a Drusiana de la mano diciendo: “Drusiana, levántate en el nombre de nuestro Señor Jesucristo; levántate por su gloria” (c. 4,21).

Cuando la mujer se vio prácticamente desnuda, preguntó la razón. Enterada de todo por Juan, “alabó al Señor y se vistió”. Cuando vio a Fortunato tendido en tierra y muerto, suplicó a Juan que lo resucitara. Generosa reacción a favor del que había colaborado en el intento de ultrajar gravemente su cadáver. Calímaco, por el contrario, se opuso a esa súplica argumentando que la voz no había mencionado nada más que a Drusiana y a él mismo. Juan le recordó una doctrina varias veces repetida en diferentes pasajes de los apócrifos que encerraba la recomendación de no devolver mal por mal.

Fue Drusiana la encargada de resucitar a Fortunato. Lo hizo tras una larga oración en la que recordaba las bondades que Dios había realizado en ella. Llena, pues, de confianza tomó a Fortunato de la mano y le dijo: “Levántate, Fortunato, en el nombre de Jesucristo, nuestro Señor y Dios” (c. 4,24). Pero los textos se empeñan en demostrar que aquel hombre no era digno ni de la gracia ni de la salvación. Aunque Dios abre su perdón a todos los hombres, no todos están bien dispuestos a recibirlo. Así ocurría en el caso de Fortunato, que se sintió descolocado ante las gracias que contemplaba a su alrededor. Se daba en él la situación que en las malas raíces. Aunque la madre tierra sea buena y generosa con todas las semillas, no puede hacer nada cuando la raíz está corrompida. Es lo que sucedió en la triste peripecia del administrador infiel.

Fortunato huyó de un lugar y una compañía que para él representaban una insoportable incomodidad. Juan celebró con los suyos la eucaristía, que pensaban ofrecer a Drusiana muerta y de la que ahora participaba Drusiana viva. Juan conoció en espíritu que Fortunato moriría por la mordedura de la serpiente. Envió a uno de los jóvenes para que lo comprobara. El joven regresó y contó que Fortunato había fallecido y que su cuerpo destilaba veneno. Juan recapituló el episodio en una frase: “Ya tienes, oh diablo, a tu hijo” (c. 4,29).

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro

Lunes, 27 de Diciembre 2010


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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