Notas
Escribe Antonio Piñero
Sigo comentando el libro de G. Andrade, aunque omito el enojoso título de la obra. El capítulo 5 (que es muy largo y aborda casi todos los temas de la autoconciencia de Jesús, por lo que dividiremos nuestro comentario en partes) se abre con una pregunta básica: ¿Buscó Jesús superar el judaísmo y crear una nueva religión? Si preguntamos por la calle, incluso a gente notablemente culta, quién fue el fundador del cristianismo, dirá sin pestañear, ni asombro de duda, “Jesucristo”. Pero esta afirmación no puede sostenerse históricamente. Andrade ofrece los siguientes argumentos: • El Dios de Jesús era el mismo que el de las Escritura sagradas y el de sus contemporáneos judíos. • Jesús no se desvió de las exigencias rituales del judaísmo. El ejemplo típico es Mc 1,44. Tras curar a un leproso, Jesús dice: “Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio”. • Jesús frecuentaba las sinagogas sin el menor reparo: Mc 1,21; 3,1-6 y par. • Jesús no quebrantó las leyes del judaísmo. Por ejemplo, Mt 5,17: “No he venido a abolir la Ley…”; Mc 7,19 donde Jesús parece derogar las leyes sobre los alimentos: “Así declaraba puros todos los alimentos” es una “escena totalmente inventada por el evangelista”. Aquí tengo que poner un reparo. Basta con decir, con la inmensa mayoría de los estudiosos, que Mc 7,19 es un comentario del evangelista y no una palabra del Jesús histórico, y que ese pasaje al completo ha sido explicado ya decenas de veces en libros científicos, incluso por comentarista judíos, practicantes, de hoy que no ven en la disputa de Jesús ninguna otra cosa que una discusión intrafarisea sobre si los alimentos en sí son intrínsecamente puros o no (como un producto de la creación “Y vio Dios que todo lo que había creado era bueno”, que se repite varias veces en el capítulo 1 del Génesis. Se opinaba que era así, pero que los alimentos dejaban de serlo porque Dios lo había determinado así, por misteriosa voluntad, con algunos de ellos y solo para los miembros de su pueblo elegido. Esta es la misma argumentación que el “fariseo Pablo en Romanos 14,40 y 14,20”. En la «Guía para entender a Pablo» aclaro, un tanto de pasada, este texto del Jesús marcano: «El caso de Jesús es relativamente claro para los exegetas, incluidos los católicos. Jesús no pone en duda ninguno de los cuatro términos (prohibido/no prohibido; puro/impuro) fundamentales en el judaísmo ni impulsa a ingerir alimentos prohibidos; lo que afirma es que “todo lo de fuera del hombre no lo impurifica”. El declarar puros todos los alimentos es un comentario del evangelista. Pero, para el Jesús histórico, buen judío galileo que vive lejos del Templo, el tema de la pureza/impureza de los alimentos, ocasionada por cosas externas al individuo (tocar un cadáver, flujos corporales, etc.), es decir, la impureza causada por cosas exteriores al hombre, no es un asunto de bueno o malo, pecado o no pecado, sino tema que tiene solo su importancia cuando se trata de entrar o no al Templo, que debe hacerse con la debida educación y decencia para con Dios. ¡Pero para ellos, que están en Galilea, es un asunto secundario, pues viven muy lejos del Templo! No lo impurifica significaría que lejos del Templo, aunque suponga una impureza legal, tal o cual comida dudosa no tiene importancia moral. Por el contrario, lo que sale del hombre, malos pensamientos, deseos de robo o fornicación, etc., precisamente por ser una inmoralidad, sí impurifica en verdad al ser humano, pues impide una relación correcta con Dios, incluso lejos del Templo». • El autor de Hechos 2,46, afirma que los seguidores de Jesús eran judíos muy observantes (“Acudían diariamente al Templo con perseverancia”), cosa imposible si Jesús hubiera roto con el judaísmo. • Jesús lleva borlas en su manto Mc 6,56: se trataba de unos adornos (llamados en hebreo sisiyot) que llevaban los judíos muy piadosos en cuatro puntos de su vestimenta para que al moverse les recordara la observancia de la Ley, tal como ordenaba la Biblia misma (Números 15,38-39; Deuteronomio 22,12); podían también ser flecos, en el dobladillo inferior del vestido, de hilos de colores. Jesús es dibujado así como un judío totalmente fiel a la Ley, de quien no puede esperarse que haga algo contra ella. Imposible, pues, la presunción tradicional de un Jesús que rompe con el judaísmo. • Jesús no buscó deliberadamente quebrantar el precepto del sábado. G. Andrade explica los casos que suelen citarse del Evangelio de Marcos, como 2,23-28 (las espigas arrancadas en sábado) y 3,1-6 (curación de un paralítico en la sinagoga). Debo añadir que la opinión común entre los exegetas judíos de hoy es que en el siglo I se discutía aún sobre las curaciones en sábado, y que el arrancar y comer espigas era un caso de fuerza mayor (añado: probablemente Jesús con sus discípulos huían de la presión de la policía de Herodes Antipas y padecían hambre). En el caso de dos leyes en competencia “mantener a salvo la vida, don de Dios” / “observar el sábado”, tenía precedencia la más importante. Los judíos decían “¿Cuál de las dos leyes pesa más?”. Entonces se escogía observar solo una de ellas. • Tampoco Jesús violó la ley de Moisés sobre el divorcio. Aquí discute G. Andrade los pasajes típicos de Mc 10,2-12 y Mateo 5,32, concluyendo con toda razón que tampoco en este caso trato Jesús de rechazar la ley de Moisés, sino que insistió en lo que se podía suponer rectamente la voluntad de Dios –interpretada de la lectura de las Escrituras, en concreto Génesis 1 y 2. Por tanto, lo que sostuvo Jesús fue una postura más bien rigorista, declarándose a favor de la escuela farisea más intransigente al respecto que era la de Shammai (Samías). Jesús buscaba perfeccionar la Ley, con una recta interpretación, no derogarla. • El Sermón de la montaña (Mateo 5-6 y par. de Lucas 6) no marcó tampoco ninguna ruptura con el judaísmo, ya que ni siquiera en las denominadas «antítesis» (“Habéis oído que se dijo… pero yo os digo) hay otra cosa que una profundización de las enseñanzas de la ley de Moisés, sin derogación alguna. Lo que sí es cierto –añado por mi parte-- que tanto Marcos como Mateo presentan al mesías Jesús con poder para matizar la Ley, por encima incluso de lo que podían hacerlo los meros hombres por muy eruditos que fueran. En esto son muy paulinos. Y también es cierto que Mateo presenta a Jesús como el “nuevo Moisés”, pero nunca hasta el extremo de abrogar ni un “ápice o iota” de la Ley (Mt 5,17-19). • Jesús no fundó iglesia alguna. Sostiene G. Andrade, con la mayoría de los estudiosos, que aunque así podría parecerlo según el conocido paso de Mt 16,16-18 (“Tú eres Pedro…”) , apoyado por Jn 21,15-17 (“Apacienta mis ovejas…” repetido por tres veces a Pedro por el Jesús resucitado, no fue así en verdad. Respecto a este texto johánico argumenta Andrade, con razón, que no tiene visos de historicidad alguna. Y sobre el primero, el de Mateo, acepta el autor que es más difícil formarse un juicio…, pero acaba, en sus análisis del texto, por proponer que de ninguna manera quiso Jesús fundar una comunidad de seguidores totalmente nueva, con una nueva religión como base, con una estructura burocrática para durar, etc. La “asamblea” de sus discípulos de Jesús, sobre todo los íntimos, miraba hacia el reino de Dios en la tierra de Israel, donde los elegidos se sentarían sobre tronos “para juzgar a las tribus de Israel”, renovado y restaurado en la época mesiánica. Nada que ver con una iglesia como se entiende hoy día por ese término. • Andrade trata otros puntos interesantes al respecto, como la proposición de que Jesús extendió su mensaje a los gentiles, es decir, que fue un predicador universalista no restringido a Israel, como se sigue defendiendo hoy día. Critica nuestro autor la exégesis apologética y un tanto rancia de Mateo 2 (los magos) y Mt 28,19 (“Id y predicad…”), y sostiene que esta última sentencia no procede del Jesús histórico. Como argumentos positivos, propone el análisis y la obtención de las debidas consecuencias de textos en los que queda bastante explícito que el mensaje de Jesús estuvo dirigido sólo a Israel (Mt 10,5-6; 6,7; 18,15-17; Lc 17,18). • Tampoco puede defenderse hoy día –sostiene Andrade-- que Jesús fuera enemigo acérrimo de los fariseos. Afirma que era más bien uno de ellos, aunque de Galilea, es decir, un colega sui generis para los fariseos de Jerusalén. Apunta nuestro autor que los fariseos intentaron incluso salvar la vida a Jesús (Lc 13,31) y que no participaron en la pasión y muerte de éste. Los fariseos escucharon atentamente las prédicas de Jesús (Lc 5,17), y las querellas con ellos no fueron más que escenas típicas de discusiones entre escuelas, que a la verdad eran a veces virulentas en la época. Pero nada más. Nunca llegaba la sangre al río y en general los evangelistas exageran el carácter de las discusiones para mostrar a Jesús como un precedente de sus propias disidencias con los fariseos y rabinos en momentos en los que las comunidades cristianas estaban iniciando un movimiento de separación sustancial de la sinagoga. Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Viernes, 24 de Julio 2015
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Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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