CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
SIGUE LA CONTRARÉPLICA DE FERNANDO BERMEJO

2º) Errores debidos al desconocimiento de la historia de las religiones y a otros desconocimientos. Referido al Irán antiguo, “Iranian” debe ser traducido como “iranio”, y no –como hace el traductor sistemáticamente– por “iraní” (pp. 47, 74 y otros). Entre los griegos, de Zeus no se puede decir que sea la “divinidad primordial” (chief), sino en todo caso la “divinidad principal” (p. 47). A menudo, el traductor vierte “hymn” (himno) por “salmo” (v. gr. p. 173). Según el traductor, Pedro, en Getsemaní, es el “adalid” (???) de Jesús (p. 186), no su “defensor” (defender). García Pérez traduce el término “triumph”, una obvia referencia a la celebración romana, como “victoria” (p. 230, donde un párrafo entero se malentiende al pasar por alto la referencia al “triunfo”), etc. Hay docenas de ejemplos como estos.

3º) Errores debidos al desconocimiento del vocabulario técnico. Por ejemplo, en la expresión “monarchian episcopacy” el adjetivo debe ser traducido no como “soberano” –tal como lo hace el sr. García Pérez–, sino como “monárquico” (pp. 163ss). “Worship” es a menudo traducido por “oración/oraciones” en contextos en que se debe ser traducido como “culto” (v. gr. p. 150). No es lo mismo “la teología agustina” que “la teología agustiniana” (Augustinian theology). Referido a las corrientes de la Reforma no integradas en los movimientos mayoritarios, “radical” no debe ser traducido como “extremista” (p. 170) o “intransigente”, sino como “radical”. “Glorification” (glorificación) no es lo mismo que “alabanza”. “The Fall” (la Caída) no es lo mismo que “el pecado original” (174, 183 y passim). No se puede achacar a los cristianos “la celebración del sufrimiento constante”, sino más bien “la celebración de la constancia en (medio d)el sufrimiento”, etc. etc. Es muy probable que el sr. García Pérez crea con buena conciencia, en virtud de sus autocomplacientes y liberales postulados traductológicos, que en estos y otros muchos casos da igual ocho que ochenta, pero lo cierto es que estas traducciones son, pura y simplemente, incorrectas.

4º) Errores de traducción puros y simples, a menudo graves, pues cambian el sentido del original e inducen a confusión al lector.

No es lo mismo decir que Jesús, según sus seguidores, “cumplía con la tradición judía del Ungido” que: “constituía el cumplimiento de (fulfilled) la tradición judía del Ungido”.

No es lo mismo “Micenas fue objeto de las alabanzas de un poeta griego del que sabemos muy poco” (García Pérez) que: “Micenas fue objeto de las alabanzas de un poeta griego que sabía muy poco de ella (who knew very little about it).

Tras referirse a la Ilíada, MacCulloch escribe: “There follows the adventures of one Greek hereo, Odysseus”. Es decir: “Siguen las aventuras vividas por un héroe griego, Odiseo”. Por su parte, García Pérez traduce: “Allí se despliegan las aventuras…”. Allí ¿dónde? ¿En Troya?

De Micenas se dice que “logró ejercer el poder nada menos que en un lugar tan distante como la gran isla de Creta”. El inglés dice simplemente “was capable of wielding power as far as the great island of Crete”, lo que cabe traducir como: “[…] hasta alcanzar la gran isla de Creta”. De hecho, Creta no está tan lejos del Peloponeso…

De las epopeyas homéricas se dice que “took shape in recitation some time in the eight or seventh century”, que cabe traducir: “adquirieron su forma a través de la recitación entre los siglos VIII y VII” (o equivalente). García Pérez traduce: “adoptaron forma de verso entre los siglos VIII y VII”.

Quizás a los lectores les interese saber que los últimos cinco errores mencionados están extraídos de una sola página (p. 46), que de hecho contiene más errores que aquí no enumeraré.
A lo largo del libro hay varios cientos de ejemplos como estos.

5º) Errores de traducción debidos al cambio arbitrario de orden de los elementos de una frase o período, a menudo con resultados bastante divertidos (o penosos, según se mire):

Una frase que dice “Los romanos mataron a Jesús, por mucho que la clase dirigente del Templo, enfurecida y temerosa por la naturaleza de su predicación, les hubiera inducido a hacerlo (The Romans killed Jesus, however much the Temple establishment, in fury and fear at the nature of his preaching, had prompted them to do so)” es traducida por el sr. García Pérez como: “Por mucho que la fundación del Templo [???] les hubiera impulsado a hacerlo, los romanos mataron a Jesús airados y atemorizados por la naturaleza de su predicación” (p. 121).

Otro ejemplo:
La frase “‘fábulas judaicas’, en expresión de la Epístola a Tito, que él habría atribuido al apóstol Pablo” (“‘Jewish myths’, in a phrase of the Epistle to Titus, which he would have attributed to the Apostle Paul”) es traducida así por el sr. García Pérez:
“según una expresión que aparece en la Epístola a Tito, eran ‘fábulas judaicas’ que él atribuía al apóstol Pablo” (p. 155).
Resulta claro que el cambio de orden aboca al absurdo, pues Marción era un paulinista radical que jamás habría atribuido fábulas a Pablo.
Hay numerosos ejemplos de este tipo a lo largo de la obra.

6º) Errores debidos a libertades excesivas –y totalmente gratuitas– con el texto, con los que se tergiversa la significación del original y se induce a confusión a los lectores. Entre los numerosos ejemplos, baste el siguiente:

En la p. 45, hay un párrafo en el que el autor se refiere al hecho de que los seguidores de Jesús añadieron “Christos” a su nombre, y el párrafo termina aclarando que ello sucedió “tras su ejecución en una cruz” (“after he had been executed on a cross”).
El traductor, en lugar de traducir el texto tal y como está, transforma esa más bien inocua cláusula temporal del final del período al comienzo del mismo, que de este modo empieza así: “Una vez consumada la Crucifixión […]”.
Tanto el uso del verbo “consumar” (teológicamente cargado) como el uso –con mayúscula– de “la Crucifixión” alteran sensiblemente lo que el autor dice y transmite. Hay docenas de ejemplos como este.

7º) Finalmente, están los errores que el autor considera “despistes” (no incluyo las erratas, pues entre los más de cien casos de mi muestra no había señalado, según creo recordar, ni una sola): confundir un siglo con otro (puse una docena de ejemplos en un post anterior, pero merece la pena señalar que ya en la primera línea de la introducción del libro tenemos un “seventeenth-century” convertido en un “siglo XVIII”: p. 27); un nombre propio con otro (“Constantino” en lugar de “Constancio”: p. 249), un nombre común con otro (“autoridad” en vez de “austeridad” – austerity”: p. 233); un adjetivo con otro (donde el autor describe a los dioses griegos como “partial” el traductor traduce “imparciales”: p. 49); omisión de palabras (significativas) en el texto: no es lo mismo quedarse “ciego” que “temporalmente ciego” (p. 127; estos despistes son relativamente numerosos); omisión de frases enteras del original (por ahora, he detectado ya un par de casos); o confusión pura y simple de términos, como cuando el autor, hablando de la relación entre Agustín de Hipona y su madre, habla de un “maternal triumph”, y el sr. García Pérez traduce como “victoria sobre lo material” (sic: p. 338).

Sin duda, el sr. García Pérez consideraría todos estos errores –que, repitámoslo, son solo una mínima muestra de los existentes– como disculpables o totalmente irrelevantes, sea amparándose en su presunto profundo virtuosismo traductológico, sea alegando mi presunta inepcia para distinguir errores reales de errores imaginarios. A partir de ahí, cualquiera con un mínimo sentido crítico puede extraer conclusiones acerca de la objetividad de los juicios de este traductor.

Para terminar, con respecto al presunto perjuicio que mis comentarios habrían causado al sr. García Pérez, solo tengo que decir lo siguiente: que, dadas las diversas falsedades, falacias e insidias contenidas en su carta, albergo dudas fundadas de que lo que afirma sobre tales perjuicios merezca credibilidad; y que si tales perjuicios se hubieran dado, todavía estaría por determinar si su causa habrían sido mis declaraciones (en cuyo caso yo lo lamentaría muy profundamente), o más bien a) las limitaciones de su competencia como traductor (al menos, de esta obra); y/o b) su propia gestión de su relación con los editores (cuyo grado de prudencia pueden juzgar los lectores a partir de los comentarios efectuados acerca del editor de Debate por el sr. García Pérez en este mismo blog el día en que apareció mi primer post relativo a este tema).

Si bien quisiera creer que el sr. Ricardo García Pérez es alguien más noble de lo que revela su carta, y quisiera esperar por tanto que sea capaz de entonar –al menos secretamente– la palinodia, informo ya a nuestros lectores de que, en caso de equivocarme, en lo sucesivo yo no volveré a prestar la más mínima atención a posibles futuras manifestaciones de la persona mencionada, aun si esta decidiera usar a partir de ahora el espacio de comentarios que liberalmente brinda este blog para seguir sembrando insidias y/o “desmentir categóricamente” a quien firma estas líneas.

Con un cordial saludo,

Fernando Bermejo

Miércoles, 4 de Abril 2012


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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