Bitácora
Requiem para Don Lucho
José Rodríguez Elizondo
El proceso chileno de Salvador Allende, el golpe de Estado de Augusto Pinochet y la reacción de Leonid Brezhnev de canjearlo por un preso político suyo, hicieron de Luis Corvalán Lepe (Don Lucho) uno de los jefes comunistas más famosos del mundo. Lo conocí en el tráfago del proceso, como jefe vitalicio del PC chileno y, en el curso de las décadas, pude semientender las complejidades de su rol. Es lo que trato de explicar, en el siguiente artículo, escrito ante la noticia de su muerte.
Cenando en casa de mi amigo Sergio Teitelboim, a comienzos de los años 70, hice una pregunta peluda a su hermano Volodia: ¿Por qué Corvalán es un jefe casi vitalicio? El tema tenía dos subentendidos: la subordinación jerárquica del mismo Volodia y de Orlando Millas –comparativamente dos colosos comunistas chilenos- y un debate sobre la organización administrativa del culto a los jefes, propia del stalinismo.
La respuesta fue insólitamente clara. En vez de explicar que se trataba de un tremendo dirigente, Volodia dijo “es un gran animador del partido”. Es decir, ni líder carismático, ni obrero puro ni burócrata intercambiable. Corvalán estaba donde estaba, rumbo a las dos décadas, porque sabía mover a la gente, darle espacio a los divos, negociar con los jerarcas de Moscú y hacerse querer por la mayoría.
Respuesta correcta. Daba buena cuenta de la compleja tarea de don Lucho, como le decían todos. Otro no habría conseguido que los talentos de Orlando y Volodia sumaran, en lugar de dividir. Tampoco habría conseguido que la clase política lo respetara, por ser un comunista afectuoso. a veces divertido y poco confrontacional..
¿Y qué tecnología usaba?
A mi juicio, la de lucir como un chilenazo del campo. La clave está en el poncho que usaba. Esto significa que, cazurramente, delegaba el gran pensamiento en otros y cultivaba el eufemismo con prolijidad. Respecto a lo primero, creía que Marx y Lenin habían resuelto todo lo que era resoluble. Respecto a lo segundo, llegó a la maestría, usando la frase “no pocos” y la palabra “precisamente”. Ejemplo: después del XX Congreso del PC soviético, reconocía que Stalin había cometido “graves errores”, pero aseguraba que “la Historia no lo dejará precisamente en el suelo”. Y, si quería criticar a Nikita Jrushov, el denunciante de Stalin, decía que “cometió no pocos errores”, con lo cual nadie sabía si eran muchísimos o demasiados.
Al final, “no pocos” pensaban que Corvalán era un staliniano irredento y que esos eufemismos los usaba por si otro Congreso rehabilitaba al “dios bigotudo”. Es decir, “por si las moscas”, que era otro de sus dichos favoritos. Obviamente, cantidad de camaradas suyos copiaron su estilo circunvalatorio, que se convirtió en la manera comunistamente correcta de escribir.
Lo dramático para este marxista-leninista chilenazo, fue que el golpe se llevó a su hijo Luis Alberto y acabó con casi todas sus sutilezas. Luego, la caída de los muros terminó con sus certezas. Así, de sujeto de la Historia con agenda propia, pasó a ser objeto de las agendas de Pinochet, Kissinger, Brehznev y Castro, en cuanto prisionero político chileno canjeable por un prisionero político ruso (de esos que para él no existían), aval de la lucha armada castrista (que él había resistido) y retornado clandestino… bajo el mando de Gladys Marín.
Entonces Corvalán quiso mirar la derrota cara a la cara, como le había enseñado Lenin, iniciando una catarsis autocrítica. Pero, no le fue precisamente fácil. Le faltó tiempo y le sobraron años disciplinada militancia. Con todo, no es poco lo que alcanzó a reconocer. Por ejemplo, que lo sucedido no estaba en los libros que él leía, que como soviethincha se le había pasado la mano, que las leyes del mercado también valen en el socialismo y que Stalin cometió “crímenes abominables”.
En definitiva, fue un actor político importante, honesto dentro de su fe, un buen jefe de familia y una buena persona. Como el paraíso del proletariado ya no existe, Dios, que es transversal, tendrá que dejarlo entrar al suyo.
Don Lucho, se lo ganó, descanse en paz.
La respuesta fue insólitamente clara. En vez de explicar que se trataba de un tremendo dirigente, Volodia dijo “es un gran animador del partido”. Es decir, ni líder carismático, ni obrero puro ni burócrata intercambiable. Corvalán estaba donde estaba, rumbo a las dos décadas, porque sabía mover a la gente, darle espacio a los divos, negociar con los jerarcas de Moscú y hacerse querer por la mayoría.
Respuesta correcta. Daba buena cuenta de la compleja tarea de don Lucho, como le decían todos. Otro no habría conseguido que los talentos de Orlando y Volodia sumaran, en lugar de dividir. Tampoco habría conseguido que la clase política lo respetara, por ser un comunista afectuoso. a veces divertido y poco confrontacional..
¿Y qué tecnología usaba?
A mi juicio, la de lucir como un chilenazo del campo. La clave está en el poncho que usaba. Esto significa que, cazurramente, delegaba el gran pensamiento en otros y cultivaba el eufemismo con prolijidad. Respecto a lo primero, creía que Marx y Lenin habían resuelto todo lo que era resoluble. Respecto a lo segundo, llegó a la maestría, usando la frase “no pocos” y la palabra “precisamente”. Ejemplo: después del XX Congreso del PC soviético, reconocía que Stalin había cometido “graves errores”, pero aseguraba que “la Historia no lo dejará precisamente en el suelo”. Y, si quería criticar a Nikita Jrushov, el denunciante de Stalin, decía que “cometió no pocos errores”, con lo cual nadie sabía si eran muchísimos o demasiados.
Al final, “no pocos” pensaban que Corvalán era un staliniano irredento y que esos eufemismos los usaba por si otro Congreso rehabilitaba al “dios bigotudo”. Es decir, “por si las moscas”, que era otro de sus dichos favoritos. Obviamente, cantidad de camaradas suyos copiaron su estilo circunvalatorio, que se convirtió en la manera comunistamente correcta de escribir.
Lo dramático para este marxista-leninista chilenazo, fue que el golpe se llevó a su hijo Luis Alberto y acabó con casi todas sus sutilezas. Luego, la caída de los muros terminó con sus certezas. Así, de sujeto de la Historia con agenda propia, pasó a ser objeto de las agendas de Pinochet, Kissinger, Brehznev y Castro, en cuanto prisionero político chileno canjeable por un prisionero político ruso (de esos que para él no existían), aval de la lucha armada castrista (que él había resistido) y retornado clandestino… bajo el mando de Gladys Marín.
Entonces Corvalán quiso mirar la derrota cara a la cara, como le había enseñado Lenin, iniciando una catarsis autocrítica. Pero, no le fue precisamente fácil. Le faltó tiempo y le sobraron años disciplinada militancia. Con todo, no es poco lo que alcanzó a reconocer. Por ejemplo, que lo sucedido no estaba en los libros que él leía, que como soviethincha se le había pasado la mano, que las leyes del mercado también valen en el socialismo y que Stalin cometió “crímenes abominables”.
En definitiva, fue un actor político importante, honesto dentro de su fe, un buen jefe de familia y una buena persona. Como el paraíso del proletariado ya no existe, Dios, que es transversal, tendrá que dejarlo entrar al suyo.
Don Lucho, se lo ganó, descanse en paz.
Editado por
José Rodríguez Elizondo
Escritor, abogado, periodista, diplomático, caricaturista y miembro del Consejo Editorial de Tendencias21, José Rodríguez Elizondo es en la actualidad profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Su obra escrita consta de 30 títulos, entre narrativa, ensayos, reportajes y memorias. Entre esos títulos están “El día que me mataron”, La pasión de Iñaki, “Historia de dos demandas: Perú y Bolivia contra Chile”, "De Charaña a La Haya” , “El mundo también existe”, "Guerra de las Malvinas, noticia en desarrollo ", "Crisis y renovación de las izquierdas" y "El Papa y sus hermanos judíos". Como Director del Programa de Relaciones Internacionales de su Facultad, dirige la revista Realidad y Perspectivas (RyP). Ha sido distinguido con el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2021), el Premio Rey de España de Periodismo (1984), Diploma de Honor de la Municipalidad de Lima (1985), Premio América del Ateneo de Madrid (1990) y Premio Internacional de la Paz del Ayuntamiento de Zaragoza (1991). En 2013 fue elegido miembro de número de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales.
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