CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero

RESPUESTA DE FERNANDO BERMEJO

El malestar ocasionado por la recepción del texto anterior en quien firma este no tiene nada que ver con las lindezas que en ella se acumulan (recapitulando: Fernando Bermejo es un ignorante en el ámbito traductológico, un imprudente, un irresponsable, un miserable insensible e interesado que se aprovecha del perjuicio que causa a otros, un presuntuoso y un hipócrita sepulcro blanqueado), ni desde luego con las amenazas (nada menos que de acciones legales) que contiene, sino con la tensión provocada por la confluencia de, por un lado, la convicción de que todo el mundo debe tener derecho de réplica (y ello a pesar de que tal derecho es aquí dudoso), y, por otro, la no menos profunda convicción de que si a alguien puede perjudicar la publicación de la carta que antecede es, única y exclusivamente, a su propio autor.

La desazón, no obstante, no se acaba ahí, sino que se prosigue en la medida en que si, por una parte, el impulso espontáneo de quien firma es pensar que la única reacción que merece esa carta es el más sepulcral silencio o la más demoledora ironía, por otra ese impulso se ve dificultosamente asociado a la nítida percepción de que quien ha redactado ese escrito es alguien que parece albergar la genuina sensación de haber sido objeto de un comportamiento injusto y de ser asistido en todo, en sus manifestaciones, por la razón y la justicia. Esto hace que la honda repugnancia que a quien escribe estas líneas le inspira esa carta se vea en todo momento trabada por la exigencia de entender a quien la ha escrito, de –por así decirlo– disculparlo, y de, en la medida de lo posible, no incurrir en la demasiado fácil tentación de pagarle con la misma moneda que utiliza y, por tanto, de faltarle demasiado fácilmente al respeto.

Así pues –a pesar de las diversas insidias y las falsedades que el texto del sr. García Pérez contiene, y a pesar de que soy consciente de que cualquier cosa que yo escriba no mitigará los sentimientos profundamente negativos que el autor parece albergar hacia mí–, al menos mientras redacto el presente escrito me esforzaré en suponer que el sr. Ricardo García Pérez (cuyo nombre hasta ahora yo no había utilizado como una de las maneras de intentar poner coto a los efectos negativos de mi crítica), al redactar su carta, ha caído por debajo de sí mismo, y es por tanto alguien mejor –intelectual y moralmente– que lo que su carta denota.

Dado que las diversas descalificaciones personales que el autor realiza se comentan por sí mismas y/o son indemostrables, en lo que sigue me limitaré a los hechos comprobables, es decir, a afirmaciones concretas relativas a su traducción del libro mencionado. Pues bien, lamentablemente, diversas afirmaciones del autor de la carta son falsas, y algunas de ellas además demostrablemente falsas, y ello ya con total independencia del análisis de su traducción.

1º) El autor afirma que mi denuncia de errores se refiere a “más de 600 páginas”, a “aproximadamente la mitad del texto” (que tiene 1.293 páginas). En realidad, la muestra de errores enviada a la editorial, el propio traductor y los agentes literarios del autor (previa petición expresa de ellos) contenía (como se señalaba meridiana y explícitamente) errores extraídos únicamente de las pp. 105 a 530. Lo que es más relevante, el escrito al que el traductor tuvo íntegro acceso iba encabezado por varias observaciones, una de las cuales decía literalmente: “Estas correcciones –que comienzan con la 2ª Parte de la obra, en la página 105– se refieren únicamente a menos de una tercera parte del volumen total del libro (e incluso en esta porción no se han tenido en cuenta algunas de sus subsecciones)”.

2º) Con sus minuciosas cuantificaciones, el autor comete además la evidente falacia de presentar los errores señalados por quien firma como una lista exhaustiva, y no como lo que en realidad era (y como se afirmó ya en este blog) a saber, una mera muestra. De hecho, otra de las observaciones que encabezan el escrito mío que obra en poder del sr. García Pérez dice literalmente: “Los problemas señalados no son, ni mucho menos, todos los detectados, sino solo una selección representativa. Hay muchos más errores e imprecisiones de los aquí consignados”.

3º) Otra falacia está implicada en las afirmaciones del sr. García Pérez de que la edición inglesa que él usó es diferente a la que yo he usado, y de que el autor introdujo un centenar de correcciones. Aunque al menos la segunda afirmación es en sí misma correcta (la semana pasada Diarmaid MacCulloch me envió esa lista de correcciones), tales afirmaciones son insidiosas, por la sencilla razón de que las eventuales diferencias entre las ediciones, así como las correcciones efectuadas, son prácticamente irrelevantes en cuanto a los errores que yo he señalado (salvo meliori, solo una corrección de MacCulloch coincide con uno de los pasajes de mi muestra de errores).

Al señalar la existencia de falsedades y falacias en la carta del sr. García Pérez no estoy diciendo que el autor de la carta haya mentido a sabiendas. En mi esfuerzo por pensar de él in bonam partem, tiendo a creer, más bien, que su percepción de la realidad se ha visto alterada por su necesidad de lavar su imagen a toda costa (aun a costa de intentar manchar la mía) y por los profundos sentimientos negativos que su escrito trasluce, lo que le lleva a confundir bastante menos de 400 páginas con más de 600, y una simple muestra de errores con una enumeración exhaustiva, cuando resultan obvias las diferencias entre cada una de estas magnitudes.

En realidad, las tergiversaciones de la realidad señaladas no son las únicas que cabe atribuir al sr. García Pérez: el correlato de la minimización de sus errores es una desaforada magnificación de la malevolencia ajena (en este caso, la mía). De hecho, vale la pena recordar que el sr. Ricardo García Pérez ya tuvo que retractarse de sus palabras cuando en los comentarios al blog me atribuyó algo que yo no había escrito, a saber, que su traducción era “pésima”. Yo jamás afirmé tal cosa, como el propio sr. García Pérez hubo de reconocer luego. De hecho, la traducción del sr. García Pérez no es pésima. “Pésima” es un superlativo, y si su traducción fuera pésima habría que rehacerla enteramente, cosa que no es en absoluto necesaria (una gran parte de su traducción es más que aceptable). El problema reside en que está plagada de errores.

Una vez detectadas las falsedades señaladas, a uno pueden empezar a surgirle ciertas dudas fundadas acerca de la credibilidad que merecen las restantes afirmaciones del traductor Ricardo García Pérez, y acerca de su grado de objetividad a la hora de juzgar el número y la gravedad de errores que ha cometido (y, de paso, también a la hora de juzgar a quien esto firma). Las llamativas reducciones operadas por el sr. García Pérez en sus intentos de minimizar el problema de su traducción permiten también comprender la lógica que opera en la reducción que convierte una muestra de 107 errores en 23, y a su vez estos 23 en solo 3 realmente relevantes.

Las pretensiones del sr. Ricardo García Pérez son, por lo demás, susceptibles de una virtual reducción al absurdo: si fuera cierta la pretensión de que la práctica totalidad de los errores señalados son insignificantes o cuestiones de estilo, y que por tanto la traducción apenas presenta errores, tal como pretende, no se entendería bien que la editorial Debate, tras haber pagado la labor del traductor, vaya ahora a costear –como de hecho va a hacer– los gastos de una revisión y una nueva edición corregida.

Más allá de las falsedades señaladas, el único modo fiable que tienen los lectores interesados de comprobar dónde se halla la verdad sería comparar la traducción del sr. García Pérez con la nueva edición que es de prever la editorial publicará dentro de algunos meses. Cabe suponer, no obstante, que apenas habrá lectores dispuestos a realizar esta tarea. Yo habría preferido no volver a referirme en público a la traducción del sr. García Pérez, pero dado que es este el que se ha obstinado en volver a traer a la palestra el tema, y pensando en particular en quienes solo tienen la única edición disponible actualmente en castellano, reseño a continuación –sin afán de exhaustividad– los principales tipos de errores que contiene la traducción del sr. García Pérez, de modo que los lectores con conocimientos de inglés puedan decidir por sí mismos si la muestra de errores que señalo se refiere a errores reales y relevantes o está dictada más bien por mi ignorancia y mi calenturienta y malévola fantasía.

Principales tipos de errores que contiene la traducción del sr. García Pérez:

1º) Errores muy graves de traducción en virtud del desconocimiento de la materia tratada. Puse más de media docena de ejemplos en mi segundo post (Jesús murió por “blasfemia contra las autoridades romanas”, Pablo animaba a sus interlocutores a circuncidarse, el cristianismo predicaba tres dioses, los árabes se llamaban a sí mismos “rumíes”/“romanos”…), pero hay muchos más. Según la traducción del sr. García Pérez, por ejemplo:
El Antiguo Testamento habla de la virgen María (y Erasmo de Rotterdam lo sabía): la frase “Erasmus came to deplore the redirection on to Mary of Old Testament texts” es traducida como “Erasmo acabó detestando la reorientación que se daba a la figura de María en los textos del Antiguo Testamento” (p. 639).
Jesús apenas usó el término “Dios”: la frase “Erasmus had also noted that the term ‘God’ is rarely used for Christ in the biblical text” es traducida como “Erasmo también había señalado que Cristo raras veces utiliza el término ‘Dios’ en el texto bíblico” (p. 646).
Las listas que los Evangelios canónicos presentan de los testigos de las apariciones no mencionan a las mujeres. De la lista de testigos de apariciones del Jesús resucitado en Pablo MacCulloch afirma: “His list of witnesses to Resurrection appearances significantly contrasts with that of three Gospels, by not including any women at all”. García Pérez traduce: “[…] contrasta significativamente con las que aparecen en los tres Evangelios, que no incluyen a ninguna mujer” (p. 147).

Constantino se convirtió al cristianismo en diversas ocasiones, y la gente lo atestiguó: La frase “Constantine has often been seen as undergoing a ‘conversion’ to Christianity es traducida por García Pérez como “A Constantino se le había visto a menudo experimentando una ‘conversión’ al cristianismo” (p. 221).

Estos disparates –que dejan, sin embargo, impertérrito al sr. García Pérez– van acompañados de otros de un calibre inferior, como por ejemplo la traducción de “Catholicity” por “conformidad universal” (p. 156) o la confusión del género literario de los “Hechos” con la obra particular de los Hechos de los Apóstoles (p. 158), entre otros muchos.

Saludos cordiales de
Fernando Bermejo.

Miércoles, 4 de Abril 2012


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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