Bitácora
(Publicado en La Segunda, 4 de noviembre 2011)
La semana pasada estuve en La Paz, junto con los académicos Loreto Correa y Cristián Garay. Invitados por Jorge Canelas, nuestro Cónsul General y apunados por cuenta propia, participamos en el seminario “Percepciones políticas Bolivia-Chile”, con interlocutores relevantes. Entre ellos, el ex Presidente Jaime Paz Zamora, el ex canciller Armando Loayza y el ex embajador Gustavo Aliaga.
Fue una oportunidad para testear, en terreno sensible (en el “buque del lobo”, dice un amigo, culto de oídas) mi tesis sobre el “trilateralismo diferenciado”. Esta rechaza que la aspiración marítima boliviana, a través de un corredor soberano por el norte de Arica, sea un tema bilateral ni (menos) una impertinencia multilateral. La define como un trabajo para tres, pero por etapas.. Comenzaría con negociaciones chileno-peruanas, en el marco del Tratado de 1929, para definir una política boliviana común. De ser fructíferas, seguiría con la invitación de Bolivia a la mesa… la misma que le negó el espíritu que inspiró ese tratado.
Tal trilateralismo con peldaños asume la complejidad de lo real. Esa que niega el Presidente Evo Morales, cuando cree que basta con invocar, ante el mundo, la injusticia de su condición y/o con judicializar el tema alegando eventuales “derechos expectaticios”. Esa que desconocen los peruanos cuando dicen no ser obstáculo para la aspiración boliviana, pero insisten en que sólo Chile asuma la carga. Esa que ignoramos los chilenos, por no entender la sutileza del Presidente peruano Augusto Leguía, cuando dijo, en 1929, que la contigüidad territorial postbélica con Chile fue trazada por “la mano de Dios”.
Para desentrañar tamaña complejidad, hay que focalizar la atención en Arica. Ahí veríamos que la pretensión de Bolivia sobre todo o parte de su espacio, es coetánea con su nacimiento. En efecto, en 1826 el mariscal Sucre dijo a Simón Bolívar que la “adquisición” de Arica proporcionaría “un puerto magnífico” a la nueva república. Ese mismo año, el notablato ariqueño pidió al Libertador “la separación de esta provincia de la capital de Lima y su unión a la de Chuquisaca”. Similares gestiones siguieron durante la Guerra del Pacìfico y llegan hasta hoy. Por eso –y bastante mosqueado-, el historiador peruano Mariano Paz Soldán, advirtió a los bolivianos ¡en 1884! que un eventual endoso chileno de territorios ariqueños se convertiría “en eterna guerra contra el Perú”.
Fue en ese contexto que Leguía negoció, con Chile, vetos y servidumbres que mantuvieran “la presencia” del Perú en Arica. La misma que el Presidente Francisco Morales Bermúdez trató de ampliar, en 1976, con motivo de los Acuerdos de Charaña entre Chile y Bolivia. En clave geopolítica, fueron señales de que les era inaceptable una buffer zone (zona tampón) en la frontera con Chile, pues Arica seguía siendo una “provincia cautiva”. Es decir, un objetivo de liberación nacional, inspirado en esa abstracción poderosa que se llama “honor nacional”.
Con ese fardo secular a cuestas, satisfacer la aspiración boliviana por nuestra frontera norte nunca ha sido cuestión de imaginación o de simple buena voluntad. Por ende, no sería prudente “bypasear” el rehenazgo histórico-estructural mediante corredores o túneles de última generación. Lo que pide la coyuntura no son resquicios técnicos, sino la posibilidad de una reflexión. Concretamente, la de definir si, con base en la simpatía internacional por la aspiración boliviana, debiéramos rectificar el espíritu excluyente que encarnaron Augusto Leguía y Carlos Ibáñez del Campo.
Aunque el actual Presidente boliviano es irreductible a la complejización, percibí que muchos participantes del Seminario la valoraron. Lamentablemente, el más conspicuo discrepó, aunque llegara tarde para escuchar el debate. Lo digo, porque el ex Presidente Paz Zamora reivindicó los fueros de la sencillez. Con la innegable simpatía que tiene, confesó no hacerse problemas para defender la aspiración de su país: “Si Bolivia quiere mar, es porque lo siente suyo… así de simple”.
Por mi parte, prefiero asilarme en el claroscuro de Goethe, para quien “las cosas siempre son más simples de lo que se puede pensar, pero mucho más intrincadas de lo que se puede comprender”.
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Tendencias 21 (Madrid). ISSN 2174-6850