CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Escribe Antonio Piñero
 
 
¿En qué suelo vieron la luz los libros apócrifos del Antiguo Testamento ?
 
 
Es este otro tema general que debemos tratar: el del lugar de procedencia de los apócrifos de la Biblia hebrea y los motivos de su composición. Con muy pocas excepciones (Novela de José y Asenet; Oráculos Sibilinos judíos, que proceden del judaísmo de Egipto), parece, por su contenido y temática, que el lugar sobre el que brotó esta pretendida prolongación del Antiguo Testamento que son los Apócrifos fue Palestina / Israel.
 
 
Recordemos que he escrito que “Palestina” fue una designación usada también por los hebreos antiguos. Solo en el Imperio Romano después de los tres  levantamientos judíos contra Roma adquirió un sentido antijudío. Se tomó como una designación despectiva: “la tierra de Israel era la tierra de los filisteos”, filistim o pilistim (con pérdida de la “aspiración” de la /h/ y con el iotacismo, cambio de /a/ breve en /i/: Mariam à Miriam).
 
 
El nacimiento de los apócrifos veterotestamen­tarios se debió sin duda a la ausencia de nuevos profetas en Israel, una vez que pasó tiempo suficiente tras la vuelta del Destierro. Y los rabinos decidieron que a profecía canónica se había acabado, con Malaquías y Zacarías. Además, era necesario acomodar a tiempos difíciles el mensaje, ya estereotipado, de los hagiógrafos /escritores de los libros santos del pasado. Sin duda también debió de influir en el nacimiento de los Apócrifos el conjunto de circunstancias históricas que motivaron el alzamiento de los Macabeos en el s. II a. C.
 
 
La historia de este período puede iluminar el porqué del nacimiento de esta litera­tura apócrifa. Desde la muerte de Alejandro Magno, en el 323 a. C., Palestina se vio sometida, muy a pesar suyo, a un proceso imparable de helenización. Comprimida entre dos grandes potencias, el Egipto de los Ptolemeos y la Gran Siria de los Seléucidas, de lengua y cultura griegas, Israel no podía quedar ausente de la gran corriente helenizadora que invadía la cuenca mediterránea.
 
 
Poco a poco, el país se fue dividiendo intelectual y afectivamente en dos grupos de muy diverso tamaño. Uno, formado por la aristocracia, los ricos comerciantes y la élite sacerdotal, grupo bastante dispuesto a dejarse invadir por las ideas helénicas, que debían aparecer a sus ojos como un verdadero modernismo.
 
 
Otro grupo, muy numeroso, constituido por las capas inferiores del sacerdocio y la mayor parte del pueblo, veía en la aceptación del ideario helenístico al gran enemigo del ser propio, religioso, de Israel. La gran batalla comenzó de hecho, como es sabido, cuando los hermanos Macabeos se levantaron en armas tras rechazar las terribles imposiciones del rey seléucida Antíoco IV Epífanes en el 168 a.e.c. Este monarca pretendía acabar, ni más ni menos y en un asalto definitivo, con una nación teocrática, de una religión muy particular y exclusivista, que se resistía a integrarse en su imperio y acomodarse a la cultura y religión griegas.
           
 
Esta situación de pugna y angustia nacional se prolongaba más de lo deseado y contribuyó poderosamente a la formación de grupos de “piadosos” (en hebreo hasidim), que luchaban por mantenerse fieles a la Ley y a su entidad nacional como pueblo teocrático.
 
 
Entre estos “piadosos” destacaron los fariseos y los esenios que nacieron por esta época. De tales grupos de “piadosos”, y de otros similares de clara mentalidad apocalíptico / escatológica (el fin del mundo presente, caótico y anti Yahvé está cercano), es de donde nace el deseo de prolongar la vida espiritual y el mensaje de la Biblia hebrea, y fue lo que, al parecer, condujo a la producción de literatura religiosa, de la cual casi todos acabaron siendo apócrifos.
 
 
En realidad, sociológicamente considerados, estos escritos no intentaban más que contribuir a salvaguardar la propia esencia religiosa, nacional, de Israel. Por este motivo, y aunque dirigidos en principio a cenáculos reducidos, selectos, los luego apócrifos no constituyen solo una literatura de marginados, que puede serlo sin duda, sino también los libros religiosos de amplios círculos populares que en tiempos de crisis se nutrían de ella espiritualmente.
 
 
Entre los manuscritos de Qumrán han aparecido con profusión los hoy apócrifos de la Biblia hebrea. Jesús y los primeros judeocristianos, sin duda, debieron también vivir inmersos en el ambiente espiritual que se formaba tanto por la continua lectura de la Biblia como por los comentarios de la escuela sinagogal que bebían de este tipo de literatura pseudónima que, como digo, esperaba influir en la vida espiritual de la nación.
 
 
Así pues, los libros judíos hoy no canónicos son herederos de la teología de la Biblia a la que desean matizar, complementar y en algunos casos corregir. Pero igualmente por ello son fieles al marco general de esta teología. Al enumerar los rasgos esenciales de la teología de los Apócrifos, en la postal próxima se verá cómo coinciden mucho con la teología de la Biblia hoy canónica, aunque se observará que hay variantes.
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
 
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Martes, 7 de Enero 2025


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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