CONO SUR: J. R. Elizondo

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Chile-Ecuador-Perú: Diplomacia a la carta José Rodríguez Elizondo

En marzo de 2008 la Presidenta Michelle Bachelet esperaba la visita de su homólogo ecuatoriano Rafael Correa. Tenía la esperanza, seguro, de que apoyara activamente a Chile en la demanda peruana ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ).

En la base de esa esperanza estaba, quizás, el recuerdo de la vieja geopolítica vecinal y paravecinal: asumir que Quito debía seguir, “de todas maneras”, la línea estratégica de Santiago respecto a Lima, así como La Paz –aunque a veces a regañadientes- debía encadenarse a las posiciones de Lima.
De puro desactualizados, aquí ignorábamos que los alineamientos geopolíticos tradicionales se habían desordenado, hasta el punto de parecer reversibles.

A esa altura, Evo Morales se burlaba de la gordura de García y había repudiado su demanda marítima contra Chile. Entendía que ésta afectaba la establecida aspiración marítima boliviana. Como contrapartida, Correa parecía olvidado de que, en 1995, ecuatorianos y peruanos se enfrentaron nada menos que en una guerra. Reaccionaba, así, a la inteligente ofensiva de amistad (si puede hablarse así) de la Cancillería peruana, post tratado de paz de 1999.

El hecho es que en 2008 los frutos de esa diplomacia peruana habían comenzado a madurar y las élites ecuatorianas ya no mencionaban sus reivindicaciones de soberanía amazónica ni otros viejos rencores contra el Perú.

EL INTERÉS ES MÁS FUERTE

Como en política exterior los intereses nacionales de coyuntura suelen competir con los viejos amores, en el trasfondo de esa diplomacia peruana también había un objetivo estratégico orientado hacia Santiago: socavar el alineamiento chileno-ecuatoriano respecto a la frontera marítima, con base en la común interpretación de los tratados tripartitos de 1952 y 1954. Según información ecuatoriana, Alejandro Toledo hasta había explorado, en enero de 2006, la posibilidad de un tratado fronterizo bilateral con Ecuador, que dejaba los espacios marítimos como estaban, pero aislaba a Chile en dicha interpretación.

García, sucesor de Toledo, ultrapotenció las relaciones económicas y culturales con Ecuador, apostando a que su distancia con Hugo Chávez no afectaría las posibilidades de un acercamiento con Correa. Al parecer, intuyó que a éste le convenía ampliar sus espacios de autonomía respecto al invasivo líder venezolano y que, sobre esa base, hasta podía competir con Bachelet por su afecto.

EL CARIÑO BOTADO

Este analista manifestó, entonces, que tal como estaban las cosas, sólo podíamos aspirar a que Correa mantuviera la común interpretación de los tratados tripartitos . Decodificando señales, parecía claro que el alineamiento ecuatoriano estaba chúcaro. En efecto, en 2005, con la demanda peruana en el horizonte, el canciller Francisco Carrión había declarado, enfático, que “Ecuador apoya sólo a Ecuador”. El Presidente Ricardo Lagos debió trabajar duro para que su homólogo, Alfredo Palacios, le firmara una declaración conjunta, ratificando la interpretación compartida de los tratados tripartitos.
En definitiva, fue lo que sucedió. En marzo de 2008, con la demanda peruana ya entablada, Bachelet sólo obtuvo de Correa una tibia declaración sobre la “plena coincidencia” en la interpretación de dichos tratados. No pudo –si es que lo intentó- sacarle el compromiso de una eventual acción conjunta ante la CIJ.

Recién entonces se hizo evidente la necesidad de regar mejor la amistad con Ecuador. Chile no debía ponerse fraterno sólo cuando necesitaba apoyo estratégico. Con esa orientación, Bachelet aumentó los recursos para la embajada en Quito y designó, como nuevo embajador, al prestigiado Juan Pablo Lira, tercer hombre de la Cancillería y buen conocedor del Perú, donde ya había servido como jefe de misión.

¿Demasiado poco y demasiado tarde?

Efectivamente, pues a diplomacia que se duerme se la lleva la corriente. Si la Presidenta hubiera reconocido a tiempo la importancia estratégica de Ecuador, designando un embajador con experiencia y perfil funcional, no habría necesitado un diplomático-bombero. Llorando sobre la leche derramada, incluso puede recordarse que esa prolijidad estuvo a punto de darse, con la “casi designación” de uno de los mejores expertos chilenos en integración regional. Lamentablemente, el hombre fue desembarcado cuando ya preparaba las maletas y los amigos lo despedían.
Si Lira escribe sus memorias, en algunas décadas más, tal vez recuerde ese episodio y diga que le asignaron la misión imposible de ganar el partido, con un gol en contra y jugando los descuentos.

CLAVES QUITEÑAS

La pérdida de posiciones de Chile se verificó, sutil pero claramente, en septiembre de 2009, cuando llegó a Quito el canciller Mariano Fernández y los participantes chilenos a la Segunda Reunión del Consejo Interministerial Binacional.

Ahí Fernández aplicó su inteligencia y humor, para que los acuerdos logrados fueran de alto interés mutuo. Pero, al final del día, un cálido Presidente Correa lo despidió con una improvisación del tipo “excelente trabajo, estupendo para la integración y fíjese que hace poco tuvimos la segunda Interministerial con el Perú, que vino encabezada por Alan García”. Ese párrafo (reconstruido) significaba que a chilenos y peruanos los quería por igual, aunque los segundos lo mimaban mejor.

Dado que este articulista estaba en Quito en esos mismos días, pudo percibir idéntico talante en dos políticos-intelectuales prominentes: el ex Presidente Rodrigo Borja y Alberto Acosta, Presidente de la última Asamblea Constituyente. Para el primero, Alan García tenía ficha de “supremamente inteligente” y no estaba en el interés de Ecuador malograr la amistad con el Perú. Acosta, por su parte, hasta había semantizado el tema: “tenemos una buena relación nueva con Perú, una buena relación tradicional con Chile y el problema es con Colombia”. Añadió, para buenos entendedores, que “Bachelet podría hacer mucho más para acercarse a Ecuador”.

NOTICIA ANTE LAS CÁMARAS

Con todo, Ecuador no está en condiciones de dar un vuelco en sus posiciones de Estado. Correa tendría que ser un monarca absoluto y poco avispado, para decir que los tratados que invoca Chile no son limítrofes o no le atañen.

El sabe –o debe saber- que ni siquiera los últimos cancilleres peruanos están de acuerdo en la función que cumplen dichos tratados. Para Oscar Maúrtua, ex canciller de Alejandro Toledo, Perú no ha fijado frontera marítima con Chile ni con Ecuador; su sucesor, Manuel Rodríguez Cuadros –actual embajador en Bolivia-, estima que con Chile no, pero con Ecuador sí; el canciller actual, José A. García Belaunde, dice que los tratados tripartitos no fijaron limites sino “criterios”; Antero Flores-Aráoz, penúltimo ministro de Defensa, fue claro: “la frontera marítima del Perú con Ecuador no está delimitada”.

Percibiendo este incordio de la lógica, García fijó su objetivo a un nivel minimalista. Suponiendo que los jueces de la CIJ son de carne y hueso y les interesa lo que sucede en el entorno de los litigantes, se conforma con impedir la imagen de Perú en formal conflicto con dos países al mismo tiempo. Para ese efecto, inventó un compromiso extrajudicial, por el cual él reconoce la soberanía marítima de Ecuador, tal como existe y el Presidente ecuatoriano no interviene como parte activa ante la CIJ.

Para lubricar ese compromiso eventual, el jefe peruano halagó al ecuatoriano con un regalo que a los chilenos ni se nos ocurrió: la ratificación del Tratado Constitutivo de Unasur, tema al que Correa ha dado alta prioridad. Obtuvo la aprobación de su Congreso en un par de semanas y, pragmático como es, no temió estar acompañado sólo por Guyana y los países filochavistas o chavistas de frentón: Argentina,Venezuela, Bolivia y Ecuador.

En cuanto a Correa, el tiempo de las definiciones le llegó en los primeros días de junio. Notificado por la CIJ, debe decidir entre participar como actor en el pleito o aceptar el compromiso que le estaba proponiendo el jefe peruano. Tras optar por lo segundo, el rápido García le organizó una presentación conjunta en Lima, ante los medios, para lo cual se enfundó en una de esas bellas camisas ecuatorianas, bordadas, que suele usar Correa. Entendiendo que el acuerdo estaba en la batea, quiso escenificarlo con un toque de folclor.

Fue entonces cuando los televidentes nos asomamos a una de esas raras oportunidades en que la noticia surge de la pantalla misma. García, con su reconocida retórica y mirando a la cámara, aseguraba que las relaciones marchaban sobre rieles y que entre ambos países no había problema limítrofe alguno. Correa, en su turno, se alegró por el excelente nivel de las relaciones pero, respecto a los límites vigentes, emitió una condición suspensiva: sería bueno, dijo, que eso constara “por escrito”.

En ese momento, los respectivos lenguajes corporales mostraron al ecuatoriano algo incómodo y al peruano notoriamente descolocado. Volteando la cara hacia Correa, con mirada entre sorprendida y disgustada, García dejó claro que su amigo se había salido del guión.

PEOR ES NADA

García termino escriturando el compromiso pedido, bajo la forma de una carta. Tras recibirla, el líder ecuatoriano se encuentra ante otro dilema de marca mayor: el de si puede arriesgar la garantía de dos tratados permanentes, por la epístola de un colega transitorio.

Por una parte, no hay memoria de que algún jefe de Estado serio haya hecho algo semejante. Por otra, tampoco un futuro Presidente peruano estaría obligado a respetar la carta de García, por sobre su propia –y eventualmente distinta- interpretación de esos tratados.

Respecto a Chile, cabe preguntarse si Correa advirtió o no al Presidente Sebastián Piñera, sobre las alternativas de su sinuoso juego a tres bandas. Si no lo hizo, significa que dejó de privilegiar una amistad tradicional. Si lo hizo, quiere decir que es muy ecuánime y le da lo mismo Chana que Juana.
En estas circunstancias, las posibilidades del Presidente chileno se han reducido. Catalizar un alineamiento judicial de Ecuador es más difícil que ayer, pero podría usufructuar de un apoyo acotado y de más baja intensidad. La hipótesis sería que Correa le facilitara la carta-constancia en que García reconoce a Ecuador lo mismo que niega a Chile. Detallando la imaginación, bastaría con sacarle copia autorizada e incorporarla al proceso .

Es lo que los angloparlantes llaman second best y nosotros “peor es nada”. Algo que se parece mucho al histórico consuelo de María Antonieta, cuando descubrió que, a falta de pan, buenas son las tortas.

Revista Mensaje julio 2010

José Rodríguez Elizondo
Viernes, 2 de Julio 2010



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Editado por
José Rodríguez Elizondo
Ardiel Martinez
Escritor, abogado, periodista, diplomático, caricaturista y miembro del Consejo Editorial de Tendencias21, José Rodríguez Elizondo es en la actualidad profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Su obra escrita consta de 30 títulos, entre narrativa, ensayos, reportajes y memorias. Entre esos títulos están “El día que me mataron”, La pasión de Iñaki, “Historia de dos demandas: Perú y Bolivia contra Chile”, "De Charaña a La Haya” , “El mundo también existe”, "Guerra de las Malvinas, noticia en desarrollo ", "Crisis y renovación de las izquierdas" y "El Papa y sus hermanos judíos". Como Director del Programa de Relaciones Internacionales de su Facultad, dirige la revista Realidad y Perspectivas (RyP). Ha sido distinguido con el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2021), el Premio Rey de España de Periodismo (1984), Diploma de Honor de la Municipalidad de Lima (1985), Premio América del Ateneo de Madrid (1990) y Premio Internacional de la Paz del Ayuntamiento de Zaragoza (1991). En 2013 fue elegido miembro de número de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales.





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